APENDICE

 

1. "El socialismo en un solo país"

 

Las reaccionarias tendencias a la autarquía, constituyen un reflejo defensivo del capitalismo senil ante este problema planteado por la historia: liberar a la economía de las cadenas de la propiedad privada y del Estado nacional, y organizarla con un plan de conjunto, en toda la superficie del globo.

La “Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado”, redactada por Lenin y sometida por el Consejo de Comisarios del Pueblo a la sanción de la Asamblea Constituyente, durante las cortas horas que vivió ésta, define en estos términos el “objetivo esencial” del nuevo régimen: "el establecimiento de una organización socialista de la sociedad, y la victoria del socialismo en todos los países". El internacionalismo de la revolución está proclamado, pues, en un documento esencial el nuevo régimen. Nadie se habría atrevido, en aquel momento, a plantear el problema de otro modo. En abril de 1924, tres meses después de la muerte de Lenin, Stalin escribía aún en su compilación sobre "Las bases del Leninismo": "Bastan los esfuerzos de un País para derribar a la burguesía; la historia de nuestra revolución así lo enseña. Para la victoria definitiva del socialismo, para la organización de la producción socialista, los esfuerzos de un solo país, sobre todo campesino como el nuestro, son ya insuficientes; se necesitan los esfuerzos reunidos de los proletarios de varios países avanzados." Estas líneas no necesitan ser comentadas. Pero la edición en que figuran ha sido retirada de la circulación. Las grandes derrotas del proletariado europeo y los primeros éxitos, muy modestos, sin embargo, de la economía soviética, sugirieron a Stalin, durante el otoño de 1924, la idea de que la misión histórica de la burocracia era construir el socialismo en un solo país. Alrededor de este tema se abrió una discusión que a muchos espíritus superficiales pareció académica o escolástica, pero que, en realidad, expresaba el principio de la degeneración de la III Internacional y preparaba el nacimiento de la IV.

El ex comunista Petrov, que ya conocemos, actualmente emigrado blanco, relata según sus propios recuerdos cuán viva fue la resistencia de los jóvenes administradores a la doctrina que hacia depender a la URSS de la revolución internacional. "¡Cómo! ¿Nosotros mismos no conseguiríamos hacer la felicidad de nuestro país? Si esto es así según Marx, quiere decir que nosotros no somos marxistas; somos bolcheviques de Rusia y eso basta". Petrov agrega a esto recuerdos sobre las discusiones de 1923‑1926: "No puedo dejar de pensar ahora que la teoría del socialismo en un solo país no es más que una simple invención estalinista". ¡Muy exacto!; pues traducía el sentir de la burocracia, que por la victoria del socialismo entendía su propia victoria.

Para justificar su ruptura con la tradición del internacionalismo marxista, Stalin tuvo la imprudencia de sostener que Marx y Engels habían ignorado... la ley de la desigualdad del desarrollo del capitalismo descubierta por Lenin. Esta afirmación merecería ocupar el primer lugar en nuestro catálogo de curiosidades ideológicas. La desigualdad del desarrollo marca toda la historia de la humanidad y, en especial, la del capitalismo. El joven historiador y economista; Solntsev -militante de extraordinarias dotes y de rara calidad moral, muerto en las prisiones soviéticas, acosado por su adhesión a la oposición de izquierda-, hizo en 1926 excelentes anotaciones sobre la ley de la desigualdad del desarrollo, tal como se halla en la obra de Marx. Naturalmente, este trabajo no pudo publicarse en la URSS. Razones de carácter opuesto hicieron que se prohibiera la obra de un socialdemócrata alemán, enterrado y olvidado hace ya mucho tiempo, llamado Vollmar, quien sostuvo, en 1878, que un "Estado socialista aislado" es posible -tomando en cuenta Alemania y no Rusia-, e invocando la ley de la desigualdad del desarrollo que se nos dice era desconocida hasta Lenin.

Georg Vollmar escribía:

"`El socialismo presupone una economía desarrollada y si no se tratara más que de ésta, debería ser más poderoso donde el desarrollo económico es más elevado. En realidad, el problema se plantea de otro modo. Inglaterra es indudablemente el país más avanzado desde el punto de vista económico, y el socialismo desempeña en él un papel secundario, mientras que en Alemania, país menos desarrollado, ha llegado tener tal fuerza que la antigua sociedad no se siente ya segura..." Después de señalar el poder de los factores históricos que determinan los acontecimientos, Vollmar continúa: “Es evidente que las relaciones recíprocas de tan gran número de factores hacen imposible, en relación con el tiempo y la forma, una evolución semejante, aunque no fuese más que en dos países, para no hablar de todos... El socialismo obedece a la misma ley... La hipótesis de una, victoria simultánea del socialismo en todos los países civilizados, está excluida del todo, como la de la imitación del ejemplo del Estado que se haya dado una organización socialista, por los otros países civilizados... Así llegaremos hasta el Estado socialista aislado, del cual creo haber probado, que si no es la única posibilidad, por lo menos es la más probable”. Esta obra, escrita cuando Lenin tenía ocho años, da de la ley de desigualdad del desarrollo una interpretación mucho más justa que la de los Epígonos soviéticos a partir del otoño de 1924. Dejemos constancia de que Vollmar, teórico de segundo plano, no hacía sino comentar las ideas de Engels, a quien hemos visto acusado de ignorancia en esta materia.

“El Estado socialista aislado” ha pasado desde hace mucho tiempo, del dominio de las hipótesis históricas al de la realidad, no en Alemania, sino en Rusia. El hecho de su aislamiento expresa, precisamente, la potencia relativa del capitalismo y la debilidad relativa del socialismo. Entre el Estado "socialista" aislado y la sociedad socialista liberada para siempre del Estado, queda por franquear una gran distancia que corresponde, exactamente, al camino de la revolución internacional.

Beatrice y Sidney Webb nos aseguran, por su parte, que Marx y Engels no creyeron en la posibilidad de una sociedad aislada, por la exclusiva razón de que "no soñaron jamás" (neither Marx nor Engels had ever dreamt) un instrumento tan poderoso como el monopolio del comercio exterior. No se puede leer estas líneas sin sentirse incómodo ante tan decrépitos autores. La nacionalización de los Bancos y de las sociedades comerciales, de los ferrocarriles y de la flota mercante, es tan indispensable para la revolución socialista como la nacionalización de los medios de producción, incluidas las industrias de exportación. El monopolio del comercio exterior no hace sino concentrar en las manos del Estado los medios materiales de la importación y la exportación Decir que Marx y Engels no soñaron esto, es decir que no soñaron la revolución socialista. Para colmo, Vollmar hace con justeza del comercio exterior, uno de los recursos más importantes del “Estado socialista aislado”. Marx y Engels podrían haber aprendido el secreto de Vollmar, si éste mismo no lo hubiese aprendido de ellos.

La teoría del socialismo en un solo país que, por lo demás, Stalin no ha expuesto ni justificado en ninguna parte, se reduce a la concepción, ajena a la historia y más bien estéril, de que sus riquezas naturales permiten a la URSS construir el socialismo dentro de sus fronteras geográficas. Con tanta mayor razón podría afirmarse, que el socialismo vencería si la población del globo fuese doce veces menor de lo que es. En realidad, la nueva teoría trataba de imponer a la conciencia social un sistema de ideas más concreto. Helo aquí: la revolución está concluida definitivamente: las contradicciones sociales no harán sino atenuarse progresivamente; el campesino rico será asimilado poco a poco por el socialismo; la evolución será regular y pacífica en su conjunto, independientemente de los acontecimientos externos. Bujarin, quien trató de dar fundamentos a la nueva teoría, declaró, con pruebas irrefutables que “las diferencias de clases en nuestro país o nuestra técnica atrasada no nos llevarán a nuestra pérdida; podemos construir el socialismo aun sobre un terreno de miseria técnica; el crecimiento de este socialismo será muy lento, avanzaremos a paso de tortuga, pero nosotros construiremos el socialismo y terminaremos su construcción...” Hagamos a un lado la idea de "construir el socialismo, sobre una base de técnica miserable" y recordemos. una vez más la genial visión de Marx, cuando nos dice que con una débil base técnica "sólo se socializa la necesidad, ya que la penuria provocará necesariamente disputas por los artículos necesarios que harán que se regrese al antiguo caos..."

La oposición de izquierda propuso en abril de 1926, en una asamblea plenaria del Comité Central, la enmienda siguiente a la teoría del paso de tortuga: "Seria radicalmente erróneo creer que se puede marchar hacia el socialismo con una velocidad arbitrariamente decidida cuando existe un cerco capitalista. La progresión hacia el socialismo no estará asegurada sino cuando la distancia que separa nuestra industria de la industria capitalista avanzada... disminuya en forma clara y manifiesta en lugar de aumentar." Stalin vio con razón en esta enmienda un ataque "disimulado" contra la teoría del socialismo en un solo país y se negó categóricamente a relacionar el ritmo de la edificación interna con las condiciones internacionales. La versión taquigráfica de los debates consigna su respuesta en estos términos: "Aquel que hace intervenir aquí el factor internacional, no comprende cómo se plantea la cuestión, y enreda las nociones, ya sea por incomprensión o por un deseo consciente de sembrar la confusión". La enmienda de la oposición fue rechazada.

La ilusión del socialismo construyéndose suavemente -a paso de tortuga- sobre una base de miseria, rodeado de enemigos poderosos, no resistió mucho tiempo a los ataques de la crítica. En noviembre del mismo año, la XV conferencia del partido reconoció necesario "alcanzar, en un plazo histórico que representara en un mínimo relativo (?), y, en seguida, sobrepasar el nivel industrial de los países capitalistas avanzados". En todo caso, la oposición de izquierda fue "sobrepasada"; pero, además de dar la voz de orden de "alcanzar y aventajar" al mundo entero "en un plazo mínimo relativo", los teóricos que la víspera preconizaban la lentitud de la tortuga resultaban prisioneros del "factor internacional" por el cual la burocracia siente un temor tan supersticioso. Y la primera versión, la más neta de la teoría estalinista, resultó liquidada en ocho meses.

El socialismo deberá, ineluctablemente, dejar atrás al capitalismo en todos los dominios, escribía la oposición de izquierda en un documento distribuido ilegalmente en marzo de 1927, "pero en este momento no se trata de las relaciones del socialismo con el capitalismo, en general, sino del desarrollo económico de la URSS, con relación al de Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos. ¿Qué es lo que hay que entender por un plazo histórico mínimo? Quedaremos distantes del nivel de, los países avanzados de Occidente durante los próximos períodos quinquenales. ¿Qué sucederá durante este tiempo en el mundo capitalista? Si admitimos que pueda todavía disfrutar de un nuevo período de prosperidad llamado a durar decenas de años, hablar de socialismo en nuestro país atrasado será ridículamente triste; entonces habrá que reconocer que nos hemos engañado en la apreciación de nuestra época, como la de la podredumbre del capitalismo; la República de los Soviets será en este caso la segunda experiencia de la dictadura del proletariado, más larga y más fecunda que la de la Comuna de París, pero nada más que una experiencia... ¿Tenemos razones serias para revisar tan resueltamente los valores de nuestra época y el sentido de la Revolución de Octubre, concebida como un eslabón de la revolución internacional? No. Al terminar su período de reconstrucción en forma más o menos amplia (después de la guerra) los países capitalistas se hallan enfrentados a todas sus antiguas contradicciones interiores e internacionales, más desarrolladas y mucho más graves. Y ésta es la base de la revolución proletaria. Es un hecho que nosotros construimos el socialismo. Siendo el todo más grande que una parte, es un hecho, no menor sino más grande, que la revolución se prepara en Europa y en el mundo. La parte no vencerá sino con el todo... El proletariado europeo necesita un menor tiempo para trepar al asalto del poder, del que nos hace falta para aventajar a Europa y Norte América, desde el punto de vista técnico... Mientras tanto, nosotros debemos aminorar sistemáticamente la diferencia entre el rendimiento del trabajo aquí y en otras partes. Mientras más progresemos, estaremos menos amenazados por la intervención posible de los precios bajos luego por la intervención armada... Mientras más mejoremos las condiciones de existencia de los obreros y los campesinos, con más firmeza apresuremos la revolución proletaria en Europa, más pronto nos enriquecerá esta revolución con la técnica mundial y más segura y completa será nuestra edificación socialista, elemento de la Europa y del mundo." Este documento, como muchos otros, quedó sin respuesta, a menos que se tomen como respuestas las exclusiones del partido y las detenciones.

Después de haber renunciado a la lentitud de la tortuga, fue preciso renunciar a la idea conexa de la asimilación del kulak por el socialismo. Sin embargo, la derrota sufrida por los labriegos ricos a causa de medidas de orden administrativo, sirvió para incrementar la teoría del socialismo en un solo país: desde el momento que las clases estaban “en el fondo” aniquiladas, el socialismo estaba "en el fondo" realizado (1931). Era la restauración de la idea de una sociedad socialista "a base de miseria". Nosotros recordamos que un periodista oficialista nos explicó entonces que la falta de leche para los niños se debía a la falta de vacas y no a los defectos del sistema socialista.

La preocupación acerca del rendimiento del trabajo no permitió que se eternizaran estas fórmulas tranquilizadoras de 1931. “Algunos piensan ‑ declaró súbitamente Stalin, con ocasión del movimiento Stajanov ‑ que el socialismo puede consolidarse por una cierta igualdad en la pobreza. Esto es falso... En verdad, el socialismo no puede vencer sino sobre la base de un rendimiento del trabajo más elevado que en el régimen capitalista”. Muy exacto. Pero el nuevo programa de las Juventudes Comunistas adoptado en abril de 1935, en el congreso que privó a las Juventudes Comunistas de los últimos vestigios de sus derechos políticos, definió categóricamente el régimen soviético: "La economía nacional ha llegado a ser socialista". Nadie se cuida de conciliar estas concepciones contradictorias, que se ponen en circulación según las necesidades del momento. Nadie se atreverá a emitir una crítica, dígase lo que se diga.

La necesidad del nuevo programa de las Juventudes Comunistas se justificó en estos términos por el informante: “El antiguo programa encierra una afirmación errónea, profundamente antileninista, según la cual no puede llegarse al socialismo sino por la revolución mundial. Este punto del programa es radicalmente falso; en él se reflejan ideas trotskistas”, las mismas ideas que Stalin defendía todavía en 1924! Quedaría por explicar cómo un programa escrito en 1921 por Bujarin, cuidadosamente revisado por el Buró político con la participación de Lenin, aparece "trotskista" al cabo de quince años, y necesita de una revisión en un sentido diametralmente opuesto. Pero los argumentos lógicos son impotentes cuando se trata de intereses. Después de emanciparse del proletariado de su propio país, la burocracia no puede reconocer que la URSS depende del proletariado mundial

La ley de la desigualdad del desarrollo ha tenido como resultado que la contradicción entre la técnica y los lazos de propiedad del capitalismo provoque la ruptura de la cadena mundial en su punto más débil. El atrasado capitalismo ruso fue el primero que pagó las insuficiencias del capitalismo mundial. La ley del desarrollo desigual se une, a través de la historia, con la del desarrollo combinado. El derrumbamiento de la burguesía en Rusia ha acarreado la dictadura del proletariado, es decir, un salto hacia adelante, con relación a los países avanzados, dado por un país atrasado. El establecimiento de las formas de propiedad en un país atrasado ha tropezado con una técnica y una cultura demasiado débiles. La Revolución de Octubre, nacida de la contradicción entre las fuerzas productivas del mundo, altamente desarrolladas, y la propiedad capitalista, ha engendrado a su vez contradicciones entre las fuerzas productivas nacionales, demasiado insuficientes y la propiedad socialista.

Es cierto que el aislamiento de la URSS no ha tenido, de inmediato, las graves consecuencias que podían temerse en virtud de que el mundo capitalista estaba demasiado desorganizado y paralizado para su poder potencial. La "tregua" ha sido más larga de lo que el optimismo crítico permitía esperar. Pero el aislamiento y la imposibilidad de aprovechar los recursos del mercado mundial, aun sobre bases capitalistas (el comercio exterior cayó a la cuarta o quinta parte de lo que era en 1913) acarreaban, además de enormes gastos de defensa nacional, una repartición de lo más desventajosa de las fuerzas productivas y la lentitud en el mejoramiento de la condición material de las masas. La plaga burocrática fue a pesar de todo, el producto más nefasto del aislamiento.

Las normas políticas y jurídicas establecidas por la revolución ejercen, por una parte, una influencia favorable sobre la economía atrasada y sufren, por la otra, con la acción enervante de un medio atrasado. Mientras más tiempo permanezca la URSS en la vecindad del capitalismo, más profunda será la degeneración de sus tejidos sociales. Un aislamiento indefinido debería traer infaliblemente, no el establecimiento de un comunismo nacional, sino la restauración del capitalismo.

Si la burguesía no puede dejarse asimilar tranquilamente por la democracia socialista, el Estado socialista no puede tampoco asimilarse al sistema capitalista mundial. El desarrollo socialista pacífico "de un solo país" no está a la orden del día en la historia; se anuncia una larga serie de trastornos mundiales: guerras y revoluciones. También son inevitables las tempestades en la vida interior de la URSS. La burocracia, luchando por la economía planificada, ha debido expropiar al kulak; la clase obrera, en su lucha por el socialismo, tendrá que expropiar a la burocracia en cuya tumba podrá grabar este epitafio: "Aquí yace la teoría del socialismo en un solo país".

 

II. Los "amigos" de la URSS

 

Por primera vez, un gobierno poderoso favorece en el extranjero, no a la prensa sesuda de derecha, sino a la de izquierda y hasta la de extrema izquierda. Las simpatías de las masas por la más grande de las revoluciones son canalizadas hábilmente hacia la burocracia. La prensa “simpatizante” pierde poco a poco el derecho de publicar lo que podría incomodar en lo más mínimo a los dirigentes de la URSS. Los libros desagradables al Kremlin son acogidos con un decidido silencio. Apologías chillonas y desprovistas de todo talento se traducen a varias lenguas. Hemos evitado citar en este trabajo las obras típicas de los ”amigos” de la URSS. Esta literatura, incluyendo la de la Internacional Comunista, que es la más vulgar y más insulsa, representa, sin embargo, un volumen imponente y su papel en política no es despreciable. Es preciso consagrarle, pues, para terminar, algunas páginas.

El libro de los Webb, El Comunismo Soviético, ha sido declarado como aporte de consideración al patrimonio del pensamiento. En vez de decir lo que se ha hecho y en qué sentido evoluciona la realidad, los autores emplean 1.500 páginas en exponer lo que se proyecta en las oficinas o se promulga en las leyes. La conclusión a que llegan, es que, el comunismo se realizará en la URSS cuando los planes y las intenciones hayan pasado al dominio de los hechos. Tal es el contenido d este libro pesado que transcribe los informes de la cancillería moscovita y los artículos de prensa publicados en los textos de jubileos.

La amistad que se manifiesta a la burocracia soviética no llega hasta la revolución proletaria; es hasta una seguridad contra esta última. No hay duda, de que los Webb, están prontos a reconocer que el sistema soviético se extenderá un día hacia el resto del mundo. Pero, “cuándo, dónde, con qué modificaciones, por una revolución violenta, por un penetración pacífica, por una imitación consciente; nosotros no podemos responder a estas preguntas" (But "how, when, with what modifications, and wheather through violent revolution or by peaceful penetration, or even by conscious imitation, are questions we cannot answer"). Esta diplomática negación, que constituye una respuesta sin equívocos, muy característica de los "amigos", da la medida de su amistad. Si todo el mundo hubiese respondido así al problema de la revolución, antes de 1917, por ejemplo, no habría hoy Estado soviético y estos "amigos" británicos consagrarían su simpatía a otros temas.

Los Webb dan por sentado que es inútil esperar revoluciones para un porvenir próximo en Europa; y ven en esta idea una prueba tranquilizadora de lo razonable del socialismo en un solo país. Con esa autoridad que pueden tener las gentes para quienes la Revolución de Octubre fue una sorpresa desagradable, por lo demás, nos enseñan cómo construir el socialismo en las fronteras de la URSS, a falta de mejores perspectivas. Nosotros discutiríamos con los Webb sobre la necesidad y la manera de preparar una revolución en Gran Bretaña, y no sobre la construcción de fábricas o el empleo de abonos minerales en la URSS. Pero nuestros sabios sociólogos se declaran incompetentes en aquel punto preciso, y la cuestión misma les parece en contradicción con la "ciencia".

Lenin detestaba a los burgueses conservadores que se imaginan ser socialistas y más particularmente a los fabianos ingleses. El índice alfabético de los autores citados en sus obras, demuestra la hostilidad que manifestó toda su vida a los Webb. La primera vez, en 1907, los trató de “estúpidos apologistas de la mediocridad pequeño‑burguesa británica”, que "tratan de presentar al cartismo, época revolucionaria del movimiento obrero inglés, como una simple niñería". En tanto que sin el cartismo habría sido imposible la Comuna de París; y sin el uno, y la otra, también lo habría sido la Revolución de Octubre. Los Webb no han encontrado en la URSS sino mecanismos administrativos y planes burocráticos; no vieron ni el cartismo, ni la Comuna, ni la Revolución de Octubre. La revolución les es ajena, a menos que les parezca una “niñería desprovista de sentido”.

Lenin, como es sabido, no se enredaba en la urbanidad pueril y honesta, en la polémica con los oportunistas. Pero sus epítetos injuriosos (“lacayos de la burguesía”, “traidores”, "espíritus serviles", etc.), reflejaron un acertado juicio sobre los Webb, propagandistas del fabianismo, o sea, de la respetabilidad tradicional y de la sumisión al hecho. No puede hablarse de un cambio profundo en el pensamiento de los Webb, durante los últimos años. La pareja fabiana que durante la guerra apoyó a su burguesía y aceptó más tarde de manos del rey el título de lord Passfíeld, ha llegado sin renunciar a nada, y sin contradecirse, al socialismo en un solo país y, por otra parte, en un país extranjero. Sidney Webb era ministro de Colonias, lo que quiere decir, jefe de carceleros del imperialismo inglés, en la época de su vida en que se aproximó a la burocracia soviética y recibió de ella los materiales para su maciza compilación.

En 1923, los Webb no veían gran diferencia entre el bolchevismo y el zarismo (ver "The Decay of Capitalist Civilization", 1923). En cambio, reconocen sin reservas la "democracia stalinista". No tratemos de ver una contradicción en esto. Los fabianos se indignaban al ver que el pueblo revolucionario privaba de libertad a las “gentes instruidas”,  pero encuentran natural que la burocracia prive al proletariado de libertad. ¿No ha sido ésta siempre la función de la burocracia laborista? Los Webb afirman que en la URSS la crítica es libre por completo. Demuestran con ello una falta absoluta del sentido del humor. Citan con toda seriedad la “autocrítica”, que se ejercita como una tarea cuyo objeto y límites están determinados de antemano.

¿Candor? Ni Engels ni Lenin consideraron a Sídney Webb como un ingenuo. Más bien respetabilidad. Los Webb hablan de un régimen establecido y de huéspedes agradables. Desaprueban profundamente la crítica marxista de lo que existe, y aun se consideran llamados a defender la herencia de la Revolución de Octubre contra la oposición de izquierda. Como complemento, anotaremos que el gobierno laborista al cual pertenecía Lord Passfield (Sidney Webb) rehusó, en su tiempo, la entrada a Inglaterra del autor de esta obra. Sidney Webb, que trabajaba en su libro entonces, defendía de esta manera a la URSS en el dominio de la teoría, y al Imperio de Su Majestad Británica en el de la práctica. Y lo que va en honor suyo, es que en ambos casos era fiel consigo mismo.

Para muchos pequeño‑burgueses que no disponen ni de una pluma ni de un pincel, la "amistad" oficialmente sellada con la URSS es una especie de testimonio de intereses morales superiores. La adhesión a la masonería o a los clubes pacifistas es muy análoga a la afiliación a las sociedades de Amigos de la URSS, porque también permite llevar dos vidas a la vez: una trivial, en el círculo de los intereses cotidianos, otra, más elevada. Los "amigos" visitan de vez en cuando Moscú. Toman nota de los tractores, de las casas de cuna, de los desfiles, de los pionners, de los paracaidistas, en una palabra, de todo, salvo de la existencia de una nueva aristocracia. Los mejores entre ellos hacen la vista gorda por aversión a la sociedad capitalista. André Gide lo confiesa con franqueza: “También es en gran parte la torpeza y la falta de honradez en los ataques contra la URSS, lo que hace que ahora sintamos cierta obstinación en su defensa". Sin embargo, la torpeza y la falta de honradez de los adversarios, no podrían justificar nuestra propia ceguera. Y, en todo caso, las masas necesitan de amigos que vean claro.

La simpatía del mayor número de burgueses radicales y radicales-socialistas por los dirigentes de la URSS tiene causas no desprovistas de importancia. A despecho de diferencias de programas, los partidarios de un “progreso” adquirido o fácil de realizar, predominan entre los políticos de oficio. Hay muchos más reformistas que revolucionarios en el planeta. Mucho más adaptados que irreductibles. Se necesitan épocas excepcionales en la historia para que los revolucionarios salgan de su aislamiento y para que los reformistas hagan el papel de peces fuera del agua.

No hay en la burocracia soviética actual un solo hombre que no haya considerado en abril de 1917, y aun algo más tarde, la idea de la dictadura del proletariado en Rusia (esa fantasía se llamaba entonces capricho... trotskismo). Los "amigos" extranjeros de la URSS, que pertenecen a la generación de los mayores, han considerado como políticos “realistas” a los mencheviques rusos, partidarios del "frente popular" con los liberales y que rechazaban la dictadura del proletariado como una locura. Otra cosa es reconocer a la dictadura del proletariado cuando ya está realizada y aun desfigurada por la burocracia; aquí, los "amigos" están a la altura de las circunstancias. Ya no se limitan a hacerle justicia al Estado soviético, sino que pretenden defenderlo contra sus enemigos, no tanto contra los que lo empujan hacia atrás, como contra los que le preparan un porvenir. Estos "amigos" ¿son patriotas activos como los reformistas ingleses, franceses, belgas y otros? Entonces justifican cómodamente su alianza con la burguesía invocando la defensa de la URSS. ¿Son, por el contrario, derrotistas a pesar suyo como los social‑patriotas alemanes y austriacos de ayer? En este caso, ellos esperan que la coalición de Francia y con URSS los ayudará a acabar con los Hitler y los Schussnigg. León Blum, que fue adversario, del bolchevismo en su período heroico y abrió las páginas de Le Populaire a las campañas contra la URSS, no imprime ya una línea sobre los crímenes de la burocracia soviética. Así como el Moisés de la Biblia, devorado por el deseo de ver el rostro divino, no pudo más que prosternarse ante la parte posterior de la divina anatomía, así los reformistas, idólatras del hecho consumado, no son capaces de conocer y de reconocer más que el pesado remolque de la revolución.

Los jefes comunistas de hoy pertenecen, en realidad, al mismo tipo de hombres. Después de numerosas piruetas y acrobacias, han descubierto de repente las ventajas del oportunismo. y se han convertido a él con la frescura de la ignorancia que los caracterizó siempre. Su servilismo, no siempre desinteresado, ante los dirigentes del Kremlin, bastaría para hacerlos absolutamente incapaces de iniciativa revolucionaria. A los argumentos de la crítica, ellos responden con ladridos y mugidos; en cambio, bajo el látigo del amo, se les ve hacer signos de satisfacción. Estas personas tan poco simpáticas que, al primer peligro, se dispersarán hacia todos los horizontes, nos tienen por "consumados contrarrevolucionarios". ¿Qué vamos a hacerle? La historia, a pesar de su severidad , tiene sus farsas.

Los más clarividentes de entre los "amigos" admiten, por lo menos en la intimidad, que el sol soviético tiene sus manchas, pero sustituyendo la dialéctica por un análisis fatalista, se consuelan diciendo que cierta degeneración burocrática era inevitable. Si es así, la resistencia al mal no es lo menos. La necesidad tiene dos extremos: el de la reacción y el del progreso. La historia nos enseña que los hombres y los partidos que la solicitan en sentidos opuestos terminan por encontrarse del otro lado de la barricada.

El último argumento de los "amigos", es que los reaccionarios se apoderan de las críticas dirigidas al régimen soviético. Esto es innegable. s posible que traten aun de sacar provecho de esta obra. ¿Ha sido alguna vez de otro modo? El Manifiesto Comunista recordaba desdeñosamente que la reacción feudal trató de explotar contra el liberalismo la crítica socialista. Sin embargo el socialismo revolucionario sigue su camino. Nosotros haremos el nuestro. La prensa comunista llega hasta decir que nuestra crítica prepara... ¡la intervención armada contra la URSS!

Habría que entender, evidentemente, que los gobiernos capitalistas, informados, gracias a nuestros trabajos, de lo que ha llegado a ser la burocracia soviética, van a castigarla sin demora por haber pisoteado lo; principios de Octubre? Los polemistas de la III Internacional no manejan la espada sino el garrote, o armas menos aceradas todavía. La verdad es que la crítica marxista que llama a las cosas por su nombre, no puede sino consolidar el crédito conservador de la diplomacia soviética a los ojos de la burguesía.

Cosa diferente es lo que concierne a la clase obrera y a los partidarios sinceros que cuenta entre los intelectuales. Allí, nuestro trabajo puede hacer nacer dudas, en efecto, y suscitar la desconfianza, pero no hacia la revolución, sino hacia quienes la estrangulan.

Y éste es el fin preciso que nos hemos propuesto. Pues es el motor del progreso la verdad y no la mentira.