Ante la decisión [1]
El campo contrarrevolucionario
Los cambios de gobierno desde la
época de Brüning demuestran cuán superficial y vacia es la filosofía universal
del fascismo (el fascismo perfecto, el nacionalfascismo, el socialfascismo, el
socialfascismo de izquierda) con que los estalinistas lo califican todo y a
todos, excepto a ellos mismos. La costra superior de los poseedores es
demasiado poco numerosa y demasiado odiada por el pueblo para poder gobernar en
su propio nombre. Necesitan una pantalla: monárquica tradicional («la gracia de
dios»); liberal‑parlamentaria (la soberanía del pueblo»); bonapartista
(«el árbitro imparcial») o, por último, fascista («la cólera del pueblo»). La
guerra y la revolución les han privado de la monarquía. Gracias a los
reformistas, se han mantenido durante catorce años sobre las muletas de la
democracia. Cuando, bajo la presión de las contradicciones de clase, el
parlamento se dividió en pedazos, intentaron ocultarse tras la espalda del
presidente. Así se inicia el capítulo del bonapartismo, es decir, del
gobierno burocrático‑policial que se eleva por encima de la sociedad y
que se mantiene sobre el equilibrio relativo entre los dos campos opuestos.
Pasando por los gobiernos
transitorios de Brüning y de Papen, el bonapartismo adquirió su forma más pura
en la persona del general Schleicher, pero sólo para desvelar en él su
insolvencia. Hostiles, recelosas o inquietas, todas las clases fijaron sus
miradas en esta figura política enigmática que apenas parecía un signo de
interrogación con las charreteras de general. Pero la causa principal del
fracaso de Schleicher, y al mismo tiempo de sus éxitos precedentes,.no reside
en sí mismo: el bonapartismo no puede lograr la estabilidad en tanto que el
campo de la revolución y el campo de la contrarrevolución no hayan medida sus
fuerzas en la batalla. Además, la terrible crisis industrial y agrícola que
pende del país como una pesadilla no facilita el equilibrismo bonapartista. Es
cierto que a primera vista la pasividad del proletariado facilitaba grandemente
las tareas del «general social». Pero ocurrió al revés; precisamente esta
pasividad aflojó el cerco de temor que mantenía unidas a las clases poseedoras,
sacando a la luz los antagonismos que las desgarraban.
Económicamente, la economía rural alemana lleva
una existencia parasitaria, y es una bola pesada atada a los pies de la
industria. Pero la estrecha base social de la burguesía industrial convierte en
una necesidad política la preservación de la agricultura «nacional», es
decir, la clase de los junkers y campesinos ricos junto a todos los estratos
que dependen de ellos. Bismarck fue el fundador de esta política, uniendo
firmemente a agrarios e industriales por medio de las victorias militares, del
oro de las indemnizaciones, de los altos beneficios y del temor al
proletariado. Pero la época de Bismarck ha pasado a mejor vida. La Alemania
actual no surge de las victorias, sino de la derrota. Francia no le paga
ninguna indemnización, sino que ella le paga a Francia. El capitalismo
decadente no produce ningún beneficio, no abre ninguna perspectiva. El único
cemento que une a las clases poseedoras es su miedo a los obreros. Sin embargo,
el proletariado alemán ‑de lo que es completamente responsable su
dirección‑ permanece paralizado en el periodo más crítico, y los
antagonismos entre las clases poseedoras estallan públicamente. Con la
pasividad expectante del campo de la izquierda, el «general social» cayó bajo
los golpes de la derecha.
Cuando esto ocurrió, la costra
superior de las clases poseedoras hizo su balance gubernamental: en el pasivo,
una división en sus propias filas; en el activo, un mariscal de campo
octogenario. ¿Qué más quedaba? Nada, excepto Hugenberg. Así como Schleicher
personificaba la idea pura del bonapartismo, Hugenberg personificaba en sí
mismo la idea químicamente pura de la propiedad. El general estuvo esquivo,
negándose a responder a la cuestión de qué es mejor, el capitalismo o el
socialismo; Hugenberg afirma sin ambages que no hay nada mejor que un junker
del Este del Elba en el trono. La forma de propiedad más arraigada, más
importante y más estable es la propiedad privada de la tierra. Si
económicamente la agricultura alemana es mantenida por la industria, lo más
adecuado es que no sea otro que Hugenberg quien esté al frente de la lucha
política de los poseedores contra el pueblo.
Así, el régimen del árbitro
supremo, elevado por encima de todas las clases y partidos, ha llevado en línea
recta a la supremacía del Partido Nacionalista Alemán, la camarilla más
codiciosa y avara de propietarios. El gobierno de Hugenberg representa la
quintaesencia del parasitismo social. Pero es precisamente por esto que, cuando
se vuelve necesario, en su estado puro se convierte en imposible. Hugenberg
necesita una pantalla. Aún hoy no puede ocultarse tras la capa de un kaiser, y
está obligado a recurrir a la camisa parda de los nazis. Si no se puede obtener
por medio de la monarquía la sanción de las fuerzas celestiales para los
propietarios, queda la sanción de la plebe reaccionaria y desenfrenada.
La investidura de Hitler con el
poder servía un doble objetivo: primero, embellecer a la camarilla de
propietarios con los dirigentes de un «movimiento nacional»; segundo, poner a
las fuerzas de combate del fascismo a la disposición directa de los
propietarios.
No fue con el corazón ligero que
la poderosa camarilla superior pactó con los hediondos fascistas. Detrás de los
advenedizos desenfrenados hay
demasiados, demasiados puños; y en eso reside el aspecto peligroso de los
aliados camisas pardas; pero en eso mismo está su ventaja fundamental., o más
exactamente, su única ventaja. Y ésta es la ventaja decisiva, puesto que ésta
es una época tal que no hay otra forma de garantizar la propiedad que mediante
los puños. No hay manera de prescindir de los nazis. Pero es asimismo imposible
entregarles el poder efectivo; en la
actualidad, la amenaza del proletariado no es tan aguda como para que las altas
esferas puedan provocar conscientemente una guerra civil de resultado
problemático. Es a esta nueva fase en el desarrollo de la crisis social de
Alemania que corresponde la nueva combinación gubernamental, en la que los
puestos militares y económicos siguen en manos de los amos, mientras se asignan
a los plebeyos los puestos decorativos o secundarios. La función oficiosa, pero
tanto más real, de los ministros fascistas es agarrotar a la revolución con el
terror. Sin embargo, los fascistas deben realizar la eliminación y aniquilación
de la vanguardia proletaria sólo dentro de los límites fijados por los
representantes de los agrarios e industriales. Tal es el plan. Pero, ¿cómo
resultará su ejecución?
El gobierno de Hugenberg‑Hitler
incluye un complejo sistema de contradicciones: entre los representantes
tradicionales de los agrarios, por una parte, y los autorizados representantes
del gran capital, por la otra; entre éstos dos, por una parte, y los oráculos
de la pequeña burguesía reaccionaria, por la otra. La combinación es
extremadamente inestable. En su forma actual, no puede durar mucho. ¿Qué la
sustituirá en un caso de que se hunda? En vista de que los instrumentos
fundamentales de poder no están en manos de Hítler, y puesto que él ha
demostrado ampliamente que además de su
odio al proletariado, tiene un profundo terror orgánico a las clases poseedoras
y a sus instituciones, es imposible excluir por completo la posibilidad de que
las altas esferas, en caso de ruptura con los nazis, intenten de nuevo tomar el
camino del bonapartismo presidencial. Sin embargo, la probabilidad de semejante
variación, que por otra parte tendría sólo un carácter episódico, es
extremadamente insignificante. Es infinitamente más probable que la crisis siga
desarrollándose en dirección al fascismo. Hítler canciller es un desafío tan
abierto dirigido al proletariado que una reacción de masas, incluso, en el peor
de los casos, una serie de reacciones dispersas, es absolutamente inevitable. Y
esto bastará para empujar a los fascistas a los lugares principales,
desplazando a sus demasiado pesados mentores. Pero con una sola condición: que
los fascistas se mantengan firmes.
La toma del poder por Hitler es indudablemente
un golpe terrible para la clase obrera. Pero esto no es todavía una derrota
decisiva o irremediable. El enemigo, que podía haber sido aplastado mientras
sólo se esforzaba por llegar al poder, ha ocupado en la actualidad toda una
serie de puestos de mando. Esto les permite una gran ventaja, pero todavía no
ha tenido lugar la batalla. La ocupación de posiciones ventajosas no decide
nada por sí misma; son las fuerzas vivas lo decisivo.
La Reichswher y la policía, la
Stahlhelm, y las tropas de asalto nazis constituyen tres ejércitos
independientes al servicio de las clases poseedoras. Pero por el verdadero
significado de la actual combinación gubernamental, estos ejércitos no están
unidos en una sola mano. La Reichswher, por no hablar de la Stahlhelm, no esta
en las manos de Hitler. Sus propias fuerzas armadas representan una masa
problemática que todavía tiene que ser puesta a prueba. Sus millones de reserva
son desperdicios humanos. Para conquistar todo el poder, Hitler debe provocar
una apariencia de guerra civil (él mismo teme una verdadera guerra civil). Sus
sólidos colegas del ministerio, a cuya disposición están la Reichswher y la
Stahlhelm, preferirían estrangular al proletariado con medidas «pacíficas».
Ellos están mucho menos inclinados a provocar una pequeña guerra civil por
temor a una grande. De esta manera, queda un trecho no pequeño entre el
ministerio encabezado por el canciller fascista y la victoria completa del
fascismo. Esto significa que el campo revolucionario todavía dispone de tiempo.
¿Cuánto? Es imposible de calcular de antemano. Sólo las batallas pueden medir
su duración.
El campo proletario
Cuando el partido comunista
oficial declara que la socialdemocracia es el más importante sostén de la
dominación burguesa, no hace más que repetir la idea que sirvió como punto de
partida para la organización de la Tercera Internacional. Cuando la burguesía
la llama al poder, la socialdemocracia vota a favor del régimen capitalista. La
socialdemocracia tolera (soporta) a cualquier gobierno burgués que tolere a la
socialdemocracia. Pero incluso cuando es completamente excluida del poder, la
socialdemocracia sigue sosteniendo la sociedad burguesa, recomendando a los
obreros que reserven sus fuerzas para batallas a las que jamás está dispuesta a
llamar. Al paralizar la energía revolucionaria del proletariado, la
socialdemocracia proporciona a la sociedad burguesa una oportunidad de
sobrevivir bajo condiciones en que no puede vivir mucho tiempo, convirtiendo
así el fascismo en una necesidad política. El llamamiento de Hitler al poder
proviene del mariscal de campo de los Hohenzollern, ¡que había sido elegido por
los votos de los obreros socialdemócratas! La sucesión de figuras políticas,
desde Wels hasta Hitler, es completamente aparente. No puede haber dos
opiniones diferentes sobre esto entre los marxistas. Pero lo que está en
cuestión no es cómo interpretar una situación política, sino cómo transformarla
de manera revolucionaria.
La falta de la burocracia
estalinista no es que sea « irreconciliable », sino que es políticamente
impotente. Del hecho de que el bolchevismo, bajo la dirección de Lenin, se
demostró victorioso en Rusia, la burocracia estalinista deduce que es «deber»
del proletariado alemán agruparse alrededor de Thaelmann. Su ultimátum dice: a
menos que los obreros alemanes acepten de antemano, a prior¡ y sin reservas la
dirección comunista, no deben atreverse siquiera a pensar en batallas serias.
Los estalinistas lo dicen de otra manera. Pero ningún rodeo, limitación ni
triquiñuela oratoria cambia nada del carácter fundamental del ultimatismo
burocrático, que ayudó a la socialdemocracia a entregar Alemania a Hitler.
La historia de la clase obrera
alemana desde 1914 constituye la página más trágica de la historia moderna.
¡Qué espantosas traiciones de su partido histórico, la socialdemocracia! ¡Qué
incapacidad e impotencia de su ala revolucionaria! Pero no hay necesidad de
retroceder tan atrás. Durante los pasados dos o tres años de avance fascista,
la política de la burocracia estalinista no ha sido nada más que una cadena de
crímenes que salvaron literalmente al reformismo, y con ello prepararon los
éxitos subsiguientes del fascismo. En el presente, cuando el enemigo ya ha
ocupado importantes puestos de mando, surge inevitablemente la pregunta: ¿No es
demasiado tarde para llamar a reagrupar fuerzas para repeler al enemigo? Pero
antes hemos de responder otra pregunta, ¿qué significa «demasiado, tarde» en el
caso presente? ¿Debe entenderse esto como que incluso la media vuelta más audaz
por el camino de la política revolucionaria ya no es capaz de cambiar
radicalmente la relación de fuerzas? ¿O significa que no hay ni la posibilidad
ni la esperanza de lograr el viraje necesario? Estas son dos cuestiones
diferentes.
En lo que hemos dicho antes, ya
hemos dado, en efecto, respuesta a la primera. Aun bajo las condiciones más
favorables para Hitler, requiere largos meses ‑¡y qué críticos meses!‑
para establecer la hegemonía del fascismo. Si se toma en consideración la
agudeza de la situación económica y política, el carácter ominoso del peligro
actual, la terrible inquietud de los obreros, su número, su exasperación, la
presencia de elementos combativos experimentados en sus filas, y la capacidad
incomparable de los obreros alemanes para la organización y la disciplina,
entonces la respuesta está clara: durante esos meses necesarios a los fascistas
para destruir los obstáculos internos y externos y estabilizar su dictadura, el
proletariado, bajo una dirección correcta, puede llegar al poder dos o tres
veces.
Hace dos años y medio, la
Oposición de Izquierda propuso con insistencia que todas las instituciones y
organizaciones del partido comunista, desde el comité ejecutivo central hasta
la más pequeña célula provincial, se volviesen inmediatamente hacia las
organizaciones socialdemócratas paralelas con una propuesta concreta de acción
común contra la supresión inminente de la democracia proletaria. Si se hubiese
desarrollado una lucha contra los nazis sobre esta base, Hitler no sería hoy
canciller, y el partido comunista ocuparía el lugar dirigente en el seno de la
clase obrera. Pero no se puede volver al pasado. Las consecuencias de los
errores cometidos han logrado convertirse en hechos políticos y en la
actualidad forman parte del panorama objetivo. La situación hay que tomarla tal
como es. No tenía que haber llegado a ser tan mala, pero no es desesperada. Un
viraje político ‑real, audaz, sincero, copletamente meditado‑
puede salvar por entero la situación y despejar el camino para el triunfo.
Hitler necesita tiempo. Una
recuperación del comercio y la industria, si se convirtiese en realidad, no
significaría de ningún modo el fortalecimiento del fascismo frente al
proletariado. Al menor signo de mejoría, el capital, que ha estado hambriento
de beneficios, sentirá la aguda necesidad de paz en las fábricas, y esto
cambiará de golpe la correlación de fuerzas a favor de los obreros. Para que la
lucha económica se funda desde el principio con la lucha política, es
apremiante que los comunistas estén en sus puestos, es decir, en las fábricas y
en los sindicatos. Los dirigentes socialdemócratas han anunciado que desean un
acuerdo con los obreros comunistas. Muy bien. Que los 300.000 obreros
pertenecientes a la RGO tomen la palabra a los reformistas y se dirijan a la
ADGB con la propuesta de entrar inmediatamente en los Sindicatos Libres como
fracción. Semejante iniciativa provocará un cambio en la autoestimación de los
obreros y, por tanto, de toda la situación política.
No obstante, ¿es posible el
viraje? A eso se reduce la tarea en el momento actual. Como regla, los
vulgarizadores de Marx, que gravitan hacia el fatalismo, no observan en la
arena política más que causas objetivas. Entretanto, cuanto más se agudiza la
lucha de clases, más se aproxima a la catástrofe, con más frecuencia la clave
de toda la situación está confiada a un partido determinado y a su dirección.
En este momento, la cuestión se plantea de esta manera: si en el pasado la
burocracia estalinista se ha mantenido en el camino del ultimatismo estúpido, a
pesar de la presión de, digamos, diez atmósferas políticas, ¿será capaz de
resistir una presión diez veces mayor, de cien atmósferas?
Pero, ¿tal vez entrarán en acción
las masas derribando los obstáculos del aparato, a la manera en que estalló la
huelga del transporte en Berlín, en noviembre de 1932? No hay base,
ciertamente, para considerar excluido el movimiento espontáneo de las masas.
Para que sea efectivo, en esta ocasión debe superar el alcance de la huelga de
Berlín en cien o doscientas veces. El proletariado alemán es lo suficientemente
poderoso como para sumergirse en semejante movimiento, incluso sí se le
obstruye desde arriba. Pero a los movimientos espontáneos se les llama así
precisamente porque comienzan sin dirección. Nuestra pregunta plantea el
problema de qué debe hacer el partido para dar empuje al movimiento de masas,
para ayudarle a alcanzar toda su envergadura, para ocupar un lugar a su cabeza
y garantizarle la victoria...
Los telegramas de hoy han traído
la noticia de una huelga general en Lübeck como respuesta a la detención de un
funcionario socialdemócrata. Este hecho, si es cierto, no rehabilita en lo más
mínimo a la burocracia socialdemócrata. Pero condena irrevocablemente a los
estalinistas junto con sus teorías del socialfascismo. Sólo el desarrollo y
la agudización del antagonismo entre
nacionalsocialistas y socialdemócratas puede sacar a los comunistas de su
aislamiento, tras todos los errores cometidos, y abrir el camino hacia la
revolución. Sin embargo, no hay que entorpecer, sino ayudar este proceso que
surge de la lógica de las relaciones mismas. El camino para ello es a través de
la política audaz de frente único.
Las elecciones de marzo, a las que se agarrará la socialdemocracia para paralizar la energía de los obreros, en sí mismas no resolverán nada, por supuesto. Si antes de las elecciones no tienen lugar mayores acontecimientos, que desplacen el problema a otro plano, el partido comunista debe obtener automáticamente un aumento de votos. Este sería incontablemente mayor sí el partido comunista asumiese desde ahora mismo la iniciativa de un frente único defensivo. Sí, ¡es de defensa de lo que se trata en la actualidad! Pero el partido comunista puede perderse si, en pos de la socialdemocracia, incluso aunque en términos diferentes, convierte su agitación electoral en un vocerío, puramente parlamentario, en un medio de distraer la atención de las masas de su impotencia actual y de prepararse para la defensa. La política audaz de frente único es, en este momento, la única base correcta incluso para la campaña electoral.
De nuevo, ¿hay fuerzas suficientes
en el partido comunista para el viraje? ¿Tendrán los obreros comunistas
suficiente energía y resolución para ayudar a que la presión de cien atmósferas
se abra camino en los cráneos burocráticos? No importa cuán ofensivo pueda ser
el reconocerlo, es así como se plantea la cuestión en la actualidad ...
Las líneas anteriores fueron
escritas cuando supimos, con el retraso inevitable, por los periódicos
alemanes, que Moscú había dado por fin la señal de alarma al CEC del partido
comunista alemán: ha sonado la paz hora para un acuerdo con la
socialdemocracia. No tengo ninguna confirmación de esta noticia, pero huele a
cierta: la burocracia estalinista ordena un viraje sólo después de que los
acontecimientos hayan golpeado en la cabeza a la clase obrera (en la URSS, en
China, en Inglaterra, en Alemania). Cuando el canciller fascista apunta con sus
metralletas a la sien del proletariado atado de pies y manos, entonces y sólo
entonces se inspira el presidium de la Comintern: ha llegado el momento de
desatar las cuerdas.
No es preciso decir que la
Oposición de Izquierda se situará firmemente en el terreno de este
reconocimiento tardío e intentará extraer de él todo lo posible para la
victoria del proletariado. Pero, aun cuando actuemos así, la Oposición de
Izquierda no olvidará ni por un momento que el viraje de la Comintern es un
zigzag puramente empírico puesto en práctica bajo los efectos del pánico. Los
individuos que asimilan la socialdemocracia con el fascismo son capaces, en el
proceso de lucha con el fascismo, de pasar a una idealización de la
socialdemocracia. Debemos vigilar atentamente para preservar la completa
independencia política del comunismo; para coordinar los golpes
organizativamente, pero sin mezclar las banderas; para mantener una lealtad
absoluta en nuestras relaciones con nuestro aliado, pero vigilándolo como el
enemigo de mañana [2].
Si la fracción estalinista lleva a
cabo realmente el viraje dictado por toda la situación, la Oposición de
Izquierda, por supuesto, ocupará su lugar en las filas de combate comunes. Pero
la confianza de las masas en este viraje será tanto mayor cuanto más
democráticamente se realice. Los discursos de Thaelmann o los manifiestos del
comité ejecutivo central son demasiado poco para el alcance actual de los
acontecimientos. Se necesita la voz del partido. Se necesita un congreso del
partido. ¡No hay otra forma de restablecer la confianza del partido en sí
mismo, ni de profundizar la confianza de los obreros en el partido! El congreso
debe tener lugar dentro de dos o tres semanas, y no después de la apertura del
Reichstag (si es que el Reichstag se vuelve a reunir).
El programa de acción es claro y
sencillo:
Propuesta inmediata a todas las
organizaciones socialdemócratas, de la dirección a la base, de un frente único
defensivo.
Preparación inmediata de un
congreso extraordinario del partido.
¡Está en juego la suerte de la
clase obrera, la suerte de la Internacional Comunista y ‑no lo olvidemos‑
la suerte de la república soviética!
Postscriptum
¿Cuáles son los planes posibles
del gobierno Hitler‑Hugenberg en relación a las elecciones al Reichstag?
Es absolutamente evidente que el gobierno actual no puede tolerar un Reichstag con
una oposición mayoritaria. En vista de ello, la campaña y las elecciones están
destinadas a llevar, de una forma o de otra, a un denouement[3]
. El gobierno comprende que incluso su victoria electoral total, es decir,
sí reciben el 51 % de los mandatos en el parlamento, no sólo no significará una
solución pacífica de la crisis, sino que, por el contrario, puede ser la señal
para un movimiento decisivo contra el fascismo. Es por esto por lo que el
gobierno tiene que estar preparado para una acción decisiva para el momento en
que sean conocidos los resultados electorales.
La necesaria movilización de
fuerzas previa para ello no se demostrará menos aplicable en el caso de que los
partidos de gobierno se asusten de estar en minoría y, consecuentemente, deban
abandonar en último término el terreno de la legalidad de Weimar. De este modo,
en ambos casos, en el caso de la derrota parlamentaria del gobierno (menos del
50 %) y en el de su victoria (más del 50 %) hay que esperar igualmente que las
nuevas elecciones sean la ocasión de una lucha decisiva.
No está excluida una tercera
variante: bajo el pretexto de preparar las elecciones, los nacionalsocialistas
llevan a cabo un golpe de Estado sin esperar a las elecciones. Tácticamente, un
paso de este tipo sería más correcto, desde el punto de vista de los nazis.
Pero teniendo en cuenta el carácter pequeñoburgués del partido, su incapacidad
para una iniciativa independiente y su dependencia de sus recelosos aliados, es
necesario deducir que Hitler difícilmente se decidiría por este paso. Que
semejante paso fuese planeado por Hitler conjuntamente con sus aliados sería
muy poco verosímil, puesto que la segunda función de las elecciones es
precisamente modificar la medida de la participación de sus aliados en el
gobierno.
Sin embargo, en la labor de
agitación es necesario avanzar esta tercera posibilidad. Si los ánimos se
encendieran demasiado en el período preelectoral, para el gobierno sería
necesario un golpe de Estado, aunque sus planes prácticos del momento no vayan
tan lejos.
En cualquier caso, está
perfectamente claro que, en sus valoraciones tácticas, el proletariado debe
actuar en términos de muy poco tiempo. Obviamente, ni una mayoría gubernamental
en el Reichstag, la dimisión del nuevo Reichstag durante un período indefinido,
ni un golpe fascista antes de las elecciones significará la solución final de
la cuestión a favor del fascismo. Pero cada una de estas tres variantes
significaría una fase muy importante, nueva, en la lucha entre la revolución y
la contrarrevolución.
La tarea de la Oposición de
Izquierda durante la campaña electoral es dar a los trabajadores un análisis de
las tres variantes posibles, en la perspectiva global de una lucha a muerte
inevitable entre el proletariado y el fascismo. Planteando así la cuestión se
da a la agitación por la política de frente único la concreción necesaria.
El partido comunista ha proclamado
incesantemente: «El proletariado está en una ofensiva creciente.» A esto
responde el SAP: «No, el proletariado está a la defensiva; sólo nosotros lo
llamamos a la ofensiva.» Ambas fórmulas demuestran que esa gente no sabe lo que
significan ofensiva y defensiva, es decir, el ataque y la defensa. Lo
desgraciado del asunto es que el proletariado no está a la defensiva, sino en
una retirada que mañana puede convertirse en una huida pavorosa.
Nosotros llamamos al proletariado
no a la ofensiva sino a una defensa activa. Precisamente el carácter
defensivo de las operaciones (defensa de las organizaciones proletarias, de los
periódicos, de las reuniones, etc.) constituye el punto de partida de un frente
único en relación a la socialdemocracia. Saltar por encima de la fórmula de la
defensa activa significa utilizar frases ruidosas pero vacías. Evidentemente,
en caso de éxito, la defensa activa se convertiría en ofensiva. Pero esto sería
una fase posterior; el camino para eso pasa por el frente único para la
defensa.
Para exponer más claramente la
significación histórica de las acciones y decisiones del partido comunista en
estos días y semanas es necesario, en mi opinión, plantear el problema ante los
comunistas sin la menor concesión; al contrarío, con toda la dureza e
implacabilidad: la renuncia del partido al frente único y a la creación de
comités locales de defensa, es decir, futuros soviets, significa la
capitulación del partido ante el fascismo, un crimen histórico equivalente a la
liquidación del partido y de la Internacional Comunista. En caso de semejante
desastre, el proletariado, por entre montones de cadáveres, a través de años de
calamidades y sufrimientos insoportables, vendrá a la Cuarta Internacional.
El
frente Único defensivo
índice
[1] Escrito el 5 de febrero de 1933, fue publicado por primera vez en el Biulleten Oppozitsii, n.º 3, marzo de 1933. El Postscriptum está fechado el 6 de febrero de 1933.
[2] A la luz de los recientes acontecimientos y frente al panorama de los trágicos errores de los estalinistas, la historia de la capitulación de Wels y Cía. parece un interludio cómico en una tragedia de Shakespeare. Esos señores afirmaban ayer que el peligro del fascismo estaba liquidado, gracias a la política correcta del partido [SPD]; y que la política del frente único, permitida en el pasado, en adelante es contrarrevolucionaria. El día después de estas manifestaciones, Hitler llegaba al poder y Stalin declaraba que la política de frente único, hacia poco contrarrevolucionaria, es en adelante necesaria
[3] En francés en el original: solución o desenlace.