Editorial
"Volem cinema en català", el victimismo de siempre

En un programa de Catalunya-Ràdio, un exhibidor catalán preguntó a una integrante de la Plataforma per la Llengua que le dijera el título de las películas en catalán que había ido a ver en el último año. La interpelada, tras balbucear alguna disculpa, reconoció que no había visto ninguna. Eso no le impidió convocar a la ciudadanía a manifestarse contra el imperialismo cinematográfico norteamericano por no haber atendido la petición de que la película Harry Porter fuera doblada al catalán porque los catalanes tienen derecho a ver el cine en catalán.

La campaña en favor del cine doblado al catalán se ha basado en el derecho que tienen los catalanes a contemplar películas en catalán. Cabe preguntarse por la existencia de ese derecho, el de ver espectáculos en un determinado idioma. Si es así, ¿por qué limitarnos al cine? En Cataluña, la Xarxa de Teatre Infantil tiene como loable propósito acercar a los municipios el teatro para niños. Son miles las obras exhibidas y todas tienen un elemento común, se producen exclusivamente en catalán y ningún niño podrá escuchar, en esos espectáculos la lengua castellana. Creemos que realmente no existe ese derecho, puesto que la libertad de creación del autor es la determinante en la producción cultural. Ahora bien, siempre que esta libertad sea real. Por ello, nos parece especialmente criticable, por ejemplo, que la subvención al teatro en Cataluña dependa del idioma en que se representa la obra. Todavía está en nuestro recuerdo, la prohibición que tuvo que soportar un grupo juvenil de teatro de Cerdanyola de representar "En la ardiente oscuridad" porque se hacía en castellano. Por lo tanto, la financiación pública marca una notable diferencia, puesto que ha de ser muy respetuosa con la voluntad del autor.

Varios son los escollos que dificultan el éxito de los promotores que han impulsado la campaña "Volem cinema en català". El primero, es que el destinatario de las protestas no es un súbdito, sino multinacionales que no están sometidas a consideraciones políticas sino económicas y a las que la presión no hace tanta mella como en compañías en las que depende la supervivencia del estímulo público. Buena prueba de ello es el rotundo fracaso cosechado por el sistema de cuotas lingüísticas que ha tenido que ser arrumbado ante la radical posición contraria de las majors y de los propios exhibidores catalanes que veían como su negocio se iba al garete por posturas maximalistas de políticos poco conocedores del terreno que pisaban. Si los franceses están poniendo en cuestión su "excepción cultural" es evidente que Cataluña a pesar de todos los esfuerzos y de todas las fotos con los personajes de Disney que se hagan los "Consellers" de turno no logrará el tan anhelado paisaje lingüístico cinematográfico monolingüe en catalán.
Pero, además, del interés de las multinacionales en no doblar a idiomas minoritarios a nivel mundial porque encarece el producto, la indiferencia del público catalán en este tema tampoco ha acompañado a los cantos patrióticos. En la ciudad de Gerona, mayoritariamente catalanohablante, se hizo la prueba de poner a disposición del público superproducciones en catalán y castellano en la misma Sala multicine, con igual precio y comodidades. A pesar de la campaña en favor del cine en catalán, el público acudió mayoritariamente a ver la versión castellana. El caso de Harry Poter es significativo: ni aquellos activistas que impulsaban la última campaña han ido al cine. Es sintomático que la media de los cines que han proyectado la versión subtitulada catalana ha sido de diez espectadores y que la mayoría estaba compuesta por estudiantes de inglés o amantes de las versiones originales.

El boicot que reclamaba la campaña, que podemos calificar como institucional aunque aparentemente estaba auspiciada por la Plataforma per la Llengua, merece especial censura porque no es de recibo que se reclame de la ciudadanía su no presencia en espectáculos culturales. Ese llamamiento equipara a Cataluña "un país de Europa", según recordaba la propaganda institucional, al afortunadamente desaparecido régimen talibán de Afganistán en el que el cine llegó a ser prohibido. De todas formas, no nos ha de pasar desapercibido que la verdadera razón de la campaña era disuadir a los eventuales espectadores a que no fueran al cine porque la exhibición se hacía en castellano. Es decir, que lo que ofendía no era la no emisión en catalán, sino el doblaje al castellano. La propuesta de forma subliminal criminaliza al castellano en Cataluña y hace cómplices de la supuesta persecución del catalán a aquellos espectadores que visionen la película en castellano. La intimidación se acompañaba con piquetes en la entrada de los cines y la colocación estratégica de pancartas -por cierto, muy caras-. A pesar de todoo, la sensatez ha vencido y la campaña fracasó.