HISTORIA DEL TROTSKISMO NORTEAMERICANO
Por este
nombre se conocen las doce conferencias públicas que James P. Cannon, fundador
del trotskismo norteamericano, dio en Nueva York en 1942. James P. Cannon fue
uno de los fundadores del Partido Comunista de Estados Unidos (USCP) y a
finales de los años 30 se relacionó con la Oposición de Izquierdas
Internacional emprendiendo la lucha por la construcción de una organización
comunista revolucionaria ajena a la monstruosa deformación que supuso el
estalinismo. En 1938 funda el Partido Socialista de los Trabajadores (SWP) que
se convierte en la sección norteamericana de la IV Internacional. Cannon fue un
gran dirigente obrero que colaboró muy estrechamente con Trotsky hasta que éste
fue asesinado a manos de un agente estalinista. En esta página presentamos
desde el segundo capítulo hasta el último.
ÍNDICE:
Cap. 1 Los Primeros días del Comunismo Norteamericano
Cap. 2 Los primeros días del movimiento comunista en Estados Unidos
Cap. 3 Inicio de la Oposición de Izquierda en el Partido Comunista de
EE.UU.
Cap. 4 La Oposición de Izquierda en Estados Unidos bajo el fuego
Cap. 5 Los 'días caniculares' de la Oposición de Izquierda
Cap. 6.- La ruptura con la KOMINTERN
Cap.7.- El viraje hacia el trabajo de masas
Cap. 8.- Las grandes huelgas de Minneapolis
Cap. 9.- La fusión con el AWP de Muste
Cap. 10.- La lucha contra el sectarismo
Cap. 11.- El 'viraje francés' en Estados Unidos
Cap. 12.- Trabajo comunista dentro del PS
Cap 1. Los Primeros
días del Comunismo Norteamericano
Me parece bastante apropiado
camaradas, dar una serie de conferencias sobre la historia del trotskismo norteamericano
en este Labor temple (Templo del Trabajo). Fue aquí mismo, en este auditorio,
en el comienzo de nuestra lucha histórica en 1928 que hice el primer discurso
público en defensa de Trotsky y de la Oposición Rusa. El discurso fue dado no
sin algunas dificultades, ya que los estalinistas trataron de romper nuestro
acto por la fuerza física. Pero nos las arreglamos para hacerlo. Nuestra
actividad oral pública como trotskistas reconocidos comenzó realmente aquí, en
este Labor temple, trece, casi catorce años atrás. Sin duda, al leer la
literatura del movimiento trotskista en este país ustedes frecuentemente habrán
notado repetidas afirmaciones de que no tenemos ninguna nueva revelación: el
trotskismo no es un movimiento nuevo, una nueva doctrina, sino la restauración,
el renacimiento del verdadero marxismo como fue expuesto y practicado en la
revolución Rusa y en los primeros días de la Internacional Comunista.
El bolchevismo mismo fue también
un renacimiento, una restauración del verdadero marxismo después de que esta
doctrina había sido corrompida por los oportunistas de la Segunda
Internacional, quienes culminaron su traición al proletariado apoyando a los
gobiernos imperialistas en la 1ra. Guerra Mundial de 1914-1918. Cuando uno
estudia el período particular del que voy a hablar en este curso -los últimos
trece años- o cualquier otro período desde los tiempos de Marx y Engels, se
puede observar una cosa: La continuidad ininterrumpida del movimiento marxista
revolucionario. El marxismo nunca ha dejado de tener auténticos representantes.
A pesar de todas las perversiones y traiciones que han desorientado al
movimiento de tanto en tanto, siempre ha surgido una nueva fuerza, un nuevo
elemento ha salido adelante para ponerlo otra vez en la senda correcta, es
decir, en la senda del marxismo ortodoxo. También así fue en nuestro caso.
Estamos enraizados en el pasado. Nuestro movimiento, al que llamamos
trotskismo, ahora cristalizado en el Socialist Workers Party, no surgió
totalmente maduro de la nada. Surgió directamente del Partido Comunista de los
EE.UU. El Partido Comunista mismo surgió del movimiento precedente, el Partido
Socialista y en parte, de los IWW (Industrial Workers of the World). Surgió del
movimiento de los obreros revolucionarios de Norteamérica en el período de la
preguerra y la guerra. El Partido Comunista, que tomó forma organizada en 1919,
era originalmente el ala izquierda del Partido Socialista. Fue del Partido
Socialista de donde vinieron los contingentes comunistas más grandes. En realidad,
el lanzamiento formal del Partido en septiembre de 1919 fue simplemente la
culminación organizativa de una pelea prolongada dentro del Partido Socialista.
Allí se había trabajado el Programa y allí, se formaron los primeros cuadros.
Esta pelea interna en su momento, llevó a la división y a la formación de una
organización separada, el Partido Comunista. En los primeros años de la
consolidación del Movimiento Comunista -es decir, como ustedes dirían, desde la
Revolución Bolchevique en 1917 hasta la organización del Partido Comunista en
este país dos años más tarde, y aún por un año más después de ello- la
principal tarea fue la lucha fraccional contra el socialismo oportunista,
entonces representado por el Partido Socialista. Este es casi siempre el caso
cuando una organización política obrera se deteriora y al mismo tiempo da
nacimiento a un ala revolucionaria. La pelea por la mayoría, por la
consolidación de fuerza dentro del partido, casi invariablemente limita la
actividad inicial del nuevo movimiento a una pelea casi estrecha,
intrapartidaria, que no finaliza con la separación formal.
El nuevo partido continúa buscando
adherentes en el viejo. Le lleva tiempo al nuevo partido aprender cómo pararse
firme sobre sus propios pies. Así, aún después de que la separación formal
había ocurrido en 1919, por la fuerza de 1a inercia y el hábito, y también
porque la pelea no había terminado realmente, la lucha fraccional continuó.
Quedó gente en el Partido Socialista que no estaba decidida y que eran
candidatos más que probables para la nueva organización partidaria. El Partido
Comunista concentró su actividad en el primer año a la lucha por clarificar la
doctrina y ganar fuerzas adicionales del Partido Socialista. Por supuesto como
es casi invariablemente el caso en tales desarrollos históricos, esta fase
fraccional dio en su momento lugar a la actividad directa en la lucha de
clases, para reclutar nuevas fuerzas y para el desarrollo de la nueva
organización sobre bases enteramente independientes.
El Ala Izquierda del Partido
Socialista, que más tarde se convirtió en el Partido Comunista, fue inspirada
directamente por la Revolución Bolchevique de 1917. Antes de ese momento, los
militantes norteamericanos habían tenido muy poca oportunidad de adquirir una
genuina educación marxista. Los dirigentes del Partido Socialista no eran
marxistas. La literatura del marxismo publicada en ese país era más bien magra
y confinada casi exclusivamente al aspecto económico de la doctrina. El Partido
Socialista era un cuerpo heterogéneo; su actividad política, su agitación y
enseñanzas programáticas eran una terrible mezcolanza de todo tipo de ideas
radicales, revolucionarias y reformistas. En esos días antes de la última
guerra, y aún durante ella, a los jóvenes militantes que llegaban al partido
buscando una clara guía programática, les costó encontrarla. No la podían tener
de la dirección oficial del partido que carecía de un conocimiento serio de
tales cosas. Las cabezas prominentes del Partido Socialista, eran la
contraparte norteamericana de los dirigentes oportunistas de los partidos
socialistas de Europa, sólo que más ignorantes y más despreciativos de la
teoría. Consecuentemente, a pesar del impulso y el espíritu revolucionario, la
gran masa de jóvenes militantes del movimiento norteamericano, pudieron
aprender muy poco de marxismo; y sin el marxismo es imposible tener un
movimiento revolucionario consistente.
La Revolución Bolchevique en Rusia
cambió todo casi de cuajo. Allí fue demostrada en la acción concreta la
conquista del poder por el proletariado. Como en casi todos los otros países,
el tremendo impacto de esta victoria revolucionaria del proletariado sacudió
hasta sus cimientos a nuestro movimiento en Norteamérica. La sola inspiración
de la hazaña fortaleció enormemente al ala revolucionaria del partido, dio a
los trabajadores nuevas esperanzas e hizo emerger un nuevo interés en esos
problemas teóricos de la revolución que no habían recibido un reconocimiento
apropiado hasta entonces.
Pronto descubrimos que los organizadores y dirigentes de la Revolución Rusa no
eran sólo revolucionarios de acción. Eran genuinos marxistas en el campo de la
doctrina. A parte de Rusia, recibimos de Lenin, de Trotsky y de los otros
dirigentes, por primera vez, serias exposiciones de la política revolucionaria
del marxismo. Aprendimos que habían estado enfrascados en largos años de lucha
por la restauración del marxismo no falsificado en el movimiento obrero
internacional. Ahora, gracias a la gran autoridad y al prestigio de su victoria
en Rusia, eran finalmente capaces de ser escuchados en todos los países. Todos
los militantes genuinos se agruparon a su alrededor y comenzaron a estudiar sus
escritos con un interés y un apasionamiento desconocidos antes. La doctrina que
ellos exponían tenía una autoridad diez veces mayor porque había sido
verificada por la práctica. Aún más, mes a mes, año a año, a pesar de todo el
poder que el capitalismo mundial movilizaba contra ellos, mostraban la
capacidad de desarrollar la gran revolución, crear el Ejército Rojo, mantenerse
y avanzar. Naturalmente, el Bolchevismo se convirtió en la doctrina autorizada
entre los círculos revolucionarios de todos los movimientos políticos obreros
del mundo, incluso en nuestro país.
Sobre esa base fue formada el Ala
Izquierda del Partido Socialista. Tenía publicaciones propias; tenía
organizadores, oradores y escritores propios. En la primavera de 1919 -es decir
cuatro o cinco meses antes de que el Partido Comunista se organizara
formalmente, tuvimos en Nueva York la primera Conferencia Nacional del Ala
Izquierda. Yo fui delegado a esa conferencia, viniendo en ese momento de la
ciudad de Kansas. Fue en esta conferencia que la fracción tomó cuerpo
virtualmente como partido dentro de un partido, en preparación para la posterior
ruptura. El órgano oficial del Ala Izquierda fue llamado "Revolutionary
Age" ("La Era Revolucionaria"). Este periódico llevó a los
trabajadores de Norteamérica la primera explicación auténtica de las doctrinas
de Lenin y Trotsky. Su editor fue el primero en el país en exponer y
popularizar las doctrinas de los dirigentes bolcheviques. Por lo tanto debe ser
reconocido históricamente como el fundador del comunismo norteamericano. Este
editor era un hombre llamado Louis C. Fraina. Su corazón no era tan fuerte como
su cabeza. Sucumbió en la pelea y se transformó en un converso trasnochado de
la democracia burguesa en el medio de su agonía. Pero esa es sólo su mala
fortuna personal. Lo que hizo en esos tempranos días mantiene toda su validez y
aún ni él ni ningún otro pueden deshacerlo.
Otra figura prominente del
movimiento en esos días fue John Reed. El no era un dirigente ni un político,
pero su influencia moral era muy grande. John Reed fue el periodista socialista
norteamericano que fue a Rusia, tomó parte en la revolución, la relató
verídicamente y escribió un gran libro sobre ella, "Diez días que
conmovieron al Mundo".
En los comienzos, el grueso de los
miembros del Ala Izquierda del Partido Socialista eran extranjeros. En esos
momentos, más de veinte años atrás, una gran parte del proletariado en
Norteamérica era extranjero. Antes de la guerra las puertas de la inmigración
habían sido abiertas ampliamente, ya que acumular un gran ejército de reserva
servía a las necesidades del capital norteamericano. Muchos de esos inmigrantes
llegaron a Norteamérica con las ideas socialistas desde sus países nativos.
Bajo el impacto de la Revolución Rusa el movimiento socialista de lengua
extranjera creció a pasos agigantados. Los extranjeros se organizaron en
federaciones según su idioma, prácticamente cuerpos autónomos afiliados al
Partido Socialista. Había tanto como ocho o nueve mil miembros en la Federación
Rusa; cinco o seis mil entre los polacos; tres o cuatro mil ucranianos; casi
doce mil fineses, etc. -una enorme masa de miembros extranjeros en el partido.
La gran mayoría se concentraron bajo la consigna de la Revolución Rusa y
después de la división del Partido Socialista constituyeron el grueso de los
miembros del Partido Comunista.
Los dirigentes de estas federaciones
aspiraban a controlar al nuevo partido y de hecho lo controlaron. En virtud de
estos bloques los obreros extranjeros a quienes representaban, ejercían una
influencia inesperada en los primeros días del movimiento comunista. Esto era
bueno en algunos aspectos porque en su mayor parte eran comunistas apasionados
y ayudaron a inculcar la doctrina del bolchevismo.
Pero su dominación era muy mala en
otros aspectos. Sus mentes no estaban realmente en los Estados Unidos sino en
Rusia. Le dieron al movimiento un tipo de formación no natural y lo contagiaron
desde el comienzo con un sectarismo exótico. Los dirigentes dominantes del
partido -dominantes en el sentido de que ellos tenían el poder real gracias a
los bloques que tenían detrás suyo- era gente absolutamente no familiarizada
con la escena política y económica norteamericana. No entendían la psicología
de los obreros norteamericanos y no les prestaban mucha atención. Como
resultado, el movimiento en sus comienzos sufrió de exceso de irrealismo y tuvo
un tinte de romanticismo que puso al partido en muchas de sus actividades y
pensamientos fuera de la real lucha de clases de los Estados Unidos. Lo más
extraño es que muchos de estos dirigentes de las Federaciones Extranjeras,
estaban convencidos de su misión mesiánica. Estaban determinados a controlar el
movimiento para mantenerlo en la fe pura.
Desde su comienzo en el Ala
Izquierda del Partido Socialista y más tarde en el Partido Comunista, el
movimiento comunista norteamericano fue zozobrado por tremendas peleas
fraccionales, "peleas por el control" se llamaban. La dominación de
los dirigentes extranjeros creó una situación paradójica. Ustedes saben que
normalmente, en la vida de un gran país imperialista como éste, los obreros
inmigrantes extranjeros ocupan una posición de una minoría nacional y tienen
que librar una lucha permanente por la igualdad, por sus derechos, sin
conseguirlos por completo nunca. Pero en el Ala Izquierda del Partido
Socialista y en los comienzos del Partido Comunista, esta relación estaba dada
vuelta. Cada uno de los idiomas eslavos estaba fuertemente representado. Los
rusos, polacos, lituanos, letones, fineses, etc., tenían la mayoría. Eran la
mayoría abrumadora y nosotros, los norteamericanos nativos, que pensábamos que
teníamos algunas ideas de cómo tenía que ser dirigido el movimiento obrero,
estábamos en minoría. Desde el comienzo estuvimos en la posición de una minoría
perseguida. En los primeros tiempos tuvimos muy poco éxito.
Yo pertenecía a la fracción,
primero en el Ala Izquierda del Partido Socialista y más tarde en el movimiento
comunista independiente, que quería una dirección norteamericana para el
movimiento. Estábamos convencidos de que era imposible construir un movimiento
en este país sin una dirección más íntimamente ligada y conocedora del
movimiento nativo de los obreros norteamericanos. Muchos de ellos por su parte
estaban igualmente convencidos de que era imposible para un norteamericano ser
un bolchevique realmente puro. Ellos nos querían y nos apreciaban -como su
"expresión inglesa"- pero pensaban que tenían que mantenerse en el
control para evitar que el movimiento se convirtiera en oportunista y
centrista. Durante años se perdió una gran cantidad de tiempo dando esa pelea,
que para los dirigentes extranjeros sólo podría ser una pelea perdida. A la
larga el movimiento tenía que encontrar una dirección nativa, de otra manera no
podría sobrevivir.
La pelea por el control asumió la
forma de lucha sobre cuestiones organizativas. ¿Deberían los grupos extranjeros
organizarse en federaciones, o deberían organizarse en ramas locales sin una
estructura nacional o derechos autónomos? ¿Deberíamos tener un partido
centralizado, o un partido federado? Naturalmente, la concepción de un partido
centralizado era una concepción bolchevique. Sin embargo, en un partido
centralizado los grupos extranjeros no podrían ser movilizados tan fácilmente
en bloques sólidos, mientras que en un partido federado era posible para los
dirigentes de la Federación enfrentar al partido con bloques sólidos de
votantes que los apoyaran en las convenciones, etc.
Esta lucha desbarató la
Conferencia del Ala Izquierda en Nueva York en 1919. Cuando llegamos a Chicago
en septiembre de 1919, es decir, en la Convención Nacional del Partido
Socialista donde tuvo lugar la división, las fuerzas del Ala Izquierda estaban
divididas entre sí. Los Comunistas en el momento de su ruptura con el Partido
Socialista eran incapaces de organizar un partido unido propio. Anunciaron al
mundo unos días después que habían organizado no un Partido Comunista sino dos.
El que tenía la mayoría era el Partido Comunista de los Estados Unidos,
dominado por las Federaciones Extranjeras; el otro era el Partido Obrero
Comunista, representando a la fracción minoritaria que ya he mencionado, con su
mayor proporción de nativos y extranjeros norteamericanizados. Naturalmente,
había variaciones y fluctuaciones individuales, pero esta era la línea
principal de demarcación.
Tal fue el poco auspicioso
comienzo del Movimiento Comunista Independiente -dos partidos en el terreno,
con programas idénticos, batallando fieramente el uno contra el otro.
Para hacer las cosas peor,
nuestras divididas filas se enfrentaron a una persecución terrorífica. Ese año,
1919, era el año de la gran reacción en este país, la reacción de la
postguerra. Después que los patrones terminaron la guerra para "hacer el
mundo seguro para la democracia" decidieron escribir un capítulo
suplementario para hacer a los Estados Unidos seguro para el mercado abierto.
Comenzaron un giro patriótico
furioso contra todas las organizaciones obreras. Miles de obreros fueron
arrestados a escala nacional. Los nuevos Partidos Comunistas sufrieron los
embates de este ataque. Casi todas las organizaciones locales de costa a costa
fueron allanadas; prácticamente cada dirigente del movimiento nacional o local
fue puesto bajo arresto, procesado por una u otra cosa. Deportaciones masivas
de militantes extranjeros tuvieron lugar. El movimiento fue perseguido a tal
punto que fue llevado a la clandestinidad. Los líderes de ambos partidos
pensaron que era imposible continuar el funcionamiento abierto, legal. Así, en
el mismísimo primer año del Comunismo norteamericano no sólo tuvimos la
desgracia, el escándalo y la catástrofe organizativa de dos partidos Comunistas
separados y rivales, sino que también tuvimos a ambos partidos después de unos
pocos meses, funcionando en grupos y células ilegales.
El movimiento permaneció ilegal
desde 1919 hasta comienzos de 1922. Después de que el primer shock de las
persecuciones pasó y los grupos y células se acostumbraron a su existencia
ilegal, los elementos en la dirección que tendían al irrealismo ganaron fuerza,
en tanto y en cuanto el movimiento estaba entonces completamente aislado de la
vida pública y de las organizaciones obreras del país.
La disputa fraccional entre los
dos partidos continuaba consumiendo una cantidad enorme de tiempo; los
refinamientos de la doctrina, los quisquilleos, se convirtieron casi en un
pasatiempo. Entonces yo, por mi parte, me di cuenta por primera vez de la
completa malicia de la enfermedad del ultraizquierdismo. Parece ser una ley
peculiar que cuanto mayor es el aislamiento de un partido de la vida del
movimiento obrero, cuanto menor es el contacto que tiene con el movimiento de
masas, y cuanto menor es la corrección que éste puede ejercer sobre el partido,
tanto más radical se vuelve en sus formulaciones, su programa, etc. Quien desee
estudiar la historia del movimiento cuidadosamente, debería examinar algo de la
literatura del partido impresa durante esos días. Ustedes ven, no costaba nada
ser ultrarradical, porque de todas maneras, nadie les prestaba atención. No
teníamos reuniones públicas, no teníamos que hablar a los obreros o ver cuáles
eran sus reacciones a nuestras consignas. Así, los que gritaban más fuerte en
nuestras reuniones cerradas se convirtieron en más y más dominantes en la
dirección del movimiento. La fraseología del "radicalismo" tuvo su
día de fiesta. Los años iniciales del movimiento comunista en este país estuvieron
más que consagrados al ultraizquierdismo.
Durante las elecciones
presidenciales de 1920 el movimiento era ilegal y no pudo implementar alguna
forma de tener su propio candidato. Eugene V. Debs era el candidato del Partido
Socialista, pero estábamos envueltos en una terrible lucha fraccional con este
partido y pensábamos erróneamente que no podíamos apoyarlo. Por lo tanto el
movimiento se decidió por un programa muy radical: ¡Emitió una proclama
altisonante llamando a los obreros a boicotear las elecciones! Ustedes podrán
pensar que podríamos haber dicho simplemente "no tenemos candidato, no
podemos hacer nada al respecto". Ese fue el caso, por ejemplo, con el
Socialist Workers Party. Los trotskistas en 1940, debido a dificultades
técnicas, financieras y organizativas, no pudimos participar en las elecciones.
No encontramos posible apoyar a ningún candidato, entonces sólo dejamos pasar
el asunto. Sin embargo, el Partido Comunista en esos días, nunca dejó pasar
algo sin emitir una proclama. Si yo a menudo muestro indiferencia a las
proclamas, es porque vi muchas de ellas en los días iniciales del Partido
Comunista. Abandoné enteramente la idea de que cada ocasión debe tener una
proclama. Es mejor pasarla con pocas; emitirlas en las ocasiones más
importantes. Entonces tiene mayor peso. Bueno, en 1920 se sacó un volante
llamando a boicotear las elecciones pero no logramos nada de eso.
Una fuerte tendencia
antiparlamentaria creció en el movimiento. Una falta de interés en las
elecciones que llevó años y años superar. Mientras tanto leíamos el folleto de
Lenin "El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo". Todos
reconocían -teóricamente- la necesidad de participar en las elecciones, pero no
había disposición para hacer algo al respecto y varios años tuvieron que pasar
antes de que el partido desarrollara alguna actividad electoral seria.
Otra idea radical ganó
predominancia en el inicial movimiento comunista ilegal: la concepción de que
mantenerse clandestino es un principio revolucionario. Durante las dos décadas
pasadas hemos disfrutado las ventajas de la legalidad. Prácticamente todos los
camaradas del SWP no han conocido otra forma de existencia que la del partido
legal. Es muy posible que una predisposición legalista haya crecido entre
ellos. Esos camaradas pueden sufrir fuertes golpes en tiempos de persecución ya
que el partido tiene que ser capaz de realizar sus actividades sin importar la
actitud de la clase dirigente. Es necesario para un partido revolucionario
saber cómo operar aún en formaciones ilegales. Pero esto sólo debe realizarse
por necesidad, nunca por elección. Después que una persona experimenta tanto la
organización política ilegal, como la abierta, se puede convencer a sí mismo
fácilmente que la más económica, la más ventajosa es la abierta. Es la forma
más fácil de entrar en contacto con los obreros, la forma más fácil de captar.
Consecuentemente, un bolchevique genuino, aún en tiempo de mayor persecución,
trata siempre de atrapar y utilizar cada posibilidad de funcionar abiertamente;
si no puede decir todo lo que quiere libremente, dirá lo que pueda y completará
la propaganda legal por otros métodos.
En los inicios del movimiento
comunista, antes de que hubiéramos asimilado apropiadamente los escritos y
enseñanzas de los líderes de la Revolución Rusa, creció una tendencia a
considerar al partido ilegal como un principio. En tanto el tiempo pasó y la
ola de reacción retrocedió, las posibilidades de actividades legales se
abrieron. Pero fueron necesarias tremendas peleas fraccionales antes de que el
partido tomara el más leve paso en la dirección de legalizarse. La
absolutamente increíble idea de que un partido no puede ser revolucionario a
menos que sea ilegal fue en realidad aceptada por la mayoría en el movimiento
comunista en 1921 y comienzos de 1922.
En la cuestión sindical el
"radicalismo" también se mantuvo dominante. El ultraizquierdismo es
un virus terrible. Prospera mejor en un movimiento aislado, lo van a encontrar
ustedes más desarrollado en un movimiento que está aislado de las masas, que no
tiene ningún correctivo de éstas. Ustedes lo ven en estas divisiones en el
movimiento trotskista -nuestros propios "aspectos lunáticos". Cuanto
menos gente los escucha, cuanto menos efectos tienen sus palabras sobre el
curso de los eventos humanos, más extremos, irracionales e histéricos son en
sus formulaciones.
La cuestión sindical estaba en la
agenda de la primera convención ilegal del movimiento comunista. Esta
convención proclamó una separación y una unificación al mismo tiempo. Una fracción
encabezada por Ruthemberg se había separado del Partido Comunista, dominado por
los grupos extranjeros. La fracción Ruthemberg se reunión en una convención
conjunta con el Partido Obrero Comunista para formar una nueva organización
llamada el Partido Comunista Unificado, en Mayo de 1920 en Bridgeman, Michigan
(esta no debe confundirse con otra convención en Bridgeman en agosto de 1922
que fue allanada por la policía). El Partido Comunista Unificado ganó la
superioridad y se fusionó con la restante mitad del Partido Comunista original
un año más tarde.
La Convención de 1920, recuerdo con precisión, adoptó una resolución sobre la
cuestión sindical. Bajo la luz de lo que se ha aprendido en el movimiento
trotskista, les haría poner los pelos de punta. Esta resolución llamó al boicot
de la American Federation of Labor (AFL). Estableció que si un miembro del
partido está "obligado por necesidad de trabajo" a pertenecer a la
AFL, debería trabajar ahí de la misma manera que un comunista trabaja en un
Congreso burgués, no para construirlo sino para hacerlo explotar desde adentro.
Esa estupidez fue más tarde corregida junto con otras cosas. Mucha gente que
cometió estas estupideces más tarde aprendió y se desenvolvió mejor en el
movimiento político.
Siguiendo a la Revolución Rusa, la
joven generación, revelándose contra las traiciones oportunistas de los
socialdemócratas, tomó demasiada dosis de radicalismo. Lenin y Trotsky
dirigieron el "Ala Derecha" -así es como ellos demostrativamente
llamaron a su tendencia- en el III Congreso mundial de la Internacional
Comunista en 1921. Lenin escribió su folleto, "El izquierdismo, enfermedad
infantil del comunismo", dirigido contra los izquierdistas alemanes,
tomando las cuestiones del parlamentarismo, sindicalismo, etc. Este folleto,
junto con las decisiones del Congreso, hicieron mucho en el curso del tiempo
para liquidar la tendencia izquierdista en los inicios de la Comintern.
No quiero para nada pintar la
fundación del Comunismo Norteamericano como un circo, como hacen los filisteos
que se mantienen al margen. No lo fue de ninguna manera. Hubo lados positivos
en el movimiento, y estos predominaron. Estaba compuesto de miles de
revolucionarios valientes y devotos. A pesar de todos sus errores, construyeron
un partido como nunca antes se había visto en este país, es decir, un partido
fundamentado en un programa marxista, con una dirección profesional y
militantes disciplinados. Aquellos que pasaron el período del partido ilegal,
adquirieron hábitos de disciplina y aprendieron métodos de trabajo que irían a
jugar un gran rol en la historia siguiente del movimiento. Nosotros estamos
construyendo sobre esos cimientos.
Aprendieron a tomar el programa seriamente. Aprendieron a sacarse para siempre
la idea de que un movimiento revolucionario, que tenga como objetivo el poder,
puede ser dirigido por gente que practica el socialismo como un pasatiempo. El
típico dirigente del Partido Socialista era un abogado que practicaba leyes, o
un predicador o un escritor, o un profesional de un tipo u otro que asentían en
venir y hacer un discurso cada tanto. Los funcionarios de tiempo completo eran
meramente caballos de tiro que hacían el trabajo sucio y no tenían influencia
real en el partido. La brecha entre los obreros de base, con sus aspiraciones e
impulsos revolucionarios, y los chapuceros pequeñoburgueses en las alturas era
tremenda. El joven Partido Comunista rompió con todo eso y fue capaz de hacerlo
fácilmente porque ninguno de los antiguos dirigentes se puso de todo corazón a
apoyar la Revolución Rusa. El partido tuvo que sacar nuevos dirigentes de las
filas y desde el mismo comienzo se sentó el principio de que esos dirigentes
deberían ser obreros profesionales para el partido, deberían poner todo su
tiempo y toda su vida a disposición del partido. Si uno piensa en un partido
que tiene como objetivo dirigir a los obreros en una lucha real por el poder,
entonces no tiene sentido considerar cualquier otro tipo de dirección.
En la ilegalidad el trabajo de
educación, de asimilación de los escritos de los dirigentes rusos, continuó.
Lenin, Trotsky, Zinoviev, Radek, Bujarin, esos eran nuestros maestros.
Comenzamos a ser educados en un espíritu totalmente distinto al sentimentaloide
del Partido Socialista, en el espíritu de revolucionarios que se toman las
ideas y el programa muy en serio. El movimiento tuvo una vida interna muy
intensa, tanto más cuanto estaba aislado y vuelto hacia sí mismo. Las peleas
fraccionales eran feroces y largamente extenuantes.
El movimiento comenzó a estancarse
en el callejón sin salida de la ilegalidad. Unos pocos de nosotros en la
dirección comenzamos a buscar una salida, una forma de aproximarnos a los
obreros norteamericanos por medios legales. Estos esfuerzos fueron resistidos
con firmeza. Formamos una nueva fracción. Lovestone estaba fuertemente asociado
conmigo en la dirección de esta fracción. Más tarde se nos unió Ruthemberg al
salir de prisión en la primavera de 1922.
Por un año y medio, dos años, esta
lucha continuó sin descanso. La pelea por la legalización del movimiento tuvo
un resultado positivo de nuestro lado; aunque por el otro hubo una resistencia
igualmente determinada por gente convencida hasta la médula de que esto
significaba algún tipo de traición. Finalmente, en diciembre de 1921, teniendo
una leve mayoría en el Comité Central, nos comenzamos a mover, dando un paso
cuidadoso por vez, hacia la legalidad.
No pudimos legalizar al partido
como tal, la resistencia en la base era todavía muy fuerte, pero organizamos
algunos grupos legales para charlas. Después llamamos a una convención para
federar estos grupos en un órgano central llamado American Labor Alliance, que
convertíamos en una organización de propaganda. Entonces, en diciembre de 1921
recurrimos al plan de organizar al Partido Obrero como una organización legal,
abierta, junto con el Partido Comunista ilegal. No podíamos prescindir de éste.
No era posible conseguir una mayoría para acordar con esto, pero se efectuó un
compromiso por el cual mientras mantuviéramos al partido ilegal, levantaríamos
el Partido Obrero como una extensión legal. Dos o tres mil cabezas duras
clandestinos se rebelaron contra este movimiento de cambio hacia la legalidad,
rompieron y formaron sus propias organizaciones.
Continuamos con dos partidos -uno
legal y otro clandestino. El Partido Obrero tenía un programa muy limitado,
pero se convirtió en el medio a través del cual toda nuestra actividad pública
legal se llevaba a cabo. El control yacía en el Partido Comunista clandestino.
El Partido Obrero no encontró persecución. La ola reaccionaria había pasado y
prevalecía un tono político liberal en Washington y en el resto del país.
Podíamos celebrar encuentros públicos y conferencias, publicar periódicos,
participar en campañas electorales, etc. Entonces surgió la cuestión
¿Necesitábamos este estorbo de dos partidos? Queríamos liquidar la organización
clandestina y concentrar toda nuestra actividad en el partido legal y correr el
riesgo de una ulterior persecución. Encontramos una renovada oposición. La
lucha continuó ininterrumpidamente hasta que finalmente llevamos el asunto a la
Internacional Comunista en el IV Congreso en 1922. En ese congreso yo era el
representante de la fracción "liquidacionista", como nos llamaban.
Este nombre viene de la historia del bolchevismo. En un determinado momento,
después de la derrota de la Revolución de 1905, una sección de los mencheviques
se adelantó con la posición de liquidar el partido clandestino en Rusia y
confiar toda la actividad a la "legalidad" zarista. Lenin peleó
salvajemente contra esta propuesta y sus sostenedores, porque significaba
renunciar al trabajo y la organización revolucionarias. Los denunció como
"liquidacionistas". Entonces naturalmente cuando nosotros nos vinimos
con la propuesta de liquidar el partido clandestino en este país, los
izquierdistas con su mente puesta en Rusia mecánicamente transfirieron la
expresión de Lenin y nos denunciaron como "liquidacionistas".
Entonces nos fuimos a Moscú ante la Internacional Comunista. Esa fue la primera
oportunidad en que me encontré con el camarada Trotsky. En el curso de nuestra
lucha tratamos de obtener el apoyo de miembros individuales de la dirección
rusa. En el verano y fines de 1922 pasé muchos meses en Rusia. Por bastante
tiempo era como un paria debido a que esta campaña acerca de los
"liquidacionistas", había llegado más arriba de nosotros y los rusos
no querían tener más que ver con los liquidadores. Sin conocimiento de la
situación en Norteamérica tendían a tener prejuicios contra nosotros. Asumían
que el partido había sido realmente ilegalizado y cuando la cuestión fue puesta
ante ellos estaban inclinados a decir de antemano: "Si ustedes no pueden
hacer su trabajo legalmente, háganlo ilegalmente, pero ustedes deben hacer su
trabajo". Pero no era así como quedarían las cosas. La situación política
en los Estados Unidos hacía posible un Partido Comunista legal. Esa era nuestra
discusión y toda la experiencia posterior lo ha probado. Finalmente algunos
otros camaradas y yo nos encontramos con el camarada Trotsky y le expusimos
nuestras ideas por casi una hora. Después de hacer algunas preguntas, cuando
habíamos terminado nos dijo "Es suficiente, voy a apoyar a los
"liquidacionistas" y hablaré con Lenin. Estoy seguro que los
apoyarán, entonces la autoridad predominante y la influencia, naturalmente se
transferiría a ese partido. Es sólo una cuestión de entender la situación
política. Es absurdo encorsetar en el chaleco de fuerza de la ilegalidad cuando
no es necesario. No hay cuestión alguna en ello".
Le preguntamos si arreglaría para
que nosotros viéramos a Lenin. Nos dijo que Lenin estaba enfermo, pero si era
necesario, si Lenin no estaba de acuerdo con él, arreglaría para que lo
viéramos. En unos pocos días el nudo comenzó a desatarse. Una comisión del
congreso fue encargada para la cuestión norteamericana y nos presentamos ante
una comisión para debatir. Ya había corrido la voz de que Trotsky y Lenin
estaban a favor de los "liquidacionistas" y la corriente estaba
cambiando a nuestro favor. En la discusión en la audiencia de la comisión,
Zinoviev hizo un brillante alegato sobre el trabajo legal e ilegal, trayendo la
vasta experiencia de los bolcheviques rusos. Nunca he olvidado ese discurso. La
memoria del mismo pone a nuestro partido en un buen lugar hasta nuestros días y
lo hará en el futuro, estoy seguro. Radek y Bujarin hablaron en el mismo
sentido. Ellos tres eran en esos días los representantes del Partido Comunista
Ruso en el Comintern. Los delegados de los otros partidos, después de un
completo y profundo debate, dieron apoyo por completo a la idea de legalizar el
Partido Comunista Norteamericano. Con la autoridad del Congreso Mundial de la
Comintern detrás de las decisiones, la Oposición en los Estados Unidos pronto
decreció. El Partido Obrero que había sido creado en 1921 como una extensión
legal del Partido Comunista, tuvo otra convención, adoptó un programa más claro
y reemplazó por completo a la organización clandestina. Toda la experiencia
desde 1923 ha demostrado la sabiduría de esa decisión. La situación política
aquí justificaba la organización legal. Hubiera sido una terrible calamidad,
pérdida y mutilación de la actividad revolucionaria el mantenerse
clandestinamente cuando no era necesario. Es muy importante que los
revolucionarios tengan el coraje de correr esos riesgos cuando no se pueden
evitar. Pero también es igualmente importante tener la prudencia suficiente
para evitar sacrificios innecesarios. Lo principal es lograr que se haga la
tarea de la forma más económica y expeditiva posible.
Una observación final sobre esta
cuestión: un pequeño grupo se mantuvo irreconciliable con la legalización del
partido. Iban a mantenerse clandestinos a pesar de nosotros. No iban a
traicionar al comunismo. Tenían sus cuarteles en Boston y una rama en
Cleveland. Cada tanto, a través de los años, escucharíamos de este grupo
clandestino una proclama de algún tipo. Siete años más tarde, después de que
habíamos sido expulsados del Partido Comunista y estábamos organizando el
movimiento trotskista, escucharnos que este grupo en Boston era de alguna
manera simpatizante de las ideas trotskistas. Esto nos interesó ya que
estábamos muy necesitados de toda la ayuda que pudiéramos obtener. En una de
mis visitas a Boston los camaradas locales arreglaron una conferencia con ellos.
Eran muy conspirativos y nos llevaron a la vieja manera clandestina al lugar
del encuentro. Un comité formal nos recibió. Después de intercambiar saludos,
el dirigente dijo: "ahora, camarada Cook, díganos cuál es vuestra
proposición". Camarada "Cook" era el seudónimo por el que me
conocían en el partido clandestino. El no iba a revelar mi nombre legal en un
encuentro clandestino. Le expliqué por qué habíamos sido expulsados, nuestro
programa, etc. El dijo que estaban deseosos de discutir el programa trotskista
como base de la unidad en un nuevo partido. Pero querían acordar primero en un
punto: el partido que íbamos a organizar tendría que ser una organización
clandestina. Entonces intercambié algunos chistes con ellos y volví a Nueva
York. Supongo que todavía son clandestinos.
Ahora, camaradas, todo esto es
algo así como el fondo, una introducción a la historia de nuestro movimiento
trotskista. La semana que viene trataré lo del desarrollo posterior del Partido
Comunista en los años iniciales antes de nuestra expulsión y la reconstrucción
del movimiento bajo la bandera del trotskismo.
La semana pasada di un esbozo del
comienzo de los días pioneros del comunismo estadounidense. Aunque omití mucho,
y toqué sólo algunos puntos claves, no logramos ir más allá de 1922, del Cuarto
Congreso de la Internacional Comunista, de la legalización del movimiento
comunista clandestino y del principio del trabajo abierto. Hablé sobre los
aspectos negativos del movimiento inicial y de las enfermedades infantiles que
lo plagaron --algo que casi siempre sucede con los movimientos jóvenes--, en
particular la virulenta enfermedad infantil del ultraizquierdismo.
Sin embargo, estos aspectos
negativos, el irrealismo de gran parte del trabajo, los eclipsó con mucho el
lado positivo: la creación en Estados Unidos, por primera vez, de un partido
político revolucionario fundado en las doctrinas bolcheviques. Fue esa la gran
contribución del comunismo pionero. Un grupo de gente organizó un partido
político nuevo. Ellos asimilaron ciertas enseñanzas básicas del comunismo. Se
habituaron a procedimientos disciplinados, que es uno de los requisitos para la
construcción de un partido político obrero serio. Nunca antes había sucedido
esto en Estados Unidos. Ellos crearon el instrumento de un liderazgo
profesional, igualmente otro de los requisitos más elementales de un partido
revolucionario serio.
El
movimiento comunista en sus primeros años demostró convincentemente la influencia
predominante de las ideas sobre cualquier otra cosa. Esto se demostró de forma
impresionante en la lucha por la supremacía entre el IWW [Obreros Industriales
del Mundo] y el joven Partido Comunista. En los días que precedieron a la
guerra, el IWW era un movimiento obrero combativo bastante grande. Al comenzar
la guerra, era indiscutiblemente la organización que abarcaba entre sus filas
al mayor grupo de militantes proletarios. Sin embargo, el núcleo del Partido
Comunista surgió del Partido Socialista. Un número considerable era de
extracción pequeñoburguesa, de ellos un elevado porcentaje eran jóvenes sin
experiencia alguna en la lucha de clases. Miles de ellos eran trabajadores
nacidos en el exterior que nunca habían sido realmente asimilados en la lucha
de clases en Estados Unidos.
En lo que
a material humano respecta, el IWW llevaba todas las de ganar. Sus militantes
ya se habían puesto a prueba en muchas luchas. Tenían a centenares y centenares
de sus miembros en la cárcel, y desplegaban cierto desdén hacia este movimiento
advenedizo que hablaba con tanta confianza en términos revolucionarios. Los
miembros del IWW pensaban que sus acciones y sus sacrificios superaban tanto a
las puras pretensiones doctrinales de este nuevo movimiento revolucionario que
no tenían nada que temerle en términos de rivalidad. Estaban seriamente
equivocados.
El Partido
Comunista desplaza al IWW
Al cabo de
pocos años, para 1922, quedó bien claro que el Partido Comunista había
desplazado al IWW como organización dirigente de la vanguardia. El IWW, con su
maravillosa mezcla de militantes proletarios, con todas sus luchas heroicas, no
pudo mantener el paso. No habían adaptado su ideología a las lecciones de la
guerra y de la revolución rusa. No habían adquirido suficiente respeto hacia la
doctrina, hacia la teoría. Por eso su organización degeneró, mientras que esta
nueva organización, con su material más pobre, con su juventud inexperta, que
había tomado en sus manos las ideas vivas del bolchevismo, completamente rebasó
al IWW, dejándolo muy rezagado en sólo unos pocos años.
La gran
lección de esta experiencia es el desatino que representa tomar a la ligera la
fuerza de las ideas o imaginar que se puede encontrar algo que sustituya las
ideas correctas al construir un movimiento revolucionario.
Tras
resolver la lucha básica sobre la legalización con los ultraizquierdistas, el
partido abandonó la clandestinidad. Como mencioné, ya había conquistado
hegemonía completa sobre la vanguardia del proletariado en este país. Por todos
lados se le consideraba, y debidamente, como la agrupación más avanzada y
revolucionaria en este país. El partido empezó a atraer a sus filas a algunos
sindicalistas naturales del país. William Z. Foster, quien por aquel entonces
ostentaba la gloria de su labor en la huelga del acero, y otros sindicalistas
más, un grupo bastante grande, entraron a este Partido Comunista: nacido en el
exterior, medio exótico, pero dinámico. Toda la orientación del partido empezó
a cambiar. De riñas clandestinas, disputas irrealistas y refinamientos
excesivos de la doctrina, el partido se orientó hacia el trabajo de masas. Los
comunistas empezaron a preocuparse con problemas prácticos de la lucha de
clases. Gradualmente el partido procedió a "sindicalizarse", dando
sus primeros pasos en la Federación Norteamericana del Trabajo, la organización
sindical dominante, prácticamente la única en aquella época.
Debates
sobre política sindical
A la vez
que librábamos la batalla por la legalización del partido, combatíamos por corregir
la política sindical del partido. Esta lucha también fue exitosa; se rechazó la
posición sectaria original. Los comunistas pioneros revisaron sus anteriores
pronunciamientos sectarios con los que habían favorecido el sindicalismo
independiente. Todo el dinamismo del Partido Comunista ahora lo dirigían hacia
los sindicatos reaccionarios. El mérito principal de esta transformación
también le pertenece a Moscú, a Lenin y a la Comintern. El gran folleto de
Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, aclaró
este problema de forma decisiva. Para 1922-23, el partido iba bien encaminado
hacia la penetración del movimiento sindical y rápidamente empezaba a ejercer
una influencia seria en varios sindicatos en diversas partes del país. Eso fue
particularmente el caso en el sindicato de los mineros del carbón y en los
sindicatos de la aguja, así como en algunos otros, el partido hizo sentir su
influencia.
Sin
embargo, simultáneamente con esta labor práctica y totalmente progresista, el
partido se sumió en algunas aventuras oportunistas. Al parecer, ningún partido
puede corregir jamás una desviación, la debe sobrecorregir. Se nos va la mano
en la otra dirección. Así, el joven partido que hasta hacía poco se preocupaba
con el refinamiento de la doctrina bajo el aislamiento clandestino, sin tener
nada que ver con el movimiento sindical --ya no se diga con el movimiento
político, la pequeña burguesía y los farsantes sindicales--, este mismo partido
ahora se hundía en un número de aventuras desenfrenadas en el campo de la
política sindical y agrícola. El intento del liderazgo del partido de formar,
de la noche a la mañana, mediante una serie de maniobras y combinaciones, un
partido de trabajadores y agricultores grande sin contar con respaldo suficiente
en el movimiento de masas de los trabajadores, sin la fuerza suficiente de los
propios comunistas, sumió al partido en la confusión. Se precipitaba una nueva
lucha interna.
La serie
de nuevas luchas fraccionales que empezó el año de 1923, unos seis meses
después de liquidarse la vieja lucha sobre la legalización, continuó casi sin
interrupción hasta el momento en que a los trotskistas nos expulsaron del
partido en 1928. La lucha continuó con furia hasta la primavera de 1929, cuando
expulsaron a los dirigentes lovestonistas, los mismos que nos habían expulsado
a nosotros. A partir de entonces, la estalinizada Comintern frenó las luchas
fraccionales expulsando a cualquiera que demostrara independencia de carácter,
y seleccionando a una nueva dirección que debía brincar cada vez que sonara la
campana. Por medios burocráticos lograron un monolitismo pacífico en el
partido. Lograron la paz del estancamiento y la descomposición
ideológicos.
Luchas
fraccionales
Las luchas
fraccionales que convulsionaron al partido durante todo este periodo no
impidieron que la organización realizara una gran cantidad de trabajo en la
lucha de clases, desarrollando su actividad en muchos campos. Estableció un
diario revolucionario por primera vez en este país. Ese fue un gran logro para
un partido de no más de diez mil o quince mil miembros. La labor
propagandística se desarrolló a un amplio nivel. El trabajo de defensa obrera
se organizó a un alcance y sobre una base sin precedentes hasta ese entonces.
El Partido Comunista introdujo al movimiento obrero en ese periodo muchas
innovaciones de carácter progresista. Prácticamente toda huelga seria que
estallaba, se libraba bajo el liderazgo del partido. Notablemente, la gran
huelga de Passaic de 1926, que acaparó la atención de todo el país, estuvo
completamente bajo el liderazgo de los comunistas, quienes progresivamente
pasaron a ser los dirigentes indiscutibles de toda tendencia progresista y
combativa en el movimiento obrero estadounidense.
Una gran
cantidad de comentaristas y expertos de sillón, complementados ocasionalmente
por unos cuantos renegados desilusionados, tratan de pintar este periodo
histórico temprano --los primeros días del comunismo estadounidense--, como tan
solo un desorden lleno de estupideces, errores, fraude y corrupción. Esa es una
evaluación completamente falsa y absolutamente absurda de ese periodo. La
explicación de las luchas fraccionales en el joven Partido Comunista radican en
causas más serias que la mala voluntad de algunos individuos. Creo que si uno
estudia el suceso de forma cuidadosa, con cierto conocimiento de los hechos,
puede deducir ciertas leyes de la lucha fraccional que le ayudarán a comprender
los brotes de fraccionalismo en otras organizaciones políticas obreras,
especialmente las nuevas. Y por supuesto vale la pena mencionar --aunque los
sabihondos nunca lo hacen-- que el Partido Comunista no ejercía el monopolio
sobre las luchas fraccionales.
Desde los
orígenes de la política, las luchas fraccionales han hecho estragos en toda organización
política. Los problemas fraccionales de los primeros comunistas han despertado
atención; y se escribe y se habla de algunos de sus aspectos negativos --el
trapicheo que en ellos se practicaba--, como si tales cosas jamás pasaran en
ningún otro lado. Las distorsiones de la historia son la especialidad de
críticos de sillón como Eugene Lyons y Max Eastman y otros nimios que nunca
tuvieron ni siquiera un dedo en la verdadera lucha de la clase obrera.
Recientemente se les han unido renegados arrepentidos como Benjamin Gitlow,
quien terminó derrotado y decepcionado de forma tan rotunda que corrió a los
brazos de la misma democracia estadounidense que él había combatido en sus días
de joven rebelde. Qué patético es el cuadro de un hombre que abraza las doctrinas
de los amos que le han destruido el espíritu.
Ellos presentan estas luchas
fraccionales como algo completamente monstruoso. En especial se llenan de
entusiasmo cuando encuentran algo no exactamente loable desde un enfoque
moralista. Ni siquiera se detienen a considerar --ya no digamos mencionar--, la
ética y la moral de Tammany Hall [sede del Partido Demócrata] o del Partido
Republicano, o las luchas fraccionales totalmente deshonestas, corruptas,
hipócritas y asquerosas entre camarillas como las que vimos en el Partido
Socialista. Sólo cuando encuentran algo de mal gusto en la historia temprana
del Partido Comunista es que lanzan sus manos en santo horror.
Revolucionarios
abnegados
No se dan
cuenta que así le rinden tributo de manera inconsciente al movimiento
comunista, como si dijeran: Uno tiene derecho a esperar algo mejor del Partido
Comunista, aún en sus primeros días de inmadurez y raquitismo, que de las
organizaciones políticas estables de la burguesía y de la pequeña burguesía. Y
en eso hay más de un germen de verdad. Los medios deben servir el fin. Todo lo
que viole la verdad o los tratos honorables en el movimiento proletario
revolucionario contradice los grandes objetivos del comunismo, no tiene cabida,
salta a la vista. Esas cualidades --todas sus mentiras, trampas, robos y
duplicidad sistemáticos-- son propias de las organizaciones políticas burguesas
y pequeñoburguesas, de todo su entorno.
Las luchas
fraccionales que caracterizaron toda la trayectoria del movimiento comunista
durante sus primeros diez años tuvieron numerosas causas. No es que se hubiera
juntado una pandilla de bandidos, que luego comenzaron a pelear por el botín.
No era nada por el estilo. No había un botín. La gran mayoría de los pioneros
del comunismo se adhirió con propósitos serios y motivos sinceros a fin de
organizar un movimiento para la emancipación de los trabajadores del mundo
entero. Estaban preparados a hacer sacrificios y tomar riesgos para alcanzar
sus ideales, y así lo hicieron. Eso es cierto de los que se adhirieron en torno
a la bandera de la revolución rusa en 1917, y construyeron el gran movimiento
que para el congreso de Chicago en 1919 ya tenía entre 50 mil y 60 mil
miembros. Es particularmente cierto de aquellos que, tras iniciarse las
tremendas persecuciones, permanecieron en el partido no obstante los arrestos y
deportaciones, las privaciones y dificultades de la vida clandestina, y los
problemas financieros.
Los
gimoteadores, los que siguieron observando desde las barreras porque fueron
incapaces de hacer esos sacrificios o asumir esos riesgos, tratan de pintar a
los pioneros comunistas como elementos moralmente corruptos. Sencillamente
ponen la realidad patas arriba. En esos primeros días, los mejores elementos se
vieron atraídos al partido. Se fueron decantando más con las persecuciones y
dificultades de la época clandestina. No, los orígenes de las luchas
fraccionales iban más allá de la mala voluntad de algunos individuos. En mi
opinión, había unos cuantos pillos, pero eso no prueba nada. Es normal
encontrar una que otra manzana podrida en cualquier barril. Las causas de las
prolongadas luchas fraccionales eran más fundamentales.
Composición
del partido
En mi
primera presentación expliqué las tremendas contradicciones implícitas en la
composición del partido. Por un lado estaba la militancia en que predominaban
los miembros de lenguas extranjeras, con su enfoque irrealista ante el problema
de construir un movimiento en un país donde aún no habían sido asimilados; con
su concepción fanática de que ellos tenían que controlar el movimiento, no para
provecho personal, sino para preservar la doctrina que ellos creían ser los
únicos que la entendían. Por otro lado estaba el grupo de norteamericanos,
numéricamente más pequeño, quienes, aun si no entendían la doctrina del
comunismo tan bien como los extranjeros --y eso también era cierto--, estaban
convencidos de que el movimiento debía tener una orientación norteamericana y
una dirección nativa. Esta contradicción alimentó la lucha fraccional.
Luego
había otro factor: la falta de dirigentes experimentados y con autoridad. El
movimiento se multiplicó casi de la noche a la mañana tras la victoria de 1917
en Rusia. Todos los viejos dirigentes del Partido Socialista que gozaban de
autoridad rechazaron el bolchevismo y se aferraron a las vías seguras del
reformismo. Hillquit y Berger, todos los grandes nombres del partido le dieron
la espalda a la revolución rusa y a las aspiraciones de los jóvenes
revolucionarios del movimiento. Incluso Debs, quien había expresado simpatía,
permaneció en el partido de Hillquit y Berger cuando se dio el encontronazo.
El nuevo
movimiento tenía que encontrar nuevos dirigentes; los que se destacaban eran en
su mayoría gentes desconocidas, sin mucha experiencia y sin autoridad personal.
Se necesitó toda una serie de luchas fraccionales prolongadas para que el
partido pudiera ver quiénes eran los dirigentes mejor calificados y quiénes las
figuras accidentales. Los cuerpos administrativos cambiaban rápidamente de un
congreso a otro. A gentes casuales, temporáneas, se las apartaba a empellones
en estas feroces luchas fraccionales, en las que si uno no sabía cómo erguirse
y aguantar, lo echaban a un lado y lo tumbaban. Muchos que un año parecían
tener habilidades de liderazgo, y que por consiguiente resultaban electos, al
año siguiente los echaban a un lado y los reemplazaban hombres previamente
desconocidos.
Todo esto
fue un proceso de seleccionar dirigentes en el transcurso de la lucha. ùHay
alguna otra forma de hacerlo? No sé dónde se haya hecho. Un grupo de dirigentes
con autoridad, capaces de mantener su continuidad con el apoyo firme del
partido; no sé cómo ni dónde se consolidó jamás una dirección de este tipo
salvo mediante luchas internas. Engels escribió una vez que el conflicto
interno es la ley del desarrollo de todo partido político. Y ciertamente fue la
ley del desarrollo del primer movimiento comunista norteamericano. Y no sólo
del Partido Comunista inicial, sino también en los primeros días de su sucesor
auténtico, el movimiento trotskista.
Una vez
que un movimiento ha evolucionado a través de la experiencia, la lucha y el
conflicto interno, al punto que logra consolidar un equipo de dirigentes que
gozan de una amplia autoridad, que son capaces de trabajar juntos y que tienen
concepciones políticas más o menos homogéneas, entonces tienden a disminuir las
luchas fraccionales. Estas se vuelven más esporádicas y menos destructivas.
Asumen formas distintas, tienen un contenido ideológico que se hace más
evidente, y resultan más instructivas para los militantes. La consolidación de
tal dirección se convierte en un poderoso factor que mitiga y a veces previene
nuevas luchas fraccionales. En el movimiento comunista inicial logramos al
final consolidar una dirección bastante estable, pero con una estructura
peculiar que de nuevo reflejaba la contradicción de la composición del partido.
Después de cuatro o cinco años de estos avatares, le quedó claro a todos
quiénes eran los dirigentes del movimiento comunista norteamericano. Y no eran
los que habían sido dirigentes en 1919-20. Muy pocos de los funcionarios
iniciales del movimiento sobrevivieron estas luchas.
La
fracción Foster-Cannon
El
liderazgo que finalmente se destacó en el movimiento comunista inicial --y este
es un aspecto muy interesante de su historia-- no se consolidó como un grupo
único homogéneo. Eso se debió al hecho que el partido no era homogéneo. En vez
de una dirección unificada, con autoridad e influencia sobre el partido en su
conjunto, los dirigentes destacados eran líderes de fracciones que reflejaban
las contradicciones dentro del partido. La nueva lucha fraccional que comenzó
en 1923, primordialmente en torno a la cuestión del aventurismo en el
movimiento político sindical y agrícola, y que luego se extendió a todos los
problemas de nuestra labor práctica, nuestro enfoque sobre los trabajadores
norteamericanos, nuestros métodos en el trabajo sindical: esta lucha prolongada
era una reflexión clara de las contradicciones en la composición social del
partido y de los diferentes orígenes y antecedentes de los grupos.
La lucha
la organizamos Foster y yo contra lo que era entonces la mayoría, Ruthenberg,
Lovestone, Pepper, etcétera. Pronto quedó claro que nuestro grupo tenía la composición
de una fracción proletaria, sindical. El grueso de los sindicalistas
--prácticamente todos--, trabajadores nortteamericanos con experiencia,
militantes, y los extranjeros más americanizados, estaba a favor nuestro.
Pepper-Ruthenberg-Lovestone
tenían a la mayoría de los intelectuales y a los trabajadores extranjeros menos
asimilados. Los dirigentes típicos de su fracción, entre ellos los dirigentes
secundarios, eran muchachos que venían del City College, jóvenes intelectuales
sin experiencia en la lucha de clases. Lovestone era el ejemplo más notable.
Eran unos tipos muy inteligentes. Sin duda que en general tenían mucho más
conocimiento de libros que los dirigentes de la otra fracción y sabían cómo
aprovechar al máximo sus ventajas. Era tipos duros de pelar. Sin embargo,
nosotros también sabíamos una que otra cosita, incluso algunas que nunca se
aprenden en los libros, y les dimos mucho qué hacer. Esa lucha por el control
del partido fue feroz, allí se valía de todo, y se seguía de un año al siguiente
sin importar quién tenía la mayoría en ese instante. A veces la lucha del
momento se enfocaba en lo que parecían ser asuntos insignificantes.
¿Dónde
ubicar la sede del partido?
Por
ejemplo, dónde debía situarse la oficina nacional del partido? Nuestra facción
decía que en Chicago; la otra, en Nueva York. Luchamos en torno a esto. Pero no
porque fuésemos tan estúpidos, como lo presentan los críticos de sillón.
Nosotros creíamos que si mudábamos la oficina nacional a Chicago, eso le daría
al partido una orientación más norteamericana, lo acercaría a las zonas
mineras, lo acercaría al centro del movimiento obrero estadounidense. Queríamos
proletarizar el partido y hacerlo más norteamericano. Al insistir en Nueva
York, ellos también lo hacían por motivos políticos. Había un fuerte elemento
pequeñoburgués en el partido en Nueva York; aquí los intelectuales se
destacaban más. Ellos estaban más a gusto aquí, me refiero en lo político. Así
es que la lucha sobre la ubicación de las oficinas del partido es en realidad
más comprensible si uno va al fondo del asunto.
Esta larga
y prolongada lucha, en su conjunto, debidamente la podrán calificar los
historiadores honestos y objetivos del futuro --y creo que así lo harán-- como
una batalla entre las tendencias proletaria y pequeñoburguesa del partido, en
la cual la tendencia proletaria carecía de la suficiente claridad programática
para llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias. No olviden que
prácticamente todos éramos unos novatos. Acabábamos de conocer --y aún no lo
suficiente-- las doctrinas del bolchevismo. No teníamos un historial de
experiencia en la política; no teníamos a nadie que nos enseñara; teníamos que
aprenderlo todo en la lucha, mediante golpes en la cabeza. La fracción
proletaria trastrabillante cometió muchos errores e hizo muchas cosas
contradictorias al calor de la lucha. Sin embargo, en mi opinión, la esencia de
su empuje fue históricamente correcta y progresista.
Tres
fracciones
A medida que
se desarrolló la lucha, las dos fracciones principales --la de Foster-Cannon
por un lado y la de Ruthenberg-Lovestone-Pepper por el otro--, produjeron más
divisiones. En efecto, las divisiones estaban implícitas desde el principio
porque había estratificaciones similares dentro de la fracción Foster-Cannon.
El grupo que se asociaba más estrechamente conmigo lo formaban comunistas
pioneros, hombres de partido desde un comienzo, y quienes habían adoptado los
principios del comunismo antes que los del ala de Foster. El ala de Foster
tenía más experiencia sindical, con conceptos más limitados, menos consciente
de los problemas teóricos y políticos. En el curso de las incesantes luchas
fraccionales, esta división implícita pasó a ser una división formal. El partido
se vio entonces ante tres fracciones: la fracción de Foster, la fracción de
Lovestone (Ruthenberg murió en 1927) y la fracción de Cannon. Esa división
continuó hasta que nos echaron del partido en 1928.
Todas
estas fracciones lucharon de forma interminable por ideas que no tenían
completamente claras. Como dije antes, si bien teníamos algunas nociones, y en
general sabíamos lo que queríamos, carecíamos de la experiencia política, la
educación doctrinaria y el conocimiento teórico para formular nuestro programa
con la precisión suficiente que nos permitiera dar solución adecuada a los
problemas. Recordarán la gran batalla que tuvimos hace un par de años con la
oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista de los Trabajadores. Si uno
estudia esa batalla para ver cómo se desarrolló, alcanza a ver cómo nos
habíamos beneficiado de la experiencia de la lucha más primitiva librada entre
las fracciones pequeñoburguesa y proletaria dentro del antiguo Partido
Comunista. Desde aquel entonces habíamos ganado más experiencia, habíamos
estudiado algunos libros y habíamos adquirido más conocimientos de teoría y
política. Eso nos permitió presentar los puntos en conflicto de manera clara e
impedir que la lucha contra Burnham, Shachtman y Cía. se atascara en un pleito
sin principios y sin claridad previsible, como había sucedido en la época
pasada.
Ahora, los
dirigentes que he mencionado --Ruthenberg, Lovestone, Cannon y Foster--, estas
cuatro personas estuvieron siempre en el Comité Político del partido. Estos cuatro
fueron siempre los dirigentes reconocidos y que gozaban de autoridad en el
partido; o sea, eran dirigentes de fracciones y eso los hacía parte de la
dirección del partido. Y cada fracción tenía tanta fuerza --es decir, el peso
total del partido estaba distribuido tan equitativamente entre las
fracciones--, que a ninguna de ellas se la podía aplastar o eliminar. A cada
una de ellas estaba ligada demasiada gente, demasiados de los funcionarios
capaces del partido. Así que, por ejemplo, cuando los lovestonistas obtuvieron
la mayoría del partido gracias a la ayuda y a los garrotazos de la Comintern,
no lograron hacer lo que habrían querido: echarnos a un lado, especialmente
debido a que el trabajo sindical y de masas prácticamente lo monopolizaban las
otras fracciones. Muchos de los organizadores, redactores y funcionarios del
partido estaban íntimamente conectados conmigo y no los podían reemplazar. La
fracción de Foster era más fuerte aún, especialmente en el campo sindical. No
se podían deshacer de nosotros, es decir, no sin desbaratar el partido.
Así que,
por así decirlo, el partido quedó prácticamente dividido en tres provincias.
Cada fracción había conquistado el espacio suficiente para trabajar en
determinadas áreas con una autoridad prácticamente ilimitada y bajo un mínimo
de control. La fracción de Foster dominaba todo el terreno del trabajo
sindical. Nosotros organizamos la Defensa Obrera Internacional (ILD) y la
manejamos prácticamente a nuestro antojo. Esto era cuando los lovestonistas
tenían una ligera mayoría. Los lovestonistas estaban en control del aparato del
partido, pero no de una forma tan firme como para que prescindieran de
nosotros, de modo que esa peculiar correlación de fuerzas se mantuvo por varios
años. Naturalmente, este no era un partido verdaderamente centralizado en el
sentido bolchevique de la palabra. Era una coalición de tres fracciones. En
esencia, eso era en realidad el partido.
Nosotros
solos no podíamos resolver el problema. Ninguna fracción podía derrotar de
forma decisiva a las otras; ninguna fracción iba a dejar el partido; ninguna
fracción tenía la capacidad suficiente de formular su programa de forma que
pudiera ganar una verdadera mayoría en el partido. Estábamos en un punto
muerto, una lucha fraccional prolongada y desmoralizadora sin fin, sin claridad
previsible. Esos fueron días desalentadores. A cualquier revolucionario normal
le tiene que resultar en extremo desagradable atravesar no sólo semanas y
meses, sino años y años de lucha fraccional. Hay quienes gustan de las luchas
fraccionales; en todas las fracciones teníamos gente que nunca despertaba de
verdad sino hasta que la lucha fraccional comenzaba a borbotear. Entonces
cobraban vida. Cuando había que hacer algún trabajo constructivo
--manifestaciones, líneas de piquete, aumeentar la circulación de la prensa o
ayudar a los prisioneros de la guerra de clases--, a ellos no les interesaban
esas rutinas prosaicas. Sin embargo, sólo había que anunciar que iba a haber
una reunión fraccional y ellos estaban allí, siempre, en primera fila.
En todo
movimiento hay ciertos personajes anormales. Nosotros los teníamos de sobra. Yo
podría dar varias charlas biográficas sólo sobre este tema, "Facciosos
profesionales que he conocido". Gente así jamás podrá dirigir un movimiento
político. Después que el movimiento finalmente recobra el aliento, quita los
obstáculos del camino, los facciosos profesionales dejan de tener cabida en su
dirección. En última instancia, los dirigentes deben construir. Los dirigentes
de nuestras viejas fracciones no eran unos ángeles, eso debo admitirlo. En
absoluto. En un sentido político, eran luchadores muy ásperos. Peleaban dándolo
todo. ùPero eran también acaso unos sinvergüenzas interesados, como los
presentan diletantes como Eugene Lyons y Max Eastman, y toda esa gente mojigata
que se apartó del movimiento y que para medirlo utilizaron el rasero de la
moralidad abstracta? En absoluto. Al principio no era un sinvergüenza ni
siquiera Gitlow, quien hoy rezagado apoya esa tesis.
Creo que
algunos de ellos ya nacieron podridos, pero la gran mayoría de los cuadros
dirigentes de todas la fracciones eran hombres que se incorporaron al
movimiento por razones y fines idealistas. Allí se incluye hasta a los que
después se convirtieron en estalinistas y chauvinistas degenerados. Su
degeneración resultó de un largo proceso de evolución, presión, decepción,
engaño, desilusión y más. Los que se incorporaron al movimiento en los días
difíciles de 1919 ó, más bien, los que apoyaron la revolución rusa en los días
de la guerra, fundaron el partido en 1919, y aguantaron lo peor de las
persecuciones y las redadas en los días de la clandestinidad: desde un punto de
vista moral eran muy superiores a los políticos de Tammany Hall o del Partido
Republicano o los de cualquier otro movimiento político burgués o
pequeñoburgués que uno pueda mencionar.
De haber obtenido la ayuda que
necesitábamos, habríamos podido resolver nuestro problema. Es decir, la ayuda
de gente más experimentada y con autoridad. El problema era demasiado grande
para nosotros. En los movimientos políticos mas avanzados puede suceder, y
sucede, que grupos locales alejados del centro caigan en disputas que derivan
en luchas fraccionales y formaciones camarillistas, hasta que, debido a su
inexperiencia, la situación se vuelve irresoluble para sus propias fuerzas. Si
tienen una dirección nacional sabia, una dirección honesta y madura que sepa
intervenir de forma inteligente y justa, nueve de diez de estos atolladeros
locales al final se pueden superar y los camaradas pueden hallar bases para la
unificación mediante el trabajo conjunto.
Ahora, si en aquellos años
hubiésemos podido obtener ayuda de la Internacional Comunista, ayuda de los
dirigentes rusos, con la que contábamos y la cual buscamos, indudablemente
habríamos podido resolver nuestros problemas. Había cosas buenas en todas las
fracciones. Todas tenían gente de talento. En condiciones normales, con una
dirección correcta y con la ayuda de la Comintern, la gran mayoría de los
dirigentes de estas fracciones al final se podrían haber aglutinado y
consolidado en una dirección única. La dirección de estas tres fracciones,
unidas y trabajando juntas bajo la supervisión y dirección de dirigentes
internacionales más experimentados, habría sido una fuerza poderosa para el
comunismo. El Partido Comunista habría podido dar un gran salto hacia
adelante.
Papel de
la Internacional Comunista
Acudimos a
la Comintern en busca de ayuda, pero la verdadera fuente del problema estaba
allí, aunque en aquel momento lo desconocíamos. Sin que lo supiéramos, la
Comintern comenzaba a pasar por su proceso degenerativo. La ayuda honesta y
capaz que recibimos de Lenin, de Trotsky y de toda la Comintern en 1921 y 1922
sobre la cuestión sindical y sobre las cuestiones de la clandestinidad y la
legalidad, nos permitieron resolver los problemas y liquidar las viejas luchas
fraccionales. En vez de recibir tal ayuda en los años posteriores, nos topamos
con la degeneración de la Comintern, con el comienzo de su estalinización. La
dirección de la Comintern observaba nuestro partido --así como el resto de
partidos--, no con miras a resolver problemas, sino para echarle leña al fuego.
Ya tramaban para deshacerse de toda la gente independiente, de agallas, la
testaruda, a fin que del desorden pudieran crear un partido estalinista dócil.
Ya hacían intentos de crear ese tipo de partido aquí y en todas partes, y
ninguno de esos dirigentes combativos les resultaba muy útil. Nosotros solíamos
ir a Moscú todos los años.
El
"problema estadounidense" siempre estaba en el orden del día. En la
Comintern siempre había una "comisión sobre Estados Unidos". Ellos
nos vieron batallar ante esas comisiones y no tardaron en convencerse de que
sería muy difícil emplear a aquellos muchachos en el proyecto que tenían en
mente. Lo más seguro es que ya estaban trazando planes para deshacerse de los
dirigentes más destacados de todas la fracciones y crear una nueva fracción que
sería un instrumento de Stalin.
Siempre
que viajábamos a Moscú lo hacíamos llenos de confianza de que en esa ocasión
íbamos a recibir alguna ayuda, algún apoyo, porque íbamos sobre la trayectoria
correcta, porque nuestras propuestas eran acertadas. Y cada vez quedábamos
decepcionados, cruelmente decepcionados. La Comintern invariablemente apoyaba a
la fracción pequeñoburguesa contra nosotros. A cada oportunidad le asestaban
golpes a la fracción proletaria, la que en los primeros años constituía la
mayoría. La primera lucha la libramos en el congreso de 1923, y ganamos una
mayoría de dos a uno. Quedó claro que la masa de los militantes del partido
quería a la dirección de la fracción proletaria. Posteriormente, después de
formalizarse la división en la fracción de Foster-Cannon, aún trabajábamos la
mayor parte del tiempo en bloque contra los lovestonistas.
Siempre
que a los miembros del partido se les dio la oportunidad de expresarse,
demostraron que querían que este bloque tuviera la dirección dominante del
partido. Sin embargo, la Comintern dijo, "no". Querían disolver ese
bloque. Y estaban especialmente ansiosos, por la razón que fuera, de disolver
nuestro grupo, el grupo de Cannon. Algo deben haber sospechado. No escatimaron
esfuerzos en atacarme. Incluso ya para el Quinto Congreso de la Comintern en
1924, como de la nada --yo no estaba presente en aquella ocasión-- condenaron
con una resolución un leve error que había cometido. Cada uno de los miembros
de la dirección del partido había cometido errores de este tipo o peores; sin
embargo, la Comintern hizo un esfuerzo máximo para citar mi negligencia a fin
de socavar mi prestigio.
Campaña contra el trotskismo
Luego, al
pasar los años, se desarrolló la campaña contra el trotskismo. En todos los
partidos, la calificación para pertenecer a la dirección, el criterio por el
cual se medía a los dirigentes en Moscú era: quién grita mas fuerte contra
el trotskismo y contra Trotsky. No se nos daba ninguna información real que
clarificara las cuestiones en la lucha en el partido ruso. Nos abrumaban con
documentos oficiales y todo tipo de acusaciones y calumnias, pero nada, o casi
nada, del otro aspecto de la cuestión. Abusaron de la confianza de las filas
del partido. De igual forma, los dirigentes del partido, que confiaban en la
Comintern, vieron cómo se abusaba de su confianza una y otra vez. Siempre que
viajábamos a Moscú, en vez de regresar con una solución, regresábamos con una
resolución aparentemente diseñada para traer la "paz" al partido,
pero amañada de manera tal que hiciera que la lucha fraccional se avivara más
que nunca.
No había tal cosa como un acuerdo
en torno a la lucha. En el instante que se firmaba cualquier tipo de
declaración unitaria, estallaba de nuevo la guerra fraccional. El cinismo se
comenzó a extender entre las filas. Se creó una máxima que decía que la firma
de un "acuerdo de paz" significaba, "hoy sí va a arder de verdad
la lucha fraccional". Llegaron las cosas a tal punto que uno tenía que ser
reservado, tenía que observar cada paso que daba, porque estaba trabajando en
una atmósfera hostil. Se hizo necesario poner reservas cada vez que uno
acordaba algo. Una atmósfera moral muy dañina, como una neblina, empezó a
envolver el partido.
El que la degeneración de la
Comintern ejerciera una influencia determinante en nuestro partido es un hecho que
mucha gente superficial cita como prueba de la falta de realismo del movimiento
norteamericano, de su incapacidad de resolver sus propios problemas, etcétera.
Estos gimoteadores sólo demuestran que no tienen la menor idea de lo que es y
debe ser una organización revolucionaria internacional. La influencia que Moscú
ejercía era algo perfectamente natural. La confianza y las expectativas que
nuestro joven partido depositó en la dirección rusa se justificaban plenamente
porque los rusos habían hecho una revolución. Naturalmente, en el movimiento
internacional la influencia y autoridad del partido ruso eran más fuertes que
las de cualquier otro partido. Los más sabios, los más experimentados, dirigen
a los neófitos. Así va a ser y así debe ser en cualquier organización
internacional.
No existe
tal cosa como un desarrollo parejo de todos los partidos en una internacional.
Esto lo hemos visto en la Cuarta Internacional en el transcurso de la vida del
camarada Trotsky, quien personificó toda la experiencia de la revolución rusa y
de la lucha contra Stalin. La autoridad y el prestigio de Trotsky se destacaban
de manera absoluta en la Cuarta Internacional. Sus palabras no tenían la fuerza
de una orden burocrática, sino que poseían una tremenda fuerza moral. Y no sólo
eso. Como se demostró una y otra vez en cada dificultad y en cada disputa, su
paciencia, su sabiduría y su conocimiento se hacían sentir de manera
constructiva y honesta; y siempre ayudaba a todo partido y a todo grupo que
solicitara su intervención.
Nuestra
experiencia en el Partido Comunista ha resultado inestimable en toda nuestra
labor cotidiana, y en todas nuestras comunicaciones y relaciones con los
partidos menos experimentados de la Cuarta Internacional. Es natural que
nuestro partido --precisamente porque ha asimilado una experiencia política más
amplia-- quizás ejerza, dentro del movimiento internacional, una influencia más
grande que la de cualquier otro partido, ahora que el camarada Trotsky ya no
nos acompaña.
Si en un
futuro próximo, una sección de la Cuarta Internacional enfrentara una situación
revolucionaria y demostrara que su dirección es del calibre suficientemente
como para llevar a cabo una revolución victoriosa, entonces la influencia y
autoridad predominante le corresponderían naturalmente a dicho partido. Y de
común acuerdo pasaría a ser el partido dirigente de la Cuarta Internacional.
Esas son las consecuencias naturales e inevitables del desarrollo desigual en
el movimiento político internacional.
Nuestro
infortunio, nuestra tragedia en todo el transcurso de la Comintern, fue que a
los grandes dirigentes de la revolución rusa, a los que realmente
personificaron la doctrina del marxismo y que realmente llevaron a cabo la
revolución, los echaron a un lado en el proceso de la reacción contra la
Revolución de Octubre y la degeneración burocrática del Partido Comunista ruso.
El Partido Comunista en Estados Unidos, al igual que los partidos en otros
países, no supo comprender los temas complejos de la gran batalla. Luchábamos
en las tinieblas, pensando sólo en nuestros problemas nacionales. Es esto lo
que emponzoñó aquí las luchas fraccionales. Fue lo que al final hizo que
degeneraran en pleitos y luchas carentes de principios en pos del control.
Sólo un programa internacional, asimilado
a tiempo, podría haber rescatado de su degeneración al joven Partido Comunista
de Estados Unidos. Esto no lo comprendimos sino hasta 1928. Entonces ya era
demasiado tarde para salvar nada más que un pequeño fragmento del partido para
su meta revolucionaria original.
Continuidad
comunista
Cada una
de las tres fracciones que había existido en el partido desde 1923 hasta 1928
pasó por su propia evolución. Los cuadros que fundaron el movimiento trotskista
norteamericano surgieron en su totalidad de la fracción de Cannon. Toda la
dirección y prácticamente todos los miembros originales de la Oposición de
Izquierda surgieron de nuestra fracción.
A la fracción de Lovestone, como
se sabe, la expulsaron mediante un ucase brutal de Stalin en 1929. Los lovestonistas
se desarrollaron independientemente desde 1929 hasta 1939, y después se
disgregaron, pasando al bando de la burguesía como partidarios de la guerra
"democrática".
La
fracción de Foster y los dirigentes secundarios de algunas de las otras fracciones
se aglutinaron en una mescolanza basada en la lealtad indiscutida hacia Stalin
y la renuncia total de toda independencia. Eran los hombres de segunda y
tercera línea. Ellos tuvieron que esperar en las sombras hasta que los
verdaderos luchadores fueron expulsados y llegó el momento de que los recaderos
los reemplazaran. Ellos pasaron a ser los dirigentes oficiales, los dirigentes
fabricados, del Partido Comunista norteamericano. Luego, ellos también
atravesaron su evolución natural, y hoy han pasado a ser la vanguardia del
movimiento socialchovinista.
Es
importante recordar que nuestro movimiento trotskista moderno se originó en el
Partido Comunista y en ningún otro lado. A pesar de todos los aspectos
negativos del partido en esos primeros años --y los he relatado sin ambages--,
a pesar de sus debilidades, sus asperezas, sus enfermedades infantiles, sus
errores; a pesar de lo que se diga retrospectivamente sobre las luchas
fraccionales y su posterior degeneración, a pesar de lo que se diga de la
degeneración del Partido Comunista en este país, se debe reconocer que del
Partido Comunista surgieron las fuerzas para la regeneración del movimiento
revolucionario.
Del
Partido Comunista salió el núcleo de la Cuarta Internacional en este país. Por
tanto, debemos decir que el periodo inicial del movimiento comunista en este
país nos pertenece, que a él nos unen vínculos indisolubles, que hay una
continuidad ininterrumpida que va desde los primeros días del movimiento
comunista, sus luchas valientes contra la persecución, sus sacrificios,
errores, luchas fraccionales y degeneración hasta que finalmente el movimiento
resurge bajo la bandera del trotskismo.
No debemos
renunciar --y en razón de la justicia y la verdad no podemos renunciar--, a la
tradición de los primeros años del comunismo norteamericano. Nos pertenece y
sobre su base es que hemos construido.
La última charla nos
llevó hasta aproximadamente el año 1927 en el Partido Comunista de Estados
Unidos. La lucha fundamental entre el marxismo y el estalinismo se había venido
desarrollando hacía ya cuatro años dentro del Partido Comunista ruso. También
se había estado librando en las otras secciones de la Internacional Comunista
[Comintern] --incluida la nuestra--, pero nosotros en realidad no lo sabíamos.
Los temas
de la gran lucha en el partido ruso estaban confinados en un principio a
problemas rusos extremadamente complejos. Muchos de ellos eran nuevos y
desconocidos para nosotros los norteamericanos, que conocíamos muy poco de los
problemas internos de Rusia. Nos resultaban muy difíciles de comprender debido
a su carácter profundamente teórico --después de todo, hasta aquel momento no
habíamos tenido una educación teórica verdaderamente seria--, y la dificultad
crecía por el hecho que no se nos presentaba toda la información. No se nos
facilitaban los documentos de la Oposición de Izquierda rusa. Se nos ocultaban
sus argumentos. No se nos decía la verdad. Por el contrario, sistemáticamente
se nos proporcionaban tergiversaciones, distorsiones y documentos
parcializados.
Doy esta explicación en beneficio
de aquellos que se inclinen por preguntar: "¿Por qué no tomaron la bandera
del trotskismo desde un principio? Si las cosas le son tan claras ahora a
cualquier estudioso serio del movimiento, ¿por qué ustedes no pudieron
comprenderlo en los primeros días?" La explicación que he dado nunca la
consideran quienes ven estas grandes disputas como algo distinto y separado de
la mecánica de la vida partidaria. Quien no carga responsabilidades, quien no
es más que un estudioso o comentarista o espectador desde la barrera, no
precisa ejercitar cautela ni moderación. Si tiene dudas o incertidumbres, se
siente en la perfecta libertad de expresarlas. No es así con un revolucionario
del partido. Quien asume la responsabilidad de instar a trabajadores a que se
unan a un partido en base a un programa al que han de dedicarle su tiempo, sus
energías, sus recursos y hasta sus vidas, tiene que asumir una actitud muy
seria hacia el partido. A conciencia, no puede llamar a derrocar un programa
sin antes haber elaborado uno nuevo. El descontento, las dudas, no son un
programa. Uno no puede organizar gente sobre esa base. Una de las condenas más
fuertes que Trotsky lanzó contra Shachtman en los primeros días de nuestra
disputa sobre el problema ruso en 1939, fue la de que Shachtman, quien comenzó
a cultivar dudas sobre lo correcto de nuestro viejo programa sin tener en su
mente la menor idea de otro nuevo, anduvo por el partido expresando sus dudas
de forma irresponsable. Trotsky dijo que un partido no puede permanecer
inmóvil. No se puede elaborar un programa a partir de dudas. Un revolucionario
serio y responsable no puede perturbar a un partido sencillamente porque ya no
le satisface esta, esa o aquella otra cosa. Debe esperar hasta que esté
preparado para proponer concretamente un programa diferente u otro partido.
Esa era mi actitud en el Partido
Comunista en esos primeros años. Por mi parte, sentía una gran insatisfacción.
Nunca fui entusiasta de la lucha en el partido ruso. No la podía entender. Y a
medida que la lucha se volvía más intensa y aumentaban las persecuciones contra
la Oposición de Izquierda rusa, representada por tan grandes líderes de la
revolución como Trotsky, Zinóviev, Rádek y Rakovski, la duda y la
insatisfacción se acumulaban en mi mente. Esto incidía en contra de mi posición
y en contra de la posición de nuestra fracción en los interminables conflictos
dentro del Partido Comunista. Aún tratábamos de resolver las cosas a una escala
estadounidense, un error común. Creo que una de las lecciones más importantes
que nos ha legado la Cuarta Internacional es que en la época moderna no se
puede construir un partido político revolucionario sólo a un nivel nacional. Se
debe comenzar con un programa internacional, y sobre esa base construir
secciones nacionales de un movimiento internacional.
Necesidad
de programa internacional
Esta --a manera
de digresión--, era una de las mayores disputas entre los trotskistas y los
brandleristas, la gente del Buró de Londres, Pivert, etcétera, quienes
promulgaban la idea de que no se podía hablar de una nueva internacional sin
construir primero partidos nacionales fuertes. Según ellos, sólo después de
haber creado formidables partidos de masas en varios países, se los podía
federar en una organización internacional. Trotsky procedió justamente del modo
opuesto. Cuando lo deportaron de Rusia en 1929, y logró emprender su labor
internacional sin estar maniatado, propuso la idea de que uno empieza
con un programa internacional. Organiza gente --no importa cuán pocos haya en
cada país--, sobre la base de un programa internacional; y gradualmente
construye sus secciones nacionales. La Historia ha emitido su veredicto sobre
esta disputa. Todos aquellos partidos que comenzaron con un enfoque nacional y
que quisieron dejar a un lado este problema de la organización internacional
naufragaron. Los partidos nacionales no podían echar raíces porque en esta
época internacional ya no hay cabida para programas nacionales estrechos. La
Cuarta Internacional, que comienza en cada país a partir del programa
internacional, es la única que ha sobrevivido.
Ese
principio no lo comprendíamos en los primeros días del Partido Comunista.
Estábamos absortos en la lucha nacional en Estados Unidos. Acudimos a la
Internacional Comunista para que nos ayudara con nuestros problemas nacionales.
No queríamos molestarnos con los problemas de las otras secciones o los de la
Comintern en su conjunto. Este error fatal, esta estrechez de visión
nacionalista es lo que nos empujó al callejón sin salida de las luchas
fraccionales.
Las cosas
se nos comenzaron a poner muy críticas. Ninguna de las fracciones quería
escindir el partido o dejarlo. Todas eran leales, fanáticamente leales, a la
Comintern y no pensaban romper con ella. Sin embargo, la desalentadora
situación interna empeoró; parecía insalvable. Quedó claro: o encontrábamos la
forma de unir las fracciones o permitíamos que una fracción se volviera
predominante. Algunos de los más astutos, o mejor dicho, algunos de los más
taimados, y aquellos que tenían las mejores fuentes de información en Moscú,
comenzaron a darse cuenta que la manera de congraciarse con la Comintern, con
lo que ésta pondría el enorme peso de su autoridad del lado de su fracción, era
volviéndose enérgico y agresivo en la lucha contra el trotskismo. Las campañas
contra el "trotskismo" se decretaban en todos los partidos del mundo
desde Moscú. A las expulsiones de Trotsky y Zinóviev en el otoño de 1927,
siguieron las demandas de que todos los partidos tomaran una posición de
inmediato, y las implícitas amenazas de represalias desde Moscú contra todo
individuo o grupo que no tomase la posición "correcta", es decir, a
favor de las expulsiones. Se realizaron campañas de "aclaración". En
todo el partido se sostuvieron reuniones de la militancia, reuniones de ramas y
reuniones de secciones a las que se enviaban representantes del Comité Central
con el objetivo de aclararles a los miembros la necesidad de las expulsiones
del organizador del Ejército Rojo y del presidente de la Comintern.
Los
fosteristas, que no eran ni tan rápidos ni tan taimados como los lovestonistas,
pero con los que compartían una gran dosis del mismo afán, les siguieron el
ejemplo. Realmente hacían contiendas con los lovestonistas para demostrar
quiénes eran los más grandes antitrotskistas. Competían por dar discursos sobre
el tema.
Viéndola
ahora de forma retrospectiva, resulta ser una circunstancia interesante, que
más bien anunciaba lo que había de venir, así como de que nunca formé parte de
ninguna de estas campañas. Voté por las resoluciones estereotípicas, lamento
decirlo, pero nunca di un solo discurso ni escribí un solo artículo contra el
trotskismo. No es que fuera trotskista. No quería desalinearme de la mayoría
del partido ruso y de la Comintern. Rehusé participar en las campañas sólo
porque no entendía los temas. Bertram D. Wolfe, principal lugarteniente de
Lovestone, era uno de los que más atosigaba con Trotsky. A la más ligera
provocación daba un discurso de dos horas, explicando cómo los trotskistas
estaban errados sobre la cuestión agraria en Rusia. Yo no podía hacer eso
porque no entendía el asunto. El tampoco lo entendía, pero en su caso, eso no
fue un gran impedimento. El verdadero objetivo de los lovestonistas y
fosteristas al dar estos discursos y realizar estas campañas era congraciarse
con los poderes de Moscú.
Alguien
podrá preguntar, "¿Por qué no dio discursos a favor de Trotsky?"
Tampoco podía hacer eso porque no comprendía el programa. Mi estado de ánimo en
aquel momento era de duda e insatisfacción. Claro está, si uno no tenía
responsabilidad ante el partido, si no era más que un simple comentarista o
espectador, sencillamente podía expresar sus dudas y ahí terminaba su asunto.
Eso no se puede hacer en un partido político serio. Si uno no sabe qué decir,
no tiene que decir nada. Lo mejor es guardar silencio.
El Comité
Central del Partido Comunista realizó un pleno en febrero, el famoso pleno de
febrero de 1928, que se dio unos meses después de la expulsión de Trotsky y
Zinóviev y todos los líderes de la Oposición rusa. Ya estaba en pie una gran
campaña para movilizar a los partidos del mundo en apoyo a la burocracia de
Stalin. En ese pleno luchamos y debatimos sobre los asuntos fraccionales en el
partido, la evaluación de la situación política, la cuestión sindical, la
cuestión organizativa: luchamos furiosamente sobre todas estas cuestiones. Ese
era nuestro verdadero interés. Luego llegamos al último punto del orden del
día, la cuestión rusa. Bertram D. Wolfe, quien dio el informe en nombre de la
mayoría lovestonista, lo "explic" en detalle por unas dos horas. Luego
el tema se sometió a discusión. Uno por uno, cada miembro de las fracciones de
Lovestone y Foster tomaron la palabra para expresar su acuerdo con el informe y
añadirle uno que otro toque para demostrar que entendían la necesidad de las
expulsiones y que las apoyaban.
Yo no
hablé. Naturalmente, por mi silencio, los otros miembros de la fracción de
Cannon se sintieron algo constreñidos para hablar. No les gustaba la situación
y organizaron una especie de campaña de presión. Aún hoy día recuerdo cómo me
senté al fondo del salón, contrariado, malhumorado y confundido, seguro de que
algo turbio había en torno a la cuestión pero sin saber de qué se trataba. Bill
Dunne, la oveja negra de la familia Dunne, que en aquel momento era miembro del
Comité Político, y mi colaborador más cercano, vino con otro par de compañeros.
"Jim, tienes que hablar sobre este asunto. Es la cuestión rusa. Van a
hacer añicos de nuestra fracción si no dices nada sobre este informe. Párate y
di algunas palabras para dejar constancia".
Me negué a
hacerlo. Ellos insistieron pero yo no iba a ceder. "No lo voy a hacer. No
voy ha hablar de este asunto". No era "política astuta" de mi
parte, aunque retrospectivamente pueda parecerlo. No era una anticipación del
futuro en absoluto. Era simplemente un estado de ánimo, un obstinado
sentimiento personal que tenía sobre esa cuestión. No teníamos ninguna
información real. En realidad no sabíamos cuál era la verdad. Por aquella
época, en 1927, las disputas en el partido ruso habían comenzado a abarcar
cuestiones internacionales: el problema de la revolución china y el Comité
Anglo-Ruso [de Unidad Sindical]. Prácticamente cualquier miembro de nuestro
partido puede decirles ahora cuáles eran los problemas de la revolución china
porque, desde aquel entonces, se ha publicado gran cantidad de material. Hemos
educado a nuestros jóvenes camaradas con las lecciones de la revolución china.
Pero en 1927, nosotros, los provincianos norteamericanos, no sabíamos nada al
respecto. China estaba muy lejos. Nunca vimos ninguna de las tesis de la
Oposición rusa. No entendíamos muy bien el problema colonial. No entendíamos la
profundidad teórica de los asuntos implicados en la cuestión china y la disputa
que siguió, así que honestamente no podíamos tomar una posición. La cuestión anglo-rusa
me parecía un poquito más clara. Ese era el problema de la gran lucha entre la
Oposición rusa y los estalinistas sobre la formación del Comité Anglo-Ruso, un
comité de sindicalistas rusos e ingleses que pasó a sustituir el trabajo
comunista independiente en Inglaterra. Esa política sofocó la actividad
independiente del Partido Comunista inglés en el momento crucial de la huelga
general de 1926 en ese país. Totalmente por accidente, en la primavera de ese
mismo año, me había encontrado uno de los documentos de la Oposición rusa en
esa disputa, y me influenció de manera profunda. Sentí que al menos en esta
cuestión del Comité Anglo-Ruso, los oposicionistas tenían la línea correcta. En
todo caso, estaba convencido que no eran los contrarrevolucionarios que se
pintaban.
En 1928,
después del pleno de febrero, hice una de mis giras nacionales más o menos
regulares. Yo tenía el hábito de hacer una gira por el país, yendo de costa a
costa, por lo menos una vez al año, o cada dos años, para poder respirar del
verdadero Estados Unidos, palpar lo que estaba pasando en Estados Unidos. Al
volver la vista atrás, uno puede encontrar hoy el origen de muchas de las ideas
irrealistas y de los errores, y de mucha de la estrechez de miras de algunos de
los dirigentes del partido en Nueva York, en el hecho que ellos habían vivido
toda su vida en la isla de Manhattan y no tenían una verdadera apreciación de
este gran y diversificado país. La gira de 1928 la hice bajo los auspicios de
la Defensa Obrera Internacional [ILD] y la extendí por cuatro meses.
Sexto
congreso de la Comintern
Quería
darme un baño en el movimiento de masas, lejos de la atmósfera sofocante de las
interminables luchas fraccionales. Quería tener la oportunidad de pensar varias
cosas en torno a la cuestión rusa, la cual me inquietaba más que ninguna otra
cosa. Vincent Dunne me ha hecho recordar en más de una ocasión que al regresar
de la costa del Pacífico, cuando pasé por Minneapolis, él y el camarada
Skoglund me preguntaron entre otras cosas sobre lo que pensaba de la expulsión
de Trotsky y Zinóviev, y que yo les contesté, "Quién soy yo para condenar
a los líderes de la revolución rusa", dándoles así a entender que no
simpatizaba con la expulsión de Trotsky y Zinóviev. Ellos recordaron eso al
desatarse la lucha abiertamente unos meses después.
A fines de
la primavera y comienzos del verano de 1928, se convocó el Sexto Congreso
Mundial de la Comintern en Moscú. Salimos para Moscú, como era usual en tales
ocasiones, con una gran delegación que representaba a todas las fracciones; e
íbamos allá, lamento decirlo, no preocupados de los problemas del movimiento
internacional --que como representantes de una de las secciones podíamos ayudar
a resolver--, sino que a todos más o menos nos preocupaba primordialmente
nuestra pequeña lucha en el partido estadounidense; íbamos al Congreso Mundial
para ver qué ayuda podíamos obtener para sacar nuestras castañas del fuego
local. Desafortunadamente, esa era la actitud de prácticamente todo el mundo.
Al partir para el Congreso, no tenía ninguna esperanza de obtener una verdadera
aclaración de la cuestión rusa, de la disputa con la Oposición. Para aquel
entonces parecía que la Oposición había sido completamente aniquilada. Habían
expulsado a los dirigentes. Trotsky estaba exiliado en Alma Ata. Por todo el
mundo, a los simpatizantes que hubiesen podido tener los expulsaron del
partido. Parecía no haber perspectivas de reanimar la cuestión. Sin embargo me
seguía molestando. Y me molestaba tanto que no pude participar de forma muy
eficaz en nuestra lucha fraccional en Moscú.
Naturalmente, al llegar allá
seguimos la lucha fraccional. De inmediato alineamos nuestras delegaciones en
grupos, y empezamos a ver qué podíamos hacer para abatirnos, formulando
acusaciones mutuas y debatiendo el asunto interminablemente ante la comisión.
Yo participé de forma más o menos arisca en el asunto. Justo en ese momento
comenzaron a asignar las comisiones. Es decir, a los miembros dirigentes de
cada delegación se los asignaba a las diferentes comisiones del congreso,
algunos a la comisión sindical, algunos a la comisión política, algunos a la
comisión de organización. Además estaba la comisión del programa. El Sexto
Congreso asumió la tarea de adoptar por primera vez un programa, un programa acabado
de la Comintern. La Comintern se organizó en 1919, y hasta 1928, nueve años
después, aún no tenía un programa acabado. Eso no significa que en los primeros
años no había atención e interés en la cuestión del programa. Simplemente era
un indicio de la seriedad con que los más grandes marxistas tomaban la cuestión
del programa y el cuidado con que lo elaboraban. Comenzaron en 1919 con unas
resoluciones básicas. Adoptaron otras en 1920, 1921 y 1922. En el Cuarto
Congreso habían sostenido el comienzo de un debate sobre el programa. El Quinto
Congreso no continuó la cuestión. Así llegamos al Sexto Congreso en 1928, y
teníamos delante nuestro el proyecto de programa que llevaba la autoría de
Bujarin y Stalin.
Se me puso
en la comisión del programa, en parte porque los otros líderes de la fracción
no estaban muy interesados en el programa. "Eso le toca a Bujarin. No nos
vamos a molestar con eso. Queremos estar en la comisión política, que va a
decidir sobre nuestra lucha fraccional; en la comisión sindical; o en alguna
otra comisión práctica que ha de decidir algo sobre alguna pequeñez sindical
que nos preocupa". Tal era el sentimiento general de la delegación
estadounidense. Me metieron en la comisión del programa como una suerte de
honor sin sustancia. Y a decir verdad, a mí tampoco me interesaba mucho.
Sin
embargo, el ponerme en la comisión del programa resultó ser un error serio. Le
costó más de un dolor de cabeza a Stalin, ya no se diga a Foster, Lovestone y a
los demás. Porque Trotsky, exiliado en Alma Ata, expulsado del partido ruso y
de la Internacional Comunista estaba apelando al Congreso. Como ven, Trotsky no
simplemente se puso de pie y se alejó del partido. Volvió inmediatamente
después de su expulsión, en la primera oportunidad con la convocatoria al Sexto
Congreso de la Comintern, no sólo con un documento en que apelaba su caso, sino
con una tremenda contribución teórica en la forma de una crítica del proyecto
de programa de Bujarin y Stalin. El documento de Trotsky se titulaba "El
proyecto de programa de la Internacional Comunista: Una crítica de los
fundamentos". Por un descuido del aparato de Moscú, que se suponía
burocráticamente hermético, el documento de Trotsky fue a parar a la sala de
traducción de la Comintern. Fue a dar al receptáculo, donde tenían a una docena
o más de traductores y estenógrafos sin nada que hacer. Estos agarraron el
documento de Trotsky, lo tradujeron y lo distribuyeron a los jefes de las
delegaciones y a los miembros de la comisión sobre el programa. ¡Vaya sorpresa,
me lo pusieron en las manos, y traducido al inglés! Maurice Spector, un
delegado del partido canadiense, y con una predisposición más o menos similar a
la mía, era también miembro de la comisión sobre el programa y recibió una
copia. Dejamos que las reuniones de los grupos y las sesiones del Congreso se
fueran al demonio, mientras nosotros leíamos y estudiábamos ese documento. Fue
entonces que supe lo que tenía que hacer, y él también. Se habían resuelto
nuestras dudas. Quedaba tan claro como la luz del día de que la verdad marxista
estaba del lado de Trotsky. Hicimos un pacto allí mismo --Spector y yo-- que
volveríamos a casa y comenzaríamos una lucha bajo el estandarte del trotskismo.
No
empezamos la lucha en Moscú en el Congreso, aunque ya estábamos totalmente
convencidos. Desde el día en que leí ese documento me consideré, sin la menor
duda desde entonces, un discípulo de Trotsky. Como no planteamos la lucha en
Moscú, algunos puritanos desde las barreras quizás exijan: "¿Por qué no
hicieron uso de la palabra en el Sexto Congreso para defender a Trotsky?"
La respuesta es que con hacerlo no habríamos impulsado nuestros objetivos
políticos más eficazmente. Y es para eso que uno está en la política, para
impulsar objetivos. La Comintern ya estaba bastante estalinizada. El Congreso
estaba amañado. El divulgar a plenitud nuestra posición en el Congreso
probablemente habría resultado en nuestra detención en Moscú hasta que nos
despedazaran y nos aislaran aquí. Cuando a Lovestone le llegó su hora, lo
pescaron en esa trampa moscovita. Mi deber, y mi tarea política, a mi entender,
era organizar una base de apoyo para la Oposición rusa en mi propio partido.
Para hacerlo, era necesario primero retornar a casa. Por tanto, en el Congreso
estalinizado me mantuve callado. La franqueza entre amigos es virtud; al tratar
con enemigos inescrupulosos es atributo de tontos.
Y no
podíamos ser demasiado cautelosos si habíamos de mantener ocultos nuestros
sentimientos. Se consideraba que yo, en especial, "jugueteaba" cada
vez más con el trotskismo. Gitlow ha relatado en su patético libro penitente y
escrito para otros, que la GPU [policía política], había investigado mis
actividades en Moscú y había informado a la Comintern que "en discusiones
con rusos Cannon había divulgado que tenía fuertes tendencias
trotskistas". Sospechaban de mí pero vacilaban en proceder en mi contra de
forma demasiado brusca. Creían que quizás me podían enderezar y que eso sería
mucho mejor que tener un escándalo abierto. Tenían buenos motivos para asumir
que yo haría un escándalo de darse una lucha abierta.
Así es que
al final retornamos --creo que fue en septiembre-- sin que se hubiera resuelto
nada en lo concerniente a la lucha fraccional en el partido estadounidense. Los
lovestonistas habían ganado un poquito de terreno en la lucha en Moscú, pero al
mismo tiempo Stalin había incluido algunas condiciones en la resolución que
sentaban las bases para deshacerse más tarde de los lovestonistas. La crítica
de Trotsky al proyecto del programa yo la había sacado a escondidas de Rusia, y
la traje conmigo. Regresamos aquí, y de inmediato me dediqué decididamente a
reclutar una fracción para Trotsky.
Se podrá
pensar que eso era una cosa sencilla. No obstante, el estado de cosas era el
siguiente. A Trotsky lo habían condenado en todos los partidos de la
Internacional Comunista, y nuevamente lo había condenado el Sexto Congreso,
como contrarrevolucionario. No se sabía de un solo miembro del partido a quien
se considerara partidario declarado del trotskismo. Todo el partido estaba
regimentado en su contra. Para entonces el partido había dejado de ser una de
esas organizaciones democráticas donde uno puede hacer una pregunta y obtener
un debate justo. Declararse partidario de Trotsky y de la Oposición rusa
significaba someterse a la acusación de ser un traidor contrarrevolucionario; y
a ser expulsado inmediatamente sin discusión alguna. Bajo tales circunstancias
la tarea consistía en reclutar una nueva fracción en secreto antes que
ocurriera la explosión inevitable, con la certidumbre de que esta fracción, sin
importar lo grande o pequeña que fuera, sería expulsada y tendría que luchar
contra los estalinistas, contra todo el mundo, para crear un nuevo movimiento.
Desde el principio no tuve la
menor duda de la magnitud de la tarea. Si nos hubiésemos permitido abrigar
ilusiones habríamos quedado tan decepcionados con los resultados que quizás eso
nos habría quebrantado. Empecé calladamente a buscar individuos y a hablarles
de forma conspiradora. Rose Karsner fue mi primera adherente firme. Ella nunca
vaciló desde ese día hasta la fecha. Shachtman y Abern, que trabajaban conmigo
en la Defensa Obrera Internacional, y ambos miembros del Comité Nacional aunque
no del Comité Político, se me unieron en esa nueva gran empresa. Nos siguieron
unos cuantos más. Nos estaba yendo muy bien, avanzábamos aquí y allá, siempre
trabajando con cautela. Aunque se rumoraba que Cannon era trotskista, nunca lo
admití abiertamente; y nadie sabía qué hacer sobre ese rumor. Es más, hubo una
pequeña complicación en la situación del partido que también nos terminó
favoreciendo. Como he dicho, el partido estaba dividido en tres fracciones,
pero la fracción de Foster y la fracción de Cannon trabajaban en bloque y en
esa época tenían un grupo conjunto. Eso puso a los fosteristas entre la espada
y la pared. Si no exponían el trotskismo oculto y si no lo combatían
energéticamente, perderían la simpatía y el apoyo de Stalin. Por otro lado, sin
embargo, si se ponían demasiado duros con nosotros y perdían nuestro apoyo, no
tenían esperanzas de ganar la mayoría en el congreso que se aproximaba. Los
atormentaba la indecisión y nosotros explotamos su contradicción
despiadadamente.
Nuestra
tarea era difícil. Teníamos una copia del documento de Trotsky, pero no teníamos
forma de duplicarlo; no teníamos un estenógrafo; no teníamos una máquina de
escribir; no teníamos un mimeógrafo; y tampoco teníamos dinero. La única manera
en que podíamos funcionar era acercándonos a individuos cuidadosamente
seleccionados, despertando en ellos suficiente interés, para entonces
persuadirlos de que fueran a la casa y leyeran el documento. Un proceso largo y
laborioso. Logramos acercar a unas cuantas personas, quienes nos ayudaron a
divulgar la buena nueva a círculos más amplios.
Expulsados
del Partido Comunista
Finalmente,
después de aproximadamente un mes, fuimos descubiertos debido a una pequeña
indiscreción de unos de los camaradas, y tuvimos que enfrentar el problema
prematuramente en el grupo conjunto de Foster-Cannon. Los fosteristas lo
plantearon a modo de interrogatorio. Habían oído esto y aquello y querían una
explicación. Era claro que estaban muy preocupados pero todavía indecisos.
Asumimos la ofensiva. Yo dije: "Considero un insulto que alguien me
interrogue. Mi posición en el partido ha quedado establecida muy claramente ya
por diez años y resiento que alguien la cuestione". El farol nos sirvió
por otra semana más, en el curso de la cual logramos, aquí y allá, unos cuantos
nuevos conversos. Entonces convocaron otra reunión del grupo para considerar de
nuevo la cuestión. Para entonces Hathaway ya había vuelto de Moscú. Había
asistido a la llamada Escuela de Lenin en Moscú; en realidad era una escuela de
estalinismo. Lo habían despabilado en la escuela estalinista y sabía cómo
proceder contra el "trotskismo" mejor que los zafios locales. Dijo
que la manera de proceder era presentando una moción: "Este grupo condena
al trotskismo por contrarrevolucionario", y ver cómo votaba cada uno en
torno a la moción. Nos opusimos en base a que --táctica disimuladamente formal,
pero necesaria al lidiar con un graduado de predisposición policiaca de la
escuela de Stalin-- la cuestión del "trotskismo" se había decidido
hacía mucho tiempo, y no tenía absolutamente ningún sentido volver a tocar este
tema. Dijimos que rehusábamos tomar parte en esa tontería.
Lo
debatimos por cuatro o cinco horas y aún no sabían qué hacer con nosotros.
Enfrentaban el siguiente dilema: si se manchaban de "trotskismo"
perderían simpatías en Moscú y, por otro lado, si rompían con nosotros, no
tendrían ninguna esperanza de obtener una mayoría. Tenían enormes deseos de
obtener la mayoría y abrigaban esperanzas --¡y cómo se esperanzaban!-- de que
un tipo listo como Cannon finalmente entraría en razón y no se iba a poner a
empezar a estas alturas una lucha inútil a favor de Trotsky. Sin decirlo
explícitamente, les dimos unas cuantas bases para que pensaran que sí podría
ser así. La decisión se aplazó una vez más.
Ganamos un par de semanas con este
asunto. Finalmente los fosteristas decidieron por cuenta propia que el problema
se estaba poniendo demasiado caliente. Oían cada vez más rumores de que Cannon,
Shachtman y Abern hacían proselitismo a favor del trotskismo entre miembros del
partido. Los fosteristas se morían de miedo de que los lovestonistas se dieran
cuenta y los acusaran de complicidad. En un asalto de pánico nos expulsaron del
grupo conjunto y presentaron cargos en nuestra contra ante el Comité Político.
Nos llevaron a juicio en una reunión conjunta del CP y de la Comisión Central
de Control. De ese proceso informamos en los primeros números del Militant.
Naturalmente, era una tribunal espurio; no obstante pudimos por completo dar
muchos discursos e interrogar a los testigos fosteristas. Eso no se debió a la
democracia en el partido. Nos concedieron nuestros "derechos" porque
los lovestonistas, que contaban con una mayoría en el Comité Político, estaban
ansiosos de comprometer a los fosteristas. Con tal de impulsar sus propios
objetivos, nos permitieron un poco de espacio, y nosotros lo aprovechamos al
máximo. El juicio se prolongó por días --cada vez se invitaba a más líderes y
funcionarios del partido a que asistieran-- hasta que al final tuvimos una
audiencia de unas 100 personas. Hasta ese momento no habíamos admitido nada.
Nos habíamos limitado a interrogar a sus testigos y a embarrar y comprometer a
los fosteristas, y a una y otra cosa. En fin, cuando nos cansamos de esto, y ya
que el informe de lo que estaba sucediendo se divulgaba por el partido, decidimos
golpear. Ante una audiencia callada y un tanto aterrorizada de funcionarios del
partido leí una declaración en la que nos declarábamos 100 por ciento a favor
de Trotsky y la Oposición rusa en todas las cuestiones de principio y
anunciábamos nuestra determinación de luchar sobre esa vía hasta el final. La
reunión conjunta de la Comisión Central de Control y del Comité Político nos
expulsó.
Primer
número del 'Militant'
Al día
siguiente ya teníamos una declaración mimeografiada que circulaba por el partido.
Habíamos anticipado la expulsión. Estábamos listos y contragolpeamos.
Aproximadamente una semana después, ante su gran consternación, los golpeamos
con el primer número del Militant. Se había preparado el texto y
habíamos conseguido un arreglo con la imprenta mientras prolongábamos el
juicio. Nos expulsaron el 27 de octubre de 1928. El Militant apareció a
la siguiente semana como una edición de noviembre, celebrando el aniversario de
la revolución rusa, divulgando nuestro programa, etcétera. Así empezó la lucha
abierta por el trotskismo estadounidense.
Por
supuesto que nuestras perspectivas no eran muy halagadoras para empezar. Sin
embargo, avanzamos con paso seguro en las primeras semanas y construimos con
firmeza desde el principio porque habíamos empezado correctamente. Con una
carga de dinamita hicimos volar el atolladero del fraccionalismo sin principios
en el partido. Con una sola detonación nos deshicimos de todos los viejos
errores y equivocaciones de las fracciones del partido estadounidense cuando
nos basamos en un programa internacionalista de principios. Estábamos seguros
de lo que se trataba nuestra lucha. Todas las pequeñas intrigas organizativas,
que cobraron tanta importancia en las viejas riñas, las tiramos como quien se
quita un saco viejo. Empezamos el verdadero movimiento del bolchevismo en este
país, la regeneración del comunismo estadounidense.
No era una
lucha muy prometedora desde la óptica de los números. Los tres que firmamos la
declaración --Abern, Shachtman y yo-- nos sentimos bastante solos cuando
salimos rumbo a mi casa para hacer planes para construir un nuevo partido que
había de conquistar el poder en Estados Unidos. Los tres habíamos venido
trabajando en la ILD. Inmediatamente nos echaron de ahí, teníamos sueldos atrasados
que tampoco nos pagaron. No teníamos nada de dinero y no sabíamos dónde íbamos
a conseguirlo. Planeamos el primer número del Militant antes de que
supiéramos como íbamos a costearlo. No obstante hicimos un trato con la
imprenta para que nos diera crédito por un número. Les escribimos a unos amigos
en Chicago, quienes nos mandaron un poco de dinero y publicamos el periódico.
Anunciamos con orgullo que se publicaría dos veces al mes. Así fue.
Poco
después de que nos habían echado del partido, descubrimos a un grupo de
camaradas húngaros que habían sido expulsados por diversas razones en las
luchas fraccionales uno o dos años atrás. Por su propia cuenta, y sin nosotros
saberlo, habían establecido contacto con algunos oposicionistas rusos que
trabajaban en Amtorg --la agencia comercial soviética en Nueva York-- y se
habían vuelto trotskistas convencidos. Por supuesto que a nosotros nos parecía
como un ejército de un millón de gente. Nos encontramos a un grupo pequeño de
oposicionistas italianos en Nueva York, discípulos de Bordiga, que no eran
realmente trotskistas pero que trabajaron con nosotros por un tiempo. Libramos
una lucha bastante enérgica. Respondimos a las acusaciones de forma combativa.
Empezamos a circular nuevo material de la Oposición rusa en el Militant, la
crítica de Trotsky del proyecto de programa, etcétera. Al poco tiempo se podía
ver la cristalización de una fracción que contaba con un futuro porque tenía un
programa de principios claro.
Aunque fue
una fracción pequeña por mucho tiempo, era una fracción muy convencida,
fanática y decidida. Empezamos a captar adeptos por todo el país. Nuestra
adquisición más importante de tamaño fue la de Minneapolis. Minneapolis ha
desempeñado un papel no sólo en las luchas huelguísticas de los camioneros,
sino también en la construcción del trotskismo estadounidense. Captamos
partidarios en Chicago.
En muchos
sentidos teníamos serias deficiencias. Antes de nuestra expulsión no habíamos
tenido mucho tiempo para comunicarnos con los miembros del partido afuera de
Nueva York. Lo primero que la mayoría de camaradas en el Partido Comunista supo
de nuestra posición fue la noticia de que nos habían expulsado. Las tácticas
groseras del liderazgo del partido nos ayudaron muchísimo. Su método era de ir
de un lado a otro del país y plantear en todo comité y rama una moción para
aprobar la expulsión de Cannon, Shachtman y Abern. Y a todo el que quisiera
hacer una pregunta o pedir más información lo acusaban de trotskista y lo
expulsaban en el acto. Eso nos ayudó muchísimo; empujaron a esos camaradas a
una posición donde al menos podíamos hablarles. En Minnesota, donde teníamos
buenos amigos, conocidos desde hacía rato, el comisario de la pandilla de
Lovestone los convocó a una reunión y exigió un voto inmediato sobre una moción
para aprobar nuestra expulsión. Ellos rehusaron. "Queremos saber qué es
esto; queremos saber lo que estos camaradas tiene que decir». Los expulsaron de
inmediato. Ellos se comunicaron con nosotros. Les facilitamos los documentos,
el Militant, etcétera. Al final, prácticamente todos los que habían sido
expulsados por vacilar al votar para confirmar nuestra expulsión terminaron
simpatizando con nosotros y la mayoría se nos afilió.
Desde el
propio comienzo insistimos que esto no era simplemente una cuestión de
democracia. Se trata del programa del marxismo. Si nos hubiéramos quedado
satisfechos con organizar gente en base al descontento con la burocracia
habríamos podido captar más miembros. Pero eso no es base suficiente. Sin
embargo, utilizamos la cuestión de la democracia para obtener una audiencia
favorable y entonces inmediatamente empezamos a martillar con lo acertado del
trotskismo en todas las cuestiones políticas.
Fácilmente podrán imaginar qué
golpe tan tremendo fueron nuestra posición y nuestra expulsión para todos los
miembros del partido. Por años les habían metido en la cabeza que Trotsky era
un menchevique. Que se le había expulsado por
"contrarrevolucionario". Todo lo habían puesto patas arriba. Habían
llenado las mentes de los miembros indefensos con prejuicios contra Trotsky y
la Oposición rusa. Entonces, como de la nada, tres dirigentes del partido se
declaran trotskistas. Los expulsan e inmediatamente acuden a los miembros del
partido dondequiera que los encuentren y les dicen: "Trotsky tiene razón
en todas las cuestiones de principio, y se los podemos probar". Esa fue la
situación que enfrentaron muchos camaradas. Muchos de los expulsados por haber
vacilado en votar contra nosotros no querían dejar el partido. En aquel momento
no sabían nada acerca del trotskismo, y estaban más o menos convencidos que era
contrarrevolucionario. Pero la estupidez de la burocracia al expulsarlos nos
dio una oportunidad de hablar con ellos, de discutir con ellos, de proveerles
literatura, etcétera. Esto creó las bases para la primera consolidación de la
fracción.
En esos
días todo individuo cobraba una importancia enorme. Si uno tiene sólo cuatro
personas para empezar una fracción, cuando uno puede encontrar una quinta
persona, eso es un aumento del 25 por ciento. Según cuentan, el Partido
Laborista y Socialista, allá en la época de antaño, una vez anunció jubiloso
que en las elecciones habían duplicado sus votos en el estado de Texas. Sucedió
que en lugar de su voto usual había recibido dos votos.
Nuestro
primer recluta
Nunca voy
a olvidar el día que conseguimos nuestro primer recluta en Filadelfia. Poco
después que nos habían expulsado, cuando en el partido seguía con furia el
revuelo contra nosotros, un buen día alguien tocó la puerta de mi casa, y era
Morgenstern de Filadelfia, un hombre joven pero un viejo "cannonista"
en las luchas fraccionales. Dijo, "Oímos de tu expulsión por lo del
trotskismo, pero no lo creímos. ¿Cuál es la verdad?" Por aquella época uno
no aceptaba nada como válido a menos que viniera de su propia fracción. Aún
recuerdo hoy que fui al cuarto de atrás, saqué de su escondite el precioso
documento de Trotsky, y se lo di a Morgie. Se sentó en la cama y leyó la
extensa "crítica" --es un libro entero-- de principio a fin sin parar
una sola vez, sin despegar los ojos del documento. Cuando terminó, ya había
tomado una decisión y empezamos a hacer planes para construir un núcleo en
Filadelfia.
Reclutamos
otros individuos de la misma manera. La ideas de Trotsky eran nuestras armas.
En el Militant publicamos la "crítica" por entregas. Teníamos
sólo una copia, y pasó mucho tiempo antes de que pudiéramos publicarlo en forma
de folleto. Por su tamaño no lo podíamos mimeografiar. No teníamos ni mimeógrafo
propio ni mecanógrafo ni dinero. La falta de dinero era un problema serio. A
todos se nos había privado de nuestros puestos en el partido y no teníamos
ingresos de ningún tipo. Estábamos demasiado ocupados con nuestra lucha
política para buscar otros trabajos para ganarnos la vida. Además, teníamos el
problema de cómo financiar un movimiento político. No podíamos costear una
oficina. Sólo cuando cumplimos un año pudimos arreglárnoslas para alquilar una
oficina destartalada en la Tercera Avenida, con el viejo tren
"Elevado" rugiendo por la ventana. Al cumplir dos años conseguimos
nuestro primer mimeógrafo, fue entonces que empezamos a largar las velas.
La semana pasada finalmente
dejamos el estalinizado Partido Comunista, nos vimos expulsados, formamos la
fracción del trotskismo e iniciamos nuestra gran lucha histórica por la
regeneración del comunismo estadounidense. Nuestra acción suscitó un cambio fundamental
en toda la situación del movimiento estadounidense, la transformación
--virtualmente de un solo golpe-- de una llucha fraccional desmoralizadora y
degradante en una lucha histórica de principios con miras internacionales. En
esta abrupta transformación uno puede ver ilustrada una vez más la tremenda
fuerza de las ideas, en este caso, las ideas del marxismo auténtico.
Estas
ideas lograron superar un conjunto doble de obstáculos. La larga y extendida
lucha fraccional nacional, la cual he descrito brevemente en las charlas
anteriores, nos había llevado a un callejón sin salida. Estábamos perdidos en
medio de consideraciones organizativas insignificantes y desmoralizados por
nuestra óptica nacionalista. La situación parecía irresoluble. Por otro lado, en
la distante Rusia, en el sentido organizativo aplastaban totalmente a la
Oposición bolchevique-leninista. A los dirigentes los expulsaban del partido,
los declaraban ilegales, proscritos, y se les procesaba como criminales.
Trotsky estaba exiliado en la lejana Alma Atá. Las unidades de sus partidarios
por el mundo se hallaban dispersas, desorganizadas. Entonces, gracias a una
coyuntura de sucesos, la situación se corrigió, y todo empezó a ocupar el lugar
que le correspondía. Trotsky envió un solo documento de marxismo desde Alma Atá
al Sexto Congreso de la Comintern. Este encontró una fisura en el aparato
secretarial, y llegó a manos de varios delegados, en particular, a un solo
delegado del partido estadounidense y a un solo delegado del partido canadiense.
Este documento --que expresaba estas ideas del marxismo capaces de conquistarlo
todo-- al caer en las manos debidas al momento preciso, bastó para dar origen a
la rápida y profunda transformación que repasamos la semana pasada.
El movimiento que en aquel
entonces se inició en Estados Unidos tuvo repercusión por el mundo entero; de
la noche a la mañana cambió todo el cuadro, toda la perspectiva de la lucha. Al
trotskismo, oficialmente declarado occiso, se le resucitó en el ámbito
internacional y se le inspiró con nuevas esperanzas, con un nuevo entusiasmo,
una nueva energía. Las denuncias contra nosotros aparecían en la prensa
estadounidense del partido y se reproducían por todo el globo, incluso en el
moscovita Pravda. Los opositores rusos en prisión o en el exilio --donde
tarde o temprano les llegaron ejemplares de Pravda-- supieron así de
nuestra acción, de nuestra rebelión en Estados Unidos. En la hora más tenebrosa
de la lucha de la Oposición, supieron que refuerzos frescos habían entrado al
campo de batalla al otro lado del océano, en Estados Unidos, lo que en virtud
de la fuerza y el peso del país en sí le daba importancia y peso a las cosas
que hacían los comunistas estadounidenses.
León Trotsky, como he subrayado,
se hallaba aislado en el pueblecito asiático de Alma Atá. El movimiento mundial
declinaba, carecía de dirigentes, era reprimido, estaba aislado, prácticamente
era inexistente. Al llegarle estas noticias inspiradoras sobre un nuevo
destacamento en el lejano Estados Unidos, los pequeños periódicos y boletines
de los grupos de la Oposición de nuevo se llenaron de vida. Lo que para todos
nosotros resultaba más inspirador era la certeza de que, en medio de serios
aprietos, nuestros camaradas rusos habían oído nuestra voz. Esto siempre lo he considerado
uno de los aspectos más gratificantes de la lucha histórica que emprendimos en
1928: que la noticia de nuestra lucha logró llegar a los camaradas rusos en
todos los rincones de las prisiones y campamentos de exilio, infundiéndoles
nuevas esperanzas y nuevas energías para perseverar en la lucha.
Como he dicho, comenzamos nuestra
lucha con una visón bastante clara de lo que enfrentábamos. No dimos ese paso a
la ligera o sin la consideración y preparación debidas. Anticipábamos una lucha
larga y extendida contra posibilidades de lo más adversas. Por eso, desde el
principio, no abrigábamos esperanzas optimistas de una victoria rápida. En cada
número de nuestro periódico, en cada declaración, hacíamos hincapié en el
carácter fundamental de la lucha. Recalcábamos la necesidad de apuntar lejos,
de tener resistencia y paciencia, de esperar el posterior desarrollo de los
acontecimientos para demostrar lo acertado de nuestro programa.
Lanzan el
'Militant'
Lo primero por hacer, por
supuesto, era lanzar nuestro periódico, el Militant. El Militant
no era un boletín mimeografiado distribuido a escondidas, como les resulta
suficiente a muchas camarillas, sino un periódico impreso en su totalidad.
Entonces dimos manos a la obra Abern, Schachtman y Cannon, a quienes
desdeñosamente llamaban los "tres generales sin ejército". Ese pasó a
ser un título popular y hay que admitir que algo tenía de cierto. Si bien no
podíamos dejar de admitir que carecíamos de ejército, eso no minó nuestra
confianza. Teníamos un programa, y estábamos seguros que el programa nos
permitiría reclutar el ejército.
Comenzamos una correspondencia
enérgica; donde fuera que conociéramos a alguien o siempre que escuchábamos de
alguien que estaba interesado, le escribíamos una carta extensa. El carácter de
nuestra labor de agitación y propaganda necesariamente se transformó. En el
pasado nos habíamos acostumbrado, y yo en particular, a hablar ante públicos
bastante numerosos, poco antes de nuestra expulsión yo había realizado una gira
nacional, hablando ante cientos y a veces miles de personas. Ahora debíamos
hablar con individuos. Nuestra labor propagandística consistía principalmente
en averiguar los nombres de individuos aislados en el Partido Comunista, o
cercanos al partido, que podían estar interesados, concertar una entrevista,
pasar horas y horas hablándole a un solo individuo, escribiendo cartas extensas
que explicaban todas nuestras posiciones de principios en un intento de captar
a una persona. Y de esa forma reclutamos gente: no por decenas, no por cientos,
sino uno por uno.
Tan pronto
se produjo el estallido en el movimiento norteamericano, es decir, en Estados
Unidos, Spector realizó su parte del acuerdo en Canadá. Allí ocurrió lo mismo;
se formó un grupo canadiense substancial y comenzó a cooperar con nosotros. En
Chicago, Minneapolis, Kansas City, Filadelfia, camaradas con quienes habíamos
mantenido contacto se adhirieron a nuestra bandera, como norma no eran grupos
grandes. Creo que Chicago comenzó con una veintena. Un igual número en
Minneapolis. Tres o cuatro en Kansas City; dos en Filadelfia, los temibles
Morgenstern y Goodman. En algunos lugares hubo individuos que se unieron a
nuestra lucha solos. En Nueva York, captamos unos cuantos individuos aquí y
allá. En Cleveland, St. Louis y los campos mineros del sur de Illinois. Este
fue más o menos el alcance de nuestro contacto organizativo en el primer
periodo.
Mientras
estábamos atareados con nuestra agitación para martillar uno a la vez, como
solíamos decir en el IWW --es decir, proselitismo de una persona a otra-- el Daily
Worker [Diario obrero], con su circulación comparativamente grande,
arremetía contra nosotros con artículos de una página y a veces hasta de dos
páginas día a día. Estos artículos explicaban con lujo de detalle que nos
habíamos vendido al imperialismo norteamericano; que éramos unos
contrarrevolucionarios en liga con los enemigos de los trabajadores y con las
potencias imperialistas tramando derrocar a la Unión Soviética; que nos
habíamos convertido en la "guardia de avanzada de la contrarrevolución
burguesa". Esto se publicaba día a día en una campaña de terror y calumnia
políticos contra nosotros, calculada para no permitirnos retener contacto
alguno con miembros aislados del partido. Hablarnos en la calle, visitarnos,
mantener cualquier comunicación con nosotros pasaron a ser crímenes punibles
con la expulsión. Dentro del Partido Comunista se procesó a personas acusadas
de haber asistido a una reunión en la que habíamos hablado; de haber comprado
un ejemplar del periódico que vendíamos en la calle frente al local en Union
Square; o de haber tenido algún contacto con nosotros en el pasado: a estos se
les obligaba a probar que no habían mantenido ese contacto posteriormente. Un
muro de ostracismo nos separaba de los militantes del partido. Gente a la que
habíamos conocido por años pasaron a ser extraños de la noche a la mañana.
Deben recordar que toda nuestra vida la habíamos pasado en el movimiento
comunista y su periferia. Eramos trabajadores profesionales del partido. No
teníamos intereses ni asociaciones de carácter social afuera del partido y su
periferia. Todos nuestros amigos, todos nuestros socios, todos nuestros
colaboradores en las tareas cotidianas por años habían pertenecido a este
entorno. Entonces, de la noche a la mañana, todo esto se nos cerró. Quedamos
completamente aislados de ello. Es el tipo de cosas que suele suceder cuando
uno cambia su lealtad de una organización a otra. Como norma, no es tan serio
porque cuando uno deja una serie de asociaciones --políticas, personales y
sociales--, uno inmediatamente se ve impulsado hacia un nuevo entorno. Uno
encuentra amigos nuevos, gente nueva, socios nuevos. Sin embargo, nosotros sólo
experimentamos un lado de ese proceso. Se nos había aislado de nuestras viejas
asociaciones sin tener nuevas adonde ir. No había una organización a la que nos
pudiéramos afiliar, donde encontráramos nuevos amigos y compañeros de trabajo.
Sin otra cosa que el programa y nuestras propias manos teníamos que crear una
nueva organización.
En
aquellos primeros días vivíamos bajo un tipo de presión que de muchas formas es
el peor que se puede ejercer contra un ser humano: ostracismo social de parte
de su propia gente. En gran medida, a mí personalmente me había preparado para
esa prueba una experiencia del pasado. Durante la Primera Guerra Mundial, viví
como un paria en mi propio pueblo entre gente que había conocido toda mi vida.
En consecuencia, la segunda experiencia fue quizás no tan dura como lo fue para
otros. A muchos camaradas que simpatizaban con nosotros a nivel personal, que
habían sido nuestros amigos, así como muchos que simpatizaban al menos en parte
con nuestras ideas los aterrorizaron para que no se nos juntaran o se asociaran
con nosotros a partir de ese terrible castigo del ostracismo. Esa no fue una
experiencia fácil para nuestra pequeña banda de trotskistas, como sea terminó
siendo una buena escuela. Ideas que valen la pena sostener, son también ideas
por las que vale la pena combatir. La calumnia, el ostracismo y la persecución
que nuestro joven movimiento resistió por todo el país en los primeros días de
la Oposición de Izquierda en Estados Unidos fueron un entrenamiento y una
preparación excelentes para resistir la presión y aislamiento sociales que
habían de venir en conexión a la Segunda Guerra Mundial, cuando el verdadero
peso de la sociedad capitalista comienza a hacerse sentir sobre los testarudos
disidentes y oposicionistas.
Calumnias,
ostracismo, gangsterismo
La primer
arma de los estalinistas fue la calumnia. La segunda arma que emplearon contra
nosotros fue el ostracismo. La tercera fue el gangsterismo.
Sólo
imaginen, este era un partido con una militancia y una periferia de decenas de
miles de personas, no con uno sino con no menos de diez diarios en su arsenal,
con un sinnúmero de semanarios y publicaciones mensuales, con dinero y un
enorme aparato de trabajadores profesionales. Esta fuerza relativamente
formidable se formó contra un puñado de gente sin recursos, sin conexiones: sin
nada más que su programa y su deseo de luchar por él. Nos calumniaron, nos
sometieron al ostracismo, y cuando eso no logró doblegarnos, intentaron
apabullarnos físicamente. A fin de no tener que responder a cualquier argumento
nos imposibilitaban el hablar, escribir o existir.
Nuestro
periódico se dirigía expresamente a los miembros del Partido Comunista. No
tratábamos de convertir a todo el mundo. Primero llevamos nuestro mensaje a
quienes considerábamos la vanguardia, a quienes era más probable que les
interesarían nuestras ideas. Sabíamos que al menos el primer destacamento lo
tendríamos que reclutar de sus filas.
Después
que se imprimía nuestro pequeño periódico, tanto los directores como los
miembros teníamos que salir a venderlo. Nosotros redactábamos el periódico. Luego
íbamos a la imprenta, nos cerníamos sobre las galeras hasta que se corregía el
último error, esperando ansiosos hasta ver salir el primer ejemplar de la
imprenta. Eso siempre nos entusiasmaba: un nuevo número del Militant,
una nueva arma. Entonces con paquetes de periódicos bajo el brazo salíamos a
venderlo en las esquinas de Union Square. Está claro que no era lo más
eficiente del mundo que tres directores se transformaran en tres voceadores.
Pero estábamos escasos de ayuda y teníamos que hacerlo; no siempre, pero sí
ocasionalmente. Y eso no era todo. Para poder vender nuestros periódicos en
Union Square teníamos que defendernos contra los ataques físicos.
Hoy que
hojeaba el primer tomo del Militant, refrescándome la memoria sobre
algunos de los sucesos de aquellos días, leí la primera historia sobre los
ataques físicos contra nosotros, los cuales comenzaron a las pocas semanas de
que nos expulsaran. Al principio, a los estalinistas los pescamos
desprevenidos. Antes que supieran qué los había golpeado ya teníamos un
periódico impreso y nuestros camaradas estaban enfrente del local del Partido
Comunista vendiendo el Militant a cinco centavos por ejemplar. Eso
provocó una tremenda sensación. Por varias semanas no supieron qué hacer al
respecto. Entonces decidieron probar el método estalinista de la fuerza física.
El primer
informe en el Militant habla de dos camaradas del grupo húngaro que
fueron allí una noche con paquetes del periódico e intentaron venderlo. Unos
matones las asediaron, les dieron de empellones, las patearon, las echaron de
la vía pública, y les rompieron los periódicos. Eso se reportó en el Militant
como el primer ataque gangsteril contra nosotros.
Luego pasó
a ser algo más o menos regular. Nosotros no cedimos terreno. Les armamos un gran
tumulto y un escándalo por toda la ciudad. Movilizamos todas nuestras fuerzas
para ir ahí los sábados por la tarde, formando una guardia en torno a los
directores y desafiando a los matones estalinistas a que nos echaran. Se dieron
una lucha tras otra.
Así
pasaron las primeras semanas. El 17 de diciembre se celebró en la ciudad de
Nueva York el pleno del Comité Central del Partido Comunista. Y aquí también
quiero señalar una de las importantes lecciones de nuestras tácticas en esta
lucha. Es decir, no le volvimos la espalda al partido, sino que retornamos a
él. Habiendo sido expulsados el 27 de octubre, fuimos al pleno el 17 de
diciembre, tocamos la puerta y dijimos: "Hemos venido a apelar nuestra
expulsión". Ellos fijaron una hora y nos permitieron presentar nuestra
apelación ante aproximadamente 100 ó 150 dirigentes del partido. Ahora, los
lovestonistas no hicieron esto por consideración a la democracia o por un fiel
apego a la constitución. Lo hicieron por motivos fraccionales. Fíjense, nuestra
expulsión no puso fin a la lucha fraccional entre los fosteristas y los
lovestonistas. Los lovestonistas, que contaban con la mayoría, concibieron la
mañosa idea de que si nos permitían el uso de la palabra, eso les permitiría
comprometer a los fosteristas como "conciliadores trotskistas". Por
esa rendija entramos al pleno. No teníamos ilusiones. Ni siquiera pensábamos
convencerlos. No nos preocupaba su estrategia de ratería mezquina contra los
fosteristas. Pensábamos presentar nuestra apelación formal y publicar el
discurso en el Militant como propaganda para su distribución.
Los
"tres generales sin ejército" se presentaron ante el pleno de
diciembre como representantes de todos los expulsados. Yo di un discurso de
unas dos horas. Luego nos sacaron apresuradamente. Al día siguiente el discurso
estaba listo en el linotipo para el próximo número del Militant bajo el
titular de "Nuestra apelación ante el partido".
Mencioné
que los estalinistas emplearon contra nosotros las armas de la calumnia, el
ostracismo y el gangsterismo. La cuarta arma en el arsenal de los dirigentes
del estalinismo norteamericano fue el allanamiento de morada. Le temían tanto a
este grupito, armado con las grandes ideas del programa de Trotsky, que querían
por todos los medios aplastarlo antes de que se le prestara atención. Un
domingo por la tarde, al retornar de una reunión de nuestra primera rama en
Nueva York --12 ó 13 personas reunidas solemnemente para formar una
organización y preparar el terreno para derrocar el capitalismo estadounidense--
encontré que habían saqueado todo el apartamento. En nuestra ausencia habían
forzado la cerradura de la puerta de mi casa y la allanaron. Era un total
desorden; todos mis papeles, documentos, apuntes y correspondencia privados
--todo lo que pudieron encontrar-- estabann regados por el suelo. Era claro que
los habíamos sorprendido antes de que pudieran cargar con el botín. Mientras
estuve de gira unas semanas después regresaron y acabaron el trabajo. Esa vez
se lo llevaron todo.
Seguimos
luchando según nuestros lineamientos. Les armábamos escándalos despiadados,
poníamos el grito en el cielo, dábamos a conocer sus allanamientos y su
gangsterismo, y los hacíamos vacilar con nuestras denuncias. No se podían
deshacer de nosotros ni silenciarnos. Aquí, por supuesto, contábamos con la
tremenda ventaja de nuestras experiencias pasadas. Habíamos pasado pruebas
duras. Habíamos participado en un buen número de luchas y no nos iban a
desorientar con unos cuantos allanamientos o calumnias. Sabíamos cómo explotar
de forma eficaz todas estas cosas en su contra. Peleábamos con armas políticas,
las cuales son más sólidas que la cachiporra del gángster o la ganzúa del
ladrón. Apelamos a la buena voluntad y a la conciencia comunista de los
miembros del partido y comenzamos a reclutar a los que en un principio se nos
acercaron a manera de protesta contra las prácticas estalinistas.
En cuestión de semanas, el 8 de
enero de 1929, organizamos la primera reunión trotskista pública en Estados Unidos.
Al hojear hoy el primer tomo del Militant, vi el anuncio de esa reunión
en la primera plana del número del primero de enero de 1929. Admito que me
sentí un poco emocionado pues recordé la ocasión en que creamos una gran
sensación en los círculos de la izquierda en Nueva York. Enfrente de este
Templo Obrero en un gran rótulo se anunciaba que yo iba a hablar de "La
verdad sobre Trotsky y la Oposición rusa". Fuimos a esa reunión listos
para protegerla. Contamos con la ayuda del grupo italiano de los bordiguistas,
nuestros camaradas húngaros, unos cuantos individuos que simpatizaban con el
comunismo que no creían en que se obstruyera la libertad de expresión, y
nuestras propias y valientes fuerzas recién reclutadas. Estos se desplegaron en
frente de la tarima del Templo Obrero y cerca de la puerta para asegurarse que
la reunión no fuese interrumpida. Y esa reunión se llevó a cabo sin
interrupción.
El salón
estaba lleno, no sólo con simpatizantes y conversos, sino también con todo tipo
de personas que asistieron por los motivos, intereses, curiosidad, etcétera,
más diversos. La charla fue muy exitosa, consolidó a nuestros partidarios y
captó algunos reclutas. También provocó una gran alarma en el campo de los
estalinistas, empujándolos más aún hacia la vía de la violencia contra
nosotros.
Luego planeamos una gira nacional
para abordar el mismo tema. Intenté hablar en New Haven, pero allí nos
superaron muchísimo numéricamente. Los estalinistas nos rodearon y la reunión
fue completamente destruida. Hablé en Boston; allí habíamos realizado mejores
preparativos. Llegué con varios días de anticipación, anduve visitando varios
de mis viejos amigos del IWW a ver si podían conseguir un par de muchachos de
los muelles para que nos ayudaran a defender la libertad de expresión. Tuvimos
como una decena de estos muchachos alrededor de la tarima. Allí también había
una pandilla de matones estalinistas, dispuestos a desbaratar la reunión, pero
es evidente que se convencieron de que serían ellos los que terminarían con la cabeza
rota si lo intentaban. La reunión de Boston fue un éxito. No está de más decir
que mi moderadora en esa histórica ocasión fue Antoinette Konikow. Y en torno
al programa de Trotsky se consolidó en Boston un grupo de ocho o diez
camaradas.
En Cleveland
nos enfrascamos en una lucha. El conocido Amter era el Organizador de Distrito
en Cleveland y llevó un escuadrón a nuestra reunión para desbaratarla. Nosotros
también teníamos a unos cuantos muchachos que se habían pasado de nuestro lado,
y ellos alinearon a un número de simpatizantes, izquierdistas y otros más que
querían un ambiente imparcial y la libertad de expresión. Aleccionados por
nuestra experiencia de New Haven, nuestras fuerzas estaban organizadas en un
escuadrón alrededor del orador. Comencé mi charla y después de unas cuantas
frases, según recuerdo, usé la expresión, "Quiero explicarles el
significado revolucionario de esta lucha".
Amter se
paró y dijo, "Querrás decir significado contrarrevolucionario".
Aparentemente
esa era la señal. La pandilla estalinista comenzó a abuchear y a silbar.
"Siéntate contrarrevolucionario", "traidor", "agente
del imperialismo estadounidense" y así por el estilo. Eso duró como quince
minutos, era un pandemonio. Su idea era usar el tumulto para que no se me
pudiera escuchar. Era así como iban a aclarar la cuestión, simplemente
impidiéndome hablar. Nosotros teníamos otras ideas. Quedó claro que los
amteristas iban a gritar toda la noche de ser necesario. Nuestro escuadrón
estaba listo, a la espera de que yo diera la señal. Finalmente dije, "Muy
bien, adelante". Acto seguido, fueron tras Amter y su pandilla, los
tomaron uno por uno tirándolos por la escalinata, limpiando el salón y el
ambiente de estalinistas. Entonces todo marchó bien; la reunión procedió sin
más altercados. Conseguimos una paz y una tranquilidad de lo más estupendas.
En
Chicago, varias noches después, los estalinistas tenían una pandillita, pero no
pudieron decidirse si deseaban empezar un pleito o no. Yo procedí con la presentación.
Durante el
trayecto, diversos funcionarios estalinistas me iban a ver en la noche como a
la figura bíblica de Nicodemo. Uno de ellos fue B.K. Gebert, quien en los años
posteriores pasó a ser figura prominente en el Partido Comunista y el Organizador
de Distrito de Detroit. Me vino a ver al hotel en Chicago; era un hombre
angustiado. Sentía desdén por todos estos métodos que se empleaban contra
nosotros. Gebert era un comunista concienzudo, simpatizaba con nuestra lucha,
pero no podía dejar el partido. No podía hacerse a la idea de romper con toda
una vida, que era la que conocía, y empezar de nuevo. Igual sucedió con muchos
otros. Diversas formas de compulsión afectan a diversas personas. Algunos temen
un golpe físico, otros le temen a las calumnias, otros se atemorizan ante el
ostracismo. Los estalinistas desplegaron todos estos métodos. Esto tuvo el
efecto acumulativo de aterrorizar a cientos e incluso a miles de personas que,
en una atmósfera libre, habrían simpatizado con nosotros y nos habrían apoyado
de una u otra forma.
En mi reunión en Minneapolis, como
testifiqué años después en el Tribunal Federal de Distrito del Norte de
Minnesota, nos pescaron con la guardia abajo. Nuestras fuerzas eran bastante
sólidas en Minneapolis. Todos los dirigentes reconocidos del movimiento
comunista en Minneapolis, V.R. Dunne, Carl Skoglund y demás nos daban su apoyo.
Físicamente también era fuertes; entonces se descuidaron. Al organizar la
reunión bajo la teoría de que allí los matones no intentarían sus triquiñuelas,
no se organizaron planes especiales para la defensa. Ese fue un error. Nuestra
gente llegó tarde. La pandilla estalinista llegó temprano, atacaron a Oscar
Coover con cachiporras, forzaron su entrada y ocuparon sillas en la primera
fila de una sala muy pequeña. Cuando me levanté a hablar comenzaron a hacer
ruido de la forma que lo habían hecho Amter y su pandilla en Cleveland. Tras
unos cuantos minutos les caímos, y se desató una batalla campal. Luego llegó la
policía y disgregó la reunión. Eso fue algo bastante escandaloso y
desmoralizador para Minnesota. Se decidió que yo me quedaría y que
intentaríamos celebrar otra reunión. Fuimos a la sede del IWW con una propuesta
para formar un frente unido a fin de proteger la libertad de expresión. Junto a
ellos y a unos cuantos simpatizantes y varios individuos aislados formamos una
Guardia de Defensa Obrera. Se programó una reunión en el salón del IWW; en el
volante se anunció que esa reunión se realizaría bajo la protección de la
Guardia de Defensa Obrera. La guardia llegó equipada con garrotes --grandes
mangos de hacha adquiridos en la ferretería--, bien prácticos. Los guardias se
alinearon contra las paredes y frente al orador. Otros se apostaron en la
puerta. El moderador tranquilamente anunció que se iban a permitir preguntas y
discusión, pero que nadie debía interrumpir mientras el orador hiciera uso de
la palabra. La reunión se llevó a cabo tranquilamente sin señales de
disturbios. La organización de nuestro grupo en Minneapolis se completó en buena
forma.
Estalinistas
intentan desbaratar mítines
En Nueva
York, conforme comenzamos a celebrar más reuniones regulares, los estalinistas
arreciaron sus intentos de pararnos. Aquí en el Templo Obrero se desbarató una
reunión. Su plan permanente era llegar con tal fuerza de modo que pudieran
echar al orador de la tarima, apoderarse de la reunión, y volverla una
manifestación antitrotskista. Nunca lo lograron hacer porque siempre
manteníamos en la plataforma a nuestra guardia equipada con los implementos necesarios.
Los estalinistas no lograron llegar a la plataforma. Sin embargo, comenzaron
tal trifulca que llegó un gran contingente de policías y la reunión terminó
siendo desbaratada en un desorden. Los estalinistas trataron lo mismo una
segunda vez pero los derrotamos e hicimos que se fueran. Las cosas en verdad
alcanzaron su punto culminante cuando los estalinistas realizaron sus últimos
intentos de disgregar nuestras reuniones en el salón del noreste de la ciudad,
donde solía reunirse nuestro grupo húngaro. Allí celebramos el Primero de Mayo
en 1929, la primavera que siguió a nuestra expulsión. Al revisar hoy el Militant,
vi el anuncio de la reunión del Primero de Mayo en el Salón Húngaro y la
declaración adjunta de que se realizaría bajo la protección de la Guardia de
Defensa Obrera. Estuvo bien protegida; nuestra estrategia fue de no dejar
entrar a los perturbadores. A nuestros propios camaradas, simpatizantes y todos
aquellos que claramente habían llegado para celebrar el Primero de Mayo, se les
dejó entrar. Cuando los estalinistas intentaron abrirse paso por la fuerza, se
toparon con nuestra guardia al final de las escaleras, y recibieron golpes a la
cabeza hasta que decidieron que no podrían ocupar esa escalinata. La reunión se
celebró en paz.
Al viernes
siguiente, creo que fue, los estalinistas decidieron vengarse del grupo húngaro
por su incapacidad de disgregar la reunión del Primero de Mayo como se les
había instruido. Los camaradas húngaros estaban celebrando una reunión privada,
ocho o diez personas desempeñando las funciones básicas de una rama. Entre los
presentes estaban el veterano comunistas Louis Basky, un hombre de unos 50 años
de edad, y su anciano padre, quien tenía unos 80 años, un combativo partidario
de su hijo y del movimiento trotskista. Allí había varias camaradas. De repente
una pandilla de matones estalinistas invadió el salón. Se metieron de un golpe
y comenzaron a agredir tanto a hombres como a mujeres, incluido el viejo Basky.
Nuestros camaradas cogieron sillas o patas de sillas y se defendieron lo mejor
que pudieron. En un momento de esa lucha sangrienta, uno de los presentes, un
carpintero de profesión, que tenía una de las herramientas de su oficio en su
bolsillo, vio cuando un par de estos matones atacaba a aquel viejo. Al verlo
perdió los estribos y se puso a trabajar sobre uno de ellos. Tuvieron que
llevar al matón estalinista al hospital. Allí estuvo tres semanas, sin que los
doctores supieran si se iba a recuperar o no.
Eso frenó
los ataques contra nuestras reuniones. Los estalinistas habían llevado las
cosas al borde de una tragedia terrible y del escándalo de todo el movimiento
comunista. Se convencieron de que no íbamos a rendir nuestro derecho de
reunirnos y expresarnos, que íbamos a alzarnos y a pelear, que no nos podían
disgregar. A partir de ahí, sólo hubo casos aislados de violencia contra
nosotros. Nuestra libertad de expresión no la conquistamos de los pandilleros
estalinistas porque hayan cambiado de opinión, sino gracias a nuestra defensa
decidida y militante de nuestros derechos.
Entretanto
captamos nuevos miembros y simpatizantes gracias a la lucha que veníamos
ofreciendo. Sólo éramos un puñado de gente, y nos atacaban con todas las armas
de las calumnias, el ostracismo y la violencia. Sin embargo, defendimos nuestro
terreno. Como fuera lográbamos sacar nuestro periódico regularmente.
Retornábamos de cada lucha más fuertes, y eso despertaba simpatía y apoyo.
Muchos de los izquierdistas de Nueva York, simpatizantes del Partido Comunista,
e incluso algunos de sus miembros, solían ir a nuestras reuniones para ayudar a
protegernos en interés de la libertad de expresión. Se veían atraídos a nuestra
lucha, por nuestra valentía, y les repugnaban los métodos de los estalinistas.
Luego comenzaban a leer nuestros materiales y a estudiar nuestro programa.
Comenzamos a captarlos, uno por uno, a convertirlos políticamente al
trotskismo. Así que podemos decir que el núcleo inicial del trotskismo
estadounidense se reclutó en el crisol de una verdadera lucha. Semana tras semana,
mes tras mes, forjamos estos grupitos en diversas ciudades, y al poco tiempo ya
teníamos el esqueleto de una organización nacional.
El Militant
salía cada dos semanas; hoy no sabría decirles cómo lo hicimos ni desearía la
tarea financiera que supondría hacerlo de nuevo. Lo logramos con la ayuda de
amigos leales. Lo hicimos de una u otra forma y al costo de sacrificios
enormes. Pero esos sacrificios no eran nada comparados con la recompensa
intelectual y espiritual que obteníamos al publicar nuestro periódico, al
divulgar nuestro mensaje, y sentir que estábamos realizando de forma digna la
gran misión que se nos había encomendado.
Durante
todo este tiempo no tuvimos contacto con el camarada Trotsky. No sabíamos si
estaba vivo o muerto. Sí había informes de que estaba enfermo. Nunca nos
atrevimos a abrigar esperanzas de que íbamos a verlo jamás o que tendríamos
algún contacto directo con él. Lo único que nos conectaba a él era aquel
documento que traje desde Moscú y otros documentos que recibimos más tarde de
los grupos europeos. En cada edición del Militant, número tras número,
comenzamos a publicar los diversos documentos de la Oposición de Izquierda rusa
que abarcaban todo el periodo que iba desde 1924 hasta 1929. Rompimos el
bloqueo contra las ideas de Trotsky y de su compañeros de labores en Rusia.
Entonces,
a comienzos de la primavera de 1929, a los pocos meses de nuestra expulsión, la
prensa del mundo fue estremecida con el anuncio de que a Trotsky lo iban a
deportar de Rusia. El anuncio no decía adónde lo enviarían. Día tras día, la
prensa venía repleta de toda suerte de noticias especulativas, pero carecía de
información sobre su paradero. Así siguieron por poco más de una semana.
Nosotros seguíamos en vilo al no saber si Trotsky estaba vivo o muerto, hasta
que finalmente llegó la noticia de que había desembarcado en Turquía. Allí
establecimos nuestro primer contacto con él en la primavera de 1929, cuatro o
cinco meses después de haber iniciado el movimiento en su nombre y sobre la
base de sus ideas. Le escribí una carta; pronto recibimos respuesta. Desde
entonces --salvo por el periodo que estuvo internado en Noruega-- hasta el día
de su muerte, nunca carecimos del más íntimo contacto con el fundador e
inspirador de nuestro movimiento.
El 15 de febrero
de 1929, antes que se cumplieran cuatro meses de nuestra expulsión, conforme el
Partido Comunista preparaba su congreso nacional, publicamos la
"Plataforma" de nuestra fracción: una declaración completa de
nuestros principios y nuestra posición sobre los problemas del momento,
nacionales e internacionales. Al comparar esta plataforma con las resoluciones
y tesis que nosotros, tanto como las otras fracciones, solíamos escribir en las
luchas fraccionales nacionales internas, se percibe el abismo que separa a
gente que ha adquirido una perspectiva teórica internacional de gente
fraccionalista de disposición nacionalista que lucha en un área restringida.
Nuestra plataforma comenzaba con nuestra declaración de principios sobre un
plano internacional, nuestro enfoque del problema ruso, nuestra posición sobre
las enormes cuestiones teóricas que yacían al fondo de la lucha en el partido
ruso: la cuestión del socialismo en un solo país. De ahí la plataforma pasaba a
abordar problemas nacionales, el problema sindical en Estados Unidos, los
pormenores del problema de la organización del partido, etcétera. Por primera
vez en la larga y extendida lucha fraccional del movimiento comunista
estadounidense se tiraba al ruedo un documento internacional marxista verdaderamente
completo. Eso resultó de la adherencia a la Oposición de Izquierda rusa y a su
programa.
Esa
plataforma la publicamos en el Militant, primero como propuesta al
congreso del Partido Comunista, porque aunque habíamos sido expulsados
manteníamos nuestra posición como fracción. Nosotros no huimos del partido. No
comenzamos otro partido. Recurrimos de nuevo a la militancia del partido y
dijimos: "Pertenecemos a este partido y este es nuestro programa, nuestra
plataforma, para el congreso del partido". Naturalmente, tampoco
esperábamos que los burócratas nos permitieran defenderla en el congreso. No
esperábamos que la fueran a adoptar. Nos estábamos dirigiendo a las filas del
Partido Comunista. Era esa línea, esa técnica, la que orientó nuestro enfoque hacia
los miembros de filas del Partido Comunista. Cuando Lovestone, Foster y
compañía les dijeran: "Estos tipos, estos trotskistas, son enemigos de la
Internacional Comunista; quieren destruir el partido", les podíamos
demostrar que no era cierto. Nuestra respuesta era: "No, aún somos
miembros del partido, y estamos sometiendo esta plataforma ante el partido para
darle una posición de principios más clara y una mejor orientación". De
esta forma manteníamos contacto con los mejores elementos del partido. Rechazábamos
que se nos calumniara como enemigos del comunismo y los convencíamos de que
éramos sus fieles defensores. Por esa vía nos granjeamos al principio su
atención, reclutando por fin muchos de ellos, uno por uno, a nuestro grupo.
El 19 de
marzo de 1929, como puedo ver en mis notas, sostuvimos una reunión en el Templo
Obrero para protestar la deportación de Trotsky de la Unión Soviética. En la
cúspide de la sensación mundial creada por esa noticia convocamos una reunión
masiva aquí en el Templo Obrero y anunciamos a Cannon, Abern y Shachtman como
oradores. Protestamos esa infamia y de nuevo declaramos públicamente nuestra
solidaridad con Trotsky.
Primera
conferencia de la Oposición
En la
edición del 17 de mayo de 1929, el Militant publicó una convocatoria
para la primera Conferencia Nacional de la Oposición de Izquierda en Estados
Unidos. La tarea primordial de esa conferencia --como se anunció en el llamado
y en subsiguientes artículos previos a la conferencia--, era aprobar una
plataforma. Esta plataforma, que Cannon, Abern y Shachtman habían redactado y
presentado como proyecto ante el Partido Comunista, pasó a ser el proyecto de
plataforma para nuestra organización, y fue sometida a nuestra primera
conferencia.
Otra tarea
de la conferencia era clarificar más entre nuestras filas nuestra posición
sobre el problema ruso. Si uno estudia la historia del bolchevismo
estadounidense desde 1917 hasta el presente, verá que en cada coyuntura, en
cada momento crítico, en cada vuelco de sucesos, la cuestión rusa ha dominado
la disputa. Fue la cuestión rusa la que determinó la lealtad de la gente, ya
fueran revolucionarios o reformistas, desde 1917 hasta la escisión en el
Partido Socialista en 1919. Al momento de la expulsión de Trotsky en 1928, en
las innumerables luchas que sostuvimos con las diversas fracciones y grupos en
el transcurso de nuestro propio desarrollo, hasta nuestra propia lucha con la
oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista de los Trabajadores en 1939
y 1940: el tema primordial fue siempre la cuestión rusa. Primaba siempre porque
la cuestión rusa es la cuestión de la revolución proletaria. No es el problema
abstracto de una posible revolución; es el problema de la propia revolución,
una que realmente sucedió y que aún vive. La actitud hacia esa revolución hoy
día, como ayer, como lo fue al comienzo, constituye el criterio decisivo para
determinar el carácter de un grupo político.
La
cuestión rusa
Teníamos
que aclarar esa cuestión en nuestra primera conferencia, porque apenas fuimos expulsados
y comenzamos a combatir la burocracia estalinista, todo tipo de gente se nos
quiso unir con una pequeña condición: que volviéramos la espalda a la Unión
Soviética y al Partido Comunista y construyéramos una organización
anticomunista. De haber aceptado esa condición habríamos podido reclutar
cientos de miembros en los primeros días.
Hubo otros
que querían abandonar la idea de funcionar como una fracción del Partido
Comunista y proclamar un movimiento comunista completamente independiente. Era
tarea de nuestra conferencia también aclarar esa cuestión. ¿Debíamos comenzar
un nuevo partido independiente y renunciar a cualquier trabajo futuro en el PC,
o debíamos continuar declarándonos una fracción? Esa pregunta debía contestarse
de forma decisiva.
Otro
problema referido a la primera Conferencia Nacional era el carácter y la forma
que asumiría nuestra organización nacional, así como la elección de nuestros
dirigentes nacionales. Hasta esa fecha, "los tres generales" se
habían desempeñado como la dirección sencillamente en virtud del hecho que eran
ellos quienes habían iniciado la lucha. Eso constituía credenciales suficiente
para empezar: quienes toman la iniciativa pasan a ser dirigentes de acción
mediante una ley que es superior a cualquier referéndum. Sin embargo, eso no
podía continuar así de forma indefinida. Reconocíamos que era necesario
sostener una conferencia y elegir a un comité dirigente. Fuimos muy afortunados
al recibir respuesta del camarada Trotsky a nuestro comunicado a tiempo para la
conferencia. Su respuesta, como todas sus cartas, como todos sus artículos,
estaba impregnada de sabiduría política. Su amistoso consejo nos a ayudó a
resolver nuestros problemas.
El Militant
informa que a la primera conferencia de los trotskistas estadounidenses
asistieron 31 delegados regulares y 17 suplentes, procedentes de 12 ciudades,
representando en total a unos 100 miembros de todo el país. La conferencia se
celebró en Chicago en mayo de 1929. A partir de las cifras que he citado se
puede observar que cerca de la mitad de los miembros de nuestra joven
organización atendieron como delegados regulares o suplentes para constituir
esa histórica conferencia. Esta se realizó en un espíritu de unanimidad,
entusiasmo y de una confianza ilimitada en nuestro gran futuro. Los primeros
preparativos que hicimos fueron los de las tareas prácticas de proteger la
conferencia de los matones estalinistas. Todos los delegados, 48 en total, se
alistaron en el ejército de autodefensa. Si los estalinistas hubiesen intentado
interferir con la conferencia, sus esfuerzos habrían recibido una buena
respuesta. No obstante decidieron dejarnos en paz y fue así que sesionamos por
días.
La Liga
Comunista de EE.UU.
Permítanme
repetir. Había 31 delegados regulares y 17 suplentes de 12 ciudades, que
representaban aproximadamente a 100 miembros de nuestra organización nacional.
Nos denominamos La Liga Comunista de Estados Unidos, Oposición de Izquierda
del Partido Comunista. Estábamos seguros que teníamos razón. Estábamos
seguros que nuestro programa era correcto. Salimos de esa conferencia con la
firme confianza de que la raíz de todo el desarrollo futuro del movimiento
comunista regenerado en Estados Unidos --hasta el instante en que el
proletariado tome el poder y comience a organizar la sociedad socialista--, se
ha de remontar a aquella primera Conferencia Nacional de los trotskistas
estadounidenses celebrada en Chicago en mayo de 1929.
Nuestra última sesión nos llevó hasta la primera
Conferencia Nacional de la Oposición de Izquierda en mayo de 1929. Habíamos
sobrevivido los difíciles primeros seis meses de nuestra lucha y mantenido
intactas nuestras fuerzas, a la vez que habíamos conseguido nuevos adeptos. En
la primera conferencia consolidamos nuestras fuerzas en una organización
nacional, establecimos una dirección electa y definimos con más precisión
nuestro programa. Nuestros miembros de filas eran firmes, resueltos. Contábamos
con escasos recursos y numéricamente éramos muy pocos, sin embargo estábamos
seguros de que habíamos encontrado la verdad y que al final venceríamos con esa
verdad. Regresamos a Nueva York para empezar la segunda fase de la lucha por la
regeneración del comunismo estadounidense.
La suerte de todo grupo político --ya sea para vivir
y crecer o para degenerarse y morir-- se decide en sus primeras experiencias a
partir de la forma en que responde a dos cuestiones decisivas.
La primera es la adopción de un programa político
correcto. Sin embargo, esto en sí no garantiza la victoria. La segunda es que
el grupo decida de forma acertada cuál va a ser la naturaleza de sus
actividades y qué tareas se va a plantear, dados el tamaño y capacidad del
grupo, la etapa de desarrollo de la lucha de clases, la correlación de fuerzas
en el movimiento político, etcétera.
Necesidad
de un programa correcto
Si el
programa de un grupo político, en especial un grupo político pequeño, es falso,
al final nada lo podrá salvar. Es imposible envidar en falso tanto en el
movimiento político como en la guerra. La única diferencia es que en tiempos de
guerra las cosas llegan a tal extremo que toda debilidad sale a flote casi de
inmediato, como lo demuestra etapa tras etapa la actual guerra imperialista. En
la lucha política la ley opera igual de implacable. Los envites no funcionan. A
lo sumo logran engañar gente por un tiempo, pero las principales víctimas del
engaño, a fin de cuentas, son los que hacen el envite. Uno debe saber cumplir
sus compromisos . Es decir, uno debe tener un programa correcto a fin de
sobrevivir y servir a la causa de los trabajadores.
Un ejemplo de cuán nefasto resulta
sostener una actitud de envite sin mucha reflexión con respecto al programa es
el notorio grupo de Lovestone. Algunos de ustedes que son nuevos al movimiento
revolucionario puede que jamás hayan oído hablar de esta fracción --la cual en
un momento desempeñó un papel muy prominente--, ya que ha desaparecido por
completo de la escena. No obstante, en aquellos días la gente que constituía el
grupo de Lovestone eran los que dirigían el Partido Comunista de Estados
Unidos. Fueron ellos los que llevaron a cabo nuestra expulsión, y cuando unos
seis meses después ellos mismos fueron expulsados, empezaron con una fuerza
mucho más numerosa y con más recursos que nosotros. En los primeros días eran
mucho más impresionantes. Sin embargo, no tenían un programa correcto y tampoco
intentaron desarrollarlo. Creían que podían hacerle un poquito de trampa a la
historia; que podían tomar atajos en cuanto a los principios y mantener fuerzas
más numerosas transigiendo en la cuestión del programa. Y por un tiempo lo
lograron. Sin embargo, al final, este grupo rico en energías y capacidades y
con gente muy talentosa, fue totalmente destruido en la lucha política, se
disolvió de forma ignominiosa. En la actualidad la mayoría de sus dirigentes
--hasta donde sé, en realidad, todos--, see han subido al tren de la guerra
imperialista, sirviendo intereses totalmente opuestos a los que se habían
propuesto servir al comienzo de su labor política. El programa es decisivo.
Por otro
lado, si el grupo malentiende las tareas que le imponen las condiciones del
momento, si no sabe cómo responder a la más importante de las cuestiones en política
--o sea: qué hacer ahora--, entonces el grrupo, independientemente de los
méritos que tenga, se puede agotar realizando esfuerzos mal orientados,
actividades fútiles, y fracasar.
Así que
como dije en mis primeras palabras, nuestro destino lo determinaron en aquellos
primeros días la respuesta que dimos a la cuestión del programa y la forma en
que analizamos las tareas del momento. En eso consistió nuestro mérito, como
formación política recién creada dentro del movimiento obrero estadounidense, el
mérito que aseguró el progreso, la estabilidad y el desarrollo ulterior de
nuestro grupo: en que respondimos a estas dos cuestiones correctamente.
La
cuestión rusa es esencial
La
conferencia no abordó todos los problemas que planteaban las condiciones
políticas del momento. Abordó únicamente los problemas más importantes, o sea,
a los que había que dar respuesta primero. Y el primero fue el problema ruso,
la cuestión de la revolución que existía. Como dije en la última presentación,
desde 1917 una y otra vez se ha demostrado que la cuestión rusa es la piedra de
toque de toda corriente política en el movimiento obrero. Quienes adoptan una
posición equivocada sobre la cuestión rusa, tarde o temprano abandonan la vía
revolucionaria.
La cuestión
rusa ha sido aclarada un sinnúmero de veces en artículos, folletos y libros.
Sin embargo, surge cada vez que ocurre un vuelco importante en los
acontecimientos. Hasta fecha tan reciente como 1939 y 1940, tuvimos que debatir
una vez más la cuestión rusa con una corriente pequeñoburguesa dentro de
nuestro movimiento. Quienes deseen estudiar la cuestión rusa en toda su
profundidad, toda su agudeza y toda su urgencia pueden encontrar material
abundante en la literatura de la Cuarta Internacional. Por eso no pienso
tocarla en detalle esta noche. Simplemente la reduzco a lo más esencial y digo
que la cuestión que enfrentábamos en nuestro primer congreso era la de si
debíamos seguir apoyando al estado soviético, la Unión Soviética, a pesar del
hecho de que su dirección había caído en manos de una casta conservadora,
burocrática. En esos días hubo gentes que se denominaban y se consideraban
revolucionarias, que se habían escindido del Partido Comunista, o que habían
sido expulsados y que querían dar completamente la espalda a la Unión Soviética
y lo que quedaba de la revolución rusa y empezar de nuevo, con un "borrón
y cuenta nueva" como un partido antisoviético. Nosotros rechazamos ese
programa y a todos los que nos instaban a seguirlo. Si hubiésemos transigido en
ese asunto, en esos días habríamos conseguido muchos miembros. Tomamos una
posición firme de apoyo a la Unión Soviética; no de derrocarla sino de intentar
reformarla por medio de los instrumentos del partido y de la Comintern.
En el
curso de los acontecimientos se demostró que todos aquellos que por
impaciencia, ignorancia o subjetividad --o por la razón que fuera--, anunciaron
de forma prematura la muerte de la revolución rusa, en realidad estaban
anunciando su propio fin como revolucionarios. Todos y cada uno de esos grupos
y tendencias degeneraron, se desmoronaron desde su propia base, se hicieron al
margen y en muchos casos se pasaron al campo de la burguesía. Nuestra salud
política y nuestra vitalidad revolucionaria las salvaguardó, en primer lugar,
la actitud correcta que asumimos respecto de la Unión Soviética, a pesar de los
crímenes que habían cometido, incluso en contra nuestra, los individuos al
control de la administración de la Unión Soviética.
La
cuestión sindical tuvo una importancia extraordinaria, la tuvo entonces como la
ha tenido siempre. En aquella época fue particularmente grave. Tras
experimentar por largo rato con políticas oportunistas de derecha, la
Internacional Comunista y los partidos comunistas que estaban bajo su dirección
y control habían dado un giro enorme hacia la izquierda, al ultraizquierdismo:
una manifestación característica del centrismo burocrático de la facción de
Stalin. Después de haber perdido la brújula marxista, se distinguieron por una
tendencia a saltar de la extrema derecha a la izquierda y viceversa. En la
Unión Soviética habían pasado por una larga experiencia con políticas
derechistas, conciliándose con los kulaks [campesinos ricos] y los Nepmen
[hombres de la Nueva Política Económica], hasta que la Unión Soviética --y con
ella la burocracia--, llegó al borde del desastre. En el ámbito internacional,
políticas similares dieron resultados similares. En respuesta, y ante las
críticas implacables de la Oposición de Izquierda, hicieron una sobrecorrección
ultraizquierdista en todos los campos. En cuanto a la cuestión sindical viraron
hasta la posición de abandonar los sindicatos establecidos, entre ellos la
Federación Norteamericana del Trabajo [AFL], y empezaron un nuevo movimiento
sindical hecho a la medida y bajo el control del Partido Comunista. La política
descabellada de formar "sindicatos rojos" pasó a ser la orden del
día.
Nuestra primera Conferencia
Nacional adoptó una posición firme contra esa política, y se declaró a favor de
operar dentro del movimiento sindical existente, confinando el sindicalismo
independiente al sector no organizado. Sin clemencia atacamos el sectarismo
renovado que comprendía esta teoría de un nuevo movimiento sindical
"comunista" creado por medios artificiales. Al tomar esa postura, por
lo acertado de nuestra política sindical, nos aseguramos de que cuando llegara
el momento en que pudiéramos acceder al movimiento de masas, sabríamos cuál
sería la ruta más corta para llegar a él. Acontecimientos posteriores
confirmaron lo correcto de la política sindical aprobada en nuestra primera
conferencia, y con la cual hemos sido consecuentes a partir de entonces.
La tercera
gran cuestión de importancia a la que teníamos que responder era la de si
debíamos crear un nuevo partido independiente, o si todavía nos considerábamos
una fracción del Partido Comunista existente y de la Comintern.
Una
fracción del Partido Comunista
Aquí
también fuimos acosados por gente que se consideraba izquierdista: antiguos
miembros del Partido Comunista que totalmente se habían echado a perder y que
querían tirar lo sano con lo podrido; elementos sindicalistas y
ultraizquierdistas que, por su antagonismo con el Partido Comunista, estaban
dispuestos a combinarse con cualquiera que quisiera crear un partido para
oponérsele. Es más, en nuestras propias filas hubo quienes reaccionaron
subjetivamente ante las expulsiones burocráticas, las calumnias, la violencia y
el ostracismo que se emplearon en contra nuestra. También querían renunciar al
Partido Comunista y empezar un nuevo partido. Esta propuesta poseía un
atractivo superficial. Sin embargo, resistimos, rechazamos esa idea. La gente
que simplificaba demasiado el asunto nos solía decir: ¿"Cómo pueden ser
una fracción de un partido cuando de allí los han expulsado?"
Les explicábamos: Es cuestión de
evaluar correctamente a los miembros del Partido Comunista y de encontrar el
enfoque táctico apropiado para acercárseles. Si el Partido Comunista y sus
militantes han degenerado a tal punto que no tienen salvación y si existe un
grupo más progresista de trabajadores (ya sea de hecho o potencialmente a
partir de la dirección que el grupo lleve) del cual podamos formar un partido
nuevo y mejor, entonces el argumento a favor de un nuevo partido es válido. Sin
embargo, decíamos, no vemos tal grupo por ningún lado. No vemos verdaderos
progresistas, militantes, un verdadero intelecto político en todas estas
distintas oposiciones, en estos individuos y tendencias. Casi todos son
críticos de sillón y sectarios. La verdadera vanguardia del proletariado la
componen las decenas de miles de trabajadores a los que ha despertado la
revolución rusa. Ellos aún se mantienen fieles a la Comintern y al Partido
Comunista. Ellos no han seguido de cerca el proceso de degeneración gradual. No
han desentrañado las cuestiones teóricas que están al fondo de esta
degeneración. Es incluso imposible que ellos lo atiendan a uno a menos que uno
se ubique en el plano del partido y aspire no a destruirlo sino a reformarlo,
exigiendo la readmisión al partido con derechos democráticos.
Ese
problema lo resolvimos correctamente al declararnos una fracción del partido y
de la Comintern. A nuestra organización la denominamos La Liga Comunista
de Estados Unidos (Oposición), para indicar que no
éramos un nuevo partido sino simplemente una fracción de oposición dentro del
antiguo partido. La experiencia ha demostrado con creces lo correcto de esta
decisión. Al mantenernos como partidarios del Partido Comunista y de la
Internacional Comunista, al oponernos a los dirigentes burocráticos en la cima,
pero evaluando correctamente a las filas tal y como eran en aquel momento, y al
buscar entrar en contacto con ellos, seguimos captando nuevos reclutas a las
filas de los trabajadores Comunistas. La mayoría de nuestros miembros en el
primer lustro de nuestra existencia surgió del PC. Así creamos las bases de un
movimiento Comunista regenerado. En cuanto a la gente antisoviética y
antipartidista, nunca produjeron más que confusión.
De la
decisión de formar, en esa época, una fracción y no un partido nuevo, se deriva
otra cuestión importante y problemática, la cual se debatió y disputó a fondo
en nuestro movimiento por cinco años, desde 1928 hasta 1933. Esa cuestión era:
¿Qué tarea concreta debemos plantearle a este grupo de 100 personas dispersas
por todo lo ancho de este vasto país? Si nos constituimos como partido
independiente, entonces debemos apelar directamente a la clase trabajadora, dar
la espalda al degenerado Partido Comunista y emprender una serie de esfuerzos y
actividades en el movimiento de masas. Por otro lado, si hemos de constituirnos
no como partido independiente sino como una fracción, de esto se deriva que
nuestros más importantes esfuerzos, llamados y actividades se deberán dirigir
no a la masa de 40 millones de trabajadores estadounidenses, sino a la
vanguardia de la clase organizada en el Partido Comunista y su entorno. Se
puede ver cómo esas dos cuestiones estaban ligadas. En la política, y no sólo
en la política, una vez que uno dice "A" debe decir "B". O
bien nos orientábamos hacia el Partido Comunista o nos alejábamos del Partido
Comunista, en dirección de las masas sin desarrollar, sin organizar y sin
educar. No puede haber pollo en corral y en cazuela.
El problema consistía en
comprender la verdadera situación, la etapa de desarrollo en ese momento. Por
supuesto, uno debe encontrar un camino a las masas a fin de crear un partido
que pueda dirigir una revolución. Sin embargo, el camino a las masas pasa por
la vanguardia y no por encima de ella. Algunos no entendían eso. Creían que
podían soslayar a los trabajadores de disposición comunista, e ir a caer en
medio del movimiento de masas para encontrar allí a los mejores candidatos para
el grupo más avanzado y de mayor desarrollo teórico del mundo, es decir, la
Oposición de Izquierda, que era la vanguardia de la vanguardia. Esta concepción
era errónea, producto de la impaciencia y de la incapacidad de pensar las cosas
a fondo. Decidimos en cambio que nuestra tarea principal era la propaganda,
no la agitación.
Trabajo de
propaganda
Dijimos:
Nuestra primera tarea es dar a conocer a la vanguardia los principios de la
Oposición de Izquierda. No nos ilusionemos con la idea de que en este momento
podemos llegar a la gran masa sin educar. Primero debemos conseguir lo que se
pueda de este grupo de vanguardia, que consta de decenas de miles de militantes
y simpatizantes del partido, y a partir de ellos cristalicemos cuadros
suficientes, ya sea para reformar el partido o, si después de un gran esfuerzo
que al final fracase --y sólo cuando se determine contundentemente el
fracaso--, forjar un partido nuevo con las fuerzas que se hayan reclutado en el
proceso. Sólo así es posible que reconstituyamos el partido en el verdadero
sentido de la palabra.
Por aquel
entonces apareció en el horizonte una personalidad, quien también quizás les
resulte desconocido a muchos de ustedes, pero que en esos días hizo bastante
alboroto. Albert Weisbord había sido miembro del PC y consiguió que lo
expulsaran en 1929 por hacer críticas, o por una u otra razón, eso nunca quedó
claro. Después de su expulsión Weisbord decidió estudiar un poco. Con
frecuencia sucede, como verán, que después que alguien recibe un trancazo
empieza a preguntarse qué lo provocó. Al poco tiempo Weisbord concluyó sus
estudios y se pronunció trotskista; pero no trotskista en un 50 por ciento como
nosotros, sino un trotskista verdadero y genuino al 100 por ciento, cuya misión
en la vida era aclararnos las cosas.
Su
revelación consistía en lo siguiente: los trotskistas no deben ser un círculo
de propaganda, sino que deben pasar directamente al "trabajo de
masas". Esa concepción debía llevarlo lógicamente a proponer la formación
de un nuevo partido, algo que no podía hacer tan fácilmente porque carecía de
miembros. Tendría que aplicar la táctica de ir primero a la vanguardia, y
tendría que aplicárnosla a nosotros. Con algunos de sus amigos empezó una
enérgica campaña de "cavar desde adentro" y martillar desde afuera a
este pequeño grupo de 25 ó 30 personas que para entonces teníamos organizadas
en la ciudad de Nueva York. A la vez que nosotros proclamábamos la necesidad de
hacer propaganda entre los miembros y simpatizantes del Partido Comunista, como
un vínculo hacia el movimiento de masas, Weisbord, proclamando un programa de
acción de masas, dirigía el 99 por ciento de sus acciones de masas no a las
masas, y ni siquiera al Partido Comunista, sino a nuestro pequeño grupo
trotskista. Con nosotros estaba en desacuerdo en todo y nos denunciaba como
falsos representantes del trotskismo. Cuando decíamos "sí", él decía,
"decididamente sí". Si ofrecíamos 75, él pujaba más aún. Cuando
dijimos "Liga Comunista de Estados Unidos", él denominó a su grupo la
"Liga Comunista de Lucha" para hacerlo más fuerte. El meollo de la pugna
con Weisbord fue la cuestión de la naturaleza de nuestras actividades. Se
impacientaba por lanzarse al trabajo de masas por encima del Partido Comunista.
Rechazamos su programa y él nos denunció en gruesos boletines mimeografiados.
Algunos de
ustedes quizás aspiren llegar a ser historiadores del movimiento, o por lo
menos estudiantes de la historia del movimiento. De ser así, estas charlas
informales que estoy dando pueden servir como mojones para un estudio más
profundo de las cuestiones más importantes y los momentos álgidos. El material
escrito abunda. Si se busca, literalmente se encontrarán fardos de boletines
mimeografiados dedicados a críticas y denuncias de nuestro movimiento y, por la
razón que sea, especialmente dedicados a mí. Este tipo de cosas sucede tan a
menudo que desde hace mucho aprendí a aceptarlo como algo cotidiano. Siempre
que en nuestro movimiento alguien enloquece, comienza a denunciarme a gritos,
sin que en absoluto haya habido provocación de mi parte. Así que Weisbord nos denunció,
particularmente a mí, pero lo debatimos. Nos aferramos a nuestro rumbo.
En
nuestras filas había gente impaciente que creía que valía la pena probar la
receta de Weisbord: una vía por la que un grupito pobre se podría enriquecer de
golpe. Es muy fácil que un grupo de gente aislada, reunido en un cuarto
pequeño, se convenza a sí mismo de las propuestas más radicales a menos que
guarde el sentido de proporción, sensatez y realismo. Algunos de nuestros
camaradas, desilusionados por nuestro crecimiento lento, se dejaron seducir por
la idea de que lo único que necesitábamos era un programa de trabajo de masas
para salir e ir a captar a las masas. Ese sentimiento creció hasta tal punto
que Weisbord creó una pequeña fracción dentro de nuestra organización. Nos
vimos obligados a declarar una reunión abierta para discutir el asunto.
Admitimos a Weisbord, que formalmente no era miembro, y le concedimos el
derecho del uso de la palabra. Debatimos la cuestión con todas nuestras
fuerzas. Finalmente aislamos a Weisbord. Nunca tuvo más de 13 miembros en su
grupo en Nueva York. Ese grupito pasó por una serie de expulsiones y escisiones
y finalmente desapareció de la escena.
Empleamos
una cantidad enorme de tiempo y de energías debatiendo y luchando en torno a
esta cuestión. Y no sólo con Weisbord. En aquellos días constantemente nos daba
lata gente impaciente en nuestras filas. Las dificultades del momento ejercían
una gran presión sobre nosotros. Semana tras semana y mes tras mes parecía que
apenas avanzábamos una pulgada. El desaliento echó raíz y con él la demanda de
que urdiéramos un plan para crecer más rápido, una fórmula mágica. Eso lo
discutimos, lo debatimos y mantuvimos a nuestro grupo sobre la línea correcta,
manteniéndolo orientado hacia la única fuente posible de crecimiento saludable:
las filas de los trabajadores Comunistas que aún estaban bajo la influencia del
Partido Comunista.
El
"viraje a la izquierda" de los estalinistas nos colmó de nuevas dificultades.
Este viraje en parte lo diseñó Stalin para socavar la Oposición de Izquierda;
hacía que los estalinistas parecieran más radicales aún que la Oposición de
Izquierda de Trotsky. Expulsaron del partido a los lovestonistas acusándolos de
"derechistas", le cedieron la dirección del partido a Foster y
compañía y promulgaron una política izquierdista. Con esta maniobra nos
asestaron un golpe devastador. Los elementos descontentos en el partido que se
habían inclinado hacia nosotros y que se habían opuesto al oportunismo del
grupo de Lovestone, se reconciliaron con el partido. Solían decirnos: "Ya
ven, estaban equivocados. Stalin esta corrigiendo todo. Esta asumiendo una
posición radical en todo: en Rusia, en Estados Unidos, en todas partes".
En Rusia la burocracia estalinista declaró la guerra a los kulaks. Por todo el
mundo se estaba socavando la Oposición de Izquierda. En Rusia se dio toda una
serie de capitulaciones. Rádek y otros renunciaron a la lucha bajo el pretexto
de que Stalin había adoptado la política de la Oposición. Yo diría que hubo
quizás cientos de militantes del Partido Comunista que se habían inclinado
hacia nosotros, a quienes les dio la misma impresión y retornaron al
estalinismo en el periodo del giro ultraizquierdista.
Los verdaderos
días caniculares
Esos
fueron los verdaderos días caniculares de la Oposición de Izquierda. Habíamos
pasado los primeros seis meses progresando de forma bastante firme y durante la
conferencia formamos nuestra organización nacional llenos de expectativas.
Entonces de repente se detuvo el reclutamiento a las filas del partido. Tras la
expulsión de los lovestonistas, una ola de ilusiones azotó al Partido
Comunista. La reconciliación con el estalinismo pasó a ser la orden del día.
Estábamos estancados. Y fue entonces que empezó todo el bullicio del primer
Plan Quinquenal. A los miembros del Partido Comunista el Plan Quinquenal les
llenó de entusiasmo, un plan que había iniciado y exigido la Oposición de
Izquierda. El pánico en Estados Unidos, la "depresión", provocó una
fuerte ola de desilusión con el capitalismo. En esa situación, el Partido
Comunista se presentaba como la fuerza más radical y revolucionaria del país.
El partido empezó a crecer, sus filas se hincharon y comenzó a atraer
simpatizantes a montones.
Nosotros,
con nuestras críticas y explicaciones teóricas, ante la vista de todos
parecíamos como un grupo de gente que abogaba por lo imposible, que se andaba
en quisquillas, unos gruñones. Nos ocupábamos en tratar de hacer que la gente
comprendiera que en última instancia la teoría del socialismo en un solo país
es mortal para un movimiento revolucionario; que debíamos aclarar esta cuestión
teórica a toda costa. Aferrados a los primeros éxitos del Plan Quinquenal, nos
miraban y decían: "Esta gente esta loca, no vive en este mundo". En
el momento que decenas y cientos de miles de personas empezaban a fijarse en la
Unión Soviética, que avanzaba con el Plan Quinquenal, al tiempo que el
capitalismo parecía venirse a pique, venían estos trotskistas, con sus
documentos bajo el brazo, a exigirle a uno que leyera libros, que estudiara,
que discutiera, y así por el estilo. Nadie nos quería escuchar.
En esos
días caniculares del movimiento, carecíamos en absoluto de contacto alguno. No
teníamos amigos, ni simpatizantes, el movimiento tampoco tenía una periferia.
No teníamos la menor oportunidad de participar en el movimiento de masas. Cada
vez que intentábamos entrar en una organización obrera nos expulsaban como
trotskistas contrarrevolucionarios. Intentábamos enviar delegaciones a las
reuniones de los desempleados, y rechazaban nuestras credenciales sobre la base
de que éramos enemigos de la clase trabajadora. Estábamos completamente
aislados, nos veíamos forzados a introvertirnos. Nuestro reclutamiento cayó
casi a cero. El Partido Comunista y su enorme periferia parecían estar sellados
herméticamente contra nosotros.
Entonces, como siempre sucede con
los movimientos políticos nuevos, empezamos a reclutar fuerzas no muy
saludables. Si ustedes de nuevo se ven reducidos a un puñado, como le puede
suceder a los marxistas dadas las mutaciones que ocurren en la lucha de clases;
si las cosas salen mal una vez más y tienen que empezar desde el comienzo,
entonces les puedo adelantar algunos de los dolores de cabeza que van a
padecer. Todo movimiento nuevo atrae elementos que correctamente podríamos
denominar como grupo marginal lunático. Gente anómala que siempre busca la
expresión más extrema del radicalismo, inadaptados, charlatanes y
oposicionistas crónicos que ya han sido expulsados de media docena de
organizaciones: en medio de nuestro aislamiento se nos empezó a acercar este
tipo de gente, gritando, "Hola, camaradas". Siempre me opuse a
admitir a este tipo de personas, pero la marea era demasiado fuerte. En la rama
de Nueva York de la Liga Comunista libré una amarga lucha contra la admisión de
un hombre como militante de la organización simplemente en base a su aspecto y
forma de vestir.
Me preguntaban, "¿Qué tienes
contra él"?
Yo decía, "Anda de arriba abajo
en Greenwich Village vestido con un traje de pana, con su bigote picaresco y su
melena. Algo anda mal con este tipo".
Tampoco lo decía para causar
gracia. Yo decía que gente así no va a ser apta para dirigirse al trabajador
estadounidense ordinario. Van a hacer que nuestra organización se vea como algo
estrafalario, anormal, exótico; algo que no tiene nada que ver con la vida
normal de un trabajador estadounidense. Estaba absolutamente correcto en el
aspecto general, y en este caso particular del que hablo. Nuestro muchacho con
traje de pana, después de causar todo tipo de problemas en la organización,
pasó a ser finalmente un oehlerista.
Mucha
gente que vino a nosotros se había sublevado contra el Partido Comunista no por
sus malos aspectos sino por sus aspectos buenos; es decir, la disciplina del
partido, la subordinación del individuo a las decisiones del partido en el
trabajo actual. Mucha gente con disposición pequeñoburguesa y diletante, que no
soportaba ningún tipo de disciplina, y que se salieron del PC o fueron
expulsados, querían, más bien creían que querían hacerse trotskistas. Algunos
de ellos se unieron en la rama de Nueva York, llevando consigo ese mismo
prejuicio contra la disciplina en nuestra organización. Muchos de los recién
llegados hicieron un fetiche de la democracia. Les repugnaba tanto el
burocratismo del Partido Comunista que deseaban una organización sin autoridad
o disciplina o centralización de ningún tipo.
Toda la
gente de este tipo comparte una característica: les gusta discutir las cosas de
forma ilimitada y sin propósito. La rama de Nueva York del movimiento
trotskista en aquellos días no era más que un hervidero constante de
discusiones. Nunca he visto a una persona de este tipo que no se exprese con
facilidad. La he buscado pero nunca la he encontrado. Todos ellos saben hablar;
y no sólo es que saben sino que lo hacen; y lo hacen
infinitamente sobre toda cuestión. Eran iconoclastas que no aceptaban nada como
autoridad, como si tampoco nada se hubiese decidido en la historia del
movimiento. Una y otra vez había que demostrarlo todo y poner a prueba a todo
mundo partiendo de cero.
Al estar
aislados de la vanguardia que representaba el movimiento comunista y sin
contacto con la masa viva de trabajadores, tuvimos que introvertirnos y nos
vimos sometidos a dicha invasión. No había salida. Tuvimos que pasar por el
largo periodo del hervidero y las discusiones. Yo tenía que oírlas, y esa es
una razón por la que tengo tantas canas. Nunca fui sectario ni disparatado.
Peor nunca tuve paciencia con gente que confunde la mera charlatanería con las
cualidades de una dirección política. Sin embargo, uno no podía darle la
espalda a este grupo tan gravemente acosado. Había que mantener unido a este
núcleo frágil y pequeño del futuro partido revolucionario. Tenía que pasar por
esta experiencia. De alguna forma tenía que sobrevivir. Uno debía ser paciente
con miras al futuro; por eso escuchábamos a los charlatanes. No fue fácil.
Muchas veces he pensado que --aún cuando no creo en ello--, algo hay de cierto
en lo que dicen del más allá, a mí me va a tocar una buena recompensa: no por
lo que he hecho, sino por lo que he tenido que escuchar.
Ese fue el periodo más duro. Y
entonces, naturalmente, el movimiento entró en su inevitable periodo de
dificultades, fricciones y conflictos internos. A menudo teníamos riñas y
disputas fuertes sobre cosas sin importancia. Habían razones para ello. Ningún
movimiento aislado y pequeño ha logrado librarse de esto. Un grupo pequeño,
aislado e introvertido, con el peso de todo el mundo en sus espaldas, sin
contacto con el movimiento de masas de los trabajadores y que no reciba de él
ninguna medida correctiva que le haga pensar, está destinado, en el mejor de
los casos, a pasar tiempos difíciles. Nuestras dificultades crecieron debido a
que muchos reclutas no eran material de primera. Muchas de las personas que se
afiliaron a la rama de Nueva York no lo hicieron con justicia. No eran el tipo
de gente que a la larga podría forjar un movimiento revolucionario; eran
diletantes, elementos indisciplinados pequeñoburgueses.
Los
comunistas de Minneapolis
Y luego,
la pobreza perpetua del movimiento. Intentábamos publicar un periódico,
intentábamos publicar toda una lista de folletos, y todo eso sin los recursos
necesarios. Cada centavo que obteníamos lo devoraban los gastos del periódico.
No teníamos ni un quinto a nombre propio. Esos fueron los días de verdadera
presión, los días difíciles de aislamiento, de pobreza, de dificultades
internas desalentadoras. Esto no duró semanas o meses, sino años. Y en esas
condiciones severas, que duraron años, todas las debilidades de los individuos
salieron a la superficie; todo lo mezquino, egoísta y desleal. Yo había conocido
a algunos de estos individuos con anterioridad, cuando el clima era más óptimo.
Ahora los llegué a conocer en sus entrañas. Y en esos días terribles también
aprendí a conocer a Ben Webster y a los hombres de Minneapolis. Ellos siempre
me respaldaron, nunca me defraudaron, me supieron apoyar.
El movimiento más grande, con su
magnífico programa para la liberación de toda la humanidad, con las más
grandiosas perspectivas históricas, estaba inundado en esa época por un mar de
problemas insignificantes, celos, camarillas y luchas internas. Lo peor de todo
fue que estas luchas entre las facciones no les eran totalmente comprensibles a
los miembros porque las grandes cuestiones políticas implícitas en ellas aún no
habían salido a la superficie. Sin embrago, no fueron riñas puramente
personales --como parecían serlo tan a menudo-- sino que, como hoy resulta tan
claro para todos, era el ensayo prematuro de la gran y definitiva lucha de
1939-40 entre las tendencias proletaria y pequeñoburguesa en nuestro movimiento.
Esos
fueron los días más difíciles en los treinta años que he estado activo en el
movimiento: el periodo que fue desde la conferencia de Chicago en 1929 hasta
1933, los años del terrible aislamiento hermético, con todas las dificultades
que le acompañaron. El aislamiento es el medio natural del sectario, pero para
alguien que tiene instintos hacia el movimiento de masas, es el más cruel de
los castigos.
Esos
fueron los días difíciles, pero a pesar de todo realizamos nuestras tareas
propagandísticas y en general lo hicimos muy bien. En la conferencia de Chicago
decidimos que íbamos a publicar a toda costa todo el mensaje de la Oposición
rusa. Teníamos a nuestra disposición todos los documentos acumulados, los
cuales habían sido suprimidos, y los escritos contemporáneos de Trotsky.
Decidimos que la acción más revolucionaria que podíamos tomar era la de no
irnos a proclamar la revolución en Union Square, ni intentar ponernos a la
cabeza de decenas de miles de trabajadores que aún no nos conocían, decidimos
no adelantarnos a nosotros mismos.
Nuestra
tarea, nuestro deber revolucionario, consistía en imprimir las palabras,
realizar la propaganda en el sentido más estricto y más concentrado, o
sea, la edición y distribución de publicaciones teóricas. Con ese fin a
nuestros militantes les exprimimos dinero para comprar una linotipia de segunda
mano y montar nuestra propia imprenta. De todas las empresas comerciales que se
han ideado en la historia del capitalismo, creo que esta fue la mejor,
considerando los recursos disponibles. Si no estuviéramos interesados en la
revolución creo que fácilmente calificaríamos, sólo en base a esta iniciativa,
como expertos de negocios muy buenos. Sin duda que tomamos muchos atajos para
lograr que el negocio marchara. Asignamos a un joven camarada, que acababa de
terminar un curso de linotipo, para que operara la máquina. En ese entonces no
era un mecánico de primera; hoy día no sólo es un buen mecánico, sino que es
también un dirigente del partido y un conferencista en la Escuela de Ciencias
Sociales de Nueva York. En aquellos días todo el peso de la propaganda del
partido descansaba sobre este camarada que operaba la linotipia. Había una
anécdota sobre él, no sé si sea cierta o no, de que no sabía mucho de la
máquina. Era una máquina vieja y destartalada, un aparato de segunda que nos
habían pasado. De vez en cuando dejaba de funcionar, como una mula cansada.
Charlie ajustaba unas cuantas piezas y si eso no ayudaba, cogía el martillo y
le daba uno que otro golpe a la linotipia para que entrara en razón. Luego
empezaba a funcionar debidamente y aparecía otro número del Militant.
Posteriormente tuvimos tipógrafos
novatos. Cerca de la mitad de la rama de Nueva York trabajó en la imprenta en
una u otra ocasión --pintores, albañiles, trabajadores de la costura,
contadores-- todos ellos trabajaron un temporada como cajistas novatos. Con una
imprenta bastante ineficiente y con una plantilla excesiva logramos uno que
otro resultado por medio de trabajo sin remuneración. Ese fue el secreto de la
imprenta trotskista. No era eficiente desde ningún otro punto de vista, pero se
mantenía operando gracias al secreto que desde el faraón han conocido todos los
amos esclavistas: si uno tiene esclavos no necesita mucho dinero. No teníamos
esclavos, pero contábamos con camaradas apasionados y dedicados que trabajaban
día y noche en los aspectos mecánicos y de redacción del periódico,
prácticamente sin recibir nada. Estábamos escasos de fondos. Todas las cuentas
siempre se vencían, y los acreedores siempre estaban encima exigiendo que se
les pagara de inmediato. Tan pronto cancelábamos la cuenta del periódico,
teníamos que pagar el alquiler del local amenazados con desalojo. La cuenta del
gas tenía que pagarse inmediatamente porque sin gas la linotipia no funcionaba.
Se tenía que pagar la cuenta eléctrica porque sin electricidad no funcionaba el
taller. Todas las cuentas había que pagarlas ya, tuviéramos dinero o no. Lo
máximo que en cualquier momento esperábamos pagar era la renta, el costo del papel,
las mensualidades y reparaciones de la linotipia y las cuentas del gas y la
electricidad. Muy rara vez había algo de sobra para pagar a los
"empleados", no sólo a los camaradas que trabajaban en la imprenta,
sino tampoco a los que trabajaban en la oficina, los dirigentes de nuestro
movimiento.
Las filas de nuestros camaradas
estaban realizando grandes sacrificios siempre, pero nunca fueron mayores que
los sacrificios realizados por la dirección. Por eso los dirigentes del
movimiento tiene siempre una fuerte autoridad moral. Los dirigentes de nuestro
partido siempre estuvieron en posición de exigir sacrificios de la base, porque
ellos daban el ejemplo y todos lo sabían.
De una u
otra forma el periódico salía. Se imprimieron folletos, uno tras otro. Distintos
grupos de camaradas patrocinaban sendos folletos nuevos de Trotsky, dando el
dinero para comprar el papel. En aquel nuestro anticuado taller se imprimió un
libro entero sobre los problemas de la revolución china. Todo camarada que
quiera saber sobre los problemas del Oriente debe leer el libro que se publicó
en esas condiciones adversas: en el 84 de la 10a Calle Oriente, en la Ciudad de
Nueva York.
Y a pesar de todo --he citado
muchos de los aspectos negativos y dificultades-- a pesar de todo, logramos
avanzar unas cuantas pulgadas. Instruimos al movimiento con los grandes
principios del bolchevismo en un plano nunca antes visto en este país. Educamos
cuadros destinados a jugar un papel muy importante en el movimiento obrero
estadounidense. Logramos sacar a algunos de los inadaptados y uno por uno
fuimos reclutando gente buena; aquí y allá captábamos un miembro nuevo;
empezamos a establecer nuevos contactos.
Tratamos de celebrar reuniones públicas.
Eso fue muy difícil porque en aquellos días nadie nos quería escuchar. Recuerdo
que en una ocasión hicimos un gran esfuerzo por movilizar a toda la
organización para distribuir volantes, para tener una reunión masiva en este
mismo salón. Llegaron 59 personas, incluidos nuestros miembros, y toda la
organización se llenó de entusiasmo. Comentábamos entre nosotros: "Había
59 personas en la presentación de la otra noche. Estamos empezando a
crecer".
'Fondo
rotativo de alquiler'
Recibimos
ayuda de afuera de Nueva York. Desde Minneapolis, por ejemplo. Los camaradas
que más tarde adquirieron fama como dirigentes sindicales no siempre fueron
famosos dirigentes sindicales. En aquella época eran apaleadores de carbón, que
trabajaban de diez a doce horas diarias en los depósitos de carbón, apaleando
carbón, el trabajo físico más duro. De sus sueldos solían sacar hasta cinco o
diez dólares por semana y lo mandaban a Nueva York para asegurarse que saliera
el Militant. Muchas veces no teníamos dinero para el periódico.
Mandábamos un cable a Minneapolis y ellos nos mandaban un giro cablegráfico por
$25 o una suma similar. Lo mismo hacían camaradas en Chicago y en otras partes.
Fue mediante la combinación de todos estos esfuerzos y todos estos sacrificios
por todo el país que sobrevivimos y fuimos publicando el periódico.
De vez en
cuando nos recibimos fondos inesperados. En una o dos ocasiones un simpatizante
nos dio $25. Esos eran verdaderos días de fiesta en la oficina. Tuvimos un
"fondo rotativo para el alquiler", que fue el último recurso en
nuestras desesperadas artimañas financieras. Un camarada que debía pagar su
alquiler, digamos de $30 ó $40 el 15 del mes, nos los prestaba el 10 para pagar
una u otra cuenta urgente. Luego en cinco días conseguíamos que otro camarada
nos prestara el dinero de su alquiler para pagarle al otro camarada a tiempo
para satisfacer a su casero. El segundo camarada entonces entretenía a su
casero hasta que nosotros hacíamos otro arreglo, tomábamos prestado el alquiler
de alguien más para pagarle. Esto pasaba todo el tiempo. Eso nos facilitaba un
capital circulante para superar los aprietos.
Esos
fueron tiempos crueles y pesados. Los logramos sobrevivir porque tuvimos fe en
nuestro programa y porque contamos con la ayuda del camarada Trotsky y de
nuestra organización internacional. El camarada Trotsky empezaba su gran obra
desde el exilio por tercera vez. Sus escritos y su correspondencia nos
inspiraron y nos abrieron una ventana a todo un mundo nuevo de teoría y
conocimiento político. La intervención del Secretariado Internacional
constituyó una ayuda decisiva para resolver nuestras dificultades. Les pedíamos
consejo y éramos lo suficientemente sensibles para atenderlo cuando nos lo
ofrecían. Sin la colaboración internacional --eso es lo que significa la
palabra "internacionalismo"-- en esta época es imposible que un grupo
político sobreviva y se desarrolle por un camino revolucionario. Eso nos dio la
fuerza para perseverar y sobrevivir, para mantener unida a la organización y
para estar listos cuando se nos presentara la oportunidad.
En mi próxima charla les voy a
demostrar que para cuando se presentó la oportunidad, estábamos listos. Cuando
apareció la primera grieta en ese muro de aislamiento y estancamiento, logramos
saltar para atravesarla y salir de nuestro círculo sectario. Empezamos a jugar
un papel en el movimiento político y sindical. Para hacerlo era necesario
mantener claro nuestro programa y firme nuestro coraje, en aquellos días en que
se daban las capitulaciones en Rusia y en que el desaliento se apoderaba de los
trabajadores por todos lados. Derrota tras derrota cayó sobre las cabezas de la
vanguardia de la vanguardia. Muchos comenzaron a cuestionarse. ¿Qué hacer? ¿Es
posible hacer algo? ¿No es dejar que las cosas decaigan un poco? Trotsky
escribió un artículo, "¡Tenacidad! ¡Tenacidad! ¡Tenacidad!" Esa fue
su respuesta a la ola de desaliento que siguió a la capitulación de Rádek y de
otros. Resistir y luchar: eso es lo que deben aprender los revolucionarios, sin
importar cuán pocos sean, sin importar lo aislados que se encuentren. Resistan
y luchen hasta que se presente la oportunidad, y entonces saquen ventaja de
toda apertura. Resistimos hasta 1933 y entonces empezamos a ver la luz del día.
Fue entonces que los trotskistas empezaron a aparecer en el mapa político de
este país. De eso hablaré en la próxima charla.
Ya hemos realizado cinco presentaciones en este
ciclo. Como recordarán, la semana pasada cubrimos, con la quinta, los primeros
cuatro años de la Oposición de Izquierda, la Liga Comunista de Estados Unidos,
desde 1928 hasta 1932. Como recalqué la semana pasada, para el nuevo movimiento
esa fue la época del aislamiento más severo y de las dificultades más serias.
La semana pasada hice hincapié,
quizás demasiado, en los aspectos negativos del movimiento en ese periodo: el
estancamiento, la pobreza de fuerzas y de medios materiales, las inevitables
dificultades internas que se acumulaban a partir de esas circunstancias y los
lunáticos marginales que nos plagaban de la misma forma que plagan a todo
movimiento radical nuevo. Este aislamiento, junto con sus males concomitantes,
nos lo imponían factores objetivos fuera de nuestro control. No podíamos
evitarlo ni con los mejores esfuerzos ni con la mejor voluntad. Esa era la
situación en esos momentos. De los factores que hacían que nuestro aislamiento
fuese casi absoluto, el más importante fue el auge del movimiento estalinista
como resultado de la crisis que ocurría en todos los países burgueses al mismo
tiempo que la Unión Soviética avanzaba bajo el primer Plan Quinquenal de
Industrialización. El realce del prestigio de la URSS y del estalinismo, que
parecía ser su representante legítimo a ojo de gente no juiciosa --y las grandes
masas no son juiciosas--, hizo que nuestro movimiento oposicionista pareciera
algo extravagante, irrealista. Aparte de esto, en el movimiento obrero ocurría
un gran estancamiento. No había huelgas. Entre los trabajadores había
aquiescencia. En aquel momento no les interesaban acciones de ningún tipo. Todo
eso iba en detrimento de nuestro pequeño grupo, confinándolo a un rincón.
Nuestra
tarea en esa difícil época era mantenernos firmes, aclarar las cuestiones
fundamentales, educar a nuestros cuadros con miras a un futuro en que las
condiciones objetivas ofrecieran posibilidades para la expansión del
movimiento. Nuestra tarea también consistía en poner a prueba de forma
exhaustiva las posibilidades de reformar los Partidos Comunistas y la
Internacional Comunista, que hasta ese momento abarcaban prácticamente a la
totalidad de la vanguardia de los trabajadores en este país y el resto del
mundo. Los sucesos que por el mundo empezaron a acontecer a comienzos de 1933
demostraron que habíamos cumplido nuestra tarea principal de forma magnífica.
Cuando las cosas comenzaron a andar, cuando se nos presentó la oportunidad de
romper nuestro aislamiento, estábamos listos. No desperdiciamos ni un minuto en
aprovechar las oportunidades que se nos presentaron, comenzando en 1933, y en
especial en 1934.
Nuestro
movimiento se había educado en una escuela formidable bajo la dirección e
inspiración del camarada Trotsky, la escuela del internacionalismo. Nuestros
cuadros se habían forjado al calor del estudio y del debate de los problemas
mundiales más importantes.
Tal como
he mencionado en conferencias previas, la debilidad más grande del movimiento
comunista en Estados Unidos en el pasado fue su disposición nacionalista, no en
la teoría sino en la práctica, su ignorancia de los acontecimientos
internacionales y su falta de interés por los mismos, la falta de una verdadera
instrucción y de un interés serio por la teoría. Esas fallas se corrigieron en
nuestro joven movimiento. Educamos a un grupo de gente que abordaba todos los
problemas a partir de consideraciones teóricas fundamentales, de la experiencia
internacional, y que aprendió a analizar los acontecimientos internacionales.
Nuestro movimiento desentrañó los misterios del problema ruso. En un artículo
tras otro, en un folleto tras otro, en un libro tras otro, el camarada Trotsky
nos revelaba una óptica mundial de todas las cuestiones. Nos brindó un
entendimiento claro de la complejidad que supone un estado obrero en medio de
un cerco capitalista, un estado obrero que se degenera y que conforma una
burocracia retrograda, pero que aún retiene sus cimientos fundamentales.
Alemania
pasaba a ser entonces el centro del problema mundial. Ya en 1931 Trotsky había
escrito un folleto que llamó Alemania, la clave de la
situación internacional. Percibió antes que los demás la
creciente amenaza del fascismo y la inevitabilidad de un enfrentamiento
fundamental entre el fascismo y el comunismo. Antes que cualquier otra persona,
y con claridad sin par, analizó lo que iba a suceder en Alemania. Nos educó
para que lo entendiéramos e intentó preparar al Partido Comunista de Alemania y
a los trabajadores alemanes para esa prueba fatal.
Gracias,
ante todo, a la ayuda de los escritos e interpretaciones teóricos del camarada
Trotsky, nuestro joven movimiento también estudió y comprendió la revolución
española, que estalló en diciembre de 1930.
Durante
esos días de aislamiento tomamos tiempo para estudiar la cuestión china. La
semana pasada mencioné que durante este periodo tan difícil, a pesar de la
pobreza y las debilidades de nuestro movimiento, fuimos capaces de publicar
todo un libro, Problems of the Chinese Revolution
[Problemas de la revolución china]. Ese libro contenía tesis, artículos y ponencias
de la Oposición rusa que habían sido suprimidos, escritos durante los días
decisivos de la revolución china: 1925, 1926 y 1927. Se podría decir que esa
gran batalla histórica mundial fue librada a espaldas de los miembros de la
Comintern, quienes tenían los ojos vendados, y a quienes nunca se les permitió
conocer lo que los grandes maestros del marxismo en la Oposición de Izquierda
rusa tenían que decir sobre esos acontecimientos. Nosotros publicamos esos
documentos suprimidos. Nuestros camaradas se educaron respecto a los problemas
de la revolución china. Esa es una de las razones importantes --en verdad, es la
razón importante-- por las que hoy nuestro partido tiene una posición tan clara
y firme sobre la cuestión colonial, por lo que no perdemos la cabeza en torno a
la defensa de China y la lucha de la India por la independencia. Nuestro
partido entiende claramente la importancia que este enorme levantamiento de los
pueblos asiáticos puede tener para la revolución proletaria internacional. Eso es
parte de lo que esos días de aislamiento y estudio nos legaron.
Viraje
hacia el trabajo de masas
A
comienzos de 1933 empezamos a intervenir en el movimiento obrero en general de forma
más activa. Tras una larga preparación propagandística, empezamos nuestro
viraje hacia el trabajo de masas. Ya les hablé de la lucha que sostuvimos en
nuestra organización con cierta gente impaciente que quería empezar por el
trabajo de masas, saltar, por así decirlo, sobre nuestras propias cabezas, y
dejar para el futuro tanto la educación de nuestros cuadros como la definición
de nuestro programa y nuestra labor de propaganda. Eso era poner las cosas
patas arriba. Nosotros primero elaboramos nuestro programa, formamos nuestros
cuadros y realizamos nuestra labor preliminar de propaganda. Luego, cuando
surgieron oportunidades de participar en el movimiento obrero, estábamos listos
para ejercer nuestra actividad en función de un fin determinado. No nos involucrábamos
en actividades sólo porque sí, eso que algún ingenioso describió como mucho
movimiento pero ningún avance. Estábamos preparados para entrar al movimiento
de masas con un programa claramente definido y con métodos calculados a fin de
producirle los máximos resultados al movimiento revolucionario con un mínimo
necesario de actividad.
Al leer los tomos del Militant
--que contienen un registro cronológico dee nuestras actividades, planes y
aspiraciones--, vemos que el 22 de enero de 1933 en Nueva York se iba realizar
una conferencia sobre el desempleo. Se había convocado, claro está, a
iniciativa de la organización estalinista, pero era un tanto distinta de
algunas de sus conferencias previas, de las cuales se nos había excluido. En
esa ocasión, al vacilar y divagar entre la derecha y la izquierda, empezaron a
tener escarceos con el frente único, tratando de interesar a algunas
organizaciones no estalinistas a que participaran en un movimiento general
contra el desempleo. Con ese fin, hicieron un llamado invitando a dicha
conferencia a todas las organizaciones. En nuestro periódico comentamos que ese
era un viraje en la dirección correcta, hacia el frente único, o al menos un
viraje a medias. Yo escribí un artículo en que señalaba que al invitar a "todas
las organizaciones" finalmente habían abierto una pequeña hendidura por la
cual la Oposición de Izquierda podría entrar a ese movimiento; nosotros
penetraríamos por esa hendidura y la abriríamos más. Atendimos la conferencia
--Shachtman y Cannon, de tamaño natural-- preparados para decirle a todo el
proletariado cómo se debía librar la lucha contra el desempleo. Y no era una
broma. Nuestro programa era el correcto, y lo explicamos a fondo. El Militant
publicó un informe completo de nuestros discursos abogando por un frente único
de los partidos políticos y los sindicatos a favor de asistencia para los
desempleados.
El 29 de enero de 1933, en
Gillespie, Illinois, se celebró una conferencia del Sindicato de Mineros
Progresistas y otras organizaciones obreras independientes, para considerar el
asunto de una nueva federación obrera. Asistí a la conferencia invitado por un
grupo de Mineros Progresistas, y allí hablé. Esa era la primera vez que lograba
salir de Nueva York en casi cinco años. Era también la primera vez que un
representante de la Oposición de Izquierda estadounidense tenía la oportunidad
de dirigirse a trabajadores como tales, fuera del pequeño círculo de
izquierdistas intelectuales. No dejamos escapar la oportunidad. Hasta allá me
envió nuestra Liga, pasé unos días con los mineros, y establecí varios
contactos importantes. Me dio una muy buena sensación el estar de nuevo en
contacto con el movimiento vivo de los trabajadores, con el movimiento de
masas.
En el autobús de regreso de
Gillespie a Chicago --lo recuerdo muy claramente-- leí informes de prensa sobre
el nombramiento de Hitler como canciller hecho por el presidente Hindenburg.
Tuve entonces, en ese momento, el presentimiento de que las cosas comenzaban a
mejorar. El estancamiento, el punto muerto del movimiento obrero mundial estaba
cediendo totalmente. Las cosas se encaminaban a un enfrentamiento. Nosotros
estábamos completamente listos para asumir nuestro papel en la nueva situación.
Cuando consultaba informes el otro día, al preparar mis notas para esta
conferencia, me pareció que esta acción de nuestra Liga, nuestro primer
esfuerzo por participar en una concentración de trabajadores en Gillespie,
Illinois, simbolizaba nuestra armonización con el nuevo periodo. Nuestra acción
estuvo inconscientemente sincronizada con el rompimiento del estancamiento en
Alemania. Reaccionamos de manera muy enérgica ante este nuevo acontecimiento,
ante el comienzo de una nueva activación del movimiento laboral aquí, y
especialmente a la situación en Alemania. Eramos como atletas, entrenados y
listos para la acción, pero restringidos por las dificultades externas y sin
poder ir hacia adelante. Entonces, de repente se nos presentó una nueva
situación y no la dejamos escapar.
Nuestra primera reacción frente a
los sucesos alemanes fue convocar a una reunión masiva en Nueva York. Hacía
mucho tiempo que habíamos abandonado la idea de reuniones de masas porque las
masas no asistirían. A lo sumo podíamos sostener pequeños foros abiertos,
conferencias, reuniones de círculos, etcétera. Esta vez ensayamos una reunión
pública: Casino Stuyvesant, 5 de febrero de 1933. "El significado de los
sucesos en Alemania" con Shachtman y Cannon como oradores. El informe del Militant
dice que a nuestra reunión de masas asistieron 500 personas.
'Dimos el
alerta sobre el fascismo'
Dimos la
voz de alerta sobre el inminente duelo entre el fascismo y el comunismo en
Alemania. Luego, en tanto las cosas fueran así de graves --a diario se
presenciaban nuevos hechos en Alemania-- hicimos algo sin precedentes para un
grupo tan pequeño como el nuestro. Transformamos nuestro semanario, el Militant
--que para entonces había pasado a ser un semanario-- y lo tiramos tres veces
por semana, desplegando con vigor el mensaje del trotskismo sobre los sucesos
de Alemania en cada número. Si me preguntan cómo lo logramos no sería capaz de
explicarlo. Pero lo hicimos. No era posible, pero hay un dicho entre los
trotskistas que dice que en tiempos de crisis uno no hace lo que sea posible,
sino lo que sea necesario. Y nosotros creímos necesario romper con nuestra
rutina de discusiones y críticas sobre los estalinistas, y hacer algo que
conmocionara a todo el movimiento obrero a fin de que comprendiera lo fatídicos
que eran los acontecimientos de Alemania para el mundo entero. Deseábamos
llamar la atención de todos los trabajadores, en especial los trabajadores
comunistas. Apretamos el paso. Comenzamos a alzar la voz, hicimos sonar la
alarma. Nuestros camaradas corrían a toda reunión que pudieran hallar, a la
reunión más pequeña de trabajadores, y con bultos de ejemplares del Militant
bajo del brazo gritaban a todo pulmón: "¡Lea el Militant!"
"¡Lea la verdad sobre Alemania!" "¡Lea lo que dice
Trotsky!"
Durante
los sucesos alemanes nuestra consigna era: ¡El frente único
de las organizaciones obreras, combatir hasta
la muerte! ¡El frente único y combativo de todas las
organizaciones obreras contra el fascismo! Los estalinistas y los social
demócratas rechazaron el frente único en Alemania. Después de los acontecimientos,
ambos fingen lo contrario, y pretenden culparse mutuamente, pero los dos
mienten, ambos son culpables de traición. Dividieron a los trabajadores y
ninguno de ellos tenía el menor deseo de luchar. Esa división permitió que la
monstruosa plaga del fascismo tomara el poder en Alemania, y proyectara su
sombra tenebrosa sobre el mundo entero.
Durante
esas semanas fatídicas, hicimos todo lo posible por despertar, incitar a la
acción y educar a los trabajadores comunistas estadounidenses. Organizamos una
serie de reuniones de masas, no sólo la que mencioné. Sostuvimos una serie en
Manhattan y, por primera vez, nos extendimos hacia los diversos barrios. Nos
tenían tan rodeados y tan aislados que en los primeros días nunca habíamos
logrado salir de la Calle 14. Teníamos sólo una rama porque no teníamos gente
suficiente para dividirnos; todo se concentraba en torno a esa área pequeña de
la Calle 14 y la plaza Union Square, donde se congregaban los trabajadores
radicales.
Sin
embargo, con la crisis de Alemania nos extendimos y celebramos reuniones en
Brooklyn y en el Bronx. En el Militant se informa que por todo el país
se celebraban reuniones de masas convocadas por las ramas locales de la Liga
Comunista de Estados Unidos. A Hugo Oehler --en ese entonces miembro de nuestra
organización-- se le envió de gira para que hablara sobre Alemania. Fuimos en
extremo dinámicos en lo que respecta a los estalinistas. Estábamos decididos a
que nuestro mensaje llegara a toda costa a quien quisiera escucharlo. Incluso
invadimos una reunión de masas de los estalinistas en el Bronx, volviéndoles
las tornas. Shachtman y yo, flanqueados por varios de nuestros camaradas,
simplemente entramos a la reunión de masas estalinista y pedimos el uso de la
palabra. La audacia de la demanda pareció dejar perplejos a los farsantes que
estaban a cargo del evento y entre la audiencia hubo quienes exigieron,
"¡déjenlos hablar!" En esa reunión estalinista hablamos y dimos
nuestro mensaje.
Conforme
el movimiento obrero en general cobraba nuevos bríos, no dejábamos escapar una
sola oportunidad de participar en las nuevas actividades. En marzo de 1933, los
estalinistas patrocinaron en Albany, Nueva York, una conferencia estatal sobre
el desempleo a la que asistieron unos 500 delegados. Las mismas reglas que nos
permitieron presentarnos en la conferencia local en Nueva York, también nos
permitieron enviar delegados a Albany. Yo me presenté en la conferencia, tomé
la palabra y di un discurso ante los 500 delegados sobre la concepción marxista
del frente único en el movimiento de los desempleados. Ese discurso aparece en
el Militant del 10 de marzo de 1933. Se coordinaban temas nacionales e
internacionales. A la vez que gritábamos a todo pulmón sobre la situación en
Alemania, hacíamos tiempo para participar en una conferencia sobre el desempleo
en el estado de Nueva York.
Ustedes
saben que el consejo, las explicaciones, las advertencias de Trotsky fueron
desatendidas. El Partido Comunista Alemán, bajo el liderazgo y control directos
de Stalin y su camarilla de Moscú, capituló en Alemania sin combatir. El
fascismo triunfó sin nada que semejara una guerra civil, sin siquiera una riña
en las calles. Y esa --tal como muchas veces lo ha explicado Trotsky, y Engels
antes que él--, es la más desmoralizadora de todas las derrotas, la derrota sin
batalla, porque a quienes se les derrota de esa manera pierden la seguridad en
sí mismos por mucho tiempo. Puede que a un partido que luche lo venzan fuerzas
superiores. Sin embargo, deja tras de sí una tradición, una inspiración moral,
que puede llegar a ser un tremendo factor que galvanice al proletariado para
que más adelante se alce de nuevo en una coyuntura más favorable. Ese es el
papel que ha jugado la Comuna de París en la historia. El movimiento socialista
internacional se erigió sobre su gloriosa memoria.
La revolución de 1905 en Rusia se
inspiró en la heroica lucha de los comuneros de París de 1871. De forma
similar, la revolución de 1905 en Rusia, que fue derrotada después de una
batalla, pasó a ser el gran capital moral del proletariado ruso y tuvo una
influencia tremenda en desatar la revolución proletaria que triunfó en 1917.
Los bolcheviques siempre hablaban de 1905 como un ensayo de la vestimenta para
1917.
¿Pero qué
papel puede desempeñar en la historia la miserable capitulación de los social
demócratas y estalinistas en Alemania? Allí estaba el proletariado más poderoso
de Europa occidental. En la última elección, los social demócratas combinados
con los estalinistas habían obtenido más de 12 millones de votos. Si se
hubiesen unido a los trabajadores alemanes en la acción, con un golpe sólido
habrían podido hacer volar por los cuatro vientos a la canalla fascista. A este
proletariado poderoso, desunido y traicionado por el liderazgo, se le conquistó
sin luchar. Los fascistas le impusieron el régimen más horrible y bárbaro.
Antes de que esto sucediera, Trotsky había dicho que negarse a luchar
constituiría la peor traición de la historia. Y lo fue. El fracaso de diez
insurrecciones, dijo Trotsky, no podría desmoralizar al proletariado ni una
centésima de lo que lo haría una capitulación sin lucha que les prive de su
seguridad en sí mismos. Después de esta capitulación, de esta trágica
culminación de la situación alemana, mucha gente comenzó a dilucidar todo lo
que Trotsky había dicho y hecho en aras de ayudar a que los trabajadores
evitaran la catástrofe. Lo que terminó sucediendo comenzó a parecerle a muchos
una verificación total, si bien en un sentido negativo, de todo lo que había
dicho y explicado. El prestigio y la autoridad de Trotsky y del movimiento
trotskista empezaron a crecer enormemente, aun entre aquellos círculos que
habían tendido a catalogarnos como sectarios y dados a las nimiedades.
Sin
embargo, ni en el Partido Comunista --tanto aquí como en otros países-- ni en
la Comintern en su conjunto se produjo ninguna reacción profunda. Quedó claro
entonces que estos partidos se habían burocratizado tanto, se habían corrompido
tanto desde adentro, estaban tan desmoralizados, que ni siquiera la traición
más cruel de la historia fue capaz de producir una verdadera sublevación en las
filas. Quedó claro que la Internacional Comunista había muerto para la
revolución, la había destrozado el estalinismo.
Y luego,
en el devenir dialéctico de la historia, comenzó a manifestarse un desarrollo
peculiar y contradictorio. En 1914-1918, la social democracia internacional,
traicionó al proletariado en apoyo de la guerra imperialista. Los partidos
social demócratas renunciaron al internacionalismo y se pusieron al servicio de
sus propias burguesías. Fue esta traición lo que incitó a los revolucionarios
marxistas a formar una nueva internacional, la Internacional Comunista, en
1919. La Internacional Comunista surgió de la lucha contra los traidores, con
el programa del marxismo regenerado como estandarte y con Lenin y Trotsky como
sus líderes. Sin embargo, en el curso de los acontecimientos de 1919 hasta 1933
--apenas 14 años-- esa misma internacionall se había convertido en su polo
opuesto; se había transformado en el obstáculo más grande y el principal factor
de retraso del movimiento obrero internacional. La Internacional Comunista de
Stalin, traicionó al proletariado más vergonzosamente aún, más
ignominiosamente, que lo que había hecho la Segunda Internacional de los social
demócratas en 1914.
A los
trabajadores revolucionarios de la nueva generación les repugnaba el
estalinismo. Con el decursar de los acontecimientos, bajo la presión terrible
de los sucesos internacionales y particularmente debido al auge del fascismo en
Alemania, los partidos social demócratas comenzaron a manifestar tendencias
izquierdistas y centristas de todo tipo. Habían muchas razones para explicar
este fenómeno. A los partidos comunistas la burocracia los tenía tan
amurallados contra cualquier pensamiento independiente o vida revolucionaria,
que los trabajadores radicales los rechazaban. Buscando una expresión
revolucionaria, muchos de ellos fueron a dar a los partidos construidos de
forma más suelta de la socialdemocracia. A la vez, la generación más joven de
socialdemócratas, que no cargaban con la culpa de las traiciones de 14 años
atrás, y que no eran parte de esa tradición o mentalidad, se estaban
impacientando ante la terrible presión de los sucesos y buscaban una solución
radical. De forma similar, empezaron a desarrollarse grupos de izquierda entre
los socialdemócratas, en particular dentro de las organizaciones juveniles. Y
esa tendencia mundial se reflejó también en Estados Unidos con un auge del
Partido Socialista. La escisión de 1919 y una escisión secundaria ocurrida en
1921 habían dejado al Partido Socialista de Estados Unidos hecho un desastre.
No quedaba nada más que un armatoste hueco. La juventud rebelde --todo lo que
era vital y vivaz-- se volcó hacia la organización comunista juvenil. El
Partido Socialista languideció por años con unos cuantos miles de miembros,
apoyado principalmente por la pandilla de traidores del diario judío Forward
[Adelante] y de los despreciables burócratas de los sindicatos de la costura en
Nueva York, los cuales necesitaban al Partido Socialista para que les diera un
cariz y protección seudo radical ante sus trabajadores izquierdistas. Por años
el Partido Socialista fue sólo una horrible caricatura de un partido. Sin
embargo, a medida que el Partido Comunista se tornó más y más burocrático,
conforme expulsó a más y más obreros honestos y les cerró las puertas a otros,
el Partido Socialista comenzó a experimentar una revitalización. Su estructura
suelta y democrática atrajo a todo un nuevo estrato de trabajadores que nunca
antes habían estado en un movimiento político. Miles de ellos, que por la
crisis económica adquirieron conciencia del radicalismo, ingresaron al Partido
Socialista. Este experimentó una revitalización y un crecimiento de su militancia;
para 1933 se habían integrado a sus filas no menos de 25 mil. Además, como
resultado de esta sangre nueva y del desarrollo de la generación joven, el
partido empezó a demostrar un poco de vigor, surgió de sus filas una tendencia
centrista, izquierdista.
Nuevos
grupos obreros independientes
De forma
similar, tanto aquí como en otros países, fuera del Partido Comunista se
desarrollaban grupos independientes de trabajadores que hasta ese momento no
habían tenido vínculos con partidos radicales, pero que debido a sus propias
experiencias tomaron conciencia del radicalismo. Un movimiento único de esa
índole en este país fue la Conferencia por Acción Obrera Progresista [CPLA]. Lo
dirigía A.J. Muste. La CPLA comenzó como un movimiento progresista en los
sindicatos. Ante el impacto de la crisis adquirió una dirección cada vez más
radical. Para fines de 1933, el movimiento de Muste estaba bien atareado
discutiendo la cuestión de dejar de ser una agrupación suelta de activistas en
los sindicatos, para transformarse en un partido político.
Tras la
capitulación de la Comintern en Alemania, Trotsky dio la señal a los marxistas
revolucionarios del mundo. "La Comintern está en quiebra. Debemos formar
nuevos partidos y una nueva internacional". El prolongado experimento, los
largos años de esfuerzos como una fracción con el fin de influenciar al Partido
Comunista, aun después de que fuimos expulsados del mismo, habían llegado al
final de su ruta. No fue ningún decreto nuestro lo que hizo que el Partido
Comunista se tornara irreformable. La historia misma lo había demostrado.
Simplemente reconocimos la realidad. Sobre esa base cambiamos completamente
nuestra estrategia y nuestras tácticas.
De fracción de la Internacional
Comunista, nos declaramos precursores de un nuevo partido y de una nueva
internacional. Empezamos a apelar directamente a los trabajadores que adquirían
conciencia del radicalismo y que carecían de afiliación o experiencia
políticas. A través de muchos años de esfuerzo --al mantener nuestra posición
como fracción de la Comintern-- a los preciados cuadros del nuevo movimiento
los habíamos reclutado de las filas de la vanguardia comunista. Ahora,
empezábamos a dirigir nuestra atención hacia los Partidos Socialistas y grupos
independientes y hacia los grupos izquierdistas y centristas dentro de ellos.
En ese periodo el Militant imprimió numerosos informes y análisis del
desarrollo del Ala Izquierda en el Partido Socialista. Hubo artículos sobre la
Conferencia por una Acción Obrera Progresista y de su plan para transformarse
en un partido político. Hubo acercamientos favorables con la Liga Socialista de
los Jóvenes (Young Peoples Socialist League). Y, siguiendo la línea de Trotsky,
lo que hicimos aquí se hizo también a nivel internacional. Por todas partes,
los grupos de trotskistas comenzaron a establecer contacto con la recién
desarrollada y aparentemente viable Ala Izquierda de la socialdemocracia.
Había
llegado la hora de transformar toda nuestra actividad y hacer un viraje hacia
el trabajo de masas. De igual forma que en los primeros días habíamos rechazado
la demanda prematura de que --con nuestro puñadito de gente-- dejáramos todo de
un lado y nos zambulléramos en el movimiento de masas, también ahora, hacia
fines de 1933, habiendo completado nuestra labor preliminar y habiéndonos
preparado, adoptamos la consigna: "De un círculo de propaganda viremos
hacia el trabajo de masas".
Esa
propuesta precipitó una nueva crisis interna. El "viraje" sacó a la
luz el problema del sectarismo. Se tendría que combatir hasta el final. La
política es el arte de hacer el movimiento preciso en el momento preciso. En
los primeros días de nuestra organización, la impaciencia de cierta gente por
escapar del aislamiento impuesto por las circunstancias objetivas había provocado
una crisis y un conflicto interno. Ahora la situación se daba a la inversa. Las
condiciones objetivas habían cambiado de forma radical. Se presentó la
oportunidad de que entráramos en el movimiento de masas, estableciéramos
contacto con trabajadores, penetráramos de forma profunda en los movimientos de
los socialistas de izquierdas y de grupos independientes que fermentaban. Era
necesario aprovechar la oportunidad sin demora alguna. Nuestra decisión de
hacerlo enfrentó la resistencia decidida de camaradas que se habían adaptado al
aislamiento y que se habían acomodado a él. En esa atmósfera, algunos habían
desarrollado una mentalidad sectaria. El intento de dar impulso al movimiento
trotskista para sacarlo de su aislamiento y meterlo en las aguas frías y
turbulentas del movimiento de masas, les provocó escalofríos por toda la espina
dorsal. Estos escalofríos los llegaron a justificar como
"principios". Eso marcó el comienzo de la lucha contra el sectarismo
en nuestra organización, lucha que se libró hasta el final en una forma
clásica.
Comenzamos
a reclutar más rápido. Llamamos mucho más la atención a partir de nuestra labor
de propaganda sobre los acontecimientos en Alemania. De forma inesperada la gente
se nos empezó a acercar, gente desconocida, para obtener nuestra literatura.
"¿Qué dice Trotsky?" "¿Qué escribió sobre Alemania?
Se acelera
el reclutamiento
Pasamos un
hito enorme: Hacia el final de nuestros primeros cinco años de lucha, habíamos
desarrollado la rama de Nueva York hasta llegar a un total de 50 personas. Eso
lo recuerdo porque una regla en la constitución de nuestra organización
limitaba el tamaño de las ramas a 50 miembros. Una rama que alcanzara ese
tamaño debía dividirse en dos ramas. Esto lo escribimos en la constitución en
nuestra primera conferencia en 1929. En aquellos días podíamos haber puesto a
toda la militancia nacional en dos ramas, sin embargo, a lo que aspirábamos era
el día en que nuestro barco atracara. Recuerdo que en 1933 se planteó por
primera vez el problema de cumplir con esta parte de la constitución, y tuvimos
una disputa sobre cómo se debía dividir la rama.
El 1 y 2
de mayo de 1933, se realizó en Chicago el gran Congreso de Mooney, de alcance
nacional, iniciado por los estalinistas, pero que contó con la participación de
muchos sindicatos. Enviamos una delegación a este congreso y tuve la
oportunidad de hablar frente a varios miles de personas. Fue una experiencia
refrescante tras aquel prolongado confinamiento en el limitado círculo de los
debates internos. Allí comencé mi colaboración política con Albert Goldman,
quien aún estaba en el Partido Comunista pero que ya encaminado hacia la
ruptura con su línea. Tanto su discurso en el Congreso de Mooney como el mío en
torno al frente único eran ataques directos contra la política estalinista.
Esto preparo el terreno para la expulsión de Goldman y su posterior afiliación
con nosotros. Ese fue el comienzo de una colaboración en extremo productiva.
De
Chicago, según informa el Militant, salí de gira para hablar sobre dos
temas: "La tragedia del proletariado alemán" y "El camino de la
revolución en Estados Unidos". A un grupo de intelectuales estalinistas de
Nueva York, que pertenecían al partido o trabajaban en su periferia, les empezó
a irritar la falsedad manifiesta de la línea estalinista, puesta en evidencia
por los acontecimientos en Alemania. Finalmente rompieron con el PC y se nos
unieron. Esa fue nuestra primera adquisición en cantidad. Hasta ese momento, la
gente se había venido afiliando una por una. Ahora se nos unía un grupo, un
grupo de intelectuales. Eso fue muy significativo. Los movimientos de los
intelectuales se deben estudiar muy atentamente como síntomas. En el terreno de
las ideas ellos se mueven un poco más rápidamente que los trabajadores. Como
las hojas en la cima de un árbol, se agitan primero. Cuando vimos en Nueva York
que un grupo de intelectuales serios rompía con el estalinismo, comprendimos
que este era el comienzo de un movimiento que pronto se manifestaría en las
filas y que muchos trabajadores estalinistas vendrían a nosotros.
Un suceso
importante en los últimos meses de 1933 fue la acción adoptada por la
Conferencia por la Acción Obrera Progresista. Bajo el ímpetu de la creciente radicalización
de las filas de los trabajadores que habían reclutado, y percibiendo que sin
duda a los trabajadores radicales el Partido Comunista les resultaba cada vez
menos atractivo, la CPLA organizó una conferencia en Pittsburgh y anunció
tentativamente la formación de un nuevo partido político. Es decir,
tentativamente eligió un comité provisional encargado de la tarea de organizar
el "Partido Estadounidense de los Trabajadores" (American Workers
Party).
En ese
mismo momento se produjo la escisión de Benjamin Gitlow y su pequeño grupo con
los lovestonistas. En ese periodo ocurrió también un gran auge del Ala
Izquierda centrista del Partido Socialista, y la adopción de una posición cada
vez más radical por parte de la Liga Socialista de los Jóvenes. En todas las
organizaciones obreras había efervescencia y cambios. Quien tuviera una visión
política, podía ver que las cosas ahora en verdad comenzaban a desarrollarse, y
que no era el momento de quedarse sentados en una biblioteca para meditar sobre
los principios. Era el momento de actuar de acuerdo a esos principios; era el
momento de estar pendiente de todo, de aprovechar cualquier oportunidad que
presentaran los nuevos acontecimientos ocurridos en otras organizaciones y
movimientos.
Debo decir
que no dejamos que se nos escapara ni una sola. No esperábamos a que nos
invitaran. Nosotros nos acercábamos a ellos. En la primera plana del Militant
publicamos un manifiesto en que llamábamos a la formación de un nuevo partido y
de una nueva internacional. Invitamos a todo grupo --al que fuera--, que
estuviese interesado en formar un nuevo partido revolucionario y una nueva
internacional, para que discutiera con nosotros las bases del programa. Les
dijimos, tenemos un programa, pero no se los presentamos como un ultimátum. Es
nuestra contribución al debate. Si ustedes tienen otras ideas para el programa,
pongámoslas todas sobre la mesa y discutámoslas de forma pacífica y como
camaradas. Tratemos de resolver las diferencias sobre el programa y unamos
fuerzas para construir un nuevo partido único.
Hicimos
campaña a favor del nuevo partido. La gran ventaja que teníamos sobre los otros
grupos --la ventaja que aseguraba nuestra hegemonía-- era que sabíamos lo que
queríamos. Teníamos un programa claramente definido y eso nos daba cierto grado
de agresividad. Los otros elementos de la izquierda no estaban suficientemente
seguros de sí mismos como para tomar la iniciativa. Esa era nuestra
responsabilidad. Eramos quienes cada semana, en verdad en todo momento,
propugnaban el nuevo partido, escribiendo cartas a toda esa gente, escribiendo
reseñas críticas pero favorables sobre los artículos que aparecían en sus
publicaciones y sobre todas sus resoluciones. A nuestros compañeros en las
filas les dimos instrucciones repetidamente para que establecieran contacto con
los miembros de filas de esos otros grupos, para interesarlos en la discusión
desde todos los ángulos y de arriba abajo, y preparar así el terreno para la
futura fusión de los elementos revolucionarios, serios y honestos dentro de un
solo partido. Entretanto nuestra propia organización crecía, acaparando más
atención y ganando más prestigio y respeto. En todos esos círculos radicales a
los trotskistas se les respetaba como los comunistas honestos, y a Trotsky como
el gran pensador marxista que había comprendido el significado de los
acontecimientos en Alemania, cuando nadie más logró hacerlo. Se nos admiraba
por no haber transigido y por habernos mantenido firmes a pesar de la
persecución y la adversidad. A nuestra organización la respetaban por todo el
movimiento obrero. Ese fue un capital importante cuando llegó el momento de
promover la fusión de los distintos grupos de izquierda en un solo partido.
Después de
cinco años de lucha, nuestras filas se habían consolidado sobre una base
programática firme. Se habían educado en las grandes cuestiones de principio,
habían adquirido facilidad para explicarlas y para aplicarlas en relación a los
acontecimientos del día. Estábamos listos, nuestra experiencia pasada nos había
preparado. No hay duda que en muchos aspectos esa experiencia había sido más o
menos deplorable y negativa. Sin embargo, fue precisamente ese periodo de
aislamiento, apuros, debates, estudio y asimilación de ideas teóricas, lo que
preparó a nuestro joven movimiento para este nuevo florecer en que el
movimiento se abría en todas direcciones. Entonces estábamos listos para un
agudo viraje táctico. En esos días nuestras filas se vieron henchidas de nuevas
esperanzas y de anhelos grandes y buenos. Al final de 1933, estábamos seguros
de que nos dirigíamos a la reconstitución en este país de un Partido Comunista
genuino. Estábamos seguros de que el futuro era nuestro. Si bien nos quedaban
muchas luchas por delante, sentíamos que habíamos superado lo peor, que avanzábamos.
La historia ha demostrado que nuestras suposiciones eran acertadas. A partir de
entonces las cosas sucedieron muy de prisa y a favor nuestro. Desde ese
momento, nuestro progreso ha sido prácticamente ininterrumpido.
He comentado que de todas las cuestiones que
se debe plantear un grupo o un partido político, una vez que ha elaborado su
programa, la más importante es la de dar una respuesta correcta a la pregunta: ¿Qué
hacer ahora? La respuesta a esta pregunta no la determina ni la puede
determinar simplemente el deseo o el capricho del partido o de la dirección del
partido. La determinan las circunstancias objetivas y las posibilidades
inherentes a las circunstancias.
Hemos
discutido los primeros cinco años de nuestra existencia como una organización
trotskista en Estados Unidos. Durante aquella época, nuestro reducido número,
el estancamiento general del movimiento obrero y el dominio total que ejercía
el Partido Comunista sobre todos los movimientos radicales, nos impusieron la
posición de ser una fracción del Partido Comunista.
De igual
forma, esas circunstancias hicieron obligatorio que nuestro trabajo fuese
primordialmente de propaganda y no de agitación de masas. Como ya se ha señalado,
en la terminología del marxismo hay una aguda diferencia entre propaganda y
agitación, una diferencia que se nubla en el lenguaje popular. En general la
gente describe como propaganda cualquier tipo de publicidad, agitación,
enseñanza, propagación de principios, etcétera. Dentro de la terminología del
movimiento marxista, según las definió Plejánov, agitación y propaganda son dos
formas distintas de actividad. Definió propaganda como la diseminación de
muchas ideas fundamentales a un grupo reducido de gente; quizás eso que en
Estados Unidos solemos llamar educación. Definió agitación como la diseminación
de pocas ideas, o de una sola idea, a mucha gente. La propaganda se dirige
hacia la vanguardia; la agitación hacia las masas.
Al final
de nuestra última conferencia llegamos a un cambio en la situación objetiva en
la que nuestro partido había estado trabajando. La debacle en Alemania había
hecho añicos de la Comintern; y en la periferia del movimiento comunista iba
perdiendo su autoridad. Mucha gente que anteriormente había hecho oídos sordos
a todo lo que decíamos, comenzó a interesarse en nuestras ideas y críticas. Por
otro lado, las masas que habían permanecido aletargadas y estancadas durante
los primeros cuatro años de la cataclísmica crisis económica, de nuevo se
comenzaron a agitar. La administración de Roosevelt estaba en el poder. Había
habido una ligera reactivación de la industria. Los trabajadores regresaban a
raudales a las fábricas y recobraban la confianza en sí mismos, confianza que habían
perdido en gran medida durante el terrible desempleo masivo. Había una gran
movilización hacia la organización sindical y se comenzaban a desarrollar
huelgas. Este cambio arrollador en la situación objetiva impuso tareas
totalmente nuevas al movimiento trotskista, a la Liga Comunista de Estados
Unidos, la Oposición de Izquierda, como nos llamábamos hasta ese entonces. La
debacle en Alemania había confirmado la bancarrota de la Comintern y provocado
que el sector de los trabajadores más avanzados y de pensamiento crítico se
comenzaran a alejar de ella. A la inversa, la moribunda socialdemocracia
comenzó a dar nuevas señales de vida dentro de su Ala Izquierda, gracias a la
tendencia revolucionaria en los sectores juvenil y proletario. Comenzaban a
surgir movimientos independientes de inclinación de izquierda, que consistían
de trabajadores y de unos cuantos intelectuales que se habían separado del
Partido Comunista debido a su vida burocrática pero que aún no se sentían
atraídos a la socialdemocracia. El movimiento obrero estadounidense comenzaba a
despertar de su largo sueño, el estancamiento daba paso a una nueva vida y a un
nuevo movimiento. La organización trotskista en este país se enfrentaba a una
oportunidad y a una exigencia, inherentes a la situación objetiva, de realizar
un cambio radical en la orientación y en las tácticas. Como he dicho, esa
oportunidad nos encontró plenamente preparados y listos.
No perdimos nada de tiempo para
adaptarnos a la nueva situación. Transformamos totalmente la naturaleza de
nuestro trabajo y nuestra perspectiva. Sacudimos a nuestra militancia hasta lo
más profundo con discusiones sobre las propuestas de la dirección para cambiar
nuestro curso y romper con nuestro lustro de aislamiento. Con nuestras fuerzas
y recursos limitados aprovechamos cualquier oportunidad de trabajar en un
ambiente más amplio. Desde ese momento, toda nuestra actividad la gobernó un
concepto general concretizado en la consigna: "Viremos de un círculo de
propaganda al trabajo de masas", y a hacerlo en ambos campos, el político
y el económico.
Una de las pruebas más grandes de
la viabilidad de nuestro movimiento y de su firme base de principios fue el
hecho que llevamos a cabo una transformación uniforme y simétrica de nuestra
labor en ambos terrenos. No dejábamos escapar oportunidad de insertarnos en el
movimiento de masas y no nos atascábamos en el fetichismo sindical. Nos
manteníamos atentos de toda señal y de toda tendencia de un desarrollo hacia la
izquierda en los otros movimientos políticos sin descuidar por ello el trabajo
sindical. En el campo político nuestra consigna orientadora consistió en llamar
a la formación de un nuevo partido y una nueva Internacional. Nos acercábamos a
otros grupos que previamente nos habían hecho frente sólo como rivales y con
los cuales no habíamos tenido un contacto estrecho. Comenzamos a estudiar esos
grupos con más cuidado, a leer su prensa, a hacer que nuestros militantes
establecieran contacto de carácter personal con los miembros de filas para
saber lo que pensaban. Tratamos de familiarizarnos con cada uno de los matices
de la forma de pensar y de sentir de esos otros movimientos políticos.
Buscamos establecer con ellos
contacto y colaboración estrechos en acciones conjuntas de índoles diversas, y
hablábamos de amalgamas y fusiones con miras a consolidar un nuevo partido
revolucionario de los trabajadores. Fue en el campo económico donde cosechamos
los primeros frutos de nuestra correcta política sindical, algo en lo que
habíamos trabajado con ahínco por cinco años. Esa política la habíamos
contrapuesto a la política sindical sectaria del dualismo de sindicatos
propugnada por el Partido Comunista durante su funesto "Tercer
Periodo", el periodo de su viraje ultraizquierdista. De igual forma, en
contraposición a la política oportunista de la socialdemocracia --la política
de subordinar los principios a fin de conseguir cargos y adquirir una
influencia ficticia, no real--, ofrecíamos una dirección clara a todos los
elementos combativos del movimiento sindical que leían nuestra prensa.
Ejercíamos una influencia considerable al dirigirlos a ellos hacia la principal
corriente sindical, representada entonces por la Federación Norteamericana del
Trabajo (AFL).
A pesar del gran conservadurismo,
de la mentalidad artesanal y de la corrupción de los dirigentes de la AFL, a
los militantes les insistíamos en todo momento que no se separaran de esa
importante corriente del sindicalismo norteamericano y que no establecieran
sindicatos artificiales e ideales que estarían aislados de las masas. Según
nuestra definición, la tarea de los militantes revolucionarios era zambullirse
en el movimiento obrero como existía y tratar de influenciarlo desde adentro.
La Federación Norteamericana del Trabajo celebró una convención en octubre de
1933. En esa convención se registró, por primera vez en muchos años, un
incremento arrollador de militantes como resultado del despertar de los
trabajadores, las huelgas y las campañas organizativas que, en nueve de cada
diez casos, se iniciaban desde abajo. Los trabajadores entraban a raudales en
los diferentes sindicatos de la AFL sin mucho aliento u orientación por parte
de la burocracia osificada.
'Trabajemos
dentro del sindicato'
Al preparar
mis notas para esta conferencia, repasé algunos de los artículos y editoriales
que escribimos en aquel entonces. No éramos simplemente críticos. No nos
quedábamos simplemente a un lado para explicar cuán falsos y traidores eran los
dirigentes de la Federación Norteamericana del Trabajo, aunque sin duda lo
eran. En un editorial escrito con relación a la convención de octubre de 1933
de la Federación Norteamericana del Trabajo, dijimos que el gran movimiento de
las masas hacia los sindicatos sólo se puede influenciar de forma seria desde
adentro. "De esto se deriva: Entremos al sindicato, quedémonos en él y
trabajemos en su interior". Ese pensamiento clave permeó todos nuestros
comentarios.
Expandimos
nuestras actividades dentro del campo político. El Militant de ese
periodo, octubre-noviembre de 1933, recoge una gira del camarada Webster, quien
en aquel entonces era el secretario nacional de nuestra organización. Acababa
de regresar de Europa, donde visitó al camarada Trotsky y donde atendió una Conferencia
Internacional de la Oposición de Izquierda celebrada después del colapso
alemán. Su gira lo llevó por occidente hasta allá por Kansas City y
Minneapolis, donde informó sobre la conferencia internacional, propugnó el
mensaje del nuevo partido y de la nueva Internacional, se dirigió a audiencias
numerosas de gente que ya conocíamos de antes, y estableció nuevos contactos,
dando de esa forma una amplia difusión al movimiento trotskista revivificado.
Según el Militant,
en noviembre realizamos un banquete en el Casino Stuyvesant para celebrar el
Quinto Aniversario del Trotskismo Estadounidense. Al banquete asistió como
invitado un ex dirigente del Partido Comunista quien cinco años antes había
sido instrumental en nuestra expulsión del partido. Se trata del famoso Ben
Gitlow, quien, tras haber popularizado la práctica de las expulsiones había
pasado a ser su propia víctima. Lo habían expulsado junto a los otros
lovestonistas. Cuatro años y medio más tarde había roto con los lovestonistas y
andaba como un comunista independiente. Así asistió a nuestro banquete en el
Casino Stuyvesant el 4 de noviembre del 1933.
Huelga de
trabajadores de la seda
En octubre
del mismo año, mientras en el frente político se registraban esos sucesos, los
trabajadores de la seda de Paterson realizaban una huelga general. Nuestra
pequeña organización se zambulló en esa huelga, trató de influenciarla y
estableció con ello algunos nuevos contactos. A la huelga de Paterson le
dedicamos un número completo del Militant, una edición especial.
Menciono esto a modo de ilustración sintomática de nuestra orientación en aquel
periodo. Buscábamos aperturas y no dejábamos escapar ninguna oportunidad de
sacar la doctrina del trotskismo del círculo cerrado de propaganda de la vanguardia,
y llevarla, en forma de agitación, hacia las masas de trabajadores
norteamericanos.
En el
frente político, el Militant publicó en noviembre un editorial dirigido
a la Conferencia para la Acción Obrera Progresista (CPLA). La organización de
Muste estaba por celebrar una convención en la que, se proyectaba, la CPLA
dejaría de ser una red de comités sindicales para convertirse en una
organización política. Estábamos bien enterados de ese nuevo desarrollo.
Escribimos un editorial en un tono muy amistoso, recomendándoles que en su
convención tomaran nota de la invitación que les habíamos hecho a todos los
grupos políticos radicales independientes para discutir la cuestión de formar
un partido único, y en especial les sugeríamos que se interesaran en la cuestión
del internacionalismo. La CPLA había sido no sólo un grupo estrictamente
sindical, sino también estrictamente nacional sin ningún contacto internacional
y sin mucho interés en asuntos internacionales. En ese editorial les
señalábamos que cualquier grupo que aspirara a organizar un partido político
independiente, debía interesarse, como uno de los requisitos fundamentales, en
el internacionalismo y tomar una posición ante las cuestiones internacionales
decisivas.
Significo
que en noviembre publicamos un editorial titulado: "Frente único contra el
gamberrismo". Fue escrito con relación a una reunión realizada en Chicago
en la que habló el camarada Webster durante su gira. El Partido Comunista había
reavivado sus tácticas gamberristas de años pasados; una pandilla de
estalinistas intentó desbaratar la reunión. Afortunadamente nuestro partido
estaba preparado; fueron por lana y salieron trasquilados. A lo sumo lograron
interrumpir la reunión hasta el momento en que los camaradas de guardia los
despacharon.
Con
relación a este evento publicamos un editorial en el que llamábamos a todas las
organizaciones obreras a cooperar con nosotros para organizar una guardia
obrera de un frente único a fin de, como decía el editorial, "defender la
libertad de expresión dentro del movimiento obrero y dar una lección a quienes
interfieran con ella". De forma esporádica, en estos 13, casi 14, años de
nuestra existencia, los estalinistas han recurrido a sus atentados gamberristas
para silenciarnos. Ante cada intento, no sólo nos defendimos sino que también
buscamos la ayuda de otros grupos para que cooperaran en la defensa. Aunque
nunca logramos formar un movimiento de defensa de un frente único, en cada
instancia obteníamos un éxito parcial. Eso fue suficiente para asegurar
nuestros derechos y hasta la fecha los hemos logrado mantener. Es muy
importante recordar esto con relación a un nuevo atentado estalinista, en una
parte del país, de silenciarnos. Actualmente el Militant informa de
dicho atentado, allá en California, y de nuevo se ve a nuestro partido en
acción, formando frentes únicos, yendo en todas las direcciones en busca de
apoyo, denunciándolos por todas partes, obligando a esos pandilleros
estalinistas a echarse atrás. Nuestra gente aún sigue distribuyendo el periódico
en los lugares proscritos de California.
Ruptura
con el Partido Comunista
En el Militant
del 16 de diciembre de 1933 leí una declaración de un grupo de camaradas de
Brooklyn dirigida al Partido Comunista, en la que anunciaban su ruptura con el partido,
denunciaban las tácticas gamberristas de los estalinistas y sus políticas
falsas, y declaraban su adhesión a la Liga Comunista de Estados Unidos. Esta
declaración en particular tenía un significado especial por el hecho que el
dirigente de este grupo había sido el capitán de la banda gamberrista del
Partido Comunista en Brooklyn. A él y a otros más los enviaban para desbaratar
mítines de la Oposición de Izquierda. En el curso de la lucha él vio a nuestros
camaradas no sólo defender su posición y responder puñetazo con puñetazo, sino
que vio cómo a esos jóvenes pandilleros ignorantes y mal dirigidos les dieron
un discurso de propaganda y una ponencia para el bien de sus conciencias. Se lo
convirtió allí, en la línea de fuego. Eso es algo que sucedía constantemente.
En primer
lugar, muchos de los militantes más activos en los primeros días habían sido
jóvenes estalinistas ignorantes. Comenzaron peleando contra nosotros y luego,
como a Saúl camino de Damasco, los golpeaba una luz cegadora, se convertían y
pasaban a ser buenos comunistas, es decir, trotskistas. Es importante recordar
esto si los estalinistas lo atacan a uno enfrente de un local sindical: muchos
de esos jóvenes estalinistas ignorantes a los que envían para atacarnos no
saben lo que hacen. Con el tiempo a algunos de ellos los vamos a convertir si
combinamos las dos formas de educación. Vean, en todo sindicato bien regulado
hay comités educativos y comités "educativos" y ambos cumplen
objetivos muy buenos. Uno se encarga de organizar clases para la educación de
los militantes y el otro imparte educación a los esquiroles que no quieren
atender las clases.
Sindicato
de barberos
Hay una
historia legendaria sobre un debate que en torno a la actividad educativa se
realizó hace algunos años en el Sindicato de Barberos de Chicago. Este
sindicato tenía un comité "educativo", cuyos miembros tenían entre
sus obligaciones la de encargarse de los escaparates de las tiendas de
esquiroles. Iban de un lado a otro en autos. Al sindicato lo había venido arrasando
una ola para economizar combinada con un brote de izquierdismo. Un radical poco
práctico propuso la moción de que a fin de ahorrar dinero se le retiraran los
autos al comité "educativo". Dijo: "Déjenlos que vayan en
bicicleta". A lo que uno de los veteranos preguntó indignado: "¿Y
dónde diablos van a llevar sus piedras si van en bicicleta?" Así fue que
permitieron que el comité "educativo" retuviera sus autos; el comité
educativo organizó un buen programa de clases en sus reuniones sindicales y todo
marchó bien.
Al fin de
ese memorable año de 1933, en la ciudad de Nueva York se inició un movimiento
organizativo entre los trabajadores hoteleros que estaban pasando apuros
económicos, y quienes por largos años habían carecido de protección sindical. Después
de una serie de huelgas fallidas y de la dañina labor de los estalinistas, la
organización sindical había mermado. Se había reducido primordialmente a
pequeños sindicatos independientes, un vestigio de épocas pasadas, con unas
cuantas plantas bajo su control y con el sindicato especial "rojo" de
los estalinistas. Ese reanimado movimiento organizativo nos ofreció nuestra
primera gran oportunidad de entrar al movimiento de masas desde 1928. Tuvimos
la oportunidad de penetrar ese movimiento desde el comienzo, de dar forma a su
desarrollo y finalmente de tener el liderazgo de una gran huelga general de
trabajadores hoteleros en Nueva York. No obstante, gracias a la incompetencia y
a la traición de algunos miembros de nuestro movimiento que habían sido ubicados
en puestos claves, el asunto terminó en un fracaso vergonzoso. Sin embargo, de
la experiencia y las lecciones de ese primer intento, que concluyó tan
desastrosamente, recogimos ricos resultados que nos aseguraron logros
posteriores en el terreno sindical. Incluso hoy seguimos utilizando el capital
que adquirimos en esa primera experiencia en cuestiones sindicales.
La campaña para organizar los
hoteles comenzó, y como sucede con tanta frecuencia en sucesos sindicales, la
suerte jugó su papel. Por casualidad, varios miembros de nuestro partido
pertenecían a este sindicato independiente que pasó a ser el medio para la
campaña organizativa. A medida que los trabajadores de hoteles comenzaron a
orientarse de forma decidida hacia el sindicalismo, este puñado de trotskistas
se encontró en medio del torbellino del movimiento de masas. Teníamos un
camarada, un antiguo militante del sindicato, quien después de años de
aislamiento de repente pasó a ser una figura influyente. Por aquel entonces
pertenecía al partido un hombre llamado B.J. Field, un intelectual. Nunca antes
había estado involucrado en trabajo sindical. Sin embargo, era un hombre con
muchos logros intelectuales, y en nuestro empuje general hacia el trabajo de
masas, en nuestro interés por establecer contacto con el movimiento de masas, a
Field se le asignó para que se insertara en la situación del hotel para que
ayudara a nuestra fracción y le brindara al sindicato el beneficio de sus
conocimientos en estadísticas y como economista y lingüista.
Sucedió
que el sector más importante a nivel estratégico en la situación hotelera era
un grupo de jefes de cocina franceses. Debido a su posición estratégica en el
oficio y el prestigio que tenían por ser los del oficio más calificado
desempeñaron, como en todos lados sucede siempre con los mejores mecánicos, un
papel predominante. Muchos de estos jefes de cocina franceses no podían hablar
o discutir cosas en inglés. Nuestro intelectual podía hablar con ellos en
francés hasta el día del juicio. Y entre ellos él adquirió una importancia
extraordinaria. El antiguo secretario estaba por dejar su puesto, y antes que
nadie supiera qué pasó, los jefes de cocina franceses insistieron que Field
fuera el secretario de este prometedor sindicato, y él fue debidamente electo;
naturalmente que eso significó no sólo una oportunidad para nosotros, sino
también una responsabilidad. La campaña organizativa se desarrolló entonces con
todo vigor. Desde el comienzo nuestra Liga le dio la ayuda más enérgica. En lo
personal participé muy activamente y hablé en varias ocasiones en los
encuentros de masas de la organización. Después de cinco años de aislamiento en
la Décima Calle y en la Decimosexta Calle, de dar un sinnúmero de charlas en
pequeños foros y reuniones internas --y no sólo de dar charlas, sino también de
escuchar a otros hablar de forma inagotable--, yo estaba feliz de tener la
oportunidad de hablar frente a cientos y cientos de trabajadores sobre asuntos
básicos del sindicalismo.
Huelga de
trabajadores de hoteles
A Hugo
Oehler, quien más tarde pasó a ser en un sectario muy famoso, pero que, por
extraño que parezca, era un excelente sindicalista --y lo que es más, era
miembro de este sindicato--, también se le envió para que apoyara a este
sindicato. Asimismo, a varios camaradas más se les asignó para que ayudaran con
la campaña organizativa. Nosotros le dábamos publicidad a la campaña en el Militant
y le dábamos toda la ayuda posible, lo que incluía aconsejar y dirigir a
nuestros camaradas, hasta que el movimiento culminó en la huelga general de
trabajadores de hoteles de Nueva York el 24 de enero de 1934. Atendiendo una
invitación del comité sindical, di el discurso principal en el mitin de masas
de los trabajadores de hoteles la noche en que se declaró la huelga general. A
partir de ese momento, el Comité Nacional de nuestra Liga me asignó para que me
dedicase a tiempo completo a apoyar y colaborar con Field y la fracción del
sindicato de trabajadores hoteleros. A muchos otros --una decena o más-- se les
asignó a todo tipo de tareas, desde ayudar en las líneas de piquetes, hasta
hacer mandados, redactar material de propaganda, distribuir volantes y barrer
el local; todas y cada una de las tareas que les exigieran las circunstancias.
Toda
nuestra Liga se volcó de lleno hacia la huelga, tal como habíamos hecho durante
la crisis de Alemania a comienzos de 1933. Cuando la situación en Alemania
llego a su punto álgido, sacamos el Militant tres veces por semana para
hacer hincapié en los sucesos y aumentar nuestra capacidad de impacto. Hicimos
lo mismo en la huelga de hoteles de Nueva York. Nuestros camaradas llevaban el Militant
a todas las reuniones y a la línea de piquete. De modo que cada dos días todos
los trabajadores de la industria en huelga veían que el Militant divulgaba
la huelga, presentaba el lado de los huelguistas, exponía las mentiras de los
patrones y ofrecía algunas ideas sobre cómo conseguir que la huelga triunfara.
Nuestra organización entera, por todo el país, se movilizó para apoyar la
huelga hotelera de Nueva York como tarea número uno; para ayudar a que el
sindicato ganara la huelga y ayudar a nuestros camaradas a establecer la
influencia y el prestigio del trotskismo en la lucha. Esta es una de las
características del trotskismo. El trotskismo nunca hace nada a medias. El
trotskismo funciona de acuerdo al viejo lema: Si algo vale la pena hacerse,
vale la pena hacerlo bien. Así nos comportamos en la huelga hotelera. Pusimos
todo de nuestra parte en aras de hacerla exitosa. La organización de Nueva York
se movilizó en su totalidad; dieron hasta el último centavo que tenían para
pagar el enorme gasto que suponía publicar el Militant tres veces por
semana. Por todo el país los camaradas hicieron algo parecido. Hicimos tal
esfuerzo que llevamos a la organización al borde del colapso con tal de ayudar
a la huelga.
Propuesta
para un partido político
Pero no
nos convertimos en fetichistas del sindicato. Simultáneamente con nuestra
concentración en la huelga hotelera, tomamos una medida decisiva en el frente político.
El Militant del 27 de enero, el mismo número que contenía el primer
informe sobre la huelga general, publicó también una carta abierta dirigida al
Comité Provisional de Organización del Partido Estadounidense de los
Trabajadores, que la Conferencia para la Acción Obrera Progresista había creado
en su conferencia de Pittsburgh un mes atrás. En la carta abierta tomamos nota
de su decisión de encaminarse hacia la constitución de un partido político; les
propusimos iniciar discusiones a fin de llegar a un acuerdo sobre el programa
para que lográramos formar un partido político unificado, uniendo sus fuerzas
con las nuestras en una sola organización. Es sintomático, es significativo,
que la iniciativa surgió de nosotros. En toda relación que jamás se haya
establecido entre los trotskistas y cualquier otra organización, fuimos siempre
los trotskistas los que tomamos la iniciativa. Eso no se debió a nuestra
superioridad personal o a que fuéramos menos tímidos que otros --siempre hemos
sido lo suficientemente modestos--, sino a que siempre supimos lo que
queríamos. Teníamos un programa más claramente definido y siempre estábamos
seguros de lo que hacíamos, o por lo menos creíamos estarlo. Eso nos brindaba
confianza, iniciativa.
La huelga
hotelera tuvo un comienzo muy prometedor. Se realizó una serie de reuniones de
masas que culminaron en un mitin masivo en el anexo del Madison Square Garden,
en el que participaron al menos unas 10 mil personas. Allí tuve el privilegio
de ser uno de los principales oradores, junto a Field y otros más. Desde el
comienzo, nuestros camaradas en el sindicato estuvieron en la posición de
influenciar la política de la huelga de forma decisiva, aunque nunca seguimos
una política encaminada a monopolizar la dirección de la huelga. Nuestra
política ha consistido siempre en buscar la cooperación de los principales
militantes y compartir responsabilidades con ellos, de modo que la dirección de
la huelga sea verdaderamente representativa de la militancia y que responda de
manera sensible a la misma.
Como es
natural, la huelga comenzó a toparse con muchas de las dificultades que echaron
a pique a tantas otras huelgas en ese periodo, particularmente las intrigas de
la Junta Federal del Trabajo. Se necesitaba tener conciencia política para
impedir que la supuesta "ayuda" de esas agencias gubernamentales se
convirtiera en un dogal para la huelga. Teníamos bastante experiencia política,
sabíamos lo suficiente sobre el papel de los mediadores gubernamentales como
para saber cómo lidiar con ellos: no darles la espalda de forma sectaria, sino
utilizar cualquier posibilidad que ellos pudieran facilitar para hacer que los
patrones negociaran; y hacerlo sin depositar en ellos la más mínima confianza o
permitirles tomar la iniciativa.
Todo eso
se lo tratamos de subrayar a nuestro joven y brillante prodigio intelectual,
B.J. Field. Mientras tanto, sin embargo, él había sufrido cierta
transformación: de la nada súbitamente había pasado a serlo todo. Su foto
estaba en todos los periódicos de Nueva York. Era el líder de un gran
movimiento de masas. Y por extraño que parezca, a veces esas cosas que son
puramente externas, que no tienen absolutamente nada que ver con lo tenga un
hombre en su interior, ejercen un efecto profundo en su autoestima. Desgraciadamente,
ese fue el caso con Field. Por naturaleza era bastante conservador; de ninguna
manera estaba libre de sentimientos pequeñoburgueses y se dejaba impresionar
por los representantes del gobierno, los políticos y los pencos sindicales en
cuya compañía se vio sumido de repente. Comenzó a desarrollar sus negociaciones
con esta gente y en general a conducirse como un Napoleón, según él lo veía,
aunque en realidad era más bien algo así como un colegial. Hizo caso omiso de
la fracción de su propio partido dentro del sindicato, lo que es siempre
indicio de que alguien ha perdido la cabeza. Pero eso sucede a menudo con
militantes del partido quienes repentinamente se ven proyectados hacia
posiciones estratégicas de importancia en los sindicatos. Se apodera de ellos
una idea irracional de que son más grandes que el partido, de que ya no
necesitan más del partido.
Field se
distancia del partido
Field comenzó a dejar de tener en
cuenta a los militantes de la fracción de su propio partido, los cuales estaban
allí a su lado y quienes deberían de haber sido la maquina a través de la cual
él lo hacía todo. Y no sólo eso. Comenzó a hacer caso omiso del Comité Nacional
de la Liga. Nosotros le hubiésemos podido ayudar muchísimo ya que nuestro
comité incorporaba la experiencia, no de una sino de muchas huelgas, ya no
digamos la experiencia política que hubiese sido tan útil al lidiar con los
tiburones de la Junta Federal del Trabajo. Queríamos ayudarle porque estábamos
tan comprometidos como él con la situación. En toda la ciudad, en realidad en
todo el país, todo el mundo hablaba de la huelga de los trotskistas. Nuestro
movimiento se la jugaba ante el movimiento obrero de todo el país. Todos
nuestros enemigos esperaban que fuera un fracaso; nadie nos quería ayudar. Sabíamos
muy bien que si la huelga terminaba mal, la organización trotskista saldría con
un ojo amoratado. Sin importar cuánto se había alejado Field de la política del
partido, no iba a ser él a quien se recordaría o culparía del fracaso, sino que
sería el movimiento trotskista, la organización trotskista.
Con cada
día que pasaba, nuestro intelectual díscolo se alejaba más aún de nosotros.
Hicimos muchos esfuerzos --de la manera más considerada como camaradas, de la
forma más humilde posible--, por convencer a este cabezón de que no sólo estaba
conduciéndose a sí mismo a la destrucción, sino que con él conducía también a
la huelga, y amenazaba el prestigio de nuestro movimiento. Le rogamos para que
consultara con nosotros, para que viniera y hablara con el Comité Nacional
sobre la política de la huelga, que comenzaba a mermar debido a que se estaba
dirigiendo de forma errónea. En vez de organizar a la militancia de las filas
desde abajo, para así llegar a las negociaciones con una fuerza tras de sí
--que es lo único que cuenta en las negociiaciones a la hora de la verdad-- él
moderaba a la militancia de las masas y se la pasaba todo el tiempo de
conferencia en conferencia con los tiburones gubernamentales, políticos y
pencos sindicales que no tienen otro objetivo sino el de acuchillar la huelga.
Field se
tornó cada vez más y más desdeñoso. ¿Cómo iba él, quien no tenía tiempo, a
venir a reunirse con nosotros? Muy bien, dijimos, nosotros sí tenemos tiempo;
nos podemos reunir contigo durante el almuerzo en un restaurante a una cuadra
de las oficinas del sindicato. Pero tampoco tenía tiempo para eso. Comenzó a
hacer comentarios desatinados. Había un grupito político allá en la Decimosexta
Calle, el cual no tenía más que un programa y un puñado de gente; él, en cambio,
ejercía influencia sobre 10 mil huelguistas. ¿Por qué habría de molestarse con
nosotros? Decía: "No me podría comunicar con ustedes aunque quisiera, ya
que ni siquiera tienen teléfono". Era cierto, y realmente claudicábamos
ante esa acusación: no teníamos teléfono. Esa deficiencia era un reliquia de
nuestro aislamiento, una cosa del pasado cuando no necesitábamos teléfono
porque nadie nos llamaba y tampoco teníamos a quién llamar. Además, hasta ese
entonces, tampoco teníamos para un teléfono.
Finalmente,
la huelga hotelera se atascó al carecer de una política militante porque se
confió servilmente en la Junta Federal del Trabajo, cuyo objetivo era hundir la
huelga. Se perdieron días enteros en negociaciones inútiles con el alcalde
LaGuardia, mientras que la huelga se moría a pie firme por falta de liderazgo
adecuado. Mientras tanto nuestro enemigos no se aguantaban para poder decir:
"Se los advertimos: Los trotskistas no son nada más que sectarios que se
preocupan en pequeñeces. No pueden hacer trabajo de masas. No pueden dirigir
huelgas". Fue un golpe duro para nosotros. Gracias a la traición de Field,
nominalmente dirigimos la huelga pero no tuvimos la influencia necesaria como
para poder darle forma a su política. Corrimos el riesgo de comprometer a nuestro
movimiento. De haber condonado las acciones de Field y su grupo, sólo
hubiésemos propagado la desmoralización dentro de nuestras propias filas.
Pudimos haber convertido a nuestro joven grupo revolucionario en una caricatura
del Partido Socialista, que tenía gente en todo el movimiento sindical, pero
que carecía de influencia partidaria seria porque los sindicalistas del Partido
Socialista nunca se sintieron obligados para con el partido.
Enfrentábamos
un problema fundamental que es decisivo para cualquier partido político
revolucionario: ¿Deberán determinar la línea del partido los funcionarios
sindicales y dictarle ellos la ley al partido, o es el partido el que deberá
determinar la línea y dictarles la ley a los funcionarios sindicales? El
problema se planteó abiertamente en medio de la huelga. No esquivamos el
problema. La acción decidida que tomamos en aquel momento ha marcado desde
entonces todos los sucesos de nuestro partido en el terreno sindical y ha
ejercido gran influencia en la formación del carácter de nuestro partido.
Al Señor Field lo llevamos a
juicio justo en medio de la huelga. Sin importar lo grande que era, le
presentamos cargos ante la organización de Nueva York por haber violado las
políticas y la disciplina del partido. Tuvimos una discusión bien completa
--según recuerdo, duró dos tardes de dominngos-- para darles a todos en la Liga
la oportunidad de hablar. El gran Field no se dignó a presentarse. No tenía
tiempo. Así es que se le enjuició en su ausencia. Para ese entonces él ya había
organizado una pequeña fracción con miembros de la Liga a quienes había logrado
mal dirigir, y quienes estaban desbalanceados debido a la magnitud del
movimiento de masas en contraste con el tamaño de nuestro pequeño grupo
político de la Decimosexta Calle. Ellos asistieron a las reuniones de la Liga
como los voceros de Field, llenos de arrogancia e insolencia, para decir:
"No nos pueden expulsar. Unicamente se están expulsando a ustedes mismos
del movimiento sindical de masas".
Dirigentes
exentos de la disciplina
Como
muchos sindicalistas que les precedieron, se sentían más grandes que el
partido. Creían que podían violar las políticas del partido y su disciplina con
impunidad porque el partido no se atrevería a disciplinarlos. Esto es lo que
pasó realmente en el caso del Partido Socialista, y es una de las razones más
importantes por las que el Partido Socialista acabó en una situación tan
aparatosa en el campo sindical. Todos sus grandes dirigentes sindicales, los
cuales alcanzaron sus puestos gracias a la ayuda del partido, aún siguen ahí;
sin embargo, una vez obtuvieron sus cargos dejaron de prestarle atención al
partido o a sus políticas. En el Partido Socialista los dirigentes sindicales
estaban exentos de la disciplina. El partido nunca tuvo el valor suficiente
para expulsar a ninguno de ellos, porque pensaban que de hacerlo iban a perder
su "contacto" con el movimiento de masas. Nosotros no abrigábamos
esas ideas. De manera resuelta procedimos a expulsar a Field y a todos los que
se solidarizaron con él en aquella situación. Los echamos de nuestra
organización en medio de la huelga. A los miembros de la fracción de Field que
no querían romper con el partido, que aceptaron la disciplina del partido, se
les dio una oportunidad y aún militan en el partido. Algunos de los que
expulsamos permanecieron aislados políticamente por años. Finalmente sacaron
las lecciones de esa experiencia y volvieron con nosotros.
Esa fue
una acción drástica, si se consideran las circunstancias de la huelga en desarrollo;
y fue en base a esa acción que sorprendimos al movimiento obrero radical. Nadie
afuera de nuestra organización soñó jamás que un grupito político como el
nuestro, al toparse con un miembro que estaba a la cabeza de un movimiento de
10 mil trabajadores, osaría expulsarlo en la cúspide de su gloria, cuando su
foto aparecía en todos los periódicos, y él parecía ser mil veces más grande
que nuestro partido. Al principio hubo dos reacciones. Una la resumía la gente
que decía: "Este es el fin de los trotskistas; han perdido sus contactos y
sus fuerzas sindicales". Estaban equivocados. La otra reacción, la más
importante, la resumían quienes decían: "Los trotskistas toman las cosas
en serio". Las personas que predecían consecuencias fatales por la desgracia
y el fracaso de la huelga hotelera fueron rápidamente refutados por el
desarrollo posterior de los hechos. Muchos que vieron a este grupito político
adoptar tal posición ante un dirigente sindical "intocable", quien
estaba a la cabeza de una gran huelga, adquirieron un respeto saludable por los
trotskistas.
Huelga
contra depósitos de carbón
Mucha
gente seria se sintió atraída a la Liga, y todos nuestros miembros se
fortalecieron con una nueva sensación de disciplina y responsabilidad hacia la
organización. Luego, inmediatamente después del desastre de la huelga hotelera,
surgió la huelga contra las empresas del carbón de Minneapolis. Antes de que se
enfriara la huelga hotelera, prendió en Minneapolis la huelga de los
trabajadores de las empresas del carbón. La dirigió ese grupo de trotskistas de
Minneapolis conocido por todos ustedes y fue conducida como un modelo de
organización y combatividad. La disciplina partidaria de nuestros camaradas en
esta tarea --eficaz en un 100 por ciento-- se vio afectada y reforzada de forma
considerable por la desafortunada experiencia que tuvimos en Nueva York.
Mientras que en Nueva York la tendencia de los dirigentes sindicalistas fue la
de alejarse del partido, en Minneapolis los dirigentes se acercaron más al partido
y dirigieron la huelga manteniendo un contacto muy estrecho con el partido,
tanto a nivel local como nacional.
La huelga
contra las empresas del carbón resultó en una victoria rotunda. La política
sindical trotskista --llevada a cabo por hombres y mujeres leales-- fue
justificada de forma brillante en esa lucha y sirvió muchísimo para
contrarrestar las malas impresiones que se crearon en la huelga hotelera de
Nueva York.
Posible
fusión con el AWP
Después de
estos acontecimientos, le remitimos otra carta al Partido Estadounidense de los
Trabajadores (AWP) proponiendo que enviásemos un comité para discutir una
fusión con ellos. Entre sus filas había elementos que no querían saber nada de
nosotros, pero había otros en el AWP que estaban seriamente interesados en
unirse con nosotros para formar un partido más grande. Y como no manteníamos
nuestras intenciones en secreto, sino que las publicábamos en nuestro periódico
para que los miembros del Partido Estadounidense de los Trabajadores pudieran
leer al respecto, los dirigentes pensaron que era prudente aceptar reunirse con
nosotros. Las negociaciones formales para la fusión del Partido Estadounidense
de los Trabajadores y la Liga Comunista, comenzaron en la primavera de 1934.
Como
ustedes saben, y como vamos a tocar en conferencias venideras, este enfoque y
estas negociaciones culminaron finalmente en la fusión del AWP con la Liga
Comunista, y el lanzamiento de un partido político unificado. Esto se consiguió
a costa de muchos esfuerzos políticos y no sin antes superar dificultades y
obstáculos. Cuando uno se pone a pensar que en la dirección del Partido
Estadounidense de los Trabajadores, en aquel entonces, había personas como
Ludwig Lore, quien hoy día es uno de los principales patrioteros del frente democrático,
y que otro de ellos era J.B. Salutsky-Hardman, sin dificultad pueden comprender
que nuestra tarea no era fácil. Salutsky --el lacayo literario de Sidney
Hillman y director del órgano oficial del sindicato Amalgamado de Trabajadores
de la Costura (ACW)--, sabía muy bien quiénes eran los trotskistas y no quería
saber nada de ellos. Su papel dentro del Partido Estadounidense de los
Trabajadores era precisamente impedir que fuera algo más que un juguete;
impedir que se desarrollara en una dirección revolucionaria; y, sobre todo,
mantenerlo libre de cualquier contacto con los trotskistas que son serios al
hablar de un programa revolucionario. A pesar de ellos, las negociaciones
comenzaron.
Nos
mantuvimos activos en otros sectores del frente político. El 5 de marzo de
1934, en la Plaza Irving se llevó a cabo el debate histórico entre Lovestone y
mi persona. Después de cinco años, los representantes de las dos tendencias en
guerra del movimiento comunista se encontraban y se enfrentaban de nuevo. El marcador
se estaba igualando. Ellos comenzaron expulsándonos del Partido Comunista por
trotskistas y por "contrarrevolucionarios". Luego, después de su
propia expulsión, nos menospreciaban por considerarnos una secta pequeña sin
miembros ni influencia, mientras que comparativamente ellos tenían un
movimiento grande. Sin embargo, en esos cinco años, gradualmente los habíamos
venido reduciendo a nuestro tamaño. Nosotros íbamos creciendo,
fortaleciéndonos; ellos declinaban. Había un amplio interés en la propuesta de
formar un nuevo partido y la organización de Lovestone no se libraba de ello.
Debate
sobre una nueva Internacional
Como
resultado, los lovestonistas se vieron obligados a aceptar nuestra invitación a
sostener un debate sobre el tema. "Con todo, por un nuevo partido y una
nueva Internacional", ese fue mi programa en el debate. El programa de
Lovestone era: "A reformar y unificar la Internacional Comunista".
Esto fue como un año después del fracaso alemán. Lovestone aún quería reformar
la Internacional Comunista, no sólo reformarla sino también unificarla. ¿Cómo?
Para empezar que se readmitiera a los lovestonistas. Luego readmitirnos a
nosotros, los trotskistas, a quienes habían echado sin mucha ceremonia. Lo
mismo debía suceder a nivel internacional. Sin embargo, para ese entonces ya le
habíamos vuelto la espalda a la Internacional Comunista en quiebra. Había
pasado demasiada agua por la noria, se habían cometido demasiados errores,
demasiados crímenes y traiciones, y se había derramado demasiada sangre, todo
por culpa de la Internacional estalinista. Hacíamos un llamamiento a favor de
una nueva Internacional con un pendón limpio. Yo debatí partiendo de ese punto
de vista. Para nosotros ese debate resultó ser un éxito tremendo.
Había un amplio
interés y contábamos con un gran público. El Militant informa que hubo
1500 personas y sí creo que debió haber más o menos esa cifra. Era el público
más grande al que nos dirigíamos para hablar de temas políticos desde nuestra
expulsión. El estar peleando una vez más con un antiguo antagonista ante una
verdadera audiencia --si bien la lucha ahora había alcanzado un nivel distinto,
superior--, era como volver a los viejos tiempos. En el público, además de los
miembros y seguidores de las dos organizaciones representadas por los que
debatían, había muchos de la izquierda del Partido Socialista y de la YPSL
[Liga Socialista de Jóvenes], algunos estalinistas y un buen número de
izquierdistas así como miembros del Partido Estadounidense de los Trabajadores.
Fue una ocasión crítica. En ese entonces, muchos que estaban rompiendo con los
estalinistas, vacilaban entre los lovestonistas y los trotskistas. Nuestra
consigna de un nuevo partido y una nueva Internacional estaba más acorde con la
realidad y la necesidad de la época, y logró captar la simpatía de la gran
mayoría de aquellos que abandonaban el estalinismo. Nuestro programa era mucho
más persuasivo, mucho más realista, de modo que logramos que casi todos los que
vacilaban pasaran a nuestro lado. Los lovestonistas no lograron ir muy lejos
con su caduco programa de "unificar" a la Internacional Comunista en
quiebra después de la traición alemana.
El éxito
de ese debate preparó el terreno para una seria de conferencias sobre el
programa de la Cuarta Internacional. Para ilustrar el auge de nuestro
movimiento vale señalar que para las conferencias tuvimos que conseguir una
sala más grande de la que habíamos venido usando. Tuvimos que mudarnos a la
Plaza Irving. El público que atendía nuestras conferencias era tres o cuatro
veces más numeroso que al que estábamos acostumbrados en los cinco años de
nuestro peor aislamiento.
En esos
días el trotskismo se estaba granjeando su puesto en el mapa político y estaba
golpeando duro y se henchía de confianza. En el Militant de marzo y
abril de 1934 se informa de una gira nacional por Shachtman, que por primera
vez se extiende hasta la costa occidental. El tema del que habló fue: "El
nuevo partido y la Nueva Internacional".
El 31 de
marzo de 1934, toda la primera plana del Militant estuvo dedicada al
Manifiesto de la Liga Comunista Internacional (la organización trotskista
mundial), dirigido a los partidos y grupos socialistas revolucionarios de ambos
hemisferios, instándolos a adherirse al llamamiento por una nueva Internacional
y contra la Segunda y Tercera Internacionales, que estaban en quiebra.
El
trotskismo a nivel mundial iba en marcha. Y en Estados Unidos sentábamos la
pauta. En verdad, íbamos a la cabeza de la marcha de nuestra organización
internacional, aprovechando toda oportunidad y avanzando con confianza en todos
los frentes. Y cuando se nos presentó nuestra verdadera oportunidad dentro del
movimiento sindical, en las grandes huelgas de Minneapolis de mayo y de
julio-agosto de 1934, estábamos totalmente listos para demostrar lo que éramos
capaces de hacer y lo hicimos.
El año 1933, el cuarto de la gran
crisis estadounidense, marcó el inicio del despertar más grande de los
trabajadores norteamericanos y de su movimiento hacia la sindicalización a un
nivel nunca antes visto en la historia de Estados Unidos. Ese fue el trasfondo
de todos los desarrollos ocurridos dentro de los diversos partidos, grupos y
tendencias políticos. Este movimiento de los trabajadores estadounidenses
adoptó la forma de una tremenda campaña para escapar del estado atomizado en el
que se encontraban y hacer frente a los patrones con la fuerza organizada del
sindicalismo.
Ese gran
movimiento se desarrolló en oleadas. Durante el primer año de la administración
de [Franklin D.] Roosevelt, la primera ola de huelgas de magnitud considerable
rindió muy pocos resultados desde el punto de vista organizativo porque carecía
del empuje suficiente y de una dirección adecuada. En la mayoría de los casos
los esfuerzos de los trabajadores se vieron frustrados por la
"mediación" gubernamental, por un lado, y la brutal represión, por el
otro.
La segunda gran ola de huelgas y
movimientos organizativos ocurrió en 1934. A esta siguió un movimiento más poderoso
aun en 1936-37, cuyos sucesos más sobresalientes fueron las huelgas de brazos
caídos en las fábricas de autos y del caucho y el tremendo auge del CIO
[Congreso de Organizaciones Industriales].
Esta noche nuestra conferencia
trata la ola de huelgas de 1934, ejemplificada por las huelgas de Minneapolis.
Allí se demostró, por primera vez, la participación eficaz de un grupo marxista
revolucionario en la propia organización y dirección de una huelga. Estas olas
de huelgas y movimientos organizativos se dieron a partir de una reactivación
industrial parcial.
Esto se ha
mencionado antes y se debe repetir una y otra vez. En lo peor de la depresión,
cuando el desempleo era tan vasto, los trabajadores habían perdido la seguridad
en sí mismos y temían tomar cualquier medida ante la siniestra amenaza del
desempleo. Sin embargo, con la reactivación de la industria, los trabajadores
ganaron una nueva seguridad en sí mismos e iniciaron un movimiento para
arrancar de nuevo algunas de las cosas que les habían quitado durante lo peor
de la depresión. El terreno para la actividad de masas del movimiento
trotskista en Estados Unidos lo preparó, claro está, la acción de las propias
masas. En la primavera de 1934, la huelga de la Auto-Lite en Toledo había
electrificado el país. En la huelga se habían presentado algunos métodos y
técnicas de lucha militante nuevos. Esta huelga de Toledo, tremendamente
significativa, la dirigió un grupo político, o al menos semipolítico,
representado por la Conferencia para la Acción Obrera Progresista, organizada a
su vez por el Comité Provisional para la Formación del Partido Estadounidense
de los Trabajadores (AWP), cuyo vehículo era la Liga de los Desempleados. Allí
se demostró por primera vez cuán importante es el papel que en las luchas de
los trabajadores industriales puede desempeñar una organización de desempleados
dirigida por elementos militantes. La organización de desempleados en Toledo
--que había sido formada por el grupo de [[A.J.] Muste, y bajo cuya dirección se
hallaba-- prácticamente se tomó la dirección de la huelga de la Auto-Lite y la
elevó a un nivel de organización de piquetes masivos y militancia que iba mucho
más allá de los límites jamás contemplados por los burócratas de la vieja línea
gremial.
Las
huelgas de Minneapolis elevaron el nivel más aún. Si evaluamos todos los
criterios, incluido el decisivo criterio del liderazgo político y la máxima
explotación de todas las posibilidades inherentes en una huelga, debemos
concluir que el punto culminante de la ola de 1934 fue la huelga de los
choferes, ayudantes y trabajadores internos de Minneapolis en mayo, y su
repetición a un nivel mayor aun en julio y agosto de ese año. Estas huelgas
fueron una prueba crucial del trotskismo estadounidense.
Prueba
para el movimiento comunista
Por cinco
años habíamos sido una voz en el desierto y nos limitábamos a criticar al
Partido Comunista, a elucidar sobre lo que parecían ser los problemas teóricos
más abstractos. En más de una ocasión se nos acusó de no ser nada más que unos
sectarios y polemistas de lo insignificante. Ahora, al presentarse en
Minneapolis la oportunidad de participar en el movimiento de masas, el
trotskismo estadounidense tuvo que enfrentar de lleno una prueba. Tenía que
demostrar en la acción si en efecto era un movimiento de polemistas de lo
insignificante y sectarios buenos para nada, o si era una fuerza política
dinámica capaz de participar con eficacia en el movimiento de masas de los
trabajadores.
Nuestros
camaradas en Minneapolis comenzaron su labor primero en los depósitos de carbón
y después extendieron su campaña organizativa entre los choferes y los
ayudantes. Ese no fue un plan preconcevido en el estado mayor de nuestro
movimiento. Los choferes de Minneapolis estaban lejos de ser la sección más
decisiva del proletariado norteamericano. Nuestra verdadera actividad en el
movimiento obrero la iniciamos en aquellos lugares donde se nos presentaban
oportunidades. Es imposible elegir esas oportunidades de forma arbitraria a
partir de nuestros caprichos o preferencias. Uno debe entrar al movimiento de
masas en donde se le abran las puertas. Una serie de circunstancias hizo de
Minneapolis el foco de nuestros primeros grandes esfuerzos y éxitos en el campo
sindical. En Minneapolis teníamos a un grupo de comunistas viejos y probados,
quienes además eran sindicalistas experimentados. Eran hombres reconocidos,
enraizados en su localidad. Durante la depresión trabajaron juntos en los
depósitos de carbón. Cuando se presentó la oportunidad de sindicalizar los
depósitos, no la dejaron escapar y rápidamente demostraron sus habilidades en
la exitosa huelga que duró tres días. Luego, naturalmente, la labor
organizativa se extendió hacia la industria del camionaje en general.
Minneapolis
era un hueso duro de roer. En realidad, era uno de los más duros del país.
Minneapolis era famosa porque predominaban las empresas donde los trabajadores
no tenían que afiliarse al sindicato. Por 15 ó 20 años la Alianza Ciudadana,
una organización de patrones duros había gobernado Minneapolis con mano de
hierro. En todos esos años no había habido una sola huelga exitosa de
trascendencia. En Minneapolis, hasta a los gremios de la construcción --quizás
los más estables y eficaces de todos los gremios de oficios--, los mantenían a
la fuga y los habían echado de las más importantes obras de construcción. Era
una ciudad de huelgas perdidas, de empresas donde los trabajadores no tenían
que afiliarse al sindicato, de salarios de miseria, de jornadas criminales y de
un movimiento sindical gremial débil e ineficaz.
La huelga
del carbón, que mencionamos en nuestra discusión la semana pasada, fue una
escaramuza preliminar a las grandes batallas que venían. La victoria aplastante
de esa huelga, su militancia, la calidad de su organización y la rapidez de su
éxito, estimularon la organización general de los choferes de camiones y de los
ayudantes, quienes hasta ese entonces y durante los años de la depresión habían
sido cruelmente explotados y habían carecido de los beneficios de la
sindicalización. Si bien es cierto que había un sindicato en la industria, este
sólo se ocupaba de cuidar andrajos. Había apenas un puñado de miembros que
tenían un contrato pobre con una o dos compañías de transferencias. En la
ciudad no había una verdadera organización del grueso de los choferes y
ayudantes.
El éxito
de la huelga del carbón animó a los trabajadores de la industria del camionaje.
Eran como un polvorín listo para la chispa; sus salarios eran demasiado bajos y
sus jornadas demasiado largas. Al haberse visto libres de cualquier restricción
sindical por tantos años, los patrones hambrientos de ganancias habían ido
demasiado lejos --los patrones siempre van demasiado lejos-- y a los
trabajadores oprimidos les dio gusto escuchar el mensaje sindical.
Por qué
afiliarse a la AFL
Desde el
principio hasta el final, nuestro trabajo sindical en Minneapolis fue una
campaña dirigida políticamente. Las tácticas las guió nuestra política general,
trabajada con ahínco en el Militant, que instaba a los revolucionarios a
insertarse en la corriente principal del movimiento obrero representada por la
Federación Norteamericana del Trabajo (AFL).
Nuestra
trayectoria deliberada consistía en seguir las pautas organizativas que siguieran
las masas, y no montar sindicatos que nosotros construyésemos de forma
artificial y en contraposición al impulso de las masas de ingresar al
movimiento sindical establecido. Por cinco años habíamos librado una batalla
decidida contra el dogma ultraizquierdista de los "sindicatos rojos".
Los trabajadores boicotearon esos sindicatos, construidos artificialmente por
el Partido Comunista, lo que resultó en el aislamiento de los elementos de
vanguardia. Las masas de trabajadores, que venían buscando organizarse, poseían
un instinto sólido. Percibían que necesitaban ayuda. Querían establecer
contacto con otros trabajadores organizados, no en las sombras con unos cuantos
izquierdistas ruidosos. Es un fenómeno que no falla: Las indefensas masas no
sindicalizadas de la industria sienten un respeto exagerado por los sindicatos
establecidos, no importa cuán conservadores o cuán reaccionarios sean esos
sindicatos. Los trabajadores temen el aislamiento. En ese sentido son más
sabios que todos los sectarios y dogmáticos que han tratado de recetarles en
detalle la fórmula precisa del sindicato perfecto. En Minnesota, como en otras
partes, mostraban un fuerte impulso para juntarse al movimiento oficial y
esperaban que éste les asistiera en su lucha contra los patrones que les habían
hecho la vida imposible. Al seguir la tendencia general de los trabajadores,
también nos dimos cuenta que si íbamos a aprovechar al máximo las oportunidades
que se nos presentaban, no debíamos interponer obstáculos innecesarios en
nuestro camino. No debíamos perder tiempo y energías tratando de convencer a
los trabajadores de un nuevo esquema organizativo que a ellos no les
interesaba. Era mucho mejor que nos adaptáramos a su tendencia y también que
aprovecháramos las posibilidades de recibir ayuda del movimiento obrero oficial
que existía.
A nuestra
gente no le fue fácil entrar en la Federación Norteamericana del Trabajo en
Minneapolis. Eran gente estigmatizada, a quienes habían expulsado y condenado
por partida doble. En el trayecto de sus luchas no sólo los habían expulsado
del Partido Comunista, sino también de la Federación Norteamericana del
Trabajo. Durante la "purga roja" de 1926-1927, en la cúspide de la
reacción del movimiento sindical norteamericano, prácticamente a todos nuestros
compañeros que habían estado activos en los sindicatos de Minneapolis los
habían expulsado. Un año después, para completar su aislamiento los expulsaron
del Partido Comunista.
Sin
embargo, la presión de los trabajadores hacia la sindicalización era más poderosa
que los decretos de los burócratas sindicales. Había quedado demostrado que
nuestros compañeros gozaban de la confianza de los trabajadores y que poseían
los planes para poder organizarlos. La lamentable debilidad del movimiento
sindical en Minneapolis y el sentimiento de los miembros de los gremios de que
se necesitaba nueva vida: todo esto obró de forma tal que ayudó a que nuestra
gente reingresara a la Federación Norteamericana del Trabajo por la vía del
Sindicato de Camioneros. Además, se dio algo fortuito, un golpe de suerte, ya
que el presidente del Local 574 y del Consejo Unido de los Teamsters era un
sindicalista militante llamado Bill Brown. El tenía un instinto de clase sólido
y le atraía fuertemente la idea de obtener la cooperación de gente que sabía
cómo organizar a los trabajadores y cómo dar a los patrones una verdadera
batalla. Para nosotros esa fue una circunstancia afortunada, pero esas cosas
ocurren de vez en cuando. La suerte favorece a los santos. Si uno vive bien y
se comporta como debe, de vez en cuando le sonríe la suerte. Y cuando a uno se
le presenta uno de esos accidentes --uno de los buenos--, no debe dejarlo
escapar, sino aprovecharlo al máximo.
Nosotros ciertamente
aprovechamos al máximo este accidente, la circunstancia de que el presidente
del Local 574 fuera ese tipo espléndido, Bill Brown, quien abrió las puertas
del sindicato a los "nuevos hombres" que sabían cómo organizar a los
trabajadores y dirigirlos en la batalla. Sin embargo, nuestros camaradas eran
militantes nuevos en este sindicato. No habían estado allí el tiempo suficiente
para ser funcionarios; cuando la lucha comenzó a reventar sólo eran miembros de
filas. Así es que, de nuestra gente --es decir, los miembros del grupo
trotskista-- ni uno solo fue funcionario del sindicato durante las tres
huelgas. Sin embargo, eso no impidió que organizaran y dirigieran las huelgas.
Se constituyeron en un "Comité Organizativo", una especie de cuerpo
extralegal establecido con el propósito de dirigir la campaña organizativa y
liderar las huelgas.
Obreros
forman el Comité Organizativo
Tanto la
campaña organizativa como las huelgas se llevaron a cabo prácticamente por
encima de la dirección oficial del sindicato. El único oficial regular que de
veras participó de forma directa en la verdadera dirección de las huelgas fue
Bill Brown, junto con el Comité Organizativo. Este comité tuvo un mérito que
quedó demostrado desde el principio, si bien otros méritos salieron a la luz
más tarde: sabía cómo organizar a los trabajadores. Eso era algo que el
osificado liderazgo obrero en Minneapolis desconocía y aparentemente era algo
que no podía aprender. Sí sabían cómo desorganizarlos. Son lo mismo en todas
partes. A veces saben cómo dejar entrar a los trabajadores a los sindicatos,
cuando estos ya han tumbado las puertas. Pero ir y de verdad organizar a los
trabajadores, animarlos y llenarlos de confianza y seguridad, eso es algo que
el burócrata tradicional de los gremios no puede hacer. Ese no es su terreno,
su función. Ni es siquiera algo que ambiciona.
El Comité
Organizativo trotskista organizó a los trabajadores en la industria del
camionaje y luego procedió a alinear al resto del movimiento obrero en apoyo de
estos trabajadores. No los dirigió hacia una acción aislada. Comenzaron a
trabajar a través de la Central Sindical --tanto mediante conferencias con los
pencos sindicales como ejerciendo presión desde abajo--, para hacer que la
totalidad del movimiento obrero de Minneapolis se pronunciara en apoyo de estos
camioneros recién organizados. Trabajaron de forma incansable para involucrar a
los funcionarios de la Central Sindical en la campaña, para que se aprobaran
resoluciones de apoyo a sus demandas, para que asumieran responsabilidad de
forma oficial. Cuando llegó la hora de la acción, el movimiento obrero en
Minneapolis, representado por los sindicatos oficiales de la Federación
Norteamericana del Trabajo, de antemano se hallaban en la posición de haber
endosado las demandas y estar por tanto comprometidos lógicamente a apoyar la
huelga.
Estalla
huelga general de mayo
En mayo
estalló en llamas la huelga general. Acostumbrados a que desde hacía mucho que
nadie desafiaba su dominio, los patrones recibieron una gran sorpresa. La
lección de la huelga del carbón no los había convencido aún de que al
movimiento sindical en Minneapolis se le había añadido "algo nuevo".
Todavía creían que podrían lidiar con el problema en sus etapas iniciales.
Intentaron usar tácticas dilatorias y maniobras, y empantanar a nuestra gente
en las negociaciones con la Junta Laboral, donde habían hecho trizas a tantos
sindicatos. Justo en medio de la transa, cuando creían que habían atrapado al
sindicato en la maraña de negociaciones de forma indefinida, nuestra gente la
cortó de un solo tajo. Les dieron en las narices con una huelga general. Fueron
los camiones los que se vieron maniatados y las "negociaciones" se
trasladaron a las calles.
Esta
huelga general de mayo estremeció a Minneapolis como nunca antes. Estremeció al
país entero, porque no fue una huelga dócil. Fue una huelga que comenzó con
tanto ruido que todo el país supo de ella y del papel de los trotskistas en su
dirección: eso lo anunciaban los patrones de forma amplia e histérica. Y
entonces una vez más observamos la misma respuesta entre los trabajadores
radicales atentos quienes habían observado nuestra acción resuelta en el caso
de [B.J.] Field y la huelga hotelera en Nueva York. Cuando vieron el papel
desempeñado en la huelga de mayo en Minneapolis, de nuevo se manifestó el mismo
sentimiento: "Estos trotskistas actúan en serio. Cuando emprenden algo lo
hacen de lleno". Los chistes sobre los "sectarios" trotskistas
se comenzaron a agriar.
No había
ninguna diferencia esencial; en verdad no creo que había ninguna diferencia
seria entre los huelguistas de Minneapolis y los trabajadores involucrados en
cientos de huelgas por todo el país en aquel periodo. Los trabajadores libraban
casi todas las huelgas con el máximo de combatividad. La diferencia radicó en
la dirección y en la política que se siguió. Prácticamente en todas las demás
huelgas la militancia de los trabajadores de base se restringía desde arriba.
Los dirigentes se dejaban intimidar por el gobierno, los periódicos, el clero y
una cosa u otra. Trataban de trasladar el conflicto de las calles y líneas de
piquete hacia las salas de conferencias. En Minneapolis, a la militancia de las
bases no se la restringió desde arriba, sino que se la organizó y dirigió desde
arriba.
Todas las
huelgas modernas necesitan dirección política. Las huelgas de ese periodo
pusieron al gobierno, a sus agencias e instituciones en el propio centro de
cada acontecimiento. Un dirigente de huelga que para 1934 no tuviera concepto
de una línea política ya estaba bastante desfasado. El anticuado movimiento
sindical, que solía negociar con los patrones sin la interferencia del
gobierno, era pieza de museo. El movimiento obrero moderno debe ser dirigido
políticamente porque a cada paso se enfrenta con el gobierno. Nuestra gente
estaba preparada para ello por ser gente política, inspirada por conceptos
políticos. La política de la lucha de clases guió a nuestros camaradas; no los
podían engañar o superar con maniobras --como le sucedió a tantos dirigentes de
huelgas en aquel periodo--, mediante este mecanismo de sabotaje y destrucción
conocido como la Junta Laboral Nacional y todos sus organismos auxiliares. No
confiaron para nada en la Junta Laboral de Roosevelt; no se dejaron engañar por
la idea de que Roosevelt, el presidente liberal "amigo de los
trabajadores", iba a ayudar a que los choferes de camiones de Minneapolis
consiguieran unos cuantos centavos más por hora. Ni tampoco se dejaron engañar
por el hecho de que en aquel entonces en Minnesota el gobernador era del
Partido de Agricultores y Trabajadores, y que supuestamente estaba del lado de
los trabajadores.
Nuestra
gente no creía en nadie ni en nada salvo en la política de la lucha de clases y
en la capacidad de los trabajadores de vencer en virtud de la fuerza de sus
números y la solidaridad. En consecuencia, desde un principio esperaban que el
sindicato tendría que luchar por su derecho de existir, que los patrones no
iban a acceder a reconocer el sindicato, ni iban a conceder ningún aumento salarial
ni una reducción de la escandalosa jornada laboral a menos que se les
presionara. Por lo tanto prepararon todo desde la óptica de la guerra de
clases. Sabían que el poder, no la diplomacia, decidiría la cuestión. Los
envites no funcionan en cosas fundamentales, sólo en eventualidades. En cosas
como el conflicto en los intereses de clases uno debe estar preparado para
luchar.
A partir
de estos conceptos generales, los trotskistas de Minneapolis, a medida que
organizaron a los trabajadores, planearon una estrategia de batalla. En
Minneapolis se podía ver algo singular por primera vez. Es decir, una huelga
que estaba organizada en detalle de antemano, una huelga preparada con aquel
cuidado meticuloso que se le atribuía normalmente al ejército alemán: hasta
pegar el último botón del uniforme del último soldado. Cuando llegó la hora
tope y los patrones creían que todavía podían maniobrar y hacer envites,
nuestra gente estaba levantando una fortaleza para la acción. De esto tomó nota
e informó el Minneapolis Tribune, el vocero de los patrones, pero
sólo en el último momento. El periódico señalaba: "Si los preparativos que
ha hecho el sindicato para conducir la huelga son indicio, la huelga de los
choferes de camiones en Minneapolis va a ser un asunto trascendental. . . .
Incluso antes del comienzo oficial de la huelga a las 11:30 p.m. del martes, la
organización de la 'Sede Central' establecida en el 1900 de la Avenida Chicago
estaba funcionando con toda la precisión de una organización militar".
Se prepara
la huelga
Nuestra
gente tenía un comisariato totalmente preparado. No esperaron hasta que los
huelguistas tuvieran hambre. Lo habían organizado de antemano en preparación
para la huelga. Montaron un hospital de emergencia en el garage --la sede central
de la huelga estaba en un garage-- con su propio doctor y sus propias
enfermeras aun antes de que la huelga empezara. ¿Por qué? Porque sabían que los
patrones, sus policías, matones y ayudantes tratarían en este caso --como en
cualquier otro--, de aplastar la huelga. Estaban preparados para cuidar de su
propia gente y no dejar que los enviaran, de resultar heridos, a un hospital
municipal para que después los arrestaran y pusieran fuera de servicio. Cuando
un compañero trabajador era herido en la línea de piquete, lo llevaban a su
propia oficina central y allí lo curaban.
Tomaron el
ejemplo de los Mineros Progresistas de Norteamérica [PMA] y organizaron un
Auxilio de Mujeres para ayudar a crearles problemas a los patrones. Y créanme,
las mujeres crearon muchos problemas, yendo de arriba abajo para protestar y
escandalizar a los patrones y a las autoridades municipales, y esa es una de
las armas políticas más importantes. La dirección de la huelga organizó las
líneas de piquete a nivel masivo. Este asunto de designar o de contratar a unas
pocas personas, una o dos, para observar, contar e informar cuántos
rompehuelgas han sido empleados, no funciona en una verdadera lucha. Ellos
enviaban a un escuadrón para impedir que los rompehuelgas entraran. Mencioné que
tenían su sede central en un garage. Eso se debía a que los piquetes andaban
sobre ruedas. No sólo organizaban los piquetes, sino que también movilizaban
una flotilla de autos de piquetes. Se hizo un llamado a todo huelguista,
simpatizante y sindicalista de la ciudad para que donara el uso de su auto o
camión. Así es que el comité de huelga tenía toda una flota a su disposición.
Escuadrones móviles de piquetes sobre ruedas se estacionaban en puntos
estratégicos por toda la ciudad.
Cuando se
recibía un informe de un camión que estaba siendo operado o de que había un
intento de trasladar camiones, el "despachador" pedía por el altavoz
del garage tantos autos --llenos de piquetes-- como fueran necesarios para ir
al lugar y ofrecer a los operadores de los camiones esquiroles argumentos.
El
"despachador" en la huelga de mayo era un joven llamado Farrell
Dobbs. Salió de un depósito de carbón en Minneapolis para entrar al sindicato,
a la huelga, y luego al partido. Primero lo llegamos a conocer como el despachador
que anunciaba la salida de equipos de carros y de piquetes. En un principio los
piquetes salían con las manos vacías, pero regresaban con la cabeza rota y con
heridas diversas. Luego para los próximos viajes se equipaban con shillalahs.
Como cualquier irlandés nos podría decir, una shillalah es un bastón en que uno
se apoya en caso que de repente empiece a cojear. Por supuesto, también resulta
muy práctica para otros fines. El atentado de los patrones y de la policía de
aplastar la huelga a la fuerza culminó en la famosa "Batalla del
mercado". Varios miles de asistentes especiales de alguacil además de toda
la fuerza policiaca fueron movilizados para realizar un esfuerzo supremo para
abrir una parte estratégica de la ciudad, el mercado de mayoreo, a fin de que
operaran los camiones.
Esos
asistentes de alguacil, reclutados de las clases pequeñoburguesa y patronal de
la ciudad así como de los sectores profesionales, llegaron al mercado en un
espíritu como de fiesta de gala. Habían ido a divertirse golpeando a los
huelguistas. Uno de los asistentes especiales de alguacil llevaba puesto su
casco de polo. Iba a pasarla de lo lindo, tumbando cabezas de huelguistas como
si fueran bolas de polo. El deportista mal aconsejado estaba errado; no se
trataba de un juego de polo. El y toda la chusma de asistentes de alguacil y
policías se toparon con una masa de piquetes del sindicato determinados y
organizados, complementados por sindicalistas solidarios de otros oficios y por
miembros de las organizaciones de desempleados. El intento de expulsar del
mercado a los piquetes fue un fracaso. El contraataque de los trabajadores los
hizo huir. En la historia de Minneapolis la batalla se recuerda como The
Battle of Deputies Run (La batalla de la estampida
de los asistentes de alguacil). Hubo dos bajas, ambas del otro bando. Esa fue
una de las características de la huelga que realzó a Minneapolis ante la estima
de trabajadores por doquier. En huelga tras huelga de aquella época, en la
prensa se había repetido de manera monótona la misma historia: dos huelguistas
muertos, cuatro huelguistas acribillados, veinte huelguistas arrestados,
etcétera. Se trataba de una huelga donde no todo estuvo parcializado. Allí
irrumpieron los aplausos de forma universal, desde un extremo al otro del
movimiento obrero, en virtud de la militancia y la firmeza de los luchadores de
Minneapolis. Ellos habían invertido el rumbo de las cosas y donde quiera
encomiaban su nombre los trabajadores militantes.
Colaboración
del liderazgo del partido
Conforme
se desarrollaba la campaña organizativa, a nuestro Comité Nacional en Nueva
York se le iba informado de todo, a la vez que se colaboraba lo más posible por
correo. Pero cuando estalló la huelga, estuvimos plenamente conscientes que era
el momento de hacer más, de hacer todo lo que fuese posible por ayudar. Se me
envió a Minneapolis en avión para ayudar a los compañeros, especialmente en las
negociaciones para conseguir un acuerdo. Como recordarán, esa era la época en
que éramos tan pobres que ni podíamos costearnos un teléfono en la oficina. En
absoluto teníamos la base financiera para gastos extravagantes como boletos de
avión. No obstante, el nivel de conciencia de nuestro movimiento quedó plasmado
de una forma muy gráfica en el hecho que en el momento de urgencia encontramos
los medios para pagar por un viaje por avión para ahorrar unas cuantas horas.
Esta acción --realizada mediante un gasto que iba mucho más allá de lo que
nuestro presupuesto normalmente podría incluir-- estaba diseñada para dar a los
compañeros locales envueltos en la lucha el beneficio de todo consejo y
asistencia que pudiéramos ofrecer, y a lo cual, como miembros de la Liga,
tenían derecho. Sin embargo, había otro aspecto, igual de importante. Al enviar
a un representante del CN a Minneapolis, nuestra Liga quería asumir
responsabilidad por lo que los compañeros estaban haciendo. Si las cosas salían
mal --y siempre existe la posibilidad de que las cosas van a salir mal en una
huelga-- pensábamos asumir responsabilidad de ello y no echarle el muerto a los
compañeros locales. Esa ha sido siempre nuestra manera de proceder. Cuando
cualquier sección de nuestro movimiento está envuelta en una acción, no se deja
que los compañeros locales se las arreglen por su propia cuenta. La dirección
nacional debe ayudar y en el último análisis asumir la responsabilidad.
Se logra
un acuerdo
La huelga
de mayo sólo duro seis días y se llegó un acuerdo rápido. Los patrones se
vieron arrasados y todo el país clamó por que la cosa se resolviera. Hubo
presión por parte de Washington y del gobernador Olson. La prensa estalinista,
que en aquel momento era muy radical, atacó el acuerdo de forma severa porque
no había sido una victoria arrolladora, sino que se había llegado a un arreglo;
una victoria parcial con la que se reconoció el sindicato. Nosotros asumimos
plena responsabilidad por el acuerdo que nuestros compañeros habían alcanzado e
hicimos frente al desafío de los estalinistas. En esta disputa nuestra prensa
sencillamente barrió del terreno a los estalinistas. Defendimos el acuerdo de
la huelga de Minneapolis y frustramos su campaña de desacreditarla y
desacreditar así nuestra labor en los sindicatos. El movimiento obrero radical
recibió un cuadro completo de la huelga. Publicamos un número especial del Militant
en que se describieron en detalle todos los diferentes aspectos de la huelga y
los preparativos que la precedieron. Ese número lo escribieron casi en su
totalidad los principales compañeros envueltos en la huelga.
El punto
más importante sobre el que elaboramos la explicación del acuerdo del acuerdo
fue el siguiente: ¿cuales son los objetivos de un nuevo sindicato en este
periodo? Señalábamos: la clase trabajadora estadounidense aún está
desorganizada, atomizada. Sólo una porción de los trabajadores calificados está
organizada en gremios y éstos no representan a la gran masa de la fuerza
laboral norteamericana. Los trabajadores estadounidenses son una masa
desorganizada y su primer impulso y necesidad es dar los primeros pasos
elementales antes de poder hacer algo más; es decir, formar un sindicato y
obligar a los patrones a que reconozcan ese sindicato. Así formulamos el
problema.
Sosteníamos,
y creo que con justeza plena, que un grupo de trabajadores --quienes en su
primera batalla lograron el reconocimiento de su sindicato y a partir de lo
cual podrían forjar y fortalecer su posición--, había logrado los objetivos del
momento y no debía exceder sus fuerzas y correr el riesgo de desmoralización y
de derrota. El acuerdo demostró ser correcto porque facilitó una base
suficiente a partir de la cual ir progresando. El sindicato se mantuvo estable.
No fue un éxito pasajero. El sindicato empezó a progresar, comenzó a reclutar
nuevos miembros y a educar un cuadro de dirigentes nuevos. A medida que pasaban
las semanas, a los patrones les quedaba patente que su ardid para robar a los
camioneros los frutos de su lucha no estaba funcionando bien.
Los patrones llegaron entonces a
la conclusión de que habían cometido un error, que debían haber luchado más
tiempo, destruido el sindicato, y así impartir a los trabajadores de
Minneapolis la lección de que allí no podían existir sindicatos; que
Minneapolis era una ciudad esclavista y libre de sindicatos y que debía seguir
así. Alguien los mal aconsejó. La Alianza Ciudadana --la organización general
de los empleadores y de quienes odiaban al sector obrero--, seguía azuzando e
incitando a los patrones de la industria del camionaje para que rompieran el
acuerdo, hicieran trampa en las concesiones que habían acordado y las
demoraran, y poco a poco fueran minando los logros conquistados por los
trabajadores.
La
dirección del sindicato entendía la situación. Los patrones no habían quedado
lo suficientemente convencidos con la primera prueba de fuerzas con el sindicato
y necesitaban otra demostración. Comenzaron a preparar otra huelga. De nuevo se
preparó a los trabajadores en la industria para la acción. De nuevo se movilizó
a todo el movimiento obrero para que los apoyara, esta vez de la manera más
impresionante y más dramática. La campaña para que en la Central Sindical y en
sus sindicatos afiliados se aprobaran resoluciones en apoyo del Local 574 se
orientó hacia un gran desfile del movimiento obrero organizado. En él
participaron numerosos contingentes de miembros de los diversos sindicatos,
quienes en filas sólidas marcharon hacia una reunión masiva en el Auditorio de
la Ciudad para respaldar a los choferes de camiones y prometerles su apoyo en
la lucha inminente. Fue una imponente manifestación de la solidaridad obrera y
de la nueva militancia que se había apoderado de los trabajadores.
Los
patrones se muestran inflexibles
Los
patrones seguían inflexibles. Hablaban mucho de la "amenaza roja", y
denunciaba a los "comunistas de Trotsky" en anuncios sensacionalistas
en la prensa. Del lado del sindicato, los preparativos continuaban como en la
huelga de mayo, pero a un nivel organizativo aún superior. Cuando quedó claro
que no se podía evitar otra huelga a menos que se sacrificara el sindicato,
nuestro Comité Nacional decidió que la Liga Comunista de Norteamérica en su
totalidad tendría que apoyarla con todo. Sabíamos que la verdadera prueba
estaba aquí, que no osaríamos tener escarceos con este asunto. La percibíamos
como una batalla que por años significaría para nosotros la consagración o la
ruina; que si la apoyábamos sin entusiasmo, o si reteníamos una u otra forma de
ayuda que pudiésemos dar, eso ayudaría a inclinar el fiel de la balanza hacia
la victoria o la derrota. Sabíamos que teníamos mucho que brindar a nuestros
compañeros de Minneapolis.
En nuestro
movimiento nunca jugamos con la absurda idea de que sólo aquellos que están
directamente conectados al sindicato son capaces de brindar ayuda. Ante todo,
lo que las huelgas modernas necesitan es dirección política. Si nuestro
partido, nuestra Liga como la llamábamos entonces, era digna de existir saldría
en ayuda de los compañeros locales. Como sucede siempre con dirigentes
sindicales, especialmente en tiempos de huelga, ellos se encontraban bajo la
presión y la tensión de mil detalles urgentes. Un partido político, por otro
lado, se ubica por encima de los detalles y generaliza a partir de las
cuestiones principales. Un dirigente sindical que rechaza la idea de un consejo
político en la lucha contra los patrones y su gobierno, con sus taimados
ardides, trampas y métodos para ejercer presión, es sordo, mudo y ciego.
Nuestros compañeros de Minneapolis no eran así. Y acudieron a nosotros en pos
de ayuda.
Enviamos una
buena cantidad de fuerzas para esa situación. Yo fui allá unas dos semanas
antes que empezara la segunda huelga. Después que había estado allí unos días,
acordamos traer más ayuda, todo un equipo, en realidad. Se trajo de Nueva York
a dos personas más para el trabajo periodístico: [Max] Shachtman y Herbert
Solow, un periodista experimentado y talentoso que en aquel entonces era algo
así como un simpatizante de nuestro movimiento. Tomando prestada una idea de la
huelga de Auto-Lite de Toledo, trajimos a otro compañero cuya tarea específica
fue organizar a los desempleados para que ayudaran a la huelga. Ese fue Hugo
Oehler, quien era muy capaz como trabajador de masas y como sindicalista. Su
trabajo en Minneapolis fue la última contribución que jamás realizó a favor
nuestro. Poco después le dio la enfermedad del sectarismo. Pero hasta ese
momento, Oehler fue bueno y contribuyó un poco a la huelga. Aparte de esto,
importamos a un abogado general para el sindicato, Albert Goldman. En base a
experiencias previas sabíamos que en una huelga un abogado es muy importante,
si se puede conseguir uno bueno. Es muy importante que uno tenga un
"portavoz" y frente legal propios que le den a uno consejos honestos
y le protejan sus intereses legales. En una huelga enconada hay todo tipo de
altibajos. A veces las cosas se les tornan demasiado calientes a los
"infames" dirigentes de la huelga. Luego, uno siempre puede poner a
un abogado por delante para que diga con calma: "Vamos, razonemos juntos y
veamos lo que dice la ley". Resulta muy práctico, en particular cuando se
tiene a un abogado tan brillante y a un hombre leal como Al Goldman.
Desde
nuestro centro en Nueva York dimos a la huelga todo lo que pudimos, en base al
mismo principio que mencioné en otra ocasión, el cual podría servir como guía
para todo tipo de actividad de un partido serio, o de una persona seria para el
caso. El principio es este: Si uno va a hacer algo, por el amor de Dios, hay
que hacerlo como se debe, hacerlo bien. Nunca andar con escarceos, nunca hacer
nada a medias. ¡Ay de los tibios! "Mas porque eres tibio, y no frío ni
caliente, te vomitaré de mi boca".
Huelga de
julio
La huelga
comenzó el 16 de Julio de 1934, y duró cinco semanas. Creo que puedo decir sin
la menor exageración, sin temor a ninguna contradicción, que la huelga de
julio-agosto de los choferes de camiones y ayudantes en Minneapolis ha entrado
en los anales de la historia del movimiento obrero estadounidense como una de
las luchas más grandes, más heroicas y mejor organizadas. Es más: la huelga y
el sindicato que se forjó en su crisol han quedado identificados para siempre
en el movimiento obrero --no sólo aquí, sino en todo el mundo-- con el
trotskismo en acción en el movimiento de masas de los trabajadores. El
trotskismo hizo una serie de contribuciones específicas a esta huelga que
diferenciaron de forma decisiva a la huelga de Minneapolis con cientos de otras
huelgas en aquel periodo, algunas de las cuales involucraron a más trabajadores
en lugares e industrias socialmente más importantes. El trotskismo contribuyó
con la organización y los preparativos hasta el último detalle. Eso es algo
nuevo, es algo peculiarmente trotskista. En segundo lugar, el trotskismo
insertó en todos los planes y preparativos del sindicato y de la huelga, desde
el comienzo hasta el final, la línea de clase de la combatividad, no como una
reacción subjetiva --algo que se ve en cada huelga--, sino como una política
consciente basada en la teoría de la lucha de clases, de que no se puede ganar
nada de los patrones a menos que uno tenga la voluntad de luchar por ello y
tenga la fuerza para tomarlo.
La tercera
contribución del trotskismo a la huelga de Minneapolis --la más interesante y
quizás la más decisiva-- consistió en que enfrentamos a los mediadores del
gobierno en su propio terreno. Puedo decir que una de las cosas más tristes que
se podía apreciar en aquel periodo, era el ver cómo en una huelga tras otra los
"amigos del movimiento obrero", disfrazados de mediadores federales,
embaucaban y hacían pedazos a los trabajadores y les destruían las huelgas.
Estos
pícaros diestros llegaban, se aprovechaban de la ignorancia, inexperiencia y
falta de preparación política de los dirigentes locales y les aseguraban que
ellos estaban allí como amigos. Su tarea consistía en "superar el
problema" arrancando concesiones del lado más débil. Los dirigentes
huelguísticos inexpertos y carentes de educación política eran sus presas. Ya
tenían su rutina, una fórmula para pescar a los desprevenidos. "No les
estoy pidiendo que le hagan ninguna concesión a los patrones, pero háganmela a
mí de modo que les pueda ayudar". Luego, una vez que en base a la
credulidad se había cedido algo: "Traté de conseguir una concesión que
corresponda de parte de los patrones pero ellos se niegan. Creo que es mejor
que ustedes hagan más concesiones: la opinión pública se está volcando contra
ustedes". Y luego venía la presión y las amenazas: "Roosevelt va a
hacer una declaración". O, "Si no son más razonables y responsables
nos vamos a ver obligados a publicar algo contra ustedes en la prensa".
Luego, llevaban a la pobre novatada a las salas de conferencia, la mantenían
allí por horas y horas, y la aterrorizaban. Esa era la trillada rutina que
empleaban esos cínicos desvergonzados.
Llegaron a
Minneapolis todos acicalados para otra función de rutina. Los aguardábamos
sentados. Dijimos, "Vamos. Quieren negociar, ¿cierto? Bien. Eso está muy
bien". Claro que nuestros compañeros lo plantearon usando el lenguaje más
diplomático del "protocolo" de negociaciones, pero esa era la esencia
de nuestra actitud. Ahora bien, al negociar jamás les sacaron dos centavos a
los dirigentes trotskistas del Local 574. Recibieron una dosis de negociaciones
y diplomacia que aún les dan náuseas. A tres de ellos los agotamos antes de que
por fin se resolviera la huelga.
En esos
días un truco favorito de los tipos de confianza conocidos como los mediadores
federales era meter a los novatos dirigentes de huelgas en un cuarto, explotar
su vanidad e inducirles a comprometerse a algún tipo de arreglo que no estaban
autorizados a hacer. Los mediadores federales convencían a los dirigentes
sindicales de que eran "peces gordos" que debían asumir una actitud
"responsable". Los mediadores sabían que concesiones cedidas por
dirigentes en el curso de negociaciones rara vez se podían retirar. No importa
cuánto se opongan a ello los trabajadores, el hecho que los dirigentes ya se
han comprometido en público compromete la posición del sindicato y crea
desmoralización en las bases.
En aquella
época esa maniobra hizo añicos de muchas huelgas. En Minneapolis no dio
resultado. Nuestras gentes no eran los "peces gordos" de las
negociaciones. Aclaraban que su autoridad en las negociaciones era
extremadamente limitada, que en realidad representaban el ala más moderada y
razonable del sindicato, y además que si daba un paso fuera de línea los
reemplazarían en el comité negociador con gente de otro tipo. Eso era un
verdadero problema para los destazadores de huelgas que habían llegado a Minneapolis
con sus cuchillos ya listos para las confiadas ovejas. De vez en cuando se
añadía a Grant Dunne al comité. El simplemente se sentaba en una esquina sin
decir nada, pero fruncía el ceño cada vez que se mencionaban concesiones.
Aunque la huelga fue una lucha cruenta y amarga, nos divertimos mucho al
planificar las sesiones del comité sindical de negociaciones con los
mediadores. Nos resultaban despreciables tanto ellos como sus ardides y trucos
taimados y sus presunciones hipócritas de camaradería y amistad con los
huelguistas. No eran más que agentes del gobierno en Washington, que a su vez
era el agente de la clase patronal en su conjunto. Para un marxista eso estaba
perfectamente claro; aparte de eso, considerábamos un insulto el que
pretendieran timarnos con los métodos que empleaban con novatos. Aun así,
intentaron hacerlo. Parecía que no conocieran ningún otro método de mediar.
Pero no lograron avanzar ni un milímetro sino hasta que tuvieron que ir al
grano, ejercer presión sobre los patrones y lograr concesiones para el
sindicato. La experiencia política colectiva de nuestro movimiento fue muy útil
en los tratos con los intermediarios federales. A diferencia de sectarios
estúpidos, no los ignoramos. A veces éramos nosotros quienes iniciaban las conversaciones.
Pero no permitimos que nos usaran ni confiamos en ellos por un instante. En la
huelga nuestra estrategia en general fue la de no dejar de luchar, no ceder
nada a nadie, mantenernos firmes y no dejar de luchar. Esa fue la cuarta
contribución trotskista. Pareciera ser una receta muy simple y obvia, pero no
era así. Pero no era algo obvio para la gran mayoría de dirigentes sindicales
de aquellos tiempos.
El diario
de la huelga
La quinta
y suprema contribución que hizo el trotskismo a la huelga de Minneapolis fue la
publicación de un diario de la huelga, el Daily Organizer
[Organizador diario]. Por primera vez en la historia del movimiento obrero
estadounidense, los huelguistas no tuvieron que depender de la prensa
capitalista ni ésta los pudo confundir ni aterrorizar, ni tampoco ver cómo el
monopolio capitalista sobre la prensa desorientaba la opinión pública. Los
huelguistas de Minneapolis editaron su propio diario. No fueron medio millón de
mineros del carbón, ni cien mil obreros automotrices o siderúrgicos quienes
lograron esto, sino que fue un solo local sindical de 5 mil choferes de camión,
un sindicato nuevo en Minneapolis que contaba con una dirección trotskista.
Este liderazgo comprendía que la publicidad y propaganda tienen una enorme importancia,
y eso es algo que muy pocos dirigentes sindicales saben. Es casi imposible
expresar el tremendo efecto que tuvo ese diario. No era extenso, apenas un
tabloide de dos páginas. Sin embargo, contrarrestaba por completo a la prensa
capitalista. Después de uno o dos días ya no nos importó lo que decía la prensa
diaria de los patrones. Imprimían todo tipo de cosas pero eso no tenía ningún
efecto entre las filas de los huelguistas. Tenían su propio periódico y para
ellos sus informes eran la pura verdad. El Daily Organizer cubrió
la ciudad de punta a punta. En la oficina central los huelguistas lo tomaban de
la propia imprenta. El Auxiliar de Mujeres lo vendía en todas las tabernas de
la ciudad que contaran con una clientela obrera. En muchas cantinas en los
barrios obreros dejaban un paquete de periódicos en la barra con una lata al
lado para recoger las donaciones. Así se recaudaron muchos dólares, bajo el ojo
alerta de cantineros solidarios.
Había
sindicalistas que noche a noche llegaban de los talleres y de los ferrocarriles
para llevarse paquetes del Organizer para distribuirlo entre los hombres
en sus turnos de trabajo. La fuerza de ese periodiquito, su influencia sobre
los trabajadores, es indescriptible. Creían en el Organizer y en ningún
otro periódico. Ocasionalmente en la prensa burguesa aparecía una noticia sobre
un nuevo acontecimiento en la huelga. Los trabajadores no la creían. Esperaban
a que saliera el Organizer para ver cuál era la verdad. Las distorsiones
o las falsedades descaradas sobre la huelga que aparecían en la prensa --que
han destruido la moral de muchas huelgas-- no dieron resultado en Minneapolis.
En más de una ocasión, entre la multitud que siempre se abalanzaba en torno a
la sede de la huelga al salir el último número del Organizer, uno podía
escuchar comentarios de este tipo: "Ves lo que dice el Organizer.
Te dije que aquella noticia del Tribune era una maldita mentira".
Esa era la opinión general de los trabajadores hacia la voz del movimiento
obrero en la huelga, el Daily Organizer.
Este instrumento poderoso no le
costó al sindicato ni un centavo. Al contrario, el Daily Organizer
obtuvo ganancias desde el primer día y mantuvo a la huelga cuando no había
fondos en la tesorería. Las utilidades del Organizer cubrían los gastos
cotidianos del comisariato. El periódico se distribuía gratis a quien lo
quisiera pero casi todo trabajador solidario donaba desde cinco centavos hasta
un dólar por ejemplar. Mantenía alta la moral de los trabajadores; pero, sobre
todo, el papel que desempeñaba el Organizer era el de un educador. Cada
día el periódico tenía las noticias de la huelga, algunos chistes sobre los
patrones y otra información sobre lo que ocurría en el movimiento sindical.
Tenía incluso una caricatura diaria dibujada por uno de los camaradas locales.
Luego se incluía un editorial que sacaba las lecciones de las últimas 24 horas,
día tras día, y que señalaba el camino a seguir. "Esto es lo que ha
ocurrido. Esto es lo que viene. Esta es nuestra posición". A los trabajadores
en huelga se les armaba y preparaba de antemano para cada maniobra de los
mediadores o del gobernador Olson. Seríamos marxistas pobres si no fuéramos
capaces de prever cosas con 24 horas de anticipación. Acertamos tantas veces
que los huelguistas comenzaron a tomar nuestras predicciones como noticia y
dependían de ellas como tal. El Daily Organizer era el arma más
poderosa del arsenal de la huelga de Minneapolis. Puedo decir sin la menor
reserva de que entre todas las contribuciones que hicimos, la mas decisiva, la
que hizo que la balanza se inclinara del lado de la victoria, fue la
publicación del diario. Sin el Organizer no se habría ganado la huelga.
Todas
estas contribuciones que he mencionado fueron integradas y se realizaron con
gran armonía entre el equipo enviado por el Comité Nacional y los camaradas
locales que estaban en la dirección de la huelga. Las lecciones de la huelga
hotelera, las experiencias lamentables con gente engreída y desleal, se
asimilaron por completo en Minneapolis. Hubo la más estrecha colaboración desde
principio a fin.
El Partido
de Agricultores y Trabajadores
La huelga
presentó a Floyd Olson, el gobernador del Partido de Agricultores y
Trabajadores, un hueso duro de roer. Entendíamos las contradicciones en
que se hallaba. Por un lado, él era supuestamente el representante de los
trabajadores; por el otro, era el gobernador de un estado burgués, temeroso de
la opinión pública y temeroso de los patrones. Estaba atrapado entre su deber
de hacer algo --o aparentar hacer algo-- a favor de los trabajadores y su temor
de permitir que se fuera a perder el control de la huelga. Nuestra política
consistió en explotar esas contradicciones, exigirle cosas por que era el
gobernador del sector obrero, tomar todo lo que pudiéramos y todos los días
pedir a gritos más. Por otra parte, lo criticábamos y lo atacábamos por cada
paso en falso que daba y nunca accedimos en lo más mínimo a la teoría de que
los trabajadores dependieran de sus consejos.
Floyd
Olson era sin duda el líder del movimiento obrero oficial en Minnesota, pero
nosotros no reconocíamos su liderazgo. Los burócratas del movimiento obrero en
Minneapolis se hallaban bajo su dirección, tal como hoy en día los burócratas
del CIO y de la AFL están bajo la dirección de Roosevelt. Roosevelt es el jefe
y Floyd Olson era el jefe de todo el movimiento obrero en Minneapolis excepto
por el Local 574. No era nuestro jefe y no vacilábamos en atacarlo de la manera
más despiadada. Bajo estos ataques él reaccionaba un poco y accedía a dar una
que otra concesión que el liderazgo de la huelga agarraba y explotaba al
máximo. No le teníamos la menor lástima. Los burócratas obreros locales
lloriqueaban y chillaban atemorizados de que se le a arruinar su carrera
política. A nosotros no nos importaba. Eso era asunto suyo no nuestro. Lo que
queríamos eran que él diera mas concesiones y las exigíamos a gritos día tras
día. Los pencos sindicales se morían de miedo. "No hagan eso, no lo pongan
en tal calamidad, recuerden las dificultades de su cargo". No les prestábamos
atención y seguíamos por nuestro propio camino. Presionado y golpeado de ambos
lados, temeroso de ayudar a los huelguistas y temeroso de no ayudarles, Floyd
Olson impuso la ley marcial. En realidad esa es una de las cosas mas
fantásticas que jamás ha ocurrido en la historia del movimiento obrero
estadounidense. Un gobernador del Partido de Agricultores y Trabajadores
decretó la ley marcial y suspendió la circulación de camiones. Se suponía que
con ello se anotaban un tanto los trabajadores. No obstante, luego permitió la
circulación de camiones con permisos especiales. Ese sí fue un tanto para el
lado patronal. Naturalmente, los piquetes emprendieron la tarea de detener los
camiones, tuvieran permiso o no. Luego, a los pocos días, la milicia del gobernador
del Partido de Agricultores y Trabajadores, ocupó la sede de la huelga y detuvo
a sus dirigentes.
Me estoy
adelantando un poco en el relato. Al imponerse la ley marcial, las primeras
bajas, los primeros presos militares de Olson y de su milicia pasamos a ser yo
mismo y Max Schachtman. No sé cómo averiguaron que estábamos allí, puesto que
no éramos muy conspicuos en público. Pero Schachtman llevaba puesto un enorme
sombrero de vaquero --quién sabe de dónde lo sacó ni por qué en nombre de Dios
lo llevaba puesto-- y eso lo hacía conspicuo. Supongo que fue así que nos
ubicaron. Una noche, Schachtman y yo nos alejábamos de la sede de la huelga,
nos dirigimos hacia el centro y, necesitando un poco de esparcimiento,
anduvimos viendo qué estaban exhibiendo. Hacia el final de la Avenida Hennepin
nos topamos con una opción: en un sitio un espectáculo de variedades y al lado
una película. ¿A dónde ir? Bueno, naturalmente yo dije, la película. Un par de
detectives que nos habían venido siguiendo nos arrestaron allí. Por poco y nos
detienen dentro de un espectáculo de variedades. Qué escándalo habría sido. No
viviría lo suficiente como para llegar a olvidarlo, sin duda.
Arrestan a
dirigentes obreros
Nos tuvieron
presos unas 48 horas, después nos llevaron al tribunal. Nunca en mi vida había
visto tantas bayonetas en un solo sitio como las que había dentro y en los
alrededores de la sala. Todos estos jóvenes, tanto los rústicos del norte del
estado como los insolentes de cuello blanco, que estaban en las milicias
parecían estar más que dispuestos para hacer prácticas con bayoneta. Algunos de
nuestros amigos estaban en el tribunal observando lo que sucedía. Al final, el
juez nos entregó a los militares y a Shachtman y a mí nos llevaron por los
pasillos y por las escaleras entre dos filas de milicianos bayonetas en mano.
Mientras nos llevaban para sacarnos del tribunal, oímos un grito. Bill Brown y
Mick Dunne, estaban observando la procesión tranquilamente sentados en una
ventana del tercer piso, riéndose y saludándonos. "Ojo con las
bayonetas", gritaba Bill. Lo que fuera por sacarte una risa en
Minneapolis. A los pocos días, cuando la milicia arrestó a Bill y a Mick lo
tomaron con la misma serenidad.
Nos metieron
en la cárcel militar y pusieron de guardia a dos o tres de estos novatos
nerviosos con sus manos en las bayonetas todo el tiempo. Albert Goldman llegó
amenazando con tomar una acción legal. Los jefes de las milicias se miraban
ansiosos de deshacerse de nosotros y de evitarse cualquier problema con este
abogado de Chicago. De nuestra parte, no queríamos que nuestra detención
sirviera como caso experimento legal. Ante todo, queríamos salir de modo que
pudiéramos serle útiles al comité timón del sindicato. Decidimos aceptar la
oferta que hicieron. Nos dijeron, sí se van de la ciudad pueden quedar libres.
Dijimos, muy bien, y nos mudamos a St. Paul, al otro lado del río. Allí
teníamos reuniones del comité directivo todas las noches mientras cualquiera de
sus dirigentes centrales estaba siempre y cuando cualquiera de sus dirigentes
centrales no estuvieran preso. El comité directivo --a veces con Bill Brown, a
veces sin él--, se metía en un auto, manejaba hasta allá, discutía las
experiencias del día y planificaba el día siguiente. Durante toda la huelga
nunca se realizó una medida seria sin discutirla y prepararla de antemano.
Fue entonces que ocurrió la redada
a la sede de la huelga. Una mañana los miembros de la milicia rodearon la sede
a las 4:00 de la madrugada y detuvieron a cientos de piquetes y a todos los
dirigentes que les pudieron poner las manos encima. Detuvieron a Mick Dunne, Vincent Dunne, Bill Brown. En su
prisa "se les fueron" algunos de los dirigentes. Farrell Dobbs, Grant
Dunne y algunos otros se les fueron de las manos. Estos simplemente formaron
otro comité y otra sede de huelga en varios los talleres de auto solidarios.
Los piquetes, organizadas en clandestinidad, siguieron con gran vigor. La lucha
continuó y los mediadores siguieron con sus artimañas.
El primer
hombre que enviaron a lidiar con la situación fue uno de nombre Dunnigan. Era
un tipo de apariencia impresionante que usaba quevedos, suspendidos de una
cinta negra y fumaba cigarros caros, pero no sabía mucho. Después de intentar infructuosamente
por un tiempo de imponerse a los dirigentes de la huelga, preparó una propuesta
de arreglo que incluía un aumento salarial substancial para los trabajadores,
pero que no concedía todas la demandas de los trabajadores. Entretanto, enviaron
a uno de los negociadores más hábiles de Washington, un cura católico llamado
padre Haas. El se identificó con la propuesta de Dunnigan, y esta pasó a
conocerse como el "Plan Haas-Dunnigan". Los huelguistas lo aceptaron
de inmediato. Los patrones se demoraron y se encontraron en la posición de
oponerse a una propuesta gubernamental, pero eso no pareció molestarles. Los
huelguistas aprovecharon la situación de forma eficaz al movilizar la opinión
pública a su favor. Entonces, cuando habían pasado varias semanas, el padre
Haas cayó en la cuenta de que no podría presionar de ninguna manera a los
patrones, de modo que decidió presionar a los huelguistas. De forma atrevida le
planteó el tema al comité negociador del sindicato: "Los patrones no
ceden, así es que ustedes deben ceder. La huelga se debe resolver. Washington
insiste".
Los
dirigentes de la huelga respondieron: "No, usted no puede hacer eso. Trato
es trato. Nosotros aceptamos el plan Haas-Dunnigan. Estamos luchando por su
plan. Aquí se juega su honor". Ante lo cual el padre Hass dijo --y esta es
otra amenaza que siempre le lanzan a los dirigentes sindicales--, "Vamos a
hablar con las filas del sindicato en nombre del gobierno de Estados
Unidos". Esa amenaza por lo general mata de miedo a cualquier dirigente
sindical sin experiencia.
Pero en
Minneapolis los dirigentes de la huelga no se espantaron. Dijeron, "Bien,
vamos a darle". Así es que le organizaron una reunión. Y se topó con una
reunión como no la esperaba. Esa reunión, como toda acción importante tomada
durante la huelga, fue planificada y preparada de antemano. Apenas había
terminado el padre Haas con su discurso y se desató una gran tormenta. Uno por
uno, los huelguistas de filas se pararon y demostraron lo bien que habían
memorizado los discursos que se habían delineado en las reuniones. Casi lo
corrieron de la reunión. Le causaron un malestar físico. Desesperado, se fue de
la ciudad. Los huelguistas votaron de forma unánime condenando su intento
traicionero de echar a pique la huelga y, por tanto, su sindicato.
Dunnigan
estaba acabado, el padre Haas estaba acabado. Entonces enviaron a un tercer
mediador federal. Obviamente, éste había aprendido de las tristes experiencias
de los otros para intentar andarse con trampas. El señor Donaghue, creo que se
llamaba, entró de lleno a las negociaciones y en cuestión de días elaboró un
acuerdo que representaba una gran victoria para el sindicato.
El nombre
de una nueva galaxia de dirigentes sindicales brilló en los cielos del
noroeste: William S. Brown; los hermanos Dunne, Vincent, Miles, y Grant; Carl
Skoglund; Farrell Dobbs; Kelly Postal; Harry DeBoer; Ray Rainbolt; George
Frosig.
La gan
huelga terminó después de cinco semanas de una lucha amarga durante la cual no
había habido una sola hora libre de tensión y de peligro. Dos trabajadores
murieron durante la huelga, hubo veintenas de heridos, baleados, de agredidos
en las líneas de piquete en la batalla para prevenir que los camiones
circularan sin choferes sindicalizados. Se aguantaron muchas dificultades,
muchas presiones de todo tipo, pero al final el sindicato salió victorioso, se
estableció de manera firme, construido sobre roca sólida en virtud de aquellas
luchas. Creíamos, y lo escribimos después, que esto le hacía justicia de forma
gloriosa al trotskismo en el movimiento de masa.
Ola
nacional de huelgas
Minneapolis
representó la cúspide de la segunda ola de huelgas bajo la NRA [Ley de
Recuperación Nacional]. La segunda ola llegó más alto que la primera, así como
la tercera estaba destinada a superar la segunda y llegar a la cúspide de las
huelgas de brazos caídos del CIO. El gigante del proletariado estadounidense
empezaba a sentir su poder en esos años, empezaba a demostrar su tremendo
potencial, que recursos de fuerza, ingenio y valor existen dentro de la clase
obrera norteamericana.
En julio
de ese año, 1934, escribí un artículo sobre estas huelgas y sobre las olas de
huelgas para la primera edición de nuestra revista New International
(Nueva Internacional). Dije:
"La segunda
ola de huelgas bajo la NRA se eleva más alto que la primera y marca un enorme
paso al frente de la clase obrera estadounidense. El tremendo potencial de
desarrollos futuros queda claramente escrito en este avance. . .
"En
estas grandes luchas los trabajadores estadounidenses en todos los rincones del
país están desplegando la combatividad incontenible de una clase que recién
comienza a despertar. Esta es una nueva generación de una clase que no ha sido
derrotada. Al contrario, sólo es hasta hoy que comienza a reconocerse y a
sentir sus fuerzas, y en estos primeros conflictos tentativos el gigante
proletario ofrece una promesa gloriosa para el futuro. La generación actual se
mantiene fiel a la tradición del movimiento obrero norteamericano. Es valientemente
agresiva y violenta desde el comienzo. El trabajador norteamericano no es un
cuáquero. Los acontecimientos futuros de la lucha de clases van a traer mucha
batallas a Estados Unidos de América".
La tercera
ola, que culminó con las huelgas de brazos caídos, confirmó ese pronóstico y
nos dio bases para anticipar, llenos del mayor optimismo, manifestaciones más
grandes, más grandiosas aún, del poder y de la combatividad de los trabajadores
norteamericanos. En Minneapolis vimos cómo la combatividad natural de los
trabajadores se fundió con un liderazgo político consciente. Minneapolis
demostró lo importante que puede ser el papel que juega ese liderazgo. Demostró
lo prometedor que resulta para un partido que se base en principios políticos
correctos y que esté fundido y unido a la masa de trabajadores estadounidenses.
En esa combinación se puede ver el poder que ha de conquistar el mundo entero.
Durante
esa huelga, a pesar de lo ocupados que estábamos día a día con innumerables
detalles y bajo la presión constante de los sucesos diarios, nunca nos
olvidamos del aspecto político del movimiento. Ocasionalmente, en el comité
timón no sólo discutíamos el problema inmediato de la huelga ese día, sino que
de la mejor manera posible nos manteníamos vivos y atentos de los
acontecimientos del mundo más allá de Minneapolis. En aquellos momentos Trotsky
estaba elaborando una de sus propuestas tácticas más audaces. Propuso que los
trotskistas de Francia se encaminaran hacia la revigorizada ala izquierdista de
la socialdemocracia francesa y trabajaran allí como una fracción bolchevique.
Ese fue el famoso "viraje francés". Nosotros debatimos esa propuesta
al calor de la huelga de Minneapolis. Para Estados Unidos la interpretamos como
un mandato para apurar la unificación con el Partido Estadounidense de los
Trabajadores (AWP). El AWP era obviamente el grupo político más cercano a
nosotros y que se inclinaba a la izquierda. Decidimos recomendar a la dirección
nacional de nuestra Liga que diera pasos decisivos tendientes a acelerar la
unificación para completarla antes del fin de año. Los musteistas habían
dirigido una gran huelga en Toledo. Los trotskistas se habían destacado en
Minneapolis. Toledo y Minneapolis se vieron ligadas como símbolos gemelos de
los dos puntos culminantes de combatividad proletaria y liderazgo consciente.
Estas dos huelgas tendían a acercar más a los militantes de cada batalla, a
volverlos más solidarios entre sí, más deseosos de una colaboración estrecha.
Era obvio, bajo todas estas circunstancias, que ya era tiempo que se diera la
señal para la unificación de estas dos fuerzas. Retornamos de Minneapolis con
esta meta en la mira y procedimos de forma decidida hacia la fusión de los
trotskistas con el Partido Estadounidense de los Trabajadores, a lanzar un
nuevo partido: la sección estadounidense de la Cuarta Internacional.
Al final de nuestra última
conferencia, partíamos de Minneapolis y retornábamos a Nueva York en busca de
nuevos mundos que conquistar. La gran ola de huelgas de 1934, bajo la segunda
administración de Roosevelt, aún no había agotado sus fuerzas. En cuanto al
número de trabajadores que participaron, mas no en otros aspectos, esa ola
alcanzó su punto culminante durante la huelga general de los trabajadores
textiles en septiembre. El primero de septiembre de 1934, 750 mil trabajadores
de hilanderías salieron en huelga. El Militant informó sobre ella, a la
vez que daba sugerencias editoriales completas sobre lo que los huelguistas
debían hacer para aprovechar al máximo su situación. Nuestra organización
política avanzaba aprovechando la ola del movimiento obrero de masas. Sin
embargo, nuestra marcha de progreso se vio momentáneamente interrumpida debido
a un ligero obstáculo, se trataba de una vergüenza financiera. El mismo número
del Militant que informó sobre la huelga de los 750 mil hilanderos y que
incluía varios artículos sobre los resultados de la huelga de Minneapolis,
contenía en la primera plana la siguiente nota; hoy la copié para que tuvieran
una mejor apreciación de la situación según se nos presentaba en aquel momento:
"Estamos
en crisis. . . . Nuestras actividades en Minneapolis han agotado nuestros
recursos hasta el fondo. . . . He aquí los hechos: en sólo cuestión de días el
aguacil se va aparecer en nuestro taller y va a poner nuestro equipo de
impresión en la calle. Ya entregaron la notificación de desahucio. Y aun si el
casero se apiadara de nosotros por unos días, de todas maneras lo más probable
es que tendremos que dejar de operar. Desde hace mucho que se venció la cuenta
de electricidad; nos van a cortar la luz. A la compañía del gas, la compañía
del papel y a muchísimos otros acreedores los tenemos encima exigiendo que les
paguemos. ¡Envíen contribuciones, actúen ya!"
Así
equipados y dotados, nos dirigimos al Partido Estadounidense de los
Trabajadores (AWP) con otra propuesta de unificación. Les instamos a que se nos
unieran para formar un nuevo partido para conquistar el mundo. Reiniciamos las
negociaciones con una carta fechada el 7 de septiembre, pidiendo al AWP que
asumiera una postura positiva a favor de la unificación y designara un comité
para que discutiera con nosotros el programa y los detalles de la organización.
Esta vez recibimos una respuesta rápida del Partido Estadounidense de los
Trabajadores. La carta contenía un doblez. Por un lado, bajo la influencia de
los activistas de filas en la conferencia de Pittsburgh, quienes habían hablado
de una manera enfática a favor de la unificación, la carta del AWP, firmada por
Muste, el secretario nacional, tenía un tono conciliador y se pronunciaba a
favor de la unificación, si pudiésemos llegar a un acuerdo. Ello expresaba los
sentimientos de los elementos activos honestos, los trabajadores de campo del
AWP. Creo que por aquel tiempo el propio Muste era de igual disposición. Sin
embargo, esa misma carta tenía otro lado, que contenía una referencia
provocadora sobre la Unión Soviética. Esto representaba la influencia de
Salutsky y de Bundez, quienes eran amargamente hostiles a la unidad con los
trotskistas.
El AWP no era una organización
homogénea. Su carácter progresista se determinaba por dos factores: (1) a
través de sus vigorosas actividades en el movimiento de masas, en los
sindicatos y en el campo de los desempleados, había atraído a trabajadores
combativos de filas que tomaban absolutamente en serio la lucha contra el
capitalismo; (2) el rumbo general que el Partido Estadounidense de los
Trabajadores seguía en aquel entonces tendía claramente hacia la izquierda, hacia
una posición revolucionaria. Estos dos factores determinaron el carácter
progresista del movimiento musteísta en su conjunto e hicieron que nos viéramos
atraídos a él. Al mismo tiempo, como he dicho, nos dábamos cuenta de que no era
una organización homogénea. En realidad, se podría describir más correctamente
como una amalgama política que comprendía en su interior todo tipo de especies
políticas. Dicho de otra forma, entre la militancia del AWP había de todo,
desde revolucionarios proletarios hasta sinvergüenzas y farsantes
reaccionarios.
La figura
de A.J. Muste
El
personaje más destacado dentro del Partido Estadounidense de los Trabajadores
era A.J. Muste, un hombre extraordinario que siempre me resultó en extremo
interesante y por quien siempre mantuve los sentimientos más amistosos. Era un
hombre capaz y vigoroso, obviamente sincero y entregado a la causa, a su
trabajo. Su defecto radicaba en su pasado. Muste había empezado su vida como
pastor. Ese hecho en sí ya le ponía dos strikes en su contra. Porque es
muy difícil hacer que un pastor llegue a ser otra cosa. Eso no lo digo en tono
de burla; y más que de ira, es de tristeza. Muchas veces vi cómo lo intentaron,
pero jamás con éxito. Muste era, se puede decir, la última oportunidad y la
mejor oportunidad; y aun él, quien tuvo las mejores posibilidades, tampoco al
final pudo lograrlo debido a ese terrible pasado con la iglesia, que ya lo
había marcado en sus años de formación. Consumir el opio de la religión es en
sí algo muy malo: Marx correctamente definió a la religión como opio. Pero
traficarlo --como hacen los pastores--, es peor aún. Esa es una ocupación que
deforma la mente humana. Ni un solo pastor, de los muchos que han pasado por el
movimiento obrero radical de Estados Unidos, durante toda su historia, ni uno
solo de ellos al final salió bueno o llegó a ser un revolucionario auténtico.
Ni uno solo. Sin embargo, a pesar del defecto de este pasado, Muste resultaba
prometedor gracias a sus cualidades personales excepcionales y a la gran influencia
que tenía sobre quienes se asociaban con él, a su prestigio y su buena
reputación. Muste prometía convertirse en una verdadera fuerza como un
dirigente del nuevo partido.
Muste no
era el único dirigente del AWP. Se podría decir que era el que estaba en el
medio, el moderador, el dirigente central que balanceaba todo entre los lados
rivales.
En el
Comité Nacional del Partido Estadounidense de los Trabajadores había otro
hombre extremadamente capaz. Lo mencioné en la conferencia anterior: se llamaba
Salutsky. Así le conocimos en el Partido Socialista y en los primeros años del
comunismo estadounidense. Hoy se llama J.B.S. Hardman, el director de Advance
[Avance], órgano oficial del sindicato Amalgamado de Trabajadores de la Costura
(ACW); ha tenido ese puesto los últimos 20 años. Salutsky era un hombre a
medias. Hablando en términos intelectuales era un socialista. Sus orígenes se
remontaban al movimiento socialista ruso, a la Liga Judía. Había sido un
destacado dirigente de la Federación Socialista Judía del Partido Socialista de
Estados Unidos. Por años fue el director del órgano de la Federación Judía y
con mucho su hombre más capaz, destacándose por encima de personas como Olgin y
otras figuras también prominentes del movimiento. Moralmente, Salutsky era
débil, un vacilante oportunista que nunca supo decidir irse hasta las últimas.
Quería y no quería. Salutsky siempre tuvo dividida su lealtad, y cada medida
que tomaba en una dirección la atajaba esa contradicción interna, esa doble
personalidad, que lo halaba en la dirección opuesta. Vivía una vida doble. Los
domingos quería pertenecer al partido, discutir teoría, asociarse con personas
de ideas. Pero los días de semana era J.B.S. Hardman, el servil director de Advance,
un francotirador intelectual que hacía todo tipo de trabajo sucio para Sidney
Hillman, ese ignorante, patán y embustero, el jefe del sindicato Amalgamado de
Trabajadores de la Costura.
A nivel personal conocí muy bien a
Salutsky. Cuando lo vi en 1934, en el curso de las negociaciones con el Partido
Estadounidense de los Trabajadores, era la segunda vez que entrábamos en una
relación similar. Trece años antes, en 1921, él y yo participamos --desde
posiciones opuestas-- en el comité negociador conjunto del "Consejo de
Trabajadores" y en el Partido Comunista clandestino. "Consejo de
Trabajadores" fue el nombre del grupo efímero de los Socialistas de
Izquierda que en 1921 se escindió del Partido Socialista, es decir, dos años
después de la gran y decisiva escisión de 1919, y que buscó unírsenos sobre la
base de un Partido Comunista legal. La posición de Salutsky por aquel entonces
era ya muy propia de él. En 1919, cuando ocurrió la escisión principal, cuando
se dividió todo el movimiento entre comunistas por un lado y socialdemócratas
por el otro, Salutsky rechazó a los comunistas y se quedó con el Partido
Socialista. Sin embargo, su tendencia izquierdista y su conocimiento del
socialismo eran tales que no se podía reconciliar de forma total con la derecha
y comenzó a jugar con la organización de un nuevo grupo de izquierda en el
Partido Socialista. Este era un grupo de comunistas de segundo nivel, de
segundo rango. Para 1921, Salutsky, sus amigos y otros de su talla habían
experimentado una nueva escisión del Partido Socialista, formando otra
organización llamada el "Consejo de Trabajadores".
Fue
característico el que Salutsky no entrara al Partido Comunista de lleno y de
una manera directa ni en 1919 ni en 1921. No quería entrar al PC clandestino,
sino formar, junto a nosotros, un nuevo partido con un programa moderado y
estrictamente "legal". Por así decirlo, en 1921 entró al partido por
la puerta trasera, mediante la fusión que realizamos con el "Consejo de
Trabajadores" para formar un partido legal, el Partido de los
Trabajadores. Sucede que esa fusión coincidía con nuestros objetivos en
aquellos momentos. El Partido Comunista de Estados Unidos se encontraba en la
clandestinidad y, como ya he mencionado, tratábamos de presionarlo para que
poco a poco saliera de ella. En aquel entonces queríamos formar una
organización legal, no como un partido autosuficiente, sino como pantalla para
el movimiento clandestino y como un paso en nuestra lucha por la legalidad.
Para nuestros fines resultaba muy beneficioso efectuar una unificación con
grupos mixtos como la organización de Salutsky, el "Conse --conocido como
Partido de los Trabajadores-- estaba completamente dominado por el Partido
Comunista. Todo el mundo sabía que era la expresión legal del Partido Comunista.
Salutsky y otros, como Engdahl, Lore y Olgin, estaban dispuestos a unirse a
esta organización legal, pero no al Partido Comunista clandestino. Salutsky se
adhirió al movimiento comunista de una forma más o menos vergonzante. Sin
embargo, no permaneció mucho tiempo en él. Cuando el Partido de los
Trabajadores, bajo la dirección e influencia del Partido Comunista, lanzó una
campaña contra la burocracia sindical, él se comenzó a escabullir. Salutsky no
tenía estomago para ese tipo de cosas.
Una cosa es dar una conferencia
sobre el socialismo y la lucha de clases un domingo, explicar las
contradicciones del capitalismo y la inevitabilidad de la revolución. Otra cosa
distinta es involucrarse en la acción revolucionaria práctica que lo lleva a
uno a entrar en conflicto con los sindicalistas farsantes, y, por tanto, a
arriesgar la oportunidad de poder servirles en cargos bien remunerados. Al poco
tiempo Salutsky dejó el Partido de los Trabajadores --o fue expulsado--, no
recuerdo cuál de los dos. No importa. Sin embargo, Salutsky no podía dejar de
jugar con las ideas del socialismo y la revolución. Se afilió a la Conferencia
por la Acción Obrera Progresista [CPLA], predecesora del Partido Estadounidense
de los Trabajadores [AWP]. Ayudó a dar a la CPLA cierta dirección política y
fomentó la idea de transformarla en un partido; sin embargo, quería un partido
seudorrevolucionario, no uno de verdad. Tampoco quería entrar en conflicto con
los burócratas sindicales. Pero a lo que más temía era una unión con los
trotskistas. Salutsky no escatimó esfuerzos para sabotear la unificación.
Sabía, como sabían muchos otros, que lo característico de nuestro movimiento
--como lo he mencionado en charlas anterioores--, es que los trotskistas tomamos
las cosas muy en serio. Salutsky sabía que una vez se efectuara una fusión
entre el AWP y los trotskistas, desaparecería toda posibilidad futura de
intentar hacerse pasar por socialista con un partido seudorrevolucionario.
En las
negociaciones con Salutsky nos reunimos como enemigos, corteses, claro está,
como una costumbre que impera entre negociadores, uno pasa el tiempo, bromea un
poco y oculta el puñal, al menos al principio. Recuerdo el primer día que
entramos --Shachtman y yo, y creo que Abern u Oehler, no estoy seguro cuál de
ellos-- a la oficina del Partido Estadounidense de los Trabajadores, acudiendo
a una cita, para reunirnos con Muste, Salutsky y Sidney Hook, el catedrático de
la Universidad de Nueva York, quien en ese entonces se aficionaba con el
socialismo. Mientras intercambiábamos cumplidos antes de empezar la reunión,
Salutsky me dijo, con esa sonrisa tristona que parece que nunca se le quita:
"Siempre leo el Militant. Me gusta ver lo que tiene que decir
Trotsky".
Estuve a
punto de responderle que siempre leo el Advance para ver lo que Hillman
tiene que decir. Pero lo deje pasar. Nos portamos de la mejor manera posible,
estábamos dispuestos a realizar la unificación con un mínimo de fricción
posible sobre cosas casuales. Salutsky hizo todo lo que estuvo a su alcance
para sabotear la unificación, pero terminó perdiendo la partida. En vez de que
consiguiera alejar al Partido Estadounidense de los Trabajadores de los
trotskistas, fuimos nosotros quienes logramos acercar al partido, atraerlo
hacia la unificación final, y a él se le tiró como a un trapo viejo. Así
llegaron a su fin las actividades "socialistas" de Salutsky. Renunció
por completo al partido y a la política radical. Ahora está en el terreno de
Roosevelt y es allí donde pertenece.
Otro destacado
dirigente del Partido Estadounidense de los Trabajadores en aquella época era
un hombre llamado Louis Bundez. El había empezado como un trabajador social.
Por años su interés por el movimiento obrero había sido el de un estudiante
observador y publicaba una revista subvencionada que daba consejos a los
trabajadores pero que no representaba ningún movimiento organizado. Finalmente,
mediante la Conferencia por la Acción Obrera Progresista, se conectó por vez
primera con el movimiento de masas para el que indiscutiblemente tenía un
talento considerable.
El trabajo
de masas es un trabajo difícil y devora a mucha gente. En 1934 Bundez, quien no
tenía antecedentes ni educación socialista, era ciento por ciento patriota,
tres cuartos estalinista, estaba exhausto y un poco enfermo, y andaba en busca
de la primera oportunidad de venderse. Se opuso de forma enconada a la
unificación. Bundez ya había puesto sus ojos en el partido estalinista, como en
realidad también lo había hecho un sector considerable del AWP. Sólo la
intervención enérgica de los trotskistas y la presión de nuestras negociaciones
por la unidad impidieron que el partido estalinista se tragara a un sector más
amplio del AWP en aquel momento. Debo añadir que Bundez finalmente encontró la
oportunidad de venderse, hoy es el director del Daily Worker y
por años viene haciendo todo el trabajo sucio por el que le paguen.
Y luego
estaba Ludwig Lore, a quien conocíamos bien desde los viejos tiempos del
Partido Comunista. Lore, uno de los primeros comunistas en Estados Unidos; uno
de los directores de Class Struggle (Lucha de clases), la primera
revista comunista en este país; un socialista de izquierda más que un comunista
de corazón, quien iba hacia atrás y ahora pasaba por el AWP en ruta hacia su reconciliación
total con la democracia burguesa. Finalmente, se consiguió un trabajo en el New
York Evening Post como un columnista superpatriótico. Lore
se oponía a la unificación.
Estas eran
algunas de las principales figuras del AWP. Al discutir entre nuestras filas la
cuestión de la unificación con los musteístas, nos topamos con una oposición,
el inicio dentro de nuestro movimiento de una fracción sectaria dirigida por
Oehler y Stamm. Escuchamos los argumentos de marras de sectarios que sólo
pueden ver a los dirigentes oficiales de las organizaciones y no a las filas y
juzgan las cosas a partir de ese criterio. Ellos preguntaban: "¿Cómo nos
vamos a unir a Salutsky, a Lore, etcétera?" Si el Partido Estadounidense
de los Trabajadores no hubiese sido nada más que Salutsky, Lore y compañía, su
posición habría tenido entonces cierta lógica.
Detrás de
esos impostores y renegados veíamos a algunas personas serias, algunos
militantes proletarios. Ya he mencionado a los camaradas que dirigieron la
huelga de Toledo. Ellos tenían muchos elementos de ese tipo por toda
Pennsylvania y en el Medio Oeste. Habían forjado una organización de
desempleados, que era de tamaño considerable. Era este tipo de activistas
proletarios del AWP en quienes estábamos interesados; ellos y Muste, a quien
creíamos que se le podía convertir en un bolchevique. Aparte de Muste, quien
era en sí un verdadero carácter; aparte de Budenz, Salutsky y Lore, había otros
dentro de esa masa heterogénea que llevaba por nombre Partido Estadounidense de
los Trabajadores: la gente de Toledo, los militantes de filas del movimiento de
desempleados y uno que otro sindicalista de filas. Además, para completar la
nómina de miembros del Partido Estadounidense de los Trabajadores, había
algunas muchachas de la YWCA [Asociación Cristiana de Mujeres Jóvenes],
estudiantes de la Biblia, intelectuales de todo tipo, catedráticos
universitarios y otros inclasificables quienes sencillamente habían deambulado
por la puerta abierta.
Nuestra
tarea
Nuestra tarea política consistía
en impedir que los estalinistas se tragaran a este movimiento, y quitar de
nuestro paso un obstáculo centrista mediante la unidad con los activistas
proletarios y otra gente seria, aislando a los fraudulentos e impostores y
desechando a aquellos elementos que no eran asimilables. Esa fue una gran tarea
que al final terminamos ganando, pero no sin enormes esfuerzos y dificultades.
Mencioné
que la carta del AWP, que remitieron en respuesta a nuestra segunda propuesta
de negociación, contenía una provocación con respecto a la cuestión rusa. No
cabe duda que esa provocación era inspiración de Salutsky y Budenz. Voy a citar
unas cuantas líneas de esa carta para darles una idea de qué era de lo que esa
provocación se trataba. En ella se leía: "Debemos ocuparnos de que
nuestras críticas de las políticas de la Internacional Comunista y del Partido
Comunista no sólo no sean un ataque contra la Unión Soviética, sino que tienen
que quedar libres de toda apariencia de serlo. Por justas que hayan sido las críticas
de la CLA [Liga Comunista de Norteamérica] sobre ciertas políticas de la Unión
Soviética, en la opinión pública han quedado marcadas como una expresión de una
actitud antagónica hacia la Unión Soviética".
A renglón
seguido decían en la carta que debía haber un claro entendimiento de que el
hecho de unírsenos no significaba que ellos pasarían a ser antisoviéticos.
Cuando leímos esta carta en la reunión de nuestro Comité Nacional nos dimos
contra las paredes. Nuestra reacción subjetiva fue pensar: somos nosotros
quienes desde 1917 hemos venido defendiendo la Unión Soviética. Y esta gente,
quienes en su mayoría la acaban de descubrir, se atreven no obstante a darnos
lecciones sobre nuestras obligaciones respecto de la Unión Soviética.
Enardecidos nos sentamos y escribimos una respuesta mordaz que nos sirvió para
desfogarnos. Después que habíamos redactado esa respuesta, en la que les
decíamos sus verdades, nos calmamos. Sabíamos de qué se trataba, era una
provocación. Habría sido una tontería de parte nuestra haber caído en una
trampa como esa y perder de vista nuestras metas y tareas políticas. A partir
de lo cual en la reunión del comité delineamos otra respuesta en la que: (1)
plantearíamos nuestra posición sobre la Unión Soviética de manera firme; (2)
haríamos como si no habíamos notado la provocación; y (3) haríamos hincapié una
vez más en la necesidad de la unidad. Este tipo de respuesta tenía como
objetivo dificultar a los provocadores el que bloquearan la tendencia hacia la
unidad en las filas del AWP.
Mientras estábamos sentados en la
reunión en nuestra oficina de la Segunda Avenida, para discutir los puntos de
ese plan general y decidir quién debía redactarlo, recibimos la visita de los
catedráticos Hook y Burnham, quienes eran miembros de aquel fantástico comité
nacional del Partido Estadounidense de los Trabajadores. Ellos estaban a favor
de la fusión. Eso nos resultaba muy favorable, el tener a dos catedráticos del
comité del AWP a favor de la fusión, independientemente de cuáles pudieran ser sus
verdaderos motivos. Hook quería la fusión para poder librarse del AWP y así
acabar su corta aventura en la política partidaria. Quería jubilarse en la
periferia, el único lugar donde siempre se ha sentido en casa y que no debió
haber abandonado jamás. Como llegaron a demostrar hechos posteriores, Burnham
quería la unificación con los trotskistas porque en ese entonces estaba dando
un paso hacia adelante, se estaba volviendo un poco más radical. Quería meter
un poco más la punta del pie en las frías aguas de la política proletaria, a la
vez que se mantenía, con el otro pie, firmemente plantado en el suelo burgués.
Los dos valientes catedráticos vinieron a advertirnos de la provocación. Temían
que fuéramos a responder usando el mismo tono y que eso daría al traste con los
planes. Ese fue el motivo de su visita. Se sintieron muy complacidos y llenos
de alivio cuando les dimos el segundo plan general del proyecto de nuestra
respuesta.
Mientras
esto venía ocurriendo en nuestro campo, por todos lados, en todas las
organizaciones, las cosas se venían agitando ante el impacto de los sucesos que
acontecían en el movimiento de masas. Por ese entonces empezamos a atraer a
pequeños grupos de gente de los lovestonistas y de otros círculos. En el Militant
del 8 de septiembre apareció la siguiente noticia: "Grupo de Lovestone se
resquebraja en Detroit. Se unen cinco a la Liga". El mismo número del Militant
informó que Herbert Zam había dejado la organización de Lovestone, y que Zam y
Gitlow se iban a afiliar al Partido Socialista. El Militant del 29 de
septiembre informó: "Los bolcheviques-leninistas franceses se han afiliado
como una fracción al Partido Socialista de Francia". Esta fue la primera
gran acción realizada con miras a poner en práctica la línea de Trotsky conocida
como el "viraje francés", la cual instruía a nuestros camaradas a que
se afiliaran, donde fuera posible, a aquellas organizaciones socialistas
reformistas a las que pudieran tener acceso a fin de establecer contacto con el
Ala Izquierda en desarrollo y sentar así las bases para un nuevo partido.
Nuestras
propuestas organizativas, las cuales presentamos al Partido Estadounidense de
los Trabajadores en nuestra tercera reunión, ayudaron mucho a facilitar la
unificación. Siempre creímos que el programa lo decide todo. Un grupo que está
seguro de haber adoptado el programa marxista no necesita luchar con ahínco por
cada detalle organizativo. Un error común de los militantes con poca
experiencia es exagerar la cuestión organizativa y menospreciar el papel
decisivo del programa. En los primeros días del movimiento comunista en Estados
Unidos muchas de las luchas e incluso de las escisiones se produjeron
innecesariamente a partir de una preocupación exagerada de las distintas
fracciones por las posiciones organizativas que se consideraban como puestos
ventajosos para esa fracción. Algo habíamos aprendido de aquella experiencia, y
ahora nos resultaba de mucha utilidad.
Cuando, en
el curso de las negociaciones, vimos que los musteístas se nos estaban acercando
en cuanto a la cuestión del programa, les presentamos un juego completo de
propuestas referentes a la parte organizativa de la fusión, aspecto que
preocupaba mucho a varios de ellos. Les ofrecimos un arreglo de mitad y mitad
en todos los aspectos. Ya para entonces éramos más fuertes numéricamente que
los musteístas. De haber un duelo entre los militantes que abonaban cuotas a la
organización, nuestras fuerzas eran más numerosas. Puede que tuvieran un
movimiento más grande en una forma nebulosa --incluso quizás más simpatizantes
en general--, pero nosotros teníamos más militantes reales. Nuestra
organización era más compacta. Sin embargo, nos despreocupamos de todo eso y
les ofrecimos un arreglo tal que los cargos oficiales del partido se dividirían
en partes iguales entre los dos lados. Es más, en cada caso en que habían dos
puestos relativamente iguales en importancia, les dábamos a escoger. Por
ejemplo, en los dos puestos principales propusimos que Muste debía ser el
secretario nacional y yo debía ser el director del periódico. O si así lo
deseaban, a la inversa: yo sería el secretario nacional y Muste el director.
Era algo difícil de objetar. Sabíamos lo que para ellos significaba --debido a
su sobrevaloración de las cuestiones puramente organizativas-- ocupar la
secretaría, porque el secretario, al menos teóricamente, es quien controla la
máquina del partido. Estábamos más interesados en la dirección del periódico
porque eso moldea de forma más directa la ideología del movimiento. Hicimos
algo similar con los puestos de secretario laboral y director educativo. Les
propusimos que ocuparíamos este último y les daríamos el primero, o viceversa,
como mejor les pareciera.
El Comité
Nacional había de tener un mismo número de cada lado y todas las demás cuestiones
organizativas que se presentasen se habían de resolver sobre una base de
paridad. Tal fue nuestra propuesta. Su equidad patente, hasta generosidad, tuvo
un gran impacto en Muste y en sus amigos. Nuestras "propuestas
organizativas", en vez de precipitar conflictos o puntos muertos, como ha
ocurrido tan a menudo, facilitaron muchísimo la unidad. Como dije, logramos
hacer esto y eliminar de un solo golpe lo que tan a menudo ha sido un obstáculo
insuperable, porque habíamos aprendido las lecciones de las luchas
organizativas pasadas en el Partido Comunista.
Con
respecto a la cuestión organizativa asumimos una actitud liberal y
conciliadora, reservando nuestra intransigencia para la cuestión del programa.
Se seleccionó un comité conjunto para que redactara el programa. Después que se
habían escrito, discutido y corregido dos o tres borradores; tras un poco de
presión y de conflicto, finalmente se llegó se acordó un programa. Este pasó a
ser, luego de la rectificación de un congreso conjunto, la "Declaración de
Principios" del Partido de los Trabajadores de Estados Unidos, que el
camarada Trotsky describió como un rígido programa de principios.
Mientras
tanto, recibimos ciertos consejos de los estalinistas que se habían quedado
dormidos a un lado, mientras el despreciado grupito "sectario" de
trotskistas había entrado a un terreno que ellos consideraban debidamente de su
propiedad. Ellos tenían todas las intenciones de absorber a la organización de
Muste y tenían más derecho de esperar que lo lograrían que nosotros. Sin
embargo, les habíamos dado el primer puñetazo; habíamos actuado en el momento
oportuno --que es algo esencial en la política-- y ya nos habíamos metido de
lleno en las negociaciones sobre la unidad con el AWP antes de que los
estalinistas se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo. Tras despertar,
lanzaron en su prensa advertencias y consejos. El titular del 20 de octubre del
Militant informó: "La prensa estalinista 'alerta' al AWP de su
unidad con nosotros". Esto se refiere al artículo aparecido en el Daily
Worker escrito por el famoso Bittleman, quien bajo el titular de
"¿Sabe el Partido Estadounidense de los Trabajadores qué es a lo que se
está uniendo?", aconsejaba de corazón a ambos lados. A los musteístas los
estalinistas les dijeron: "A los trabajadores que siguen a Muste y a su
Partido Estadounidense de los Trabajadores debemos advertirles que no vayan a
caer en la trampa que sus dirigentes les han tendido, la trampa del trotskismo
contrarrevolucionario". Y luego, para demostrar su imparcialidad, en el
mismo artículo daban la vuelta y decían: "A los pocos trabajadores
desorientados que aún siguen el trotskismo: Cannon, Shachtman y compañía los
están dirigiendo a la unidad con Muste, el paladín del nacionalismo
burgués".
Nosotros
les respondimos: " Si los trotskistas son contrarrevolucionarios y los
musteístas son nacionalistas burgueses, qué mejor que meterlos a todos juntos
en un mismo costal. Ya nada malo puede resultar puesto que ninguno de ellos
podrá empeorar a partir de esta fusión". Les agradecimos por su consejo
imparcial, falso y de doble sentido y seguimos con la fusión. Las dos
organizaciones comenzaron a colaborar en actividades prácticas. Antes de la
fusión realizamos reuniones conjuntas. El Militant del 6 de octubre
informa que Muste y Cannon hablaron en una reunión de masas conjunta de la CLA
y el AWP en Paterson, Nueva Jersey, ante unos 300 trabajadores de la seda, para
discutir las lecciones de la huelga.
Allá por
esa misma época, en octubre de 1934, el Comité Nacional me envió al exterior
para participar en el Pleno del Comité Ejecutivo de la Liga Comunista
Internacional, celebrado en París. De ahí fui a visitar al camarada Trotsky en
Grenoble, al sur de Francia. Era la primera vez que veía al camarada Trotsky
desde su exilio de la URSS años atrás. Muchos camaradas estadounidenses habían
estado en el exterior, pero ese era mi primer viaje. Shachtman había estado ahí
dos veces y varios miembros más de la organización, quienes se pudieron costear
viajes personales a Europa, lo habían visto. En aquel entonces, al camarada
Trotsky lo andaban persiguiendo los fascistas franceses.
La
colaboración de Trotsky
Muchos de
ustedes recordaran que en aquella época, en 1934, la prensa fascista francesa
había armado un gran alboroto por la presencia de Trotsky en Francia. Crearon
tal convulsión --en la que se les unieron los estalinistas bajo la consigna
conjunta de "Echen a Trotsky de Francia"-- que lograron aterrorizar
al gobierno de Daladier para que revocara su visa. Le ordenaron que abandonara
Francia, lo privaron de su derecho de permanecer allí. Sin embargo, no
encontraron ni un solo país capitalista en todo el mundo que le otorgara visa
de entrada, por lo que tuvieron que dejarlo en Francia. Las circunstancias en
que vivía en Francia eran de lo más inciertas y peligrosas, carecía de una
verdadera protección, de derechos legales, a la vez que la prensa fascista y
los estalinistas lo perseguían sin cesar. Entonces se hallaba escondido en casa
de un simpatizante en Grenoble. No tenía asistentes, ni secretariado, ni
mecanógrafo, porque vivía un día a la vez. Se veía obligado a escribir todos
sus trabajos a mano. La jauría de la reacción lo mantenía a la fuga: al ser
perseguido de un lugar a otro, apenas se instalaba en la casa de un
simpatizante y empezaba a trabajar, y los fascistas locales descubrían su
presencia en el nuevo refugio. Al día siguiente aparecía en la prensa un
titular estridente en que se leía: "¿Qué hace en este pueblo el asesino
ruso Trotsky?" Entonces se armaba un gran escándalo, y él se tenía que ir
de ahí lo más rápido posible, en medio de la noche, para salvar su vida y
encontrar otro lugar seguro. Eso se repitió una y otra vez. Por aquel entonces,
la salud de Trotsky estaba muy deteriorada y estuvo a punto de sucumbir. Para
todos nosotros, esos fueron días de mayor ansiedad.
Para mí
fue un momento mucho muy feliz, cuando temprano en la mañana --a eso de las
siete-- tras haber viajado toda la noche desde París, pude entrar a su casa en
el campo, y ver y percatarme que aún estaba vivo. Nos juntamos antes del
desayuno, pero él quería que nos sentáramos y comenzáramos una discusión
política de inmediato. Sus primeras preguntas fueron: "¿Qué paso en el
pleno? ¿Aprobaron la resolución?" Cortésmente planteé la cuestión de un
poquito de sustento. Así es que desayuné con Trotsky y Natalia, y rompí una de
las reglas de la casa, algo por lo que después me arrepentí mucho. Lo hice de
pura ignorancia. Había oído que él no permitía que fumaran en su presencia.
Glotzer y otros habían regresado contando historias terribles de los regaños
que había recibido al respecto. Yo lo vi simplemente como una idiosincrasia por
parte de Trotsky, no algo que se debía tomar muy en serio. Tengo la costumbre
de fumar después del desayuno y cuando sirvieron el café --que es cuando mejor
sabe el tabaco-- me saqué un puro y cuando ya estaba por consumar el hecho,
dije de manera jocosa: "He oído que a algunos los expulsan por fumar. ¿Es
cierto?" El dijo: "No, no, dale, fuma". Y añadió: "A
muchachos como Glotzer no se los permito, pero con un camarada sólido como tú
está bien". Así es que durante mi visita fumé todo el tiempo delante de
él. Sólo fue años después que me enteré que el fumar físicamente le resultaba
repugnante, que incluso lo hacía enfermar, y me arrepentí profundamente por
haberlo hecho.
En la
tarde, el anfitrión de Trotsky nos llevó en su auto hasta la cima de los Alpes
franceses. En la cumbre de las montañas tuvimos una larga discusión sobre
nuestro proyecto de fusión con los musteístas. El Viejo aprobó todo lo que
habíamos hecho, incluso el evadir la provocación sobre la URSS. Llegamos a un
acuerdo respecto de uno o dos puntos que habíamos dejado pendientes hasta poder
escuchar sus consejos; medidas que podían facilitar nuestra unidad con los
musteístas. Estaba totalmente de acuerdo con ella y asimismo demostraba mucho
interés en la personalidad de Muste, me hacía preguntas sobre él y abrigaba
esperanzas de que más adelante Muste se convertiría en un verdadero bolchevique.
El Pleno
de la Liga Comunista Internacional se celebró en octubre de 1934 en París. El
propósito de ese pleno era coronar la decisión a la que el Comité Ejecutivo
Internacional había llegado y que las secciones nacionales habían aprobado por referéndum:
la decisión de realizar el "viraje francés"; esto es, el viraje
realizado por nuestra organización francesa para unirse como un cuerpo al
Partido Socialista de Francia a fin de trabajar como una fracción desde el
interior de este partido reformista, entrar en contacto con su Ala Izquierda,
intentar influenciarla y fundirse con ella, con miras a ampliar las bases para
la futura construcción de un nuevo partido revolucionario en Francia. El pleno
apoyó esta línea, lo que significó una reorientación de nuestras tácticas por
todo el mundo. La acción se llevó a cabo bajo la consigna general que mencioné
antes: ir desde un círculo de propaganda --como habíamos venido haciendo por
cinco años--, al trabajo de masas, al contacto con el movimiento vivo de trabajadores
que viajaban en dirección del marxismo revolucionario.
Oposición
sectaria a la fusión
Cuando
regresé de París e informé a nuestra organización de Nueva York sobre el pleno,
nos topamos con una oposición encabezada por Oehler y Stamm y reforzada por un
emigrante alemán izquierdista inestable llamado Eiffel. Como cuestión de
principios se oponían a que nos uniéramos a cualquier sección de la Segunda
Internacional. Sus argumentos, como todos los argumentos de sectarios, eran
estrictamente formales, estériles, desafiantes de la realidad del día. "La
Segunda Internacional", decían --y con toda razón--, "traicionó al
proletariado en la guerra mundial. Rosa Luxemburgo la denunció como un 'cadáver
apestoso'. La Internacional Comunista se formó en 1919 en la lucha contra la
Segunda Internacional. Y ahora, en 1934, ustedes quieren regresar a esa
organización reformista y traidora. Eso representa una traición de
principios".
En vano
explicamos que la Segunda Internacional de 1934 no era la misma organización de
1914 o de 1919. Que la burocratización de la Comintern [Internacional
Comunista] había empujado hacia los partidos socialistas --con sus formas menos
estrictas, más democráticas, de organización-- a un nuevo sector de
trabajadores que despertaban, de militantes. Que había crecido una nueva
generación de jóvenes socialistas que no tenían nada que ver con la tracción de
1914-1918. Ya que se nos impedía participar en la Comintern, debíamos reconocer
la nueva fuerza. Que si queríamos construir un nuevo partido revolucionario
debíamos dirigir nuestras fuerzas hacia la Segunda Internacional y establecer
contacto con esta nueva Ala Izquierda.
Entonces,
la oposición sectaria salió con un nuevo argumento. "¿No es uno de los
principios del marxismo, y una de las condiciones para ser admitido al
movimiento trotskista, que se deba apoyar la independencia incondicional del
partido revolucionario en todo momento y bajo cualquier circunstancia? ¿No es
ese un principio?"
"Sí",
les respondimos, "ese es un principio. Esa es la gran lección del Comité
Anglo-Ruso. Esa es la lección fundamental de la revolución china. Hemos
publicado folletos y libros para probar que un partido revolucionario jamás se
debe unir a otra organización política, jamás debe confundir las banderas, sino
que debe mantenerse independiente aun en el aislamiento. La revolución húngara
fue destruida en parte por la fusión falsamente motivada de los comunistas y
los socialdemócratas.
"Todo
eso es correcto", les dijimos, "pero en su argumento les queda un
pequeño tornillo suelto. Aún no somos un partido.
Somos sólo un grupo de propaganda. Nuestro problema es llegar a ser
un partido. Nuestro problema, como lo planteó Trotsky, es poner un poco de
carne en nuestros huesos. Si nuestros camaradas franceses logran penetrar en el
movimiento político de masas del Partido Socialista, atraer al Ala Izquierda
viable y fusionarse con ella, entonces podrán constituir un partido, en el
verdadero sentido de la palabra, no una caricatura. Sólo entonces podrán
aplicar el principio de la independencia del partido bajo cualquier condición y
el principio podrá adquirir un verdadero significado. Ustedes plantean el
principio de tal manera que lo convierten en una barrera contra las maniobras
tácticas necesarias para posibilitar la creación de un verdadero partido".
No
logramos convencerlos. Entre las características del sectarismo encontramos las
siguientes: formalismo en la forma de pensar, falta del sentido de la
proporción, indiferencia hacia la realidad objetiva, y discusiones estériles
sobre cosas insignificantes en círculos cerrados. En nuestra Liga comenzamos a
debatir la cuestión del "viraje francés" un año antes de que tuviera
que aplicarse aquí de la forma en que se hizo en Francia. La fusión proyectada
con los musteístas era la misma cosa pero en forma diferente, pero los
oehlerianos no lo reconocieron así, precisamente por que la forma era
diferente. Nos perdonaron la fusión con los musteístas, pero con mucha
inquietud, miedo y con profecías de todo lo malo que iba a suceder por
juntarnos con personas extrañas. Como lo expresó el otro día en una carta uno
de nuestros compañeros, Larry Turner: los sectarios siempre tienen miedo de sus
propios deseos reprimidos de ser oportunistas. Temen entrar en contacto con los
oportunistas, no vaya a ser que los oportunistas los corrompan. Nosotros, sin
embargo, seguros de nuestras virtudes, avanzamos llenos de confianza. En la
discusión de 1934 sobre el viraje francés, se desarrolló una división en
nuestra organización. Al final, las tendencias contendientes se endurecieron en
fracciones. La disputa de 1934 sobre la acción de nuestros camaradas franceses
nos sirvió de ensayo para la lucha dura, enconada y definitiva al año siguiente
contra los sectarios oehlerianos en nuestras filas. Nuestra victoria en esa
lucha fue un requisito para todos nuestros avances posteriores.
La fusión
Procedíamos
con rapidez hacia la fusión, negociábamos día tras día. Cooperábamos con los
musteístas en diversas actividades prácticas y todo tendía hacia la unificación
de las dos organizaciones. Finalmente llegamos a un acuerdo con respecto al
proyecto del programa; es decir, los dos comités llegaron a un acuerdo.
Llegamos a un acuerdo sobre las propuestas organizativas. Sólo faltaba someter
la cuestión ante los congresos de las respectivas organizaciones para su
ratificación. Aún había ciertas dudas en ambos lados sobre lo que harían las
filas. Desconocíamos la influencia que los oehlerianos tendrían afuera del área
de Nueva York; y Abern, como siempre, estaba maniobrando furtivamente en las
sombras, siempre listo para fomentar la desorganización. Para entonces Muste ya
se había convertido en un firme defensor de la fusión, pero no estaba seguro de
la mayoría de su bando. Como consecuencia, en vez de convocar un congreso
conjunto, celebramos primero sendos congresos de las organizaciones. Los
congresos se reunieron por separado del 26 al 30 de noviembre de 1934, y
discutieron a fondo todos los asuntos internos de cada lado. Al final cada
congreso ratificó la Declaración de Principios que habían preparado los comités
conjuntos, y ratificó las propuestas organizativas. Luego, en base a esas
decisiones tomadas por separado, convocamos a los dos congresos para una sesión
conjunta que se realizó el sábado y el domingo, 1-2 de diciembre de 1934. Al
informar en su siguiente número sobre el congreso conjunto, el Militant
dijo: "El Partido de los Trabajadores de Estados Unidos ha sido constituido.
. . . El congreso de unificación del Partido Estadounidense de los Trabajadores
y la Liga Comunista de Norteamérica cumplió su histórica misión la tarde del
domingo en el Casino Stuyvesant. . . . Minneapolis y Toledo, ejemplos de la
nueva combatividad de la clase obrera norteamericana, fueron las estrellas que
presidieron su nacimiento. . . . Se ha lanzado un nuevo partido con miras a un
objetivo tremendo: el derrocamiento del régimen capitalista en Estados Unidos y
la creación de un estado obrero.
La unificación formal de la Liga
Comunista y el Partido Estadounidense de los Trabajadores, los musteístas, fue
la primera unificación de fuerzas que había ocurrido en el movimiento
norteamericano en más de una década.
El
movimiento obrero revolucionario no se desarrolla siguiendo una línea recta o
una senda llana. Crece mediante un proceso continuo de lucha interna. Tanto las
escisiones como las unificaciones son métodos para desarrollar el partido
revolucionario. A partir de determinadas circunstancias, cada una de ellas
puede acarrear consecuencias progresivas o reaccionarias. El sentimiento
popular generalizado por la unificación en todo momento no tiene más valor
político que la preferencia por un proceso continuo de escisión que uno puede
observar de forma interminable en los grupos sectarios puristas.
Los puntos
de vista moralistas sobre el problema de las escisiones y demás, son
sencillamente estúpidos. Las escisiones son a veces absolutamente necesarias para
la clarificación de ideas programáticas y para la selección de fuerzas con
miras a empezar de nuevo sobre una base clara. Por otro lado, bajo determinadas
circunstancias, las unificaciones de dos o más grupos que se acercan a un
acuerdo programático son absolutamente indispensables para la reagrupación y
consolidación de las fuerzas de la vanguardia obrera.
La unidad
entre la organización trotskista --la Liga Comunista de Norteamérica-- y la
organización de Muste fue incuestionablemente una acción progresiva. Juntó a
dos grupos que si bien contaban con orígenes y experiencias distintos, se
habían acercado, al menos en el sentido formal de la palabra, a un acuerdo en
cuanto al programa. La única forma de poner a prueba ese acuerdo y ver si era
verdadero y profundo o una mera formalidad, la única forma de averiguar qué
elementos en cada uno de los grupos eran capaces de contribuir al desarrollo
progresivo ulterior del movimiento, era mediante la unificación, juntándolos y
poniendo a prueba estas cuestiones en el curso de la experiencia común.
Como en el
resto del mundo a partir de 1928, en el movimiento norteamericano había habido
una serie continua e ininterrumpida de escisiones. La causa fundamental, claro
está, fue la degeneración de la Internacional Comunista bajo la presión del
cerco mundial a la revolución rusa y el intento de la burocracia estalinista de
adaptarse a ese cerco mediante el abandono del programa del internacionalismo.
La degeneración de la Internacional Comunista no podía dejar de crear
trastornos y escisiones. En todos los partidos los defensores del marxismo
auténtico dentro de esa organización que se degeneraba fueron fuente de
irritación y conflicto, de la cual la burocracia no sabía cómo deshacerse
excepto a través de expulsiones burocráticas.
Del
Partido Comunista de Estados Unidos nos expulsaron en octubre de 1928. Seis
meses después, en la primavera de 1929, los lovestonistas fueron expulsados y
establecieron una tercera organización de tendencia comunista en este país. Las
pequeñas sectas y camarillas de individuos y sus amigos, quienes representaban
rarezas y caprichos de diversos tipos, eran comunes en aquella época. El
movimiento pasaba por un periodo de pulverización, de separación, hasta que un
nuevo ascenso en la lucha de clases y una nueva verificación de programas sobre
la base de experiencias mundiales pudieran preparar una vez más el terreno para
una nueva integración.
Estaban
nuestra fracción y la fracción de Lovestone. Estaba el grupito de Weisbord, que
en un momento dado llegó a contar con 12 ó 13 miembros, pero hacía ruido
suficiente como para hacerle creer a uno que representaban una gran tendencia
histórica. Además, los weisbordistas, no satisfechos de formar una organización
independiente --bajo lo que parece ser la compulsión de una ley natural para
tales grupos creados de forma arbitraria-- se empeñaron en pasar por unas
cuantas escisiones dentro sus propias filas. Los fieldistas --Field y unos
cuantos de sus socios, amigos y conexiones familiares personales, a quienes
expulsamos de nuestro movimiento por traición durante la huelga hotelera--
formaron, como era natural, su propia organización, publicaron un periódico y
hablaron en nombre de toda la clase trabajadora.
Los lovestonistas sufrieron una
escisión por parte de las fuerzas de Gitlow, y pocos meses después de un grupo
pequeño representado por Zam. En este país desde 1919 había existido incluso
otro grupo comunista llamado Partido Proletario, que también había mantenido
una existencia aislada y producido escisiones periódicas.
La
desmoralización del movimiento durante ese periodo se reflejaba en esa
tendencia a la dispersión, ese proceso continuo de escindirse. Esa enfermedad
tendría que agotarse. Durante todo ese periodo, los trotskistas nunca nos pusimos
a gritar a favor de la unidad, especialmente en los primeros cinco años de
nuestra existencia separada. Nos concentramos en la labor de aclarar el
programa y rechazamos toda discusión sobre unificaciones improvisadas con
grupos que no estaban lo suficientemente cerca a nosotros en lo que
considerábamos entonces, y lo que consideramos ahora, la más importante de
todas las cuestiones: la del programa.
La fusión
a la que entramos en diciembre de 1934 fue la primera unificación que ocurrió
en todo ese periodo. Así como el grupo trotskista auténtico fue el primero en
ser expulsado del Partido Comunista cuando los estalinistas estaban
burocratizando por completo la Tercera Internacional y reprimían el pensamiento
revolucionario y crítico, de igual forma el grupo trotskista fue también el
primero en tomar la iniciativa de empezar un nuevo proceso de reagrupación y
unificación cuando las condiciones políticas para tal paso se presentaron. Fue
la primera señal positiva de un contraproceso a la tendencia de desintegración,
dispersión y escisión.
Partido
Socialista de Estados Unidos
La
unificación de los trotskistas y los musteístas, y la formación del Partido de
los Trabajadores, indudablemente representó un gran paso adelante, mas sólo un
paso. Pronto nos quedó patente --al menos a los dirigentes con más influencia
en la antigua Liga Comunista-- que la reagrupación de fuerzas revolucionarias
apenas había empezado. Estábamos en la obligación de tomar esta actitud
realista porque, como se ha subrayado en charlas previas, simultáneamente con
el desarrollo radical de los musteístas, habían ocurrido cambios importantes en
el Partido Socialista de Estados Unidos, como en otros movimientos
socialdemócratas por todo el mundo.
A trabajadores frescos y elementos
más jóvenes --libres de culpa de las traiciones del pasado-- los había
conmovido y despertado el tremendo impacto de los sucesos mundiales, en
especial la derrota del movimiento obrero alemán con el arribo del fascismo al
poder. En esta vieja y decrépita organización de la socialdemocracia soplaba un
viento nuevo. Allí se estaba formando un Ala Izquierda, lo que manifestaba el
empuje de un gran número de personas para encontrar un programa revolucionario.
Creíamos que eso no se podía dejar pasar por alto porque era un hecho, un
elemento de la realidad política norteamericana.
Aunque
habíamos formado un nuevo partido y lo proclamamos como la unificación de la
vanguardia, nos dábamos cuenta que no podíamos pasar por alto o impedir
arbitrariamente la participación en este nuevo movimiento de estos nuevos
elementos de fuerza, salud y vitalidad revolucionaria. Al contrario, teníamos
una obligación de ayudar a que este movimiento en ciernes en el Partido
Socialista encontrara el camino correcto. Estábamos convencidos de que sin
nuestra ayuda no lo podrían hacer, porque no tenían dirigentes marxistas,
carecían de tradición, estaban acosados por todos lados, por influencias,
fuerzas y presiones que bloqueaban su camino hacia una visión clara del
programa revolucionario. Su destino final, la posibilidad de su desarrollo
sobre el camino revolucionario, descansaba en los cuadros del marxismo más
experimentados y probados, que estaban representados en el recién formado
Partido de los Trabajadores.
Los
dirigentes de la nebulosa Ala Izquierda en el Partido Socialista se
autodenominaban los "militantes." Nunca hemos podido determinar por
qué. El Militant era el nombre del órgano oficial de los trotskistas
norteamericanos desde el principio y todo el mundo reconocía que era el nombre
propicio para nuestro periódico. El Militant significaba el trabajador
del partido, el activista del partido, el combatiente del partido. Sin embargo,
por qué los dirigentes del Ala Izquierda del Partido Socialista en aquel
entonces --quienes eran filisteos hasta los tuétanos, faltos de tradición, de
conocimientos serios, faltos de todo--, podían llamarse "militantes",
sigue siendo un problema que deberán resolver los estudiantes de investigación
histórica que aún están por llegar a nuestro movimiento. La razón aún no se ha
descubierto. Al menos nunca la he sabido.
Este
desgraciado liderazgo, estas figuras casuales, farsantes, charlatanas,
incapaces de un verdadero sacrificio o de una lucha seria por una idea,
carentes de devoción seria con el movimiento --la mayoría de ellos hoy trabaja
para el gobierno en diversos empleos de guerra--, estos "caballeros por
una hora" no nos interesaban mucho. Lo que nos interesaba era el hecho de
que bajo la espuma de encima había un movimiento juvenil bastante animado en el
Partido Socialista y un número considerable de elementos obreros activistas,
sindicalistas y combatientes en el terreno de los desocupados, quienes
constituían buena materia prima para el partido revolucionario. Allí hay una
gran diferencia. No se puede hacer mucho con el tipo de dirigente que el
Partido Socialista tenía entonces o tiene ahora en cualquiera de sus
fracciones. No obstante, de las filas militantes serias, de los activistas
sindicales y de la juventud radical, se puede hacer un partido que puede
dirigir una revolución. Queríamos encontrar un camino hacia ellos. En aquel
entonces nadie sabía, y menos aun los jóvenes Socialistas, qué dirección iba a
seguir su movimiento. La burocracia conservadora en el Partido Socialista los sofocaba,
y una y otra vez sus dirigentes inútiles --los llamados
"militantes"-- desplegaban sus tendencias de capitular ante la
burocracia del Ala Derecha.
Por otro
lado, eran acosados por los estalinistas, quienes tenían una prensa y un
aparato poderosos, y dinero suficiente para corromper, y quienes no vacilaban
en usar dinero justamente con ese propósito. Por aquel entonces los
estalinistas ejercían una presión extraordinaria sobre los socialistas a fin de
detener este progresivo movimiento de izquierda y ponerlo de nuevo en la
dirección reformista por la vía del estalinismo.
España
Es lo que
habían logrado en España y en muchos otros países europeos. El movimiento
socialista juvenil en España, que a iniciativa propia había anunciado su apoyo
de la idea de una Cuarta Internacional, fue desatendido por los trotskistas de
España. Estos, esterilizados en pureza sectaria, se abstuvieron de realizar
maniobra alguna en dirección de la juventud Socialista. Se contentaban con
recitar el ritual de la ruptura entre la Socialdemocracia y la Comintern en
1914-19, cuyo resultado fue que los estalinistas se les adelantaran, se
apoderaran de esa organización juvenil Socialista tan prometedora, y la
hicieran un apéndice del estalinismo. Ese fue uno de los factores decisivos en
la destrucción de la revolución española. No queríamos que eso pasara aquí. De
entrada, los estalinistas nos llevaban la delantera. En el Ala Izquierda
Socialista había ya fuertes sentimientos de conciliación con el estalinismo, y
los estalinistas le estaban sacando el jugo al demagógico lema de la
"unidad". Reconocimos el problema y nos dimos cuenta de que si no nos
movíamos, lo que había pasado en España ocurriría de nuevo aquí.
Aunque
apenas habíamos empezado nuestra labor bajo la bandera independiente del
Partido de los Trabajadores, este problema no podía aguardar. Empezamos a
insistir que se debía prestar más y más atención al Partido Socialista y a su
Ala Izquierda en desarrollo. Al debatir usamos los siguientes argumentos:
Debemos frustrar a los estalinistas. Debemos interponernos entre los
estalinistas y ese movimiento en desarrollo del Socialismo de Izquierda, y a
éste orientarlo en dirección del marxismo auténtico. Y para cumplir eso tenemos
que dejar a un lado todo el fetichismo organizativo. No podemos contentarnos
con decir: "Aquí esta el Partido de los Trabajadores. Tiene un programa
correcto. ¡Vengan y únanse!" Esa es la actitud de sectarios. Esta Ala
Izquierda es una agrupación suelta de miles de personas en el Partido
Socialista, un tanto vaga en sus conceptos, confundida y mal dirigida, pero muy
valiosa para el futuro si reciben la fertilización apropiada de ideas
marxistas.
Nuestra
posición se formuló en la resolución de Cannon-Shachtman. En el partido nos
enfrentamos con una resistencia resuelta por parte de Oehler y también de
Muste. Los oehlerianos adoptaron su posición a partir de bases sectarias
dogmáticas. No sólo no querían tener nada que ver con ninguna orientación hacia
el Partido Socialista por el momento, sino que insistían, como cuestión de
principios, que eso lo excluyéramos específicamente de cualquier consideración
futura. Hemos formado el partido, decían los oehlerianos. Aquí está. Dejen que
los Socialistas de Izquierda se nos unan si aceptan el programa. Somos Mahoma y
ellos, la montaña; y la montaña tiene que venir a nosotros. Esa era la
totalidad de su receta para aquellos confundidos jóvenes Socialistas de
Izquierda, quienes jamás habían demostrado la menor inclinación de unirse a
nuestro partido.
Nosotros dijimos:
"No, eso es demasiado simplista. Los bolcheviques debemos tener iniciativa
política suficiente para ayudar a que los Socialistas de Izquierda encuentren
su camino hacia el programa correcto. Si hacemos esto, el problema de unirse a
ellos en una organización común se puede resolver con facilidad".
Muste se
oponía, no sobre una base de principios, sino a partir del fetichismo
organizativo, quizás hasta del orgullo personal. Tales sentimientos son fatales
en la política. El orgullo, la ira, el rencor: cualquier tipo de subjetividad
que influya sobre un curso político, sólo lleva a la derrota y destrucción de
quienes se dejen llevar por ella. Saben, en el boxeo profesional --"el
arte masculino de la defensa propia"-- una de las primeras lecciones que el
boxeador joven aprende del entrenador curtido es la de mantener la calma en el
cuadrilátero al enfrentar a un antagonista. "Nunca te enojes en el
cuadrilátero. Nunca pierdas la cabeza, porque si lo haces vas a despertar en la
lona". Los boxeadores tienen que pelear de forma calculadora, no
subjetiva. En la política eso es doblemente cierto. Muste no podía soportar la
idea de que tras haber fundado un partido y proclamarlo como el único partido,
tuviéramos después que prestar atención a algún otro partido. Debíamos de
seguir nuestro propio rumbo, mantener nuestras frentes en alto y ver qué
pasaba. Si no se nos lograban unir, bueno, sería su culpa. La posición de Muste
no había sido pensada lo suficiente, o razonada con la objetividad necesaria.
No iba a servir en esa situación. Si nos hubiéramos quedado a un lado, los
estalinistas habrían devorado el Ala Izquierda Socialista y se la habría
empleado como otro garrote en contra nuestra, como sucedió en España.
Antes de
que la cuestión del Partido Socialista se pudiera resolver, y así apartar del
camino otro obstáculo al desarrollo del partido norteamericano de la
vanguardia, teníamos que debatir la cuestión entre las filas del Partido de los
Trabajadores. Tuvimos que debatir la cuestión de principios con los sectarios;
y cuando siguieron de testarudos y se tornaron indisciplinados, tuvimos que
echarlos del partido. Dije eso con cierto énfasis por que fue así que tuvimos
que tratar con los oehlerianos, con énfasis. Si no hubiéramos logrado hacer eso
en 1935, si hubiéramos cedido a cualquier tipo de sentimentalismo hacia gente
que estaba arruinando nuestras posibilidades políticas con su formalismo
estúpido, nuestro movimiento habría fracasado en 1935. Se nos habría impedido
la posibilidad de un posterior desarrollo. Habría ocurrido una desintegración
inevitable. El movimiento habría acabado en el callejón sin salida de la
futilidad sectaria.
El
sectarismo, una enfermedad
El
sectarismo no es una idiosincrasia interesante. El sectarismo es una enfermedad
política que destruirá a cualquier organización en la que se afiance firmemente
y no se le desarraigue a tiempo. Nuestro partido vive hoy y goza de muy buena
salud gracias al tratamiento médico y quirúrgico que ese sectarismo recibió en
1935. El tratamiento médico es el más importante y en cualquier caso siempre
debe ser primero. El nuestro consistió de una buena educación sobre los
principios marxistas y sus caricaturas sectarias; una discusión a fondo y una
explicación paciente.
Con estos
métodos nos libramos de los miasmas, y aunque al comienzo estábamos en la
minoría, al final ganamos a una gran mayoría y aislamos a los oehlerianos. Eso
no se hizo en un día. Tomó varios meses. Se requirió del tratamiento quirúrgico
sólo cuando los derrotados oehlerianos empezaron a violar sistemáticamente la
disciplina del partido y a preparar una escisión. En el curso de la discusión y
explicación, educamos a la gran mayoría del partido. El cuerpo del partido
había sido sanado y gozaba de buena salud. La punta del meñique seguía
infectada y empezó a tornarse gangrenosa, así que simplemente la extirpamos. Es
por eso que el partido vive hoy y puede hablar de aquella época.
Después
que acabamos con los oehlerianos, tuvimos que pasar por una lucha fraccional
bastante prolongada con los musteístas --o sea, dos luchas internas en el
primer año de existencia del Partido de los Trabajadores--, antes de que se
despejara el camino para resolver este problema del Ala Izquierda del Partido
Socialista. Estas luchas internas, que consumieron las energías del nuevo
partido casi desde su comienzo, fueron por supuesto muy inconvenientes.
Deberíamos de haber tenido uno o dos años de trabajo constructivo,
ininterrumpido por diferencias, conflictos y luchas internas. Pero la historia
no funcionó así. Cuando apenas acabábamos de lanzar el nuevo partido, nos vimos
enfrentados con el problema del Ala Izquierda del Partido Socialista. No
pudimos ponernos de acuerdo sobre qué hacer, así que tuvimos que pasar un año
enfrascados en la lucha.
Por supuesto que estos conflictos
no empezaron de inmediato. El nuevo partido, organizado a principios de
diciembre de 1934, comenzó su labor de forma bastante favorable. Una de las
primeras manifestaciones de la actitud política, que tenía por fin simbolizar
la unificación de las dos corrientes, fue una gira conjunta de presentaciones
que realizamos por el país Muste y yo. Durante el recorrido se nos recibió con
entusiasmo. En el movimiento obrero radical uno podía notar un espíritu general
de aprecio por el hecho que se había iniciado un proceso de unificación luego
de un largo periodo de desintegración y escisiones. Tuvimos mítines muy buenos
en la mayoría de sitios, y la gira alcanzó su punto culminante en Minneapolis.
Esto fue más o menos seis meses después de las grandes victorias huelguísticas;
allí se nos recibió muy bien.
Los
camaradas en Minneapolis estaban muy complacidos de que no nos habíamos dejado
absorber tan de lleno por las huelgas económicas al punto que desatendiéramos
oportunidades puramente del terreno del partido político. Los camaradas de
Minneapolis aplaudieron de forma cálida nuestra unificación con otro grupo, a
cuyos militantes ellos tenían en alta estima por el trabajo que habían
realizado en el movimiento de los desempleados, en la huelga de Toledo y demás.
Nos dieron una buena acogida y se aprestaron a celebrar nuestra visita mediante
una serie de mítines y conferencias bien planificada, que culminó en un
banquete en honor del Secretario Nacional de su partido y del director del
periódico que tanto estimaban, el Militant.
Allí en
Minneapolis siempre hacen bien las cosas. Durante nuestra estadía ahí,
decidieron vestirnos de manera acorde con la dignidad de nuestros cargos. Los
principales camaradas llegaron del local sindical, nos recogieron a Muste y a
mí --quienes, debo confesar, nos veíamos un tanto desaliñados en aquel
momento-- y nos dieron una vuelta por sastrerías y tiendas de artículos para
caballeros. Nos ataviaron con ropa nueva de pies a cabeza. Fue un detalle muy
fino. Mucho tiempo después de que había gastado aquel traje, un hecho me hizo
recordarlo de forma aguda. En el verano de 1936, Muste, desorientado por todas
las complicaciones y dificultades, y abrumado por la sangre y la violencia en
la guerra civil española y los procesos de Moscú, retornó, como saben, a su
posición original como religioso y volvió a la iglesia. Vincent Dunne recibió
la noticia a través de una carta particular y le pasó la información a Bill
Brown. "Bill", decía, "¿Cómo la ves? Muste ha retornado a la
iglesia". Bill quedó atónito. "¡Ah, caray!" dijo. Y luego, al
poco rato, "Oye, Vincent, ¡deberíamos de recuperar aquel traje!" Pero
debía saber que no podía contemplar esa idea. Los predicadores nunca devuelven
nada.
Campaña de
defensa en California
Nos
despedimos en Minneapolis. Muste siguió hacia el Sur para cubrir otras partes
del país. Yo seguí rumbo a California para concluir la gira. Esa era la época
del juicio contra los miembros del Partido Comunista acusados de
"sindicalismo criminal" en Sacramento. Entre los acusados estaba uno
de nuestros compañeros, Norman Mini, y como se había vuelto trotskista, los
estalinistas no sólo rehusaron defenderlo, sino que en su prensa lo denunciaron
como "soplón" justo cuando estaba siendo procesado. Salimos en su
ayuda. La Defensa Obrera No Partidista, un comité de defensa no estalinista,
realizó una destacada labor en defensa del compañero Mini. Aprovechamos al
máximo todos los aspectos políticos de esta situación.
Mientras
se desarrollaba la gira, que duró un par de meses, empezamos a escuchar los
primeros murmullos de problemas provocados por los fraseólogos sectarios de
Nueva York. Siempre empiezan en Nueva York. No dejaron descansar al partido, no
le iban a permitir que echara a andar bien su trabajo. Hay que ver la
situación. Existía una organización recién formada, que representaba la
unificación de personas con experiencias y antecedentes completamente
distintos. Este partido requería de un poco de tiempo para que funcionara, así
como de un poco de sosiego en el trabajo común. Este era el programa más
razonable y más realista para ese primer periodo.
Pero jamás
se puede conseguir que los sectarios sean razonables o realistas. Arremetieron
contra esta organización unificada en Nueva York con un programa de
"bolcheviquización". Ellos iban a agarrar a estos musteístas
centristas y volverlos bolcheviques, les gustara o no. Y pronto. ¡Discusiones!
A algunos de estos musteístas les metieron tremendo miedo con sus debates,
tesis y aclaraciones hasta altas horas de la noche. Se la pasaban buscando
"tópicos", acosando a todos los que pudieran estarse alejando del
camino recto y estrecho de la doctrina. No se permitía la paz, el trabajo
conjunto fraterno, la educación en un ambiente tranquilo, ni la voluntad de
permitir que un partido joven se desarrollara de manera natural y orgánica.
Casi desde el principio, la participación de estos sectarios fue la de desatar
una lucha fraccional irresponsable.
Este
alboroto en Nueva York estaba preparando el terreno para un estallido en la
famosa Conferencia de Trabajadores Activos, convocada por el partido para
celebrarse en la ciudad de Pittsburgh en marzo de 1935. La Conferencia de
Trabajadores Activos era una institución excelente que se había traído de las
experiencias del Partido Estadounidense de los Trabajadores. La idea consiste
en invitar a todos los activistas del partido de una región dada, o de todo el
país, para que vayan y se reúnan en un lugar céntrico para discutir el trabajo
práctico, hablar sobre sus experiencias, tener la oportunidad de conocerse,
etcétera. Es una institución estupenda, como pudimos apreciar con nuestras
experiencias en Chicago en 1940 y de nuevo en 1941. Funciona a la perfección
cuando existe armonía en el partido y uno consigue reunirse para tratar asuntos
y hacer lo que tiene que hacer. Sin embargo, cuando hay disputas serias en el
partido, que sólo un congreso formal puede resolver, especialmente si hay una
fracción irresponsable que anda suelta, es mejor prescindir de las Conferencias
de Trabajadores Activos informales, las cuales no tienen poderes
constitucionales para decidir las disputas. En tal situación, las reuniones
informales sólo alimentan el fuego del fraccionalismo. De eso nos dimos cuenta
en Pittsburgh.
La
Conferencia de Trabajadores Activos que tratamos de celebrar en Pittsburgh fue
un fracaso terrible porque, al nomás empezar, los oehlerianos la usaron como
caja de resonancia para su lucha fraccional contra el "oportunismo"
de la dirección. Los compañeros musteístas, nuevos en la experiencia de la vida
política de un partido, llegaron tras realizar labor en el terreno con la idea
ingenua de que iban a escuchar sus respectivos informes sobre el trabajo de
masas del partido y a discutir sobre cómo lo podrían acentuar un poco más.
En cambio,
desde el principio tuvieron que enfrentar una refriega fraccional sin límites.
Los oehlerianos empezaron la lucha en torno a la selección del moderador, y de
allí en adelante la emprendieron --con una actitud fanática, de vida o muerte,
de vencer o morir-- con respecto al resto de los puntos. Era un caos fraccional
como jamás yo había visto en un escenario de ese tipo. Unos 40 ó 50 ingenuos
trabajadores del terreno --que tenían poca o nada de experiencia en la política
o agrupaciones del partido--, que habían llegado en busca de inspiración de
este nuevo partido y de cierta orientación sensata que los guiara en su trabajo
práctico, se vieron sometidos a debates y argumentos y denuncias fraccionales
que duraban día y noche. Imagino que mucho de ellos, asustados, se habrán dicho
alarmados: "¿En qué me habré metido? Siempre oímos decir que los
trotskistas eran unos fanáticos locos con las tesis y unos facciosos
profesionales. Quizás esas historias tenían algo de cierto". Allí
presenciaron el fraccionalismo de la peor calaña.
El
activista del trabajo de masas, por lo general, se inclina a tener sólo un poco
de discusión, la suficiente para resolver unos cuantos detalles necesarios, y
luego proceder a la acción. En Pittsburgh ellos --pero nosotros también--
querían ir al grano y entablar un intercambio de experiencias en el trabajo
práctico del partido: la actividad sindical, las ligas de los desempleados, el
funcionamiento de las ramas del partido, las finanzas, etcétera. A los sectarios
no les interesaban esos asuntos rutinarios. Insistían en discutir Etiopía,
China, "el viraje francés" y otros "asuntos de principios",
los que sin duda eran muy importantes, pero que no figuraban en el orden del
día de la conferencia.
Oehler,
Stamm y Zack eran los tres dirigentes. No sé cuantos de ustedes conocen al
famoso Joseph Zack. Hacía poco se había pasado del lado nuestro procedente del
estalinismo, pero sólo estaba acampando temporalmente con nosotros en ruta a
otros destinos. Había sido uno de los burócratas al interior del partido
estalinista, y había contribuido con una buena cuota a la corrupción y
degeneración burocrática del partido. Entonces pasó a ser trotskista por unas
semanas, a lo sumo unos meses. Apenas había tanteado nuestra organización, se
viró y empezó a atacarnos desde la "izquierda". Lo toleramos por un
rato, pero cuando empezó a perturbar la disciplina partidaria lo echamos. Se
esfumó por completo y finalmente llegó al campo "democrático"
anticomunista, como colaborador del New Leader, como saben, ese
periódico socialdemócrata que editan ahí en la Calle 15, ese Asilo de Viejos
Renegados, donde viven todos los lisiados y leprosos políticos.
En
Pittsburgh, Muste se unió a Shachtman y a Cannon para rechazar esta arremetida
de los sectarios. Supo reconocer que la conducta de estos era perjudicial.
Muste siempre mantuvo una actitud sumamente responsable y constructiva hacia la
organización. Estaba muy satisfecho de contar con nuestra cooperación y
asistencia para controlar a estos extremistas, vencerlos y frustrar sus
intentos de perturbar el trabajo del partido. Y de seguro necesitaba nuestra
ayuda. Muste era demasiado caballeroso para lidiar con ellos como se debía. Les
hicimos retroceder un poquito en Pittsburgh, pero no resolvimos nada. Sabíamos
que la lucha decisiva estaba pendiente y que tendría que resolverse teórica y
políticamente. Todas nuestras esperanzas de dejar que el partido respirara con
tranquilidad por un tiempo, nuestras esperanzas de mantener la armonía a fin de
desarrollar el trabajo de masas del partido, las hicieron volar en pedazos esos
sectarios irresponsables.
Volvimos a
Nueva York resueltos a arremangarnos las camisas y hacerles frente en una lucha
decisiva. Menos mal para el partido que lo hicimos. El partido nos debe algo
por eso: el hecho que no anduvimos jugando con ese sectarismo que se había
vuelto virulento. Trazamos toda una campaña completa de operaciones ofensivas
contra los oehlerianos. ¿Querían discusiones? Propusimos darles a ellos --y al
partido-- un debate exhaustivo que no dejaría un solo asunto debatido sin
aclarar. Nuestro objetivo era reeducar a los miembros del partido quienes se
habían contagiado con la enfermedad sectaria, y si resultaba imposible reformar
a los dirigentes, entonces aislarlos de manera que no pudiesen restringir los
movimientos del partido o perturbar su trabajo. Las enormes esperanzas que
habíamos albergado en el congreso de fusión naturalmente empezaron a palidecer
un poco por el hecho que tuvimos que enfrentar todas estas dificultades.
Sin
embargo, uno nunca encuentra un camino recto en la política. Las personas que
se desalientan con facilidad, quienes pierden el ánimo en cuanto se topan con
conflictos y reveses, no deberían entrar a la política revolucionaria. Es una lucha
ardua todo el tiempo, jamás hay garantías de que vaya a ser pan comido. ¿Cómo
se puede esperar eso? Todo el peso de la sociedad burguesa se hace sentir sobre
unos centenares o unos miles de personas. Si estas personas no están unidas en
sus propios conceptos, si caen en disputas entre sí, eso también es un indicio
de la tremenda presión del mundo burgués sobre la vanguardia del proletariado,
y más aun sobre la vanguardia de la vanguardia. La influencia de la sociedad
burguesa encuentra a veces expresión hasta en sectores del partido
revolucionario de los trabajadores. He ahí la verdadera fuente de las luchas
fraccionales serias. Si uno se mete en política, debe tratar de entender todas
estas cosas; tratar de evaluarlas claramente desde el punto vista político y de
buscarles una solución política. Eso es lo que hicimos con los oehlerianos. No
nos desalentamos ni desanimamos. Analizamos el asunto políticamente y decidimos
resolverlo políticamente.
La lucha
interna estaba paralizando al nuevo partido. Los factores objetivos del
movimiento de masas obrero no eran lo suficientemente favorables como para
ayudarnos a ahogar las actitudes fraccionales con un diluvio de nuevos
miembros. El ascenso del Ala Izquierda en el Partido Socialista resultó ser
mortal para nuestro desarrollo ulterior sobre una trayectoria de un movimiento
netamente independiente que hiciera caso omiso del Partido Socialista. Para los
trabajadores de disposición radical, el hecho en sí de que estaba surgiendo un
Ala Izquierda en el Partido Socialista lo volvía más atractivo de lo que había
sido en años. El Partido Socialista era una organización mucho más grande que
nuestro partido. Y nosotros, pendientes de cada señal y cada síntoma, empezamos
a observar que tanto trabajadores que adquirían conciencia de ideas radicales
como otros trabajadores que antes habían abandonado el movimiento político y
que querían reintegrarse, se unían al Partido Socialista, y no a nuestro
partido. Abrigaban la idea que el Partido Socialista al final había de convertirse
en un partido genuinamente revolucionario, gracias al desarrollo del Ala
Izquierda. Eso truncó el reclutamiento al Partido de los Trabajadores. Eso nos
sirvió de advertencia para no permitir que nos aisláramos del Ala Izquierda del
Partido Socialista.
Dificultades
financieras
En medio
de todas estas dificultades y complicaciones nos acosaron dificultades de
índole financiera. Uno de los principales factores en el desarrollo del Partido
Estadounidense de los Trabajadores, como en la Conferencia para la Acción
Obrera Progresista que lo antecedió, fueron los contactos personales y los
socios de Muste, y los recursos financieros que de ahí se derivaban. Al entrar
al movimiento obrero en 1917 --en la huelga de Lawrence-- Muste entró al
sindicato de hilanderos y pasó a ser uno de sus dirigentes destacados. Luego
fundó el Instituto Obrero de Brookwood en Katonah, Nueva York, y lo manejó por
años empleando para ello grandes sumas de dinero. Cuando todavía estaba en
Brookwood, fundó la Conferencia para la Acción Obrera Progresista (en 1929).
Más tarde abandonó el Instituto Obrero de Brookwood y se dedicó de lleno a la
política. Durante todo ese tiempo él había logrado recaudar sumas considerables
de dinero de parte de diversos tipos de gente de recursos, quienes confiaban en
él personalmente y querían apoyar su trabajo. A través de sus distintas
actividades había logrado retener ese apoyo. Eso había sido un factor decisivo
para el financiamiento de la Conferencia para la Acción Obrera Progresista y el
Partido Estadounidense de los Trabajadores.
Sin
embargo, cuando Muste se unió a los trotskistas para formar el Partido de los
Trabajadores, esos contribuyentes se empezaron a esfumar. Muchos de sus
contactos, amigos y socios eran religiosos, trabajadores sociales cristianos,
hacedores de buenas obras en general: gente de ese mundo de los muertos
teológico de donde había venido el propio Muste. Estaban dispuestos a apoyar un
sindicato, aportar dinero para los desempleados, subvencionar un instituto
obrero donde los trabajadores pobres pudieran recibir una educación, ayudar a
una "conferencia" para hacer algo "progresivo", sin
importar lo que eso significara. Pero, ¿dar dinero --aunque sea a Muste-- para
el trotskismo? No, eso era demasiado. El trotskismo era un asunto totalmente
serio; los trotskistas toman las cosas en serio. Uno por uno, los
contribuyentes más generosos de Muste --en quienes él pensaba contar para
asistir en financiar las actividades ampliadas del partido unificado-- lo
fueron abandonando.
Habíamos
comenzado con un programa muy ambicioso de actividad partidaria. El entusiasmo
del congreso de unificación había resultado en contribuciones de tipos diversos
y había dinero disponible con qué empezar. Mientras Muste y yo estábamos de
viaje, los muchachos en Nueva York, decidieron que lo menos que podíamos hacer
era tener una sede presentable. Alquilaron un local fabuloso en la esquina de
la Calle 15 y la Quinta Avenida. Creo que el alquiler era de $150 ó $175 por
mes. Había todo tipo de oficinas para los distintos oficiales y dignatarios.
Instalaron un conmutador telefónico --no un teléfono, sino un conmutador--, con
una muchacha enchufando los cables, mientras los distintos oficiales,
directores y funcionarios descolgaban sus teléfonos, aunque no sé con quién
hablaban. Lució bien mientras duró. Sin embargo, no fue nada más que un
veranillo de San Martín, no un verano de verdad. En el verano de 1935 nos
desalojaron por no pagar el alquiler. Tuvimos que arreglárnoslas como pudimos y
alquilar un viejo local poco atractivo en la Calle 11. Nos deshicimos del
conmutador telefónico y decidimos mantener un solo teléfono, y hasta ese lo
cortaron a los pocos meses por no pagar las cuentas. Sin embargo, sobrevivimos.
Hicimos
todo lo posible durante ese periodo para desarrollar el trabajo de masas del
partido. La Liga Nacional de Desempleados, creada por la antigua organización
de Muste, tenía ramas que prosperaban en muchas partes del país, especialmente
en Ohio, Pennsylvania y partes de Virginia del Oeste. A mi parecer, logramos
brindarles una asistencia eficaz a los trabajadores en el terreno que habían
realizado aquella magnífica labor. Logramos entrar en contacto con miles de
trabajadores a través de estas organizaciones de los desempleados. Pero la
experiencia posterior también nos dio una lección muy instructiva en el campo
del trabajo de masas. A las organizaciones de desempleados se las puede forjar
y hacer crecer rápidamente en épocas de crisis económica y es muy fácil que uno
se haga ilusiones en cuanto a su estabilidad y potencial revolucionario. En el
mejor de los casos son formaciones informales y fáciles de disgregar; se
escapan como agua entre los dedos. En el instante que el trabajador desempleado
medio consigue trabajo quiere olvidarse de la organización de desempleados. No
quiere que le recuerden de la miseria de su época pasada. Además, los
trabajadores que sufren del desempleo crónico frecuentemente son susceptibles a
la desmoralización y la desesperación. No sé de otra tarea dentro del movimiento
revolucionario más desalentadora o descorazonadora que la de intentar mantener
viva una organización como esa. Es un trabajo difícil de desarrollar, mes tras
mes y año tras año, con la esperanza de cristalizar algo firme y estable para
el movimiento revolucionario.
Una
lección segura que, creo, se desprende de la experiencia de aquella época, es
que los trabajadores empleados en fábricas son la verdadera base del partido
revolucionario. Es ahí donde existe el poder, la vitalidad y la confianza en el
futuro. Las masas desempleadas, las organizaciones de desempleados, nunca
pueden llegar a sustituir una base entre los trabajadores de fábricas
empleados.
En aquel
entonces había rumores de que se avecinaba una huelga en las plantas del caucho
en Akron. Varios de nosotros fuimos allí con la idea de participar en ella a
través de algunos contactos. Pero no sucedió nada. La huelga fue pospuesta.
Menciono este incidente sólo para que sepan que siempre estábamos orientados en
dirección de las actividades de masas, esforzándonos por no dejar escapar
ninguna oportunidad.
Huelga de
Chevrolet en Toledo
Ese verano
estalló la huelga de los trabajadores de la Chevrolet en Toledo. Nuestros
compañeros estuvieron extremadamente activos en la huelga. Muste fue allá y ejerció
una influencia considerable en los dirigentes de filas de la huelga. Obtuvimos
mucha publicidad a partir de su actividad, pero nada tangible en el terreno
organizativo. Después de haber podido observar por un tiempo las
características personales de Muste, me parece que esa era una de las
debilidades de los métodos de Muste. Era un buen administrador y un buen
trabajador de masas, que se ganaba la confianza de los trabajadores de forma
muy rápida. Sin embargo, solía adaptarse a las masas más de lo que un auténtico
dirigente político puede permitirse, con el resultado de que pocas veces pudo
cristalizar un núcleo firme sobre una base programática para un funcionamiento
permanente. Prácticamente en cada caso Muste realizaba un buen trabajo de masas
que al final otra tendencia política, menos generosa y tolerante que Muste,
aprovechaba.
En este
periodo de depresión y dificultades internas en el partido, Budenz empezó a
mostrar las cartas. Como uno de los dirigentes del Partido Estadounidense de
los Trabajadores, Budenz había pasado automáticamente al nuevo partido, pero lo
hizo sin el menor entusiasmo. Se había opuesto a la fusión. Por esa época
estaba enfermo y nunca participaba en el trabajo. Después de unos cuantos meses
de refunfuñar, emprendió una oposición abierta por su propia cuenta. Nos acusó
de no desarrollar el "enfoque norteamericano". Este había sido uno de
los puntos que el Partido Estadounidense de los Trabajadores recalcaba: que
deberíamos dirigirnos a los trabajadores norteamericanos en términos
comprensibles, hablar su lenguaje y recalcar aquellos sucesos en la historia
norteamericana que pudieran interpretarse de una manera revolucionaria,
etcétera. Nosotros, los trotskistas, en nuestra lucha contra la degeneración
nacionalista del estalinismo siempre habíamos hecho hincapié en el
internacionalismo. Cuando empezaron a discutir con nosotros, los musteístas
quedaron enormemente sorprendidos al enterarse que estábamos perfectamente
dispuestos a aceptar el "enfoque norteamericano". En efecto, años
atrás, en el Partido Comunista, nuestra fracción había librado una lucha sobre
esa misma orientación. Exigimos que el Partido Comunista, que había sido
inspirado por la revolución rusa y que nunca había apartado la mirada de Rusia,
volviera la vista a casa. Dijimos que el partido se debía norteamericanizar,
adaptarse en toda forma posible a la sicología, los hábitos y tradiciones de
los trabajadores norteamericanos, ilustrar su propaganda, cuando fuese posible,
con sucesos de la historia norteamericana. Estábamos completamente de acuerdo
con eso. No sé si alguno de ustedes se percató que eso lo tratamos de aplicar
un poco en el reciente juicio en Minneapolis. Durante el interrogatorio, el
señor Schweinhaut intentaba hacerme que dijera qué haríamos en caso que el
ejército y la marina se pusieran contra un gobierno de trabajadores y
agricultores. Le di el ejemplo de la Guerra Civil norteamericana y lo que hizo
Lincoln.
Estábamos
totalmente a favor de ese tipo de norteamericanización, es decir, la adaptación
de nuestra técnica de propaganda al país. Eso también es buen leninismo. Sin
embargo, Budenz rápidamente demostró que cuando hablaba de norteamericanización
se refería más bien a una cruda versión de patriotería. Se presentó al Comité
Nacional de nuestro partido con una propuesta de que todo nuestro programa
debería ser una enmienda a la Constitución; de que nuestro programa
revolucionario debería de reducirse a un proyecto parlamentario. Era un
horrendo programa entreguista y filisteo del tipo más burdo. Budenz trató de
crear problemas entre las filas, con la esperanza de aprovechar la ignorancia y
los prejuicios. Allí teníamos que ser muy cuidadosos de las repercusiones,
porque él había trabajado en el terreno y era conocido por los trabajadores en
el terreno. Con esmero habían corrido la voz de que los trotskistas eran unos
pesados con la teoría, les gustaba debatir nimiedades y no entendían nada de
las realidades del movimiento de masas, y que ningún trabajador de masas podía
tener nada que ver con ellos. Teníamos que tener mucho cuidado con este
prejuicio que habían propagado contra nosotros. Budenz no nos importaba. Ya le
teníamos la medida. Pero sí estábamos sumamente interesados en sus amigos entre
los trabajadores en el terreno quienes habían venido del Partido Estadounidense
de los Trabajadores. Contra Budenz procedimos con mucho cuidado. No lo
expulsamos ni lo amenazamos. Simplemente empezamos una discusión muy cautelosa.
Empezamos una discusión muy paciente, una discusión política, una educación
política.
Creo que
la educación política que realizamos en torno al asunto de Budenz en ese
periodo fue un modelo en nuestro movimiento. Los resultados quedaron patentes
cuando posteriormente Budenz trazó las conclusiones lógicas de su programa
filisteo de "norteamericanización" y se vendió a los estalinistas,
quienes en esa época agitaban a dos manos la bandera de las Barras y Estrellas.
Tenía la esperanza de dividir el partido y llevarse con él a todos esos
valiosos y experimentados militantes en el terreno. Sin embargo, no tomó en
cuenta su hueste. Menospreció lo que se había logrado en la paciente discusión
y colaboración en el trabajo conjunto que habían antecedido. A la hora del
duelo, Budenz se halló aislado y prácticamente se fue solo al campo de los
estalinistas. Los trabajadores en el terreno se mantuvieron fieles al partido
y, gradualmente, de trabajadores militantes de masas en el terreno se fueron
transformando a bolcheviques genuinos. Eso requiere tiempo. Nadie nace siendo
bolchevique. Se tiene que aprender. Y tampoco se puede aprender sólo de los
libros. Se aprende, en el transcurso de bastante tiempo, mediante la
combinación de trabajo en el terreno, lucha, sacrificios personales, pruebas,
estudio y discusión. La forja de un bolchevique es un proceso muy largo. Pero
la recompensa es que, cuando uno logra un bolchevique, se consigue algo
valioso. Cuando se logra un número suficiente, uno puede hacer lo que se
proponga, hasta una revolución.
Tuvimos
diversas dificultades y riñas internas, todas las cuales eran sencillamente
chispas de la lucha principal en torno a la cuestión del Ala Izquierda del
Partido Socialista. Ese era el foco de todo el interés. En el pleno del Comité
Nacional celebrado en junio de 1935 hubo una gran contienda al respeto. Ese
"pleno de junio" descolla en la historia de nuestro partido. Ya no
era un barullo desorganizado como ocurrió en Pittsburgh en marzo. Al pleno de
junio llegamos listos para la pelea. Llegamos organizados y resueltos,
preparados con resoluciones, para tornar las discusiones del pleno en un
trampolín para una lucha abierta en el partido, la cual aclararía el problema y
educaría a los militantes.
Exigimos
que se hiciera más énfasis en el Partido Socialista. Ante nuestros ojos se iban
acumulando pruebas de que nuestro partido no estaba atrayendo a los
trabajadores radicales sin afiliación, tal como habíamos esperado. Habíamos
captado algunos, pero la mayoría se afiliaba al Partido Socialista, bajo la
impresión de que el futuro partido revolucionario se formaría a partir de su
Ala Izquierda. A los trabajadores no les gusta unirse a un partido pequeño si
pueden unirse a uno más grande. No se les puede culpar por eso; no hay virtud
en la pequeñez en sí. Veíamos que el Partido Socialista estaba atrayendo a ese
tipo de trabajadores y que bloqueaba la posibilidad del reclutamiento para el
Partido de los Trabajadores. Si bien el Ala Izquierda del Partido Socialista no
competía de manera consciente con nosotros, debido al peso de su superioridad
numérica estaba atrayendo posibles miembros nuestros al Partido Socialista,
alejándolos de nosotros. El Partido Socialista nos hacía estorbo. Teníamos que
quitar ese obstáculo de nuestro camino.
En el
pleno de junio se desbarataron las viejas alineaciones. Burnham se nos unió en
apoyo de la resolución de Cannon-Shachtman sobre la cuestión del Partido
Socialista. Muste y Oehler se encontraron juntos al otro lado. En la
Conferencia de Trabajadores Activos de marzo, Muste se había unido en un bloque
con nosotros, pero ahí los asuntos políticos no se habían demarcado con
claridad. Para el momento del pleno de junio, Muste sospechaba cada vez más que
nosotros posiblemente podríamos tener algunas ideas respecto al Partido
Socialista que violarían la integridad del Partido de los Trabajadores como
organización. Se oponía rotundamente a esto y prácticamente entró, si bien de
manera informal, en un virtual bloque con los oehlerianos. En parte se vio
empujado hacia esa combinación poco atinada por Abern y su pequeña camarilla.
No son dignos que se les denomine fracción porque carecían de principios. Estos
luchadores de camarilla interna carentes de principios se volcaron a esa
situación, y esa combinación --musteístas, oehlerianos y abernistas--
constituyó una mayoría en el pleno de junio.
Empezamos
la gran lucha contra el sectarismo como una minoría, tanto en la dirección como
entre los miembros. Nuestro programa, de forma resumida, era: el más alto grado
de atención al Ala Izquierda y a todos los acontecimientos en el Partido Socialista.
¿Cómo había de expresarse ese grado de atención? (1) Con numerosos artículos en
nuestra prensa que analizaran los acontecimientos en el Partido Socialista, en
los que nos dirigiéramos a los trabajadores del Ala Izquierda, ofreciéndoles
consejos y críticas de una manera amistosa. Eso facilitaría nuestro
acercamiento a ellos. (2) Instruyendo a nuestros miembros para que
establecieran contactos personales entre los Socialistas de Izquierda y
trataron de interesarlos en cuestiones de principios, discusiones políticas,
reuniones conjuntas con nosotros, etcétera. (3) Al formar fracciones
trotskistas en el Partido Socialista. Al enviar a un grupo --unos 30 ó 40
miembros-- a que se uniera al Partido Socialista y trabajara en su interior en
interés de la educación bolchevique del Ala Izquierda. Estos tres puntos
constituían la primera mitad de nuestro programa.
La segunda
mitad era dejar las perspectivas organizativas abiertas para el presente. Esto
aparentemente nos puso en una posición más o menos defensiva. Nosotros no
dijimos, "Unámonos al Partido Socialista". Por otro lado, tampoco
dijimos que nunca, bajo ninguna circunstancia, nos uniríamos al PS. Dijimos:
"Mantengamos la puerta abierta sobre esta cuestión. Mantengamos el Partido
de los Trabajadores, tratemos de construirlo haciendo trabajo independiente.
Pero establezcamos relaciones estrechas con el Ala Izquierda del PS, busquemos
una fusión con ellos y esperemos a ver qué traerán los acontecimientos futuros
en cuanto al aspecto organizativo de la cuestión".
En
realidad, no hubiéramos podido unirnos al Partido Socialista en aquel momento
aun si todo el partido lo hubiese querido. El Ala Derecha, que estaba en
control en Nueva York, no lo habría permitido. Pero nos dábamos cuenta que en
el PS había una gran efervescencia y que las cosas podían cambiar radicalmente
sin previo aviso. Queríamos estar listos para lo que fuera. Dijimos:
"Puede que expulsen al Ala Izquierda del Partido Socialista y que venga a
unírsenos o que se junte con nosotros en un nuevo partido. Puede ser que el Ala
Derecha se separe y eso dé paso a tal situación en el Partido Socialista que
tendremos que unirnos a él para evitar que los estalinistas le echen mano al
movimiento. Dejemos la cuestión abierta y esperemos los acontecimientos".
Para nuestros contrincantes eso no
era suficiente. Los oehlerianos salieron con una propuesta absolutamente
positiva y definitiva, como siempre hacen los sectarios. Dijeron: "No nos
unamos al Partido Socialista, ni ahora ni nunca, como asunto de principio".
¿Por qué debíamos de hipotecar nuestro futuro en junio de 1935? ¿Por qué?
"Porque el Partido Socialista está afiliado con la Segunda Internacional,
la cual fracasó en 1914 y fue denunciada por Rosa Luxemburgo y por Lenin. La
Internacional Comunista fue organizada a partir de la bancarrota de la Segunda
Internacional. Si nos unimos al Partido Socialista --ahora o en el futuro--
estaremos respaldando a la Social Democracia y avalando de nuevo a los
Scheidemann y Noske, quienes asesinaron a Karl Liebknecht y a Rosa
Luxemburgo". Esa era la esencia del oehlerianismo. ¿Se les podía explicar
que habían habido cambios tremendos, gente nueva, factores nuevos,
alineamientos políticos nuevos? Es muy difícil explicar cualquier cosa a los
sectarios. Exigían que nuestro partido repudiara en principio el "viraje
francés", nombre dado a la decisión de los trotskistas franceses de unirse
al Partido Socialista de Francia. Los oehlerianos rechazaron esa política para
todos los países del mundo. Los combatimos en la cuestión de principios.
Defendimos el "viraje francés". Dijimos que, bajo circunstancias
similares, haríamos lo mismo en Estados Unidos.
Nos
acusaron de planear premeditadamente el unirnos al Partido Socialista, de
ocultar nuestros objetivos para manipular paulatinamente a los miembros. Muchos
miembros del partido se creyeron esa acusación por un tiempo, pero no tenía
nada de cierto. Según entendíamos la situación en el PS, en aquel momento era
imposible tomar una posición definitiva. No proponíamos unirnos al PS en ese
momento, pero rehusábamos bloquear el camino a una decisión futura de ese tipo
mediante una declaración de principios contra ella. Un partido no se puede
manipular; se debe educar, es decir, si uno piensa forjar un partido
revolucionario. Yo diría que una dirección que se preste a ese tipo de juegos
no merece confianza alguna. Yo jamás me identificaría con ese tipo de política.
Si uno cree en algo, entonces debe empezar a divulgarlo de inmediato a fin de
que la educación llegue al exterior lo más rápido posible. Un partido que no
actúa conscientemente, con un conocimiento pleno de lo que hace, y por qué lo
está haciendo, no vale mucho. El mantenerse callado y esperar que de una u otra
forma uno podrá meter un programa de contrabando, eso no es política marxista;
eso es política pequeñoburguesa de la cual el moralista profesor Burnham
posteriormente nos dio varios ejemplos. El único propósito de cualquier lucha
fraccional, desde el punto de vista trotskista, no es simplemente tomar la
ventaja y ganar a una mayoría por el momento. Esa es una concepción corrompida;
pertenece a otro mundo y no al nuestro.
Debate en
el partido
El pleno
de junio se abrió de par en par a los miembros. El debate se puso tan acalorado
que no pudimos mantenerlo restringido a las cuatro paredes. El interés tenía
agitados a todos los militantes. En todo caso, todos ellos se hallaban a las
puertas. Nos enfrascamos, debatiendo día y noche. Hay una extraña cualidad
física de los trotskistas, no sé qué es. Normalmente no tienen más resistencia
física que otros, a veces hasta tienen menos. Sin embargo, he notado más de una
vez que en las luchas políticas, cuando se trata de pelear por una idea
política, los trotskistas se pueden mantener despiertos durante más tiempo y
hablar más y con más frecuencia que gente de otra tendencia política. Una parte
de nuestra ventaja en el pleno fue el aspecto físico. Sencillamente los
agotamos. Finalmente, a eso de las cuatro de la madrugada de la tercera mañana,
la mayoría, exhausta, suspendió el debate. Presentaron una moción para terminar
la discusión a las tres de la madrugada. Luego hablamos por espacio de una hora
más sobre el hecho de que esto era una violación de la democracia. Para
entonces estaban tan cansados que no les importaba si eso era democrático o no,
mientras que nosotros seguíamos frescos como una lechuga. Clausuraron el pleno
con nosotros en la minoría, pero a la ofensiva hasta el último momento.
Del pleno,
el debate se llevó a las filas. Estábamos resueltos a derrotar la política
sectaria y aislar a la fracción sectaria. Después de cuatro meses de discusión
interna era evidente que habíamos triunfado. El bloque entre Muste y Oehler se
había resquebrajado ante los martillazos de la discusión, y los oehlerianos
quedaron aislados. En el transcurso de otros acontecimientos, quedó manifiesta
la falta de lealtad de los sectarios de izquierda. Empezaron a violar la
disciplina del partido, a distribuir sus propias publicaciones en reuniones
públicas a pesar de que era algo prohibido por el partido. Vinieron tesis en
mano a exigir el derecho a establecer su propia prensa como fracción
independiente. En el pleno de octubre aprobamos una resolución que explicaba
que su demanda, desde un punto de vista práctico, era imposible acceder y que en
cuanto a principios, desde el punto de vista del bolchevismo, era falsa.
Shachtman redactó esa resolución que explicaba por qué la demanda de ellos
estaba errada y por qué no podíamos acceder. Después, en la lucha contra la
oposición pequeñoburguesa, Shachtman redactó otra resolución indicando por qué
era correcto en principio, a la vez que necesario, que su fracción tuviera un
órgano de prensa dual e independiente. Esa contradicción no era nada extraño ni
nuevo para nosotros. Shachtman siempre se distinguió no sólo por tener una
extraordinaria facilidad literaria, sino también por una versatilidad literaria
no menos extraordinaria que le permitía escribir igualmente bien sobre dos
aspectos opuestos de una misma cuestión. Yo creo en reconocer a cada quien sus
méritos, y Shachtman merece ese halago.
El pleno
de octubre rechazó las demandas de los oehlerianos y respecto a la moción de
Muste, les dio una advertencia severa de que cesaran y desistieran de más
violaciones de la disciplina partidaria. Ellos hicieron caso omiso de la
advertencia y siguieron violando sistemáticamente la disciplina partidaria.
Sobre esa base se les expulsó del partido poco después del pleno de octubre.
Entretanto,
mientras en nuestras filas sucedía todo esto, las cosas rápidamente estaban
llegando a un punto crítico en el Partido Socialista. El Ala Derecha --que
estaba concentrada en Nueva York alrededor de la Escuela Rand, el periódico Daily
Forward y la burocracia sindical--, se tornó cada vez más agresiva en la
lucha y al verse en una minoría, se escindió a iniciativa propia en diciembre
de 1935. Eso creo una situación completamente nueva en el Partido Socialista.
La escisión del Ala Derecha nos dio la oportunidad que necesitábamos para
establecer el contacto directo con esta Ala Izquierda en ciernes. Gracias al
ajuste de cuentas definitivo con los sectarios, teníamos para entonces las
manos y estábamos listos para aprovechar la oportunidad.
La última conferencia nos llevó hasta
la conclusión de la lucha interna con los sectarios oehlerianos en el pleno de
octubre de 1935. Tras cuatro meses de discusiones y lucha fraccional la
correlación de fuerzas del pleno de junio había cambiado de manera radical. En
el pleno de junio la minoría había captado a la mayoría en las filas del
partido. Además, el bloque tácito de los ultraizquierdistas oehlerianos con las
fuerzas de Muste, el cual nos había hecho frente en el pleno de junio, se había
disuelto para el pleno de octubre. Allí el propio Muste creyó necesario
presentar la resolución --que había sido redactada de manera conjunta por la
fracción de Muste y la fracción de Cannon-Shachtman--, que sentaba las
condiciones bajo las que los oehlerianos podían permanecer en el partido. A la luz
de la actitud desleal que habían adoptado los oehlerianos, se discernía que eso
señalaría su retiro del partido. Así fue. El no cumplir las regulaciones
disciplinarias del pleno de octubre resultó en su expulsión.
De la experiencia de Muste en su
bloque infausto con Oehler se podría sacar cierta lección política. Para un
grupo político, las combinaciones que pasan por alto los principios terminan
inevitablemente en desastre. Tales bloques no se pueden mantener. El error de
Muste al jugar con los oehlerianos en el pleno de junio y después de él, había
minado enormemente su posición dentro del partido ante aquellos que tomaban los
programas políticos con seriedad. Sin embargo, se debe admitir que logró salir
de su insostenible situación de una forma mucho más creíble de lo que luego
haría Shachtman en su bloque sin principios con Burnham. Muste, tan pronto se
percató que la fracción de Oehler era desleal al partido y que se iba a
escindir de nosotros, no se anduvo con ceremonias y rompió relaciones con ellos.
Luego se nos unió para hacerlos a un lado y, al final, para expulsarlos del
partido. Shachtman siguió prendido del faldón de Burnham hasta el final, hasta
que Burnham se lo sacudió.
Después de
la salida de los sectarios, prevaleció en el partido una tregua incómoda entre
las dos fracciones: la fracción de Muste, que contaba con el apoyo de los
abernistas y la fracción de Cannon-Shachtman, que para ese entonces se había
convertido en la mayoría tanto en el Comité Nacional como entre la militancia.
Era una tregua incómoda que se basaba en una suerte de seudoacuerdo sobre
cuáles debían ser las tareas prácticas del partido. El fantasma del Ala
Izquierda del Partido Socialista aún se cernía sobre el Partido de los
Trabajadores. Si bien persistía el problema, los medios para resolverlo aún no
habían madurado. Incluso después del pleno de octubre de 1935 no hicimos una
propuesta para entrar al PS. Esto no se debió --como se nos acusó con
frecuencia y como tal vez algunos camaradas se inclinan a creer-- a que estábamos
disimulando y tratando de maniobrar para que el partido entrara al PS sin el
conocimiento y el consentimiento de la militancia. Se debió a que la situación
en el Partido Socialista, por aquel entonces, no le permitía a nuestro grupo la
posibilidad de unírsele. En tanto "la vieja guardia" del Ala Derecha
controlara la organización en Nueva York, el ingreso de los trotskistas estaba
mecánicamente excluido. La "vieja guardia" no lo permitiría jamás. En
consecuencia, no hicimos tal propuesta.
Actitud
hacia el PS
Por
aquella época, en efecto, había habido una reunión del Comité Nacional del
Partido Socialista, en la cual los raquíticos "militantes"
capitularon vergonzosamente ante el Ala Derecha. Las filas del grupo de los
"militantes" se alzaron contra dicha acción, y con su presión
empujaron a la dirección de nuevo hacia la izquierda. Aún era imposible decir
con certeza cuál sería el desenlace de la lucha en el Partido Socialista. Sólo
podíamos esperar y ver. Todavía no podíamos resolver el problema fundamental
del Partido Socialista ya que la situación del mismo aún no había cuajado.
Durante
todo este tiempo, los trabajadores avanzados, los no afiliados pero más o menos
radicales y con conciencia de clase, concentraban su atención en el Partido Socialista
porque era un partido más grande. Decían: "Esperemos a ver quién va a ser
el verdadero heredero del movimiento radical de Estados Unidos, si el Partido
Socialista o el Partido de los Trabajadores. Veamos si el Partido Socialista de
verdad vira hacia la izquierda. En ese caso podemos afiliarnos a un partido
revolucionario que es más grande que el Partido de los Trabajadores". Bajo
tales condiciones era extremadamente difícil reclutar al Partido de los
Trabajadores.
A pesar de
que en ese entonces no había propuestas de ninguna de las fracciones respecto
de la otra sobre la cuestión del Partido Socialista, había una fricción
constante dentro del Partido de los Trabajadores. Supuestamente todos estábamos
de acuerdo en construir el PT, en conducir nuestra agitación independiente,
etcétera. Dijimos que no teníamos una propuesta para entrar al Partido
Socialista. Y ellos no habrían podido oponerse a tal propuesta sobre la base de
principios puesto que ya habían respaldado el "viraje francés".
Sin
embargo, había una diferencia en la forma en que las fracciones percibían el
problema. Ellos veían la efervescencia en el Partido Socialista como algo
fastidioso, algo que se debía evitar. Cada vez que algo interesante hacía
despertar una nueva atención en la lucha fraccional dentro del PS, se resentían
porque eso le restaba atención a nuestra propia organización. Consideraban al
Partido Socialista tan sólo como una organización rival y no percibían las
corrientes ni las tendencias en conflicto, algunas de las cuales estaban
destinadas a marchar junto a nosotros. Era un enfoque organizativo. Creo que
esa es la forma adecuada de caracterizar la actitud de Muste en aquel momento.
"No hay que prestarle atención al PS; es una organización rival". A
un nivel formal era así. Sin embargo, el Partido Socialista no era un cuerpo
homogéneo. Algunos de sus elementos eran enemigos irreconciliables de la
revolución socialista; otros tenían la capacidad de llegar a ser bolcheviques.
La lealtad y el orgullo con la organización son cualidades absolutamente
indispensables de un movimiento revolucionario. Sin embargo, el fetichismo
organizativo --en especial por parte de una organización pequeña que aún no ha
hecho valer su derecho al liderazgo--, se puede llegar a convertir en una
tendencia desorientadora. Y así fue.
Nosotros
enfocábamos el problema desde una óptica distinta, desde el ángulo no tanto
organizativo como político. No veíamos la efervescencia del Partido Socialista
como una distracción molesta que nos iba a alejar de la labor de forjar nuestro
propio partido. Veíamos en ella una oportunidad que no se debía dejar escapar a
fin de lograr el avance de nuestro movimiento sin importar la forma
organizativa que al final pudiera asumir. Nos inclinábamos a orientarnos hacia
ella, para tratar de influenciarla de alguna forma. Como decía, las propuestas
prácticas que planteaban las dos fracciones en aquel momento no eran tan
distintas. Sin embargo, la diferencia de actitud sobre el problema del Partido
Socialista era fundamental y de seguro algo que tarde o temprano nos haría
entrar en conflicto.
La
cuestión organizativa es importante, pero lo decisivo es la línea política.
Nadie que no entienda que la cuestión política está por encima de la
organizativa logrará crear una organización revolucionaria. Las cuestiones
organizativas son importantes sólo en tanto sirven a la línea política, a un
fin político; por sí solas no tienen mérito alguno. Durante este periodo
particular, mientras el asunto del Partido Socialista seguía sin resolverse, la
posición de Muste parecía ser más positiva y mejor definida que la nuestra. La
receta sencilla de Muste les resultaba atractiva a algunos camaradas.
"Guardemos distancia del Partido Socialista y forjemos nuestro propio
partido": bien definida y positiva. Sin embargo, la superioridad de la
fórmula de Muste era sólo la apariencia exterior. En el instante que sucedía
algo nuevo en el PS --y era este el fastidio eterno de los musteístas, siempre
estaba ocurriendo algo en aquel caldero hirviente-- teníamos que prestarle
atención y escribir al respecto en nuestra prensa.
Y esta vez sí ocurrió algo. Los
sucesos dieron un nuevo viraje que resolvió todas las dudas que teníamos al
respecto y planteó de la forma más directa la cuestión de la entrada o no
entrada al PS. Agobiado por las fracciones, en diciembre de 1935 el Partido
Socialista se comenzó a dividir abiertamente. El Ala Derecha, que controlaba el
aparato en Nueva York, se vio enfrentada en el Comité Central de la Ciudad --un
cuerpo de delegados de las ramas-- con la fuerza creciente del Ala Izquierda y
la mayoría que ésta tenía allí. En vez de reconocer a esta mayoría y dejar que
operara el proceso democrático, el Ala Derecha mostró los dientes, como hacen
siempre en estas situaciones los "demócratas" socialistas
profesionales. Naturalmente, dieron media vuelta, expulsaron a un número de
ramas de "militantes" y las reorganizaron, precipitándose así la
escisión.
En este
caso, como en ejemplos pasados, se nos reveló la verdadera esencia de la
llamada democracia del Partido Socialista y de todos los grupos
pequeñoburgueses que ponen el grito en el cielo ante los métodos dictatoriales
y la aspereza del bolchevismo. En el instante en que se la pone a prueba, todo
lo que dicen de democracia resulta ser presunción y fraude. Hablan contra el
bolchevismo en nombre de la democracia; pero si están en juego sus intereses y
su control, no ceden jamás ante la mayoría democrática de las filas. Estas
organizaciones tienen una seudodemocracia que permite hablar y criticar mucho,
siempre y cuando esas frases y esas críticas no atenten contra el control de la
organización. Sin embargo, en el momento en que se desafía su mandato, recurren
a las represiones burocráticas más brutales contra la mayoría. Esto es cierto
de todos ellos, toda suerte de opositores del bolchevismo en el terreno
organizativo. Incluso el santificado Norman Thomas no fue una excepción, como
lo voy a demostrar más adelante. A propósito, eso también es cierto de todos
los grupos sectarios, sin excepción, que se escindieron de la Cuarta
Internacional, los cuales armaron un gran escándalo por la falta de democracia
dentro del movimiento trotskista. En el momento en que montaron sus propias
organizaciones, establecieron verdaderos despotismos. Por ejemplo, tan pronto
se constituyó el grupo de Oehler como organización independiente y la gente que
se había dejado seducir por sus llamados contra el terrible burocratismo de la
organización trotskista recibió una sacudida áspera. Se hallaron frente a la
caricatura más rígida y despótica del burocratismo.
Para
nosotros estaba claro que la escisión en Nueva York del Ala Derecha del Partido
Socialista anunciaba la escisión a nivel nacional. El Ala Derecha del Partido
Socialista estaba determinada, por motivos propios, a desvincularse de las
bases militantes y de los elementos jóvenes del PS que hablaban de revolución.
Era algo que consideraban cosa del pasado. Tenían la vista puesta en las
elecciones nacionales de 1936 y ya en sus propias mentes sin duda alguna habían
arribado a la posición de apoyar a Roosevelt. Sólo andaban buscando un buen
pretexto para romper relaciones con los militantes de filas y con los jóvenes
que aún tomaban el socialismo en serio.
Había
llegado la hora
La escisión
de Nueva York nos demostró que había llegado la hora de actuar sin demora.
Sucede que yo estaba en Minneapolis cuando ocurrió la explosión en la
organización del PS en Nueva York. Aquí se repetía de manera impactante el
proceso de 1934. El impulso de acelerar la fusión con el Partido Estadounidense
de los Trabajadores surgió de un intercambio sostenido allá durante la huelga.
Y ahora, por segunda vez, la iniciativa de efectuar un viraje político agudo
vino de una conferencia informal que tuve con camaradas dirigentes en
Minneapolis.
Llegamos a
la conclusión de que debíamos proceder --sin dejar que ocurriera un atraso
innecesario de ni siquiera un día--, a entrar al Partido Socialista mientras
éste permanecía en un estado de fluidez, antes de que tuviera tiempo de
cristalizarse una nueva burocracia y antes de que se pudiera consolidar la
influencia de los estalinistas. Todo el liderazgo de nuestra fracción, la
fracción de Cannon-Shachtman, estaba de acuerdo con esta línea. Las bases de la
fracción se habían preparado y educado bien en la prolongada lucha interna y
habían asimilado de lleno la línea política de la dirección. Apoyaban este plan
de forma unánime. Habían superado todos los prejuicios respecto al "viraje
francés", al principio de "independencia" y al resto de letanías
de los fraseólogos sectarios. Cuando surgió la oportunidad de realizar un
viraje que ofrecía la posibilidad de una ventaja política, estaban listos para
proceder. Había llegado la hora de actuar.
Todo
dependía entonces de la cuestión de actuar sin demorar demasiado, sin
juguetear, sin indecisión o vacilaciones. La propaganda cotidiana, que se
realiza constantemente, de ninguna manera es suficiente por sí sola para
construir un partido ni para permitirle que crezca con rapidez. La exposición
cotidiana de los principios tampoco es suficiente. Un partido político debe
saber qué hacer a continuación, y hacerlo antes de que sea demasiado tarde. En
este caso particular, lo que teníamos que hacer a continuación, si queríamos
aprovechar una gran situación de fluidez en la vanguardia del movimiento de
trabajadores, era avanzar hacia el PS, echar mano de la oportunidad antes que
se nos escapara, y dar un paso al frente efectuando una fusión de los
trabajadores trotskistas con los militantes de base y los jóvenes del Partido
Socialista, quienes tenían al menos el deseo subjetivo de ser revolucionarios y
marchaban en nuestra dirección.
'Martillar
cuando el hierro está caliente'
Hay una
expresión, un buen lema norteamericano que dice que hay que martillar mientras
el hierro está caliente. No sé cuántos de ustedes se den cuenta de lo vívida
que puede parecerle esta expresión a alguien que la entiende desde un punto de
vista mecánico. En la política ese ha sido siempre mi lema favorito y siempre evoca
la visión de una herrería allá en mi pueblo, donde de muchachos solíamos
pasárnosla fascinados por el herrero, quien ante nuestros ojos era una figura
heroica. El se tomaba su tiempo, fumaba su pipa de forma muy relajada y hablaba
con la gente del clima y de la política local. Cuando llevaban un caballo para
herrarlo, el herrero bombeaba lentamente el fuelle bajo la fragua, todavía de
forma relajada, hasta que el fuego alcanzaba un rojo blanco y la herradura se
ponía al rojo candente. Luego, en el momento preciso, el herrero se
transformaba. Se deshacía de su letargo, agarraba la herradura con sus tenazas,
la ponía sobre el yunque y comenzaba a martillarla mientras estaba al rojo
candente. De lo contrario, la herradura perdía su maleabilidad y él no podía
darle la forma apropiada. Si hubiésemos dejado enfriar la oportunidad en el PS,
se nos habría escapado. Debíamos martillar mientras el hierro estaba candente.
Existía el peligro de que los estalinistas --quienes estaban poniendo una
enorme presión sobre el PS-- se nos adelantaran y repitieran su proeza de
España. Existía el peligro de que los lovestonistas --quienes en cuanto a
afinidad política estaban desde luego más cerca de los socialistas
norteamericanos que nosotros, ya que ellos no eran nada más que unos
centristas--, entendieran cuál era su próxima seña y se nos adelantaran a
entrar al Partido Socialista.
Teníamos
que librar dos pequeños obstáculos antes de que pudiésemos efectuar nuestra
entrada. Primero, teníamos que organizar un congreso del partido para sancionar
dicha acción. Segundo, teníamos que obtener permiso de los dirigentes del
Partido Socialista antes de que pudiéramos unirnos a él. Antes de nuestro
congreso tuvimos que pasar por una lucha fraccional feroz más con los
musteístas, quienes llamaron a su cohorte para que librara un último esfuerzo
para salvar la "independencia" y la "integridad" del
Partido de los Trabajadores. Combatieron con un celo santo nuestra propuesta de
disolver la iglesia del Señor e ir a unirnos a los heréticos socialistas.
Defendían la "independencia" del Partido de los Trabajadores como si
se tratara del Arca de la Alianza y nosotros estuviésemos poniéndole nuestras
manos profanas encima. Sin duda se trataba de una lucha feroz que tenía
elementos de fanatismo semi religioso. Pero de nada les sirvió. La gran mayoría
de los miembros del partido desde un comienzo estuvo claramente a nuestro
favor.
Comenzamos negociaciones con los
dirigentes de los "militantes" sobre los términos y condiciones de
nuestra entrada al Partido Socialista. Las negociaciones con estos héroes de
cartón piedra fueron un espectáculo digno de dioses y de hombres. Jamás las he
de olvidar. Creo que durante toda mi larga y diversa experiencia --que ha ido
desde lo sublime hasta lo ridículo y viceversa--, nunca me topé con nada tan
fabuloso y fantástico como las negociaciones con los jefes del grupo de los
"militantes" del Partido Socialista. Todos ellos eran figuras
pasajeras, importantes por un día. Sin embargo, no lo sabían. Se veían en un espejo
que los distorsionaba y por un periodo breve imaginaron que eran dirigentes
revolucionarios. Más allá de su imaginación, no había base alguna para que
presumieran que estaban calificados para dirigir nada o a nadie, mucho menos a
un partido revolucionario que requiere de cualidades y rasgos de carácter un
tanto diferentes de los de la dirección de otros movimientos. Carecían de
experiencia y no se les había puesto a prueba. Eran ignorantes, faltos de
talento, pobres de mente, débiles, cobardes, traicioneros y vanidosos. Y tenían
además otras faltas. Nuestra solicitud de entrada a su partido los puso en un
dilema. La mayoría de ellos nos quería dentro del partido como contrapeso del
Ala Derecha y para protegerse de los estalinistas, a quienes por un lado les
tenían un miedo mortal y, por el otro, tendían a acercárseles. Nos querían
dentro del partido y tenían miedo de lo que íbamos a hacer una vez adentro. No
supieron con seguridad, desde un principio hasta el fin, lo que en realidad
querían. Por encima de todo, también nos tocaba ayudarles a que decidieran.
Estaba Zam, ex-lovestonista y
renegado comunista quien iba de regreso a la socialdemocracia. Cuando iba rumbo
a la derecha se topó con algunos jóvenes socialistas que viajaban hacia la izquierda
y por un momento pareció que estaban de acuerdo. Sin embargo, en realidad no
era así; apenas se habían encontrado en la encrucijada.
Estaba Gus Tyler, un muchacho muy
listo, cuyo único defecto era su falta de carácter. El se podía parar y debatir
el problema de la guerra desde la perspectiva de Lenin con cualquiera de los
dirigentes estalinistas --y plantear correctamente la posición leninista-- y
luego se iba a trabajar para los farsantes del sindicato de la aguja, para
hacer "trabajo educativo" para el programa de estos, incluido su
programa sobre la guerra, para después preguntarse por qué la gente se
sorprendía o se indignaba por ello. La gente sin carácter es como la gente que
carece de inteligencia. No entienden por qué a los demás eso les parece
extraño.
Estaba Murry Baron, un brillante
joven universitario que también se consiguió un trabajo como dirigente sindical
a regañadientes de Dubinsky. Vivía bien y le parecía importante no dejar de
hacerlo. Al mismo tiempo, se aficionaba a la tarea de dirigir un movimiento
revolucionario, como alguien que adquiere un pasatiempo.
Estaban Biemiller y Porter de
Wisconsin, compañeros que para la edad de 30 años ya habían adquirido todas las
cualidades seniles de los socialdemócratas europeos. Al apagárseles la llama
del idealismo, si es que alguna vez la tuvieron, se acomodaban para dedicarse a
fingir trabajo sindical durante la semana y dárselas de radicales los domingos.
Casi todos ellos eran del mismo tipo, y era un tipo muy pobre. Eran ellos, no obstante,
los dirigentes del Ala Izquierda del Partido Socialista, y con todos ellos
teníamos que negociar, entre ellos Norman Thomas, quien nominalmente encabezaba
el partido y quien, como Trotsky explicó tan bien, se reclamaba socialista
debido a un mal entendido.
Nuestro
problema consistía en llegar a un acuerdo con esa chusma para que nos
admitieran en el Partido Socialista. Para conseguirlo teníamos que negociar.
Fue una labor difícil e incómoda, muy desagradable. Pero eso no nos disuadió.
Un trotskista hará por el partido lo que sea, hasta arrastrarse en el fango.
Conseguimos que negociaran y al final logramos ser admitidos valiéndonos de
todo tipo de recursos y pagando un precio muy alto. No consistió sencillamente
en llamarlos por teléfono y decirles: "Reunámonos el martes a las dos y
discutamos el asunto". Fue un proceso largo, intrincado y tormentoso.
Mientras negociábamos de manera formal y colectiva, también trabajábamos
diversos ángulos a nivel individual. Uno de ellos era Zam, el comunista renegado
que parecía pensar que como queríamos unirnos al Partido Socialista, también
nosotros íbamos a renegar nuestro poquito. El tenía razones personales para
querer que entráramos al PS y facilitó nuestra admisión. Tenía un miedo mortal
de los estalinistas y creía que nosotros seríamos un contrapeso y un antídoto
contra ellos. Las discusiones privadas con él siempre precedían a las
discusiónes formales con los dirigentes. Siempre sabíamos de antemano lo que
estaban planeando.
Aparte de todas esas otras cosas,
no tenían una solidaridad interna ni se respetaban entre sí y, como es natural,
sacamos ventaja de eso. Otra de las operaciones laterales independientes que
precedió a nuestra entrada se dio con el propio Thomas. El último acto
progresista en la vida y en la carrera de Sidney Hook fue el organizar el
encuentro de Thomas con los trotskistas. Quizás creía que todavía nos debía
algún favor. Posiblemente se sintió conmovido por los recuerdos sentimentales
de su juventud cuando había creído que la revolución era algo buenísimo. Como
sea, organizó una reunión con Thomas, con lo que se aumentó la presión sobre el
grupo de los "militantes". Finalmente aceptaron dejarnos entrar, pero
nos hicieron pagar.
Condiciones
severas de ingreso
Nos
impusieron condiciones muy severas. Tuvimos que renunciar a nuestra prensa, a
pesar del hecho que la tradición del Partido Socialista había consistido en
permitir que cualquier fracción mantuviera su propia prensa y a pesar del hecho
que Call [Llamada] de los socialistas había comenzado como el órgano de
la fracción de los "militantes". Cualquier sección u organización
estatal o local que deseara tener su propia prensa había sido libre de hacerlo.
A nosotros nos impusieron condiciones especiales, que no íbamos a tener prensa.
Nos hicieron que renunciáramos al Militant y a nuestra revista New
International [Nueva Internacional]. Tampoco nos permitieron el honor y
la dignidad de unirnos como un cuerpo y de ser acogidos como un cuerpo. No,
teníamos que afiliarnos como individuos, contando cada una de las ramas locales
del Partido Socialista con la opción de rehusar admitirnos si así lo deseaban.
Teníamos que afiliarnos de forma individual porque querían humillarnos, para
que pareciera que sencillamente estábamos disolviendo nuestro partido,
rompiendo de forma humilde con nuestro pasado y comenzando de nuevo como
discípulos del grupo de los "militantes" del PS. Fue algo bastante
irritante, pero no nos apartamos de nuestra trayectoria sólo por sentimientos
personales. Habíamos pasado demasiado tiempo en la escuela leninista para eso.
Teníamos objetivos políticos que cumplir. Por eso, a pesar de condiciones harto
onerosas, jamás rompimos las negociaciones y nunca les dimos excusa alguna para
que las suspendieran de su parte. Cada vez que daban señales de indiferencia o
de una actitud evasiva, no les dábamos cuartel y manteníamos vivas las
negociaciones.
Mientras
tanto nuestro propio partido iba rumbo a su congreso. Pronto se revelaría que
una mayoría decisiva del partido apoyaba las propuestas del grupo de
Cannon-Shachtman para entrar al Partido Socialista. Nuestra propuesta también
contaba con el apoyo de Trotsky. Esto fue un factor considerable al asegurarle
a las filas del partido que era una buena medida táctica, que no se debía entender
como una renuncia de los principios, como la habían presentado los oehlerianos.
El congreso de marzo de 1936, que debía poner el sello sobre la decisión, fue
una formalidad. Era abrumadora la mayoría que estaba a favor de la propuesta
para entrar al Partido Socialista. La oposición quedó reducida a un grupo tan
pequeño que prácticamente no tuvo más alternativa que aceptar la decisión,
someterse a la disciplina y aceptar ir junto a nosotros al Partido Socialista.
Estalinistas
en Allentown
En este congreso
sentimos cierto culatazo a partir de algunas de las políticas sin principios
que se habían llevado a cabo en el verano. Era un castigo cruel por realizar
combinaciones carentes de principios. En ese caso, era resultado del incidente
ocurrido en Allentown, el cual ha cobrado mucha fama en la historia de nuestro
partido y que sigue vivo en la memoria de quienes pasaron por las luchas de
aquellos días. Allentown había sido uno de los principales centros del Partido
Estadounidense de los Trabajadores. En su totalidad la organización --que era
bastante grande y que componía la dirección de un movimiento substancial de
trabajadores desempleados organizados en las Ligas Nacionales de Desempleados--
la conformaban allí ex-musteístas. La mayor parte de los miembros de Allentown
había estado en el movimiento poco tiempo. Habían llegado al Partido
Estadounidense de los Trabajadores por medio de actividades de los desempleados
y necesitaban una educación política marxista para que el fruto de su trabajo
de masas pudiera al final transformarse en logros políticos y que se
estableciera allí un firme núcleo político del partido. Enviamos algunos
camaradas para que les ayudaran en ese aspecto. Para la juventud se envió a un
joven camarada llamado Stiler. Para el movimiento adulto se envió a Sam Gordon.
Su función, a la vez de participar en las acciones de masas, consistía en
ayudar en la educación marxista de estos camaradas de Allentown, quienes
demostraban una firme voluntad de fundirse con nosotros tanto ideológica como
organizativamente. La lucha fraccional puso freno a esos planes y Allentown se
convirtió en un centro de infección durante todo ese periodo.
La traición de Stiler resultó en
una de las peores complicaciones. Se le envió allá con la confianza del partido,
pero sucumbió ante aquel entorno retrógrado. Stiler se convirtió en instrumento
y defensor de los peores elementos del Partido Estadounidense de los
Trabajadores que tenían su centro en Allentown. Un hombre llamado Reich y otro
llamado Hallett tenían estrechos contactos con uno de los dirigentes nacionales
de los musteístas, Arnold Johnson. Ellos utilizaron a Allentown como base de
oposición contra cualquier tendencia progresiva del partido. Una y otra vez la
organización de Allentown se desviaba de la línea del partido en el trabajo de
masas en dirección del estalinismo. Sam Gordon intervenía y se desataba una
gran pelea a nivel local. Entonces, o iban representantes del Comité Nacional a
Allentown, o venía una delegación a Nueva York a discutir el asunto. Hablábamos
y discutíamos horas enteras en un esfuerzo de aclarar el asunto y educar a los
camaradas de Allentown. Al principio no sospechábamos nada, pero conforme los
incidentes iban pasando, nos fuimos dando cuenta que cada vez que había un
estallido, presentaba siempre una misma característica inconfundible.
No
importaba cómo comenzaba la riña o de qué se podría tratar la siguiente
disputa, siempre se notaba una mancha de la ideología estalinista en la
posición de los camaradas de Allentown. Al principio creíamos en la
probabilidad de que estas desviaciones eran tan sólo tendencias, la expresión
del peso de las presiones del movimiento estalinista sobre ellos y no la labor
deliberada de verdaderos agentes estalinistas en nuestras filas. Seguimos brindándoles
el beneficio de la duda, aun cuando comenzaron a manifestar deslealtad a nivel
organizativo, a romper la disciplina y la unidad de acción con el Partido de
los Trabajadores y a trabajar al unísono con el grupo de los estalinistas hasta
contra sus propios camaradas en la Liga de los Desempleados. Seguimos peleando
con ellos, pero nuestro objetivo era de carácter puramente educativo.
Nuestro
movimiento siempre ha tenido la política de usar incidentes como este, errores
y desviaciones de los principios del partido, no a fin de montar cacerías
humanas, sino como una ocasión para explicar concretamente y en detalle las
doctrinas del marxismo y de esa manera ayudar a la educación de los camaradas.
Muchos camaradas del partido han recibido su verdadera educación sobre el
significado del bolchevismo a partir de estas discusiones educativas conducidas
en base a algún incidente concreto u otro. En este caso buscamos emplear ese
método.
Tratamos
de educar no sólo a los camaradas envueltos en Allentown, sino a todo el
partido sobre lo que, en el sentido revolucionario, significa la conciliación
con el estalinismo. Sin embargo, esta labor se vio obstaculizada por el hecho
de que ellos eran amigos personales de Muste y él los protegía. Por razones
fraccionales él protegía a sus amigos contra aquello, de quienes él admitía,
defendían una línea política correcta. En vez de tomar una posición clara con
nosotros, y unírsenos para ejercer presión sobre la gente de Allentown, se
plantaba entre ellos y nosotros, ofuscaba el asunto e impedía que se tomara
cualquier medida disciplinaria inclusive en las más flagrantes violaciones.
Cegado por la intensidad de la lucha fraccional, Muste planteaba la cuestión
sobre una base fraccional, protegiendo a sus amigos. Esa es una de las ofensas
más graves contra el partido revolucionario. Lo que se debe proteger en el
partido, ante todo, son los principios del bolchevismo. Si uno tiene amigos, lo
mejor que puede hacer por ellos es enseñarles los principios del bolchevismo y
no protegerlos en su error. Si uno hace eso, sucede que no sólo sus amigos se
van al demonio, sino que uno se va con ellos. Las amistades están bien en el
Tammany Hall, que se basa en el intercambio de favores personales. Pero la
amistad, que es algo muy bueno en la vida personal, se debe subordinar siempre
a los principios y a los intereses del movimiento. En una ocasión le dije a
Muste: "Un día de estos te vas a horrorizar cuando despiertes y descubras
a un núcleo estalinista en Allentown que esté intentando traicionar al
partido".
No
escuchaba, sino que persistía en su curso fatal. Y fueron cómplices de este
crimen gente que sabía que no debían hacerlo. Muste no era alguien con mucha
experiencia con la tradición y las doctrinas del bolchevismo. Eso se puede decir
de él como atenuante. Sin embargo, por razones fraccionales Muste fue apoyado e
incitado en esta defensa de las tendencias y elementos estalinistas por Abern y
su pequeña camarilla. Y no voy a decir nada más de esta gente aquí, por que ya
he dicho todo lo que necesitaba decir de ellos en mi libro: The Struggle
for a Proletarian Party [La lucha por un partido
proletario].
Esta
aventura de Muste y Abern provocó un fuerte culatazo en el congreso de marzo de
1936. Entonces, como pago por haber mimado, encubierto y protegido a las
tendencias estalinistas de Allentown, a Muste lo premiaron con el anuncio en el
Daily Worker [Obrero diario], el día que se inauguró nuestro
congreso, de que Reich, Hallett y Johnson ¡se habían afiliado al Partido
Comunista! Los "amigos" de Muste emitieron una declaración en la que
denunciaron a los "contrarrevolucionarios trotskistas", la misma
mañana en que se inauguraba nuestro congreso. Este fue el último golpe
devastador contra la fracción de Muste-Abern, la cual estaba ya bastante
desacreditada. Tuvieron que sufrir la última vergüenza de ver cómo un grupo de
gente --a quienes ellos habían protegido por razones fraccionales--, resultaron
ser agentes estalinistas que trataban de desmoralizar y dividir nuestro
congreso el día de su inauguración. Por fortuna, los traidores estaban
completamente aislados; sus acciones fueron sólo un episodio personal y no
crearon el menor disturbio en el congreso ni en el partido. Sólo sirvió para
desacreditar a la fracción que los había encubierto tan ciegamente en los meses
previos. Por la misma razón, este desenlace reforzó la autoridad de la fracción
mayoritaria, la cual había seguido una clara línea de principios y que para
nada se había involucrado en el escándalo.
Ingreso al
PS
Contábamos
con la abrumadora mayoría en el congreso. La minoría, que para entonces era una
minoría ínfima, aceptó la decisión. No les quedaba otra. En el congreso del
Partido Socialista celebrado en Cleveland unas semanas más tarde, se completó
la escisión a nivel nacional con el Ala Derecha, y nuestros miembros en todo el
país comenzaron a afiliarse al Partido Socialista como individuos guiados por
la dirección nacional. Incluso en tal fecha sospechábamos una posible traición.
Nuestro consejo a todos los camaradas era: "De prisa, no se demoren. No
regateen condiciones, sino que ingresen al Partido Socialista mientras haya
tiempo. No aguarden por concesiones formales que les den a ellos pretextos para
reconsiderar la cuestión y cambien de parecer".
No nos
dieron la bienvenida, ni un saludo amistoso o un anuncio en la prensa del
Partido Socialista. No nos ofrecieron nada. Esos tacaños no le ofrecieron a
ninguno de los dirigentes de nuestro partido nada más allá de un puesto como
organizador de la rama, a ninguno. Los estalinistas gritaban a todo pulmón:
"Jamás van a lograr digerir a esos trotskistas". Les advertían de lo
que iba a pasar una vez que los trotskistas entraran. Y eso estaba matando de
miedo a los "militantes". Fue una mezquindad la forma en que nos
recibieron. Si hubiésemos sido gentes subjetivas preocupadas por nuestro honor,
habríamos dicho: "¡Al diablo con todo esto!" y nos hubiéramos
marchado. Sin embargo, no lo hicimos porque teníamos objetivos políticos que
cumplir.
No
interpretamos todas esas concesiones humillantes que habíamos hecho como una
conciliación con los centristas. Sencillamente nos dijimos: ese es el chantaje
que estamos pagando por el privilegio de llevar a cabo una tarea política de
importancia histórica.
Entramos
al Partido Socialista llenos de seguridad porque sabíamos que contábamos con un
grupo disciplinado y con un programa que estaba destinado a prevalecer. Poco
después, cuando los dirigentes del Partido Socialista comenzaron a arrepentirse
de todo el asunto, como deseando que nunca hubieran escuchado el nombre del
trotskismo, deseando reconsiderar su decisión de admitirnos, ya era demasiado
tarde. Nuestra gente ya estaba adentro del Partido Socialista y comenzaba su
labor de integrarse a las organizaciones locales.
En el
ultimo número del Militant, que se editó en junio de 1936, publicamos
una declaración para anunciar que nos afiliábamos al Partido Socialista y que
suspendíamos el Militant. Planteamos nuestra posición de forma muy clara
para evitar que nadie nos mal entendiera; nadie podía tener bases para creer
que nos afiliábamos como capituladores o renegados del comunismo. Dijimos:
"Entramos al Partido Socialista como somos, con nuestras ideas". Esas
ideas capaces de conquistar el mundo de nuevo estaban en marcha. Y delante
nuestro teníamos un año de trabajofructífero dentro del Partido Socialista.
La última conferencia en esta
serie trata el periodo de aproximadamente un año que pasamos dentro del Partido
Socialista y los seis meses durante los cuales no estábamos dentro ni fuero,
sino rumbo a otro destino. En el transcurso de estas presentaciones he hecho
hincapié de forma repetida de que las tácticas de un partido se las imponen
factores políticos y económicos fuera de su control. Es tarea de liderazgo
político comprender lo que es posible y necesario en una situación determinada,
y lo que no es posible ni necesario. Podría decirse que esta es la esencia del
liderazgo político. Las actividades de un partido revolucionario, es decir, un
partido marxista, están condicionadas por circunstancias objetivas. Estas
circunstancias a veces imponen a un partido la derrota y el aislamiento, sin importar
lo que puedan hacer la dirección y la militancia. En otras situaciones las
circunstancias objetivas crean posibilidades de éxitos y avances, al mismo
tiempo que los limitan. El partido avanza siempre dentro de una serie de
factores sociales que él no ha creado. Estas son características del proceso de
desarrollo de la sociedad.
Hay
momentos cuando la mejor dirección no puede hacer que el partido avance ni una
pulgada. Por ejemplo, Marx y Engels --los más grandes de todos los maestros y
dirigentes de nuestro movimiento--, permanecieron aislados prácticamente
durante todo el curso de sus vidas. No pudieron crear siquiera un grupo
considerable en Inglaterra, donde vivieron y trabajaron durante el periodo de
su madurez. Eso no se debió a errores de su parte ni tampoco, claro está, a la
falta de capacidad, sino a factores externos fuera de su control. Los
trabajadores británicos no estaban listos aún para atender el llamado
revolucionario.
Durante el
prolongado periodo de reacción y estancamiento, que atenazó al movimiento
obrero mundial durante los primeros años de nuestra existencia como movimiento
trotskista en este país, específicamente desde 1928 hasta 1934, no pudimos
evadir el aislamiento. Fue la época en que el peso del mundo entero parecía
recaer sobre un grupo pequeño, un puñado de irreconciliables. Fue la época en
que los timoratos se rindieron, especialmente aquellos faltos de un
entendimiento teórico de la naturaleza de la sociedad moderna y de las leyes
que funcionan en su interior y favorecen crisis que llevan a una revolución.
Estos eran los momentos en que sólo los trotskistas, los verdaderos marxistas,
pudieron prever que durante el periodo de reacción y aislamiento más profundos,
debía surgir un nuevo auge y se prepararon conscientemente de dos maneras.
Primero, al elaborar un programa para preparar al partido para esa nueva etapa,
y, segundo, al atraer a una capa preliminar de cuadros para el futuro partido
revolucionario e inspirarles a resistir y confiar en el futuro. Esta confianza
en el futuro se justificaba como hemos visto en algunas de las charlas
anteriores. Cuando se comenzó a resquebrajar el estancamiento del movimiento
obrero mundial, especialmente a partir de 1934, estaba por verse un nuevo
movimiento de las masas tanto en este país como en el mundo entero. Cuando se
comenzó a percibir esa nueva situación, se nos puso a prueba y se nos brindó
nuestra oportunidad. Ya no era hora de permanecer plácidos en el aislamiento,
aclarando principios. Era hora de despertarnos y de aplicar esos principios en
la acción, en la vida de la lucha de clases en auge. Nuestra determinación de
hacerlo, nuestro reconocimiento de que teníamos la oportunidad frente a
nosotros, y nuestra determinación de echar mano a esa oportunidad, nos uso en
conflicto con y los sectarios, con los ultraizquierdistas. Teníamos que
combatirlos, teníamos que derrotarlos, a fin de seguir adelante. Eso es lo que
hicimos. En la huelga de Minneapolis dimos un paso al frente en el movimiento
de masas en el sector económico. La fusión con el Partido Estadounidense de los
Trabajadores fue otro paso importante rumbo al desarrollo de un partido
marxista serio en Estados Unidos. Pero esas acciones progresivas eran sólo
pasos y teníamos que reconocer las limitaciones de estos logros. Todavía se
requería que tomásemos iniciativas políticas y acciones concretas en
situaciones más complicadas.
Entrada al
PS
La entrada
de nuestro grupo al Partido Socialista de Estados Unidos era un paso más
importante aún en aquel sendero complejo, serpentino, largo y extendido hacia
la creación de un partido que al final ha de dirigir al proletariado de Estados
Unidos a la victoria en la revolución socialista. Ese paso, la entrada en el
Partido Socialista, lo dimos en el momento oportuno. En la política lo oportuno
del momento es siempre un consideración de importancia. El momento oportuno no
aguarda. ¡Ay del dirigente que olvide esto! Hay una expresión legal que reza,
"El tiempo es la esencia del contrato". Esto se aplica diez, mil
veces más en la política. No sólo es decisivo lo que uno hace, sino cuándo lo
hace; y si uno lo hace en el momento correcto.
No nos fue
posible unirnos al Partido Socialista antes de cuando lo hicimos, y si
hubiésemos intentado hacerlo después, entonces habría sido demasiado tarde. Al
heterogéneo Partido Socialista que tanto captaba nuestra atención por aquellos
días --esa mezcolanza centrista, ese partido acéfalo, incompetente--, lo
arremetían sucesos externos y sufría todo tipo de presiones. El propio partido
no era viable. Para la fecha de nuestra entrada, en 1936, ya se hallaba en una
etapa de efervescencia violenta y desintegración. En todo caso, el Partido
Socialista estaba destinado a ser destruido. La única interrogante era la de
cómo y sobre qué curso ocurrirían la desintegración y final destrucción de este
partido que históricamente no era viable.
En el
Partido Socialista existía un movimiento poderoso --si bien aún no plenamente
consciente--, que buscaba la reconciliación con la administración de Roosevelt
y, por ende, con la sociedad burguesa. Los recursos propagandísticos y
materiales del próspero aparato del Partido Comunista ejercían una fuerte
presión sobre los trabajadores en el Partido Socialista, quienes carecían de
dirigentes. El problema era ¿iban estas fuerzas a tragarse a los elementos
potencialmente revolucionarios --los trabajadores activistas y jóvenes
rebeldes-- de aquel partido centrista? O, ¿se unirían a los cuadros del
trotskismo y se les captaría a la trayectoria de la revolución proletaria. Esto
sólo se podría poner a prueba a través de nuestra entrada en el Partido
Socialista. A los trotskistas nos era imposible entrar en contacto con estos
elementos potencialmente revolucionarios del Partido Socialista salvo
uniéndonos al Partido Socialista, por la simple razón de que ellos no
demostraban estar en disposición de unirse a nuestro partido. Se tenía que
hacer a un lado el fetichismo organizativo. Este tendría que dar paso a las
demandas de la necesidad política que siempre está por encima de las consideraciones
organizativas.
Nuestra entrada dentro del Partido
Socialista ocurrió en el del marco de grandes sucesos que se estaban
desarrollando, tanto aquí como a nivel mundial. Las huelgas de brazos caídos en
Francia, prácticamente una revolución, ocurrían en el preciso instante en que
nos preparábamos para afiliarnos al Partido Socialista. El segundo auge de
importancia del CIO (Congreso de Organizaciones Industriales), destinado a
llevar a ese tremendo movimiento a las cimas más altas que jamás ha visto el
movimiento obrero en Estados Unidos --en cuanto a fuerza numérica, a la
militancia de las masas, y al estar integrado por los sectores básicos más
bajos del proletariado--, este segundo gran auge comenzaba a desarrollarse por
aquel entonces, en la primavera de 1936. La rebelión del CIO fue inspirada, sin
duda, en parte por las huelgas de brazos caídos en Francia. La guerra civil
española estaba a punto de estallar con toda su fuerza, y de plantear, una vez
más, de la forman más aguda, la posibilidad de una segunda victoria de la
revolución proletaria en Europa. De resultar victoriosa, la guerra civil
española entrañaba la posibilidad de cambiar por completo la faz de Europa.
Unos meses
después los procesos de Moscú habían de estremecer al mundo entero.
Este
enorme panorama de sucesos que estremecían al mundo entero --y desde una
perspectiva histórica mundial el auge del CIO, a mi juicio, no era menos
importante que los otros-- creó los augurios más favorables para la marcha de
avance de la vanguardia marxista. No había falta de interés político, no había
falta de actividades de masas, no había falta de un campo adecuado para la
actuación de los revolucionarios marxistas en el momento en que dirigíamos
nuestra actividad dentro del marco del Partido Socialista. Si bajo estas
condiciones objetivas demostrábamos ser capaces, nos íbamos a beneficiar.
Tendríamos que haber sido la peor de las direcciones, casi habríamos tenido que
organizar de forma consciente nuestra propia derrota, para no obtener logros bajo
aquellas condiciones tan favorables.
Cuando
vemos de forma retrospectiva nuestra labor dentro del Partido Socialista, de
ninguna manera no estaba libre de errores y oportunidades perdidas. No cabe
duda alguna que los dirigentes de nuestro movimiento se adaptaron un poco más
de lo debido a la cúpula centrista del Partido Socialista. Cierto grado de
adaptación formal era absolutamente necesario para lograr la posibilidad de
realizar labores normales en la organización. Sin embargo, en algunos casos esa
adaptación indudablemente fue demasiado lejos e hizo que se crearan ilusiones y
fomentó desviaciones por parte de algunos miembros de nuestro movimiento. No
cabe duda alguna que después de la entrada se perdió demasiado tiempo en
negociaciones y palabreo con los dirigentes del grupo de "militantes"
en Nueva York --Zam Tyler, y otros liliputienses de ese tipo, que no gozaban de
ningún poder real dentro del partido y cuya posición estratégica era de una
influencia transitoria sobre las filas del partido, no una influencia real. No
cabe duda que al realizar la maniobra de la entrada al Partido Socialista y de
la concentración sobre los problemas políticos planteados dentro del Partido
Socialista, dejamos de hacer trabajo de masas que se podría haber hecho. No cabe
duda que se nos pueden inculpar esos errores y oportunidades perdidas. Sin
embargo, en conjunto, con la orientación y guía de Trotsky --un factor decisivo
en toda esta labor--, logramos nuestra tarea principal.
Acumulamos
una experiencia política inapreciable y aumentamos nuestras fuerzas en más del
doble como resultado de nuestra entrada y de un año de trabajo dentro del
Partido Socialista. Comenzamos nuestra labor de forma modesta y según lo
planeado. Nuestra primera instrucción a nuestra gente fue: penetren la
organización, intégrense al partido, entréguense a la labor práctica, y
establezcan así cierta autoridad moral con las filas del partido. Establezcan
relaciones personales amistosas, especialmente con aquellos elementos del
partido que son activistas y, por tanto, potencialmente útiles. Nuestro plan
consistía en permitir que los temas políticos se desenvolvieran de manera
normal, como estábamos seguros que ocurriría. No teníamos que forzar la
discusión ni iniciar la lucha fraccional de forma artificial. Podíamos darnos
el lujo de permitir que los temas políticos se desarrollaran bajo el impacto de
los acontecimientos mundiales. Y no tuvimos que esperar mucho.
La
situación era enormemente diferente a la de nuestros primeros años, cuando la
reacción general y el estancamiento nos agobiaban. Ahora los factores objetivos
operaban a favor de los revolucionarios y creaban las condiciones y
oportunidades que estos necesitaban para avanzar. La guerra civil española
comenzó en julio de 1936 con la insurrección dirigida por Franco y el gran
contraataque de los trabajadores. Se desataron los procesos de Moscú y
sorprendieron al mundo en agosto, unos meses después de habernos unido al
Partido Socialista. Estas eran cuestiones de importancia mundial, y consecuentemente
se les llegó a conocer como cuestiones "trotskistas". Desde fecha tan
temprana como 1928 nuestros enemigos, hasta los más ignorantes, habían llegando
a reconocer que el trotskismo no es una dogma de provincia. El trotskismo es un
movimiento de alcance mundial, de una perspectiva mundial. El trotskismo parte
del punto de vista del internacionalismo y se preocupa con los problemas del
proletariado en todas partes del mundo.
El
reconocimiento general de esta cualidad fundamental del trotskismo se ilustró
irónicamente durante la época en que fuimos enjuiciados ante el Comité Político
y la Comisión Central de Control del Partido Comunista en octubre de 1928.
Hasta el último momento de nuestro largo proceso, cuando leímos nuestra
declaración y pusimos fin a toda ambigüedad, ellos habían intentado
"probar" el cargo de "trotskismo" contra nosotros
presentando el tipo de "prueba circunstancial" que fuera que pudieran
conseguir. (No habíamos admitido que éramos una fracción trotskista por razones
tácticas como ya he explicado.) Ellos presentaron muchos testigos, de forma muy
parecida a la empleada por la acusación en nuestro juicio en Minneapolis, para
presentar pruebas que corroboraran nuestra culpabilidad y otras de tipo
circunstancial. Se presentaba un soploncito y decía que había escuchado tal
cosa; otro decía que había escuchado aquello otro. Sin embargo, el testigo
clave fue el director de la librería del Partido Comunista. El dijo que podía
jurar que Shachtman era un trotskista. ¿Por qué? ¿Cómo lo sabía? "Porque
siempre se está apareciendo por la librería, intentando conseguir libros sobre
China, y yo sé que China es un cuestión trotskista". Al respecto ese
canalla no estaba del todo equivocado. China era en efecto una cuestión
trotskista, como lo eran todos los temas de importancia mundial.
La guerra
civil española, los procesos de Moscú y la rebelión dentro del movimiento
obrero francés, estos temas dominaban de lleno la vida interna del Partido
Socialista. Las discusiones más intensas giraban en torno a estas cuestiones, y
ocurrían totalmente contra la voluntad de la dirección. Ellos se querían
limitar a cuestiones prácticas, es decir, a la rutina. "Debemos calmarnos
y realizar aquí una labor práctica". No obstante, estos temas captaban el
interés de todos los que tomaban en serio la palabra socialismo y nosotros
organizamos una campaña de forma deliberada para educar a las filas del partido
sobre lo que significaban.
Procesos
de Moscú
Conforme se informaba a diario sobre
los procesos de Moscú, se hizo obvio que el verdadero objeto era implicar a
Trotsky y de ser posible conseguir su extradición y su ejecución en Rusia. O,
en todo caso, desacreditarlo ante el movimiento obrero mundial. Se debe decir
que los trotskistas estadounidenses no podíamos dormir bajo tales
circunstancias. Nos echamos al ruedo, realizamos el mejor trabajo político que
jamás habíamos hecho, y le prestamos el servicio más grande a la causa de la
Cuarta Internacional al desenmascarar los procesos de cargos fabricados de
Moscú. Fue gracias a la existencia de la sección estadounidense de la Cuarta
Internacional y al hecho que éramos miembros del Partido Socialista en aquel
momento, que se pudo comenzar una labor que al final hizo estallar y desacreditó
a los juicios de Moscú por todo el mundo.
Se nos exigía de forma histórica,
en aquel momento crucial, integrarnos al Partido Socialista, y de ese forma
obtener un acceso más cercano a elementos --seres políticos liberales,
intelectuales y semi-radicales--, que eran necesarios para la gran tarea
política del Comité de Defensa de Trotsky. No creo que Stalin hubiese podido
organizar esos procesos, a fin de asegurar desacreditarlos totalmente, en un
mejor momento que en el verano de 1936. Entonces nos encontrábamos en el mejor
terreno como militantes del Partido Socialista --y, por ende, rodeados hasta
cierto punto por el matiz protector de un partido más o menos respetable-- y no
nos podían aislar como a un grupo pequeño de trotskistas, y atacarnos y lincharnos,
como planeaban hacer. Realizamos una magnífica campaña para desenmascarar los
procesos y defender a Trotsky. Los estalinistas, no obstante todos sus enormes
recursos en cuanto a aparato, prensa, organizaciones títeres y dinero, se
vieron obligados a tomar la defensiva desde el comienzo. Nuestros compañeros en
Nueva York, asistidos por otros por todo el país, lograron iniciar la
organización de un comité de apariencia formidable, con John Dewey como
presidente y una imponente lista de escritores, artistas, periodistas y
profesionales de todo tipo, quienes apoyaron y patrocinaron el movimiento para
organizar una investigación sobre los procesos de Moscú.
Esta
investigación, como saben, al final se realizó en Ciudad de México en la
primavera de 1937. El caso fue minuciosamente pasado por el tamiz; y de ello
resultaron dos libros magníficos que son y serán siempre clásicos del
movimiento obrero mundial, The Case of Leon Trotsky
(El caso de León Trotsky), y el segundo, el informe de la comisión, Not
Guilty (No culpable). Esta tremenda tarea política, que indudablemente
resultó en el golpe más contundente que dimos jamás al estalinismo, resultó
posible gracias a esa coyuntura favorable de acontecimientos que ya he
mencionado. Algunos meses después, o a lo sumo unos años después, la mayoría de
estos elementos pequeñoburgueses que cumplieron una tarea históricamente
progresista como parte del Comité de Defensa de Trotsky habían de sucumbir
completamente a la sociedad burguesa y dar la espalda a todos sus opositores
irreconciliables. Por lo menos el 90 por ciento de estas personas hoy día
serían física y moralmente incapaces de participar activamente en un movimiento
de esta índole, como el "Comité Estadounidense para la Defensa de León
Trotsky". Sin embargo, en aquella coyuntura particular pudieron servir y
sirvieron a un fin progresista de importancia. El desenmascaramiento y
descrédito de los procesos de Moscú fue uno de los grandes logros que se debe
de adjudicar a nuestra medida política de unirnos al Partido Socialista en
1936.
La segunda
gran campaña política, realizada mientras nos encontrábamos en el Partido
Socialista, fue en torno a los sucesos de la guerra civil española y de la
revolución española. De esta labor han resultado informes substanciales e
incluso libros. Les llamo la atención en particular al libro escrito por Felix
Morrow, Revolution and Counter-Revolution in Spain
(Revolución y Contrarrevolución en España) y el folleto The Civil
War in Spain (La guerra civil en España). El folleto y el
libro sintetizaron y plasmaron la gran batalla política que libramos; tanto al
interior del Partido Socialista como públicamente donde fuera que tuviéramos la
oportunidad luchamos para aclarar los sucesos que acontecían en España y para
educar a los cuadros del partido estadounidense sobre el significado de esos
sucesos. Nuestra entrada al Partido Socialista facilitó esa campaña y nos
brindó una audiencia justo a nuestro alcance, dentro de lo que a la sazón era
nuestro propio partido. En realidad no nos pertenecía. Sin embargo, estábamos
al corriente con nuestras cuotas y eso nos brindaba una audiencia en cada
reunión de la rama del Partido Socialista.
En California, donde vivía por
aquella época por motivos de salud, se desarrolló el trabajo en el movimiento
de masas. Allí nos integramos rápidamente al partido y logramos tener una
influencia destacada en virtud de nuestra actividad, nuestros discursos y labor
política durante la campaña electoral. Como resultado, a los seis meses de
habernos unido al partido, se empezó a publicar un periódico semanal bajo el
patrocinio del Partido Socialista de California y fui nombrado director. Las
circunstancias se desarrollaron de forma muy favorable para nosotros. Mi cargo
de director del periódico y la prominencia de nuestra gente en los locales y en
la organización estatal nos permitieron una entrada directa, por primera vez,
al trabajo de masas en el sector marítimo.
Huelga de
marineros
La gran
huelga marítima de 1936-37 nos ofreció un campo ampliamente abierto. Mientras
nuestros compañeros en el este desarrollaban las campañas en torno a los
procesos de Moscú y la guerra civil española, nosotros allá en California
estábamos complementando esta gran labor política con una intensa actividad en
el movimiento de masas, la cual influenció el curso de los sucesos en la gran
huelga marítima de 1936-37. La labor que ahí se realizó y los contactos que se
establecieron nos permitieron organizar el primer núcleo de una fracción
trotskista. Este trabajo ha pagado con creces a nuestro partido y lo sigue
haciendo. A partir de ese momento, los trotskistas pasaron a ser un factor
progresivamente cada vez más fuerte en el movimiento marítimo. Esa es una de
las indicaciones más seguras del buen porvenir de nuestro partido: que ha establecido
una base fuerte en una de las industrias más importantes y decisivas del país.
En
Chicago, teníamos otra base de apoyo en Socialist Appeal (Llamado
socialista). Este era originalmente un pequeño boletín mimeografiado publicado
por Albert Goldman y otros cuantos individuos. Goldman se había unido al
Partido Socialista un año antes que nosotros, y lo hizo de forma individual. Se
había negado a esperar una decisión por parte del partido, y se unió por cuenta
propia justo antes de nuestra fusión con los musteístas. Debido a dicha acción
hubo un fuerte intercambio de palabras. Sin embargo, pronto se hizo evidente
que para Goldman esta separación organizativa no la concebía como una ruptura
de principios con nosotros. Desde el principio él trabajó constantemente en
dirección de nuestro programa. Tan pronto nuestro partido se orientó hacia la
entrada al Partido Socialista, restablecimos la colaboración de forma tan
eficaz que cuando accedimos a no publicar nuestra prensa ante la demanda de la
dirección del Partido Socialista, ya teníamos un acuerdo con Goldman de que el Socialist
Appeal, que era un órgano autorizado y establecido en el Partido
Socialista, pasaría a ser un órgano oficial de la fracción trotskista. Nuestra
colaboración fue restablecida de forma tan rápida y eficaz que algunos se
preguntaron si todo el asunto --la ruptura de Goldman con la organización
trotskista y su afiliación al Partido Socialista en carácter individual, y la
polémica entre nosotros y Goldman-- no había sido todo un montaje. En absoluto.
No somos tan taimados. Sencillamente resultó así; y resultó muy bien. El
boletín mimeografiado se convirtió en una revista impresa. Se mantuvo el nombre
de Socialist Appeal. A pesar de la supresión de nuestra prensa
por parte de los "militantes", pronto tuvimos una revista mensual,
legítimamente establecida en el Partido Socialista, que defendía a nuestro
programa. Al final del otoño teníamos un periódico semanal en California al que
llamamos Labor Action (Acción obrera), un buen nombre que ha sido
maltratado en años recientes.
Entonces,
a efectos prácticos, teníamos nuestra prensa restablecida: un periódico semanal
de agitación y una revista mensual. Labor Action se publicó bajo
los auspicios del Partido Socialista de California pero si ése no fue un
periódico trotskista de agitación, yo jamás seré capaz de hacer ninguno.
Hicimos todo lo que pudimos para utilizarlo en ese sentido. El Socialist
Appeal se convirtió en el medio en torno al cual nuestra facción se
reconstituyó "legítimamente" en el Partido Socialista.
A comienzos de 1937 organizamos
una "Conferencia del Socialist Appeal" a nivel nacional. Se invitó a
los miembros del Partido Socialista de todo el país a ir a Chicago para
discutir formas y medios de avanzar los intereses del partido. Todo mundo era
bien venido sin importar sus antecedentes o su alineamiento fraccional. La
única condición era que estuviera de acuerdo con el programa del Socialist
Appeal, que casualmente coincidía con el programa de la Cuarta
Internacional. Sobre esa base y de esa forma constituimos en Chicago a
comienzos del invierno de 1937 lo que en efecto equivalía a un Ala Izquierda
nacional en el Partido Socialista. Esta vez era una verdadera Ala Izquierda; no
una mezcolanza de grupos de "militantes", sino una organización de
miembros del partido unidos sobre la base de un programa definido, con
dirigentes que sabían lo que querían y que estaban dispuestos a luchar por
ello.
Durante
todo este tiempo de nuestra actividad en el Partido Socialista, conforme la lucha
se desarrollaba e íbamos ganando, los estalinistas realizaban una tremenda
ofensiva contra nosotros. Gastaron miles, y me atrevo a adivinar que fueron
decenas de miles, en un esfuerzo para impedir que avanzáramos en el Partido
Socialista. Se morían de miedo de que fuéramos a captar un grupo significativo
en rededor nuestro. Sabían en todo momento que la verdadera daga que apunta al
corazón del estalinismo es el movimiento trotskista, sin importar cuán pequeño
pueda ser en un momento dado. Esta campaña de los estalinistas tuvo resonancia
en una sección de la dirección del Partido Socialista. Ellos veían la fuerza y
los recursos de los estalinistas como representantes de un gran poder estatal,
la Unión Soviética. Esa fuerza y esos recursos los impresionaban más que lo
acertado de los principios del programa trotskista. Una sección de los
"militantes" --no todos ellos-- se inclinaba a colaborar con los
estalinistas y si no hubiésemos estado en el camino, se habrían unido a ellos
desde mucho antes, como en España. Sin embargo, con nuestra crítica y nuestro
programa nos habíamos interpuesto entre ellos y los estalinistas, y habíamos
agitado a las filas del Partido Socialista contra la idea de la unirse a los
estalinistas. Eso entorpeció su juego e hizo que aumentara su resentimiento
contra nosotros. Otra sección del liderazgo del Partido Socialista, que ya se
orientaba --quizás sin plena conciencia de ello-- hacia la reconciliación con
Roosevelt, organizó una verdadera ofensiva contra nosotros: "Echemos a los
trotskistas del partido". Esta campaña contaba con mucha fuerza tras de
sí: por una lado estaban los estalinistas y, por el otro, la presión de las
influencias burguesas.
La mayoría
de quienes dirigieron la lucha contra nosotros se reconciliaron después con la
clase burguesa. Jack Altman fue uno de ellos. Paul Porter devino agente de la
Junta Laboral de Guerra. En esa capacidad se encargó del trabajo sucio de
reducir los salarios de los trabajadores del astillero por debajo de lo que
estipulaba su contrato. Fue uno de los líderes del Partido Socialista que llegó
al extremo de escribir un folleto en que exigía nuestra expulsión del partido.
Gente de esa calaña --quienes después se convirtieron en nada menos que los
mercenarios de Roosevelt en el movimiento obrero--, gozaban de más estima por
parte de Norman Thomas y otros altos dirigentes del partido que nosotros.
Tramaron un congreso especial del partido, que aún no correspondía según la
constitución, con el propósito especial de expulsar a los trotskistas. Querían
deshacerse de toda crítica de los estalinistas eliminando la causa. Querían
acabar con la coloración revolucionaria que le estábamos impartiendo al Partido
Socialista; querían restablecerle el estado de gracia ante la sociedad
burguesa. El Partido Socialista siempre había tenido, salvo por un periodo
breve durante la Primera Guerra Mundial, una "buena reputación". Se
les consideraba un grupo de gente que estaban a favor del Socialismo, pero que
no tenían malas intenciones. Ese tipo de partido siempre se tolera, pero nunca
gana una influencia verdadera y seria. En todo el movimiento obrero, a los
dirigentes y miembros del PS se les conocía como gente que está a favor del
socialismo, pero que nunca le armarían problemas a los farsantes, mafiosos o
traidores del movimiento sindical. Lo único que quieren es el privilegio de
hablar unas cuantas palabras por el socialismo. Nuestra integración al partido
había cambiado eso. Al hablar en nombre del Partido Socialista, estábamos
llevando la lucha a los estalinistas, estábamos llevando la lucha a los
impostores sindicales y en el sentir público estábamos dando al Partido
Socialista una imagen distinta de la que había tenido. Decidieron deshacerse de
nosotros.
Nuestra
estrategia con relación a este congreso que se celebró en marzo de 1937 fue
atrasar el asunto. No teníamos derecho a ser delegados, por lo que no podríamos
luchar participando en las deliberaciones. Sentíamos que aún no habíamos tenido
tiempo suficiente para educar y captar al mayor número posible de trabajadores
y jóvenes del Partido Socialista que eran capaces de llegar a ser
revolucionarios. Necesitábamos como seis meses más. Por lo tanto, nuestra
estrategia era retardar el enfrentamiento en ese congreso.
En apoyo a
esa estrategia, se me trasladó de San Francisco --donde entonces estaba
dirigiendo Labor Action--, a Nueva York para ayudar en las
negociaciones. Trajimos a Vincent Dunne de Minneapolis. A él y a mí se nos
asignó como un comité de dos personas para discutir asuntos con los dirigentes
de los "militantes" y con el propio Norman Thomas para ver si no
podíamos encontrar una forma de retrasar el enfrentamiento. Tuvimos muchas
reuniones, una de ellas en la casa de Norman Thomas. El camarada Dunne y yo, en
representación de los trotskistas, enfrentamos a Thomas, Tyler, Jack Altman y
Murry Baron y otros de la pandilla de farsantes sindicales incipientes jóvenes,
en una reunión para discutir qué había que hacer, y averiguar cuáles eran las
quejas contra los trotskistas que ameritaban actitudes tan severas contra
nosotros y demás. Recuerdo que una de los mayores reclamos que impresionó a
Thomas en particular fue el informe de que los trotskistas, especialmente en
Nueva York, hablaban mucho en las reuniones de rama; que insistían en echar a
andar discusiones teóricas y políticas alrededor de las 11 de la noche y que
seguían sin parar. El quería saber si no había algo que se pudiera hacer a fin
de restringir al grupo de los trotskistas o la fracción de los trotskistas, en
su caso, para que limitaran esas discusiones a una hora razonable. Esto
encontró eco en mi alma. Yo había acumulado un resentimiento contra esos
debates de las dos de la mañana. Hicimos un acuerdo amplio y abarcador de que
en lo que a nuestra influencia tocara, estaríamos a favor de establecer una
regla de que las reuniones de la rama concluyeran para las 11 de la noche.
Hicimos un número de concesiones amplias de ese tipo. Queríamos paz y ofrecimos
tantas cosas aquí y allá sobre el asunto de cargos, y en general fuimos tan
conciliatorios e inofensivos que finalmente conseguimos un acuerdo. Norman
Thomas estuvo solemnemente de acuerdo con nosotros en que no se debían hacer
propuestas en el congreso para suprimir los órganos internos --en particular el
Socialist Appeal-- o expulsar a nadie por sus opiniones. Este fue
un acuerdo que Norman Thomas hizo con nosotros en presencia de los jóvenes
"militantes" a quienes ya he mencionado.
Norman
Thomas realizó ese acuerdo, pero no mantuvo su palabra. Cuando llegó al
congreso en Chicago, después de que lo habíamos discutido con él, le cayeron
otras presiones, particularmente la presión de Milwaukee, sede del
conservadurismo socialdemócrata, que estaba destinado a convertirse en
socialchovinismo en la Segunda Guerra Mundial. La presión de esos
socialdemócratas complacientes, de mentalidad burguesa de Milwaukee, de los
farsantes sindicales en ciernes de Nueva York, como Murry Brown, eran más
fuertes que la palabra de honor de Norman Thomas. Rompió su promesa, nos traicionó.
Se puso de pie en el congreso y él mismo introdujo la moción de prohibir todos
los órganos internos en el partido. Prohibirlos todos simplemente significaba
prohibir el Socialist Appeal; no había ningún otro de importancia
o respeto en la organización.
Después del congreso, nos pusieron
la pistola de frente. Por segunda vez nos privaban de nuestra prensa. Todavía
vacilábamos en llegar al enfrentamiento porque además de nuestra falta de
preparación en general, la labor del Comité en Defensa de Trotsky todavía
estaba incompleta y teníamos miedo de ponerlo en peligro con una escisión
prematura. Ahí Trotsky demostró una vez más su total objetividad. Trotsky,
quien por supuesto estaba interesado tanto desde el punto de vista personal
como político en el tema de los procesos de Moscú, nos escribió. "Por
supuesto, sería un poco extraño tener una escisión ahora en vista del trabajo
de la Comisión de Investigación, pero eso no debería de ser una consideración.
Lo más importante es la labor de clarificación política y no deben permitir que
nada se les interponga en el camino."
Trotsky
nos animó e incluso nos incitó a seguir adelante para hacer frente a su desafío
y no permitirles que nos empujaran más temeroso de que esto podría llevar a la
desintegración de nuestras propias filas y a la desmoralización de la gente a
la que habíamos dirigido tan lejos ya sobre esa trayectoria. Procedimos
cautelosamente, "legalmente", al principio. Demostramos que podíamos
tener una prensa, y una muy eficaz, sin violar la prohibición de las
publicaciones. Elaboramos un sistema de cartas personales y resoluciones de
ramas copiadas de forma múltiple. Una carta supuestamente personal, que
evaluaba el congreso, la firmaba un camarada y se la remitía a otro camarada.
Después la carta se mimeografiaba y se distribuía de forma discreta en las
ramas. Cada vez que surgía un tema, una nueva etapa en el desarrollo de la
guerra civil española, un camarada en la rama de Nueva York presentaba una
resolución, luego se mimeografiaba y se enviaba a nuestros grupos de fracción
por todo el país como base de sus propias resoluciones sobre la cuestión. No
teníamos ninguna prensa. Ellos tenían toda la máquina del partido. Tenían al
secretario nacional, al director, al secretario sindical, a los organizadores
--lo tenían todo-- pero nosotros teníamos un programa y un mimeógrafo y eso
resultó ser suficiente.
Ley de la
mordaza
Nuestra
fracción en todas partes estaba más informada, era más disciplinada y estaba
mejor organizada; y estábamos avanzando de forma rápida en el reclutamiento de
nuevos miembros a nuestra fracción. Entonces nuestros moralistas social
"demócratas" le dieron al partido una buena dosis de democracia.
Aprobaron una "Ley de la Mordaza". Esto era una decisión del Comité
Nacional a fin de que en las ramas no se pudieran presentar más resoluciones
referentes a cuestiones en disputa. En particular tenían en mente la guerra
civil española, en sus mentes un incidente sin importancia. Entonces nos
rebelamos de lleno e iniciamos una campaña por todo el país contra la "Ley
de la Mordaza". Esto asumió la forma de presentar en todas las ramas
resoluciones en que se protestaba la decisión de prohibir la presentación de
resoluciones. Si los burócratas socialistas habían tenido demasiadas resoluciones
antes, ahora se vieron inundados por ellas tras haber adoptado la "Ley de
la Mordaza".
Decidimos
luchar, provocar el enfrentamiento y dejar de soportar abusos. En todo caso,
para entonces habíamos terminado nuestro trabajo. Entre el congreso y los pocos
meses que precedieron a este choque frontal, prácticamente habíamos completado
nuestra labor de educar y organizar a aquellos elementos del Ala Izquierda, de
la juventud, que eran de verdad serios y capaces de llegar a ser
revolucionarios proletarios. La composición del Partido Socialista era
predominantemente pequeñoburguesa. Era obvio que no podíamos abrigar esperanzas
de captar a una verdadera mayoría del partido con todas las restricciones que
se nos habían impuesto. Teníamos que desatar nuestras manos para restablecer
nuestra prensa pública y volcar nuestra atención principal una vez más hacia la
amplia lucha de clases.
Convocamos
una reunión del Comité Nacional de nuestra fracción para junio en Nueva York,
elaboramos las resoluciones para nuestra lucha y ésta la organizamos a nivel
nacional. Ellos respondieron con expulsiones masivas, comenzando en Nueva York.
Nunca vi
violaciones de derechos democráticos y de la constitución del partido más
burocráticas y brutales como a las que recurrieron estos santurrones
socialdemócratas cuando se dieron cuenta que no nos podían vencer en un debate
justo. Simplemente nos montaron cargos falsos y nos expulsaron. A los pocos
días de la expulsión del primer grupo en Nueva York les respondimos con el Socialist
Appeal, que reaparecía como un tabloide semanal impreso de ocho páginas.
Establecimos un "Comité Nacional de las Ramas Expulsadas", y
convocamos un congreso de las ramas expulsadas para trazar un balance de estas
experiencias. Toda esa labor se realizó, en particular en los últimos meses, en
la más estrecha colaboración y hasta bajo la supervisión del camarada Trotsky.
Para ese
entonces, como saben, él estaba en México y teníamos contacto y comunicación
personales con él. En medio de todos sus problemas, y la preparación de todo su
material sobre el juicio de Moscú, tuvo tiempo de escribirnos frecuentemente y
de demostrar que tenía un entendimiento muy inmediato y sensible de nuestro
problema. Hizo todo lo que pudo para ayudarnos.
Resultados
de nuestra entrada al PS
Nuestra
campaña nos llevó directamente a un congreso de las ramas expulsadas del
Partido Socialista el último día de diciembre y el Año Nuevo de 1938 en
Chicago. Ahí dimos constancia de los resultados del año y medio de experiencia
en el Partido Socialista. Fue claro que había facilitado la organización del
Comité de Defensa de Trotsky, el cual había sido el medio de revelar la verdad
sobre los procesos de Moscú a todo el mundo, y nos permitió asestar al
estalinismo el golpe más contundente que había recibido hasta ese entonces.
Nuestra entrada al Partido Socialista había facilitado nuestra labor sindical.
Nuestro trabajo en la huelga marítima en California, por ejemplo, se había
beneficiado enormemente por el hecho de que, en aquel momento, éramos miembros
del Partido Socialista. Nuestros camaradas tenían mejores conexiones en el
sindicato automotriz donde, hasta esa fecha, nunca habíamos tenido nada más que
un contacto ocasional. Se había sentado la base para una fracción poderosa de
trotskistas en el sindicato de trabajadores automotrices.
La gran
sorpresa del congreso fue el descubrimiento de que mientras nos habíamos estado
concentrando en esta lucha política interna dentro del Partido Socialista, al
mismo tiempo habíamos estado desarrollando, prácticamente sin alguna dirección
de nuestra dirección central, nuestro trabajo sindical a un nivel al que nunca
antes nos habíamos aproximado y como mínimo habíamos comenzado la
proletarización del partido. Habíamos captado a nuestro lado a la mayoría de la
juventud socialista y la mayoría de esos trabajadores socialistas
verdaderamente interesados en los principios del socialismo y en la revolución
socialista.
El
congreso aprobó el programa de la Cuarta Internacional sin oposición alguna.
Eso demostró que nuestro trabajo educacional había sido profundo. Todos estos
logros se pueden mencionar como prueba de la sabiduría política de nuestra
entrada al Partido Socialista. Y otro logro --y no el menos importante-- fue
que cuando el Partido Socialista nos expulsó y cuando respondimos formando
nuestro propio partido independiente, el Partido Socialista se asestó a sí
mismo un golpe mortal. Desde entonces el Partido Socialista se ha desintegrado
de forma progresiva hasta que prácticamente ha perdido toda apariencia de
ejercer influencia en cualquier partido del movimiento obrero. Nuestra labor en
el Partido Socialista contribuyó a eso. Posteriormente el camarada Trotsky hizo
una observación acerca de eso, cuando conversábamos con él acerca del resultado
total de nuestra entrada al Partido Socialista y el miserable estado de su
organización después. Dijo que eso en sí habría justificado la entrada a la
organización aun si no hubiéramos captado ni un sólo nuevo miembro.
En parte
como resultado de nuestra experiencia en el Partido Socialista y nuestra lucha
ahí, al Partido Socialista se le dejó a un lado. Esto fue un gran logro porque
era un obstáculo rumbo a la construcción de un partido revolucionario. El
problema no consiste simplemente en construir un partido revolucionario sino de
apartar los obstáculos de su camino. Todos los demás partidos son rivales.
Todos los demás partidos son un obstáculo.
Ahora
contrasten estos logros --y no los he exagerado-- contrasten estos resultados
con los resultados de las políticas de los sectarios. Ellos habían renunciado,
como cuestión de principio, a la idea de la entrada al Partido Socialista.
Decían que su política de abstención iba a forjar un partido revolucionario de
una mejor forma y más rápidamente. Pasó un año y medio, pasaron dos años, ¿y
qué sucedió? Nosotros habíamos más que duplicado nuestra militancia, aparte de
los otros logros que he mencionado. Los oehlerianos no habían captado ni un
solo joven o trabajador socialista. Ni uno. Al contrario, lo único que habían
producido fue un par de escisiones en sus propias filas. Creo que ese contraste
es una verificación convincente de las cuestiones políticas que surgieron en la
disputa que tuvimos con ellos. Siempre tengan presente de que hay una forma de
verificar las disputas políticas, y es por medio de experiencias subsecuentes.
La política no es religión; las disputas políticas no quedan sin decidirse
eternamente. La vida decide. Uno nunca puede resolver una disputa teológica
porque acontece al margen de la vida terrenal. No la influyen la lucha de
clases, ni trastornos políticos, ni tormentas o inundaciones o terremotos. En
la Edad Media solían argüir sobre cuántos ángeles pueden bailar en la punta de
una aguja. ¿Cuántos? ¿Mil? ¿Diez mil? La cuestión nunca fue resuelta porque no
hay forma de saber por experiencia terrenal cuántos ángeles pueden bailar en un
área tan pequeña como la punta de una aguja. Después de haber probado que
hicimos todos estos logros y que los sectarios no habían ganado nada, el único
argumento que se podía hacer en su nombre era: "Sí, ustedes duplicaron sus
miembros, pero sacrificaron el programa". Pero tampoco fue así. Cuando
celebramos nuestro congreso en Chicago al final de nuestra experiencia en el
Partido Socialista, demostramos que habíamos salido con el mismo programa con
el que ingresamos: el programa de la Cuarta Internacional.
Nuestro
"viaje de ida y vuelta" por el Partido Socialista había resultado en
logros en todo aspecto. Formamos el Partido Socialista de los Trabajadores en
Chicago el Día de Año Nuevo y empezamos una vez más una lucha independiente con
buenas posibilidades y buenas esperanzas. La discusión extensa que se realizó
en nuestra filas antes del congreso había revelado diferencias y debilidades
que luego habían de salir al descubierto. Tuvimos una gran discusión sobre el
problema ruso. Abrumada por la traición del estalinismo, los procesos de Moscú,
el asesinato de la revolución española --todas estas experiencias terribles--
una sección del partido, ya en el otoño de 1937, quería deshacerse de la idea
de que Rusia era un estado obrero y renunciar a su defensa. A partir de 1917,
siempre ha sucedido que cuando alguien se equivocó respecto a la cuestión rusa
el movimiento revolucionario perdió a dicha persona. No puede ser de otra
manera porque la cuestión rusa es precisamente la cuestión de una revolución
que ha ocurrido.
A la
cabeza de los que dudan, de los escépticos, en el otoño de 1937 iba Burnham.
Burnham todavía estaba dispuesto a defender de forma condicional a la Unión
Soviética, pero ya empezaba a elaborar lo que él pensaba era una nueva teoría,
que el estado obrero nunca existió. Simplemente se estaba adaptando a las
teorías medio cocinadas de los anarquistas y los mencheviques, las cuales
habían sido planteadas desde 1917 y que se renuevan con cada crisis de la
evolución de la Unión Soviética. Además, Burnham dirigió una oposición contra
nosotros en torno a la cuestión organizativa. No le gustaba el método b
olchevique de organización, disciplina y centralización bolcheviques y la
moralidad bolchevique. Estos síntomas son bien conocidos. Cualquiera que
empieza a objetar al bolchevismo en cuestiones de métodos, organización y
"moralidad", ciertamente lleva menchevismo en su sangre. El programa
político es la piedra de toque, pero las disputas sobre la cuestión
organizativa a menudo revelan los síntomas antes que los debates políticos.
Estas
debilidades, estas tendencias antibolcheviques que Burnham demostró en aquel
periodo, tuvieron su desarrollo lógico más adelante. En aquel entonces le
escribí una carta extensa al camarada Trotsky, en que caracterizaba francamente
la posición de Burnham y le pedía su consejo sobre cómo lidiar con él; es
decir, cómo defender al bolchevismo de la forma más eficaz y aún tratar de
salvar a Burnham para la revolución. Shachtman por ese entonces estaba luchando
del lado del bolchevismo. Se sumó a esta caracterización de Burnham y ayudó en
la lucha. Sin embargo después, Shachtman siendo Schachtman, fue sólo natural
que dos años después, cuando se libró la misma pelea una vez más, de forma
mucho más violenta, con la Segunda Guerra Mundial de fondo, fue de lo más
natural que Schachtman se uniera a Burnham para combatirnos.
La
discusión de 1937 anunció problemas futuros. Todavía teníamos que pasar por
otra gran lucha interna en el partido, la lucha más fundamental y profunda de
todas las luchas internas del movimiento desde su creación. Teníamos que pasar
por todo esto, además de todas las luchas precedentes, antes de que se pudiera
despejar el camino y prepararse el partido para la prueba de la guerra que
estaba por venir. Libramos esa lucha y el bolchevismo salió victorioso en ella;
el partido bolchevique es más fuerte por eso. De la historia de esa lucha se da
constancia en documentos, en las grandes contribuciones teóricas y políticas
del camarada Trotsky, y en cuanto al lado organizativo en algunos escritos
propios. Los que quieran seguir la historia del partido desde el punto donde
aquí la dejo, con la fundación del Partido Socialista de los Trabajadores el
Día de Año Nuevo en 1938, la pueden encontrar en esos documentos. En cuanto a
lo que sucedió después de la lucha con la oposición pequeñoburguesa y la
escisión final, parece que eso es historia reciente, tan reciente que no
necesita repasarse en este curso. La conocen todos ustedes.
Ahora,
queridos camaradas, con su permiso, quiero decir una palabra acerca de la gran
felicidad y satisfacción que he tenido en dar estas conferencias. Si un
camarada joven estudiante de oratoria me preguntara a mí, un veterano, qué es
lo que más necesita un orador público, le diría: "Necesita un buen
público". Y si goza del tipo de público que he tenido en esta serie de
doce conferencias --tan cálido, atento y lleno de aprecio, tan interesado en el
tema y tan amistoso con el orador-- en verdad que será afortunado.