El tabú de morirse |
La muerte no es tema que salga a relucir en una conversación educada y de buen gusto. Es el tabú de nuestros días. Y aún más tabú resulta hablar de «prepararse para la muerte». Cabe preguntarse por las razones de esta ocultación.
Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista italiano, amonestaba a sus militantes diciéndoles que ‘’hacerse preguntas sobre la muerte no es moderno’’, que estas preguntas eran «residuos inorgánicos de estados de ánimo ya superados’’. Karl Marx, que escribió 10.000 páginas sobre las que se basan sistemas que aún guían a millones de personas, dedica sólo tres líneas al hecho de morir. Es en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, donde comenta que ‘’la muerte aparece como una dura victoria de la especie sobre el individuo’’. Y continúa, ‘’el individuo determinado no es, sin embargo, más que un ser genéricamente determinado, y como tal, inmortal’’. Esta confusa frase parece significar que el individuo muere, pero la raza humana en sí es inmortal. Marx no dedica más esfuerzo a la muerte. ¿Para qué, si la raza es, en sí, «inmortal?»
Otro símbolo de la modernidad, en este caso capitalista, prohíbe hablar de la muerte: es el libro de estilo de Playboy, que dictamina «en Playboy se prohíbe hablar de niños, de cárceles, de desgracias, de ancianos y de enfermedades. Pero sobre todo queda terminantemente prohibido hablar de muerte’’. Cabe destacar, a modo de radiografía social, que las responsables de la revista femenina Cosmopolitan añaden a la lista de temas tabú el embarazo, es decir, que equiparan como tabúes el principio de la vida y el final de ella.
Estos días, los mismos grandes grupos televisivos que ofrecen servicios pornográficos y de telesexo se han mostrado asombrosamente discretos con los terribles atentados en EEUU: hemos visto impactantes imágenes de rascacielos hundiéndose y muchedumbres huyendo, pero no hemos visto cadáveres ni cuerpos sin vida. De hecho, ni siquiera hemos visto heridos en los hospitales. Eso se nos esconde pudorosamente. Y sin embargo en Estados Unidos la muerte se ve ahora de forma distinta. Los numerosos funerales por TV obligan al menos a tenerla presente. Los psiquiatras han aclarado que eso es sano: hay miles de familiares afectados por el país que lo último que necesitan es revivir el horror una y otra vez por la TV: una muerte socializada, socialmente recogida mediante del ritual de las ceremonias y la oración no es dañina, sino que favorece la aceptación.
Con todo, la muerte no es tema que salga a relucir en una conversación educada y de buen gusto. Es el tabú de nuestros días. Y aún más tabú resulta hablar de «prepararse para la muerte». Al contrario, hoy parece que se prefiere una muerte sorpresiva, inesperada, contrariamente a lo que pedía la vieja oración cristiana: «líbranos Señor de la muerte súbita». No queremos saber del tema. Y precisamente toda la controversia sobre la eutanasia enlaza con el miedo a la muerte, donde no sólo el enfermo sino también los que le asisten se ven enfrentados -a veces por un largo tiempo- a la realidad de que también ellos tienen que morir.
Excomulgada por disidente
La muerte es tabú y la causa la comenta Pierre Chaunu, famoso historiador de las culturas en la Universidad de París: «Al no poder expulsar a la muerte de nuestra vida, se ha decretado que es vergonzosa, que es indigna de nosotros, que debemos arrojarla de nuestra mente. La han excomulgado porque pone en crisis todas las culturas hegemónicas de nuestro tiempo. Como no han podido hacerle sitio, la han ocultado, proscrito y prohibido.»
No es sólo un problema de Occidente o del comunismo. En el Hospital del Mar de Barcelona hemos hablado con Josep Llamas, claretiano misionero en la provincia de Osaka, Japón, que está allí colaborando con el capellán del hospital. Los sacerdotes suelen saber mucho de cómo se muere la gente, y éste conoce el modelo oriental.
«En Japón los médicos esconden el hecho de la muerte, y la sociedad japonesa tampoco habla del tema, no quiere saber nada ni se prepara para morir», nos explica el claretiano. «Vas a un asilo de viejos y ves que todos quieren morirse, que no le encuentran sentido a la vida. La oferta de asistencia al anciano no pasa del nivel físico. Los japoneses no quieren pensar en la muerte hasta que uno se muere: entonces te hacen ceremonias, porque el budismo, en la práctica -aunque no en teoría- es una reliigión de muertos. Esto se ve cuando acudes a encuentros con budistas: si tratas de hablar de religión, sólo te hablan de sus muertos. Los cristianos japoneses también rezan mucho por sus muertos, a veces de manera rutinaria.»
En un hospital de gran tamaño, como el Hospital del Mar
de Barcelona, hay tres personas dedicadas a pastoral de los enfermos. En
este caso, además del capellán y una religiosa, colabora
desde 1996 Elena Vázquez, una laica que visita a los enfermos, los
escucha, a veces les lleva la comunión o avisa al capellán
si piden los sacramentos.
¿Es la enfermedad o la cercanía de la muerte un
momento para transformarse? ¿Es el hospital un lugar privilegiado
de encuentro con las preguntas últimas? «Hay que tener en
cuenta que en estos casos hay poco tiempo», puntualiza Elena. «No
se puede hacer una catequesis de meses, así que yo intento centrarme
en exponer el amor con que Cristo nos acoge, en transmitir mensajes sencillos
que den paz».
Engañar a los enfermos
«En este hospital no se engaña a los moribundos, no se
les oculta su estado... si preguntan por ello», explica Elena. «Cuando
un enfermo me dice que se está muriendo yo nunca le respondo ¡anda
ya!, ¡qué dices!. Si lo dice, es que él sabe que es
cierto. ¿Para qué engañarlo? En estos casos tratas
de transmitirle paz, de decirle que no está sólo, que estamos
con él. Hoy los servicios médicos hablan con claridad cuando
los enfermos preguntan.»
Si los médicos españoles, al contrario que los japoneses, no engañan, las familias sí que lo hacen, incluso las cristianas. Por ejemplo, no avisan al cura hasta que el enfermo está en las últimas, por tenerlo engañado. «Mi experiencia de estos años es que el enfermo agradece la verdad, no se asusta. Crear una atmósfera de engaño no ayuda, porque, además, él no es tonto y ya sabe que se muere» explica Manel Valls, sacerdote de 56 años.
La Iglesia no para de repetir que la «extremaunción» no es un sacramento para moribundos sino un sacramento de curación para enfermos y de gracia para ancianos. Su base bíblica es la epístola del Apóstol Santiago: ‘’¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y que recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en nombre del Señor. Y la oración de la fe lo curará y, si ha cometido pecado, lo perdonará’’. Muchos grupos carismáticos católicos hacen exactamente esto en sus oraciones, y también muchos grupos de ancianos en parroquias. Es el caso de la parroquia del padre Llamas cerca de Osaka: «El Día del Anciano en Japón celebramos la unción de los enfermos de manera comunitaria con los ancianos: ellos sí tienen muy claro su sentido de curación, que no es cosa de moribundos. Además, yo a un cristiano le recomiendo que no sólo acepte la muerte, sino que incluso dé gracias a Dios, algo que no puedo pedir a no cristianos»
También el P. Valls defiende esta práctica: «La celebración comunitaria de la unción de los enfermos es buena por el tono de fiesta con que se hace, aleja el sentido terrorífico del sacramento; además, pedimos por la sanación del cuerpo, porque en el cristianismo el cuerpo es importante.»
La muerte es un tabú social que sólo sale a la palestra pública cuando se habla de eutanasia. De hecho, lo más cómodo para quienes se sienten incómodos hablando sobre el tabú es decir: «bueno, pues que lo maten y no nos hablen más de este tema desagradable». Pero eso no parece un planteamiento adulto del problema. La gente se muere y los viejos mecanismos que socializaban la muerte y le daban un espacio en nuestra vida cotidiana se han ido desvaneciendo, convirtiendo a este hecho cierto que nos aguarda a todos en un punto de neurosis. Reeducar a la gente en la unción de los enfermos es la apuesta de la Iglesia para vivir de forma sana la muerte y la enfermedad, integrándola en la vida sin esconder su existencia. Como con otros temas tabú, hablar de ello puede resultar liberador.
Pablo J. Ginés