Por un frente único obrero contra el fascismo[1]
(Carta a un obrero comunista alemán, miembro del partido comunista
alemán)
Alemania vive hoy uno de sus más grandes momentos históricos; el
destino del pueblo alemán, el destino de Europa y, en gran medida, el destino
de toda la humanidad en los próximos decenios dependen de él. Cuando se coloca
una bola en el vértice de una pirámide, un débil impulso sirve para hacerla
rodar a derecha o a izquierda. Esa es la situación a la que se acerca Alemania
cada hora que transcurre. Ciertas fuerzas quieren que la bola ruede hacia la
derecha y rompa los riñones de la clase obrera. Otras quieren mantener la bola
en el vértice. Es una utopía. Los comunistas querrían que la bola rodase hacia
la izquierda y rompiese los riñones del capitalismo. No basta con querer, hay
que poder. Intentemos una nueva forma de examinar tranquilamente la situación:
la política que lleva a cabo actualmente el Comité Central del Partido
Comunista alemán, ¿es correcta o es errónea?
¿Qué pretende Hitler?
Los fascistas aumentan muy rápidamente. Los comunistas aumentan
también, pero mucho más lentamente. Este crecimiento de los dos polos demuestra
que la bola no puede mantenerse en el vértice de la pirámide. El crecimiento
rápido de los fascistas implica que la bola puede rodar hacia la derecha. Esto
constituye un inmenso peligro.
Hitler intenta convencer de que él está en contra de un golpe de
estado. Para estrangular de una vez por todas la democracia, pretende llegar al
poder por la sola vía democrática. ¿Se puede creer realmente en sus palabras?
Está claro que, si los fascistas estuvieran seguros de obtener por la
vía democrática la mayoría absoluta de los mandatos en las próximas elecciones,
preferirían quizás esta vía. De hecho les está cerrada. Sería estúpido pensar
que los nazis se desarrollarán durante un largo período al ritmo actual. Tarde
o temprano, su receptáculo social se secará.
El fascismo encierra dentro de sí tan terribles contradicciones que se
aproxima el momento en que el flujo dejará de compensar el reflujo. Este
momento puede llegar mucho antes de que los fascistas hayan logrado reunir la
mitad de los votos. Les será imposible pararse porque no tendrán nada nuevo que
esperar. Se verán obligados a recurrir al golpe de estado.
Pero incluso sin hablar de eso, la vía democrática está vedada a los
fascistas. El crecimiento formidable de los antagonismos políticos en el país
y, sobre todo la agitación de los bandidos fascistas tendrán forzosamente como
consecuencia que, cuanto más cerca de la mayoría estén los fascistas, más se
calentará al rojo la atmósfera y más se multiplicarán las escaramuzas y los
combates. En esta perspectiva, la guerra civil es absolutamente inevitable. La
cuestión de la toma del poder por los fascistas se resolverá, no por medio del
voto, sino por medio de la guerra civil que los mismos fascistas preparan y
provocan.
¿Se puede imaginar por un solo instante que Hitler y sus consejeros no
lo comprendan ni lo prevean? Sería tomarlos por imbéciles. No hay mayor crimen en
política que contar con la estupidez de un enemigo poderoso. Puesto que Hitler
no puede dejar de comprender que el camino del poder pasa por una guerra civil
muy dura, sus discursos sobre la vía democrática y pacífica no son, pues, más
que una cobertura, es decir, un ardid de guerra. Hay, pues, que estar tanto más
en guardia.
¿Que esconde la estratagema de Hitler?
Sus cálculos son totalmente claros y evidentes: intenta adormecer al
adversario con la perspectiva más lejana del crecimiento parlamentario de los
nazis, para darle, una vez adormecido, en el momento favorable, un golpe
mortal. Es perfectamente posible que la admiración de Hitler por el
parlamentarismo democrático deba ayudarle en un próximo futuro a realizar una
coalición en la que los fascistas ocuparán los puestos más importantes y se
servirán de ello... para un golpe de
estado. En efecto, es mas que evidente que la coalición del Centro con los fascistas sería, no una
etapa hacia la solución «democrática» del problema, sino que serviría de
trampolín para un golpe de estado en las condiciones más favorables para el fascismo.
Todo demuestra que el desenlace , incluso independientemente de la
voluntad del estado mayor fascista, se producirá en el transcurso de los próximos
meses, si no de las próximas semanas. Esta circunstancia tiene una enorme
importancia para la elaboración de una política correcta. Si se admite que los
fascistas van a tomar el poder dentro de dos o tres meses, será diez veces más
difícil batirse contra ellos el año que viene que no éste. Los planes
revolucionarios de todo tipo elaborados a dos, tres o cinco años vista, no son
más que charlatanería lamentable y vergonzosa si la clase obrera deja a los
fascistas llegar al poder en los dos, tres o cinco próximos meses. En las
operaciones militares, como en la política de los momentos de crisis
revolucionaria, el factor tiempo tiene una importancia decisiva.
Para ilustrar esta idea, tomemos un ejemplo. Hugo Urbahns, que se
considera como un «comunista de izquierda», declara que el partido comunista
alemán ha fracasado, que está muerto políticamente, y propone construir un
nuevo partido. Si Urbahns tuviese razón, esto significaría que la victoria de
los fascistas estaba asegurada, porque son necesarios años para crear un nuevo
partido (además, no está probado que el partido de Urbahns vaya a ser mejor que
el de Thaelmann: cuando Urbahns estaba a la cabeza del partido no había menos
errores).
Si el fascismo conquistase efectivamente el poder, esto significaría
no solamente la liquidación física del partido comunista, sino también su
fracaso político total. Los millones de obreros que forman el proletariado no
perdonarían jamás a la Internacional Comunista y a su sección alemana una
derrota vergonzosa, infligida por bandas de polvareda humana. Es por esto por
lo que la llegada de los fascistas al poder haría necesaria, según todos los
indicios, la creación de un nuevo partido y de una nueva internacional. Sería
una catástrofe histórica espantosa. Sólo los verdaderos liquidadores, los que
se refugian detrás de frases vacías, los que se preparan de hecho a capitular
cobardemente antes del combate, consideran desde ahora que todo eso es inevitable. Nosotros, los
bolcheviques-leninistas, a quienes los stalinistas califican de «trotskistas»,
no tenemos nada en común con esa gente.
Nosotros estamos firmemente convencidos de que la victoria sobre los
fascistas es posible, no después de su Regada al poder, no después de cinco,
diez o veinte años de dominación por su parte, sino hoy, en la situación
actual, en los próximos meses o a las próximas semanas.
Para vencer es necesaria una política correcta. Esto implica en particular que hace falta una política adaptada a la situación actual, al
reagrupamiento actual de fuerzas, y no calculada para una situación que deba llegar
dentro de uno, dos o tres años, cuando el problema del poder esté ya resuelto
desde hace tiempo.
Todos los males vienen de que la política del comité central del
partido comunista alemán está basada, en parte conscientemente y en parte
inconscientemente, en el reconocimiento del carácter inevitable de la victoria
del fascismo. En efecto, en su llamamiento en favor del «frente único rojo», publicado
el 29 de noviembre, el comité central del partido comunista alemán parte de la
idea de que es imposible vencer al fascismo sin haber vencido previamente a la
socialdemocracia alemana. Thaelmann repite esta idea en todos sus artículos.
¿Es correcta esta idea? A escala histórica,
es completamente cierta. Pero eso no significa en absoluto que se puedan
resolver las cuestiones que están a la orden del día gracias a ella, es decir,
contentándose con repetirla. Esta idea, correcta desde el punto de vista de la estrategia revolucionaria en su
conjunto, se convierte en una mentira, incluso en una mentira reaccionaria, una
vez que se traduce al lenguaje de la táctica.
¿Es cierto que para hacer desaparecer el paro y la miseria hay que destruir
previamente el capitalismo? Es cierto. Pero sólo el último de los imbéciles
sacará la conclusión de que no debemos combatir hoy con todas nuestras fuerzas
contra las medidas que permiten al capitalismo aumentar la miseria de los
obreros.
¿Se puede esperar que el partido comunista derribe a la
socialdemocracia y al fascismo en los próximos meses? Ninguna persona con
sentido común, que sepa leer y contar, se arriesgaría a una afirmación
semejante. Políticamente, el problema se plantea así ¿Se puede hoy en día, en
el transcurso de los próximos meses, es decir, a pesar de la presencia de una
socialdemocracia todavía muy potente aunque debilitada, oponer una resistencia
victoriosa al ataque del fascismo? El comité central del partido comunista
alemán responde negativamente. En otras palabras, Thaelmann considera la
victoria del fascismo como inevitable.
¡Volvamos a la
experiencia rusa!
Para presentar mi idea lo más clara y concretamente posible, voy a
retomar la experiencia del levantamiento de Kornilov. El 26 de agosto de 1917
(según el viejo calendario), el general Kornilov lanza un destacamento de
cosacos y una división salvaje sobre Petrogrado. En el poder estaba Kerensky,
agente de la burguesía y aliado de Kornilov en un setenta y cinco por ciento.
Lenin se encontraba en la clandestinidad, acusado de estar al servicio de los
Hohenzollern; en esta época, yo estaba encerrado por la misma acusación en una
celda de la cárcel de Kresty. ¿Cuál fue entonces la actitud de los
bolcheviques? También tenían derecho a decir: «Para vencer a la banda de
Kornilov, hay que vencer a la banda de Kerensky». Lo dijeron más de una vez,
porque era correcto y necesario para toda la propaganda futura. Pero eso era
absolutamente insuficiente para resistir al Kornílov el 26 de agosto y en los
días siguientes, e impedirle ahogar al proletariado de Petrogrado. Es por esto
por lo que los bolcheviques no se contentaron con lanzar un llamamiento general
a los obreros y a los soldados: «¡Romped con los conciliadores y apoyad el frente único rojo de los
bolcheviques! » No, los bolcheviques propusieron a
los socialistas revolucionarios y a los mencheviques un frente único de
combate, y crearon con ellos organizaciones comunes para la lucha. ¿Era esto
correcto o incorrecto? Que me responda Thaelmann. Para mostrar todavía más
claramente cómo se presentaba el frente único, recordaré el episodio siguiente:
liberado de la cárcel gracias a una fianza desembolsada por las organizaciones
sindicales, fui directamente desde mi celda a una sesión del Comité de Defensa
Popular, donde junto con el menchevique Dan y el socialista revolucionario
Gots, que eran los aliados de Kerensky y que me habían mantenido en la cárcel,
examiné y resolví los problemas de la lucha contra Kornilov. ¿Era esto correcto
o incorrecto? Que me responda Remmele.
¿Es Brüning un «mal menor»?
La socialdemocracia apoya a Brüning, vota por él, asume la
responsabilidad de su política ante las masas basándose en la afirmación de que
el gobierno Brüning es un «mal menor». Este es el punto de vista que intenta
atribuirme la Rote Fahne, bajo el
pretexto de que yo he protestado contra la participación estúpida y vergonzosa
de los comunistas en el referéndum de Hitler. Pero, ¿es que acaso la oposición
de izquierda alemana, y yo en particular, hemos pedido que los comunistas voten
por Brüning y le den su apoyo? Nosotros, como marxistas, consideramos tanto a
Brüning y a Hitler como a Braun como los representantes de un único y mismo
sistema. El problema de saber cuál de entre ellos es un «mal menor» carece de
sentido, porque su sistema, contra el cual luchamos nosotros, necesita de todos
sus elementos. Pero hoy estos elementos están en conflicto, y el partido del
proletariado debe utilizar absolutamente este conflicto en interés de la
revolución.
En una gama hay siete notas. Preguntarse cuál de las notas es la
mejor, si do, re o sol, no tiene
sentido. Sin embargo, el músico debe saber cuándo y qué tecla golpear.
Preguntarse quién es el mal menor, si Brüníng o Hitler, carece también de
sentido. Pero hay que saber cuál de estas teclas golpear. ¿Está» claro? Para
los que no lo comprendan, tomemos un ejemplo más. Si uno de mis enemigos me
envenena cada día con pequeñas dosis de veneno, y otro
quiere darme un tiro por detrás, yo arrancaré primero el revólver de las manos
del segundo, lo que me dará la posibilidad de terminar con el primero. Pero
esto no significa que el veneno sea un «mal menor» en comparación con el
revólver.
La mala suerte ha querido que los jefes del partido comunista alemán
se hayan colocado en el mismo terreno que la socialdemocracia, contentándose
con invertir los signos: la socialdemocracia vota por Brüning calificándolo de
mal menor; los comunistas, que se niegan terminantemente a confiar en Brüning y
Braun (y tienen toda la razón), han descendido a la calle para apoyar el
referéndum de Hitler, es decir, la tentativa de los fascistas de derrocar a
Brüning. Así, han reconocido que
Hitler es un mal menor,
puesto que una victoria en el referéndum llevaría al poder a Hitler, y no al
proletariado. ¡A decir verdad, uno se siente un poco embarazado de explicar una
cosa tan elemental! Está mal, muy mal, que músicos como Remmele, en lugar de
distinguir las notas, toquen el piano con las botas.
No se trata de los obreros que han dejado la socialdemocracia, sino de los que se quedan con ella
Miles y miles de Noske, de WeIs y de Hilferding preferirían a fin de cuentas el fascismo antes que el
comunismo. Pero para ello deben romper definitivamente con los obreros, lo que
no han hecho todavía hoy. La socialdemocracia, con todos sus antagonismos
internos entra hoy en un conflicto agudo con los fascistas. Nuestra tarea es
utilizar este conflicto, y no reconciliar en el momento crucial a los dos adversarios
contra nosotros.
Ahora hay que volverse contra el fascismo formando un solo frente. Y
este frente de lucha directa contra el fascismo, formado por todo el
proletariado, hay que utilizarlo para un ataque por el flanco, pero tanto mas
eficaz,contra la socialdemocracia.
Hay que mostrar en la práctica la mayor disposición para formar con
los socialdemócratas un bloque contra los fascistas en todas partes donde estén
dispuestos a adherirse a este bloque. Cuando se dice a los obreros
socialdemócratas: «Abandonad vuestro partido y uníos a nuestro frente único, al
margen de todo partido», no se hace más que añadir una frase huera a millares
de otras. Hay que saber arrancar a los obreros de sus jefes en la acción. Y la
acción, ahora, es la lucha contra el fascismo.
No hay duda alguna de que hay y habrá obreros socialdemócratas
dispuestos a pelear contra el fascismo codo con codo con los obreros
comunistas, y eso independientemente e incluso contra la voluntad de las
organizaciones socialdemócratas. Evidentemente, hay que establecer los lazos
mas estrechos posibles con estos obreros de vanguardia. Pero, por el momento,
son poco numerosos. El obrero alemán está educado en un espíritu de
organización y de disciplina. Eso tiene su lado bueno y su lado malo. La aplastante
mayoría de los obreros socialdemócratas quiere pelear contra los fascistas,
pero, por el momento, todavía, únicamente junto con sus organizaciones. Es
imposible saltarse esta etapa. Debemos ayudar a los obreros socialdemócratas a
verificar en la práctica -en una situación nueva y excepcional- lo que valen
sus organizaciones y sus jefes cuando es cuestión de vida o muerte para la
clase obrera.
El destino quiere que haya en el comité central del partido comunista numerosos
oportunistas aterrorizados. Han oído decir que el oportunismo es el amor a los bloques. Es por lo que están contra los bloques. No
comprenden la diferencia que puede existir entre un arreglo a nivel
parlamentario y un acuerdo de combate, incluso el más modesto, a propósito de
un huelga o de la protección de los obreros tipógrafos contra las bandas
fascistas.
Los acuerdos electorales, los regateos parlamentarios concluidos entre
el partido revolucionario y la socialdemocracia suelen servir, por regla
general, a la segunda. Un acuerdo práctico de cara a acciones de masas, por
objetivos de lucha, se hace siempre, en provecho del partido revolucionario. El
Comité Anglo-Ruso era una forma inadmisible de bloque entre dos direcciones,
bajo una plataforma política común, imprecisa, engañosa y que no obligaba a
ninguna acción. Mantener ese bloque durante la huelga general, en la que el
Consejo General jugó el papel de rompehuelgas, llevó a los stalinistas a
practicar una política de traición.
¡Ninguna plataforma común con la socialdemocracia o los dirigentes de
los sindicatos alemanes, ninguna publicación, ninguna bandera, ningún cartel común! ¡Marchar separados, golpear
juntos! ¡Ponerse de acuerdo únicamente sobre la manera de golpear, sobre quién
y cuándo golpear! Uno puede ponerse de acuerdo con el diablo, con su abuela e
incluso con Noske y Grzesinsky. Con la única condición de no atarse las manos.
En fin, hay que poner a punto rápidamente un conjunto práctico de
medidas, no con el fin de «desenmascarar» a la socialdemocracia (ante los
comunistas), sino con el objetivo de luchar efectivamente contra el fascismo.
Este programa debe tratar de la protección de las fábricas, la libertad de
acción de los comités de fábrica, la intangibilidad de las organizaciones y las
instituciones obreras, el problema de los depósitos de armas de los que puedan
apoderarse los fascistas, de las medidas a tomar en caso de peligro, es decir
sobre las acciones de lucha de los obreros comunistas y socialdemócratas, etc.
En la lucha contra el fascismo corresponde un lugar inmenso a los
comités de fábrica. Sobre este punto, hace falta un programa de acción
particularmente preciso. Cada fábrica debe transformase en una fortaleza
antifascista con su mando y sus destacamentos de combate. Hay que conseguir el
plano de los cuarteles y de otros focos fascistas en cada ciudad, en cada
distrito. Los fascistas intentan sitiar los focos revolucionarios. Hay que
sitiar al sitiador. El acuerdo en este terreno con las organizaciones
sindícales y socialdemócratas es no solamente admisible, sino también
obligatorio. Rechazarlo en nombre de consideraciones «de principio» (de hecho
por estupidez burocrática o, peor todavía, por cobardía) lleva a ayudar
directamente al fascismo.
Desde noviembre de 1930, es decir, desde hace un año, hemos venido
proponiendo un programa práctico de acuerdo con los obreros socialdemócratas.[2]
¿Qué se ha hecho en este sentido? Casi nada. El comité central del partido
comunista se ha ocupado de todo menos de lo que constituía su tarea central.
¡Qué de tiempo precioso se ha perdido! A decir verdad, no queda mucho. El
programa de acción debe ser puramente practico, puramente concreto, sin ninguna
«exigencia» artificial, sin ninguna segunda intención, para que todo obrero
socialdemócrata pueda decirse: lo que proponen los comunistas es absolutamente
indispensable para la lucha contra el fascismo. Sobre esta base, hay que
arrastrar con el ejemplo a los obreros socialdemócratas y criticar a sus jefes
que, inevitablemente, se opondrán al movimiento y lo frenarán. Sólo en esta vía
es posible la victoria.
Los epígonos actuales, es decir, los muy malos discípulos de Lenin,
adoran cubrir sus lagunas en todos los aspectos con citas que, muy a menudo, no
son en absoluto apropiadas. Para un marxista, no es la cita, sino el método
correcto lo que permite resolver el problema. Pero con la ayuda de un método
correcto no es difícil tampoco encontrar la cita conveniente. Introduciendo al
punto la analogía con el levantamiento de Kornilov me he dicho a mí mismo:
seguramente se podrá encontrar en Lenin una interpretación teórica de nuestro
bloque con los conciliadores en la lucha contra Kornilov. Y efectivamente, en
la segunda parte del tomo XIV de la edición rusa, he encontrado las siguientes
líneas de una carta de Lenin al comité central, que data de comienzos de
septiembre de 1917:
«Incluso ahora, no
debemos apoyar al gobierno de Kerensky. Sería faltar a nuestros principios. Se
preguntará: ¿No hay que pelear contra Kornilov entonces? Evidentemente que sí.
Pero no es la misma cosa, y hay un límite entre las dos; y este límite, ciertos
bolcheviques lo franquean, cediendo al espíritu de “conciliación”, dejándose
arrastrar por la marea de los acontecimientos.
»Nosotros hacemos y
continuaremos haciendo la guerra a Kornilov, pero no apoyamos a Kerensky, al
contrario, desvelamos su debilidad. Hay ahí una diferencia. Una diferencia
bastante sutil, pero completamente esencial, y que no debemos olvidar.
»¿En qué consiste entonces la modificación de nuestra táctica después de la revuelta de Kornilov?
»En que modificamos la
forma de nuestra lucha contra Kerensky. Sin atenuar por nada del mundo nuestra
hostilidad hacia el , sin retractarnos de nada de lo que hemos dicho en contra
suya, sin renunciar a derrocarle decimos: hay
que tener en cuenta el momento, no intentaremos derrocarle de inmediato, le combatiremos
ahora de otra forma y, más precisamente, señalando
a los ojos del pueblo (que combate contra Kornilov) la debilidad y las vacilaciones de Kerensky.»
No proponemos otra cosa: total
independencia de la organización comunista y de su prensa, completa libertad
para la crítica comunista, incluso en lo que concierne a la socialdemocracia y
los sindicatos. Sólo los oportunistas más despreciables pueden admitir la
alienación de la libertad del partido comunista (por ejemplo, por la adhesión
al Koumintang). Nosotros no somos de ésos.
No debemos retirar nada de nuestra critica de la socialdemocracia. No
debemos olvidar nada del pasado. Ya arreglaremos en el momento adecuado todas
nuestras cuentas históricas y, entre ellas, nuestra cuenta por Karl Liebknecht
y Rosa Luxemburg. De la misma forma, nosotros, los bolcheviques rusos, hemos
presentado una cuenta global a los mencheviques y a los socialistas
revolucionarios por las persecuciones, las calumnias, las detenciones, las
muertes de obreros, de soldados y de campesinos.
Pero hemos presentado esta factura dos meses después de haber
utilizado los arreglos de cuentas particulares entre Kerensky y Kornílov, entre
los «demócratas» y los fascistas. Es sólo gracias a ello que hemos vencido.
Si el comité central del partido comunista alemán hace suya la
posición que está expresada en la cita de Lenin, toda la actitud hacia las
masas socialdemócratas y las organizaciones sindicales cambiará inmediatamente:
en lugar de los artículos y los discursos que solamente son convincentes para
los que ya están convencidos por adelantado, los agitadores encontrarán un
lenguaje común con nuevos centenares de miles y millones de obreros. La
diferenciación en el seno de la socialdemocracia se acelerará. Los fascistas se
darán cuenta pronto de que no se trata ya de engañar a Brüning, Braun y WeIs,
sino de aceptar la lucha abierta contra toda la clase obrera. Sobre esta base,
se producirá inmediatamente una profunda diferenciación en el seno del
fascismo. Sólo esta vía hace posible la victoria.
Pero hay que querer esta
victoria. Sin embargo, entre los funcionarios comunistas hay desgraciadamente,
¡ay! carreristas miedosos y bonzos que adoran su pequeño puesto, su salario, y
todavía más su piel. Estos individuos se sienten muy inclinados a hacer exhibición
de frases ultraizquierdistas que disimulan un fatalismo lastimoso y
despreciable. «¡No se puede luchar contra el fascismo sin haber vencido a la
socialdemocracia!» dice el feroz revolucionario... mientras prepara un
pasaporte para el extranjero.
Obreros comunistas, sois cientos de miles, millones, no tenéis ninguna
parte adonde ir, no habrá suficientes pasaportes para nosotros. Si el fascismo
llega al poder, pasará como un temible tanque sobre vuestros cráneos y vuestros
espinazos. La salvación se encuentra únicamente en una lucha sin cuartel. Sólo
la aproximación en la lucha con los obreros socialdemócratas puede aportar la
victoria. ¡Apresuraos, obreros comunistas, porque os queda poco tiempo!