Érase una vez un
joven y prometedor dibujante de manga llamado A. Sus originales y
entretenidas historias causaban auténtico
furor entre sus amigos. Fueron ellos los que
un día le animaron a que participase en un
concurso organizado por una de las mejores
editoriales de todo Japón. Así lo
hizo y, gracias a la innegable calidad de sus trabajos,
consiguió el primer premio. De ahí
paso a firmar un contrato profesional con lo que vio
cumplido el sueño de toda su vida: Sus obras
serían leídas por un montón de gente.
Su primera obra publicada
estaba repleta de originalidad y de un humor desbordante,
por lo que enseguida conectó con el público.
La gente disfrutaba con sus divertidas y
surrealistas historias. A fue ganando fama y popularidad
gracias a todos estos fieles
seguidores. Gracias a ellos, había conseguido
saltar del anonimato al éxito absoluto. Y el
sentimiento era recíproco ya que sus fans
tampoco podían vivir sin él. Ambos, artista y
público, formaban un binomio perfecto.
Llegó un momento en que
decidió finalizar la serie que le hizo famoso, miles de
nuevas ideas rondaban en su cabeza y pensó
que ya era hora de hacer algo un poco
diferente. Después de algunos intentos, consiguió
dar otra vez con la fórmula perfecta. Su
nueva obra combinaba de una forma magistral, aventuras,
acción, artes marciales y
toneladas de humor. Por segunda vez sus fieles fans
no le fallaron. La serie tuvo incluso
más éxito que la anterior, y pronto
se convirtió en un auténtico superventas. Se había
desatado definitivamente la fiebre A.
Pero todo este éxito
tuvo un desenlace terrible. Llegó un momento en que A se vio
cegado por la fama y el dinero. Se dio cuenta de
que no hacía falta esforzarse para
conseguir montones de dinero. Aunque la calidad
de la serie descendiera, esta seguía
incrementando sus ventas. Así que llegó
un momento en que la dejó totalmente
abandonada. Lo único que hacía era
firmar y recoger su cheque a fin de mes, todo el
trabajo lo hacía su voluntarioso (pero incompetente)
equipo de ayudantes.
La legión de antiguos
fans, aquellos que le auparon a la fama por sus historias
originales y divertidas, no comprendían que
estaba sucediendo. La serie ya no era lo que
había sido tiempo atrás y muchos decidieron
abandonarla. El pasado no justificaba
comprar una historia aburrida y mal dibujada.
Un buen día, uno de
los editores de A le propuso ir a firmar ejemplares en uno de
esos multitudinarios salones de manga que se organizaban
de vez en cuando. A se negó a
ir ya que lo consideraba una pérdida de tiempo,
pero finalmente un rápido acuerdo
económico le hizo cambiar de opinión.
Y allí estaba él,
aburrido, firmando ejemplares de su último tomo (que ni siquiera
había leído) ante una cola enorme
de fans-robot. Por un momento desvió la atención del
joven que tenía enfrente y fijó su
mirada en el stand contiguo, también pertenecía a su
editorial y en él tenían expuesto
el más reciente y exitoso producto de merchandising de la
serie, un muñeco enorme (totalmente articulado)
del protagonista de la historia. Y se
estaban vendiendo como rosquillas... "je, je, me
voy a forrar". A se frotaba las manos
pensando que un porcentaje del precio de cada muñequito
iría a parar a sus arcas.
Siguió observando
atentamente el stand cuando se apercibió de un niño de unos
siete
años y pelo cortado en orinal, intentando
abrirse paso entre la multitud con intención de
adquirir su muñeco. A siguió firmando,
pero sin perder de vista al niño. Cuando por fin
llegó ante el mostrador, el niño empezó
a sacar ansiosamente monedas y algún que otro
billete arrugado de una roída riñonera
y los fue poniendo encima del mostrador. El
empleado del stand empezó a contar el dinero
con cara de pocos amigos, después de un
buen rato movió negativamente la cabeza y
le dijo algo al niño. Éste recogió el dinero y lo
puso nuevamente en su riñonera mientras se
alejaba tristemente. Unos metros más
adelante no pudo evitar echarse a llorar.
A se sintió realmente
mal, aquel pobre niño no había podido comprar su muñeco
por
culpa de un poco de dinero, quizás la parte
que le tocaba en porcentaje a él.
Esa noche, en su casa, A
no pudo dejar de pensar en aquel niño. Se sentía culpable
por todo aquello. ¿En que clase de monstruo
se había convertido?. El dinero le había hecho
olvidar por completo los sentimientos de sus fans.
Les había estado engañando durante los
últimos años, firmando y aprobando
historias de una calidad bajísima, únicamente por los
ingresos que aquello le reportaba. Ese no era el
motivo que le impulsó en su juventud a
convertirse en autor de manga.
Aún no era demasiado
tarde, pensó, estaba decidido a recuperar el espíritu original
de su serie, iba dedicarse en pleno a ello. Se sentó
ante la antigua mesa de dibujo donde
tiempo atrás había conseguido transmitir
tantas buenas ideas a sus fans. Pero esta vez
todas aquellas buenas ideas no acudían a
su mente, había perdido esa inspiración que le
convirtió en uno de los autores más
imaginativos de los últimos tiempos. No conseguía
encontrar explicación a su falta de imaginación,
¿quizás había permanecido demasiado
tiempo inactivo?, ¿o tal vez su pasión
desmesurada por la fama y el dinero la habían
inhibido?...
No encontró respuestas...
Y allí sentado, de repente se sintió terriblemente solo y
asustado. No consiguió reprimir las lágrimas
y lloró. Lloró como un niño...
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