Las notas seguidas de [L. T.] son del propio León Trotski; las seguidas de [NDT] son de Andreu Nin.


1. Carácter obligado de este trabajo y su propósito

La demanda teórica del partido, dirigido por el bloque de la derecha y el centro, ha sido cubierta durante seis años consecutivos con el antitrotsquismo, Único producto de que se dispone en cantidad ilimitada y se reparte gratuitamente. Stalin hizo sus primeras armas en el campo teórico en 1924 con su inmortal artículo contra la revolución permanente. El propio Mólotov recibió el bautismo de "jefe" en esa pila. La falsificación está a la orden del día. Hace pocos días, vi por casualidad un anuncio de la publicación en alemán de los trabajos de Lenin de 1917. Será éste un inapreciable presente a los obreros avanzados alemanes. Pero ya de antemano se puede uno formar idea de las falsificaciones que contendrá, sobre todo en las notas. Baste con decir que en el sumario aparecen en primer lugar las cartas de Lenin a la Kolontay, que se hallaba a la sazón en Nueva York. ¿Por qué? Únicamente porque en dichas cartas figuran algunas observaciones duras con respecto a mi, basadas en una información completamente falsa por parte de la Kolontay, la cual había inoculado, en aquel período, un extremismo izquierdista histérico a su menchevismo orgánico. En la edición rusa, los epígonos se vieron obligados a hacer notar, aunque de un modo equívoco, que Lenin había sido mal informado. Podemos, sin embargo, tener la certeza de que en la edición alemana no figurará ni tan siquiera esta reserva. Hay que añadir, además, que en esas mismas cartas había furiosos ataques contra Bujarin, con el cual se solidarizaba entonces la Kolontay. Pero esta parte de las cartas, por ahora, no ha sido publicada; lo será cuando se inicie la campaña contra Bujarin[1].

Por otra parte, una serie de documentos, artículos y discursos de Lenin de gran valor, de actas, cartas, etc., siguen sin publicar únicamente porque dejan malparados a Stalin y compañía o destruyen la leyenda del trotsquismo. No ha quedado literalmente nada incólume de la historia de las tres revoluciones rusas, lo mismo que de la del partido: las teorías, los hechos, las tradiciones, la herencia de Lenin han sido sacrificados en aras de la lucha contra el "trotsquismo", la cual, desde la muerte de Lenin, fue concebida y organizada como una lucha personal contra Trotski y se ha desarrollado, de hecho, como una lucha contra el marxismo.

Se ha confirmado nuevamente que lo que aparentemente consiste en remover antiguas discusiones habitualmente viene a satisfacer una necesidad social presente, de la cual no se tiene conciencia y que en sí, no tiene nada que ver con los debates pasados. La campaña contra el "viejo trotsquismo" no ha sido, en realidad, más que una campaña contra las tradiciones de Octubre, las cuales han ido haciéndose cada día más insoportables y oprimentes para la nueva burocracia. Se ha aplicado el calificativo de "trotsquismo" a todo aquello que pesaba y cohibía. De este modo, la lucha contra el trotsquismo ha venido a convertirse, poco a poco, en la expresión de una reaccion teórica y política en los medios no proletarios, y en parte en los proletarios, y en el reflejo de dicha reaccion en el partido. En particular, la oposición caricaturesca, históricamente deformada, de la revolución permanente a la "alianza con el campesino" preconizada por Lenin, brotó íntegra en 1923, conjuntamente con el periodo de reacción social y politica y en el partido, como una de sus manifestaciones mas relevantes, como la repulsión mundial, con sus conmociones "permanentes" como signo de la propensión propia del pequeño burgués y del funcionario al orden y a la tranquilidad. La campaña rencorosa contra la revolución permanente no sirvió a su vez más que para desbrozar el camino a la teoría del socialismo en un solo país, esto es, al nacionalismo de nuevo cuño. Naturalmente, estas nuevas raíces sociales de la lucha contra el "trotsquismo" no demuestran nada por sí mismas en favor o en contra de la teoría de la revolución permanente. Pero, sin la comprensión de estas raíces ocultas, el debate tomaría inevitablemente un carácter académico y estéril.

Durante estos años no podía imponerme el abandono de los nuevos problemas y volver a las viejas discusiones relacionadas con el periodo de la Revolución de 1905, por cuanto se referían principalmente a mi pasado y estaban artificialmente dirigidas contra el mismo.

Para dilucidar las viejas divergencias y, particularmente, mis antiguos errores en relación con las condiciones que los engendraron y dilucidarlos de un modo tan completo que resulten comprensibles a la nueva generación, sin hablar ya de los viejos que han caído en la infancia política, se necesita todo un libro. Parecía absurdo emplear el tiempo propio y el ajeno en esto, cuando figuraban constantemente a la orden del día nuevos problemas de inmensa importancia: la Revolución alemana, la marcha de Inglaterra, las relaciones entre los Estados Unidos y Europa, los problemas planteados por las huelgas del proletariado británico, los fines de la Revolución china y finalmente, y en primer lugar, nuestras contradicciones económicas y politico-sociales internas y nuestra misión. Todo esto era, a mi juicio, suficiente para justificar el que dejara constantemente de lado mi trabajo histórico-polémico sobre la revolución permanente. Pero la conciencia social no soporta el vacío. Durante estos últimos años el vacío teórico ha sido llenado, como ya he dicho, con la basura del antitrotsquismo. Los epígonos, los filósofos y peones de la reacción en el partido se deslizaron hacia abajo, fueron a aprender a la escuela del obtuso menchevique Martinov, pisotearon las doctrinas de Lenin, se debatían en un cenagal, y a todo esto lo llamaban lucha contra el trotsquismo. Durante estos años no han producido ningún trabajo más o menos serio o importante que se pueda citar en voz alta sin sonrojarse, ningún juicio político que haya perdurado, ninguna previsión que se haya visto confirmada, ni una sola consigna independiente. Insignificancia y vulgaridad por doquier.

Las Cuestiones del leninismo, de Stalin, representan en si una codificación de esta escoria ideológica, un manual oficial de la indigencia mental de esa gente, una colección de vulgaridades numeradas (y conste que me esfuerzo en dar las definiciones mas moderadas posibles).

El Leninismo, de Zinoviev, es... eso, un leninismo a lo Zinoviev, ni más ni menos. Su principio es casi el mismo que el de Lutero: "Sostengo esto, pero... podría también sostener otra cosa." La asimilación de estos frutos teóricos de los epígonos es igualmente insoportable, con la diferencia de que la lectura del Leninismo, de Zinoviev, causa la sensación de que se atraganta uno con algodón en rama, mientras que las Cuestiones de Stalin, producen la sensación física de cerdas cortadas en pequeños trozos. Estos dos libros reflejan y coronan, cada cual a su modo, la época de la reacción ideológica.

Al adaptar y subordinar todas las cuestiones al "trotsquismo" --desde la derecha, desde la izquierda, desde arriba, desde abajo, desde delante y desde atrás--, los epígonos han cometido la proeza de colocar todos los acontecimientos internacionales en dependencia directa o indirecta con relación al aspecto que tomaba la teoría de la revolución permanente de Trotski en 1905. La leyenda del "trotsquismo", repleta de falsificaciones, se ha convertido en una especie de factor de la historia presente. Y si bien durante estos últimos años la orientación del bloque derechista-centrista se ha visto comprometida en todos los ámbitos del planeta por una serie de bancarrotas de importancia histórica, la lucha contra la ideología centrista de la Internacional Comunista sería ya actualmente inconcebible o, por lo menos, extremadamente difícil sin la valoración de las discusiones y los pronósticos que tienen su origen en los comienzos de 1905.

La resurrección del pensamiento marxista, y por consiguiente leninista, en el partido, es inconcebible sin un auto de fe de todo el desecho de los epígonos, sin la ejecución teórica implacable de los ejecutores del aparato burocrático. Escribir un libro así no tiene, en rigor, nada de difícil. Existen todos los elementos. Y sin embargo, tropieza uno con dificultades porque, para emplear las palabras del gran satírico Saltikov, se ve uno forzado a descender a la región de los "efluvios primarios" y permanecer largo tiempo en esa atmósfera poco agradable. Sin embargo, este deber se ha convertido en absolutamente inaplazable, pues la lucha contra la revolución permanente sirve directamente de base a la defensa de la línea oportunista en los problemas de Oriente, esto es, de más de la mitad de la Humanidad.

Había emprendido ya este trabajo tan poco atractivo -la polémica teórica con Zinoviev y Stalin, dejando los libros de nuestros clásicos para las horas de descanso (también los buzos se ven obligados a subir de vez en cuando a la superficie para respirar aire fresco)- cuando, inesperadamente para mil apareció un artículo de Radek consagrado a oponer, de un modo más "profundo", a la teoría de la revolución permanente las ideas de Lenin sobre esta misma cuestión. En un principio rfle proponía dejar a un lado el trabajo de Radek, a fin de no distraerme de la mezcla de algodón en rama y de cerda desmenuzada que me había deparado el destino. Pero una serie de cartas amistosas me indujeron a leer atentamente ese trabajo y llegué a la siguiente conclusión: para el limitado círculo de personas que piensan por cuenta propia y no por orden y que estudian concienzudamente el marxismo, el trabajo de Radek es mas pernicioso que la literatura oficial, en el sentido de que el oportunismo en política es tanto más peligroso cuanto más disfrazado aparece y cuanto mayor es la reputación personal que lo cubre. Radek es uno de mis amigos políticos más afines, como lo han demostrado suficientemente los acontecimientos de estos últimos tiempos. Pero durante los últimos meses una serie de compañeros seguían inquietos la evolución de este hombre y le veían pasar de la extrema izquierda de la oposición a su ala derecha. Todos los amigos de Radek sabemos que sus brillantes dotes políticas y literarias coinciden con una impulsividad y una impresionabilidad excepcionales, cualidades que en el trabajo colectivo son una fuente valiosa de iniciativa y de crítica, pero que en las condiciones creadas por la dispersión pueden dar frutos completamente distintos. El último trabajo de Radek --junto con una serie de manifestaciones precedentes--obliga a reconocer que ha perdido la brújula o que ésta se halla bajo la influencia de una anomalía magnética prolongada. El trabajo de Radek a que nos referimos no es, ni mucho menos, una excursión histórica por el pasado; no, es un apoyo, no del todo consciente y no por ello menos nocivo, que presta al rumbo oficial con toda su mitología teórica.

La función política de la lucha actual contra el "trotsquismo", caracterizada más arriba, no significa, ni que decir tiene, que en el interior de la oposición misma, que se formó como reducto marxista contra la reacción político-ideológica, sea inadmisible la crítica, en particular, la de mis antiguas divergencias con Lenin. Al revés, una labor así, encaminada a hacer una limpia en las propias filas, sólo puede ser fructífera. Pero, en este caso, era preciso observar profundamente las perspectivas históricas, trabajar seriamente en el estudio de las fuentes de origen y dilucidar las antiguas diferencias a la luz de la lucha actual. Nada de esto hay en el trabajo de Radek. Como no dándose cuenta de ello, se incorpora simplemente al frente de lucha contra el "trotsquismo", valiéndose no sólo de extractos seleccionados de un modo unilateral, sino de la interpretación oficial, profundamente falsa, de los mismos. Allí donde al parecer se separa de la campaña oficial, lo hace de un modo tan equívoco, que presta a la misma el doble apoyo de testigo "imparcial". Como sucede siempre con los resbalones ideológicos, en el último trabajo de Radek no hay ni la sombra de su penetración política y de su maestría literaria. Es un trabajo sin perspectivas, sin las tres dimensiones, compuesto únicamente a base de extractos, y, por esto, un trabajo a ras de tierra.

¿A qué necesidad política debe su origen? A las divergencias surgidas entre Radek y la mayoría aplastante de la oposición con respecto a los problemas de la Revolución china. Se emiten, es verdad, opiniones aisladas en el sentido de que los problemas chinos "no son actuales" (Preobrajenski); pero a estas opiniones no se puede ni tan siquiera contestar seriamente. El bolchevismo creció y se formó definitivamente sobre la crítica y el estudio de la experiencia de 1905, cuando ésta acababa de ser vivida directamente por la primera generación de bolcheviques. ¿Cómo puede ser de otro modo, en qué otro acontecimiento pueden aprender actualmente las nuevas generaciones de revolucionarios proletarios si no es en la experiencia fresca, caliente todavía de sangre, de la Revolución china? Sólo los pedantes insulsos pueden hablarnos de "aplazar" estos problemas, con el fin de estudiarlos después, en las horas de asueto, en una atmósfera de tranquilidad. Los bolcheviques-leninistas no pueden hacer esto; tanto menos cuanto que las revoluciones orientales están aún sobre el tapete y nadie puede decimos cuando acabarán.

Radek, que ocupa una posición falsa en las cuestiones de la Revolución china, intenta fundamentar retrospectivamente esta posición exponiendo de un modo unilateral y deformado mis antiguas divergencias con Lenin. Y al llegar aquí se ve obligado a utilizar armas del arsenal ajeno y navegar sin rumbo por aguas extrañas.

Radek es amigo mío, pero me es mucho más amiga y más cara la verdad. Nuevamente me veo obligado, para contradecirle, a aplazar un trabajo más amplio sobre los problemas de la revolución. Los problemas planteados en él son demasiado importantes para desdeñarlos. Tropiezo, al acometerlos, con tres dificultades: la abundancia y variedad de los errores en el trabajo de Radek; la profusión de hechos históricos y documentales que lo refutan en el transcurso de veintitrés años (1905-1928); el poco tiempo que puedo dedicar a este trabajo, pues en la actualidad ocupan lugar primordial los problemas económicos de la URSS.

Todas estas circunstancias determinan el carácter del presente trabajo, el cual no agota la cuestión. Mucho queda en él por decir, en parte porque lo hemos dicho ya en otros trabajos anteriores, sobre todo en la Critica del Programa de la Internacional Comunista. Hay una gran cantidad de materiales sobre esta cuestión recogidos por mí que no han sido utilizados, en espera del libro que me propongo escribir contra los epígonos, esto es, contra la ideología oficial del periodo de reacción.

iii

El trabajo de Radek sobre la revolución permanente se apoya en la siguiente conclusión: La nueva fracción del partido (oposición) se ve amenazada por el peligro de la aparición de tendencias que divorcian a la revolución proletaria, en su desarrollo, de su aliado fundamental: los campesinos.

Suscita inmediatamente asombro el hecho de que esta conclusión con respecto a la "nueva" fracción del partido sea formulada en la segunda mitad del año 1928 como algo nuevo, cuando la venimos oyendo sin interrupción desde el otoño de 1923. ¿Cómo fundamenta Radek su inclinación hacia la tesis oficial preponderante? Tampoco en este caso sigue nuevos caminos; no hace más que volver a la teoría de la revolución permanente. En 1924-1925 Radek se dispuso en varias ocasiones a escribir un folleto destinado a demostrar que la teoría de la revolución permanente y la consigna de la dictadura democrática del proletariado y de los campesinos, formulada por Lenin, tomadas en su alcance histórico, esto es, a la luz de las tres revoluciones vividas por nosotros, no podían en ningún caso ser opuestas la una a la otra, sino que, a la inversa, coincidían fundamentalmente. Ahora, al estudiar "nuevamente" dicho problema --como escribe a uno de los compañeros--, ha llegado a la conclusión de que la antigua teoría de la revolución permanente amenaza a la "nueva" fracción del partido nada menos que con el peligro del divorcio con los campesinos.

¿Cómo ha "estudiado" la cuestión Radek? El mismo se encarga de comunicarnos algunos datos a este respecto:

"No tenemos a mano las fórmulas dadas en 1905 por Trotsky en su introducción a La guerra civil en Francia, de Marx, y en el mismo año en Nuestra Revolución".

Las fechas que da Radek no son totalmente exactas; Pero no vale la pena detenerse en ello, El único trabajo en que expuse, en una forma más o menos sistemática, mis ideas acerca del desarrollo de la revolución es el extenso artículo "Resultados y perspectivas" (p. 224-286 del libro Nuestra Revolución, Petersburgo, 1906). Mi artículo- publicado en el órgano polaco de Rosa Luxemburgo y Tischko(2) (1909) --al cual Radek alude, resumiéndolo, ¡ay!, según una referencia de Kaménev-- no pretendía, ni mucho menos, exponer mis puntos de vista de un modo definitivo y completo. Teóricamente se apoyaba en mi libro Nuestra Revolución, citado más arriba. Nadie está obligado actualmente a leer dicho libro. Desde entonces han tenido lugar acontecimientos tales y hemos aprendido tanto de ellos, que tengo que reconocer que me repugna la manera actual de los epígonos de examinar los nuevos problemas históricos, no a la luz de la experiencia viva de las revoluciones realizadas por nosotros, sino a la vista principalmente de textos que se refieren únicamente a la previsión hecha por nosotros de las revoluciones futuras. Con ello no quiero, naturalmente, negarle a Radek el derecho de enfocar la cuestión asimismo desde el punto de vista histórico-literario. Pero si se hace, hay que hacerlo como es debido. Radek intenta dilucidar la suerte que le haya cabido a la teoría de la revolución permanente en el transcurso de casi medio siglo, y, al hacerlo, observa de paso que "no tiene a mano" precisamente los trabajos en que esta teoría mía está expuesta.

Dejaré fijado aquí que Lenin, como he visto confirmado con particular evidencia ahora al leer sus viejos artículos, no llegó nunca a conocer el trabajo fundamental a que he aludido más arriba. Esto se explica, por lo visto, no sólo por la circunstancia de que la tirada del libro Nuestra Revolución, publicado en 1906, fuera confiscada casi inmediatamente cuando ya todos nosotros nos hallábamos en la emigración, sino acaso también por el hecho de que los dos tercios del citado libro estaban formados por antiguos artículos y de que muchos compañeros --como pude comprobar después- no lo leyeron por considerarlo una compilación de trabajos ya publicados. En todo caso, las observaciones polémicas dispersas, muy poco numerosas, de Lenin contra la revolución permanente se basan casi exclusivamente en el prefacio de Parvus a mi folleto Hasta el 9 de enero, en su proclama, que yo entonces desconocía, Sin zar, y en los debates internos de Lenin con Bujarin y otros. Nunca ni en parte alguna analiza ni cita Lenin, ni de paso, mis Resultados y perspectivas, y algunas de las objeciones de Lenin contra la revolución permanente, que evidentemente no pueden referirse a mí, atestiguan directamente que no leyó dicho trabajo(3).

Sería absurdo, no obstante, pensar que el "leninismo" de Lenin consiste precisamente en esto. Y, sin embargo, tal es, por lo visto, la opinión de Radek. En todo caso, el artículo que analizo atestigua no sólo que aquél "no tiene a mano" mis trabajos fundamentales, sino que, al parecer, no los ha leído nunca, y que si los ha leído ha sido hace mucho tiempo, antes de la Revolución de Octubre, y que, sea de esto lo que quiera, ha conservado muy poco en la memoria de dicha lectura.

Pero no es ésto todo. Si en 1905 o en 1909 era admisible y aun inevitable, sobre todo en las condiciones creadas por la escisión, que polemizáramos los unos con los otros sobre artículos de interés candente en aquel entonces y aun sobre determinadas frases de ciertos artículos, ahora, al hacer un examen retrospectivo de un gigantesco periodo histórico, el revolucionario marxista no puede dejar de formularse la siguiente interrogación: ¿Cómo fueron aplicadas en la práctica las fórmulas debatidas, cómo fueron interpretadas y encarnadas en la acción? ¿Cuál fue la táctica?

Si Radek se hubiera tomado la molestia de hojear, aunque no fuera más que las dos primeras partes de Nuestra primera Revolución (1905), no se habría arriesgado a escribir su trabajo actual, o, en todo caso, habría suprimido del mismo muchas de sus atrevidas afirmaciones. Al menos, quiero esperarlo así.

Estos dos libros le habrían demostrado ante todo a Radek que la revolución permanente no significaba, ni mucho menos, para mi, en la actuación política, la aspiración de saltar la etapa revolucionaria democrática y otras fases más secundarias, se habría persuadido de que, a pesar de que durante todo el año 1905 residí clandestinamente en Rusia, sin contacto con la emigración, formulé las etapas de la revolución absolutamente igual que Lenin; habría sabido que las proclamas principales dirigidas a los campesinos y publicadas por la imprenta bolchevista central en 1905, fueron escritas por mí; que el Nóvaya Jizn (La Nueva Vida), dirigido por Lenin, defendió decididamente en una nota de redacción mi artículo sobre la revolución permanente publicado en el Nachalo (El Principio); que el Nóvaya Jizn, de Lenin, y a veces éste personalmente, sostuvieron y defendieron invariablemente las resoluciones políticas del Soviet de diputados, de las cuales era yo autor y fui ponente en nueve casos de cada diez; que después del desastre de diciembre escribí desde la cárcel un folleto en el cual consideraba problema táctico central la combinación de la acción proletaria con la revolución agraria de los campesinos; que Lenin imprimió este folleto en la editorial bolchevista Nóvaya Volna (La Nueva Ola), comunicándome por medio de Kunniank su decidida conformidad; que en el Congreso celebrado en Londres en 1907 Lenin habló de mi "solidaridad" con el bolchevismo en lo que respectaba a la actitud ante los campesinos y la burguesía liberal. Todo esto, para Radek, no existe; tampoco lo tenía a mano, por lo visto.

¿Pero cómo está de informado en lo que se refiere a los trabajos de Lenin? Poco más o menos lo mismo. Se limita unicamente a citar los textos en que Lenin me atacaba a mi. Pero queriendo referirse muchas veces no a mi, sino a otros (por ejemplo, a Bujarin y al propio Radek: este mismo hace una franca indicación sobre el particular). Radek no ha conseguido reproducir ni un solo texto nuevo contra mí: se ha limitado a utilizar los extractos ya preparados y dispuestos y que, en la actualidad, casi cada ciudadano de la URSS "tiene a mano", añadiendo únicamente unas cuantas citas en las que Lenin explica a los anarquistas y socialrevolucionarios algunas verdades elementales sobre la diferencia entre república burguesa y socialismo, con la particularidad de que, según él, estas citas están asimismo dirigidas contra mí. ¡Parece inverosímil, y sin embargo es verdad!

Radek prescinde en absoluto de las antiguas declaraciones de Lenin en que éste, de un modo muy discreto, muy sobrio, pero, y por esto mismo, con tanto mayor peso, comprueba mi solidaridad con el bolchevismo en las cuestiones revolucionarias fundamentales. No hay que olvidar ni un instante que estas declaraciones fueron formuladas cuando yo no pertenecía a la fracción bolchevique y Lenin me atacaba impilacablemente (y con toda razón), no a causa de la revolución permanente, sobre la cual se limitaba a hacer algunas objeciones episódicas, sino de mi tendencia a la conciliación con los mencheviques, en cuya evolución a izquierda yo confiaba. A Lenin le preocupaba más la lucha contra la tendencia conciliadora que la "justicia" de tales o cuales ataques polémicos contra el "conciliador" Trotski.

En 1924, Stalin, defendiendo contra mis ataques la conducta de Zinoviev en Octubre, escribía:

"El compañero Trotski no ha comprendido las cartas de Lenin (sobre Zinoviev. L. T)., su significación, el fin que se proponían. Lenin en sus cartas, se adelanta, a veces, deliberadamente, colocando en primer término los errores que pueden ser cometidos, criticándolos de antemano con el fin de poner en guardia al partido y preservarle de los mismos, o bien, a veces, con el mismo fin pedagógico, exagera una "pequeñez" y "hace de una mosca un elefante"... Pero deducir de cartas análogas (y Lenin escribió no pocas de éstas) la existencia de divergencias trágicas y hablar de ello a voz en grito, significa no comprender las cartas de Lenin, no conocer a éste". (I. Stalin, ¿Trotsquismo o leninismo?, 1924).

La idea está formulada aquí de un modo un poco grosero --"el estilo es el hombre"--, pero en sustancia es justa, aunque pueda aplicarse menos que a nada a las divergencias de Octubre, que no tienen nada de "moscas". Pero si Lenin recurría a las exageraciones "pedagógicas" y a la polémica preventiva con respecto a sus compañeros de fracción, con tanto mayor motivo lo hacía con respecto a un hombre que se hallaba en aquel entonces fuera de la fracción bolchevique y que predicaba la conciliación. A Radek ni tan siquiera se le ha ocurrido aplicar a los viejos textos que cita este indispensable coeficiente de enmienda.

 

Cap. II



[1] Esta predicción se ha realizado ya (LT)