Capitulo V

EL TERMIDOR SOVIETICO

 

¿Por que ha vencido Stalin?

 

El historiador de la URSS no podrá dejar de llegar a la conclusión de que la política de la burocracia gobernante ha sido, en las grandes cuestiones, contradictoria y llena de zigzags. La explicación o la justificación de estos zigzags, es visiblemente inconsistente. Gobernar es, por lo menos en cierta medida, prever. La fracción de Stalin no ha previsto los inevitables resultados del desarrollo que ha debido sufrir en varias ocasiones. Ha reaccionado por reflejos administrativos, creando demasiado tarde la teoría de sus giros, sin cuidarse de lo que enseñaba la víspera. Los hechos y los documentos incontestables harán también que el historiador llegue a la conclusión de que la “oposición de izquierda” dio un análisis mucho más justo de la evolución desarrollada en el país y previó mucho mejor su curso ulterior.

Esa afirmación parece, a primera vista, en contradicción con el simple hecho de que la fracción del partido menos capaz de prever, obtuvo incesantes victorias, mientras que el grupo más perspicaz fue de derrota en derrota. Esta objeción que viene por sí sola a la mente, no es convincente sino para aquel que aplica el pensamiento racional a la política, porque no ve en ella sino un debate lógico o una partida de ajedrez. Ahora bien, en el fondo, la lucha política es la de los intereses y de las fuerzas y no la de los argumentos. Las cualidades de los dirigentes no son de ningún modo indiferentes al resultado de los combates, pero no son el único factor ni el factor decisivo. Por otra parte, los campos adversos exigen jefes hechos a su imagen.

Si la revolución de Febrero llevó al poder a Kerenski y Tseretelli, no es que hayan sido más "inteligentes" o "más hábiles" que la camarilla gobernante del Zar, sino que representaban, temporalmente por lo menos, a las masas populares revolucionarias alzadas contra el antiguo régimen. Si Kerenski pudo forzar a Lenin a la ilegalidad y apresar a otros líderes bolcheviques, no es porque sus cualidades personales le hubiesen dado una superioridad sobre ellos, sino porque la mayoría de los obreros y soldados seguían todavía en esos días a la pequeña burguesila patriota. La "superioridad" personal de Kerenski, si el término no está fuera de lugar, estaba precisamente en no ver más allá que la gran mayoría. Los bolcheviques vencieron a su turno a la democracia pequeño‑burguesa, no por la preeminencia de sus jefes, sitio gracias a un reagrupamiento de fuerzas, cuando el proletariado consiguió por fin arrastrar contra la burguesía al campesino descontento.

La continuidad de las etapas de la Revolución Francesa, tanto en su ascensión como en su descenso, demuestra de manera convincente q e la fuerza de los "jefes" y de los "héroes" consistía ante todo en estar de acuerdo con el carácter de las clases y de las capas sociales que los apoyaban. Sólo esta correspondencia y no superioridades absolutas, permitió a cada uno de ellos marcar con su personalidad un cierto período histórico. En la sucesión en el poder de los Mirabeau, Brissot, Robespierre, Barrás, Bonaparte, hay una legitimidad objetiva mucho más potente que los rasgos particulares de los protagonistas históricos mismos.

Es suficientemente sabido que hasta aquí todas las revoluciones suscitaron reacciones y aun contrarrevoluciones que, si bien es cierto, no consiguieron devolver a la nación hasta su punto de partida, le arrebataron la parte del león de sus conquistas. Por regla general, los “pioneros” los iniciadores, los conductores que estaban a la cabeza de la, masas en el primer período son las víctimas de la primera ola de reacción, mientras se ve aparecer en primer plano a los hombres del segundo, unidos con los enemigos de ayer de la revolución. Los dramaticos duelos de los primeros papeles en la escena política disimulan lo cambios de relaciones entre las clases y, lo que no es menos importante, los cambios profundos en la psicología de las masas, la víspera aun revolucionarias...

Respondiendo a numerosos camaradas que preguntaban con extrañeza qué se había hecho de la actividad del partido bolchevique y de la clase obrera, su iniciativa. revolucionaria, su orgullo plebeyo, y de dónde surgían en vez de estas cualidades, tanta villanía, pusilanimidad, cobardía y arribismo, Rakovsky evocaba las peripecias de la Revolucion Francesa del siglo XVIII y el ejemplo de Babeuf, quien, al salir d la prisión de la Abadía se preguntaba también con estupor qué se había hecho del pueblo heroico de los suburbios de París. La revolución es una gran devoradora de energías individuales y colectivas. Los nervios no soportan más, las conciencias vacilan, los caracteres se gastan. Los acontecimientos van demasiado rápido para que el flujo de fuerzas nuevas pueda compensar las pérdidas. El hambre, la desocupación, la pérdida de los cuadros de la revolución, la eliminación de las masas de los puestos dirigentes, habían acarreado tal anemia física y moral de los suburbios que les fue necesario más de treinta años para volver a levantarse.

La afirmación axiomática de los publicistas soviéticos según la cual las leyes de las revoluciones burguesas son "inaplicables" a la revolución proletaria, está desprovista de todo contenido científico. El carácter proletario de la Revolución de Octubre resulta de la situación mundial y de cierta relación de fuerzas internas. Pero las clases mismas, en Rusia, se habían formado en el seno de la barbarie zarista y de un capitalismo atrasado y no habían sido preparadas ex profeso para la revolución socialista. Por el contrario: justamente porque el proletariado ruso, todavía atrasado en muchos aspectos, dio en algunos meses el salto, sin precedentes en la historia, de una monarquía semifeudal a la dictadura socialista, la reacción debía, ineluctablemente, hacer valer sus derechos en sus propias filas. Y creció en el curso de las guerras que siguieron. Las condiciones exteriores y los acontecimientos la alimentaron sin tregua. A una intervención seguía la otra. Los países de Occidente no prestaban ayuda directa. En vez del bienestar esperado, el país vio la miseria instalada por largo tiempo. Los representantes más notables de la clase obrera habían perecido en la guerra civil o, elevándose en cierto grado, se habían desprendido de las masas. Así sobrevino, después de una prodigiosa tensión de las fuerzas, esperanzas e ilusiones, un largo período de fatiga, depresión y desilusión. El reflujo del "orgullo plebeyo" tuvo por consecuencia un flujo de arribismo y de pusilanimidad. Estas mareas llevaron al poder a una nueva capa de dirigentes.

La desmovilización de un ejército rojo de cinco millones de hombres debía desempeñar un papel considerable en la formación de la burocracia. Los comandantes victoriosos tomaron los puestos importantes en los soviets locales, en la producción, en las escuelas, llevando a todas partes, obstinadamente, el régimen que les había hecho ganar la guerra civil. Las masas fueron poco a poco eliminadas de la participación efectiva en el poder.

La reacción en el seno del proletariado hizo nacer grandes esperanzas y una gran seguridad en la pequeña burguesía de las ciudades y de los campos que, llamada por la NEP a una nueva vida, se volvía cada vez más audaz. La joven burocracia, formada al principio para servir al proletariado, se sintió el árbitro entre las clases y se hizo más y más autónoma.

Sobre las causas de las derrotas del proletariado mundial en el curso de los trece últimos años, el autor se ve obligado a remitirse a su obras precedentes en las cuales se ha esforzado en hacer resaltar el funesto papel que han cumplido, para el movimiento revolucionario de todos los países, los dirigentes conservadores del Kremlin. Lo que no interesa aquí, sobre todo, es el hecho ejemplar e incontestable de que las derrotas continuas de la revolución en Europa y Asia, ademas de debilitar la situación internacional de la URSS, han consolidado extraordinariamente a la burocracia soviética. Dos fechas son especialmente memorables en esta serie histórica. En la segunda mitad de 1923, la atención de los obreros soviéticos se concentró con pasión sobre Alemania, donde el proletariado parecía tender la mano hacia el poder. La retirada en pánico del partido comunista alemán fue para las masas obreras de la URSS una penosa decepción. La burocracia soviética desencadenó luego su campaña contra la "revolución permanente" e infligió a la oposición de izquierda su primera cruel derrota. En 1927 la población de la URSS vio una oleada nueva de esperanza; todas las miradas se fijaron esta vez en Oriente, donde se desarrollaba el drama de la revolución china. La oposición de izquierda, repuesta de sus reveses, reclutó nuevos militantes. A fines de 1927, la revolución china fue torpedeada por el verdugo Chiang‑Kai‑Shek, a quien los dirigentes de la Internacional Comunista habían literalmente entregado los obreros y campesinos chinos. Una onda glacial de desencanto pasó so re las masas de la URSS. Después de una campaña frenética en la prensa y en las reuniones, la burocracia decidió por fin proceder al arresto en masa de los opositores (1928).

Decenas de miles de militantes revolucionarios se habían juntado bajo la bandera de los bolcheviques-leninistas. Los obreros miraban a la oposición con simpatia cierta, pero pasiva, pues ya no se contaba con poder modificar la situación luchando. La burocracia aseguraba que la oposición se preparaba a lanzarnos a una guerra revolucionaria por la revolución internacional. ¡Basta ya de trastornos! ¡Merecemos algún reposo! Construiremos la sociedad socialista entre nosotros. ¡Creed en nosotros que somos vuestros jefes!" Esta propaganda del reposo, cimentando el bloque de los funcionarios y los militantes, encontraba, sin duda, eco entre los obreros fatigados y más todavía entre las masas campesinas. La pregunta era si la oposición no estaba dispuesta, en realidad, a sacrificar los intereses de la URSS a la "revolución permanente". Los intereses vitales de la URSS estaban realmente en juego En diez años, la falsa política de la Internacional Comunista había asegurado la victoria de Hitler en Alemania, es decir, un grave peligro de guerra al oeste; una política no menos falsa fortalecía al imperialismo japonés y aproximaba el peligro por el este. Pero, los períodos de reacción se caracterizan sobre todo por la falta de valentía intelectual.

La oposición se encontró aislada. Explotando el desconcierto y la pasividad de los trabajadores, oponiendo los más atrasados a los más avanza os, apoyándose cada vez más atrevidamente en el kulak y, en general, en el aliado pequeño‑burgués, la burocracia consiguió triunfar en algunos años sobre la vanguardia revolucionaria del proletariado.

Sería ingenuo creer que Stalin, desconocido de las masas, salió de repente de entre bastidores, armado de un plan estratégico. No; antes de que él entreviese su camino, la misma burocracia lo había adivinado. Dábale todas las garantías deseables; el prestigio del viejo bolchevique, un firme carácter, un espíritu estrecho, una relación indisoluble con las oficinas, única fuente de su influencia personal. Al principio, Stalin se sorprendió de su propio éxito. Era la aprobación de una nueva capa dirigente, que trataba de liberarse tanto de los viejos principios como del control de las masas y que necesitaba de un árbitro seguro en sus negocios interiores. Figura de segundo plano ante las masas y la revolución, Stalin reveló ser el jefe incontestable de la burocracia termidoriana, el primero entre los termidorianos.

Pr nto resultó que la nueva capa dirigente tenía sus ideas propias, sus sentimientos y, lo que importa más, sus intereses. La gran mayoría de los burócratas de la actual generación estuvieron del otro lado de la barricada durante la Revolución de Octubre (es el caso, considerando sólo a los diplomáticos soviéticos, de Troyanovsky, Mayski, Potenikine, Souritz,, Khintchouk y otros) o, en el mejor de los casos, apartados de la lucha. Aquellos de entre los burócratas de hoy que estuvieron con los bolcheviques en los días de Octubre no tuvieron, en su mayoría, papel importante. En cuanto a los jóvenes burócratas, han sido formados seleccionados por los viejos, frecuentemente elegidos entre su propia progenitura. Estos hombres no habrían hecho la Revolución de Octubre; pero para explotarla resultaron los mejor adaptados.

Naturalmente, los factores individuales no han dejado de tener influencia en esta sucesión de capítulos históricos. Es seguro que la enfermedad y la muerte de Lenin precipitaron el resultado. Si Lenin hubiese vivido más tiempo, el avance del poder burocrático habría sido más lento, por lo menos, en los primeros años. Pero, desde 1926, la Krupskaya decía a los opositores de izquierda: "Si Lenin estuviera vivo, seguramente estaría preso". En su memoria estaban todavía frescas las previsiones y las aprensiones de Lenin y ella no se hacía ilusiones sobre su omnipotencia ante los vientos y las corrientes contrarias de la historia.

La burocracia no ha vencido sólo a la oposición de izquierda, ha vencido también al partido bolchevique. Ha vencido al programa de Lenin, que veía el peligro principal en la transformación de los órganos el Estado "de servidores de la sociedad en amos de la sociedad". Ha vencido a todos sus adversarios (a la oposición, al partido de Lenin), no con ayuda de argumentos e ideas, sino aplastándolos bajo su propio peso social. La retaguardia ha resultado más pesada que la cabeza de la revolución. Tal es la explicación del Termidor soviético.

 

 

La degeneración del partido bolchevique

 

El partido bolchevique había preparado y alcanzado la victoria de Octubre. Había construido el Estado soviético dándole un esqueleto irme. La degeneración del partido fue la causa y la consecuencia de la burocratización del Estado. Vale la pena mostrar, aunque sea brevemente, cómo pasaron las cosas.

El régimen interior del partido bolchevique se caracteriza por los métodos del centralismo democrático. La concordancia de estas dos nociones no implica ninguna contradicción. El partido velaba por que sus fronteras estuviesen siempre estrictamente delimitadas, pero entendía que todos los que franqueaban esas fronteras tuviesen el derecho de determinar la orientación de su política. La libertad crítica y la lucha de ideas formaban el contenido intangible de la democracia el partido. La doctrina actual que proclama la incompatibilidad del bolchevismo con la existencia de fracciones está en desacuerdo con los hechos. Es un mito de la decadencia. La historia del bolchevismo es, en realidad, la de la lucha de las fracciones. ¿Cómo una organización auténticamente revolucionaria que se propone trastocar al mundo y reúne bajo sus banderas a los negadores, los sublevados, los combatientes temerarios, podría vivir y crecer sin conflictos ideológicos, sin agrupaciones, sin formaciones fraccionadas temporales? La clarividencia de la dirección del partido consiguió atenuar y abreviar varias veces las luchas fraccionales, pero no pudo nada más. El Comité Central se apoyaba en esta base efervescente de donde extraía la audacia de decidir y ordenar. La manifiesta justeza de sus miras le confería una alta autoridad, precioso capital moral de la centralización.

El régimen del partido bolchevique, sobre todo antes de la toma del poder, se situaba, pues, en los antípodas de la Internacional Comunista actual con sus “jefes” nombrados jerárquicamente, sus giros ejecutados a la orden, sus oficinas incontroladas, su desdén por la base, su servilismo hacia el Kremlin. En los primeros años que siguieron a la toma del poder, cuando el partido comenzaba a cubrirse del moho burocrático, cualquier bolchevique, y Stalin como cualquier otro, habría tratado de infame calumniador a quien hubiese proyectado en la pantalla a imagen del partido tal como llegaría a ser diez o quince años más tarde.

Lenin y sus colaboradores tuvieron como primer cuidado preservar las filas del partido bolchevique de las taras del poder. Sin embargo, la conexión estrecha y a veces la fusión de los órganos del partido y del Estado acarrearon desde los primeros años un perjuicio evidente a la libertad y a la elasticidad del régimen interior del partido. La democracia se encogía a medida que crecían las dificultades. El partido quiso y confió en un principio en conservar en el cuadro de los soviets la libertad de las luchas políticas. La guerra civil trajo su severo correctivo. Uno después de otro fueron suprimidos los partidos de oposición. Los jefes del bolcheviquismo veían en estas medidas, en contradicción evidente con el espíritu de la democracia soviética, no decisiones de principio, sino necesidades episódicas de la defensa.

El rápido crecimiento del partido gobernante, en presencia de la novedad y de la inmensidad de tareas, engendraba inevitablemente divergencias de apreciación. Las corrientes de oposición, subyacentes en el país, ejercían sus presiones de diversas maneras sobre el único partido legal, agravando la aspereza de las luchas fraccionales. Hacia fines de la guerra civil, esta lucha revistió formas tan vivas que amenazó con derribar el poder. En marzo de 1921, en el momento de la sublevación de Cronstadt, que arrastró a no pocos bolcheviques, el X Congreso del partido vio obligado a recurrir a la prohibición de las fracciones, es decir, a transportar a la vida interior del partido dirigente, el régimen político del Estado. La prohibición de las fracciones era, repitámoslo, concebida como una medida excepcional llamada a caer en desuso con el primer mejoramiento serio de la situación. El Comité Central se mostraba, por otra parte, extremadamente circunspecto en la aplicación de la nueva ley y sobre todo cuidadoso de no ahogar la vida interior del partido.

Pero, lo que no había sido sino el tributo pagado por la necesidad en penosas circunstancias, según la intención primera, resultó muy del gusto de la burocracia que consideraba la vida interna del partido bajo el ángulo exclusivo de la comodidad de sus gobernantes. Desde 1922, Lenin, cuya salud había mejorado por un momento, se inquietó por el crecimiento amenazador de la burocracia y preparó una ofensiva contra la fracción de Stalin, que había llegado a ser el eje de la máquina del partido, antes de apoderarse de la del Estado. El segundo ataque del mal, seguido de su muerte, no le dieron la posibilidad de medir sus fuerzas con las de la reacción.

Todos los esfuerzos de Stalin, con quien marchaban entonces Zinoviev y Kamenev, tendieron en adelante a liberar la máquina del partido el control de sus miembros. Stalin fue, en esta lucha por la "estabilidad" del Comité Central, más firme y consecuente que sus aliados. No tenía por qué apartarse de los problemas internacionales, de los cuales nunca se había ocupado. La mentalidad pequeño‑burguesa de la nueva capa dirigente era la suya propia. Creía profundamente en que la construcción del socialismo era de orden nacional y administrativo. Consideraba a la Internacional Comunista como un mal necesario del que se debía, en cuanto fuera posible, sacar partido con fines de politica exterior. El partido sólo significaba a sus ojos la base obediente de las oficinas.

Al mismo tiempo que la teoría del socialismo en un solo país, formulóse otra para el uso de la burocracia, según la cual, para el bolchevismo, el Comité Central lo es todo; el partido, nada. Esa teoría se realizó, en todo caso, con más éxito que la primera. Aprovechándose de la muerte de Lenin, la burocracia comenzó la campaña de reclutamiento llamada de la "promoción de Lenin". Las puertas del partido, tan bien cuidadas, se abrieron de par en par: los obreros, los empleados los funcionarios se colaron en masa. Políticamente, se trataba de reabsorber la vanguardia revolucionaria en un material humano desprovisto de experiencia y de personalidad, pero acostumbrado, en cambio, a obedecer a sus jefes. Este designio tuvo éxito. Al liberar a la burocracia del control de la vanguardia proletaria, la "promoción de Lenin" asestó un golpe mortal al Partido de Lenin. Las oficinas habían conquistado la independencia que les era necesaria. La centralización democrática cedió el puesto a la centralización burocrática. Los servicios del partido fueron radicalmente modificados de arriba a abajo. La, obediencia llegó a ser la principal virtud del bolchevique. Bajo el estandarte de la lucha contra la oposición se reemplazaba a los revolucionarios por funcionarios. La historia del partido bolchevique fue la de su propia degeneración.

El significado político de la lucha empeñada se obscurecía en mucho por el hecho de que los dirigentes de las tres tendencias, la derecha, el centro y la izquierda, pertenecían a un solo estado mayor, el del Kremlin, el Buró Político. Los espíritus superficiales creían en rivalidades personales, en la lucha por la "sucesión" de Lenin. Pero, bajo una dictadura de hierro, los antagonismos sociales no podían en realidad manifestarse al principio, sino a través de las instituciones del partido gobernante. Muchos termidorianos salieron en otro tiempo del partido jacobino del cual Bonaparte comenzó por ser uno de los adherentes, fue entre los antiguos jacobinos donde el Primer Cónsul y después el Emperador de los franceses, encontró sus más fieles servidores. Los tiempos cambian y los jacobinos, incluso los del siglo XX, cambian también con los tiempos.

Del. Buró Político de la época de Lenin no queda sino Stalin; dos de sus miembros, que fueron durante largos años de emigración los colaboradores más íntimos de Lenin, Zinoviev y Kamenev, purgan, en el momento que escribo, una pena de diez años de reclusión por un crimen que no han cometido; otros tres, Rykov, Bujarin y Tomski, están apartados del poder por completo, si bien es cierto que sus renuncias ha sido recompensadas, concediéndoles funciones de segunda categoría ; por fin, el autor de estas líneas está desterrado. La viuda de Lenin, la Krupskaya, es considerada como sospechosa, por no haber podido, a pesar de sus esfuerzos, adaptarse al Termidor.

Los miembros actuales del Buró Político han ocupado puestos secundarios en la historia del partido bolchevique. Si alguien hubiese profetizado su ascensión en los primeros años de la revolución, ellos mismos abrían quedado estupefactos, y sin falsa modestia. La regla por la cual el Buró Político tiene siempre razón y nadie podría en ningún o tener razón contra él, se aplica y con más rigor siempre. Por otra parte, el Buró Político no podría tener razón contra Stalin, quien, como no puede equivocarse, no puede por consiguiente, tener razón contra sí mismo.

La reivindicación de la vuelta del partido a la democracia fue en su tiempo la más obstinada y la más desesperada de las reivindicaciones de todos los grupos de la oposición. La plataforma de la oposición de izquierda de 1927 exigía la introducción de un artículo en el Código Penal “castigando como un crimen grave contra el Estado toda persecución, directa o indirecta de un obrero en razón de críticas que hubiese formulado...”. Más tarde se encontró en el Código Penal un artículo que podía aplicarse a la oposición.

De la democracia del partido no quedan sino recuerdos en la memoria de la antigua generación. Con ella se ha desvanecido la democracia de los soviets, de los sindicatos, de las cooperativas, y de las organizaciones deportivas y culturales. La jerarquía de los secretarios domina en todo y sobre todos. El régimen había adquirido un carácter totalitario varios años antes que la palabra viniese de Alemania. "Con ayuda de métodos desmoralizadores que transforman a los comunistas pensantes en autómatas, matan la voluntad, el carácter, la dignidad humana ‑escribía Rakovsky en 1928‑ la camarilla gobernante se ha hecho una oligarquía inamovible e inviolable, y ha substituido a la clase y partido". Los progresos de la degeneración han sido inmensos, después que se escribieron estas líneas indignadas. La G.P.U. ha llegado a ser el factor decisivo en la vida interior del partido. Si en marzo de 1936 Molotov podía congratularse ante un periodista francés de que el partido no conocía ya la lucha de fracciones, es sólo porque las divergencias de opinión se arreglan, de ahora en adelante, por la intervención mecánica de la policía política. El viejo partido bolchevique ha muerto; ninguna fuerza lo resucitará.

Paralelamente a la degeneración política del partido, se acentuaba la corrupción de una burocracia que escapaba a todo control. El término “sovbour” burgués‑soviético, pronto entró en el vocabulario obrero, aplicado al alto funcionario privilegiado. Con la NEP, las tendencias burguesas encontraron un terreno más propicio. Lenin puso en guardia al XI Congreso del partido, en marzo de 1922, contra la corrupción de los medios dirigentes. “Más de una vez ha sucedido en la historia, decía, que el vencedor ha adoptado la civilización del vencido, si ésta era superior”. La cultura de la burguesía y de la burocracia rusa era miserable, sin duda alguna; pero, la de las nuevas capas dirigentes está todavía por debajo de aquélla, 4.700 comunistas responsables dirigen en Moscú la máquina gubernamental. ¿Quién dirige y quién es dirigido? Dudo mucho de que se, pueda decir que son los comunistas los que dirigen Lenin no tomó más la palabra en los congresos del partido; pero todo su pensamiento, en los. últimos meses de su vida, tendió hacia la necesidad de premunir y de armar a los obreros contra la opresión de arbitrariedad y la corrupción burocráticas. Sin embargo, no había podido observar más que los primeros síntomas del mal.

Cristián Rakovsky, el ex presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo de Ucrania, que fue más tarde embajador soviético en Londres y en París, encontrándose deportado, envió a sus amigos en 1928 un corto estudio sobre la burocracia, del cual hemos tomado algunas líneas más atrás, pues es lo mejor que se ha escrito sobre este tema. ”En el espíritu de Lenin y en nuestro espíritu ‑escribe Rakovsky ‑ el objeto de la dirección del partido era precisamente preservar al partido y a la clase obrera de la acción disolvente de los privilegios, de las ventajas y de los favores propios del poder, preservar de todo acercamiento con los restos de la antigua nobleza y de la antigua pequeña burguesía, de la influencia desmoralizadora de la NEP, de la seducción de las costumbres burguesas y de su ideología... Hay que decir francamente, claramente, en voz alta, que los burós del partido no han llenado esta misión, que están en bancarrota, han faltado al deber, han dado pruebas de una incapacidad completa en su doble papel de preservar y de educar...”

No es menos cierto que Rakovsky, quebrantado por la represión burocrática, ha renegado de sus críticas. Pero, el septuagenario Galileo fue obligado también entre las tenazas de la Santa Inquisición, a abjurar del sistema de Copérnico, lo que no impidió que la tierra diese vueltas. No creemos en la abjuración del sexagenario Racovsky, pues él mismo ha hecho más de una vez análisis implacables de este género de abjuraciones. Pero su crítica política ha encontrado en los hechos objetivos una base mucho más segura que en la firmeza subjetiva de su autor.

La conquista del poder no modifica solamente la actitud del proletariado, hacia las otras clases, sino que cambia también su estructura interior. El ejercicio del poder se transforma en la especialidad de un grupo social determinado, que tiende a resolver su propia “cuestión social” cuanto mayor es la idea que tiene de su misión. “En el Estado proletario, donde la acumulación capitalista no se permite a los miembros del partido dirigente, la diferenciación, es, en un principio, funcional, hasta llegar a hacerse social. No digo que se haga una diferenciación de clases, digo social...”. Racovsky explica: "La posición social del comunista que tiene a su disposición un auto, un buen alojamiento, permisos regulares y que recibe el máximum de salarios fijados por el partido, difiere de la del comunista que, trabajando en las minas de hulla, gana de 50 a 60 rublos por mes".

Enumerando las causas de la degeneración de los jacobinos en el poder: el enriquecimiento, las proveedurías del Estado, etc., Rakovsky señala una observación curiosa de Baboeuf sobre el papel desempeñado en esta evolución por las mujeres de la nobleza, muy en boga entre los jacobinos. "¿Qué hacéis" ‑exclama Baboeuf ‑ cobardes plebeyos? Ellas os abrazan hoy, mañana os degollarán". El censo de las esposas de los dirigentes en la URSS, arrojaría un cuadro análogo. Sosnovski, conocido periodista soviético, indicaba el papel del factor “auto‑harén” en la formación de la burocracia. Es verdad que, junto con Racovsky, Sosnovski se ha arrepentido y ha vuelto de Siberia. Las costumbres de la burocracia no han mejorado con ello; por el contrario, el arrepentimiento de un Sosnovski prueba los progresos de la desmoralización.

Los antiguos artículos de Sosnovski, que pasaban antes de mano en mano como manuscritos, contienen inolvidables episodios de la vida de los nuevos dirigentes, mostrando hasta qué punto los vencedores se han asimilado las costumbres de los vencidos. Ya que Sosnovski trocó definitivamente en 1934 su látigo por la lira, limitémonos a ejemplos recientes tomados de la prensa soviética, escogiendo no los "abusos", sino los hechos ordinarios, oficialmente admitidos por la opinión pública

El director de una fábrica moscovita, comunista conocido, se felicita en la Pravda del desarrollo cultural de su empresa. Un mecánico le telefonea: “¿Ud. ordena detener el martinete o esperar?”  ‑“Le respondo ‑dice ‑ aguarda un momento”. El mecánico habla con deferencia, el director tutea al mecánico. ¡Y este diálogo indigno, imposible en un país capitalista civilizado, lo relata el mismo director como un hecho banal! La redacción, no advirtiendo nada, no hace objeciones; los lectores no protestan, porque ya es costumbre. Por qué extrañarse más; en las audiencias solemnes del Kremlin, los "jefes" y los Comisarios del Pueblo tutean a sus subordinados, directores de fábricas, presidentes de koljoces, contramaestres y obreras invitadas para ser condecoradas. ¿Cómo no acordarse de que la voz de orden revolucionaria de las masas populares bajo el antiguo régimen exigía que terminara el tuteo de los subordinados por los jefes? Asombrosos por su señorial desenfado, los diálogos de los dirigentes del Kremlin con el “pueblo” atestiguan sin lugar a dudas que, a despecho de la Revolución de Octubre, de la nacionalización de los medios de producción, de la colectivización y de la "liquidación de los kulaks como clase", las relaciones entre los hombres y, sobre todo, en lo alto de la pirámide soviética, lejos de elevarse hasta el socialismo, no alcanzan todavía, bajo muchos aspectos, al nivel del capitalismo cultivado. En este dominio se ha retrocedido en el curso de los últimos años, merced al Termidor soviético, que ha dado a una burocracia poco culta una completa independencia fuera de todo control, y a las masas la orden del silencio y obediencia, y que es la causa incontestable de la resurrección de la antigua barbarie rusa.

No pensamos oponer a la abstracción dictadura la abstracción democracia para pesar sus cualidades respectivas en la balanza de la razón pura. Todo es relativo en este mundo donde sólo el cambio es permanente. La dictadura del partido bolchevique ha sido en la historia uno de los instrumentos más potentes del progreso. Pero aquí, según el poeta, Vemunft wird Unsinn, Wohltat‑Plage . La prohibición de lo partidos de la oposición acarreó la interdicción de las fracciones; la prohibición de las fracciones conduce a la prohibición de pensar de otro modo que el jefe infalible. El monolitismo policial del partido tuvo como consecuencia la impunidad burocrática que, a su turno, condujo a todas las variedades de la desmoralización y de la corrupción.

 

 

Las causas sociales del Termidor

 

Hemos definido el Termidor soviético como la victoria de la burocracia sobre las masas. Hemos tratado de señalar las condiciones históricas de esta victoria. La vanguardia revolucionaria del proletariado fue absorbida en parte por los servicios del Estado y poco a poco desmoralizada, en parte destruida en la guerra civil, en parte eliminada y aplastada. Las masas fatigadas y decepcionadas no tenían más que indiferencia por lo que ocurría en los medios dirigentes. Por importantes que sean estas condiciones, no bastan en modo alguno para explicarnos como la burocracia llegó a elevarse por sobre la sociedad y a dirigir por largo tiempo sus destinos; su propia voluntad no habría sido suficiente. La formación de una nueva capa dirigente debe tener causas sociales más profundas.

El cansancio de las masas y la desmoralización de los cuadros contribuyeron también en el siglo XVIII a la victoria de los Termidorianos sobre los Jacobinos. Pero, bajo estos fenómenos temporales, en realidad, se realizaba un proceso orgánico más profundo. Los Jacobinos tenían su apoyo en las capas inferiores de la pequeña burguesía agitada por la oleada potente; por otra parte, la revolución del siglo XVIII que respondía al desarrollo de las fuerzas productivas, no podía dejar de llevar a la postre a la gran burguesía al poder. Termidor no fue sino una de las etapas de esta evolución inevitable. Ahora bien, ¿qué necesidad social se expresa en el Termidor soviético?

En un capítulo precedente hemos tratado de dar una explicación precisa del triunfo del gendarme. Debemos continuar aquí el análisis de las condiciones del paso del capitalismo al socialismo y del papel que en él desempeña el Estado. Confrontemos una vez más la previsión teórica y la realidad. “Todavía es necesario obligar a la burguesía ‑ escribía Lenin en 1917, tratando del período que debía seguir a la conquista del poder ‑ pero el órgano de la imposición es ya la mayoría de la población y no la minoría como fue siempre el caso hasta ahora... En este sentido, el Estado comienza a decrecer”. ¿Cómo se expresa su decrecimiento? En primer lugar, que en vez “de instituciones especiales que pertenecen a la minoría privilegiada” (funcionarios privilegiados, comando del ejército permanente) la mayoría puede llenar por sí misma las funciones de coerción. Lenin formula más adelante una tesis indiscutible bajo su forma axiomática: “Mientras las funciones del poder se hacen más las funciones del pueblo entero, menos es necesario este poder”. La abolición de la propiedad privada de los medios de producción elimina la tarea principal del Estado creada por la historia: la defensa de los privilegios de propiedad de la minoría contra la enorme mayoría.

El decrecimiento del Estado comienza, según Lenin, al día siguiente de la expropiación de los expropiadores, es decir, antes de que el nuevo régimen haya podido abordar sus tareas económicas y culturales. Cada éxito en la realización de estas tareas, significa una nueva etapa en la reabsorción del Estado en la sociedad socialista. El grado de esta reabsorción es el mejor indice de la profundidad y de la eficacia de la edificación socialista. Se puede formular un teorema sociológico de este género: la coerción ejercida por las masas en el Estado obrero es directamente proporcional a las fuerzas que tienden a la explotación o a la restauración capitalista e inversamente proporcional a la solidaridad social y a la felicidad común al nuevo régimen. La burocracia (en otros términos, "los funcionarios privilegiados y el comando del ejército permanente") responde a una variedad particular de la coerción que las masas no pueden o no quieren aplicar y que se ejerce de uno u otro modo contra ellas.

Si los soviets democráticos hubiesen conservado hasta ahora su fuerza y su independencia, en tanto que permanecían obligados a recurrir a la coerción en la misma medida que durante los primeros años, este hecho habría bastado para inquietarnos seriamente. ¿Cuál no será nuestra inquietud ante una situación en que los soviets de las masas abandonan la escena definitivamente, para ceder sus funciones coercitivas a Stalin, Yagoda y Cía.? ¿Y qué funciones coercitivas! Para comenzar, preguntémonos: ¿qué causa social es la de esta empecinada vitalidad del Estado y por sobre todo de su "gendarmización"?

La importancia de esta cuestión es evidente: según la respuesta que le demos, deberemos, o revisar radicalmente nuestras ideas tradicionales sobre la sociedad socialista en general, o rechazar radicalmente también las apreciaciones oficiales sobre la URSS.

Tomemos de un número reciente de un diario de Moscú la característica estereotipada del régimen soviético actual, de aquellas que se repite día a día y que los colegiales aprenden de memoria. "Las clases parasitarias de los capitalistas, los terratenientes y los campesinos ricos están liquidadas para siempre en la URSS, poniendo término de este modo a la explotación del hombre por el hombre. Toda la economia nacional se ha hecho socialista y el creciente movimiento Stajanov prepara las condiciones para el paso del socialismo al comunismo". (Pravda, 4 de abril de 1936). La prensa mundial de la Internacional Comunista no dice otra cosa, como es lógico. Pero si se ha puesto fin para siempre a la explotación, si el país sigue realmente la ruta del socialismo, es decir, de la fase inferior del comunismo que conduce a la superior, no le queda a la sociedad sino arrojar, por fin, la camisa de fuerza del Estado. Y en cambio, ¡contraste apenas concebible!, el soviético toma un aspecto burocrático y totalitario.

La misma fatal contradicción resalta al evocar la suerte del partido. La cuestión puede formularse más o menos así: ¿Por qué se podía entre 1917‑1921, cuando las antiguas clases dominantes resistían todavia con las armas en la mano, cuando los imperialistas del mundo entero sostenían efectivamente, cuando los kulaks armados saboteaban la defensa y el abastecimiento del país, discutir libremente, sin temor, en el partido, las cuestiones más graves de política? ¿Por qué no se puede ahora, después del fin de la intervención, la derrota de los explotadores, los éxitos indiscutibles de la industrialización, la colectivizacion de la gran mayoría de los campesinos, admitir la menor crítica hacia dirigentes inamovibles? ¿Por qué todo bolchevique que, conforme a los estatutos del partido, tratara de pedir la convocatoria de un congreso, sería al punto excluído? Todo ciudadano que emitiese dudas en voz alta sobre la infalibilidad de Stalin, sería tratado casi como un cómplice de un complot terrorista. ¿De dónde viene esta terrible, esta monstruosa, esta intolerable potencia de la represión y de la máquina policial?

La teoría no es una letra de cambio que se puede cancelar en cualquier momento. Si ha fallado, hay que llenar sus lagunas o revisarla. Destaquemos las fuerzas sociales que han hecho nacer la contradicción entre la realidad soviética y el marxismo tradicional. En todo caso, no se puede errar en las tinieblas repitiendo las frases rituales, útiles tal vez para el prestigio de los jefes, pero que son una afrenta a la realidad viva. Lo veremos al instante gracias a un ejemplo convincente.

El presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo declaraba en enero de 1936 en el Ejecutivo que la economía nacional ha llegado a ser socialista (aplausos). Bajo este aspecto (?), hemos resuelto el problema de la liquidación de las clases (aplausos). Sin embargo, el pasado nos ha dejado “elementos fundamentalmente hostiles”, despojos de las clases dominantes en otro tiempo. Además, se encuentran los trabajadores de los ko1joces, entre los funcionarios del Estado, aun entre los obreros, “minúsculos especuladores” “dilapidadores de los bienes del Estad y de los koljoces” “divulgadores de chismes anti‑soviéticos” etc., etc. He aquí la necesidad de fortalecer todavía la dictadura. Contrariamente a lo que Engels esperaba, en vez de adormecerse, el Estado obrero debe estar cada vez más vigilante.

El cuadro descrito por el jefe del Estado soviético sería de lo más tranquilizador si no ocultase una mortal contradicción. El socialismo está instalado definitivamente; "a este respecto" las clases están aniquiladas (si lo son a este respecto, lo son bajo cualquier otro.) Sin duda, las escorias y los restos del pasado turban aquí y allá la armonia social. Pero no se puede pensar que gentes dispersas, privadas de poder y de propiedad, que sueñan con la restauración del capitalismo, puedan derribar la sociedad sin clases, junto con "minúsculos especuladores" (que no son ni siquiera especuladores a secas). Parece que todo es para mejor. Una vez más entonces, ¿para qué en este caso la dictadura de bronce de la burocracia?

Los soñadores reaccionarios desaparecen poco a poco. Los soviets archidemocráticos se encargarían de los "minúsculos especuladores" y de los "chismosos". "No somos utópicos ‑replicaba Lenin en 1917 a los teóricos burgueses y reformistas del Estado burocrático‑, no discutimos de ningún modo la posibilidad ni la ineluctabilidad de excesos c metidos por "individuos" y también la necesidad de reprimir estos excesos... Para este fin, no es necesaria una máquina especial de represión, pues el pueblo armado bastará para ello, con la misma comodidad y facilidad con que una muchedumbre culta separa a dos hombres que pelean, o impide que se insulte a una mujer". Estas palabras parecen haber sido destinadas a refutar las consideraciones de uno de los sucesores de Lenin. Se estudia a Lenin en las escuelas de la URSS, Pero se ve que no se lo estudia en el Consejo de Comisarios del Pueblo, pues de otro modo no se explicaría la decisión con que Molotov emplea sin reflexión los argumentos contra los cuales Lenin dirigía su acero. ¡Flagrante contradicción entre el fundador y los epígonos!. Mientras que Lenin consideraba posible la liquidación de las clases explotadoras sin aparato burocrático, Molotov no encuentra otra cosa mejor, para justificar después de la liquidación de las clases el sofocamiento de toda iniciativa popular por la máquina burocrática, que invocar los "restos" de las clases liquidadas.

Pero se hace tanto más difícil alimentarse de estos "restos" cuanto que, por confesión de autorizados representantes de la burocracia, los ayer enemigos de clase han sido asimilados con éxito por la sociedad sovietica. Postychev, uno de los secretarios del comité central, decía en abril de 1936 en el congreso de las juventudes comunistas: "Numerosos saboteadores se han arrepentido sinceramente... y han engrosado las filas del pueblo soviético en vista de los éxitos de la colectivización... los hijos de kulaks no deben responder por sus padres". Esto no es todo: "el kulak mismo sin duda ya no cree poder recobrar en la aldea su situación de explotador". ¡No sin razón el gobierno ha comenzado a abolir las restricciones legales que resultan de los orígenes sociales! Pero, si las afirmaciones de Postychev, aprobadas sin reservas por Molotov, tienen un sentido, no puede ser sino éste: la burocracia ha llegado a ser un monstruoso anacronismo y la imposición estatal no tiene objeto en la tierra de los soviets. Sin embargo, ni Molotov ni Postychev admiten esta conclusión rigurosamente lógica. Prefieren conservar el poder, aunque sea contradiciéndose.

En términos objetivos, la sociedad soviética actual no puede prescindir el Estado y, aun en cierta medida, de la burocracia. Y esta situacion es creada no por los restos miserables del pasado, sino por las poderosas tendencias del presente. El Estado soviético, considerado como un mecanismo de coerción, se justifica porque el período transitorio actual está todavía lleno de contradicciones sociales que en el dominio más familiar y más sensible para todo el mundo, el dominio del consumo, revisten un carácter extremadamente grave, amenazando a cada momento el dominio de la producción. No puede hablarse, pues, de la victoria ni definitiva ni asegurada del socialismo.

La autoridad burocrática tiene como base la pobreza en artículos de consumo y la lucha de todos contra todos que de allí resulta. Cuando el almacén tiene bastantes mercancías, los parroquianos pueden venir en cualquier momento. Cuando hay pocas mercancías, los compradores tienen que hacer cola. Cuando la cola se hace muy larga se impone la presencia de un agente de policía para mantener el orden. Tal es el punto de partida de la burocracia soviética. Ella "sabe" a quién dar y quién debe esperar.

El mejoramiento de la situación material y cultural debería, a primera vista, disminuir la necesidad de la caza al privilegio, reducir el dominio del “derecho burgués” y por eso mismo, hacer flaquear el baluarte de la burocracia, guardiana de estos derechos. Sin embargo, ocurre a la inversa: el crecimiento de las fuerzas productivas ha ido hasta aquí acompañado de un extremado desarrollo de todas las formas de la desigualdad y de los privilegios y también de la burocracia. Esto tampoco ha sucedido sin razón.

El régimen soviético tuvo incontestablemente en el primer período un caracter mucho más igualitario y menos burocrático que hoy. Pero su igualdad fue la de la miseria común. Los recursos del país eran tan restringidos que no permitían destacarse de las masas a círculos algo más privilegiados siquiera. El salario “igualitario”, suprimiendo el estímulo individual, llegó a ser un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas. La economía soviética debía salir en algo de su indigencia para que la acumulación de estas materias grasas que son los privilegios, se hiciese posible. El estado actual de la producción está todavía muy lejos de asegurar a todos lo necesario. Pero ya permite conceder ventajas importantes a la minoría y hacer de la desigualdad un aguijón para la mayoría. Tal es la razón primera por la cual el crecimiento de la producción ha reforzado hasta aquí los rasgos burgueses y no socialistas del Estado.

Esta razón no es la única. Al lado del factor económico que en la fase actual ordena recurrir a los métodos capitalistas de remuneración del trabajo, obra el factor político encarnado en la burocracia misma. Por su misma naturaleza, ésta crea y defiende los privilegios. Al principio surgió como el órgano burgués de la clase obrera. Al establecer y mantener los privilegios de la minoria, se deja, naturalmente, la mejor parte. El que distribuye los bienes no resulta nunca perjudicado. Así nace, como necesidad de la sociedad, un órgano que, sobrepasando con mucho su función social, llega a ser un factor autónomo y al mismo tiempo la fuente de grandes peligros para el organismo social.

La función del Termidor soviético comienza a precisarse ante nosotros. La pobreza y el estado inculto de las masas se materializan de nuevo bajo las amenazantes formas del jefe armado de un potente garrote. Expulsada y estigmatizada en otro tiempo, la burocracia, de sirviente, se ha hecho el ama de la sociedad. Al hacerlo, en tal grado se ha alejado social y moralmente de las masas que ya no puede admitir ningún control sobre sus actos ni sobre sus rentas.

El temor, mistico en un principio, de la burocracia, ante "minúsculos especuladores, agentes sin escrúpulos y alarmistas" tiene aquí su explicación natural. Como la economía soviética no está todavía en estado de satisfacer las necesidades elementales de la población, engendra a cada paso, tendencias a la especulación y al fraude. Por otra parte, los privilegios de la nueva aristocracia incitan a las masas a dar crédito a los “rumores antisoviéticos”,  es decir, a toda crítica, aunque sea expresada en voz baja, contra las autoridades arbitrarias e insaciables. No se trata, pues, de fantasmas del pasado, ni de restos de lo que ya no existe, sino de nuevas y poderosas tendencias, siempre sin cesar renacientes, a la acumulación personal. El primer flujo de bienestar, bastante modesto, no ha debilitado sino que ha fortificado estas tendencias centrífugas, precisamente a causa de su misma debilidad.

Los no privilegiados han sentido, sin embargo, el deseo sordo de moderar sin contemplaciones los apetitos de los nuevos notables. La lucha social se agrava de nuevo. Tales son las fuentes del poder de la burocracia. También lo son de los peligros que amenazan este poder.

 

 

Capítulo VI