Era yo en esa época, sargento; sin mucho mérito, ya que ese humilde pueblito campesino en donde estaba relegado era considerado tan insignificante por el ejército, que no se atreverían a enviar a un sargento con experiencia, sino a uno prefabricado, de alma sumisa y sencilla tal como veían a aquel pueblo.
    Cierto día recibí un informe de mis superiores indicándome la urgente necesidad de buscar potencial contingente militar en ese pueblo. La guerra no se había dejado sentir en la mayoría de nuestras ciudades, pero el sacrificio de vidas humanas en la zona fronteriza estaba causando estragos. Yo respondí que los conscriptos ya habían sido enviados en el primer llamado y que en el pueblo sólo quedaba gente mayor, mujeres y niños, los que apenas podían continuar con sus labores de subsistencia. Pero mi respuesta no fue satisfactoria. Que importaba la permanencia de un pueblo miserable cuando el país se estaba jugando por allá lejos, unos territorios ricos en oro y qué se yo cuantos otros minerales; aparte del honor ante la comunidad internacional, las glorias del ejército y qué se yo cuantos otros galardones sociales.
   
Enviaron al tan conocido como desalmado capitán Contreras a revisar la situación. Desde su helicóptero último modelo se dignó a poner sus pies en esta región olvidada.
   
- Usted está bajo mis órdenes sargento. Buscaremos en cada casa si es necesario para surtir a nuestro ejército.
   
Luego vinieron las convocatorias, las reuniones con toda la población, y el resultado final.
   
- Tal como se nos había informado, todos los conscriptos ya fueron enviados. Habrá que hacer más de ellos.
   
- ¿Quienes?
   
- Bueno, según las estadísticas, aquí hay una buena cantidad de muchachos entre diez y dieciseis años. Y según el nuevo decreto firmado con fecha ...
   
Personalmente me encargué de reunir a los niños, pasando por sus casas. Ni ellos ni sus familias tenían miedo alguno, se les había dicho que iban a un lugar mejor donde aprenderían mucho; que su labor sería menos arriesgada que la de los anteriores jóvenes (de los cuales no recibían noticias desde hacía mucho tiempo). Yo tenía la amarga esperanza de que fuera cierto.
   
En aquella muchachada simple e ingenua, sólo se podiá advertir cierta desazón infantil por tener que despegarse de la familia; nada de entusiasmo guerrero. El capitán Contreras, dejando a un lado su fría actitud se decidió a hacer la veces de instructor e infundirles ánimo bélico. Después de ejercitarlos hasta el cansancio y gritarles (como debe hacer cualquier instructor que se precie) terminaba cantando ciertos versos militares los cuales debían ser coreados por los niños, los que concluían en unos estrepitosos y repetitivos "¡A luchar!".
   
Éso fue solo por un par de días, pues sabíamos que la verdadera instrucción se iba a dar lejos de ahí. Ahora se daba el problema de cómo transportarlos, ya que no habían carreteras ni siquiera caminos, quizás un sendero entre cerros y quebradas.
   
Sinceramente, yo no tenía apuro alguno en encontrar tal transporte, pero el capitán encontró rápidamente en los datos del censo, a un lugareño que poseía una avioneta para control de plagas. Ese hombre seco y huraño, se llamaba Hamel, era de origen extranjero, y apenas hablaba el español. Yo hubiera preferido que él se negara al explicársele la situación (no supe si entendió bien lo que le quisimos decir), sólo nos dirigió esa mirada aguda que parecía casi milenaria en su rostro de viejo gruñón, y nos dio la espalda para dirigirse a sus "viejas latas" a las que nos condujo sin decir palabra alguna, tal como un condenado se dirige a su destino. Después de revisar la avioneta, el capitán estimó (mejor dicho "decidió") que era de capacidad suficiente para sus propósitos.
   
La nave fue literalmente vaciada de todo lo que correspondía a su antigua función, además de barrida e inspeccionada. Antes de subir a los muchachos a ésta se los revisó uno por uno para que llevaran lo justo, apenas la ropa, pues todo lo que necesitaban los estaba esperando en el cuartel. En ese momento el capitán se dio tiempo para entonar junto con los chicos su "¡A luchar!".
   
Ni él ni yo teníamos más que hacer en aquel pueblo. Después de indicarle exhaustivamente a Hamel la ruta a seguir, lo dejamos a cargo de la avioneta, y el capitán y yo partimos en el helicóptero.
   
- "Misión relámpago". ¿Ve sargento? Así es como deben hacerse las cosas, y no importunar al ejército con problemas domésticos, ya tenemos suficiente con el enemigo.
   
Yo respondía afirmativamente mientras pensaba si acaso el capitán estaba intentando ganarse una "Medalla a la Economía", en vez de una "al Valor" en el frente.
   
Al llegar al aeródromo recibimos una noticia que dejó al capitán de una sola pieza. La avioneta había aparecido en los radares para luego desaparecer súbitamente, en un lugar no muy alejado del aeródromo.
   
- Quiero saber el sitio exacto. -Replicó el capitán.
   
- Podemos enviar rescate.
   
- No, ese es _mi_ trabajo. _Yo_ debo terminarlo.
   
El capitán y yo ocupamos todo el resto del día buscando la aeronave; en la noche nada podía hacerse. Sólo a la mañana siguiente la pudimos encontrar. Estaba despedazada, indicando un fuerte impacto contra las rocas en la ladera de un cerro; impacto que ni siquiera los árboles cercanos pudieron amortiguar. Los restos sólo ligeramente chamuscados, indicaban que a la nave le quedaba muy poco combustible. Pero el espectáculo de las "viajas latas" esparcidas no era lo más sobrecogedor. Lentamente una sensación de malestar físico se fue apoderando de mí; las náuseas y el sol matinal que caía en picada sobre nuestras cabezas me daban la sensación de estar en el desierto de un planeta muerto; y la causa era que por más que buscábamos... no encontrábamos ni un solo rastro de las víctimas.
   
Tal sensación fantasmagórica hizo que se me helaran los brazos convirtiéndome en una miseria de soldado. Me culpo por lo que sentí, pero me hubiera aliviado ver sólo un cuerpo o un trozo de ropa de los ocupantes de la máquina. Sensación que sólo pudo interrumpir los gritos del cada vez más sorprendido capitán.
   
- ¡Viejo zorro! ¿Cómo podía él tener una caja negra?
   
- ¿¡Que ha dicho, capitán!?
   
De vuelta al aeródromo, revisamos la caja negra en forma sumaria, sólo el capitán, el técnico y yo. De todas maneras nadie más le daba importancia al accidente, el cual ni siquiera involucraba recursos militares. Poco a poco el semblante sereno del capitán daba paso a la consternación. En la grabación se oían el ruido normal de los motores, y el canto de los niños "¡A luchar!", cada una de estas frases dichas con una fuerza extraordinaria, como nunca antes se los había oído cantar, parecían estar dirigidas al capitán, quien se encontraba inclinado apoyándose con los brazos sobre la mesa. "¡A luchar!". Lo más extraño era que el viejo Hamel también iba cantando, con su voz inconfundible, con su mal español, pero con muy buena entonación. "¡A luchar!". Luego se escuchó el dulce sonido de una flauta, siguiendo en forma virtuosa la melodía marcial. No se si el capitán advirtió que justo en ese momento ya no se escuchaba la voz de Hamel, no quise hacérselo notar, ni ya me importaba, sólo sentía la música. Al terminar la canción sólo quedó el ruido de motores, aproveché de tomar papel y lápiz, y opinar -Es hermosa.
   
- ¡Qué ha dicho, sargento!
   
- Disculpe, capitán. Nunca pensé que una flauta haría tan hermosa a esa melodía.
   
El técnico intervino oportuno, antes de que aumentara el enojo del capitán. - No se apuren, aún falta el final de esta grabación.
   
- ¿Cuál final?
   
- No los culpo, lo obvio se olvida. Falta el estruendo... el impacto.
   
El capitán volvió a apoyarse en la mesa, conteniendo mal su rabia al no poder explicar ni siquiera a él mismo lo que estaba sucediendo.
   
Una vez terminada la cinta. El capitán se apresuró a despachar al técnico.
   
- Entrégueme ese papel, sargento. Yo no he enseñado canción alguna ¿entendido? -dijo mientras arrugaba el papel. - Y en cuanto al accidente, sólo me queda por redactar el acta "La avioneta se incendió y los cuerpos de todos sus ocupantes fueron encontrados carbonizados...".
    Yo fui enviado al frente, y sólo el tener a algunos conscriptos bajo mi responsabilidad me permitió pasar el mal rato, pero nunca olvidar... Viejo Hamel ¿dónde estarás tocando tu flauta ahora?