EL PROGRAMA DE TRANSICIÓN
La agonía del capitalismo y las tareas de la IV
Internacional
Los requisitos previos objetivos de la revolución
socialista
La situación
política mundial en su conjunto se caracteriza principalmente por la crisis
histórica de la dirección del proletariado.
El requisito
económico previo para la revolución proletaria ha alcanzado ya, en términos
generales, el más alto grado de madurez que pueda lograrse bajo el capitalismo.
Las fuerzas productivas de la humanidad han dejado de crecer. Los nuevos
inventos y mejoras técnicas ya no consiguen elevar el nivel de la riqueza
material. Las crisis coyunturales, en
las condiciones de la crisis social del sistema capitalista en su
conjunto, infligen a las masas privaciones y sufrimientos cada vez mayores. El
desempleo creciente, a su vez profundiza las crisis financieras del Estado y
socava los inestables sistemas monetarios. Los regímenes democráticos , igual
que los fascistas, van dando tumbos de bancarrota en bancarrota.
La burguesía
misma no ve ninguna salida. En los países donde se ha visto ya obligada a
apostar su última carta por el fascismo, se deja caer con los ojos cerrados
hacia una catástrofe económica y militar. En los países históricamente
privilegiados, es decir, en aquellos en que la burguesía puede permitirse
todavía, por cierto tiempo, el lujo de la democracia a expensas de la
acumulación nacional (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, etc.), todos los
partidos tradicionales del capital se encuentran en un estado de perplejidad
cercano a una parálisis de la voluntad. El “New Deal”[1]
a pesar del dinamismo pretencioso de su primer periodo, no representa más que
una forma especial de la perplejidad política, sólo posible en un país en que
la burguesía ha conseguido acumular una riqueza incalculable. La crisis actual,
que está lejos todavía de haber recorrido todo su camino, ha logrado ya poner
en evidencia que la política del New Deal, así como la política de
Frente Popular en Francia, no abre ninguna vía de escape al callejón sin salida
de la economía.
Las relaciones
internacionales no presentan mejor aspecto. Bajo la tensión creciente de la
desintegración capitalista, los antagonismos imperialistas entran en una vía
muerta a cuyo final los choques separados y las convulsiones sangrientas
localizadas (Etiopía, España, Lejano Oriente, Europa Central) se fundirán en
una conflagración a escala mundial. La burguesía, naturalmente, tiene
conciencia del peligro mortal que una nueva guerra representa para su dominio.
Pero hoy esta clase es infinitamente menos capaz de conjurar la guerra que en
vísperas de 1914.
Los parloteos
en el sentido de que las condiciones históricas no han “madurado” todavía para
el socialismo son producto de la ignorancia o del engaño consciente. Los
requisitos previos objetivos para la revolución proletaria no sólo han
“madurado”; empiezan a pudrirse un poco. Sin una revolución socialista, y
además en el periodo histórico inmediato, toda la civilización humana está
amenazada por una catástrofe. Todo depende ahora del proletariado, es decir,
principalmente de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la
humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria.
El proletariado
y sus direcciones
La economía, el
Estado, la política de la burguesía y sus relaciones internacionales están
completamente esterilizadas por una crisis social, hecho característico de un
estado prerrevolucionario de la sociedad. El obstáculo principal en el camino
de la transformación del estado prerrevolucionario en estado revolucionario es
el carácter oportunista de la dirección proletaria: su cobardía pequeñoburguesa
ante la gran burguesía y su traidora asociación con ella aún en su agonía.
En todos los
países el proletariado está agitado por una profunda inquietud. Las masas, por
millones, están entrando en la vía de la revolución. Pero una y otra vez se ven
bloqueadas por sus propios aparatos burocráticos y conservadores.
El proletariado
español ha realizado, desde abril de 1931[2],
una serie de tentativas heroicas para tomar el poder en sus manos y guiar los
destinos de la sociedad. Sin embargo, sus propios partidos (socialdemócratas,
stalinistas, anarquistas, poumistas), cada cual a su manera, han operado como
freno, preparando así la victoria de Franco.
En Francia, la
gran oleada de huelgas de brazos caídos[3],
en particular durante junio de 1936, reveló la abierta disposición del
proletariado a derribar el sistema capitalista. Sin embargo, las organizaciones
dirigentes (socialistas, stalinistas, sindicalistas), bajo el rótulo del Frente
Popular, han conseguido canalizar y embalsar, al menos por el momento, la
corriente revolucionaria.
La oleada sin
precedentes de huelgas de brazos caídos y el crecimiento, asombrosamente
rápido, del sindicalismo industrial en los Estados Unidos (con la CIO[4])
son la más indiscutible expresión de los esfuerzos instintivos de los obreros
americanos para elevarse al nivel de las tareas que la historia les impone.
Pero también aquí las organizaciones políticas dirigentes, incluyendo a la CIO
recientemente creada, hacen todo lo posible para retener y paralizar la presión
revolucionaria de las masas.
El paso
definitivo del Comintern al lado del orden burgués, su papel cínicamente
contrarrevolucionario en el mundo entero, en especial en España, Francia,
Estados Unidos y otros países “democráticos”, ha creado excepcionales
dificultades suplementarias al proletariado mundial. Bajo la bandera de la
Revolución de Octubre, la política conciliadora practicada por el “Frente Popular”
condena a la impotencia a la clase obrera y despeja el camino del fascismo.
“Frentes
Populares” por un lado, fascismo por otro; esos son los últimos recursos del imperialismo
en la lucha contra la revolución proletaria. Desde el punto de vista histórico,
sin embargo, esos dos recursos sólo son parches. La descomposición del
capitalismo continúa, igual en Francia bajo el signo del gorro frigio que en
Alemania bajo el signo de la esvástica. Nada más que el derrocamiento de la
burguesía puede abrir una vía de salida.
La orientación
de las masas está determinada ante todo por las condiciones objetivas del
capitalismo en descomposición, y en segundo lugar por la política traidora de
las viejas organizaciones obreras. Entre estos factores, el decisivo es,
evidentemente, el primero: las leyes de la historia son más fuertes que el
aparato burocrático. Por distintos que sean los métodos de los socialdemócratas
‑desde la legislación “social” de Blum[5]
hasta los tinglados judiciales de Stalin‑, no conseguirán nunca truncar
la voluntad revolucionaria del proletariado. Sus esfuerzos desesperados para
detener la rueda de la historia demostrarán a las masas, cada vez más
claramente, que la crisis de la dirección proletaria, habiéndose convertido en
la crisis de la civilización humana, sólo puede ser resuelta por la Cuarta
Internacional.
El programa
mínimo y el programa de transición
La tarea
estratégica del periodo próximo ‑periodo prerrevolucionario de agitación,
propaganda y organización consiste en superar la contradicción entre la madurez
de las condiciones revolucionarias objetivas y la inmadurez del proletariado y
su vanguardia (desconcierto y desánimo de la vieja generación, inexperiencia de
la joven). Es necesario ayudar a las masas, en el proceso de la lucha
cotidiana, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el
programa socialista de la revolución. Este puente debe contener un sistema de
reivindicaciones transitorias, que partan de las condiciones actuales y de la
actual conciencia de amplias capas de la clase obrera y conduzcan
invariablemente a un solo resultado final: la conquista del poder por el
proletariado.
La
socialdemocracia clásica, que operaba en una época de capitalismo progresivo,
dividió su programa en dos partes independientes una de otra, el programa
mínimo, que se limitaba a reformas en el marco de la sociedad burguesa, y
el programa máximo, que prometía la sustitución del capitalismo por el
socialismo en un futuro indeterminado. Entre el programa mínimo y el máximo no
había ningún puente. Y, realmente, la socialdemocracia no necesita tal puente,
ya que la palabra “socialismo” le sirve sólo para las arengas domingueras. El
Comintern se ha puesto a seguir el camino de la socialdemocracia en una época
de descomposición del capitalismo, cuando, en términos generales, no puede ni
hablarse de reformas sociales sistemáticas ni de elevación de los niveles de
vida de las masas; cuando la burguesía retoma cada vez con la mano derecha el
doble de lo que ha dado con la izquierda (impuestos, derechos aduaneros,
inflación, “deflación”, carestía de la vida, paro, reglamentación policíaca de
las huelgas, etc.); cuando cada una de las reivindicaciones importantes del
proletariado, e incluso cada una de las reivindicaciones importantes de la
pequeña burguesía, rebasa inevitablemente los límites de las relaciones de
propiedad capitalistas y del Estado burgués.
La tarea
estratégica de la Cuarta Internacional no consiste en la reforma del
capitalismo, sino en su derrocamiento. Su objetivo político es la conquista del
poder por el proletariado con el propósito de expropiar a la burguesía. Sin
embargo, la realización de esta tarea estratégica es impensable sin el más
atento examen de todas las cuestiones tácticas, incluso de las pequeñas y
parciales. Todos los sectores del proletariado, todas sus capas, profesiones y
grupos deben ser arrastrados al movimiento revolucionario. La época actual no se
caracteriza por liberar al partido revolucionario del trabajo cotidiano, sino
porque permite llevar adelante este trabajo indisociablemente de las tareas
actuales de la revolución.
La Cuarta
Internacional no deja de lado el programa de las viejas reivindicaciones
“mínimas”, en la medida en que hayan conservado al menos parte de su fuerza
vital. Defiende infatigablemente los derechos democrßticos y las conquistas
sociales de los obreros. Pero lleva a cabo este trabajo cotidiano en el marco
de la perspectiva actual correcta, es decir, de la perspectiva revolucionaria.
En la misma medida en que las viejas y parciales reivindicaciones “mínimas”
entran en conflicto con las tendencias destructivas y degradantes del
capitalismo decadente -y esto se produce a cada paso‑ la Cuarta
Internacional propone un sistema de reivindicaciones transitorias, cuya
esencia se encierra en el hecho de que se orientarán cada vez más abierta y
decisivamente contra las bases mismas del régimen burgués. El viejo “programa
mínimo" queda reemplazado por el programa de transición, cuya tarea
consiste en la movilización sistemática de las masas para la revolución
proletaria.
Escala móvil de
salarios y escala móvil de horas de trabajo
Bajo las
condiciones del capitalismo en descomposición, las masas continúan viviendo la
mísera vida de los oprimidos, estando ahora más amenazadas que nunca por el
peligro de verse arrojadas al abismo de la suma pobreza. Tienen que defender su
bocado de pan, a falta de aumentarlo o mejorarlo. No hay ahora necesidad, ni es
el momento, de enumerar las reivindicaciones separadas, parciales, que cada vez
se levantan sobre la base de las circunstancias concretas ‑nacionales,
locales, sindicales. Pero dos calamidades económicas, en las que se resume la
irracionalidad creciente del sistema capitalista, el desempleo y la carestía de
la vida, exigen consignas y métodos de lucha generalizados.
La Cuarta
Internacional declara la guerra sin cuartel a la política de los capitalistas
que, con un considerable grado de semejanza con la de sus agentes, los
reformistas, intenta hacer caer sobre las espaldas de los trabajadores todo el
peso del militarismo, las crisis, la desorganización del sistema monetario y
todos los demás azotes surgidos de la agonía del capitalismo. La Cuarta
Internacional exige empleo y condiciones decentes de vida para todos.
Ni la inflación
monetaria ni la estabilización pueden servir de consigna al proletariado,
porque no son sino dos extremos de un mismo hilo. Contra la elevación galopante
de los precios, que con la aproximación de la guerra será cada vez más
desenfrenada, sólo puede lucharse con la consigna de escala móvil de salarios. Esto significa que unos
convenios colectivos aseguren un aumento automático de los salarios en
proporción a la elevación de los precios de los bienes de consumo.
El
proletariado, bajo la amenaza de su propia desintegración, no puede permitir la
transformación de un sector creciente de obreros en desempleados crónicos, en
indigentes viviendo de los desechos de una sociedad que se desmorona. El
derecho al empleo es el único derecho serio dejado a los obreros en una
sociedad basada en la explotación. Hoy este derecho les está siendo recortado a
cada paso. Es el momento de levantar contra el desempleo, tanto “estructural”
como “coyuntural”, junto con la consigna de trabajos públicos, la de escala
móvil de horas de trabajo. Los sindicatos y otras organizaciones de masas
deben vincular a los que trabajan y a los desempleados con lazos solidarios de
responsabilidad recíproca. Sobre esta base, todo el trabajo disponible se
dividiría entre todos los obreros de acuerdo con la forma en que se determine
la duración de la semana laboral. El salario medio del obrero sigue siendo el
mismo que con la vieja semana laboral. Los salarios, con un mínimo
estrictamente garantizado, seguirían el movimiento de los precios. No se puede
aceptar ningún otro programa para el catastrófico período actual.
Los
propietarios y sus abogados demostrarán el “carácter irrealizable” de estas
reivindicaciones. Los capitalistas más pequeños, los especialmente arruinados,
invocarán además sus libros de contabilidad. Los obreros denuncian
categóricamente semejantes conclusiones e invocaciones. La cuestión no está en
una colisión “normal” entre intereses materiales opuestos. La cuestión está en
preservar al proletariado del deterioro, la desmoralización y la ruina. Se
trata de una cuestión de vida o muerte para la única clase creadora y
progresiva, y, por ello, garantizadora del futuro de la humanidad. Si el
capitalismo es incapaz de satisfacer las reivindicaciones que surgen
inevitablemente de las calamidades generadas por él mismo, dejémosle perecer.
Lo “realizable" y lo “irrealizable” es en este caso una cuestión de
relación de fuerzas que sólo la lucha puede resolver. Por medio de esta lucha,
y al margen de cuáles sean los logros prácticos inmediatos, los obreros
comprenderán mejor la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista.
Los sindicatos
en la época de transición
En la lucha por
reivindicaciones parciales y transitorias, los obreros, hoy más que nunca,
necesitan organizaciones de masa, en especial sindicatos. El poderoso ascenso
del sindicalismo en Francia y Estados Unidos es la mejor refutación de los
sermones de aquellos visionarios ultraizquierdistas que han ido predicando que
los sindicatos han “sobrevivido a su utilidad”.
Los
bolcheviques‑leninistas están en las líneas avanzadas en los combates de
toda especie, aun cuando estén en juego tan sólo los más modestos de los
intereses materiales o de los derechos democráticos de la clase obrera. Juegan
un papel activo en los sindicatos de masa, para fortalecerlos y elevar su
combatividad. Luchan inflexiblemente contra toda tentativa de subordinar los
sindicatos al Estado burgués y de atar al proletariado con el “arbitraje
obligatorio” o cualquier otra modalidad de custodia policíaca ‑no sólo
fascista, sino también “democrática”. Sólo a partir de este trabajo dentro de
los sindicatos es posible luchar con éxito contra los reformistas, incluyendo
los de la burocracia stalinista. Los intentos sectarios de construir o
conservar pequeños sindicatos “revolucionarios”, como segunda edición del
partido, significan actualmente renunciar a la lucha por la dirección de la
clase obrera. Es necesario establecer firmemente esta norma: el autoaislamiento
de carácter capitulacionista respecto a los sindicatos de masa, que equivale a
traicionar a la revolución, es incompatible con la pertenencia a la Cuarta
Internacional.
A1 mismo
tiempo, la Cuarta Internacional rechaza y condena resueltamente el fetichismo
sindical, igualmente característico de los tradeunionistas y de los
sindicalistas..
a) Los
sindicatos no ofrecen, ni pueden ofrecer, dadas sus tareas, composición y
formas de reclutamiento, un programa revolucionario acabado; por tanto, no
pueden sustituir al partido. La construcción de partidos revolucionarios
nacionales como secciones de la Cuarta Internacional es la tarea central de la
época de transición.
b) Los sindicatos,
aun los más poderosos, no abarcan a más del 20 al 25 por ciento de la clase
obrera, y, por lo demás, predominantemente a las capas más cualificadas y mejor
pagadas. La mayoría más oprimida de la clase obrera se ve arrastrada a la lucha
sólo episódicamente, en periodos de auge excepcional del movimiento obrero. En
tales momentos es necesario crear organizaciones ad hoc que abarquen a
las masas en lucha en su conjunto: comités de huelga, comités de fábrica, y,
finalmente, soviets.
c) Como
organizaciones representativas de las capas superiores del proletariado, los
sindicatos, tal como testimonia toda la pasada experiencia histórica;
incluyendo la reciente experiencia de los sindicatos anarcosindicalistas en
España, han desarrollado poderosas tendencias hacia compromisos con el régimen
democrático‑burgués. En los períodos de intensa lucha de clases, los
órganos dirigentes de los sindicatos tratan de adueñarse del movimiento de
masas con objeto de hacerlo inofensivo. Esto se produce ya en período de simples
huelgas, en especial en el caso de huelgas masivas con ocupación de fábricas
que hacen tambalear el principio de la propiedad burguesa. En épocas de guerra
o revolución en que la burguesía se ve inmersa en dificultades excepcionales,
los dirigentes sindicales se convierten normalmente en ministros burgueses.
En
consecuencia, las secciones de la Cuarta Internacional deben esforzarse
constantemente no sólo en renovar la dirección superior de los sindicatos,.
proponiendo valiente y resueltamente, en los momentos críticos, a dirigentes
combativos en lugar de los funcionarios rutinarios y de los arribistas, sino
también en crear, en todos los casos posibles, organizaciones de combate
independientes que se adapten más estrechamente a las tareas de la lucha de masas
contra la sociedad burguesa, no titubeando, si es preciso, ni siquiera ante la
ruptura abierta con los aparatos conservadores de los sindicatos. Si es
criminal volver la espalda a las organizaciones de masa para alimentar
tinglados sectarios, no lo es menos tolerar pasivamente la subordinación del
movimiento revolucionario de masas al control de camarillas burocráticas
abiertamente reaccionarias o disimuladamente conservadoras (“progresistas”).
Los sindicatos no son fines en sí; no son sino medios a lo largo del camino de
la revolución proletaria.
Comités de
fábrica
En época de
transición, el movimiento obrero no tiene un carácter metódico y equilibrado,
sino febril y explosivo. Tanto las consignas como las formas organizativas
deben sujetarse a las indicaciones del movimiento. Guardándose como de la peste
de abordar rutinariamente una situación dada, la dirección debe responder
sensitivamente a la iniciativa de las masas.
Las huelgas
con ocupación de fábricas, la más reciente expresión de esta iniciativa,
rebasan los límites de los procedimientos judiciales “normales” del
capitalismo. A1 margen de las reivindicaciones de los huelguistas, la ocupación
temporal de las fábricas es una bofetada al ídolo, a la propiedad capitalista.
Cada huelga de brazos caídos plantea en términos prácticos la cuestión de si el
dueño de la fábrica es el capitalista o son los obreros.
Así como la huelga de
brazos caídos plantea esta cuestión episódicamente, el comité de fábrica le da
una expresión organizada. El comité de fábrica, elegido por todos los
trabajadores de la fábrica, constituye de forma inmediata un contrapeso al
arbitrio de la administración.
A la reprobación
reformista de los patronos del tipo de los “reyes de la economía”, como Ford,
en contraste con los explotadores “buenos”, “democráticos”, contraponemos la
consigna de comités de fábrica como focos de lucha tanto contra los primeros
como contra los segundos.
Los burócratas
sindicales se opondrán, por lo general, a la creación de comités de fábrica,
del mismo modo que se oponen a cada paso enérgico en el camino de la
movilización de masas.
Sin embargo,
cuanto más amplia sea la extensión del movimiento tanto más fácil será quebrar
esta oposición. En los casos en que la sindicación general a escala de empresa
haya quedado ya establecida en tiempos “pacíficos”, el comité coincidirá
formalmente con el órgano sindical ordinario, pero renovará su composición y
ensanchará sus funciones. La importancia primordial del comité reside, sin embargo,
en que se convierte en el estado mayor para la entrada en combate de capas de
la clase obrera que los sindicatos son habitualmente incapaces de movilizar.
Precisamente de esas capas más oprimidas procederán los batallones más
abnegados de la revolución.
A partir del
momento en que el comité aparece, en la fábrica se establece de hecho un doble
poder. Por su esencia misma, representa la situación de transición, porque
lleva en su seno dos regímenes irreconciliables, el capitalista y el
proletario. La importancia fundamental de los comités de fábrica está
precisamente en el hecho de que abren las puertas a un período, si no
revolucionario, sí prerrevolucionario ‑entre los regímenes burgués y
proletario. El que propagar la idea del comité de fábrica no es prematuro ni
artificial lo atestiguan suficientemente las oleadas de huelgas con ocupación
de fábricas que se extienden a varios países. Nuevas oleadas de este tipo se
producirán inevitablemente en un futuro inmediato. Es preciso iniciar con
tiempo la campaña por los comités de fábrica para no encontrarnos
desprevenidos.
El “secreto
comercial” y el control obrero de la industria
El capitalismo liberal, basado en la
competencia y la libertad de comercio, ha quedado completamente relegado al
pasado. Su sucesor, el capitalismo monopolista, no sólo no atenúa la anarquía
del mercado, sino que, por el contrario, le confiere un carácter especialmente
convulsivo. La necesidad de “controlar” la economía, de asentar una “guía” estatal
sobre la industria y de “planificar” la reconocen hoy ‑al menos de
palabra‑ casi todas las corrientes burguesas y pequeñoburguesas actuales,
desde las fascistas hasta las socialdemócratas. En cuanto a los fascistas, la
cuestión está fundamentalmente en una expoliación “planificada” del pueblo con
fines militares. Los socialdemócratas se disponen a vaciar el océano de la
anarquía con las cucharas de una “planificación” burocrática. Los ingenieros y
los profesores escriben artículos sobre la “tecnocracia”. En sus medrosos
intentos de “regulación”, los gobiernos democráticos se dan de bruces contra el
sabotaje invencible del gran capital.
La verdadera
relación entre los explotadores y los “controladores” democráticos queda
perfectamente caracterizada por el hecho de que los señores “reformadores” se
paran en seco, con religioso azoramiento, ante el umbral de los trusts y de sus
“secretos” de negocio. Aquí predomina el principio de “no interferencia” en los
negocios: El estado de cuentas entre el capitalista individual y la sociedad
queda como secreto del capitalista: no incumbe a la sociedad. La justificación
que se da al principio del “secreto” de negocios es, ostensiblemente, como en
la época del capitalismo liberal, la de la libre “competencia”. En realidad,
los trusts no tienen secretos entre ellos. Los secretos empresariales forman
parte, en la época actual, de una resuelta conspiración del capitalismo
monopolista contra los intereses de la sociedad. Los proyectos de limitar la
autocracia de los “reyes de la economía” seguirán siendo trágicas payasadas
mientras los propietarios privados de los medios sociales de producción puedan
ocultar a los productores y a los consumidores las maquinaciones de la
explotación, el robo y el fraude. La abolición de los “secretos comerciales” es
el primer paso hacia el control efectivo de la industria.
Los obreros no
tienen menos derecho que los capitalistas a conocer los “secretos” de la
fábrica, del trust, de toda la rama industrial; de la economía nacional en su
conjunto.
Ante todo y
sobre todo, los bancos, la industria pesada y los transportes centrales deben
ser colocados bajo un cristal de aumento.
Las tareas
inmediatas del control obrero deben ser poner en claro el debe y el haber de la
sociedad, empezando por las empresas individuales; dilucidar de qué parte de la
renta nacional se apropian los capitalistas individuales y los explotadores en
su conjunto; poner al descubierto los tráficos y estafas entre bastidores de
los bancos y los trusts; finalmente, revelar a todos los miembros de la
sociedad el desorbitado derroche de trabajo humano que resulta de la anarquía
capitalista y de la pura y simple persecución del lucro.
Ningún
mandatario del Estado burgués se encuentra en posición de llevar a cabo este
trabajo, por grande que sea el poder con que se quiera dotarle. El mundo entero
fue testigo de la impotencia del presidente Roosevelt y del primer ministro
Blum contra las conspiraciones de las “60" o las “200 familias” de sus
naciones respectivas. Para quebrar la resistencia de los explotadores, es
necesaria la presión de masas del proletariado. Sólo los comités de fábrica
pueden llevar a cabo un verdadero control de la producción, recurriendo ‑como
consejeros, no como “tecnócratas”‑ a especialistas sinceramente
entregados al pueblo: contables, estadísticos, ingenieros, científicos, etc.
La lucha contra
el desempleo es impensable sin llamar por una organización amplia y audaz de trabajos
públicos. Pero los trabajos públicos sólo pueden tener una importancia
continuada y progresiva para la sociedad, igual como para los propios
desempleados, si se les convierte en parte de un plan general, concebido para
cubrir un número considerable de años. En el marco de este plan, los obreros
deben reivindicar la reanudación del trabajo, como empresas de servicios
públicos, de las empresas privadas cerradas como consecuencia de la crisis. En
estos casos, el control obrero quedará reemplazado por la administración obrera
directa.
La ejecución de
un plan económico, aun el más elemental ‑desde el punto de vista de los
explotados, no de los explotadores‑ es imposible sin el control obrero,
es decir, sin que la mirada de los obreros penetre en todos los resortes,
visibles y escondidos, de la economía capitalista. Los comités representativos
de las empresas individuales deben reunirse en conferencias para elegir los
correspondientes comités de trusts, de ramas enteras de la industria, de
regiones económicas y, finalmente, de la industria nacional en su conjunto. De
este modo, el control obrero se convierte en escuela de economía planificada.
Sobre la base de la experiencia del control, el proletariado se preparará para
la administración directa de la industria nacionalizada cuando llegue el
momento.
A aquellos
capitalistas, sobre todo de las capas bajas y medias, que por iniciativa propia
ofrecen a veces mostrar a los obreros sus libros de contabilidad ‑generalmente
para demostrar la necesidad de disminuciones salariales‑, los obreros
responden que no les interesa la contabilidad de bancarrotas o semibancarrotas
aisladas sino los libros de cuentas de todos los explotadores en su conjunto.
Los obreros no pueden ni quieren ajustar el nivel de sus condiciones de vida a
las necesidades de los capitalistas individuales que han sido víctimas de su
propio régimen. La tarea consiste en reorganizar todo el sistema de producción
y distribución sobre una base más digna y operativa. Así como la abolición de
los secretos empresariales es una condición necesaria para el control obrero,
el control es el primer paso en el camino de la conducción socialista de la
economía.
La expropiación
de distintos grupos de capitalistas
El programa
socialista de expropiación, es decir, de derrocamiento político de la burguesía
y liquidación de su dominio económico, no debe impedirnos en ningún caso,
durante el actual período de transición, levantar, cuando la ocasión lo
permite; la reivindicación de expropiación de distintas ramas industriales
clave, vitales para la existencia nacional, o del sector más parasitario de la
burguesía.
Así, como
respuesta a las patéticas jeremiadas de los señores demócratas relativas a la
dictadura de las “60 familias” de los Estados Unidos o de las “200 familias” de
Francia cia, contraponemos la reivindicación de expropiación de estos 60 ó 200
señores feudales capitalistas.
Exactamente de
la misma forma, reivindicamos la expropiación de las compañías monopolizadoras
de la industria de guerra, los ferrocarriles, las fuentes principales de materias
primas, etc.
La diferencia
entre estas reivindicaciones y la estúpida consigna reformista de
“nacionalización” radica en lo siguiente:
l. Nos oponemos a las
indemnizaciones.
2. Alertamos a las masas
contra los demagogos del Frente Popular que, defendiendo hipócritamente la
nacionalización, continúan siendo en realidad agentes del capital.
3. Llamamos a las masas a
que confíen sólo en su propia fuerza revolucionaria.
4. Enlazamos la cuestión de
la expropiación con la de la toma del poder por los obreros y los campesinos.
La necesidad de
levantar la consigna de expropiación de forma parcial en el curso de la agitación
diaria; y no sólo en nuestra propaganda en sus aspectos más amplios, viene
dictada por el hecho de que las distintas ramas industriales están en niveles
de desarrollo distintos, ocupan espacios distintos en la vida de la sociedad, y
están pasando por grados distintos de la lucha de clases. Sólo el levantamiento
general del proletariado puede poner a la orden del día la expropiación completa
de la burguesía. La tarea de las reivindicaciones de transición es la de
preparar al proletariado para resolver este problema.
Expropiación de
la Banca privada y estatización del sistema de créditos
El imperialismo
significa el dominio del capital financiero. Codo a codo con los trusts
y los sindicatos, y elevándose muchas veces por encima de ellos, los bancos
concentran en sus manos el dominio real de la economía. En su estructura, los
bancos expresan de forma concentrada la estructura completa del capital
moderno: combinan tendencias de monopolio con tendencias de anarquía.
Organizan los milagros tecnológicos, empresas gigante, trusts poderosos; y
organizan también las subidas de precio, las crisis y el desempleo. Es
imposible dar un solo paso serio en la lucha contra el despotismo monopolista y
la anarquía capitalista ‑que se complementan en su labor destructora‑
si los puestos dirigentes de los bancos se dejan en manos de capitalistas
rapaces. Para crear un sistema unificado de inversiones y créditos, a la vez
que un plan racional que corresponda a los intereses de todo el pueblo, es
necesario fusionar todos los bancos en una sola institución nacional. Sólo la
expropiación de la banca privada y la concentración de todo el sistema de crédito
en manos del Estado proporcionará a este último los medios necesarios reales,
es decir, materiales ‑y no sólo papelescos y burocráticos‑, para la
planificación económica.
La expropiación
de los bancos no implica de ningún modo la expropiación de las cuentas
bancarias. Por el contrario, el banco estatal único podrá crear
condiciones mucho más favorables para los pequeños depositantes que los bancos
privados. De la misma forma, sólo el banco estatal puede establecer condiciones
de crédito favorables, es decir, baratas, para los campesinos, artesanos y
pequeños comerciantes. Todavía mayor importancia tiene, sin embargo, el hecho
de que la economía en su conjunto ‑ante todo y sobre todo la industria a
gran escala y los transportes‑, dirigida por un estado mayor financiero
único, se ponga al servicio de los intereses vitales de los obreros y todos los
demás trabajadores.
Sin embargo, la
estatización de los bancos sólo producirá estos resultados favorables si
el poder estatal mismo pasa por completo de manos de los explotadores a manos
de los trabajadores.
Piquetes de
huelga; grupos de autodefensa; milicia obrera; armamento del proletariado
Las huelgas de
brazos caídos son una seria advertencia de las masas, no sólo dirigida a la
burguesía, sino también a las organizaciones obreras, incluyendo a la Cuarta
Internacional. En 1919‑20, los obreros italianos tomaron las fábricas por
propia iniciativa, señalando así a sus “líderes” la llegada de la revolución
social. Los “líderes” no hicieron caso de la señal. El resultado fue la
victoria del fascismo.
Las huelgas de
brazos caídos no significan todavía la toma de las fábricas al estilo italiano,
pero son un paso decisivo hacia ella. La crisis actual puede agudizar al
extremo la lucha de clases y aproximar el momento del desenlace. Pero esto no
significa que llegue de golpe una situación revolucionaria. De hecho, una serie
continua de convulsiones indica su aproximación. Entre ellas está la oleada de
huelgas de brazos caídos. El problema, para las secciones de la Cuarta
Internacional, consiste en ayudar a la vanguardia proletaria a comprender el
carácter general y el ritmo de nuestra época y en fecundar a tiempo la lucha de
las masas mediante medidas organizativas cada vez más enérgicas y combativas.
La agudización
de la lucha del proletariado supone la agudización de los métodos de
contraataque del capital. Nuevas oleadas de huelgas de brazos caídos pueden
provocar, y sin duda provocarán, contramedidas enérgicas por parte de la burguesía.
El trabajo preparatorio lo están ya realizando los estados mayores secretos de
los grandes trusts. ¡Ay de las organizaciones revolucionarias, ay del
proletariado si vuelven a cogerlo desprevenido!
La burguesía no
se conforma en ninguna parte con la policía oficial y el ejército. En Estados
Unidos, incluso en épocas “pacíficas”, la burguesía mantiene batallones
militarizados de rompehuelgas y grupos armados secretos de asesinos en las
fábricas. Ahora se añaden a esto los distintos grupos de nazis americanos. La
burguesía francesa, a la primera aproximación del peligro, movilizó
destacamentos fascistas semilegales e ilegales, incluyendo a los del interior
del
ejército. Apenas se
fortalezca de nuevo el empuje de los obreros ingleses, las bandas fascistas se
multiplicarán por dos, por tres, aumentarán diez veces para avanzar en marcha
sangrienta contra los obreros. La burguesía se da perfecta cuenta de que en la
época actual la lucha de clases tiende irresistiblemente a transformarse en
guerra civil. Los ejemplos de Italia, Alemania, Austria, España y otros países
han aleccionado mucho más a los magnates y a los lacayos del capital que a los
dirigentes oficiales del proletariado.
Los políticos
de las Internacionales Segunda y Tercera, igual que los burócratas de los
sindicatos, cierran conscientemente los ojos ante el ejército privado de la
burguesía; de otro modo, no podrían conservar su alianza con ella ni por
veinticuatro horas. Los reformistas inculcan sistemáticamente en la mente de
los obreros la idea de que la sacrosanta democracia está óptimamente
garantizada cuando la burguesía está armada hasta los dientes y los obreros
desarmados..
El deber de la Cuarta Internacional es poner
fin de una vez por todas a esta política servil. Los demócratas
pequeñoburgueses ‑incluyendo a socialdemócratas, stalinistas y
anarquistas‑ dan alaridos tanto más estridentes a propósito de la lucha
contra el fascismo cuanto más cobardemente capitulan ante él en la realidad.
Sólo destacamentos obreros armados, que sientan detrás de ellos el respaldo de
decenas de millones de trabajadores, pueden oponerse con éxito a las bandas
fascistas. La lucha contra el fascismo no empieza en las oficinas de redacción
liberales, sino en las fábricas, y acaba en la calle. Los rompehuelgas y los
pistoleros privados en las fábricas son el núcleo básico del ejército fascista.
Los piquetes de huelga son el núcleo básico del ejército proletario. Este es
nuestro punto de partida. Es perentorio propagar, con ocasión de cada huelga y
cada manifestación, la necesidad de crear grupos obreros de autodefensa. Es
preciso inscribir esta consigna en el programa del ala revolucionaria de los
sindicatos. Es perentorio, en todas partes donde sea posible, empezando por los
grupos de jóvenes, organizar grupos de autodefensa, e instruirlos y
ejercitarlos en el manejo de las armas.
Una nueva
oleada en el movimiento de masas no sólo serviría para aumentar el número de
estas unidades, sino también para unirlas por barrios, ciudades, regiones. Es
preciso dar expresión organizada al odio legítimo de los obreros por los
rompehuelgas y las bandas de gángsteres y fascistas. Es preciso levantar la
consigna de milicia obrera como única garantía seria de la inviolabilidad de
las organizaciones, las asambleas y la prensa obreras.
Sólo mediante
este trabajo de agitación y organización sistemático, perseverante,
infatigable, decidido, siempre sobre la base de la experiencia de las masas
mismas, es posible desarraigar de su conciencia las tradiciones de sumisión y
pasividad; entrenar a destacamentos de luchadores heroicos capaces de sentar un
ejemplo para todos los trabajadores; infligir una serie de derrotas tácticas a
los asesinos armados de la contrarrevolución; aumentar la autoconfianza de los
explotados y los oprimidos; desacreditar al fascismo ante los ojos de la
pequeña burguesía y abrir el camino de la conquista del poder por el
proletariado.
Engels definió
el Estado como destacamentos de “hombres armados”. El armamento del
proletariado es un apremiante elemento concomitante de su lucha por la
liberación. Cuando el proletariado lo quiera, encontrará la vía y los medios
para armarse. También en este terreno la dirección recae de forma natural en
las secciones de la Cuarta Internacional.
La alianza de
los obreros y los campesinos
En el campo, el
compañero de armas y equivalente del obrero es el obrero agrícola. Son dos
partes de una sola y misma clase. Sus intereses son indisociables. El programa
de reivindicaciones de transición de los obreros industriales es igualmente,
con cambios aquí y allí, el programa del proletariado agrícola.
Los campesinos
(labradores)[6] representan
otra clase: son la pequeña burguesía de la aldea. La pequeña burguesía se
compone de distintas capas, desde los elementos semiproletarios hasta los
explotadores. De acuerdo con esto, la tarea política del proletariado
industrial es llevar la lucha de clases al campo. Sólo así será capaz de trazar
una línea divisoria entre sus aliados y sus enemigos.
Las peculiaridades
del desarrollo nacional de cada país encuentran su expresión más curiosa en la
situación de los campesinos y, en cierta medida, de la pequeña burguesía urbana
(artesanos y tenderos). Estas clases, por fuertes que sean numéricamente, son
en lo esencial supervivencias representativas de las formas de producción
precapitalistas. Las secciones de la Cuarta Internacional deben elaborar, con
la mayor concreción posible, un programa de reivindicaciones de transición para
los campesinos (labradores) y la pequeña burguesía urbana, de acuerdo con las
condiciones de cada país. Los obreros avanzados deben aprender a dar respuestas
claras y concretas a las preguntas de sus futuros aliados.
Mientras el
campesino siga siendo un pequeño productor “independiente”, necesitará crédito
barato, maquinaria agrícola y fertilizantes a precios que pueda pagar,
condiciones de transporte favorables, y una organización honesta del mercado de
productos agrícolas. Pero los bancos, los trusts y los traficantes roban al
campesino por todos lados. Sólo los propios campesinos, con la ayuda de los
obreros, pueden poner freno a este robo. En la escena nacional deben aparecer comités
elegidos de pequeños campesinos y, junto con los comités obreros y los
comités de empleados de banca, tomar en sus manos el control del transporte, el
crédito y las operaciones mercantiles relativas a la agricultura.
Aludiendo
embusteramente a las reivindicaciones “excesivas” de los obreros, la gran
burguesía convierte hábilmente la cuestión de los precios de las mercancías
en una cuña a ser introducida entre los obreros y los campesinos, y entre los
obreros y la pequeña burguesía urbana. El campesino, el artesano, el pequeño
comerciante, a diferencia del obrero industrial, el oficinista o el
funcionario, no puede reivindicar un aumento salarial adaptado al aumento de
los precios. La lucha oficial del gobierno contra la elevación de precios sólo
es un engaño a las masas. Pero el campesino, el artesano, el comerciante, en su
condición de consumidores, pueden inmiscuirse en la política de fijación de
precios hombro con hombro con los obreros. A las lamentaciones de los
capitalistas en torno a los costos de producción, de transporte y de
comercialización, los consumidores replicarán: “Abrid vuestros libros de contabilidad;
exigimos el control sobre la fijación de precios”. Los órganos de este control
deben ser los comités de vigilancia de precios, compuestos por delegados
de las fábricas, los sindicatos, las cooperativas, las organizaciones de
campesinos, los “pobres diablos” de las ciudades, las amas de casa, etc. Por
este medio podrán los obreros demostrar a los campesinos que la verdadera razón
del alza de los precios no son los salarios altos, sino los beneficios
desorbitados de los capitalistas y los gastos generales de la anarquía
capitalista.
El programa de
nacionalización de la tierra y colectivización de la agricultura debe
trazarse de forma que a partir de su base misma excluya la posibilidad de
expropiación de los pequeños campesinos y su colectivización forzosa. El
campesino seguirá siendo propietario de su parcela todo el tiempo que él
considere posible o necesario. Para rehabilitar el programa del socialismo ante
los ojos del campesino, hay que desenmascarar despiadadamente los métodos
stalinistas de colectivización, dictados no por los intereses de los campesinos
o los obreros, sino por los intereses de la burocracia.
La expropiación
de los expropiadores tampoco significa la confiscación por la fuerza de la
propiedad de los artesanos y los tenderos. Por el contrario, el control obrero
de los bancos y los trusts, o, con mayor razón, la nacionalización de esas
empresas, puede crear condiciones de crédito, compra y venta incomparablemente
más favorables, para la pequeña burguesía urbana, a las que son posibles bajo
el dominio incontrolable de los monopolios. La dependencia respecto al capital
privado será sustituida por la dependencia respecto al Estado, que atenderá
tanto más a las necesidades de sus pequeños colaboradores y agentes cuanto más
firmemente los propios trabajadores tengan al Estado en sus manos.
La
participación práctica de los campesinos explotados en el control de los
distintos campos económicos les permitirá decidir por sí mismos si les resulta
o no provechoso pasarse al trabajo colectivo de la tierra, a qué plazos y en
qué grado. Los obreros industriales deben considerarse sujetos al deber de
manifestar toda su colaboración a los campesinos para recorrer este camino, a
través de los sindicatos, los comités de fábrica, y, sobre todo, a través del
gobierno obrero y campesino.
La alianza que
el proletariado propone, no a las “clases medias” en general, sino a las capas
explotadas de la pequeña burguesía urbana y rural, contra todos los
explotadores, incluyendo a los de las “clases medias”, no puede basarse en la
coacción, sino en el libre consentimiento, que debe consolidarse en un “pacto”
especial. Este “pacto” es el programa de reivindicaciones transitorias
aceptadas voluntariamente por ambas partes.
La lucha contra el imperialismo y la guerra
Toda la
perspectiva mundial, y, por consiguiente, también la vida política interna de
los distintos países, está oscurecida por la amenaza de la guerra mundial. La
catástrofe inminente provoca estremecimientos de angustia en las más amplias
masas de la humanidad.
La Segunda
Internacional repite su política infame de 1914 con tanta mayor seguridad
cuanto que hoy es el Comintern el que actúa de primer violín del chauvinismo.
Así que el peligro de guerra ha adquirido un perfil concreto, los stalinistas,
dejando atrás a gran distancia a los pacifistas burgueses y pequeño burgueses,
se han convertido en apologistas vocingleros de la llamada “defensa nacional”.
La lucha revolucionaria contra la guerra recae así plenamente sobre las
espaldas de la Cuarta Internacional.
La política
bolchevique‑leninista en cuanto a esta cuestión, formulada en las tesis
del Secretariado Internacional (La guerra y la Cuarta Internacional, 1934),
conserva hoy toda su fuerza. En el período próximo, el éxito de un partido
revolucionario dependerá ante todo de su política frente a la cuestión de la
guerra. Una política correcta se compone de dos elementos: una actitud
inflexible ante el imperialismo y sus guerras, y la aptitud para basar el propio
programa en la experiencia de las masas mismas.
En la cuestión
de la guerra, más que en ninguna otra, la burguesía y sus agentes engañan al
pueblo mediante abstracciones, fórmulas generales y una fraseología cojeante:
“neutralidad”, “seguridad colectiva”, “armamento para la defensa de la paz”,
“defensa nacional”, “lucha contra el fascismo”, etc. Todas estas fórmulas se
reducen en definitiva al hecho de que la cuestión de la guerra, es decir, la
suerte del pueblo, debe quedar en manos de los imperialistas, de sus gobiernos,
de su diplomacia, de sus generales, con todas sus intrigas y sus conspiraciones
contra el pueblo.
La Cuarta
Internacional rechaza con repugnancia todas estas abstracciones, que juegan en
el campo democrático el mismo papel que en el fascista el “honor”, la “sangre”,
la “raza”. Pero la repugnancia no basta. Es necesario ayudar a las masas a
descubrir, mediante criterios, consignas y reivindicaciones verificables, la
esencia concreta de esas abstracciones fraudulentas.
“¿Desarme?” Pero toda la
cuestión está en quién desarma a quién. El único desarme que puede impedir o
terminar la guerra es el desarme de la burguesía por los obreros. Pero para
desarmar a la burguesía los obreros deben armarse.
“¿neutralidad?”
Pero el proletariado no es neutral en absoluto en la guerra entre Japón y
China, o en una guerra entre Alemania y la URSS. “¿Quiere decir esto defensa de
China y de la URSS?” ¡Naturalmente! Pero no por medio de los imperialistas, que
estrangularán tanto a China como a la URSS.
“¿Defensa de la
patria?” Pero por esta abstracción la burguesía entiende la defensa de sus
beneficios y de sus saqueos. Estamos dispuestos a defender la patria frente a
los capitalistas extranjeros, si antes atamos de pies y manos a los nuestros
(nuestros propios capitalistas) y les impedimos atacar la patria de otros; si
los obreros y los campesinos de nuestro país se convierten en sus verdaderos
dueños; si la riqueza del país pasa de manos de una pequeña minoría a manos del
pueblo; si el ejército se convierte en un arma de los explotados en vez de
serlo de los explotadores.
Es necesario
traducir estas ideas fundamentales deslindándolas en otras más concretas y
parciales, condicionadas al curso de los acontecimientos y a la orientación del
ánimo de las masas. Es necesario, además, discernir estrictamente entre el
pacifismo del diplomático, el profesor, el periodista y el pacifismo del
carpintero, el obrero agrícola y la mujer de limpieza. En el primer caso, el
pacifismo es una pantalla del imperialismo; en el segundo, es la expresión
confusa de la desconfianza en el imperialismo. Cuando el pequeño campesino o el
obrero habla de defensa de la patria, piensa en la defensa de su hogar, de su
familia y otras familias similares contra la invasión, las bombas y el gas
venenoso. El capitalista y su periodista entienden por defensa de la patria la
apropiación de colonias y mercados; el aumento mediante el saqueo de la porción
“nacional” de la renta mundial. El pacifismo y el patriotismo burgueses son
embustes totales. En el pacifismo, e incluso en el patriotismo de los
oprimidos, hay elementos que reflejan por un lado el odio a la guerra
destructora, y por otro el apego a lo que creen ser su propio bien; elementos
que debemos saber aprehender para extraer las conclusiones necesarias.
Con estas
consideraciones como punto de partida, la Cuarta Internacional sostiene toda
reivindicación, aunque sea insuficiente, si puede arrastrar a las masas, en
alguna medida, a la política activa,
despertar su crítica y fortalecer su control sobre las maquinaciones de la
burguesía.
Desde este
punto de vista, nuestra sección americana, por ejemplo, sostiene críticamente
la propuesta de instituir un referéndum sobre la cuestión de la declaración de
guerra. Ninguna reforma democrática, por supuesto, puede por sí misma impedir a los gobernantes provocar la guerra
cuando lo deseen. Hay que advertirlo abiertamente. Sin embargo sean cuales sean
las ilusiones de las masas en relación al referéndum propuesto, el apoyo que le
prestan refleja la desconfianza de los obreros y los campesinos hacia el
gobierno y el Congreso de la burguesía. Sin sostener ni admitir las ilusiones,
es necesario sostener con toda la energía posible la desconfianza progresiva de
los explotados hacia los explotadores. Cuanto más se extienda el movimiento por
el referéndum, tanto antes se alejarán de él los pacifistas burgueses, más
enteramente comprometidos se encontrarán los traidores del Comintern y más
aguda será la desconfianza hacia los imperialistas.
Desde este
mismo punto de vista, hay que levantar la
reivindicación de derechos electorales para hombres y mujeres a partir
de los dieciocho años. Los que mañana serán
llamados a morir por la patria deben tener hoy el derecho a votar. La
lucha contra la guerra debe empezar, ante todo, por la movilización
revolucionaria de la juventud.
Debe arrojarse
luz sobre el problema de la guerra desde todos los ángulos, tomando en cuenta
la faceta con que se presenta a las masas en el momento dado.
La guerra es
una gigantesca empresa comercial, especialmente para la industria de guerra. De
ahí que las “60 familias” sean los primeros patriotas y los principales
provocadores de la guerra. El control obrero de las industrias de guerra
es el primer paso en la lucha contra los “fabricantes”de la guerra.
A la consigna
de los reformistas: impuesto sobre los beneficios de guerra,
contraponemos las consignas: confiscación
de los beneficios de guerra y expropiación de los traficantes de la industria
de guerra. Allí donde la industria bélica está “nacionalizada”, como en
Francia, la consigna de control obrero conserva toda su fuerza. El proletariado
confía tan poco en el gobierno de la burguesía como en el capitalista
individual.
¡Ni un hombre,
ni un céntimo para el gobierno burgués!
¡No al programa
de armamento: programa de trabajos de utilidad pública! ¡Independencia completa de las organizaciones
obreras del control militar y policíaco!
De una vez por
todas, debemos arrebatar de las manos de la voraz y despiadada camarilla
imperialista, que intriga a espaldas del pueblo, la disposición del destino de
los pueblos.
De acuerdo con
esto, reivindicamos:
·
Abolición completa de la diplomacia secreta; todos los tratados y
acuerdos deben ser accesibles a todos los obreros y campesinos.
·
Instrucción militar y armamento de los obreros y los campesinos bajo
el control directo de los comités obreros y campesinos.
·
Creación de escuelas militares para la formación de oficiales elegidos
entre los trabajadores por las organizaciones obreras.
·
Sustitución del ejército permanente por una milicia popular, vinculada
indisolublemente a las fábricas, las minas, las granjas, etc
La guerra
imperialista es la continuación y la exacerbación de la política rapaz de la
burguesía. La lucha del proletariado contra la guerra es la continuación y la
exacerbación de su lucha de clase. La iniciación de la guerra cambia la
situación y, parcialmente, los procedimientos de lucha entre las clases, pero
no su objetivo ni su orientación básica. La burguesía imperialista domina el
mundo. La guerra próxima, en su carácter básico, será por tanto una guerra
imperialista. El contenido fundamental de la política del proletariado
internacional será, por consiguiente, la lucha contra el imperialismo y su
guerra. En esta lucha, el principio básico es: “el enemigo principal está en tu
propio país”, o “la derrota de tu propio gobierno (imperialista) es
el mal menor”.
Pero no todos
los países del mundo son imperialistas. La mayoría son, por el contrario,
víctimas del imperialismo. Algunos de los países coloniales o semicoloniales
intentarán sin duda utilizar la guerra para sacudirse el yugo de la esclavitud.
Su guerra no será imperialista, sino liberadora. Será deber del proletariado
internacional ayudar a los países oprimidos en su guerra contra los opresores.
El mismo deber se aplica en cuanto a ayudar a la URSS o a cualquier otro
gobierno obrero que pueda surgir antes o en el curso de la guerra. La derrota de
todo gobierno imperialista en la lucha contra el Estado obrero o contra
un país colonial es el mal menor. Los obreros de los países imperialistas, sin
embargo, no pueden ayudar a un país antiimperialista a través de sus propios
gobiernos, sean cuales sean las relaciones diplomáticas y militares entre los
dos países en un momento dado. Si los gobiernos se encuentran en una alianza
temporal y, por la esencia misma de la cuestión, incierta, el proletariado del
país imperialista sigue permaneciendo en una oposición de clase ante su propio
gobierno, y sostiene al “aliado” no imperialista por sus propios
métodos, es decir, por los métodos de la lucha de clase internacional
(agitación no sólo contra sus aliados desleales, sino también a favor del
Estado obrero o del país colonial; boicot o huelgas en determinados casos;
renuncia al boicot y a las huelgas en otros casos, etc.).
Al sostener al país colonial o a la URSS en
una guerra el proletariado no se solidariza en lo más mínimo con el gobierno
burgués del país colonial o con la burocracia thermidoriana de la URSS. Por el
contrario, mantiene una total independencia política tanto frente al primero
como frente a la segunda. Al prestar su ayuda en una guerra justa y progresiva,
el proletariado revolucionario se gana la simpatía de los trabajadores de las
colonias y de la URSS, fortalece en ellas la autoridad y la influencia de la
Cuarta Internacional, y aumenta su capacidad de contribuir al derrocamiento del
gobierno burgués en el país colonial, de la burocracia reaccionaria en la URSS.
Al comienzo de
la guerra las secciones de la Cuarta Internacional se encontrarán
inevitablemente aisladas: toda guerra coge desprevenidas a las masas nacionales
y las empuja al lado del aparato gubernamental. Los internacionalistas tendrán
que nadar contra la corriente. Sin embargo, la devastación y la miseria que
traerá la nueva guerra, que, en los primeros meses, dejarán atrás los horrores
sangrientos de 1914‑18, pronto disiparán la embriaguez. El descontento y
la revuelta de las masas crecerán a grandes pasos. Las secciones de la Cuarta
Internacional se encontrarán en cabeza de la marea revolucionaria. El programa
de reivindicaciones transitorias adquirirá una actualidad candente. El problema
de la conquista del poder por el proletariado se presentará en toda su
magnitud.
Antes de vaciar
de sangre a la humanidad o de ahogarla en ella, el capitalismo corrompe la
atmósfera mundial con los efluvios venenosos del odio nacional y racial. El antisemitismo
es hoy una de las convulsiones de la agonía del capitalismo.
Poner al
descubierto, inflexiblemente, las raíces de los prejuicios raciales y de todas
las formas y matices de la arrogancia nacional y el chauvinismo, en particular
del antisemitismo, debe convertirse en parte del trabajo cotidiano de todas las
secciones de la Cuarta Internacional, como parte principal de la lucha contra
el imperialismo y la guerra. Nuestra consigna fundamental sigue siendo:
¡Obreros del mundo entero, uníos!
El gobierno obrero y campesino
La fórmula de
“gobierno obrero y campesino” apareció por primera vez en la agitación de los
bolcheviques en 1917, y fue aceptada definitivamente después de la Revolución
de Octubre. En este caso no representaba nada más que la denominación popular
de la dictadura del proletariado ya establecida. La importancia de esta
denominación proviene principalmente del hecho de que subraya la idea de
una alianza entre el proletariado y
el campesinado sobre la que se apoya el poder soviético.
Cuando el Comintern
de los epígonos intentó resucitar la
fórmula, enterrada por la historia, de “dictadura democrática del proletariado
y el campesinado”, dio a la fórmula “gobierno obrero y campesino” un contenido
completamente distinto, puramente “democrático”, es decir, burgués, contraponiéndola a la dictadura del
proletariado. Los bolcheviques‑leninistas rechazan resueltamente la
consigna de “gobierno obrero y campesino” en su versión democrático-burguesa.
Afirmaban entonces y afirman hoy que, cuando el partido del proletariado se
niega a ir más allá de los límites democrático‑burgueses, su alianza con
el campesinado se convierte simplemente en un apoyo del capital, como sucedió
con los mencheviques y los socialistas‑revolucionarios en 1917, con el
Partido Comunista Chino en 1925‑27[7],
y sucede ahora con el Frente Popular en España, Francia y otros países.
De abril a
septiembre de 1917, los bolcheviques exigieron que los socialistas‑revolucionarios
y los mencheviques rompieran con la burguesía liberal y tomaran el poder en
sus manos. Con esta condición, el
Partido Bolchevique prometía a los mencheviques y a los socialistas‑revolucionarios,
como representantes pequeño‑burgueses de los obreros y los campesinos, su
ayuda revolucionaria contra la burguesía, negándose categóricamente, sin
embargo, tanto a entrar en el gobierno de los mencheviques y los socialistas‑revolucionarios
como a asumir por él cualquier responsabilidad política. Si los mencheviques y
los socialistas‑revolucionarios hubieran roto realmente con los cadetes
(liberales) y con el imperialismo extranjero, el”gobierno obrero y campesino”
creado por ellos no hubiera sino acelerado y facilitado el establecimiento de
la dictadura del proletariado. Pero fue precisamente por esto que la dirección
de la democracia pequeño-burguesa se resistió con toda su fuerza al
establecimiento de su propio gobierno. La experiencia de Rusia demostró, y la
experiencia de España y Francia lo confirma una vez más, que incluso en
condiciones muy favorables los partidos de la democracia pequeño‑burguesa
(socialistas‑revolucionarios, socialdemócratas, stalinistas, anarquistas)
son incapaces de crear un gobierno de obreros y campesinos, es decir, un
gobierno independiente de la burguesía.
No obstante, la
exigencia de los bolcheviques, dirigida a los mencheviques y los socialistas
revolucionarios: “¡Romped con la burguesía, tomad el poder en vuestras manos!”
tenía una enorme importancia educativa para las masas. La obstinada renuencia
de los mencheviques y los socialistas‑revolucionarios a tomar el poder,
que tan dramáticamente se puso de manifiesto en las jornadas de julio, los
condenó definitivamente ante la opinión de la masa y preparó la victoria de los
bolcheviques.
La tarea
central de la Cuarta Internacional consiste en liberar al proletariado de la
vieja dirección, cuyo conservadurismo está en total contradicción con las
erupciones catastróficas del capitalismo en desintegración y representa el principal obstáculo del progreso histórico.
La principal acusación que lanza la Cuarta Internacional contra las
organizaciones tradicionales del proletariado es la de no querer desvincularse
del semicadáver político de la burguesía. En estas condiciones, la exigencia,
dirigida sistemáticamente a la vieja dirección: “¡Rompe con la burguesía, toma
el poder!“ es un arma extremadamente importante para poner al descubierto el
carácter traidor de los partidos y organizaciones de las Internacionales
Segunda, Tercera y de Amsterdam. Así pues, la consigna de “gobierno obrero y campesino”
sólo es aceptable para nosotros en el mismo sentido que tenía para los
bolcheviques en 1917, es decir, como consigna antiburguesa y anticapitalista,
pero de ninguna manera con el sentido “democrático” que después le han dado los
epígonos, transformándola de un puente hacia la revolución socialista en el
principal impedimento en su camino.
A todos los
partidos y organizaciones que se apoyan en los obreros y los campesinos y
hablan en su nombre les exigimos que rompan políticamente con la burguesía y
entren en el camino de la lucha por el gobierno obrero y campesino. En este
camino, les prometemos un apoyo total contra la reacción capitalista. Al mismo
tiempo, desarrollamos infatigablemente una agitación en torno a aquellas
reivindicaciones que deberían, en nuestra opinión, formar el programa del
“gobierno obrero y campesino”.
¿Es posible la
creación de este gobierno por las organizaciones obreras tradicionales? La
experiencia anterior nos nuestra, como ya hemos dicho, que esto es, como mínimo,
sumamente improbable. Sin embargo, no se puede negar categóricamente, por
anticipado, la posibilidad teórica de que, bajo la influencia de circunstancias
completamente excepcionales (guerra, derrota, krack financiero, presión
revolucionaria de las masas, etc.), los partidos pequeño‑burgueses,
incluyendo a los stalinistas, puedan ir más lejos de lo que ellos mismos
quieren en la vía de una ruptura con la burguesía. En cualquier caso, una cosa
es indudable: aunque esta variante, sumamente improbable, se realizara alguna
vez en alguna parte, y el “gobierno obrero y campesino”, en el sentido arriba
mencionado, se estableciera de hecho, representaría meramente un corto episodio
en la vía hacia la verdadera dictadura del proletariado.
Sin embargo, es
inútil perderse en conjeturas. La agitación en torno a la consigna de gobierno
obrero y campesino conserva, bajo todas las condiciones, un enorme valor
educativo. Y no por casualidad. Esta consigna general sigue completamente la
línea del desarrollo político de nuestra época (bancarrota y descomposición de
los viejos partidos burgueses; ruina de la democracia, crecimiento del
fascismo, movimiento acelerado de los obreros hacia una política más activa y
agresiva). Cada una de las reivindicaciones de transición debe conducir, por
tanto, a una misma y sola conclusión: los obreros tienen que romper con todos
los partidos tradicionales de la burguesía para establecer, junto con los
campesinos, su propio poder. Es imposible prever cuáles serán las etapas
concretas de la movilización revolucionaria de las masas. Las secciones de la
Cuarta Internacional deben orientarse críticamente en cada nueva etapa, y
lanzar consignas que apoyen el esfuerzo de los obreros por una política
independiente, profundicen el carácter de clase de esta política, destruyan las
ilusiones reformistas y pacifistas, fortalezcan la vinculación de la vanguardia
con las masas y preparen la conquista revolucionaria del poder.
Soviets
Los comités
de fábrica, como ya se ha dicho, son un elemento de doble poder en el
interior de la fábrica. Por consiguiente, su existencia sólo es posible en
condiciones de presión creciente de las masas. Lo mismo ocurre con los
agrupamientos especiales de masa para la lucha contra la guerra, con los
comités de vigilancia de .los precios y con todos los demás nuevos
centros del movimiento, cuya misma aparición testimonia que la lucha de clases
ha desbordado los límites de las organizaciones tradicionales del proletariado.
Estos nuevos
órganos y centros, sin embargo, empezarán
pronto a sentir su falta de cohesión y su insuficiencia. Ninguna de las
reivindicaciones transitorias puede realizarse plenamente en las condiciones de
mantenimiento del régimen burgués. Al mismo tiempo, la profundización de la crisis
social no sólo aumentará los sufrimientos de las masas, sino también su
impaciencia, su persistencia y su presión. Constantemente, nuevas capas de
oprimidos levantarán la cabeza y avanzarán con sus reivindicaciones. Millones
de “pobres diablos”, trabajadores míseros a los que los dirigentes reformistas
no han dedicado nunca un pensamiento, empezarán a golpear insistentemente a las
puertas de las organizaciones obreras. Los desempleados se unirán al
movimiento. Los obreros agrícolas, los campesinos arruinados y semiarruinados,
los oprimidos de las ciudades, las obreras, las amas de casa, las capas
proletarizadas de la intelligentsia,
todos ellos buscarán la unidad y una dirección.
¿Cómo pueden
armonizarse las distintas reivindicaciones
y formas de lucha; aunque sólo sea en los límites de una sola ciudad? La
historia ha respondido ya a esta pregunta:
a través de soviets. Ellos unirán a los representantes de todos los
grupos en lucha. Nadie hasta ahora ha propuesto, a este efecto, ninguna forma
distinta de organización, y, realmente, sería difícil imaginar otra mejor. Los
soviets no están restringidos por un programa de partido a priori. Abren
sus puertas a todos los explotados. Por esas puertas entran representantes de
todos los estratos, arrastrados a la corriente general de la lucha. La
organización, ensanchándose junto con
el movimiento, se renueva en su seno una y otra vez. Todas las corrientes
políticas del proletariado pueden luchar por la dirección de los soviets sobre
la base de la más amplia democracia. Por tanto, la consigna de soviets corona
el programa de las reivindicaciones de transición.
Los soviets
sólo pueden surgir cuando el movimiento de masas entra en una etapa
abiertamente revolucionaria. Desde el primer momento de su aparición, los
soviets, operando como eje en torno al que se unen millones de trabajadores en
su lucha contra los explotadores, se convierten en rivales y adversarios de las
autoridades locales, y luego del gobierno central. Así como el comité de
fábrica crea un doble poder en la fábrica, los soviets inician un período de
doble poder en el país.
El doble poder
es a su vez el punto culminante del período de transición. Dos regímenes, el
burgués y el proletario, se enfrentan irreconciliablemente. El choque entre
ellos es inevitable. La suerte de la sociedad depende del resultado. Si la
revolución es derrotada, la consecuencia será la dictadura fascista de la
burguesía. En caso de victoria; surgirá el poder de los soviets, es decir, la
dictadura del proletariado y la reconstrucción socialista de la sociedad
Los países
atrasados y el programa de reivindicaciones transitorias
Los países
coloniales y semicoloniales son por naturaleza atrasados. Pero los países
atrasados forman parte de un mundo dominado por el imperialismo. Su desarrollo,
por tanto, tiene un carácter combinado: las formas económicas más
primitivas se combinan con el último grito de la técnica y la cultura
capitalista. De la misma forma se ven determinados los esfuerzos políticos del
proletariado de los países atrasados: la lucha por los más elementales logros
de independencia nacional y democracia burguesa se combina con la lucha socialista contra el
imperialismo mundial. Las consignas democráticas, las reivindicaciones
transitorias y los problemas de la revolución socialista no se dividen en esta
lucha en épocas históricas distintas, sino que surgen directamente unas de
otras. El proletariado chino apenas había empezado a organizar sindicatos
cuando tuvo que preocuparse ya de soviets. En este sentido, el presente
programa es completamente aplicable a los países coloniales y semicoloniales,
al menos a aquellos en que el proletariado se ha capacitado para llevar una
política independiente.
La tarea central de
los países coloniales y semicoloniales es la revolución agraria, es
decir, la liquidación de las herencias feudales, y la independencia nacional,
es decir, el derribo del yugo imperialista. Ambas tareas están estrechamente
vinculadas entre sí.
Es imposible
rechazar sin más el programa democrático; es preciso que las masas lo
sobrepasen en la lucha. La consigna de Asamblea Nacional (o Constituyente)
conserva toda su fuerza para países como China o India. Esta consigna debe
ligarse indisolublemente con el problema de la liberación nacional y el de la
reforma agraria. Ante todo, hay que armar a los obreros con este programa
democrático. Sólo ellos podrán convocar y unir a los campesinos. Sobre la base
del programa democrático revolucionario, hay que oponer a los obreros a la
burguesía “nacional”. Luego, en determinada etapa de la movilización de las
masas bajo las consignas de la democracia revolucionaria, pueden y deben surgir
los soviets. Su papel histórico, en cada periodo dado, en particular su
relación con la Asamblea Nacional, estará determinado por el nivel político del
proletariado, su vinculación con el campesinado y el carácter de la política
del partido proletario. Tarde o temprano, los soviets deben derribar la
democracia burguesa. Sólo ellos pueden llevar a su consumación la revolución
democrática y abrir la era de la revolución socialista.
El peso
relativo de cada una de las reivindicaciones democráticas y transitorias en la
lucha del proletariado, los lazos entre ellas y su orden de sucesión vienen
determinados por las peculiaridades y las condiciones específicas de cada país
atrasado y, en medida considerable, por el grado de su atraso. Sin
embargo, la tendencia general del desarrollo revolucionario en todos los países
atrasados puede determinarse por la fórmula de la revolución permanente
en el sentido definitivamente conferido a ella por las tres revoluciones en
Rusia (1905, febrero de 1917, octubre de 1917).
El Comintern ha
proporcionado a los países atrasados un ejemplo clásico de cómo puede
arruinarse una revolución poderosa y llena de promesas. Durante el tempestuoso
levantamiento de masas en China en 1925‑1927, el Comintern no lanzó la
consigna de Asamblea Nacional, y a la vez prohibió la creación de soviets (el
partido burgués, el Kuomintang, debía reemplazar, de acuerdo con el plan de
Stalin, tanto a la Asamblea Nacional como a los soviets). Después que las masas
fueran aplastadas por el Kuomintang, el Comintern organizó una caricatura de
soviet en Cantón. Tras el hundimiento inevitable de la insurrección de Cantón,
el Comintern adoptó la vía de la guerra de guerrilla y de soviets campesinos,
con la pasividad completa del proletariado industrial. Al caer así en un
callejón sin salida, el Comintern se aprovechó de la guerra chino‑japonesa
para liquidar la “China soviética” de un plumazo, subordinando no sólo al
“Ejército Rojo” campesino, sino también al así llamado Partido “Comunista” al
mismo Kuomintang, es decir, a la burguesía.
Habiendo traicionado
a la revolución proletaria internacional en beneficio de la amistad con los
esclavistas “democráticos”,el Comintern no podía menos que traicionar, también,
simultáneamente, la lucha liberadora de las masas coloniales, y ello,
realmente, con un cinismo aún mayor al de la Segunda Internacional antes que
él. Una de las tareas de la política de Frente Popular y de “defensa nacional”
es convertir a centenares de millones de hombres de la población colonial en
carne de cañón para el imperialismo “democrático”. La bandera de la lucha por
la liberación de los pueblos coloniales y semicoloniales, es decir, una buena
mitad de la humanidad, ha pasado definitivamente a manos de la Cuarta
Internacional.
El programa de
reivindicaciones transitorias en los países fascistas
Han quedado muy
atrás los días en que los estrategas del Comintern proclamaban que la victoria
de Hitler era simplemente un paso hacia la victoria de Thaelmann[8].
Hace más de cinco años que Thaelmann está en las cárceles de Hitler. Mussolini
tiene a Italia encadenada por el fascismo desde hace más de dieciséis años.
Durante este tiempo, los partidos de las Internacionales Segunda y Tercera han
sido incapaces no sólo de dirigir un movimiento de masas, sino incluso de crear
una organización ilegal seria, comparable siquiera en alguna medida a los
partidos revolucionarios rusos en la
época zarista.
No existe la
menor razón para explicar estos fracasos por la potencia de la ideología
fascista. (Esencialmente, Mussolini no ha presentado nunca ninguna clase de
ideología.) La “ideología” de Hitler nunca ha influido seriamente en los
obreros. Aquellas capas de la población que, en un momento dado, se embriagaron
con el fascismo, o sea, principalmente las clases medias, han tenido tiempo
suficiente para serenarse. El hecho de que una oposición mínimamente
perceptible se circunscriba a círculos eclesiásticos protestantes y católicos
no se explica por el poder de las teorías semidelirantes y semicharlatanescas
de “raza” y “sangre”, sino por el Terrible hundimiento de las ideologías de la
democracia, la socialdemocracia y el Comintern.
Después de la
matanza de la Commune de París, una reacción siniestra reinó cerca de ocho
años. Después de la derrota de la revolución rusa de 1905, las masas
trabajadoras quedaron aturdidas durante casi el mismo tiempo. Pero en ambos
casos el fenómeno era sólo resultado de una derrota física, determinada por la
relación de fuerzas. En Rusia, además, afectaba a un proletariado casi virgen.
Por entonces, la fracción bolchevique no había siquiera celebrado su tercer
cumpleaños. El caso es completamente distinto en Alemania, donde la dirección
provenía de partidos poderosos, uno de los cuales hacía setenta años que
existía, y el otro casi quince. Ambos partidos, con millones de electores
detrás, estuvieron paralizados moralmente antes de la batalla, y se rindieron
sin batallar. La historia no registra ninguna catástrofe semejante. El
proletariado alemán no fue destrozado por el enemigo en una batalla. Fue
sojuzgado por la cobardía, la bajeza, la traición de sus propios partidos. Nada
tiene pues de extraño que haya perdido la fe en todo aquello en que solía creer
durante casi tres generaciones. La victoria de Hitler fortaleció, a su vez, a
Mussolini.
El prolongado
fracaso del trabajo revolucionario en España o Alemania no es sino el pago
merecido por la política criminal de la socialdemocracia y el Comintern. El
trabajo ilegal no sólo requiere la simpatía de las masas, sino también el
entusiasmo consciente de sus capas avanzadas. Pero ¿puede esperarse entusiasmo
por organizaciones históricamente en
bancarrota? La mayoría de los que se han marchado como dirigentes emigrados o
son agentes del Kremlin y de la GPU, desmoralizados hasta el tuétano, o ex
ministros socialdemócratas, que sueñan en que los obreros, por una especie de
milagro los reintegren a sus cargos perdidos. ¿Es posible imaginar, por un
minuto tan sólo, a esos caballeros en el futuro papel de dirigentes de la
revolución “antifascista”?
Los acontecimientos
en la arena mundial ‑el aplastamiento de los obreros austriacos, la
derrota de la revolución española, la degeneración del Estado soviético‑
no pueden ayudar a un levantamiento revolucionario en Italia y Alemania. Dado
que los obreros alemanes e italianos, para la información política, dependen en
gran medida de la radio, puede decirse con seguridad que la emisora de radio de
Moscú, combinando los embustes thermidorianos con la estupidez y la insolencia,
se ha convertido en el factor más poderoso de desmoralización de los obreros en
los Estados totalitarios. En esto como en otras cosas, Stalin actúa simplemente
como ayudante de Goebbels.
Por otra parte,
los mismos antagonismos de clase que condujeron a la victoria del fascismo,
prosiguiendo su labor también bajo el fascismo, están minándolo gradualmente.
Las masas están más insatisfechas que nunca. Cientos y miles de obreros
abnegados continúan, a pesar de todo, con un trabajo revolucionario
subterráneo. Una nueva generación, que no ha experimentado directamente la quiebra de las viejas tradiciones y de
las grandes esperanzas, ha entrado en escena. Irresistiblemente, la preparación
molecular de la revolución proletaria prosigue bajo la pesada losa del
totalitarismo. Mas para que la fuerza escondida se encienda en una sublevación
abierta es preciso que la vanguardia del proletariado encuentre nuevas
perspectivas, un nuevo programa y una nueva bandera no infamada.
Aquí está el
obstáculo principal. Resulta extremadamente difícil para los obreros de los
países fascistas elegir un nuevo programa. Los programas se verifican por la
experiencia. Y es precisamente la experiencia de movimientos de masa lo que
falta en los países con despotismos totalitarios. Es muy probable que sea
necesario un auténtico éxito proletario en alguno de los países “democráticos”
para impulsar el movimiento revolucionario en territorio fascista. Es posible
un resultado similar por medio de una catástrofe financiera o militar.
Actualmente, es necesario realizar ante todo un trabajo propagandístico,
preparatorio, que sólo rendirá sus frutos a gran escala en el futuro. Ya desde
ahora, una cosa puede decirse con seguridad: cuando la oleada revolucionaria se
abra camino en los países fascistas, adquirirá de inmediato una extensión
grandiosa, y de ningún modo se detendrá en el intento de resucitar un Weimar[9]
cualquiera.
Es a partir de
este punto que empieza una divergencia insuperable entre la Cuarta
Internacional y los viejos partidos que sobreviven a su bancarrota. El Frente
Popular en la emigración es la variedad más nefasta y traidora de todos los
posibles Frentes Populares. En lo esencial, significa el deseo impotente de
alianza con una burguesía liberal inexistente. De tener éxito, simplemente
prepararía una serie de nuevas derrotas del proletariado del tipo de la de
España. Desvelar despiadadamente la teoría y la práctica del Frente Popular es
por lo tanto la primera condición de una lucha revolucionaria contra el
fascismo.
Naturalmente,
esto no significa que la Cuarta Internacional rechace las consignas
democráticas como medios de movilizar a las masas contra el fascismo. Estas
consignas, por el contrario, pueden en ciertos momentos desempeñar un serio
papel. Pero las fórmulas de la democracia (libertad de prensa, derecho de
asociación, etc.) sólo significan para nosotros consignas incidentales o
episódicas en el movimiento independiente del proletariado, y no un dogal
democrático echado al cuello del proletariado por los agentes de la burguesía
(¡España!). En cuanto el movimiento adquiera cierto carácter de masa, las
consignas democráticas se entrelazarán con las consignas de transición. Los
comités de fábrica, como es de suponer, surgirán antes de que los jefes
rutinarios se pongan a organizar los sindicatos desde sus oficinas. Los soviets
cubrirán Alemania antes de que una nueva Asamblea Constituyente se reúna en
Weimar. Esto mismo es aplicable a Italia y al resto de los países totalitarios
y semitotalitarios.
El fascismo
hundió a estos países en la barbarie política. Pero no cambió su estructura
social. El fascismo es una herramienta en manos del capital financiero y no de
los terratenientes feudales. Un programa revolucionario debe basarse en la
dialéctica de la lucha de clases, que se da también forzosamente en los países
fascistas, y no en la psicología de hombres en bancarrota aterrorizados. La
Cuarta Internacional rechaza con repugnancia los métodos de mascarada política
que mueven a los stalinistas, antiguos héroes del “tercer periodo”[10],
a presentarse alternativamente con
máscara de católicos, protestantes, judíos, nacionalistas alemanes,
liberales, únicamente para ocultar su propio rostro poco atractivo. La Cuarta
Internacional se muestra siempre y en todas partes bajo su propia bandera.
Propone abiertamente su propio programa al proletariado de los países
fascistas. Los obreros avanzados de todo el mundo están ya firmemente
convencidos de que el derrocamiento de Mussolini, de Hitler y de sus agentes e
imitadores, sólo se realizará bajo la dirección de la Cuarta Internacional.
La URSS y los
problemas de la época de transición
La Unión
Soviética salió de la Revolución de Octubre como Estado obrero. La propiedad estatal de los medios de producción,
requisito previo necesario para el desarrollo socialista, abrió la posibilidad
de un rápido crecimiento de las fuerzas productivas. Pero el aparato del Estado
obrero sufrió a la vez una completa degeneración: de arma de la clase obrera se
transformó en arma de la violencia burocrática contra la clase obrera, y cada
vez más en arma del sabotaje de la economía del país. La burocratización de un
Estado obrero atrasado y aislado y la transformación de la burocracia en una
casta privilegiada omnipotente constituye la refutación más convincente -no
sólo teórica, sino práctica‑ de la teoría del socialismo en un solo país.
Así, el régimen
de la URSS encarna contradicciones terribles, pero sigue siendo un Estado
obrero degenerado. Este es el diagnóstico social. El pronóstico político
tiene un carácter alternativo: o bien
la burocracia, convirtiéndose cada vez más en el órgano de la burguesía mundial
en el Estado obrero, derrocará las nuevas formas de propiedad y volverá a
hundir al país en el capitalismo, o bien la clase obrera aplastará a la burocracia
y abrirá el camino del socialismo. Para las secciones de la Cuarta
Internacional, los procesos de Moscú[11]
no fueron una sorpresa, ni tampoco el resultado de la demencia personal del
dictador del Kremlin, sino la descendencia legítima del Thermidor[12].
Surgieron de los choques insoportables dentro de la misma burocracia soviética,
que a su vez reflejan las contradicciones entre la burocracia y el pueblo, así
como los antagonismos que se profundizan en el interior del “pueblo” mismo. La
sangrienta y “fantástica” naturaleza de los procesos da la medida de la
intensidad de las contradicciones, y el mismo indicio predice la proximidad del
desenlace.
Las
declaraciones públicas de antiguos representantes del Kremlin en el extranjero
que se han negado a regresar a Moscú confirman irrefutablemente, a su manera,
que en la burocracia está toda la gama del pensamiento político: desde el
verdadero bolchevismo (I. Reiss) hasta el fascismo consumado (F. Butenko). Los
elementos revolucionarios dentro de la burocracia, una pequeña minoría,
reflejan, aunque pasivamente, los intereses socialistas del proletariado. Los
elementos fascistas, contrarrevolucionarios, que aumentan ininterrumpidamente,
expresan de forma cada vez más consistente los intereses del imperialismo
mundial. Esos candidatos al papel de compradores consideran, no sin
razón, que la nueva capa gobernante sólo puede asegurar sus posiciones
privilegiadas mediante el rechazo de la nacionalización, la colectivización y
el monopolio del comercio exterior, en nombre de la asimilación de la
“civilización occidental”, es decir, el capitalismo. Entre estos dos polos hay
tendencias intermedias, difusas tendencias mencheviques, socialistas‑revolucionarias
o liberales que gravitan hacia la democracia burguesa.
En las mismas
filas de la sociedad llamada “sin clases”, existen incuestionablemente
agrupamientos idénticos a los de la burocracia, sólo que manifestados menos
nítidamente y en proporciones inversas: las tendencias capitalistas conscientes
se dan principalmente en el sector más próspero de las explotaciones colectivas
(koljoses), y sólo son características de una pequeña minoría de la población.
Pero esta capa encuentra una amplia base en las tendencias pequeño‑burguesas
de acumulación individual de riqueza a expensas de la pobreza general, y están
alentadas conscientemente por la burocracia.
En la cima de estos
antagonismos crecientes, que quebrantan cada vez más el equilibrio social, la
oligarquía thermidoriana, hoy reducida sobre todo a la camarilla bonapartista
de Stalin, se mantiene con métodos terroristas. Los últimos montajes judiciales
fueron un golpe dirigido contra la Izquierda. Esto es igualmente cierto
en la eliminación de los dirigentes de la oposición de derecha, dado que el
grupo de derecha del viejo Partido Bolchevique, considerado desde el punto de
vista de los intereses y tendencias de la burocracia, representa un peligro de
izquierda. El hecho de que la camarilla bonapartista, que teme igualmente a
sus aliados de derecha al estilo de Butenko, se vea obligada, en interés de su
autopreservación, a ejecutar a la generación de los viejos bolcheviques casi
por completo, ofrece un testimonio indiscutible de la vitalidad de las
tradiciones revolucionarias entre las masas y de su descontento creciente.
Los demócratas
pequeñoburgueses occidentales, que aún ayer aquilataban los procesos de Moscú
como oro puro, repiten hoy insistentemente que ya no hay “ni trotskismo ni
trotskistas dentro de la U.R.S.S.”. Omiten explicar, sin embargo, por qué todas
las purgas se realizan bajo la bandera de una lucha precisamente contra este
peligro. Si consideramos al “trotskismo” como un programa acabado, o, con mayor
razón, como una organización, es incuestionable que el “trotskismo” es
extremadamente débil en la URSS. Sin embargo, su fuerza indestructible proviene
de que expresa no sólo la tradición revolucionaria, sino también la oposición
real de la clase obrera rusa en la actualidad. El odio social acumulado por los
obreros contra la burocracia es precisamente lo que, desde el punto e vista de
la camarilla del Kremlin, constituye el “trotskismo”. Tiene un miedo mortal, y
perfectamente fundado, a la vinculación entre la indignación de los obreros,
profunda pero inarticulada, con la organización de la Cuarta Internacional.
El exterminio
de la generación de los viejos bolcheviques y de los representantes
revolucionarios de las generaciones intermedia y joven ha roto el equilibrio
político todavía más en favor del ala derecha, burguesa, de la burocracia, y de
sus aliados en el país. De ellos, es decir, de la derecha, podemos esperar
intentos todavía más decididos, en el período próximo, de revisar el carácter
socialista de la URSS y de acercarla al modelo de la “civilización occidental”
en su forma fascista
Desde esta
perspectiva, la cuestión de “defensa de la URSS” adquiere una gran concreción.
Si mañana el agrupamiento burgués‑fascista, la “fracción de Butenko”, por
así decirlo, intentara conquistar el poder, la “fracción de Reiss”se alinearía
inevitablemente en el lado opuesto de las barricadas. Aunque se encontraría
temporalmente en alianza con Stalin, no defendería sin embargo a la camarilla
bonapartista, sino la base social de la URSS, es decir, la propiedad arrancada
a los capitalistas y transformada en propiedad estatal. Si se revelara que la
“fracción de Butenko” está aliada con Hitler, la “fracción de Reiss” defendería
la URSS de la intervención militar, tanto dentro del país como en la arena
mundial. Toda otra actitud sería una traición.
Así pues aunque no
sea admisible negar por anticipado la posibilidad, en casos perfectamente
delimitados, de un “frente único” con el sector thermidoriano de la burocracia
contra un ataque abierto de la contrarrevolución capitalista, la tarea política
principal en la URSS sigue siendo el derrocamiento de esta misma burocracia
thermidoriana. Cada nuevo día de su dominio contribuye a descomponer los
fundamentos de los elementos socialistas de la economía y aumenta las
posibilidades de restauración capitalista. Esta es precisamente la dirección en
que se mueve el Comintern como agente y cómplice de la camarilla stalinista, al
estrangular la revolución española y desmoralizar al proletariado
internacional.
Igual que en
los países fascistas, la fuerza principal de la burocracia no reside en sí
misma, sino en el desengaño de las masas, en su falta de una nueva perspectiva.
Igual que en los países fascistas, de cuyo aparato político el de Stalin sólo
difiere por su salvajismo más desenfrenado, hoy en la URSS sólo es posible un
trabajo preparatorio de propaganda. Igual que en los países fascistas, serán
probablemente acontecimientos exteriores los que darán el impulso al
levantamiento revolucionario de los obreros soviéticos. La lucha contra el
Comintern en la arena mundial es hoy el aspecto más importante de la lucha
contra la dictadura stalinista. Hay muchos indicios de que la caída del
Comintern, dado que no se apoya directamente en la G.P.U., precederá a
la caída de la camarilla bonapartista y de la burocracia thermidoriana en su
conjunto.
Un nuevo
ascenso de la revolución en la URSS empezará indudablemente bajo la bandera de
la lucha contra la desigualdad social y la opresión política.
¡Abajo los privilegios de la
burocracia! ¡Abajo el stajanovismo[13]!
¡Abajo la aristocracia soviética con sus rangos y medallas! ¡Mayor igualdad
salarial en toda clase de trabajo!.
La lucha por la
libertad de los sindicatos y los comités de fábrica, por el derecho de reunión
y la libertad de prensa, se desarrollará en la lucha por la regeneración y el
desarrollo de la democracia soviética.
La burocracia
ha reemplazado los soviets, como órganos de clase, por la ficción de los
derechos electorales universales, al estilo de Hitler y Goebbels. Es preciso
devolver a los soviets, no solo su libre forma democrática, sino también su
contenido de clase. Así como en otro tiempo no se permitía a la burguesía y a
los kulaks[14] ingresar en
los soviets, ahora es necesario expulsar de los soviets a la burocracia y a
la nueva aristocracia. En los soviets sólo hay sitio para los
representantes de los obreros, de los trabajadores de las explotaciones
colectivas, de los campesinos, de los soldados del Ejército Rojo.
La
democratización de los soviets es imposible sin la legalización de los partidos
soviéticos. Los mismos obreros y campesinos, con sus votos libres,
señalarán a los partidos que reconocen como partidos soviéticos.
¡Revisión, de
pies a cabeza, de la economía planificada en interés de los productores y los
consumidores! Los comités de fábrica deben recobrar el derecho de control sobre
la producción. Una cooperativa de consumidores organizada democráticamente debe
controlar la calidad y el precio de los productos.
¡Reorganización
de las explotaciones colectivas de acuerdo con la voluntad y los intereses de
los obreros que trabajan en ellas!
La reaccionaria
política internacional de la burocracia debe reemplazarse por la
política del internacionalismo proletario. Toda la correspondencia diplomática
del Kremlin debe publicarse. ¡Abajo con la diplomacia secreta!
Todos los
juicios políticos, escenificados por la burocracia thermidoriana, deben
revisarse en condiciones de publicidad completa, discusión abierta y honradez.
Los organizadores de las falsificaciones deben sufrir el castigo merecido.
Es imposible
realizar este programa sin el derrocamiento de la burocracia, que se mantiene
por la violencia y la falsificación.
Sólo el levantamiento revolucionario victorioso de las masas oprimidas
puede resucitar el régimen soviético y garantizar su ulterior desarrollo hacia
el socialismo. No hay sino un partido capaz de conducir a la insurrección a las
masas soviéticas: ¡el partido de la Cuarta Internacional!
¡Abajo la banda
burocrática de Caín‑Stalin!
¡Viva la
democracia soviética!
¡Viva la revolución
socialista internacional!
Contra el
oportunismo y el revisionismo sin principios
La política del
partido de Leon Blum en Francia demuestra nuevamente que los reformistas son
incapaces de aprender nada ni siquiera de las más trágicas lecciones de la
historia. La socialdemocracia francesa imita servilmente la política de la
socialdemocracia alemana y se encamina al mismo resultado. En unas pocas
décadas, la Segunda Internacional, entrelazada con el régimen democrático‑burgués,
se ha convertido de hecho en parte de él, y junto con él se está pudriendo.
La Tercera Internacional ha emprendido el
camino del reformismo cuando la crisis del capitalismo pone definitivamente la
revolución proletaria a la orden del día. La actual política del Comintern en
España y en China ‑la política de arrastrarse ante la burguesía
“democrática” y “nacional”‑ demuestra que tampoco el Comintern es capaz
de aprender nada más ni de cambiar. La burocracia, que se ha convertido en una
fuerza reaccionaria dentro de la URSS, no puede desempeñar un papel
revolucionario en la arena mundial.
El anarcosindicalismo ha sufrido, en términos
generales, la misma clase de evolución. En Francia, la burocracia sindicalista
de Leon Jouhaux[15] se ha
convertido desde hace tiempo en una agencia de la burguesía en el seno de la
clase obrera. En España, el anarcosindicalismo se sacudió de encima su
revolucionarismo aparente y se convirtió en la quinta rueda del carro de la
democracia burguesa.
Las
organizaciones centristas intermedias, agrupadas en torno a la Oficina de
Londres[16],
representan simples apéndices “de izquierda” de la socialdemocracia o del
Comintern. Han manifestado una completa incapacidad de orientarse en la
situación política y de extraer de ella conclusiones revolucionarias. Su punto
culminante fue el POUM español, que, en condiciones revolucionarias, se mostró
completamente incapaz de seguir una línea revolucionaria.
Las trágicas
derrotas sufridas por el proletariado mundial durante largos años han condenado
a las organizaciones oficiales a un conservadurismo aún mayor, y a la vez han
lanzado a los “revolucionarios” pequeñoburgueses decepcionados a la búsqueda de
“nuevas vías”. Como siempre ocurre en las épocas de reacción y decadencia,
aparecen por todos lados curanderos y charlatanes, deseosos de revisar todo el
curso del pensamiento revolucionario. En lugar de aprender del pasado, lo
“rechazan”. Algunos descubren la inconsistencia del marxismo, otros anuncian la
ruina del bolchevismo. Los hay que responsabilizan a la doctrina revolucionaria
de los errores y crímenes de los que la han traicionado; otros maldicen el
remedio porque no garantiza una curación instantánea y milagrosa. Los más
atrevidos prometen descubrir una panacea y recomiendan, entretanto, detener la
lucha de clases. Buen número de profetas de “morales nuevas” se disponen a
regenerar el movimiento obrero con la ayuda de una homeopatía ética. La mayoría
de esos apóstoles han conseguido convertirse en inválidos morales antes de
llegar al campo de batalla. Así pues, tras un exterior de “nuevas vías”, se
ofrecen al proletariado viejas recetas, hace tiempo .enterradas en los archivos
del socialismo premarxista.
La Cuarta
Internacional declara una guerra implacable a las burocracias de las Internacionales
Segunda, Tercera, de Amsterdam[17]
y Anarcosindicalista, así como a sus satélites centristas, al reformismo sin
reformas, a la democracia en alianza con la GPU, al pacifismo sin paz, al
anarquismo al servicio de la burguesía, a los “revolucionarios” que temen
mortalmente a la revolución. Todas esas organizaciones no son prendas del
porvenir, sino pútridas supervivencias del pasado. La época de guerras y
revoluciones no dejará ni rastro de ellas.
La Cuarta
Internacional no persigue ni inventa panaceas. Se apoya por completo en el
marxismo, como la única doctrina revolucionaria que permite comprender la
realidad, descubrir detrás de las derrotas sus causas y preparar
conscientemente la victoria. La Cuarta Internacional continúa la tradición del
bolchevismo, que por primera vez mostró al proletariado cómo conquistar el
poder. La Cuarta Internacional echa a un lado a los curanderos, los charlatanes
y los profesores de moral importunos. En una sociedad basada en la explotación,
la moral suprema es la de la revolución social. Son válidos todos los métodos
que elevan la conciencia de clase de los obreros, su confianza en sus propias
fuerzas, su disposición a la abnegación en la lucha. Son inadmisibles los
métodos que inculcan a los oprimidos el miedo y la sumisión frete a los
opresores, que ahogan el espíritu de protesta y la indignación o sustituyen la
voluntad de las masas por la voluntad de los dirigentes, la convicción por la
coacción, el análisis de la realidad por la demagogia y la falsificación. Por esto
es que la socialdemocracia, que prostituye al marxismo, y el stalinismo ‑la
antítesis del bolchevismo‑ son enemigos mortales de la revolución
proletaria y su moral.
Hacer frente a
la realidad abiertamente; no buscar la línea de menor resistencia; llamar a las
cosas por su nombre; decir la verdad a las masas, por amarga que sea; no temer
a los obstáculos; ser valiente cuando llega la hora de la acción, tales son las
normas de la Cuarta Internacional. Ha demostrado que puede nadar contra la
corriente. La próxima ola histórica la elevará en su cresta.
Contra el
sectarismo
Bajo la
influencia de la traición de las organizaciones históricas del proletariado,
ciertas actitudes y agrupaciones sectarias de distinta especie han surgido o se
han regenerado en la periferia de la Cuarta Internacional. En su base hay una
negativa a luchar por reivindicaciones parciales y transitorias, es decir, por
los intereses y necesidades elementales de las masas trabajadoras tal como son
hoy. Prepararse para la revolución significa para los sectarios convencerse a
sí mismos de la superioridad del socialismo. Proponen volver la espalda a los
“viejos” sindicatos, es decir, a decenas de millones de obreros organizados;
¡como si a las masas les fuera posible de alguna manera vivir fuera de las
condiciones de la lucha de clases real! Permanecen indiferentes a la lucha
interna en las organizaciones reformistas, ¡como si fuera posible ganarse a las
masas sin intervenir en su combate cotidiano! Se niegan a hacer una distinción
entre la democracia burguesa y el fascismo, ¡como si a las masas les fuera dado
no sentir esta diferencia a cada paso!
Los sectarios
sólo son capaces de distinguir dos colores: el rojo y el negro. Para no
exponerse a la tentación, simplifican la realidad. Se niegan a hacer una
distinción entre los bandos contendientes en España por la razón de que ambos
tienen un carácter burgués. Por la misma razón consideran necesario conservar
la “neutralidad” en la guerra entre Japón y China. Niegan la diferencia de
principio entre la URSS y los países imperialistas y, debido a la política
reaccionaria de la burocracia soviética, rechazan la defensa de las nuevas
formas de propiedad, creadas por la Revolución de Octubre, contra las
embestidas del imperialismo. Incapaces de acceder a las masas, las acusan
ardorosamente de ser incapaces de elevarse hasta las ideas revolucionarias.
Estos políticos
estériles no tienen generalmente necesidad de un puente en forma de
reivindicaciones transitorias, porque no pretenden cruzar a la otra orilla.
Gastan inmóviles su tiempo, autocontentándose con la repetición de
abstracciones tan vacías como ellos mismos. Los acontecimientos políticos son
para ellos ocasión de comentarios, pero no de acción. Dado que los sectarios,
como en general toda especie de desatinados y milagreros, se ven a cada paso
zancadilleados por la realidad, viven en un estado de exasperación perpetua,
lamentándose del “régimen” y de los “métodos” y revolcándose incesantemente en
pequeñas intrigas. En sus propios círculos mantienen de ordinario un régimen
despótico. La postración política del sectarismo complementa, como una sombra,
la postración del oportunismo, sin abrir ninguna perspectiva revolucionaria. En
la política práctica, los sectarios se unen a los oportunistas, particularmente
a los centristas, indefectiblemente para luchar contra el marxismo.
La mayoría de
los grupos y camarillas sectarios, que se alimentan de migajas caídas
accidentalmente de la mesa de la Cuarta Internacional, llevan una existencia
organizativa “independiente”, con muchas pretensiones, pero sin la menor
posibilidad de éxito. Los bolcheviques‑leninistas, sin perder su tiempo,
abandonan tranquilamente a estos grupos a su propia suerte. Sin embargo, en
nuestras propias filas pueden encontrarse tendencias sectarias que ejercen una
influencia funesta sobre el trabajo de las distintas secciones. Es imposible
mantener ningún compromiso con ellas ni por un solo día. Una política correcta
en relación a los sindicatos es condición básica para la adherencia a la Cuarta
Internacional. Aquel que no busque y no encuentre el camino hacia las masas no
es un luchador, sino un peso muerto para el partido. No se formula un programa
para los equipos de redacción o para los dirigentes de clubes de discusión,
sino para la acción revolucionaria de millones de personas. Limpiar las filas
de la Cuarta Internacional del sectarismo y los sectarios incurables es
condición esencial del éxito revolucionario.
¡Paso a la
mujer trabajadora! ¡Paso a la juventud!
La derrota de
la revolución española, organizada por sus “dirigentes”, la vergonzosa
bancarrota del Frente Popular en Francia y el escándalo de las estafas
jurídicas de Moscú son tres hechos que, en su conjunto, asestan al Comintern un
golpe irremediable que, de paso, hiere gravemente a sus aliados, los
socialdemócratas y los anarcosindicalistas. Esto no significa, por supuesto,
que los miembros de esas organizaciones hayan de girarse de golpe hacia la
Cuarta Internacional. La generación más vieja, que ha sufrido terribles
derrotas, abandonará en gran parte el movimiento. Por lo demás, la Cuarta
Internacional no pretende en absoluto convertirse en un asilo para
revolucionarios inválidos, burócratas y arribistas decepcionados. Por el
contrario, son necesarias estrictas medidas preventivas contra una eventual
afluencia a nuestro partido de elementos pequeño‑burgueses, dominantes
ahora en el aparato de las viejas organizaciones: un largo periodo de prueba
para los candidatos que no sean obreros, y especialmente para los antiguos
burócratas de partido; prohibición de que ocupen puestos responsables antes de
tres años, etc. En la Cuarta Internacional ni hay ni habrá lugar para el arribismo,
la úlcera de las viejas Internacionales. Sólo aquellos que deseen vivir para el
movimiento, y no a expensas del movimiento, tendrán acceso a nosotros. Los
obreros revolucionarios deben sentirse los dueños . Las puertas de nuestra
organización les están abiertas de par en par.
Desde luego,
incluso entre los obreros que en un tiempo se adelantaron hasta las primeras
filas no son pocos los fatigados y decepcionados. Permanecerán, al menos
durante el periodo próximo, en la periferia. Cuando un programa o una
organización se agotan, se agota con ellos la generación que los llevó sobre
sus hombros. El movimiento se revitaliza con la juventud, libre de
responsabilidades del pasado. La Cuarta Internacional presta una atención
especial a la joven generación del proletariado. En toda su política se
esfuerza por inculcar a la juventud la confianza en su propia fuerza y en el
futuro. Sólo el fresco entusiasmo y el espíritu de ofensiva de la juventud
pueden asegurar los primeros éxitos en la lucha; sólo estos éxitos pueden
devolver a los mejores elementos de la generación más vieja al camino de la
revolución. Así ha sido, y así seguirá siendo.
Las
organizaciones oportunistas, por su naturaleza misma, centran principalmente su
atención en las capas superiores de la clase obrera, y por consiguiente ignoran
tanto a la juventud como a la mujer trabajadora. Ahora bien, la declinación del
capitalismo asesta sus golpes más fuertes a la mujer, como asalariada y como
ama de casa. Las secciones de la Cuarta Internacional debe buscar soportes
entre las capas más explotadas de la clase obrera, y por consiguiente entre las
trabajadoras. Aquí encontrarán reservas inagotables de entrega, abnegación y
disposición al sacrificio.
¡Abajo el
burocratismo y el arribismo! ¡Paso a la juventud! ¡Paso a la mujer trabajadora! Estas
consignas están inscritas en la bandera de la Cuarta Internacional.
¡Bajo la
bandera de la Cuarta Internacional!
Los escépticos
preguntan: ¿Pero ha llegado el momento de crear la Cuarta Internacional? No es
posible, dicen, crear “artificialmente” una Internacional; sólo puede surgir de
grandes acontecimientos, etc. Todas esas objeciones sólo demuestran que los
escépticos no valen para la construcción de una nueva Internacional. Puede
decirse que apenas valen para nada.
La Cuarta
Internacional ha surgido ya de grandes acontecimientos: las mayores derrotas
del proletariado en toda la historia. La causa de estas derrotas está en la
degeneración y la traición de la vieja dirección. La lucha de clases no admite
la interrupción. Para la revolución, la Tercera Internacional, después de la
Segunda, ha muerto. ¡Viva la Cuarta Internacional!
Pero ¿ha
llegado el momento de proclamar su creación?. Los escépticos no se callan. La
Cuarta Internacional, respondemos, no necesita “proclamarse”. Existe y lucha.
¿Que es débil? Sí, sus filas no son numerosas porque todavía es jo ven. Por
ahora hay principalmente cuadros. Pero estos cuadros son prendas del futuro.
Fuera de estos cuadros, no hay en el planeta una sola corriente revolucionaria
digna de este nombre. Si nuestra Internacional es débil numéricamente es fuerte
por su doctrina, su programa, su tradición, el temple incomparable de sus
cuadros. El que hoy no vea esto que se eche a un lado por ahora. Mañana será
más evidente.
La Cuarta
Internacional, ya desde ahora, es odiada merecidamente por los stalinistas, los
socialdemócratas, los liberales burgueses y los fascistas. No hay ni puede
haber lugar para ella en ninguno de los Frentes Populares. Combate irreductiblemente
a todos los agrupamientos políticos cogidos a la falda de la burguesía. Su
tarea: la abolición del dominio capitalista. Su objetivo: el socialismo. Su
método: la revolución proletaria.
Sin democracia
interna no hay educación revolucionaria, Sin disciplina no hay acción
revolucionaria. La estructura interna de la Cuarta Internacional se basa en los
principios del centralismo democrático: plena libertad de discusión,
unidad completa en la acción.
La crisis
actual de la civilización humana es la crisis de la dirección revolucionaria.
Los obreros avanzados, unidos en la Cuarta Internacional, muestran a su clase
el camino para salir de la crisis. Ofrecen un programa basado en la experiencia
internacional de la lucha liberadora del proletariado y de todos los oprimidos
del mundo. Ofrecen una bandera sin mancha.
Obreros y
obreras de todos los países, alinearos bajo la bandera de la Cuarta
Internacional. ¡Es la bandera de vuestra próxima victoria!
[1] “Nueva
administración”. Ambicioso proyecto de planificación capitalista promovido por
el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, en un intento de
reactivación, parcialmente logrado, frente a la crisis desencadenada en 1929.
El “New Deal” combinaba planes de trabajos públicos, modificaciones en el sistema
impositivo, creación de empresas estatales, intervención pública en las
empresas privadas, una legislación obrera más progresiva, etc.
[2]El 14
de Abril de 1931 se proclamó la II República en España, marchando al exilio el
rey borbón Alfonso XII. Se abrió un periodo de intensa confrontación social que
culminó en el golpe militar y la revolución obrera de Julio de 1936
[3] La
oleada internacional de huelgas de brazos caídos se produjo principalmente
entre 1934 y 1937 alcanzando su punto culminante en Francia, donde llegaron a
estar simultáneamente en huelga de brazos caídos un millón de obreros.
[4]C.I.O:Conference
of Industrial Organizations. Organización sindical constituida en
confrontación con el sindicato proburgués AFL. Finalmente ambas organizaciones
se unificaron
[5]León
Blum,dirigente del partido socialista francés (SFIO), fue el primer ministro
del gobierno de Frente Popular en los años 30
[6]En
este texto, debe entenderse por tales a los que poseen tierras y las trabajan
por sí mismos, sin recurrir a braceros
[7]En
1925-27, en una situación de crisis revolucionaria, la Internacional Comunista
impuso al PC Chino la colaboración con el partido nacionalista burgués Kuomintang,
dirigido por Chiang-Kai-Chek. Éste último desencadenó una brutal represión
contra el PCCh en cuanto tuvo ocasión
[8]Thaelmann:
Secretario General del PC alemán, que llevó hasta el fin la estrategia del
“Tercer Periodo”(ver nota nº 10). Murió en un campo de concentración.
[9]La
república alemana que se constituyó tras la I Guerra Mundial se conoce como
República de Weimar, por la ciudad en que se proclamó.
[10] Se
conoce como “tercer periodo” de la Internacional Comunista el iniciado por el
brusco giro político hacia la izquierda de su política en 1928. La anterior táctica de “frente
único”, adoptada en 1921, quedaba abolida; los PC pasaban a denunciar a la
socialdemocracia como “ala izquierda de la burguesía”, “aliada objetiva del
fascismo” o con el término insultante de “socialfascismo”. Toda alianza con la
socialdemocracia estaba prohibida. El Partido Comunista alemán, siguiendo al
pie de la letra esta política, se negó a cualquier acuerdo con los
socialdemócratas para luchar contra los nazis (llegó incluso a liarse con los
nazis contra los socialdemócratas, lo que facilitó la victoria de Hitler. En
1934, la política del “tercer periodo”. fue a su vez bruscamente liquidada,
pasando la URSS a promover la política de Frentes Populares.
[11]Se
conoce por este nombre a los infamantes procesos en que Stalin acusó y condenó
a numerosos dirigentes del PC de la URSS, acusados de espionaje, traición y
otros fantásticos crímenes
[12]Thermidor
era el nombre del 11 mes del calendario establecido por la revolución francesa.
El 9 y 10 de Thermidor de 1794, un golpe reaccionario acabó con el periodo
revolucionario de Robespierre. Por analogía, se habla de un Thermidor
soviético, refiriéndose a la reacción Stalinista
[13]Por el
obrero V. Stajanov. Se refiere a aquellos trabajadores que en la URSS
stalinista, se distinguían por su gran productividad y esfuerzo. Gozaban de
numerosos privilegios, constituyendo una aristocracia obrera.
[14]Campesinos
acomodados, que empleaban mano de obra en sus tierras
[15]Jouhaux:
dirigente -anarcosindicalista- de la CGT francesa en la I Guerra Mundial y su
posguerra
[16]La “Oficina
de Londres” agrupaba al Independent Labour Party inglés, la SAP (Sozialistische
Arbeiterpartei: partido socialista obrero) alemana, el PSOP (P. Socialista
Obrero y Campesino) francés, el POUM español y otros grupos hostiles a la IV
Internacional
[17]Internacional
Sindical vinculada a la II Internacional