EL CONTROL OBRERO DE LA PRODUCCIÓN [1]
Al
contestar a su pregunta debo esforzarme por apuntar aquí, como preludio a un
intercambio de opiniones, algunas consideraciones generales con respecto a la
consigna del control obrero de la producción.
La
primera pregunta que surge en relación con esto es la siguiente: ¿podemos
presentar el control obrero de la producción como un régimen estable, por
supuesto que no eterno, pero de una duración bastante larga? Para contestar a
esta pregunta es preciso determinar más claramente la naturaleza de clase de
este régimen. El control se encuentra en manos de los trabajadores. Esto
significa que la propiedad y el derecho a enajenarla continúan en manos de los
capitalistas. Por lo tanto, el régimen tiene un carácter contradictorio,
constituyéndose una especie de interregno económico.
Los
obreros no necesitan el control para fines platónicos, sino para ejercer una
influencia práctica sobre la producción y sobre las operaciones comerciales de
los patronos. Sin embargo, esto no se podrá alcanzar a menos que el control, de
una forma u otra, dentro de ciertos límites, se transforme en gestión
directa. En forma desarrollada, el control implica, por consiguiente, una
especie de poder económico dual en las fábricas, la banca, las empresas
comerciales, etc.
Si
la participación de los trabajadores en la gestión de la producción ha de ser
duradera, estable, "normal", deberá apoyarse en la colaboración y no
en la lucha de clases. Tal colaboración de clases solamente puede llevarse a
cabo a través de los estratos superiores de los sindicatos y las asociaciones
capitalistas. No han faltado los experimentos de este tipo en Alemania (la
"democracia económica"), en Inglaterra (el "mondismo"),
etcétera. No obstante, en todos estos casos, no se trataba del control de los
obreros sobre el capital, sino de la subordinación de la burocracia del trabajo
al capital. Esta subordinación, como lo muestra la experiencia, puede durar
mucho tiempo: depende de la paciencia del proletariado.
Cuando
más se aproxima a la producción, a la fábrica, al taller, menos viable resulta
un régimen de este tipo, porque aquí se trata ya de los intereses inmediatos y
vitales de los trabajadores y todo el proceso se despliega ante sus mismos
ojos. El control obrero a través de los consejos de fábrica sólo es concebible
sobre la base de una aguda lucha de clases, no sobre la base de la colaboración.
Pero esto significa en realidad la dualidad de poder en las empresas, en los
trusts, en todas las ramas de la industria, en la totalidad de la economía.
¿Qué
régimen estatal corresponde al control obrero de la producción? Es obvio que el
poder no está todavía en manos de los trabajadores, pues de otro modo no
tendríamos el control obrero de la producción, sino el control de la producción
por el estado obrero como introducción a un régimen de producción estatal
basado en la nacionalización. De lo que estamos hablando es del control obrero
bajo el régimen capitalista, bajo el poder de la burguesía. En cualquier caso,
una burguesía que se sienta firmemente asentada en el poder nunca tolerará la
dualidad de poder en sus empresas. El control obrero, en consecuencia,
solamente puede ser logrado en las condiciones de un cambio brusco en la
correlación de fuerzas desfavorable a la burguesía por la fuerza, por un
proletariado que va camino de arrancarle el poder, y por tanto también la
propiedad de los medios de producción. Así pues, el régimen de control obrero,
un régimen provisional y transitorio por su misma esencia, sólo puede
corresponder al período de las convulsiones del Estado burgués, de la ofensiva
proletaria y el retroceso de la burguesía, es decir, al período de la
revolución proletaria en el sentido más completo del término.
Si
la burguesía no es ya la dueña de la situación en su fábrica, si no es ya enteramente
la dueña, de ahí se desprende que tampoco es ya enteramente dueña de su Estado.
Esto significa que el régimen de dualidad de poder en las fábricas corresponde
al régimen de dualidad de poder en el Estado.
Esta
correspondencia, de todos modos, no debería ser entendida mecánicamente, esto
es, no en el sentido de que la dualidad de poder en las empresas y la dualidad
de poder en el Estado nazcan en un mismo y solo día. Un régimen avanzado de
dualidad de poder, como una de las etapas altamente probables de la revolución
proletaria en todos los países, puede desarrollarse de forma distinta en distintos
países, a partir de elementos diversos. Así, por ejemplo, en ciertas
circunstancias (una crisis económica profunda y persistente, un fuerte grado de
organización de los trabajadores en las empresas, un partido revolucionario
relativamente débil, un Estado relativamente fuerte manteniendo un fascismo
vigoroso en reserva, etcétera) el control obrero sobre la producción puede ir
considerablemente por delante del poder político dual desarrollado en un país.
En
las condiciones señaladas a grandes rasgos más arriba, especialmente
características de Alemania en estos momentos, la dualidad de poder en
el país puede desarrollarse precisamente a partir del control obrero como
fuente principal. Hay que detenerse en este hecho, aunque sólo sea para
rechazar ese fetichismo de la forma soviética que han puesto en circulación los
epígonos de la Comintern.
De
acuerdo con el punto de vista oficial que prevalece en la actualidad, la
revolución proletaria solamente puede llevarse a cabo por medio de los soviets;
éstos, por su parte, deben ser creados específicamente para el propósito del
levantamiento armado. Este cliché no sirve para nada. Los soviets son
únicamente una forma organizativa; el problema se decide por el contenido de
clase de la política, en modo alguno por su forma. En Alemania hubo unos
soviets de Ebert y Scheidemann. En Rusia los soviets conciliadores atacaron a
los obreros y soldados en julio de 1917. Después de esto, Lenin pensó durante
un tiempo que habríamos de llegar al levantamiento armado apoyándonos no en los
soviets sino en los comités de fábrica. Este cálculo fue rechazado por el curso
de los acontecimientos, ya que fuimos capaces, en las seis u ocho semanas
anteriores al levantamiento, de ganarnos a los soviets más importantes. Pero
este mismo ejemplo muestra qué poco inclinados nos sentíamos a considerar los
soviets como una panacea. En otoño de 1923, defendiendo contra Stalin y otros
la necesidad de pasar a una ofensiva revolucionaria, luché al mismo tiempo
contra la creación por encargo de soviets en Alemania, pegados a los consejos
de fábrica que estaban comenzando ya de hecho a cubrir el papel de los soviets.
Se
podrían decir muchas cosas en favor de la idea de que, en el actual ascenso
revolucionario, igualmente, los consejos de fábrica alemanes, al llegar a un
cierto estadio, serán capaces de jugar el papel de los soviets y remplazarlos.
¿En qué baso esta suposición? En el análisis de las condiciones en que
surgieron los soviets en Rusia en febrero-marzo de 1917, y en Alemania y
Austria en noviembre de 1918. En los tres sitios, los principales organizadores
de los soviets fueron los mencheviques y socialdemócratas, que se vieron
forzados a ello por las condiciones de la revolución "democrática" en
tiempo de guerra. En Rusia, los bolcheviques tuvieron éxito en ganar los
soviets a los conciliadores. En Alemania no lo lograron, y es por esto que los
soviets desaparecieron.
Hoy,
en 1931, la palabra "soviet" suena bastante diferente de como sonaba
en 1917-1918. Hoy es sinónimo de la dictadura de los bolcheviques, y por lo
tanto una pesadilla en los labios de la socialdemocracia. Los socialdemócratas
alemanes no sólo no tomarán la iniciativa en la creación de los soviets por
segunda vez, ni se unirán voluntariamente a esta iniciativa, sino que lucharán
contra ella hasta el fin. A los ojos del estado burgués, en especial de su
guardia fascista, el que los comunistas pongan manos a la obra en la creación
de soviets será equivalente a una declaración directa de guerra civil por parte
del proletariado, y en consecuencia podría provocar un choque decisivo antes de
que el partido comunista lo juzgue conveniente.
Todas
estas consideraciones nos empujan fuertemente a dudar que se pueda llegar a
tener éxito, antes del levantamiento y la toma de poder en Alemania, en
la creación de soviets que agrupen realmente a la mayoría de los trabajadores.
En mi opinión, es más probable que los soviets nazcan al día siguiente de la
victoria, pero entonces ya como órganos directos de poder.
El
problema de los consejos de fábrica es enteramente otro asunto. Éstos
existen ya hoy. Los están construyendo comunistas y socialdemócratas. En cierto
sentido, los consejos de fábrica son la realización del frente único de la
clase obrera. Ampliarán y profundizarán esta función con el ascenso de la ola
revolucionaria. Su papel crecerá, como lo harán sus incursiones en la vida de
la fábrica, de la ciudad, de las ramas de la industria, de las regiones y,
finalmente, de todo el Estado. Los congresos provinciales, regionales y
nacionales de los consejos de fábrica pueden servir como base para los órganos
que desempeñarán de hecho el papel de los soviets, esto es, para los órganos de
doble poder. Arrastrar a los trabajadores socialdemócratas a este régimen por
medio de los consejos de fábrica será mucho más fácil que llamar a los obreros
directamente a construir los soviets un día determinado y a una hora dada.
El
cuerpo central de los consejos de fábrica de una ciudad puede cumplir
ampliamente el papel del soviet de la ciudad. Esto pudo observarse en Alemania
en 1923. Extendiendo sus funciones, abordando por sí mismos tareas cada vez más
audaces y creando sus propios órganos federales, los consejos de fábrica pueden
convertirse en soviets, uniendo estrechamente a los trabajadores
socialdemócratas y comunistas; y pueden servir como base organizativa de la
insurrección. Después de la victoria del proletariado, estos consejos de
fábrica/soviets tendrán naturalmente que separarse en consejos de fábrica
propiamente dichos y soviets, éstos como órganos de la dictadura del
proletariado.
Con
todo esto no queremos decir que la creación de soviets antes del levantamiento
proletario en Alemania esté completamente excluida de antemano. No es posible
prever todas las variantes concebibles del desarrollo. Si la desmembración del
estado burgués viniese mucho antes de la revolución proletaria, si el fascismo
llegase a ser aplastado y hecho añicos o se quemase antes del alzamiento del
proletariado, entonces se podrían crear las condiciones para la construcción de
los soviets como órganos de la lucha por el poder. Desde luego, en ese caso los
comunistas tendrían que percibir la situación a tiempo y lanzar la consigna de
los soviets. Ésta sería la situación más favorable que se pueda imaginar para
la insurrección proletaria. Si cobra cuerpo, tiene que ser utilizada hasta el
final. Pero contar con ella por adelantado es casi imposible. Mientras los
comunistas tengan que entendérselas con un Estado burgués todavía lo bastante
fuerte, con el ejército de reserva del fascismo a sus espaldas, el camino que
pasa por los consejos de fábrica, en vez de por los soviets, se presentará como
mucho más probable.
Los
epígonos han adoptado de una forma puramente mecánica la noción de que el
control obrero de la producción, así como los soviets, solamente puede ser
realizado en condiciones revolucionarias. Si los estalinistas intentasen
plasmar sus prejuicios en un sistema definido, argumentarían probablemente así:
el control obrero, como forma de poder económico dual, es inconcebible sin el
poder político dual en el país, que a su vez es inconcebible sin la oposición
de los soviets al poder de la burguesía: en consecuencia -se sentirán
inclinados a concluir los estalinistas- avanzar la consigna del control obrero
de la producción es admisible solo simultáneamente con la consigna de
los soviets.
De
todo lo que se ha dicho arriba se desprende claramente cuán falsa, esquemática
y falta de vida es semejante construcción. En la práctica, se ha transformado
en el ultimátum único que le partido plantea a los trabajadores: yo, el
partido, os permitiré luchar por el control obrero sólo en el caso de que
estéis de acuerdo en construir simultáneamente los soviets. Pero esto es
precisamente lo que está en cuestión: que estos dos procesos no tienen
necesariamente que desarrollarse paralela y simultáneamente. Bajo la influencia
de la crisis, el desempleo y las manipulaciones rapaces de los capitalistas, la
clase obrera puede llegar a estar preparada en su mayoría para luchar por la
abolición del secreto comercial y por el control sobre la banca, el comercio y
la producción antes de haber llegado a entender la necesidad de la conquista
revolucionaria del poder.
Después
de tomar el camino del control de la producción, el proletariado presionará
inevitablemente en el sentido de la toma del poder y de los medios de
producción. Los problemas de crédito, materiales de guerra, mercados,
extenderán inmediatamente el control más allá de lo límites de las empresas
individuales. En un país tan altamente industrializado como Alemania, los
problemas de las exportaciones importantes deberían elevar directamente el
control obrero a los órganos oficiales del estado burgués. Las contradicciones
del régimen de control obrero, irreconciliables en su esencia, se verán
inevitablemente agudizadas en la medida en que se amplíen su esfera y sus
tareas, y se volverán pronto intolerables. Se puede encontrar una salida a
estas contradicciones o bien en la toma del poder por el proletariado (Rusia) o
bien en la contrarrevolución fascista, que establece la dictadura abierta del
capital (Italia). Es precisamente en Alemania, con su poderosa
socialdemocracia, donde la lucha por el control obrero de la producción será
con toda probabilidad la primera etapa del frente único revolucionario de los
trabajadores, que precede a su lucha abierta por el poder.
¿Es
posible avanzar precisamente ahora, de todos modos , la consigna del control
obrero? ¿Ha madurado la situación revolucionaria lo bastante para ello? La
pregunta es difícil de contestar desde la barrera. No existe ningún termómetro
que permita determinar de forma inmediata y precisa, la temperatura de la
situación revolucionaria. Es obligatorio determinarla en la acción, en la
lucha, con la ayuda de los más variados instrumentos de medida. Uno de estos
instrumentos, quizás uno de los más importantes en las condiciones existente,
es precisamente la consigna del control obrero de la producción.
La
significación de esta consigna se basa principalmente en el hecho de que sobre
su base puede ser preparado el frente único de los trabajadores comunistas con
los socialdemócratas, los sin partido y los cristianos. La actitud de los
obreros socialdemócratas es decisiva. El frente único revolucionario de los
comunistas y los socialdemócratas, esa es la condición política fundamental que
falta en Alemania para una situación directamente revolucionaria. La presencia
de un fascismo fuerte es sin duda un obstáculo serio en el camino hacia la
victoria. Pero el fascismo solamente puede conservar su capacidad de atracción
gracias a que el proletariado está dividido y es débil, y porque le falta la
posibilidad de conducir al pueblo alemán por el camino de la revolución
victoriosa. El frente único revolucionario de la clase obrera significa ya, en
sí mismo, un golpe político fatal para el fascismo.
Por
esta razón, dicho sea de paso, la política de la dirección del partido
comunista alemán sobre la cuestión del referéndum tiene un carácter
especialmente criminal. A su peor enemigo no se le habría ocurrido una forma
más segura de incitar a los obreros socialdemócratas contra el partido
comunista y detener el desarrollo de la política de frente único
revolucionario.
Este
error debe ser corregido ahora. La consigna del control obrero puede ser
extraordinariamente útil en este aspecto. De todos modos, debe ser abordada
correctamente. Avanzada sin la preparación necesaria, como una orden
burocrática, la consigna del control obrero puede no solamente mostrarse como un
disparo de fogueo sino que, más aún, puede comprometer al partido a los ojos de
las masas obreras socavando la confianza en él, incluso entre los trabajadores
que hoy le votan. Antes de lanzar oficialmente esta consigna fundamental, se
debe medir bien la situación y prepararle el camino.
Debemos
empezar desde abajo, desde la fábrica, desde el taller. Los problemas del
control obrero deben ser puestos a prueba y adaptados al funcionamiento de
ciertas empresas industriales, bancarias y comerciales típicas. Debemos tomar
como punto de partida casos especialmente claros de especulación, lock-out
encubierto, ocultación pérfida de beneficios destinada a reducir los salarios o
exageración mendaz de los costes de producción con el mismo propósito, etc. En
una empresa que haya caído víctima de tales maquinaciones, debe ser a través de
los trabajadores comunistas como se sienta el estado de ánimo del resto de las
masas obreras, sobre todo de los obreros socialdemócratas: en qué medida
estarían dispuestos a responder a la exigencia de abolir el secreto comercial y
establecer el control obrero de la producción. Utilizando la ocasión
proporcionada por casos individuales particularmente claros, debemos comenzar
estableciendo directamente el problema y continuar con una propaganda
persistente, y medir de este modo la fuerza de resistencia del conservadurismo
socialdemócrata. Ésta sería una de las mejores formas de establecer en qué
medida ha madurado la situación revolucionaria.
El
tanteo preliminar del terreno supone una elaboración simultánea, teórica y
propagandística, de la cuestión del partido, una instrucción seria y objetiva
de los trabajadores avanzados, en primer lugar de los miembros del consejo de
fábrica, de los obreros sindicalistas prominentes, etc. Solamente el desarrollo
de este trabajo preparatorio, esto es, el grado en que tenga éxito, puede
sugerir en qué momento puede pasar el partido de la propaganda a la agitación
abierta y a la acción práctica directa bajo la consigna del control obrero.
La
política de la Oposición de Izquierda sobre este problema se desprende con
suficiente claridad de lo que se ha planteado, al menos en sus rasgos
esenciales. En el primer período, es cuestión de propaganda sobre el modo
correcto en los principios de plantear la cuestión y, al mismo tiempo, de
estudio de las condiciones concretas de la lucha por el control obrero. La
oposición, en pequeña escala y al modesto nivel que corresponde a sus fuerzas,
debe abordar el trabajo preparatorio que fue caracterizado antes como la próxima
tarea del partido. Sobre la base de esta tarea, la oposición debe buscar el
contacto con los comunistas que están trabajando en los consejos de fábrica y
en los sindicatos, explicarles nuestra caracterización de la situación en su
conjunto y aprender de ellos cómo debe ser adaptada nuestra correcta visión del
desarrollo de la revolución a las condiciones concretas de la fábrica y el
taller.
Postscriptum
P.S.:
Quería terminar con esto, pero se me ocurre que los estalinistas podrían
presentar la siguiente objeción: vosotros estáis dispuestos s
"minimizar" la consigna de los soviets para Alemania, pero nos
criticasteis duramente y nos estigmatizasteis porque en otro tiempo nos negamos
a lanzar la consigna de los soviets en China. En realidad, semejante "objeción"
pertenece a la más baja sofística, basada en el mismo fetichismo organizativo,
es decir, en la identificación de la esencia de clase con la forma
organizativa. Si los estalinistas hubiesen declarado entonces que había razones
en China que dificultaban la aplicación de la forma soviética, si hubiesen
recomendado otra forma organizativa del frente único revolucionario de las
masas, habríamos prestado, naturalmente, la mayor atención a esa propuesta.
Pero se nos recomendaba sustituir los soviets por el Kuomintang, esto es, por
el encadenamiento de los obreros a los capitalistas. La polémica era sobre el
contenido de clase de una organización, y en absoluto sobre su
"técnica" organizativa. Pero debemos añadir a esto que, precisamente
en China, no había obstáculos subjetivos en absoluto para la construcción de
soviets, si es que tomamos en consideración la conciencia de las masas y no la
de los aliados de Stalin por aquel entonces, Chiang Kai-chek y Wang Tin-wei.
Los trabajadores chinos no tienen tradiciones socialdemócratas y conservadoras.
El entusiasmo por la Unión Soviética era realmente universal. Incluso en la
actualidad, el movimiento campesino en China se esfuerza por adoptar formas
soviéticas. Todavía más general era el esfuerzo de las masas en favor de los
soviets en los años 1925-27
Contra el comunismo nacional índice
[1] carta escrita por Trotsky a un grupo de opositores alemanes el 20 de agosto de 1931 y publicado por primera vez en el en el Biulleten Oppozitsii (Boletín de la oposición en lengua rusa) en el nº 24 de septiembre de 1931.