AMANECER ROJO
por Antonio Ortiz Carrasco (milesdavis970@yahoo.com) en 1998.
 
A la memoria de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Edgar Allan Poe, Howard Phillips Lovecraft y Robert E. Howard.
 

 

I. Una extraña invitación

Todo lo inusual comienza de la manera más inesperada. Me encontraba en la ciudad de Buenos Aires, la capital de Argentina, la cual se extendía a mis pies con la grandiosidad de una metrópoli. Esta visita entraba dentro de mis planes para unas vacaciones de las que me creía más que merecedor para desintoxicarme de mi trabajo de detective privado. Durante el tercer día de mi estancia estaba paseando por las calles bonaerenses cuando aproveché una pausa para encenderme un cigarrillo. De pronto noté que dos hombres se me acercaban por delante.

- ¿Es usted el detective James Richard Mulligan? - me preguntó uno de los hombres al tiempo que logré encender el cigarrillo.

- Si, ¿que quieren de mí? - les contesté.

Experimenté un cierto aire de desconfianza hacia aquellos dos hombres de extraño porte que iban vestidos de forma elegante, con americanas negras, pantalones del mismo color al igual que sus zapatos, camisas blancas y corbatas de corte clásico. Al oir mi respuesta afirmativa los dos hombres se colocaron a ambos lados de mi cuerpo. En aquel momento distinguí en uno de ellos una ancha cicatriz que le cubria la mejilla derecha.

- ¿Que quieren de mí? - volví a preguntar al verme envuelto en unasituacion tan extraña.

- Suba a nuestro coche. Tiene que venir con nosotros a la mansión de nuestro jefe... - respondió el hombre de la cicatriz.

- ¿Por qué tendría que acompañarles? ¿Quienes son? - pregunté malhumorado.

- ¡Por el momento obedezca y punto! - me respondió el mismo hombre de la cicatriz.

- ¿Y si no quiero? - respondí de forma desafiante.

- ¡Entonces le llevaremos por la fuerza y no será agradable para usted! - me dijo el hombre de la cicatriz mientras me hacía una mueca de mal gusto.

Decidí no hacer más preguntas y dejé que me cachearan. No encontraron ningun arma en mis ropas porque no las había llevado en el viaje de ida desde Estados Unidos. Los dos hombres me condujeron hasta un gran coche que nos estaba esperando. Tuve que tirar el cigarrillo a medio terminar que había encendido antes. El hombre de la cicatriz subió a uno de los asientos delanteros y su acompañante y yo mismo ocupemos los asientos traseros. El chofer del automóvil puso en marcha el motor y comencemos a transitar las calles de Buenos Aires. Aquello me olia muy mal, pero decidí esperar a ver que pasaba. Poco después salimos de la ciudad, viajemos unos cuantos kilómetros por una carretera y torcímos por un camino privado que finalizó enfrente de una mansion que me asombró por sus grandes dimensiones.

 

II. El misterioso anfitrión

El coche se paró justo delante de la gran puerta de la mansión. Mis dos acompañantes y yo salimos del mismo y el chofer, que no había dicho ni una palabra en todo el trayecto, alejó aquella maquina de la puerta. Perdí de vista aquel automóvil al cruzar este una esquina de aquella mansión.

El hombre de la cicatriz llamó a la puerta y poco después un mayordomo abrio la puerta desde dentro. Entonces el hombre de la cicatriz se dirigio a él lcon estas palabras:

- ¡Traemos a la persona queria el señor!

El mayordomo me miró fugazmente, volvió la mirada hacia aquel hombre de la cicatriz y dijo a este:

- Muy bien, podeis pasar. El señor os está esperando.

Entramos dentro de aquella mansión. Lo lujoso de su interior me hizo suponer que el dueño de la casa debía ser un multimillonario. El mayordomo se quedó detrás nuestro cuando pasemos a un inmenso despacho en el que podía ver una chimenea encendida y un hombre que se encontraba de espaldas a nosotros.

- ¡Hemos traido al detective tal como usted ordeno, señor! -dijo el hombre de la cicatriz.

- ¡Muy bien, ya podeis iros! - dijo el dueño de la casa y los dos hombres nos dejaron solos, cerrando la puerta al abandonar aquel despacho.

- ¿Y ahora me podrá explicar que demonios pasa aquí? - le dije un tanto malhumorado a aquel desconocido. Este no tardó en responder:

- Tranquilicese, señor Mulligan. Soy Gustav Romher, para servirle.

Y aquel hombre se dio la vuelta para estrecharme la mano. Entonces observe que mi anfitrión aparentaba una cincuentena de años y que se encontraba en un estado físico realmente excelente para su edad. Tenía el pelo albino y también tenía un bigote muy cuidado del mismo color. Para no ser descortés accedí a su saludo y comencé a hablarle:

- ¿Romher, un apellido aleman, verdad?

- Exacto. Nací en Argentina pero mi padre Amadeus Romher y el resto de mi familia vinieron a vivir a este pais durante la Segunda Guerra Mundial -me contestó con naturalidad.

- ¿Huyendo del regimen nazi, quizas? - le pregunté por decir algo.

- ¡El Fuhrer levantó a mi país de la humillación de la Gran Guerra, pero también lo estaba llevando al peor de sus desastres en la siguiente contienda mundial! - dijo Gustav Romher.

- ¡Bueno, vayamos al grano! ¿Para que ha ordenado a sus hombres que me traigan aquí? - le pregunte con decisión para no perder más el tiempo.

- Muy sencillo, quiero que haga una misión para mí: que me ayude a conseguir el Libro de Arena y el Idolo de las Cicladas que se encuentran depositados en la Universidad de Buenos Aires. - respondió Romher.

- ¿Esta loco? ¿Me tiene usted por un vulgar ladrón que recibe órdenes? Además, debería saber que el "Libro de Arena" es una invención del escritor argentino Jorge Luis Borges y que el "Idolo de las Cicladas" es un hallazgo arqueológico ficticio de otro escritor también argentino llamado Julio Cortázar! - respondí indignado.

Gustav Romher, como esperando esta reacción mía me contestó rápidamente:

- Los relatos de esos dos escritores que usted dice están basados en hechos reales, aunque pueden haberse omitido algunos puntos escabrosos. Se dice que los descubridores del Idolo de las Cicladas enloquecieron con la posesión de esa estatuilla y se mataron entre ellos, siendo abatido el último de ellos por la policía. En lo que respecta al Libro de Arena casi lo teníamos en nuestro poder cuando el hombre al que perseguíamos se lo dio a otra persona, la cual lo escondio en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. El libro estuvo perdido allí hasta que fue descubierto y cedido a la Universidad para su estudio.

Mire extrañado a aquel tipo sin creermelo para nada y le hice otra pregunta:

- ¿Y por que demonios quiere esas dos cosas?

Gustav Romher me miró y me dijo con aire serio:

- ¿Lo quiere saber, señor Mulligan? Si ha leido el cuento de Borges sabra que el Libro de Arena tiene infinitas páginas. Pues bien, una antigua leyenda conocida parcialmente y que está extendida entre algunas organizaciones esotéricas sostiene que este libro tiene propiedades mágicas tan infinitas como las páginas que contiene. Esta leyenda habla de una daga mágica que rasga este libro, haciendo salir de su interior una sangre mística que hará del afortunado que la beba un ser todopoderoso. Respecto al Idolo de las Cicladas es necesario que esa estatuilla esté presente durante el proceso y ante la imagen de una deidad de tiempos antiguos tallada en piedra. Si solo un poco de lo que ha llegado de esta leyenda a nuestros dias no se ha desvirtuado con el tiempo estamos ante un gran acontecimiento. ¡Imagine el poder que se puede conseguir teniendo a mano ese libro, el idolo y la daga!

- ¿Y dónde está esa daga de la que habla? - pregunté con curiosidad a aquel millonario de ascendencia alemana.

- ¡Está en camino hacia Buenos Aires! - contesto Romher.

- Pero me sigo preguntando que pinto yo en todo esto, señor Romher. - me quejé.

- Muy sencillo, la daga ha sido hallada recientemente y su descubridora, la arqueóloga Martha Louise Whiteman, llegará mañana a Buenos Aires para dar una conferencia sobre su hallazgo - me dijo Romher con una sonrisa sardónica.

- ¡Martha Whiteman! - dije sorprendido al oir ese nombre.

- ¡Si, una antigua novia suya y segun he averiguado siguen siendo amigos! Pues bien, ahí es donde usted tendrá que actuar. -me comentó Romher.

- ¿Y si me niego? - le respondí porque aquello no me gustaba nada.

- Entonces nos veremos obligados a robar los tres objetos en la Universidad y asesinar a la señorita Whiteman si se niega a entregarnos el objeto - me dijo Gustav Romher de manera amenazante.

- Es usted un cerdo, maldito hijo de... - dije a Romher mientras este se preparaba para una respuesta mucho mas demoledora que el peor de mis insultos:

- No se exceda, Mulligan. Por mucho menos mi padre mató a mucha gente en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial!

El recuerdo de un antiguo campo de concentración apareció en mi mente y no pude evitar un comentario:

- ¡Dios Mio, su padre Amadeus Romher fue uno de los primeros nazis en huir al continente sudamericano a causa del declive del régimen de Adolf Hitler!

Gustav Romher sonrió descaradamente y me dijo:

- Mi padre fue muy previsor al abandonar Alemania antes de la derrota total. Ahora gracias a la ayuda de esas tres preciosidades arqueólogicas que le he nombrado cumpliré el deseo de mi padre y los otros fundadores de la organización que represento: ¡EL RENACIMIENTO DEL REICH! Ya lo sabe, señor Mulligan, si decide no cooperar Martha Whiteman morirá, pero no tema que le daré una noche para que se lo piense...

Gustav Romher dio un grito de aviso y aparecieron el hombre de la cicatriz y su compañero en el despacho. Un descarado Romher les dio estas ordenes:

- ¡Encerrar al invitado bajo llave hasta mañana en una de las habitaciones de la mansión!

Los dos hombres me sujetaron por los brazos y decidí no oponer resistencia para no perjudicar todavía más mi situación. Me llevaron a una habitación de un piso superior que estaba preparada para mí y me cerraron con llave desde fuera. Despues oí los pasos de los dos hombres que se iban alejando poco apoco. Mientras se alejaban pude escuchar un fragmento de la conversación que mantenían:

- ¿Que órdenes tenemos si Mulligan se niega a colaborar? - Le preguntó el acompañante del hombre de la cicatriz a este sujeto.

- Lo mismo que tuvimos que hacer con aquellos dos invitados que perdieron el "Libro de Arena" - le respondió el hombre de la cicatriz a su compañero.

- O sea que lo tendremos que matar. ¡De acuerdo! - dijo el compañero al siniestro hombre de la cicatriz.

La audición de esas palabras me llenaron de una inquietud espantosa. Tenía que escapar de aquella mansión de cualquier manera y recibir a Martha en Buenos Aires antes de que la encuentren aquellos tipos!

 

III. La necesidad de escapar

La habitación donde estaba cautivo era bastante ancha y estaba amueblada con el buen gusto del resto de la casa. Una ventana que daba al exterior dejaba pasar los rayos de sol a traves de la habitación, calentando mi cara y manos. Me acerqué a la ventana. Al mirar al exterior descubrí que me encontraba en el tercer piso de la mansión. Desde allí veía todo el paisaje natural desde una privilegiada perspectiva. De pronto, el sonido de un coche me hizo mirar hacia abajo y descubrí el vehículo que previamente me había conducido hasta esta casa de locos, o mejor dicho del loco de Gustav Romher. Y cuando estaba pensando en Romher descubrí a este saliendo de la mansión y metiendose en el automóvil. A un gesto de Romher el chofer, tan mudo como siempre, puso en movimiento el coche y este abandonó la mansión para perderse rapidamente de la vista en el camino que conducía a la carretera.

Medité sobre las opciones que tenía para salir al paso del gran problema que se me había presentado. Me querían obligar a colaborar en una locura en la que tenían la desfachatez de meter a mi antigua novia Martha Whiteman. Esos canallas indudablemente habían estado rebuscando informacion sobre mi para utilizarla en consecuencia. Seguramente algún otro detective privado rival mío, quizás Eric Le Blanc, pero de eso ya me ocuparía más tarde. Lo que es seguro es que no me voy a a venir a colaborar con esa gentuza, va en contra de mis principios y más cuando se me fuerza a ello. Como seguramente me eliminarían de todos modos pensé en escapar lo antes posible, pero...¿cómo?

La puerta estaba cerrada por fuera y si utilizaba la fuerza para abrirla me oirían, y no me serviría de nada si me encuentro en las escaleras con los dos gorilas de negro de Romher. ¡Y eso sin saber si hay más sicarios de Romher por la casa!

En aquel momento miré en dirección a la ventana y pensé en el acto que era la única opción válida, pero todavía era de día y me exponía a que me descubrieran si intentaba hacer algo a la luz del sol y entonces nada ni nadie me libraría de una caída mortal al suelo. Decidí esperar hasta la noche para tener alguna posibilidad de fuga.

La noche llego a la mansión. No encendí en ningún momento la luz de la habitación y dejé como única fuente de claridad la luna en cuarto creciente que llegó atravesando los cristales. Habiendo decidido que había llegado la hora me dirigí a la ventana y la abrí. Ante mí se extendía un verdadero abismo que tenía que sortear para escapar. A la derecha intuí la presencia de alguna luz proveniente de alguna habitación. Sin pensarlo dos veces me enfilé por la cornisa en busca de esta habitación. Tuve mucho cuidado en no mirar hacia abajo y fuí caminando hacia la derecha hasta llegar a la ventana de una habitación tan oscura como la noche. Suponiendola desocupada decidí seguir adelante mi camino. Entonces vi que la luz provenía de la siguiente habitación. Llegué hasta ella con mucho cuidado para no despertar sospechas de quien fuera su ocupante.

Una mirada me permitió descubrir al mayordomo de la mansión -el que había abierto la puerta a mi llegada- preparandose para dormir. Unas cortinas me permitían mirar sin ser descubierto. El mayordomo, una vez vestido con su traje de pijama, entreabrio un poco la ventana. En aquellos momentos hice un repentino movimiento hacia el lado izquierdo que casi me hizo perder el equilibrio. El mayordomo no detectó afortunadamente para mí ningún signo extraño,se encaminó hacia la cama y apagó la luz.

Esperé una larga media hora hasta asegurarme completamente de que el inquilino de la habitacion conciliaba el sueño. Con mucho sigilo aproveché la ocasión para abrir la ventana e introducirme en la habitacion sin hacer ruido. El mayordomo no pareció escuchar nada y siguió durmiendo. Entonces me dirigí con mucho tiento hacia la puerta e intenté abrirla. Un inoportuno chirrido de la puerta al ser forzada intranquilizó el descanso del mayordomo, este se movió en la cama y entreabrió los ojos. Antes de que el mayordomo supiera lo que pasaba me acerqué a la cama y le dí un puñetazo en su mejilla izquierda. Fue tanta la energia que utilice en el golpe que el ocupante de la cama se quedó insconsciente al instante.

- ¡Felices sueños, amigo! - le dije ironicamente.

Sin esperar mas tiempo me encaminé a abrir la puerta y nada más abrirla vi a un hombre vestido de negro en la esquina de un pasillo que conectaba con las escaleras de la mansión. Aquel sujeto no era ninguno de los dos que había visto antes, por lo que este no me reconoció. Este vigilante se me acercó al descubrirme saliendo de la habitacion y me dirigió una pregunta natural en estos casos:

- ¿Quién es usted? ¿Que hace saliendo de la habitación del mayordomo?

Me lancé sobre él y antes de que pudiera reaccionar le dí un golpe en la entrepierna y lo hice caer al suelo. Me agaché y le di una sucesión de puñetazos en la cara que lo dejaron insconsciente como el mayordomo de la habitación. Asegurandome de que no me viera nadie más arrastré el cuerpo hasta el interior de la habitación del mayordomo y abrí la luz. El mayordomo seguía insconsciente después del golpe recibido anteriormente. Cambié mis ropas por las del vigilante y quedé como un respetable hombre de negro. Lamenté desprenderme de aquel excelente traje con él que había venido a Buenos Aires pero lo primero era lo primero. Me dí cuenta de que la pistola del vigilante estaba en uno de los bolsillos de aquella americana negra. Finalmente cerré la luz, salí de la habitacion y cerré la puerta.

Poco después de esto, cuando me dirigía por el pasillo para bajar a los pisos inferiores, otro hombre de negro apareció por las escaleras que yo esperaba bajar sin problemas. La nueva aparición me obsequió con una conversación con fuerte acento argentino que yo imité de forma eficaz:

- ¿Vos sois el nuevo, verdad? Vengo a relevarte. Ahora tendrás que ir a vigilar la Biblioteca y Sala de Arqueología del señor...

- Si, hoy es mi primer día. Por cierto, ¿donde queda la Biblioteca? - pregunté de la forma más natural que pude.

- Muy fácil. Bajas al primer piso y a la izquierda de todo encontrarás la puerta. - me contestó aquel hombre que trabajaba para Romher.

- ¡Gracias, hasta luego! - le dije amistosamente.

El hombre de acento argentino me saludó a su vez y terminó de subir las escaleras para incorporarse a su nuevo puesto de vigilancia. Decidí no perder más el tiempo observándolo y seguí bajando por las escaleras...

 

IV. Un coleccionista macabro

Llegué finalmente al primer piso y tenía pensado seguir hasta al piso inferior, localizar la puerta principal y huír de allí, cuando mi gran curiosidad me hizó preguntarme que demonios habría en aquella Biblioteca para mantenerla bajo vigilancía directa. Decidí seguir mi instinto de investigador y me encaminé hacia la puerta de la Biblioteca por el camino que me indicó aquel argentino. Finalmente llegué hasta la puerta y la abrí. Lo que ví ante mí me dejó con la boca abierta. Aquella biblioteca era una inmensa sala donde se hermanaban estanterías de libros y vitrinas con innumerables muestras arqueológicas. La puerta de la biblioteca estaba situada en lo alto de unos escalones que conducían al interior de aquella gran colección. Decidí bajarlos y adentrarme en aquella parte de la casa de Romher.

Las muestras arqueológicas fueron lo primero que me llamó la atención para investigar. Durante mi relación con Martha Whiteman me había enterado lo suficiente de arqueología para reconocer algunas de las piezas que se podían encontrar allí. La primera evidencia fue una estatua del dios fenicio Dagón que me causó gran admiración por su diseño.

A la izquierda de esta estatua ví otra que representaba a otra deidad, pero esta no correspondía a un dios fenicio, sino a Set, uno de los dioses del Antiguo Egipto. Me acordé entonces de que Martha Whiteman me había dicho hacía tiempo que ese dios-serpiente era fuente de discusiones entre la clase arqueológica, ya que existía una teoria de un compañero de profesión de Martha que aseguraba que el culto a Set no era originario del Egipto de los faraones sino de mucho más atrás, de unas antiquisimas civilizaciones llamadas Acheron y Estigia que presuntamente debieron existir hace más de 15.000 años.

Dejé de pensar en esta cuestión cuando ví una pequeña estatuilla polinesia, seguramente proveniente de la isla de Ponapé, cuya imágen me repugnó. Sentí asco al observar la aforma deidad que debiera representar aquella cosa: una especie de mezcla de hombre, pulpo y calamar. Más allá de aquella forma detestable descubri dos totems que representaban a Yig, el padre de las serpientes, y el Wendigo, el espíritu de los bosques. Estas dos últimas deidades tenían en común que pertenecían a la mitología de los índios norteamericanos.

Dí la espalda a todo aquello y mi mirada alcanzó a ver la estanteria de libros que estaban frente a aquellas muestras arqueológicas. Me llamó la atención la interesante gama de volúmenes que tenía ante mí. Reconocí títulos como "Ars Magna et Ultima" de Ramon Llull, "Quiromancia" de Robert Flud, "Belfegor" de Maquiavelo o "Del Cielo y el Infierno" de Swedenborg.

De pronto me paré ante un inesperado libro llamado «El Rey de Amarillo». Recordaba haber leido ese nombre en un cuento del escritor Robert W. Chambers que utilizaba algunos elementos de las historias de Ambrose Bierce. ¿Pero como podía ser posible? ¿Acaso no era una invención literaria? Con estas dudas en mi cabeza seguí mirando y descubrí otros libros cuya existencia me terminó de poner de los nervios, ya que ví diversos ejemplares de obras como el «Unaussprechlichen Kulten» de Von Junzt, el «De Vermis Mysteriis» de Ludvig Prinn, el «Viajes al Otro Mundo» de Dark Morgan o el raro de encontrar «Apuntes sobre Justin Geoffrey» de Carole Dablemont.

Fui atando cabos. Aquellos libros hablaban de brujería, magia negra y monstruosidades afines y me dí cuenta de que Gustav Romher no era un loco cualquiera. Aquellos volúmenes y las muestras arqueológicas de la biblioteca no eran fantasías de locos y comprendí el enfermizo interés de aquel hombre por «El Libro de Arena» y «El Idolo de las Cicladas» de los escritores argentinos Borges y Cortázar. Me puse tan nervioso por el brusco cambio de mentalidad que me supuso ese descubrimiento que me puse a correr hacia la salida de aquella sala de demoniacos presentimientos.

Una vez fuera de la biblioteca seguí corriendo, baje lasescaleras del primer piso y llegue hasta delante de la puerta principal. Ante ella se encontraba el hombre de la cicatriz que me había conducido hasta la mansion de Gustav Romher.

- ¿Intentando escapar, eh? ¡Tú te lo has buscado! - me dijo el hombre de la cicatriz a la vez que sacaba una pistola.

Aquel sujeto comenzó a disparar. Me tiré al suelo instintivamente y las balas solo tuvieron tiempo de rozarme la cabeza. Cogí la pistola que tenía en uno de los bolsillos de la americana y disparé como respuesta a aquel ataque.El disparo alcanzó al hombre de la cicatriz en una pierna y esté cayó al suelo lamentándose. Aquel momento era mi oportunidad para escapar de allí y llegué corriendo hasta la puerta. Mientras el hombre de la cicatriz no dejaba de expresar su dolor y de llamar pidiendo ayuda, pude abrir la maldita puerta y correr hacia la noche...

Diez minutos después corría al lado de una carretera, sabiendo que sólo era cuestión de tiempo que los gorilas de la mansión corrieran detrás mio. Estaba inmerso en ese pensamiento cuando ví aparecer a lo lejos los faros de un coche, para forzarlo a parar me metí en medio de la carretera. El automóvil se detuvo y una voz femenina de acento argentino me recriminó mi actitud:

- ¿Es que quiere que lo mate o qué, chalado?

No perdí el tiempo y le dije claramente:

- ¿Por favor, hacia donde se dirige usted?

- ¡A Buenos Aires!- me respondio la conductora del automóvil.

- ¡Por favor, lleveme hasta Buenos Aires, se lo suplico! ¡Mi vida y la de otra persona puede estar en juego!- le pedí todo desesperado.

A lo lejos aparecieron tres figuras de negro apenas visibles en la noche. La conductora y yo escuchemos una voz proveniente de aquel trio:

- ¡Ahí esta el fugitivo! ¡Disparad a matar!

La conductora se hizo cargo de la situación, abrio una de las puertas delanteras de su coche y me dijo:

- ¡Suba, deprisa!

Una vez que me encontré dentro del automóvil y este comenzó su marcha los hombres de negro comenzaron a disparar errando todos sus intentos por la considerable distancia a la que se encontraban. El automóvil de mi salvadora desapareció de la vista de aquellos matones y al mirar hacia atrás casi podia intuir que debieron quedarse impotentes de rabia ante mi fuga.

Giré la cabeza hacia adelante y dejé escapar un suspiro de alivio en el asiento delantero del coche. La noche continuó mientras aquel vehículo seguía su camino a la capital de la Argentina...

 

V. Reencuentro con Martha

Estoy de mañana en el aeropuerto de Buenos Aires. Como he llegado aquí y como he sabido de la llegada del avión de Martha es lo de menos. Lo importante es estar aquí para cuando ella llegue y que no la sorprendan esos bellacos que me capturaron y estuvieron a punto de matarme. No pienso permitir que toquen a Martha por su siniestro cargamento, eso que tanto ansía el miserable de Gustav Romher. Juro que si le pasa algo a Martha se acordaran de mí. Pero bueno, será mejor que me deje de mover de un lado a otro y me siente hasta que la vea llegar, estar intranquilo no me va a hacer ningún bien. ¡Que poco confortable que son estos asientos de espera sabiendo lo largas que pueden ser estas esperas! ¡Los minutos me pasaban como si fueran horas o incluso dias y encima no tengo a mano mi inseparable compañera, una botella de Jack Daniels!

- ¿Vos tenes fuego? - me dijo una mujer que tengo sentada a mi izquierda. De forma cortés puse a mano mi encendedor y le encendí su cigarillo.

- ¿Esperando a una mujer por la que sintió algo, señor? - me preguntó ella.

- ¿Como lo sabe? - le pregunté yo todo sorprendido.

- Muy fácil, le he observado y no actua con la tranquilidad que da la rutina de recibir a un familiar o una esposa. Está  angustiado por la persona que espera..- me contestó ella.

Mi sorpresa fue notoria y no pude reprimir una frase al respecto:

- ¡Efectivamente! Y no me trates de señor, llamame James!

La mujer esbozó una sonrisa con sus labios y me dijo:

- Muchas gracias, James. ¡Puedes llamarme Rosa!

Rosa era una chica de largos cabellos rubios a la que calculé sobre unos veintiocho años, aunque su cara le hacía parecer mas demacrada y gastada, algo que la haría más vieja de lo que era para ojos menos atentos que los mios. En la pausa que siguió a su última frase, noté en ella algo que me llamó la atencion. Unos labios inexpresivos a los que acompañaba una mirada triste y pérdida mientras gastaba el cigarrillo que le había encendido antes.

No pude evitar hacerle una pregunta con una sonrisa complice por mi parte:

- ¿A quién esperas, Rosa? ¿A tu novio, quizas?

- ¡Si, espero al chico del cual estoy enamorada! - me contestó ella sin perder esa mirada triste que tanto me llamaba la atención.

- ¿Y desde cuanto tiempo lo esperas? - le pregunté yo para continuar aquella conversación.

Rosa perdió su mirada perdida y mirándome fijamente con sus ojos me dijo:

- Antes de conocer a Jorge nunca había conocido a nadie por la que hubiera sentido tanto. Era toda atención conmigo y a su lado me sentía querida y protegida del resto de la gente, inmersa en una hipocresía y mediocridad de vida de la que no son conscientes. Es un buen muchacho y me quiere tanto que va a pedir el divorcio a su mujer. Mi amado llegará hoy día 31 de enero de 1988 en el avión de las once.

Esta última afirmación me sorprendio completamente y le dije la fecha correcta del día de hoy:

- ¡¡¡Rosa, pero si hoy estamos a 31 de enero de 1998!!!

Rosa me miró como si estuviera loco y me dijo:

- Sé muy bien que estamos a 31 de enero de 1988. ¡Él tiene que llegar en el avión que llega al aeropuerto de Buenos Aires a las once del mediodía!

Yo no pude evitar entonces que un sentimiento de tristeza naciera dentro de mí. Dije a Rosa con sentido interés:

- ¿¿¿Rosa, estás seguro de que Jorge te quiere???

- Jorge me quiere. ¡Hoy es el dia 31 de enero de 1988! - me dijo ella.

Pasó el tiempo y con él las once de la mañana. Rosa, al ver que no llegaba quien ella esperaba, se levantó y se despidió amablemente de mí:

- ¡Adios, James! ¡Que te vaya bien con la persona que esperas! Nos veremos mañana día 31 de enero de 1988.

Mientras se marchaba pasó al lado de un encargado de la limpieza del aeropuerto que le dijo «Hasta mañana, Rosa» como si estuviera acostumbrado a ver cada día a Rosa en la misma sala. Noté que el encargado lanzaba una mirada triste a Rosa mientras esta se alejaba.

Sentí dentro de mí ganas de levantarme y alcanzarla, de intentar hablarle, de decirle que olvidara a su primer amor, que no perdiera todo lo que le restaba de juventud por alguien que no la merecía, pero no pude y detuve ese pensamiento. Deduje que no podía haber nada por Rosa, su reloj se había parado por culpa de un hombre que se aprovechó de ella y luego la abandonó. Estaba claro que no lo había superado y su mente se refugiaba cíclicamente en esa fecha tan repetida por ella. No podía hacer nada, pero le desee que la fortuna le sonría alguna vez y que el día 31 de enero de 1988 alguna vez sea el final de su espera y que el reloj de su vida vuelva a funcionar. Lo deseo de todo corazón.

Después de sacar mis propias conclusiones personales sobre Rosa el tiempo pasó sin que nadie más me hiciera caso alguno. Llegaron las doce y siete de la mañana y entonces apareció Martha por la puerta de la que venían los pasajeros. Martha Whiteman, la conocida arqueóloga que llegaba a Buenos Aires a presentar su último descubrimiento, ese objeto por el cual Gustav Romher quería poner en peligro su vida. Iba acompañado de otro individuo, que juzgue como un compañero de profesión de Martha. Sin poder esperar mas me dirigí hacía la pareja mientras miraba a un lado y a otro por si había algún sicario de Romher al acecho. Falsa alarma.

- ¡James, que sorpresa! ¡Aquí en Buenos Aires! - me dijo Martha nada más verme y de bote pronto comenzó a dirigirse a mí. Su compañero hizo lo mismo al ver el camino que tomaba su colega. Mientras caminaba hacia mí note que no había perdido esa elegancia al andar tan característica en ella, una elegancia tal que en esos momentos le encontré un perfecto simil musical en la canción «One Note Samba» de Antonio Carlos Jobim. Todo era musical en Martha, su cabello rojo, su figura, su ropa de moderna textura,... y me lo pareció todavía más cuando llego hasta mí y nos obsequiemos con dos besos en las mejillas.

- ¡Jesús, este es James Richard Mulligan, un viejo amigo mio! ¡James, este es Jesús Azarías Álvarez, mi compañero habitual en las excavaciones arqueologicas! - dijo Martha presentándonos a su compañero y a mí.

- Mucho gusto. Como creo que tendreis muchas cosas que explicaros me adelantaré para lo de la estancia en el hotel, chao! - nos dijo Jesus Álvarez a Martha y a mí y después se alejo para preparar y transportar todo el equipaje pendiente. No sabrá nunca como agradecí que me diera aquella oportunidad de estar a solas con Martha.

Aproveché aquella ocasión para hacer una petición a mi amiga:

- Bueno, Martha, ¿que te parece si nos vamos de aquí y pasamos un rato encualquier local tranquilo de la ciudad?.

Martha esbozó una sonrisa y me dijo a continuación:

- ¡Como quieras, James, después de tanto tiempo será bueno tener una charla para saber como nos va a los dos!

Sentí una gran alegría y alivio en mi interior.

El bar-restaurante bonaerense donde fuímos al final, era muy confortable y de gran amplitud. Todas las mesas estaban adornados de un mantel blanco como la nieve y una vela encendida en su centro, que proporciona la acostumbrada complicidad a una reunion entre dos. Noté que no eramos las únicas parejas que estaban compartiendo intimidad en aquel momento, ví por los menos a varias bellezas argentinas que estaban con sus galanes, uno de ellos me dio la impresión de que se parecía físicamente a Carlos Gardel, el cantante de «El Dia Que Me Quieras». Pero no fue música de tango de Gardel o Piazzolla lo que se oyó a través de los altavoces del local sino la balada «Reflections» del gran pianista de jazz Thelonious Monk. El comienzo de flauta de aquella composición y el ver a Martha sentada enfrente mío me hizo venir un arrebato de nostalgia:

- ¡Hacia mucho tiempo que no te había visto, Martha! ¿Que ha sido de aquella estudiante de arqueología de la universidad? - dije para comenzar a abrir brecha en la conversación.

Martha sonrio gratamente y afrontó la respuesta de esta manera:

- ¡Ha pasado tanto tiempo, James! ¡Todavía recuerdo los tiempos en los que te pasabas horas y horas delante del televisor viendo «El Halcón Maltés», esa película de Humphrey Bogart basada en la novela de Dashiell Hammett!

» Pues mi vida ha ido muy bien, James, conseguí mi título oficial de arqueóloga y comencé a viajar por todo el mundo, como una Indiana Jones cualquiera, buscando los restos de antiguas civilizaciones.

Fingiendo que no sabía nada de lo que le traía a Buenos Aires le pregunté:

- ¿Y que te trae por Buenos Aires, Martha? ¿No te agrada el aire viciado de las ciudades de nuestro país?

Martha sonrio ante mi bromista juego de palabras y me contestó:

- Dar a conocer mi último descubrimiento en una conferencia que daré hoy a las tres de la tarde en la universidad de Buenos Aires. Es lo que en estos momentos mi compañero Jesús llevara a la universidad una vez acabe de dejar el equipo en nuestro hotel. ¿Te preguntas porque tanto cuidado, James? Es obvio, ya que no quiero que le ocurra nada a la Daga de Bubastis.

La audición de ese nombre me hizo decir enseguida a Martha:

- ¿Bubastis? ¿La ciudad erigida por los antiguos egipcios en honor a la diosa-gata Bastet?

- ¡Exacto, ya veo que no te has olvidado de aquellas veces en que me ayudabas a repasar los apuntes de arqueologia! - me dijo Martha sonriendo de oreja a oreja.

De pronto, comenzó a sonar por los altavoces otra composición de Thelonious Monk. Al reconocer los acordes de «Ruby, My Dear» se me puso la piel de gallina y me trajo unos recuerdos involuntarios a la cabeza. El oir el sonido solitario del piano del jazzman me distrajo de la conversación y susurré unas palabras que no hubiera querido pronunciar:

- Que lastima que tuvieramos que acabar asi, Martha...

La cara de Martha paso de la sonrisa angelical de antes a una mirada tan nostálgica como agridulce:

- Fue mejor para tí y mejor para mí. Fue lo mas adecuado. Así pudimos llevara cabo nuestros propósitos, tú el de detective privado y yo el de arqueóloga. ¿O es que acaso sigues pensando que tenía que haber dejado mis estudios y no labrarme mi propio porvenir?

- ¡La arqueología te quitó mucho tiempo que podías haber compartido conmigo! - dije de forma irreflexiva.

- James, que nos conocemos demasiado, lo que te paso es que no tuviste ninguna confianza en mí. Siempre pensabas en lo peor, no podía ni siquiera una simple confianza con mis amigos de la universidad ni tener mi propia vida social - contestó Martha con acritud.

- No digo que yo no tuviera parte de culpa, pero fuiste demasiado independiente y misteriosa para mi gusto y lo que colmaba el vaso es que retrasabas nuestras citas si había reuniones en la universidad o te encerrabas todo el día para memorizar cualquier cosa quién sabe si relacionada con Alejandro Magno, Julio César, los pictos de Caledonia o con  cualquier grupúsculo pérdido de gente muerta hace siglos. No me hacías caso y no sabía nada de lo que hacías, era como si fuera nada para tí. Al final me harte y me fui, nosin antes decirtelo a la cara - dije yo.

- Hiciste bien, por que sí no lo hubieras hecho así no te lo habría perdonado nunca... - me dijo Martha con una mirada más que seria.

Entonces me rodeó con sus dos manos una de las mias y me dijo:

- James, por favor, el pasado es pasado y aprovechemos la amistad que quedó de aquella relacion tan maravillosa, en la que aprendimos mucho el uno del otro....

- De acuerdo, la verdad es que eramos tan jóvenes como tozudos...- dije a mi amiga para después proseguir con más palabrería para zanjar aquel conato de discusión:

- Y es más, si no lo hubieramos superado hubieramos perdido nuestra juventud en vano intentando recobrar algo que murió y que ya no volverá jamás. Tenemos que aprender a sobrevivir sin el amor que terminó para dar la oportunidad a otro que nos esté aguardando quien sabe donde. - y entonces recordé mi conversación con Rosa en el aeropuerto. James Mulligan y Rosa, la cara y la cruz de una misma moneda.

- ¡Si, mejor asi que no acabar odiandose sin necesidad! - dijo Martha para concluir aquella conversación.

De pronto la irrupción de la feroz sección de vientos de otro tema de Monk, el «Brilliant Corners» sonó de forma atronadora por los altavoces del local y nos sacó de la atmósfera con sabor a pasado que nos había envuelto en su seno. Habíamos perdido la noción del tiempo. En ese momento sonó un teléfono móvil. Era el de Martha. Martha lo sacó del bolso que había llevado hasta el bar-restaurante y por la conversación deduje que era Jesús Álvarez, su compañero de profesión. Cuando terminó y Martha devolvió el móvil a su bolso:

- James, tenemos que irnos. Todas mis cosas están en el hotel y tengo que preparar mi conferencia de esta tarde en la Universidad de Buenos Aires. Ya seguiremos en otro momento.

Me dirigí una vez más a ella antes de que pudiese levantarse de la silla:

- ¡Martha, la Daga de Bubastis de la que me has hablado puede traerte problemas... alguién va detrás de ella y no con buenas intenciones precisamente!

Martha no pareció comprender toda la importancia de lo que le decía y solo pensaba  marcharse de allí:

- ¿Ah, sí? Me lo explicarás después, James. Si quieres antes de que comience la conferencia en la Universidad. Nos vemos alla, ¿O.K? - y antes de que pudiera decir nada más se marchó rápidamente del local.

Yo intenté seguirle y un camarero se interpuso ante mí:

- ¡Vos tenes que darme el importe de la cuenta, che! - dijo este con natural interés.

Y es que a medida que estabamos enfrascados en nuestra conversación, habíamos tomado unos aperitivos y, como no, un poco de Jack Daniels vertidos en sendos vasos, paradójicamente ello podría ser la muestra mas clara de lo que Martha había aprendido de mí.

- ¡Si, claro, un momento! - dije al camarero y saqué el importe exacto y se lo entregué sin protestar.

Cuando salí a la calle, delante de la puerta del bar-restaurante, no ví a Martha por ninguna parte. Seguramente habría cogido un taxi para dirigirse al hotel que compartía con Jesús Álvarez o tal vez a la Universidad. ¡Todo había pasado tan rápido! Decidí esperar hasta ver pasar un taxi y llamarle la atención.

Al final llegó la oportunidad y entré en el interior del coche:

- ¿A donde quiere ir, señor? - me preguntó el taxista. Le dije a la dirección del pequeño hotel donde me hospedaba en mi estancia bonaerense. Al llegar delante de la entrada del hotel le dije que me esperara en el mismo punto una hora más tarde para conducirme a la Universidad de Buenos Aires.

Sólo me quedaba descansar hasta la hora pactada con el taxista. Subí a mi habitacion y me eché una siesta.

 

VI. La universidad de Buenos Aires

Estaba claro que la suerte se aliaba contra mí. Había cogido el taxi para ir a la Universidad y asistir a la conferencia de Martha cuando un gran atasco echó todos mis planes al garete. Para cuando el taxista pudo llevarme a la universidad ya había pasado más de una hora del inicio de la conferencia y me encontré con que la sala de conferencias tenía las puertas cerradas. En vista del panorama, me resigne y decidí esperar. Aproveché la ocasión para encender un poco de tabaco y aquí estoy ahora, yendo por el cuarto cigarrillo que me ventilo mientras espero que termine la dichosa conferencia.

De pronto creí ver una cara conocida bajando unas escaleras que estaban cerca de donde me encontraba sentado. ¿Y si fuera uno de los esbirros de Romher? ¿Y si era el hombre de la cicatriz? Tenía que investigar, si uno solo de esos gorilas de Romher estuviera presente en la Universidad la vida de Martha y de su compañero Jesús Álvarez podía correr peligro. Con mucho sigilo, cuidando de no ser descubierto por quién había bajado previamente por esas escaleras, bajé yo también y llegué al final de aquel camino, que acababa en los lavabos. Con mucho sigilo, saqué aquella pistola robada en la mansión Romher que seguía en mi poder y entré en el sitio.

Cual fue mi sorpresa cuando ví a un hombre que portaba una cicatriz pero que no se trataba de quien yo había pensado. Este llevaba una cicatriz en el lado contrario del gorila de Romher. El hombre, viendome pistola en mano, se asustó de mala manera y casi creía que le iba a dar un ataque. Viendo que había metido la pata hasta el fondo me empecé a disculpar por mi actuación cuando de repente sentí un golpe salvaje en mi cabeza, por la espalda, que me hizo caer hacia adelante. El hombre que tenía ante mí se asustó todavía más y huyó rápidamente por la puerta. Al mirar hacia atrás me dí cuenta de lo bobo que había sido... El maldito hombre de la cicatriz, aquel sicario de Romher que me había disparado en la mansión del millonario, me había sorprendido por detras. Mi pistola cayó a poca distancia de donde yo había caído.

- ¡Volvemos a encontrarnos y esta vez me asegurare de que sea la última! - me dijo en tono irónico el hombre de la cicatriz mientras empujaba la pistola al exterior de los lavabos. Despues se dirigió hacia mí, cojeando levemente por la herida de bala que le había inflijido el día anterior. Comenzó a darme patadas mientras seguía en el suelo. Acto seguido reaccioné y me levanté. Comenzó entonces una lucha cuerpo a cuerpo.

El hombre de la cicatriz me propinó una serie de golpes que no encaré demasiado bien. Entonces le propiné un golpe en la pierna de la que cojeaba pero solo logré enfurecerle más. Hacía mucho tiempo que no había tenido un oponente con tanta fuerza fíisica, era un auténtico mastodonte. Un brutal puñetazo de uno de sus puños en mi estómago me hizo gemir de dolor y se me nubló la vista, momento que mi oponente aprovechó para lanzarme sobre uno de los espejos del lavabo. Este se resquebrajó por el contacto de mi cabeza y caí hacia atrás. Noté que un pequeño reguero de sangre estaba corriendo por mi cuero cabelludo pero que no iba a ser el mayor de mis problemas en aquella lucha.

El hombre de la cicatriz, consciente de su superioridad en aquellos momentos,me dijo de la manera más soez posible:

- ¡Patético bacán estás hecho, terminaré el trabajo de una vez!

De uno de sus bolsillos sacó un puñal de escalofriantes dimensiones y se dirigió hacia mi con esta terrible frase:

- "Adios, gringo Mulligan"

Viendo el panorama que se me acercaba le propiné desde el suelo una patada en la entrepierna que le dejó momentáneamente aturdido. Aproveché para incorporarme torpemente del suelo y traté de alcanzar la puerta. No me dio tiempo y el hombre de la cicatriz me alcanzó y los dos caimos al suelo. Mi oponente se situó encima mío e intentó clavarme el puñal con su mano derecha, movimiento que le intercepte agarrando su muñeca con una de mis manos. ¡Un segundo más y me hubiera quedado sin yugular, ya que la punta del puñal quedó lacerando la carne de mi cuello! En aquellos momentos ví sus ojos inyectados en sangre y tuve un miedo irracional por mi vida.

Tuve entonces la reacción propia de un animal que lucha por su existencia e hice un esfuerzo sobrehumano hasta apartar la mano que portaba el puñal hasta un lugar menos amenazador para mi vida. Una vez conseguido mi propósito hice un movimiento brusco y giramos en el suelo. Gracias a esto el puñal de mi adversario cayó de su mano y con la furia de un loco oprimí mis dos manos sobre el cuello de mi oponente para estrangularlo. ¡Era mi vida o la suya! El hombre de la cicatriz rodeó mis manos para apartarlas de su cuello. Apreté más fuerte para contrarrestar su resistencia. El tiempo se hizo horriblemente largo, el hombre de la cicatriz siguió forcejeando. Apreté más fuerte las manos. Un poco después noté que las manos de mi oponente comenzaban a perder fuerza y aumenté todavía más la fuerza de mis manos poniendo en total tensión todos los músculos de mi cuerpo. Fuera de mi apreté y apreté hasta que noté que las manos de mi oponente dejaron de ofrecer resistencia y cayeron inertes al suelo. Los ojos del hombre de la cicatriz se quedaron fijos mirando el techo de aquellos lavabos. Me levanté como pude. ¡Me encontraba agotado, magullado y con una pequeña cantidad de sangre coagulada en la cabeza pero seguía con vida!

Pero no era momento de descansar, Gustav Romher estaría en el edificio con más hombres por lo que salí de los lavabos, recogí mi arma y corrí escaleras arriba hacia la sala de conferencias. La conferencia ya había acabado y solo ví a Jesús Álvarez terminando de hablar con algunas personas, seguramente periodistas o arqueólogos. Me dirigí hacia el compañero de Martha a la vez que Jesús despachaba a las personas que lo rodeaban. Jesús reparó en mí y me miró sorprendido:

- ¿James, donde has estado? ¡Martha te estuvo esperando antes de la conferencia!

Con todas las prisas del mundo le dije:

- ¡Óyeme, Martha está en peligro! ¿Donde está?

- Ha ido a hacer una visita a su amigo Mario Márquez, el profesor de literatura de la Universidad. - me dijo Jesús sorprendido de la urgencia e importancia de saber el lugar donde se encontraba Martha.

- Rápido, vayamos corriendo al despacho de ese Márquez o Marqués, es cuestión de vida o muerte! - le dije gritando y los dos comenzamos a correr en dirección al despacho de ese profesor de la universidad. Jesús iba delante mio al conocer la Universidad de Buenos Aires, mientras yo aprovechaba para preparar la pistola que me había llevado de la mansión de Romher. Llegamos y abrimos la puerta sin avisar....

Jesús y yo nos encontramos con el peor panorama posible, en el despacho de Márquez estaban presentes -además de Martha- tres hombres de negro armados, el mismo Gustav Romher y un desconocido. Deduje que el desconocido era el profesor de literatura Mario Márquez, un hombre de avanzada edad del cual intuí por sus facciones que debía ser una persona muy inteligente y sensible, con una vitalidad que ya querrían para si muchos niñatos que se las dan de ganadores en la vida sin haber hecho nada. No me extrañó que fuera amigo de Martha, a pesar de lo cabezota que fuera ella en ciertos momentos. Me fijé en que Márquez parecía mantener la calma aunque se encontrara con una pistola de un sicario de Romher apuntándole.

Habían sorprendido a Martha y el profesor antes de que llegaramos. Romher, que iba armado también, me dijo al verme:

- ¡Hombre, señor Mulligan, que gusto vernos de nuevo! Eso significa que se ha deshecho de Augustus, uno de mismejores hombres. Le felicito -  Su porte denotaba una gran dosis de ironía.

Romher tenía cogida a Martha por el cuello y le apuntaba con la pistola a la cabeza. Ello me dejaba con poco margen de acción si no quería poner en peligro la vida de mi amiga. El millonario se dio cuenta de ello y me dijo:

- ¡Tire su pistola al suelo si no quiere que el cerebro de la señorita Whiteman salga desperdigado en todas direcciones!

- ¡Miserable! - le dije enfurecido a Gustav Romher. Jesús Álvarez parecía pensar como yo pero fue mas inteligente y prefirio no decir ninguna frase.La situación era muy tensa.

Entonces Mario Márquez, me habló todo desesperado:

- ¡Por favor, joven, tire el arma y no haga tonterias!

Como no tenía opcion alguna tiré el arma al suelo y uno de los sicarios de Romher aprovechó el momento para recogerla del suelo. Apuntándonos con la pistola a Jesús y a mi, nos hizó pasar al interior del despacho y cerró la puerta.

- ¡Y ahora sigamos hablando del «Libro de Arena», profesor Márquez! - dijo Gustav Romher.

Martha ya no pudo más y le grito a su captor que la soltara. Mario Márquez apoyó la frase de su amiga:

- ¡No sé que pretende con esto pero no puedo entregarle el Libro de Arena!

Romher se tomó a broma las afirmaciones de Mario e hizo una seña a dos de sus hombres. Mientras yo era apuntado por uno de los gorilas los dos hombres se acercaron a Jesus Álvarez y comenzaron a darle una paliza ante nuestros ojos. Los matones de Romher le dieron sucesivos y contundentes golpes en cabeza, cara, estómago y espalda al arqueólogo. Por la expresión de sadismo que ví en la cara de Romher intuí que íba a dejar que sus secuaces mataran a aquel hombre a golpes si el profesor Márquez se negaba a colaborar.

- ¡Dejarlo en paz! - dijo Martha toda horrorizada viendo como los matones de Romher se aprovechaban de su superioridad númerica frente a Jesús. Yo me mordía los labios de impotencia al no poder intervenir.

Mario Márquez no pudo soportar más la escena y le dijo a Romher:

- ¡¡¡Basta ya, por favor!!! ¡¡¡Le dare el «Libro de Arena» pero antes ordene a sus hombres que dejen al arqueologo Jesus Alvarez!!!

Gustav Romher dejó de sujetar a Martha e hizo una señal a sus hombres para que dejaran de apalizar a Álvarez. El aspecto del compañero de Martha era algo dantesco, estaba extendido en el suelo casi inconsciente y diciendo gemidos incomprensibles. Le salía sangre por la nariz y la boca como consecuencia de la brutal paliza. Martha llegó corriendo hasta él y se agachó para atenderle.

Gustav Romher apuntó a Márquez con la pistola mientras le decía:

- Ahora vaya a la sala de libros prohibidos que tienen aqui en la Universidad de Buenos Aires y coja el libro. Uno de mis hombres le acompañara hasta alli.

- ¡De acuerdo, de acuerdo, iré a buscar las llaves y le traere el Libro de Arena! - dijo resignado Mario Márquez al no ver otra posibilidad.

El profesor de literatura salió del despacho acompañado de uno de los secuaces de Romher, al cual este llamó Alejandro para indicarle que siguiera a Márquez. Alejandro iba armado con una pistola para vigilar a Márquez. Después de una pequeña espera volvieron los dos. Mario tenía en las manos el famoso «Libro de Arena», el fantasmagórico volúmen que inspiró el cuento honónimo a Jorge Luis Borges. Mario se lo entregó a Romher y este sonrió de oreja a oreja al ver ese libro tan deseado entre sus manos. Despues hizo una señal a su secuaz Alejandro y este le dió un golpe por detrás con su pistola al profesor de literatura. Mario Márquez cayó inconsciente al suelo.

- ¡¡¡Mario!!! ¡¡¡No!!! - gritó Martha.

Aquello era demasiado y yo estaba perdiendo la paciencia. De un momento a otro me iba a dar igual si me encontraba apuntado por una pistola. Romher miró a Martha y le dijo estas palabras en un tono tan irónico como insultante:

- ¡Tranquila, señorita Whiteman, sólo estara inconsciente! ¿Una gran amistad y aprecio por este viejo, eh? De todas formas no será una gran perdida en el peor de los casos!

Martha estuvo a punto de lanzarse sobre Romher pero se controló para no hacer ninguna tontería en esos momentos.

Gustav Romher siguió aprovechándose de su posición:

- Y ahora, miss Whiteman, usted sera la encargada de proporcionarme el Idolo de las Cicladas y la Daga de Bubastis una vez hayamos salido de este despacho. Ya se ocuparan de atender al profesor y a su compañero arqueólogo. En caso de que se resista tenemos a su amigo James Mulligan en nuestro poder...

Acto seguido salimos todos juntos del despacho de Márquez: Romher, Martha, yo y los tres secuaces del millonario argentino.

A Martha le resultó muy facil conseguir los dos objetos arqueólogicos que deseaba el villano. Romher no cabía de gozo. Una vez con los tres componentes del rito macabro en su poder -El libro, el idolo y la daga- pensaba que nos iban a dejar en paz, pero nos obligaron a salir de la universidad con ellos. No despertamos sospecha alguna entre el personal de la Universidad en nuestra salida.

Afuera nos estaban esperando dos coches, uno para Romher, Martha y yo y el otro para los tres hombres de Romher. En el coche que Martha y yo ocupamos, estaba un secuaz armado ademas del mismo chofer que me había llevado a la mansión de la que había escapado el dia anterior. El automóvil arrancó y nos fuimos alejando de la Universidad.

- ¿A dónde nos lleva? ¿De vuelta a su mansión? - le dije a Romher.

Este me contesto:

- No. A la sede de la organizacion secreta que dirigo, a la que fuí ayer mientras usted planearía seguramente escapar de mi mansión.

- ¿Y que pintamos nosotros para acompañarle hasta allí? - le dijo Martha toda enojada sin comprender del todo quién era su captor y que pretendía. Martha estaba muy rabiosa por la violencia física que se había empleado con su amigo Mario y con su compañero de profesión Jesús.

Al final no pudo reprimirse mas y le dijo a Romher:

- ¿De que va usted? ¿Cree que puede ir por la vida amenazando con palizas? ¿Porque tenemos que acompañar a un gusano repugnante como usted?

Yo estaba muy tenso porque no sabía como iba a tomarse Romher esos insultos, todo era posible y Martha y yo estabamos en una situación de desventaja, algo que mi amiga pelirroja no parecia recordar por los nervios.

Gustav Romher dejó traslucir una sonrisa de seguridad y contestó a Martha:

- ¡Usted y Mulligan serán testigos del advenimiento de una nueva era, una era en la que la Nueva Golden Dawn conseguirá acceder al gran poder que hará posible el retorno de los tiempos gloriosos del Reich!

- ¿La Golden Dawn? ¿La Nueva Golden Dawn? ¿El retorno del Reich? - pensé para mi.

Por un instante creí que estaba soñando y que me encontraba dentro de una horrible pesadilla, pero acabé admitiendo que estaba viviendo una terrible realidad....

 

VII. Los herederos de la Golden Dawn

- ¡Esto es una soberana paliza! -dije fuera de mí.

Y no era para menos, ya que para los exámenes de final de curso de la Universidad nos habían endolsado la realización de un trabajo sobre unos libros tan incomprensibles como fraudulentos. No entendía que tenían que ver «El Libro de Dzyan» de Helena P. Blavatsky y «The Witch Cult in Western Europe» de Margaret Murray con la rama que estudiaba, la arqueología. Lo que más me enojaba de todo era tener que trabajar sobre libros que eran delirios de mujeres locas.

- ¿Te pasa algo, Martha? -me dijo una voz masculina-. Era Mario Márquez, el profesor de literatura de la universidad, que entró en el aula atraido por mi airado enfado.

- ¡El profesor de arqueología que nos ha metido a los estudiantes estos dos libros que ves aquí que únicamente sirven para asustar a viejas! La verdad es que nos merecemos algo mejor que hacer trabajos sobre estas cosas. - dije con total obcecación.

- ¿Y que tienen de malo? Te los tendrias que tomar en serio - dijo Mario.

- ¿Tomar en serio estos dos mamometros? ¡Mario, por favor, que lo que cuentan estas páginas son situaciones imposibles! - le contesté toda enfadada.

- ¿Cierras tu mente a cualquier cosa que parezca imposible segun los parámetros de la sociedad actual, verdad? Eres muy joven para entenderlo, Martha, pero podría facilitarte otro material para que tomes conciencia de que tienes que estar preparada para aceptar lo imposible. Creo que con tu intelecto actuarás de manera muy distinta despues de leerte lo que te ofrezco. ¿Qué me dices? - me preguntó Mario con una mirada interesada.

- ¡Me da igual, pero podria probar! - le contesté.

Tras mi respuesta afirmativa el profesor Mario Márquez abandonó el aula y regresó cuatro o cinco minutos después con un libro y un cuaderno bajo su brazo. El libro era de tamaño considerable y el cuaderno, más pequeño, apenas llegaba a la quinta parte del tamaño del libro.

- ¡Aqui los tienes, Martha! ¡Te recomiendo que los leas lo más rápido posible para devolverlos a su sitio en la biblioteca de la Universidad! - me dijo Mario mientras me los dejaba encima de la mesa ante la que estaba sentada. Aparté los libros de Blavatsky y Murray para dejar sitio a los que me proporcionaba Mario.

- ¿Que me has traído? ¿Hablan de las mismas historias ridículas que los dosque me han dado para el exámen? - pregunté a Mario.

- ¡No! ¡Y te advierto de que te los tomes muy en serio si no quieres que tu incredulidad se venga abajo y pierdas la paz interior para siempre! El libro que ves aquí es el «Necronomicon» del árabe Abdul Alhazred en la traducción latina de Olaus Wormius. ¿Estaba guardado bajo llave, sabes? Expongo mi cargo al dejartelo a tí, aunque seas la más brillante estudiante de esta universidad en años - Mario me echó una mirada severa pero esperanzada mientras me dirigía estas palabras.

- ¿Y que es ese cuaderno pequeño? - pregunté extrañada a Mario.

- Son los capitulos perdidos del diario de Arthur Gordon Pym, cuyo contenido es tan terrible que ni Edgar Allan Poe se atrevió a relatarlos en su adaptacion novelesca de las vivencias del joven marino norteamericano de Nantucket. Ten mucho cuidado de que este escrito y el «Necronomicon» no caigan en otras manos, ni siquiera en las de tu novio o tus padres - me dijo mi amigo el profesor de literatura con una ligera inseguridad en su habla.

- ¡Así lo haré! - le dije a Mario con una voz firme y sincera.

Fin del flashbach. Nunca imaginé que mi vida cambiaría tanto por la lectura de aquellos papeles que me dejó Mario hace tantos años. Efectivamente, yo en aquellos tiempos apenas salía de mi adolescencia y encontrarme con el contenido de aquellos manuscritos fue una vuelta de tuerca a mi vida y a la percepción que tenía del mundo. Fue el principio de mi distanciamiento con mi novio James y de mi deseo de profundizar en estos temas. James se tomo a mal este distanciamiento y tomó la decisión de romper nuestro noviazgo. Fue lo mejor para mis estudios sobre el increible mundo que me dieron a conocer esos libros. Y ahora estoy aquí en Buenos Aires, he vuelto a ver a mi ex-novio convertido en el detective James Mulligan y los dos estamos prisioneros de Gustav Romher, un hombre que me inspira un odio atroz y un miedo escalofriante en lo mas íntimo de mi ser.

Gustav Romher nos había conducido a James y a mí a una gran sala subterranea, siempre bajo la vigilancia de algunos de sus matones a sueldo. La sala estaba situada debajo de un rascacielos en el centro de Buenos Aires, el edificio era la sede oficial de las empresas de la familia Romher, supuestamente creada por el padre de Gustav al huir a Argentina después de la declave nazi en la II Guerra Mundial. Se accedía a ella mediante una serie de ascensores secretos situados estratégicamente. La existencia de la sala subterránea no era conocida por ningun trabajador corriente de la empresa de Romher y, como es de suponer, solo se permitía la entrada a Romher, sus colaboradores y los demás miembros de la organizacion llamada Nueva Golden Dawn. Aunque parezca increible esta gente pretendía seguir la filosofía de la original Golden Dawn, aquella organización esoterica inglesa a la que pertenecieron escritores como Algernon Blackwood, Arthur Conan Doyle, Arthur Machen, Bram Stoker, Sax Romher e incluso el poeta Yeats. Se sabe que en sus últimos tiempos la Golden Dawn estuvo muy relacionada con el regimen nazi de Hitler en Alemania. Aquella burla llamada Nueva Golden Dawn era la continuacion perversa de la asociacion original ya que era el instrumento de Gustav Romher para la difusión de sus ideas políticas y de paso para controlar a los devotos de la organización.

La sala era muy espaciosa y tenía la forma de un anfiteatro. Pude ver una vez dentro de ella un altar que por sus características me pareció construido hace incontables eones. El suelo que pisabamos estaba lleno de jeroglíficos extraños. En la pared que estaba al fondo del altar se podía ver una cara tallada de apariencia monstruosa y obscena, seguramente de alguna deidad emparentada con Cthulhu o Yog-Sothoth. La iluminación no disimulaba la oscuridad innata de las paredes y el techo de la sala, todo parecía sumido en una atmosfera espectral. Romher nos hizo dirigirnos a una zona de asientos que se encontraban a la izquierda del altar y tomar asiento en él. James y yo le seguimos la corriente y seguidamente nuestro anfitrión y sus hombres tomaron asiento a nuestro lado. Después de esto aparecieron en la entrada del foro un gran grupo de personas vestidas de forma extravagante que se dirigian a todas las zonas del anfiteatro donde quedaban asientos libres. Supuse que eran los miembros de la Nueva Golden Dawn. Todos fueron ocupando su lugar hasta que no quedó ningun lugar libre disponible.

De pronto empezaron a sonar unos cánticos que provenían de la entrada de la sala, y aparecieron por ella, en fantasmagórica procesión, un grupo de personas vestidas con larguisimas túnicas doradas y unas máscaras amarillas que ocultaban sus rostros. El sonido de sus voces era ensordecedor y a su canto se unieron las voces de Romher y sus fieles. No logré entender el lenguaje en el cual cantaban, pero ví claro que eran entonaciones propias de sacerdotes y devotos de cultos poco fiables. Era un espectaculo que parecía sacado de algún tiempo y lugar olvidado, quién sabe si de los continentes perdidos de Atlantis, Lemuria o Mu. Llegué a pensar en los adoradores de la Piedra Negra de Stregoicavar en Hungría, en los hombres-serpiente de Valusia, en el culto del rey picto Bran Mak Morn y hasta en los sacrificios ofrecidos al dios Set en la antigua Estigia. A mi lado, James parecía estar volviendose loco y se tapó los oidos con las manos. El terrible Gustav Romher no disimuló una macabra sonrisa al mirar a mi compañero, todo ello sin interrumpir su participacion en el cántico colectivo.

El grupo de sacerdotes se puso delante del altar y subiendo una octava el sonido de sus cánticos demoniacos. Entonces aparecieron en la sala un sacerdote de menor rango, vestido de blanco, que llevaba entre brazos a un niño de quizás unos siete u ocho años. La criatura parecía dormida o drogada y parecía no reaccionar con todo el vocerio de los sacerdotes y los demás asistentes a esa histeria colectiva. El sacerdote blanco depositó al niño en el altar y amarró sus menudas manos y sus pequeños pies de manera de forma que el niño quedara firmemente sujeto. Tras terminar su labor el sacerdote blanco se alejó de espaldas al altar. Entonces se adelantó uno de los sacerdotes dorados, el que parecía ser el lider del grupo, y sacó algo del interior de su túnica. Cual fue mi espanto y mi horror al ver que el objeto era la Daga de Bubastis, el hallazgo que había llevado a Buenos Aires para presentarlo en la Universidad de esta ciudad. ¡Lo que estabamos viendo James y yo eran los preparativos para el rito del Libro de Arena y el Idolo de las Cicladas!

Antes de poder pensar nada mas el sacerdote dorado se acerco al altar, miro en silencio y clavo sin compasión la daga en el pecho del niño dormido. Acto seguido removió el instrumento dentro del cuerpo para meter su mano en el interior. El sacerdote dorado sacó un pequeño órgano que resultó ser el corazón aún caliente de la criatura. El sacerdote dorado alzó la mano que contenía el corazón y se la mostró a los presentes en los asientos del anfiteatro. La respuesta fue una aceleración colectiva de los cánticos a un nivel de histeria total. El sacerdote lanzó el corazón sobre el rostro de aquella deidad tallada en la pared y el órgano humano se fragmentó en cientos de pequeños trozos que salpicaron de sangre y carne la zona del altar. James se tapó la boca con la mano para no vomitar por lo que estaba presenciando. ¡Dios me perdone! ¡Yo había sido la que había rescatado el arma asesina del polvo del desierto egipcio!

Era el espectaculo mas horrible que había visto en mi vida, superior en horror a otros cultos macabros que había investigado como el vudú haitiano, la santería cubana y la verdadera macumba afrobrasileña, no el fraude que muestran a los turistas en Rio de Janeiro. Y para desdicha mía, parecía no terminar aquel mal sueño, ya que el sacerdote blanco se llevó los despojos del pequeño y los sacerdotes dorados se pusieron a entonar de nuevo el cantico inicial. El sacerdote jefe miró al anfiteatro en dirección a Gustav Romher y este abandonó el lugar que compartía junto a James y conmigo. Me fijé en que James finalmente había vomitado y que no podía dar crédito a lo que había visto en el altar. Después fijé la mirada en Romher y ví como se acercaba al círculo de sacerdotes dorados. Simultáneamente aparecieron en la sala otros dos sacerdotes blancos sujetando por la fuerza a una chica que se debatia gritando de forma histérica. La joven aparentaba unos dieciocho años y no parecía drogada como el niño que había aparecido antes. Creí ver a Romher esperar algo cuando vio aparecer a esas tres figuras. Los dos sacerdotes blancos sujetaron a la chica hasta llevarla al altar y atarla de la misma manera que al pequeño que había sido asesinado en ese mismo lugar. Una vez atada la chica los sacerdotes blancos se alejaron de la escena dejando a la joven, que se movía histericamente entre las cuerdas que la sujetaban pero de forma tan inútil como la de una mosca intentando zafarse de una telaraña.

Gustav Romher miró al jefe de los sacerdotes dorados y a una señal del asesino del niño, el millonario argentino de ascendencia alemana se despojó de todas las ropas que tenía desde el cuello a la cintura dejando al descubierto un poderoso y musculoso torso. Acto seguido el jefe de los sacerdotes le dio la daga. Romher se la acercó al pecho una vez la tuvo en sus manos y se hizo unas heridas de las que comenzó a salir un poco de sangre, la cual comenzó a recorrer su torso desnudo. Parecía ser una parte mas de esa horrorosa pesadilla y aun lo fue más cuando ví a Gustav Romher dirigirse al altar donde le esperaba la chica. Esta se quedo enmudecida de impotencia al ver la presencia de aquel hombre a su lado y parecio resignarse a lo que pasara despues. Gustav Romher pareció sentir lastima de la muchacha y le acarició las mejillas en cuanto la tuvo al alcance y pude leer en sus labios -ya que el cantico de los fieles de la Nueva Golden Dawn impedia oir cualquier otro ruido- que le decía a la consternada muchacha:

- Haré esto lo mas rapido que pueda. Que sepas que tu sacrificio abrira paso a una nueva era que recordara toda la humanidad...

Entonces la Daga de Bubastis se hundió salvajemente en el cuello de la pobre muchacha y el torso de Gustav Romher quedó salpicado de la sangre de la joven que saltó sobre su cuerpo y que se unia a su propia sangre. Romher continuó clavando aquella daga infernal en otras zonas de aquel cuerpo femenino que había perecido en la primera acometida de su asesino. Aquella maldita arma de muerte, la Daga de Bubastis,   fue regalada por el infame y seductor Nyarlathotep a un faraón egipcio según cuenta la antigua leyenda y ya se había cobrado dos vidas. El cántico de los sacerdotes y del colectivo de la Nueva Golden Dawn llegó a un paroxismo insoportable de locura y atonalidad sonora que acabó destrozando mis nervios. En ese momento, comencé a tener un mareo general y antes de que James pudiera llegar a tocarme para preguntarme que me ocurría me desmayé en el abismo negro de la inconsciencia....

 

VIII. La Bestia Desencadenada

- ¿Martha, te encuentras bien?

- ¡Martha, despierta!

Comencé a recobrar la consciencia con la voz nerviosa de James, el cual debió seguir a mi lado durante todo el periodo que estuve ausente de aquella orgía que tenía lugar en los subterráneos del edificio de la familia Romher. El estruendo de voces parecía haber acabado y el público parecía estar expectante por algún suceso importante que iba a acontecer.

- ¡Este despropósito todavía no ha terminado, mira! - me dijo James.

En efecto, durante mi periodo de inconsciencia se había seguido adelante con aquel ritual infernal. El cuerpo de la joven que había sido sacrificada había desaparecido y El Libro de Arena ya había sido desangrado por ladaga de Bubastis. La sangre mística del libro había sido depositada en un gran vaso. Recordé una frase del relato «El Idolo de las Cicladas» de Julio Cortázar que decía «SOLO SE ESCUCHARÁ EL SILBIDO DE LA VIDA NUEVA QUE BEBE LA SANGRE DERRAMADA» y deduje lo que iba a ocurrir después. Gustav Romher había realizado todo aquel rito satánico para beber esa sangre y convertirse en otro ser más poderoso!

En aquellos precisos instantes desee no haber abierto aquella maldita tumba del desierto egipcio que contenía los restos de un faraón maldito. Mi compañero Jesús Álvarez había constatado el hecho de que el recuerdo de aquel monarca había sido borrado por los mismos egipcios por sus horribles pactos con el demonio que le regaló la Daga de Bubastis. Jesús también me avisó, cuando conseguimos entrar en la sala mortuoria, de que las paredes tenían unos jeroglíficos altamente inquietantes en los que se realizaban advertencias muy serias sobre nombres o lugares como Bethmoora, Byatis, Carcosa, el Emperador Amarillo, G'harne, el lago de Hali, Hastur, Hyperborea, Irem, R'lyeh, Shudde-M'ell, Thuba Mleen, Tsathoggua y muchos otros. Jesus también me confesó que no se había sentido inmerso en un tipo de atmósfera tan oscura desde una visita que realizó hace años a Salem's Lot, una ciudad norteamericana envuelta en leyendas de muerte y vampirismo. Jesús me metió prisas para terminar con todo lo que tuvieramos que hacer en aquella sala mortuoria. Cuando abrimos el gran sarcófago vimos aquella daga de Bubastis entre las manos del cadáver de aquel faraón y cual no fue nuestra sorpresa cuando el cuerpo se redujo a cenizas ante nuestros ojos y solo quedó la daga, que parecía estar pidiendo que la cogieramos.

Pero me estoy desviando de lo que estaba ocurriendo en aquellos momentos en el altar de aquella sala subterránea de la nueva Golden Dawn. Un gran vaso de sangre borboteante que provenía del interior del libro de Arena fue cogida por el jefe de los sacerdotes mientras Gustav Romher dejaba la daga de Bubastis delante mismo de la estatuilla de Haghesa, el idolo hallado en las Cicladas por los profesores Morand y Somoza, después de haber manchado el idolo con la sangre que había quedado en la daga. Allí mismo se arrodilló para hacer un ruego a la deidad que representaba aquella estatuilla.

- ¡Oh, gran Haghesa! Espero que esté complacida con las súplicas de sus nuevos adoradores. ¡Ahora solo le pido un poco de generosidad por su parte! - dijo con el tono de un fanático religioso.

- ¡HAGHESA! ¡HAGHESA! ¡HAGHESA! ¡HAGHESA! - empezaron a murmurar alocadamente los adoradores que nos rodeaban a James y a mí.

Gustav Romher decidió incorporarse por fin y al dar la espalda a la estatuilla y a la daga asesina se encontró con que el sacerdote jefe, con el vaso de sangre en sus manos, se dirigia hacia él. Al llegar junto a Romher le dió aquel recipiente espantoso y este lo cogió. Seguidamente se lo llevó a la boca y comenzó a beber la sangre con avidez. Los sacerdotes y los adoradores de la Golden Dawn se quedaron entonces expectantes y hubo un silencio total, solo roto cuando Romher acabo de beber y tiró el vaso al suelo. El millonario de origen alemán estaba también entre sorprendido y expectante. A primera vista parecía no estar pasando nada de nada.

De pronto Gustav Romher se echó las manos sobre su vientre con gesto de dolor. El dolor se transformó en horrendos gritos cuando cayó al suelo presa del más completo histerismo. Parecía como si un millar de cuchillos le estuvieran perforando los intestinos. Romher comenzó a rodar por la superficie mientras era victima de convulsiones provenientes de todo su cuerpo. Entonces comenzó a saltar sangre de la boca de Romher pero no era simple liquido, pequeñas masas semisólidas se fueron depositando en elsuelo. El jefe de los sacerdotes, presa de un gran nerviosismo y confusión como los demás que estabamos en aquella sala, se acercó hasta Romher pero este le rechazó violentamente con una de sus manos dándole un golpe en la mano derecha. El gran sacerdote se retiró y entonces notemos que su mano derecha estaba comenzando a sangrar, pues había recibido una especie de zarpazo. ¡Dios Mío, al volver a mirar a Romher vimos que en una de sus manos habían aparecido garras! ¡GUSTAV ROMHER SE ESTABA TRANSFORMANDO!

¡Nadie sabía que hacer ante aquella inesperada situación! Fuimos mudos testigos de cómo el cuerpo de Gustav Romher cambiaba de forma. A partir de un momento descubrimos que estaba cambiando de una forma masculina a otra femenina y una mirada rápida a la estatuilla de Haghesa me hizo descubrir que se estaba formando una copia idéntica a esta en aquel cuerpo que antes había sido el de Romher. ¿Era la misma Haghesa la que se estaba formando ante nuestros ojos?. Simultáneamente los pedazos de sangre semilíquidos empezaron a crecer ante nuestras miradas atónitas. Mientras crecían parecían masas amorfas hasta que empezaron a tener una forma como de una especie de... ¡gusanos hechos de sangre! Mi sospecha se materializó cuando estas masas se fueron solidificando y se formaron una especie de ojos -por llamarlos de alguna manera-, una boca repleta de dientes y unas extremidades rudimentarias. Pero se mantuvieron quietos. El proceso en el cuerpo previamente humano prácticamente estaba terminando y el horror fue absoluto cuando aquel ser se levantó del suelo.

Lo primero que me entró en el alma fueron aquellos ojos amarillentos y oblicuos. Los cabellos blancos de Romher se habían convertido en unas largas hileras de masas negras que parecían estar vivas, una voluptuosa boca con dientes afilados y unos igualmente voluptuosos pechos tambien se hacían patentes, las extremidades estaban coronadas por garras de un color blanco sucio... Todo su cuerpo era lujuria preternatural. Por encima de todo estaba el color de toda su piel escamosa, un verde imposible que recordaba al moho. En aquel momento unas misteriosas convulsiones hacían presagíar que había actividad en la espalda de aquel ser, una actividad que acabó cuando se hicieron evidentes dos gigantescas alas verdosas similares a las de los murciélagos, que aumentaban a seis el numero de sus extremidades.

¿Aquella Haghesa podía ser era el origen de las antiguas leyendas sobre la Medusa y las harpías? Recordé la crónica de un puritano inglés llamado Solomon Kane que hablaba de los akaanas, una tribu de seres parecidos a las harpías que sembraban el terror en el África Negra del siglo XVI, pero una segunda mirada a aquella cosa que se había acabado de transformar en el altar me hizó desechar la idea de que Haghesa perteneciera a la especie descrita por Kane. Igual suerte corrieron mis divagaciones sobre el parentesco de aquella diablesa con la estirpe del brujo-vampiro Rune, cuyo nombre era recordado con horror indescriptible en muchas civilizaciones antiguas.

- ¡Tenemos que irnos de aquí, James! - le dije gritando.

En aquel momento un silbido espantoso que provenía de los labios de Haghesa nos taladró los oidos a todos los que estabamos presentes. Los gusanos de color sangre, que habían crecido hasta los tres metros de largo hasta semejarse a serpientes, se arrastraron rápidamente como si aquel silbido hubiera sido una órden y saltaron sobre los sacerdotes dorados y blancos que se encontraban en el altar para enroscarse en sus cuerpos y darles una única y certeza dentellada mortal en el cuello.

El único sobre el que no saltaron fue sobre el jefe de los sacerdotes, el que había sido herido por la criatura intermedia entre Gustav Romher y Haghesa, pero sin embargo iba a tener un destino peor que el resto de sus compañeros. La monstruosa Haghesa saltó hacia donde se encontraba el herido, lo cogió por el cuello con una sola de sus manos, batió sus alas y con el vuelo subió con el sacerdote hasta cerca del techo. Allá arriba oimos los gritos de horror del gran sacerdote dorado y vimos como Haghesa hundía su boca en el cuello del desgraciado. Después de unos segundos horrendos la entidad voladora hizó caer con fuerza el cuerpo de su victima y esta se estrelló con violencia en el suelo con un horrible sonido que delataba la rotura de todos los huesos. Una gran cantidad de sangre que salió por todos los agujeros del cuerpo de aquel sacerdote -boca, nariz y oidos- completó aquella montaña de pesadillas. El monstruo que volaba metros arriba emitió un grito salvaje lleno de éxtasis mientras los cabellos se le movían alocadamente.

Alejandro, el secuaz de Romher que parecía ser el lider en aquellos momentos, no esperó más para actuar y, pasando de James y de mí, ordenó a sus compañeros que dispararan indiscriminadamente contra los seres serpentinos del altar y contra aquella abominación con alas. En aquel momento el pánico se alzó entre los adoradores del culto de la Nueva Golden Dawn y estos comenzaron a correr en todas direcciones. Durante la confusión James y yo nos vimos empujados y separados por la muchedumbre. Yo me vi arrastrada hacia la salida mientras los gusanos abandonaban el altar, en parte por los disparos de los hombres de Romher y por otra para caer encima de algunos de los que estaban huyendo.

- ¡¡¡¡James!!!! - dije espantada mientras a mi amigo detective alejarse cada vez más y más....

- ¡¡¡¡Martha!!!! - oí también decir a él intentando debatirse -inultimente- entre la multitud para llegar hasta mí.

Y cuando alcé los ojos hacía arriba para ver que hacía Haghesa ante los disparos que le iban destinados, ví con horror que comenzaba a descender y que clavaba sus ojos en.... ¡¡¡¡JAMES!!!!

 

IX. Presa del horror

La verdad es que hay vivencias que no se pueden olvidar. Situaciones que desarbolan incluso a detectives privados que están a la vuelta de todo. No me considero el más especial de entre todos los de mi profesión, pero ya he vivido lo bastante para que no me sorprenda casi nada. Y digo casi nada porque la experiencia de la sala subterránea de Gustav Romher podría haber enloquecido a mucha gente que no se ha acostumbrado a los negros mundos a los que nos habituamos los defensores de la Ley.

El sueño de poder de Romher se había convertido en la resurreccion de Haghesa, un monstruo de tiempos antiguos que estaba sembrando el pánico entre los adeptos de la Nueva Golden Dawn. La aparición de unos gusanos gigantes nacidos de Haghesa había completado aquel espectáculo de horror y fue el comienzo del pánico colectivo. Mi amiga Martha y yo nos vimos separados el uno del otro en la desbandada general, ella hacia la salida y yo retenido en la sala. Pude ver a Martha salir del recinto junto con una mínima parte de los fugitivos justo un instante antes de que aquellos repugnantes gusanos, esos Hijos de Haghesa, cayeran sobre los que estaban en la salida en aquellos momentos y bloquearan la única escapatoria posible.

Noté volar algo hacia mí desde arriba y descubrí que era la diablesa Haghesa que se dirigía hacia donde yo me encontraba. Mi resistencia fue inútil. De pronto sentí como dos manos me agarraban los hombros y me alzaban en el aire. Los gritos de horror y de disparos se mezclaron en mis oidos con los siseos de aquella abominación con forma de mujer. Intenté mover mi cuerpo para zafarme de aquel abrazo indeseado pero la fuerza de aquella forma alada era imposible de combatir. En aquellos momentos mis ojos encontraron la fija mirada oblicua de mi captora y me sentí atrapado y fuera de mí. Tuve la sensación de caer más y más en los ojos de aquella cosa cuando empece a sentir que iba perdiendo todos mis sentidos: la vista, el oido, el olfato y todos los demás hasta que desaparecieron del todo y caí en una oscuridad total...

Poco a poco comencé a recuperar mis sentidos. Cuando recuperé el sentido del oido me invadieron de pronto los típicos sonidos de una selva. Despues me vino el del olfato y por último recuperé poco a poco el de la vista. Cuando recobré mi capacidad de visión descubrí asombrado que no estaba en la sala subterránea del rascacielos de Gustav Romher en Buenos Aires, me encontraba acostado en una especie de cama y medio me incorpore. Descubrí que estaba en una habitación espaciosa en la que las paredes eran de piedra tallada. Al lado de la cama habían unos extraños objetos que reconocí como armas. Los sonidos provenían de una ventana situada a la derecha de mi extraña cama, me terminé de levantar y cuando me asomé por esa ventana quedé petrificado de la sorpresa. Aquello no podía ser Buenos Aires, ya que veía parte de una vasta ciudad llena de oscuras torres y edifícios megalíticos de incalculable antiguedad. Más allá de los márgenes de la ciudad se extendía la selva de donde provenían los penetrantes sonidos que me habían llamado antes la atención. Tuve entonces un flash que me decía que me encontraba en la Antártida, ¡pero eso era imposible! ¡Si alguna vez hubo selvas tropicales en el continente antártico fue hace incontables millones de años!

Una voz siseante me sorprendió por detras y cuando me giré crei ver ante mí a la diablesa Haghesa, pero un vistazo más a fondo me permitió descubrir que no era aquella antigua deidad. Evidentemente parecía pertenecer a la misma especie de Haghesa. De pronto me vinó otro flash y me ví mirando mi cuerpo. ¡¡¡Dios Mio, no era humano!!! Era un espécimen masculino de la especie de Haghesa que poseía el mismo cuerpo verde escamoso, las mismas manos acabadas en garras, unos pies que no eran humanos, alas parecidas a las de los murciélagos y aquellos horribles cabellos vivientes que tenía Haghesa!!!

La criatura femenina que estaba ante mí pareció extrañarse un poco por mi comportamiento, pero no le dio excesiva importancia y me dijo en una extraña lengua, que entendí sin saber como, a que la siguiera fuera de la habitación junto con las armas que tenía a mano. Comencemos a caminar por un vasto pasillo y mi acompañante se fue parando en todas las habitaciones que encontrabamos para hacer salir a sus ocupantes, seres de los dos sexos de aquella especie alada que se fueron juntando a una especie de procesión fantasmal. Después de atravesar del todo aquel pasillo bajemos unas escaleras de piedra, al final de las cuales había una puerta que conducía a la calle de aquella misteriosa ciudad.

Comenzamos a caminar por las calles de la ciudad. Los edificios eran imponentes muestras de una comunidad altamente civilizada.Vimos a muchos habitantes de aquel pueblo realizar diversas labores en tierra y aire mientras nos miraban con aire de admiración. Después de un rato de caminar nos encontramos delante de un inmenso templo. El grupo entró en su interior y supe que era un templo religioso, la Iglesia de aquel pueblo de Haggha. Al fondo ví una estatua cuya imágen no pude distinguir en aquellos precisos momentos. Mientras caminaba fui viendo en las paredes de piedra del interior de aquella iglesia unos dibujos inquietantes que parecían contar la historia de una guerra entre Nodens, el dios del Gran Abismo, y otro dios llamado Azathoth, asociado a la idea del Caos. Una guerra que terminaba con una gran explosión final que encerraba al impio Azathoth en una prisión inescapable, una explosión que se asemejaba a aquella teoria del origen del universo que hablaba de un Big Band cósmico.

Cuando lleguemos al lado de aquella estatua pude reconocer que estaba ante la representación del dios del Gran Abismo. Al lado de aquella imagen ví la figura de un sacerdote que empezó a hablarnos en la lengua del Pueblo de Haggha. Entonces supe que eramos miembros del ejército de la ciudad, los paladines de Nodens que combatiamos por el honor de nuestra raza. Nos estabamos preparando para la próxima y decisiva batalla, que decidiría el destino de la guerra en la que estaba involucrada la ciudad. Las últimas noticias eran malas, la ciudad amiga de Gharnak había caído en poder de nuestros enemigos a pesar de la llegada de un ejército al mando de nuestra adorada reina Haghesa, que tristemente había desaparecido sin dejar rastro en la caída final de Gharnak.

La suerte estaba echada. No sería una batalla o escaramuza más en las profundidades de la selva, rodeados de los gritos de aquellos pájaros que gritaban "tekeli-li" mientras el pueblo de Haggha y el pueblo de los Reyes Shoggots combatiamos a muerte. El pueblo de Haggha moriría antes de ser humillado por los descendientes de una antigua raza que había sido esclavizada por un pueblo anterior al nuestro. Los Hijos de Haghesa, nacidos de la sangre y de la carne de nuestra querida reina, eran preferibles a aquellas bestias repugnantes.

Para conseguir buenos augurios para la lucha era necesario el sacrificio ritual de uno de los nuestros en honor a nuestro dios Nodens. Tal honor recaía en mí por ser el mas viejo de los combatientes allí reunidos y me adelanté a mis compañeros cuando el sacerdote me llamó al altar del Dios del Gran Abismo. Dejé caer las armas al suelo y me dirigí a mi glorioso destino como lo hicieron millones de combatientes antes que yo. ¡Todo por Nodens y mi Pueblo de Haggha! Cuando el puñal traspasó mi cuerpo y mi sangre comenzó a manar no mostré signo alguno de dolor mientras comenzaba a perder mis sentidos, cada vez más y más hasta que me vi inmerso en un oscuro vacío...

Recuerdo que volví a despertar y que caía desde el aire. Despues vino otro periodo de inconsciencia y otro despertar. Recuerdo que lo primero que oi fue una voz masculina que me era gratamente conocida:

- ¡Señorita Whiteman! ¡James está despertando!

Era la voz del comisario Juan Canetti de Buenos Aires, un viejo amigo que conocía mi debilidad por meterme en lios en cualquier parte del mundo. No tardé mucho tiempo en darme cuenta de que volvía a estar en la sala subterránea del rascacielos Romher. Cuando recobré del todo la vista descubri un espectáculo apocalíptico, la sala estaba llena de cadáveres horriblemente mutilados, manchada de sangre y se podían observar enormes agujeros que se abrían en el suelo. No había quedado un solo superviviente excepto yo. La sala subterránea estaba llena de policias al mando del comisario Canetti. Observe que Martha ya se encontraba junto a mí y me preguntó acto seguido:

- ¡Dios Mio, James! ¡Ha debido ser horrible! ¿Que ha pasado? ¡Tienes la ropa destrozada y llena de sangre por la lucha!

- ¡No lo se, perdi el conocimiento! - le dije sin saber que decir.

El comisario Juan Canetti me aclaró los pormenores de su presencia alli:

- Recibimos una llamada del profesor Mario Márquez de la Universidad de Buenos Aires que nos avisó de que un grupo de desconocidos te habían raptado a ti y a la arqueóloga Martha Whiteman. Identifiquemos al multimillonario Gustav Romher como el jefe del grupo y nos dirigimos al rascacielos Romher. Allí descubrimos a Martha y a un grupo de gente vestidos de forma extraña que querían huir despavoridas del edificio. Los detuvimos sin pensarlo dos veces y Martha nos dijo que estabas en peligro en algún lugar subterráneo secreto. Hicimos confesar a uno de los detenidos, que nos dijo mas o menos la manera de llevar hasta aquí y conseguimos acceder finalmente a este lugar. Te descubrimos inconsciente en el suelo rodeado de un monton de cadáveres esparcidos por toda la sala. No hay ni rastro de los causantes de esta matanza, los cuales parecen haber usado esos agujeros en el suelo para escapar.

Dejé de mirar a Canetti y dirigí la vista hacia Martha para lanzarle una pregunta:

- ¿Qué ha pasado con tu compañero Jesús Álvarez?

Martha contestó al instante:

- Mario estuvo poco tiempo desmayado después del golpe traicionero del secuaz de Gustav Romher y tuvo tiempo de llamar a la policía y a una ambulancia para que llevaran a Jesús a uno de los hospitales de la ciudad. A pesar de la paliza que le dieron los gorilas de Romher se recuperara.

Juan Canetti nos dijo:

- Desafortunadamente tendremos que decir al profesor Márquez que la copia robada del «Libro de Arena» se ha perdido para siempre después del rito que se ha debido realizar aquí. El Idolo de las Cicladas y la daga de Bubastis estan ahora mismo de regreso a la sala de arqueología de la Universidad.

- ¿Cómo explicaran lo que ha ocurrido en este lugar? - pregunté a Canetti.

El comisario puso una cara muy seria y supuse que se iba a engañar a la opinión pública:

- Creo que sera mejor no difundir ciertas noticias de lo que aquí haya podido acontecer. Será mejor enmascarar que ha sido la acción de unos fanáticos de una secta satánica que han entrado en trance y se han matado entre ellos. El rascacielos que se encuentra encima de esta sala será derribado con explosivos tan pronto como sea posible y todo el material relacionado con este caso será guardado de manera confidencial por el gobierno argentino. ¡Y es mejor que todo quede asi!

- ¡Por mi parte lo veo bien, lo máximo a lo que aspiraba en todo esto era a salir con vida! - respondí a Canetti.

- ¡Ha sido una suerte que hayas sido el único superviviente de esta masacre! - me dijo Martha.

Será aconsejable acabar esta parte de la historia con la frase de Martha, aunque ello no me hará recuperar la tranquilidad hasta dentro de mucho tiempo. Pero de todas formas tengo que callar. Si Martha Whiteman y Juan Canetti supieran lo que ocurrió realmente entre mi sueño en aquella ciudad de la Antártida selvática y mi último despertar en la sala se alejarían de mí con todo el miedo y el horror del mundo. Y con razón, ya que Haghesa y sus serviles gusanos no fueron los únicos causantes de las muertes de los acólitos de la secta esotérica de Romher esparcidos por la sala. Aquellos ojos con los que me miró Haghesa me hicieron volver a ser aquel miembro del pueblo de Haggha comprometido con mi ciudad y con mi gran dios Nodens para erradicar a todos los impios aliados o adoradores del dios del Caos. Gustav Romher y sus secuaces no sabían nada y como los estúpidos que eran se introdujeron en la boca del lobo al escoger el dios del lado equivocado. Haghesa volverá algún día a buscarme para que la ayude en la continuación de la lucha contra nuestros ancestrales enemigos comunes, pero rezo con todas mis fuerzas para que ello ocurra lo más tarde posible...

 

X. La Despedida

Ya ha pasado un dia completo desde los sombrios acontecimientos delrascacielos Romher. Me encuentro de camino al hospital donde esta ingresado el arqueologo Jesus Alvarez. Habia oido escuchar que mi amiga Martha y el profesor Mario Marquez se personarian alli para interesarse por el estado desu amigo comun. Seria tambien mi oportunidad de encontrarme a los tres antesde mi marcha de esta hermosa ciudad sudamericana.

El viaje termino y sali del taxi que me habia llevado hasta el hospital. Le obsequie al taxista con una generosa propina que este me agradecio sinceramente. Me encamine hacia el hospital subiendo los escalones que conducian a la puerta-salida principal y una vez dentro me informe de lalocalizacion de la habitacion de Jesus Álvarez. En aquel momento descubri alprofesor Mario Marquez encaminandose hacia la salida. Nuestros caminoscoincidian. Al verme me saluda e intuyo por sus gestos que retrasaria sumarcha para conversar conmigo. Mario comenzo la conversacion:

- ¿Que tal, James? Espero que los sucesos de los ultimos dias se olviden lo más rapido posible!

Le conteste rapidamente en un tono medio en serio medio en broma:

- ¡Lo intentaremos, Mario, lo intentaremos! Como minimo ya he tenido que comprarme ropa nueva y he aprovechado para dar una visita-sorpresa a Marthay Jesus antes de irme! A proposito, que futuros planes tiene para la universidad bonaerense, profesor?

Mario aprovecho para informarme de sus proximos cometidos:

- Cuando acabe todo este follón del Libro de Arena y el Idolo de lasCicladas me pondre manos a la obra para seguir con mis proyectos literariosen la Universidad, especialmente la organizacion de actos para celebrar el centenario de Federico Garcia Lorca y de Jorge Luis Borges. Tambien tengo enmente una serie de conferencias por Argentina y varios paises extranjeros que hablará de Lord Dunsany, J.R.R. Tolkien y de la influencia de su obra en la literatura mundial. ¡Como ves, James, estos ultimos años del siglo XX me los tomare como tiempo de trabajo intensivo!

-Que te vaya bien, Mario, lo deseo de todo corazon. ¡Yo por mi parte no puedo aspirar a hacer otro trabajo mas que el de detective privado! - le dije medio en broma a Mario.

Nos despedimos dandonos un choque de manos tan amistoso como sincero. Vi marcharse al anciano profesor de literatura de la Universidad de Buenos Aires por la salida del hospital. Sin duda el señor Mario Marquez es una gran persona y un gran profesional que dara mucho que hablar en su terreno y tengo el presentimiento de que volvere a saber cosas sobre el. Despues deesto ya era el momento de subir a la habitacion del arqueologo Jesus Alvarez para interesarme por su estado y para ver a Martha.

Fui subiendo escaleras y pisos hacia la habitacion de Jesus Álvarez. Lleguehasta el piso y la puerta en cuestion. Estaba entreabierta y pude ver a Martha sentada en un lado de la cama que ocupaba su compañero arqueólogo. Su estado había hecho inevitable su ingreso en aquel hospital, pero pareciahaber mejorado mucho su aspecto desde aquellos momentos en la Universidad de Buenos Aires. Ni Martha ni Jesus se percataron de que me encontraba en lapuerta. Pude observar que estaban inmersos en una amena conversacion:

- ¡No sabes cuantas ganas tengo de salir de aqui! - dijo Jesus Alvarez.

- ¡Tantas o mas que yo, no pienso dejar que renuncies a seguir en nuestro equipo de trabajo! - le contesto Martha con un aire pícaro que no entendí-.

- ¿Seguro que es por interes de la arqueologia, Martha? - siguio Álvarez siguiendo la broma.

- ¡Claro que no, tontorrón, ya sabes lo mucho que te quiero! - le dijoMartha.

Entonces Martha le abrazo y se dieron un beso. Aquella vision mehizo sentir una sensacion de relampago y me retire instintivamente deaquella puerta a medio cerrar. Apoye la espalda contra la pared. ¿Que demonios me estaba pasando? Lo que habia visto significaba que Martha y Jesús eran amantes ademas de compañeros de profesion, pero mi reacción me hizo comprender que a pesar de todos mis razonamientos seguia queriendo a Martha como algo más que una amiga. A pesar de aceptar intelectualmente que nuestra relación había terminado hace mucho tiempo parecía no aceptarlo emocionalmente. Todo estallo en aquellos momentos en mi cabeza cuando se desbarato toda la maquina de autoengaño psicológico que me habia metido en la cabeza.

Viendo que en aquel pasillo no estaba haciendo nada y sintiendo que iba a molestar si entraba en aquella habitación me dirigi hacia las escaleras para irme del hospital. A medio camino note que alguien me llamaba:

- ¡James!

Era Martha. En algun momento notó que estaba o había estado allí en la puerta. Llego hasta donde me encontraba y nos dimos dos besos en las mejillas. No perdi el tiempo y le hable directamente:

- Queria pasarme para despedirme de Jesus y de ti, pero al final he decidido que era mejor no molestaros con una visita innecesaria...

- Tu no molestarias jamas, James. Se que eres uno de esos amigos con los que siempre podre contar. Si decides irte ya le dare saludos a Jesus de tu parte - me respondio Martha.

- ¡Buen tipo el Alvarez ese, seguro que formais un gran equipo! - le dije aMartha fingiendo mis verdaderos sentimientos.

- Claro que lo somos y la experiencia de los ultimos dias no evitara quesigamos en cualquier futura excavacion! - me dijo Martha toda sonrisas.

- Pues entonces que tengais mucha suerte. Que os vaya bien. ¡Nos veremos si Dios quiere en alguna otra ocasion! - le respondi a Martha para terminar aquella conversación.

- ¡Igualmente, James! - dijo Martha a su vez.

Nos dimos dos besos en las mejillas y después seguimos caminos opuestos, Martha hacia la habitacion de Jesus Álvarez y yo hacia las escaleras queconducian a los pisos inferiores y de la salida principal del hospital...

Aeropuerto de Buenos Aires. Ya he comprado los billetes de regreso y pronto abandonare este rincon de Sudamérica llamado Argentina. Despues de miestancia en el hospital aproveche el tiempo justo para despedirme rápidamente de mi amigo Juan Canetti, que me animó a volver algun dia a su país. Paradojicamente mi estancia en Argentina se había parecido más a un periodo de funestas y crudas revelaciones que a las vacaciones que teniapensadas hacer en el Cono Sur, parecia que no iba a sacar mas que tristezade mi estancia alli.

Fue en aquel momento cuando me parecio ver una cara conocida en la sala deespera del aeropuerto. Me acerque mas y reconocí a aquella chica llamada Rosa con la que me habia encontrado hace poco en ese mismo lugar. Ingenuo de mi, habia creido que ella y yo eramos la cara y la cruz de una moneda y realmente eramos muy parecidos. Mi orgullo se escudaba en dureza en intelectualidad emocional y la había creido una perdedora que se refugiaba en el tiempo.

En aquellos momentos la chica se dio cuenta de mi presencia y me dirigioestas palabras:

- ¿James, verdad? Me acuerdo de ti, ven a sentarte conmigo y pasemos juntos nuestras respectivas esperas.

- ¡Como no, Rosa! Es un placer. - le conteste con una sonrisa.

- ¿Esperas a alguien o te estas preparando para marcharte de Buenos Aires? -me pregunto Rosa.

- En teoria mi avion saldrá dentro de poco pero en estos momentos me apetece mas hablar y conversar. - le contesté.

- ¡Pero no quisiera ser una molestia si te tienes que ir, James! - me dijo Rosa de buena fe.

Entonces me senti cambiado y saque mi sentimiento de aquel momento:

- No temas. Desde hoy tengo todo el tiempo del mundo...

FIN