Capitulo V
EL TERMIDOR SOVIETICO
¿Por que ha vencido
Stalin?
El historiador de la URSS no podrá
dejar de llegar a la conclusión de que la política de la burocracia gobernante
ha sido, en las grandes cuestiones, contradictoria y llena de zigzags. La
explicación o la justificación de estos zigzags, es visiblemente inconsistente.
Gobernar es, por lo menos en cierta medida, prever. La fracción de Stalin no ha
previsto los inevitables resultados del desarrollo que ha debido sufrir en
varias ocasiones. Ha reaccionado por reflejos administrativos, creando
demasiado tarde la teoría de sus giros, sin cuidarse de lo que enseñaba la
víspera. Los hechos y los documentos incontestables harán también que el
historiador llegue a la conclusión de que la “oposición de izquierda” dio un
análisis mucho más justo de la evolución desarrollada en el país y previó mucho
mejor su curso ulterior.
Esa afirmación parece, a primera
vista, en contradicción con el simple hecho de que la fracción del partido
menos capaz de prever, obtuvo incesantes victorias, mientras que el grupo más
perspicaz fue de derrota en derrota. Esta objeción que viene por sí sola a la
mente, no es convincente sino para aquel que aplica el pensamiento racional a
la política, porque no ve en ella sino un debate lógico o una partida de
ajedrez. Ahora bien, en el fondo, la lucha política es la de los intereses y de
las fuerzas y no la de los argumentos. Las cualidades de los dirigentes no son
de ningún modo indiferentes al resultado de los combates, pero no son el único
factor ni el factor decisivo. Por otra parte, los campos adversos exigen jefes
hechos a su imagen.
Si la revolución de Febrero llevó
al poder a Kerenski y Tseretelli, no es que hayan sido más
"inteligentes" o "más hábiles" que la camarilla gobernante
del Zar, sino que representaban, temporalmente por lo menos, a las masas
populares revolucionarias alzadas contra el antiguo régimen. Si Kerenski pudo
forzar a Lenin a la ilegalidad y apresar a otros líderes bolcheviques, no es
porque sus cualidades personales le hubiesen dado una superioridad sobre ellos,
sino porque la mayoría de los obreros y soldados seguían todavía en esos días a
la pequeña burguesila patriota. La "superioridad" personal de
Kerenski, si el término no está fuera de lugar, estaba precisamente en no ver
más allá que la gran mayoría. Los bolcheviques vencieron a su turno a la
democracia pequeño‑burguesa, no por la preeminencia de sus jefes, sitio gracias
a un reagrupamiento de fuerzas, cuando el proletariado consiguió por fin
arrastrar contra la burguesía al campesino descontento.
La continuidad de las etapas de la
Revolución Francesa, tanto en su ascensión como en su descenso, demuestra de
manera convincente q e la fuerza de los "jefes" y de los
"héroes" consistía ante todo en estar de acuerdo con el carácter de
las clases y de las capas sociales que los apoyaban. Sólo esta correspondencia
y no superioridades absolutas, permitió a cada uno de ellos marcar con su
personalidad un cierto período histórico. En la sucesión en el poder de los
Mirabeau, Brissot, Robespierre, Barrás, Bonaparte, hay una legitimidad objetiva
mucho más potente que los rasgos particulares de los protagonistas históricos
mismos.
Es suficientemente sabido que
hasta aquí todas las revoluciones suscitaron reacciones y aun
contrarrevoluciones que, si bien es cierto, no consiguieron devolver a la
nación hasta su punto de partida, le arrebataron la parte del león de sus
conquistas. Por regla general, los “pioneros” los iniciadores, los conductores
que estaban a la cabeza de la, masas en el primer período son las víctimas de
la primera ola de reacción, mientras se ve aparecer en primer plano a los
hombres del segundo, unidos con los enemigos de ayer de la revolución. Los
dramaticos duelos de los primeros papeles en la escena política disimulan lo
cambios de relaciones entre las clases y, lo que no es menos importante, los
cambios profundos en la psicología de las masas, la víspera aun revolucionarias...
Respondiendo a numerosos camaradas
que preguntaban con extrañeza qué se había hecho de la actividad del partido
bolchevique y de la clase obrera, su iniciativa. revolucionaria, su orgullo
plebeyo, y de dónde surgían en vez de estas cualidades, tanta villanía,
pusilanimidad, cobardía y arribismo, Rakovsky evocaba las peripecias de la
Revolucion Francesa del siglo XVIII y el ejemplo de Babeuf, quien, al salir d la prisión de la Abadía se preguntaba
también con estupor qué se había hecho del pueblo heroico de los suburbios de
París. La revolución es una gran devoradora de energías individuales y
colectivas. Los nervios no soportan más, las conciencias vacilan, los
caracteres se gastan. Los acontecimientos van demasiado rápido para que el
flujo de fuerzas nuevas pueda compensar las pérdidas. El hambre, la
desocupación, la pérdida de los cuadros de la revolución, la eliminación de las
masas de los puestos dirigentes, habían acarreado tal anemia física y moral de
los suburbios que les fue necesario más de treinta años para volver a
levantarse.
La afirmación axiomática de los
publicistas soviéticos según la cual las leyes de las revoluciones burguesas
son "inaplicables" a la revolución proletaria, está desprovista de
todo contenido científico. El carácter proletario de la Revolución de Octubre
resulta de la situación mundial y de cierta relación de fuerzas internas. Pero
las clases mismas, en Rusia, se habían formado en el seno de la barbarie
zarista y de un capitalismo atrasado y no habían sido preparadas ex profeso
para la revolución socialista. Por el contrario: justamente porque el
proletariado ruso, todavía atrasado en muchos aspectos, dio en algunos meses el
salto, sin precedentes en la historia, de una monarquía semifeudal a la
dictadura socialista, la reacción debía, ineluctablemente, hacer valer sus
derechos en sus propias filas. Y creció en el curso de las guerras que
siguieron. Las condiciones exteriores y los acontecimientos la alimentaron sin
tregua. A una intervención seguía la otra. Los países de Occidente no prestaban
ayuda directa. En vez del bienestar esperado, el país vio la miseria instalada
por largo tiempo. Los representantes más notables de la clase obrera habían
perecido en la guerra civil o, elevándose en cierto grado, se habían desprendido
de las masas. Así sobrevino, después de una prodigiosa tensión de las fuerzas,
esperanzas e ilusiones, un largo período de fatiga, depresión y desilusión. El
reflujo del "orgullo plebeyo" tuvo por consecuencia un flujo de
arribismo y de pusilanimidad. Estas mareas llevaron al poder a una nueva capa
de dirigentes.
La desmovilización de un ejército
rojo de cinco millones de hombres debía desempeñar un papel considerable en la
formación de la burocracia. Los comandantes victoriosos tomaron los puestos
importantes en los soviets locales, en la producción, en las escuelas, llevando
a todas partes, obstinadamente, el régimen que les había hecho ganar la guerra
civil. Las masas fueron poco a poco eliminadas de la participación efectiva en
el poder.
La reacción en el seno del
proletariado hizo nacer grandes esperanzas y una gran seguridad en la pequeña
burguesía de las ciudades y de los campos que, llamada por la NEP a una nueva
vida, se volvía cada vez más audaz. La joven burocracia, formada al principio para
servir al proletariado, se sintió el árbitro entre las clases y se hizo más y
más autónoma.
Sobre las causas de las derrotas
del proletariado mundial en el curso de los trece últimos años, el autor se ve
obligado a remitirse a su obras precedentes en las cuales se ha esforzado en
hacer resaltar el funesto papel que han cumplido, para el movimiento
revolucionario de todos los países, los dirigentes conservadores del Kremlin.
Lo que no interesa aquí, sobre todo, es el hecho ejemplar e incontestable de que
las derrotas continuas de la revolución en Europa y Asia, ademas de debilitar
la situación internacional de la URSS, han consolidado extraordinariamente a la
burocracia soviética. Dos fechas son especialmente memorables en esta serie
histórica. En la segunda mitad de 1923, la atención de los obreros soviéticos
se concentró con pasión sobre Alemania, donde el proletariado parecía tender la
mano hacia el poder. La retirada en pánico del partido comunista alemán fue
para las masas obreras de la URSS una penosa decepción. La burocracia soviética
desencadenó luego su campaña contra la "revolución permanente" e
infligió a la oposición de izquierda su primera cruel derrota. En 1927 la
población de la URSS vio una oleada nueva de esperanza; todas las miradas se
fijaron esta vez en Oriente, donde se desarrollaba el drama de la revolución
china. La oposición de izquierda, repuesta de sus reveses, reclutó nuevos
militantes. A fines de 1927, la revolución china fue torpedeada por el verdugo
Chiang‑Kai‑Shek, a quien los dirigentes de la Internacional
Comunista habían literalmente entregado los obreros y campesinos chinos. Una
onda glacial de desencanto pasó so re las masas de la URSS. Después de una
campaña frenética en la prensa y en las reuniones, la burocracia decidió por
fin proceder al arresto en masa de los opositores (1928).
Decenas de miles de militantes
revolucionarios se habían juntado bajo la bandera de los
bolcheviques-leninistas. Los obreros miraban a la oposición con simpatia
cierta, pero pasiva, pues ya no se contaba con poder modificar la situación
luchando. La burocracia aseguraba que la oposición se preparaba a lanzarnos a
una guerra revolucionaria por la revolución internacional. ¡Basta ya de
trastornos! ¡Merecemos algún reposo! Construiremos la sociedad socialista entre
nosotros. ¡Creed en nosotros que somos vuestros jefes!" Esta propaganda
del reposo, cimentando el bloque de los funcionarios y los militantes,
encontraba, sin duda, eco entre los obreros fatigados y más todavía entre las
masas campesinas. La pregunta era si la oposición no estaba dispuesta, en
realidad, a sacrificar los intereses de la URSS a la "revolución
permanente". Los intereses vitales de la URSS estaban realmente en juego
En diez años, la falsa política de la Internacional Comunista había asegurado
la victoria de Hitler en Alemania, es decir, un grave peligro de guerra al
oeste; una política no menos falsa fortalecía al imperialismo japonés y
aproximaba el peligro por el este. Pero, los períodos de reacción se
caracterizan sobre todo por la falta de valentía intelectual.
La oposición se encontró aislada.
Explotando el desconcierto y la pasividad de los trabajadores, oponiendo los
más atrasados a los más avanza os, apoyándose cada vez más atrevidamente en el
kulak y, en general, en el aliado pequeño‑burgués, la burocracia
consiguió triunfar en algunos años sobre la vanguardia revolucionaria del
proletariado.
Sería ingenuo creer que Stalin,
desconocido de las masas, salió de repente de entre bastidores, armado de un
plan estratégico. No; antes de que él entreviese su camino, la misma burocracia
lo había adivinado. Dábale todas las garantías deseables; el prestigio del
viejo bolchevique, un firme carácter, un espíritu estrecho, una relación
indisoluble con las oficinas, única fuente de su influencia personal. Al
principio, Stalin se sorprendió de su propio éxito. Era la aprobación de una
nueva capa dirigente, que trataba de liberarse tanto de los viejos principios
como del control de las masas y que necesitaba de un árbitro seguro en sus negocios
interiores. Figura de segundo plano ante las masas y la revolución, Stalin
reveló ser el jefe incontestable de la burocracia termidoriana, el primero
entre los termidorianos.
Pr nto resultó que la nueva capa
dirigente tenía sus ideas propias, sus sentimientos y, lo que importa más, sus
intereses. La gran mayoría de los burócratas de la actual generación estuvieron
del otro lado de la barricada durante la Revolución de Octubre (es el caso,
considerando sólo a los diplomáticos soviéticos, de Troyanovsky, Mayski,
Potenikine, Souritz,, Khintchouk y otros) o, en el mejor de los casos,
apartados de la lucha. Aquellos de entre los burócratas de hoy que estuvieron
con los bolcheviques en los días de Octubre no tuvieron, en su mayoría, papel
importante. En cuanto a los jóvenes burócratas, han sido formados seleccionados
por los viejos, frecuentemente elegidos entre su propia progenitura. Estos
hombres no habrían hecho la Revolución de Octubre; pero para explotarla
resultaron los mejor adaptados.
Naturalmente, los factores
individuales no han dejado de tener influencia en esta sucesión de capítulos
históricos. Es seguro que la enfermedad y la muerte de Lenin precipitaron el
resultado. Si Lenin hubiese vivido más tiempo, el avance del poder burocrático
habría sido más lento, por lo menos, en los primeros años. Pero, desde 1926, la
Krupskaya decía a los opositores de izquierda: "Si Lenin estuviera vivo,
seguramente estaría preso". En su memoria estaban todavía frescas las
previsiones y las aprensiones de Lenin y ella no se hacía ilusiones sobre su
omnipotencia ante los vientos y las corrientes contrarias de la historia.
La burocracia no ha vencido sólo a
la oposición de izquierda, ha vencido también al partido bolchevique. Ha
vencido al programa de Lenin, que veía el peligro principal en la
transformación de los órganos el Estado "de servidores de la sociedad en
amos de la sociedad". Ha vencido a todos sus adversarios (a la oposición,
al partido de Lenin), no con ayuda de argumentos e ideas, sino aplastándolos
bajo su propio peso social. La retaguardia ha resultado más pesada que la
cabeza de la revolución. Tal es la explicación del Termidor soviético.
La
degeneración del partido bolchevique
El partido bolchevique había preparado
y alcanzado la victoria de Octubre. Había construido el Estado soviético
dándole un esqueleto irme. La degeneración del partido fue la causa y la
consecuencia de la burocratización del Estado. Vale la pena mostrar, aunque sea
brevemente, cómo pasaron las cosas.
El régimen interior del partido
bolchevique se caracteriza por los métodos del centralismo democrático. La concordancia de estas dos nociones no
implica ninguna contradicción. El partido velaba por que sus fronteras
estuviesen siempre estrictamente delimitadas, pero entendía que todos los que
franqueaban esas fronteras tuviesen el derecho de determinar la orientación de
su política. La libertad crítica y la lucha de ideas formaban el contenido
intangible de la democracia el partido. La doctrina actual que proclama la
incompatibilidad del bolchevismo con la existencia de fracciones está en
desacuerdo con los hechos. Es un mito de la decadencia. La historia del
bolchevismo es, en realidad, la de la lucha de las fracciones. ¿Cómo una
organización auténticamente revolucionaria que se propone trastocar al mundo y
reúne bajo sus banderas a los negadores, los sublevados, los combatientes
temerarios, podría vivir y crecer sin conflictos ideológicos, sin agrupaciones,
sin formaciones fraccionadas temporales? La clarividencia de la dirección del
partido consiguió atenuar y abreviar varias veces las luchas fraccionales, pero
no pudo nada más. El Comité Central se apoyaba en esta base efervescente de
donde extraía la audacia de decidir y ordenar. La manifiesta justeza de sus
miras le confería una alta autoridad, precioso capital moral de la
centralización.
El régimen del partido
bolchevique, sobre todo antes de la toma del poder, se situaba, pues, en los
antípodas de la Internacional Comunista actual con sus “jefes” nombrados
jerárquicamente, sus giros ejecutados a la orden, sus oficinas incontroladas,
su desdén por la base, su servilismo hacia el Kremlin. En los primeros años que
siguieron a la toma del poder, cuando el partido comenzaba a cubrirse del moho
burocrático, cualquier bolchevique, y Stalin como cualquier otro, habría
tratado de infame calumniador a quien hubiese proyectado en la pantalla a
imagen del partido tal como llegaría a ser diez o quince años más tarde.
Lenin y sus colaboradores tuvieron
como primer cuidado preservar las filas del partido bolchevique de las taras
del poder. Sin embargo, la conexión estrecha y a veces la fusión de los órganos
del partido y del Estado acarrearon desde los primeros años un perjuicio
evidente a la libertad y a la elasticidad del régimen interior del partido. La
democracia se encogía a medida que crecían las dificultades. El partido quiso y
confió en un principio en conservar en el cuadro de los soviets la libertad de
las luchas políticas. La guerra civil trajo su severo correctivo. Uno después
de otro fueron suprimidos los partidos de oposición. Los jefes del
bolcheviquismo veían en estas medidas, en contradicción evidente con el
espíritu de la democracia soviética, no decisiones de principio, sino
necesidades episódicas de la defensa.
El rápido crecimiento del partido
gobernante, en presencia de la novedad y de la inmensidad de tareas, engendraba
inevitablemente divergencias de apreciación. Las corrientes de oposición,
subyacentes en el país, ejercían sus presiones de diversas maneras sobre el
único partido legal, agravando la aspereza de las luchas fraccionales. Hacia
fines de la guerra civil, esta lucha revistió formas tan vivas que amenazó con
derribar el poder. En marzo de 1921, en el momento de la sublevación de
Cronstadt, que arrastró a no pocos bolcheviques, el X Congreso del partido vio
obligado a recurrir a la prohibición de las fracciones, es decir, a transportar
a la vida interior del partido dirigente, el régimen político del Estado. La
prohibición de las fracciones era, repitámoslo, concebida como una medida
excepcional llamada a caer en desuso con el primer mejoramiento serio de la
situación. El Comité Central se mostraba, por otra parte, extremadamente
circunspecto en la aplicación de la nueva ley y sobre todo cuidadoso de no
ahogar la vida interior del partido.
Pero, lo que no había sido sino el
tributo pagado por la necesidad en penosas circunstancias, según la intención
primera, resultó muy del gusto de la burocracia que consideraba la vida interna
del partido bajo el ángulo exclusivo de la comodidad de sus gobernantes. Desde
1922, Lenin, cuya salud había mejorado por un momento, se inquietó por el
crecimiento amenazador de la burocracia y preparó una ofensiva contra la
fracción de Stalin, que había llegado a ser el eje de la máquina del partido,
antes de apoderarse de la del Estado. El segundo ataque del mal, seguido de su
muerte, no le dieron la posibilidad de medir sus fuerzas con las de la
reacción.
Todos los esfuerzos de Stalin, con
quien marchaban entonces Zinoviev y Kamenev, tendieron en adelante a liberar la
máquina del partido el control de sus miembros. Stalin fue, en esta lucha por
la "estabilidad" del Comité Central, más firme y consecuente que sus
aliados. No tenía por qué apartarse de los problemas internacionales, de los
cuales nunca se había ocupado. La mentalidad pequeño‑burguesa de la nueva
capa dirigente era la suya propia. Creía profundamente en que la construcción
del socialismo era de orden nacional y administrativo. Consideraba a la
Internacional Comunista como un mal necesario del que se debía, en cuanto fuera
posible, sacar partido con fines de politica exterior. El partido sólo
significaba a sus ojos la base obediente de las oficinas.
Al mismo tiempo que la teoría del
socialismo en un solo país, formulóse otra para el uso de la burocracia, según
la cual, para el bolchevismo, el Comité Central lo es todo; el partido, nada.
Esa teoría se realizó, en todo caso, con más éxito que la primera.
Aprovechándose de la muerte de Lenin, la burocracia comenzó la campaña de
reclutamiento llamada de la "promoción de Lenin". Las puertas del
partido, tan bien cuidadas, se abrieron de par en par: los obreros, los
empleados los funcionarios se colaron en masa. Políticamente, se trataba de
reabsorber la vanguardia revolucionaria en un material humano desprovisto de
experiencia y de personalidad, pero acostumbrado, en cambio, a obedecer a sus
jefes. Este designio tuvo éxito. Al liberar a la burocracia del control de la
vanguardia proletaria, la "promoción de Lenin" asestó un golpe mortal
al Partido de Lenin. Las oficinas habían conquistado la independencia que les
era necesaria. La centralización democrática cedió el puesto a la
centralización burocrática. Los servicios del partido fueron radicalmente modificados
de arriba a abajo. La, obediencia llegó a ser la principal virtud del
bolchevique. Bajo el estandarte de la lucha contra la oposición se reemplazaba
a los revolucionarios por funcionarios. La historia del partido bolchevique fue
la de su propia degeneración.
El significado político de la lucha empeñada se obscurecía en mucho por el hecho de que los dirigentes de las tres tendencias, la derecha, el centro y la izquierda, pertenecían a un solo estado mayor, el del Kremlin, el Buró Político. Los espíritus superficiales creían en rivalidades personales, en la lucha por la "sucesión" de Lenin. Pero, bajo una dictadura de hierro, los antagonismos sociales no podían en realidad manifestarse al principio, sino a través de las instituciones del partido gobernante. Muchos termidorianos salieron en otro tiempo del partido jacobino del cual Bonaparte comenzó por ser uno de los adherentes, fue entre los antiguos jacobinos donde el Primer Cónsul y después el Emperador de los franceses, encontró sus más fieles servidores. Los tiempos cambian y los jacobinos, incluso los del siglo XX, cambian también con los tiempos.
Del. Buró Político de la época de
Lenin no queda sino Stalin; dos de sus miembros, que fueron durante largos años
de emigración los colaboradores más íntimos de Lenin, Zinoviev y Kamenev,
purgan, en el momento que escribo, una pena de diez años de reclusión por un
crimen que no han cometido; otros tres, Rykov, Bujarin y Tomski, están
apartados del poder por completo, si bien es cierto que sus renuncias ha sido
recompensadas, concediéndoles funciones de segunda categoría ; por fin, el
autor de estas líneas está desterrado. La viuda de Lenin, la Krupskaya, es
considerada como sospechosa, por no haber podido, a pesar de sus esfuerzos,
adaptarse al Termidor.
Los miembros actuales del Buró
Político han ocupado puestos secundarios en la historia del partido
bolchevique. Si alguien hubiese profetizado su ascensión en los primeros años
de la revolución, ellos mismos abrían quedado estupefactos, y sin falsa modestia.
La regla por la cual el Buró Político tiene siempre razón y nadie podría en
ningún o tener razón contra él, se aplica y con más rigor siempre. Por otra
parte, el Buró Político no podría tener razón contra Stalin, quien, como no
puede equivocarse, no puede por consiguiente, tener razón contra sí mismo.
La reivindicación de la vuelta del
partido a la democracia fue en su tiempo la más obstinada y la más desesperada
de las reivindicaciones de todos los grupos de la oposición. La plataforma de
la oposición de izquierda de 1927 exigía la introducción de un artículo en el
Código Penal “castigando como un crimen grave contra el Estado toda
persecución, directa o indirecta de un obrero en razón de críticas que hubiese
formulado...”. Más tarde se encontró en el Código Penal un artículo que podía
aplicarse a la oposición.
De la democracia del partido no
quedan sino recuerdos en la memoria de la antigua generación. Con ella se ha
desvanecido la democracia de los soviets, de los sindicatos, de las
cooperativas, y de las organizaciones deportivas y culturales. La jerarquía de
los secretarios domina en todo y sobre todos. El régimen había adquirido un
carácter totalitario varios años antes que la palabra viniese de Alemania.
"Con ayuda de métodos desmoralizadores que transforman a los comunistas
pensantes en autómatas, matan la voluntad, el carácter, la dignidad humana ‑escribía
Rakovsky en 1928‑ la camarilla gobernante se ha hecho una oligarquía
inamovible e inviolable, y ha substituido a la clase y partido". Los progresos
de la degeneración han sido inmensos, después que se escribieron estas líneas
indignadas. La G.P.U. ha llegado a ser el factor decisivo en la vida interior
del partido. Si en marzo de 1936 Molotov podía congratularse ante un periodista
francés de que el partido no conocía ya la lucha de fracciones, es sólo porque
las divergencias de opinión se arreglan, de ahora en adelante, por la
intervención mecánica de la policía política. El viejo partido bolchevique ha
muerto; ninguna fuerza lo resucitará.
Paralelamente a la degeneración
política del partido, se acentuaba la corrupción de una burocracia que escapaba
a todo control. El término “sovbour” burgués‑soviético,
pronto entró en el vocabulario obrero, aplicado al alto funcionario privilegiado.
Con la NEP, las tendencias burguesas encontraron un terreno más propicio. Lenin
puso en guardia al XI Congreso del partido, en marzo de 1922, contra la
corrupción de los medios dirigentes. “Más de una vez ha sucedido en la
historia, decía, que el vencedor ha adoptado la civilización del vencido, si
ésta era superior”. La cultura de la burguesía y de la burocracia rusa era
miserable, sin duda alguna; pero, la de las nuevas capas dirigentes está
todavía por debajo de aquélla, 4.700 comunistas responsables dirigen en Moscú
la máquina gubernamental. ¿Quién dirige y quién es dirigido? Dudo mucho de que
se, pueda decir que son los comunistas los que dirigen Lenin no tomó más la
palabra en los congresos del partido; pero todo su pensamiento, en los. últimos
meses de su vida, tendió hacia la necesidad de premunir y de armar a los
obreros contra la opresión de arbitrariedad y la corrupción burocráticas. Sin
embargo, no había podido observar más que los primeros síntomas del mal.
Cristián Rakovsky, el ex presidente
del Consejo de Comisarios del Pueblo de Ucrania, que fue más tarde embajador
soviético en Londres y en París, encontrándose deportado, envió a sus amigos en
1928 un corto estudio sobre la burocracia, del cual hemos tomado algunas líneas
más atrás, pues es lo mejor que se ha escrito sobre este tema. ”En el espíritu
de Lenin y en nuestro espíritu ‑escribe Rakovsky ‑ el objeto de la
dirección del partido era precisamente preservar al partido y a la clase obrera
de la acción disolvente de los privilegios, de las ventajas y de los favores
propios del poder, preservar de todo acercamiento con los restos de la antigua
nobleza y de la antigua pequeña burguesía, de la influencia desmoralizadora de
la NEP, de la seducción de las costumbres burguesas y de su ideología... Hay
que decir francamente, claramente, en voz alta, que los burós del partido no han llenado esta misión, que están en
bancarrota, han faltado al deber, han dado pruebas de una incapacidad completa
en su doble papel de preservar y de educar...”
No es menos cierto que Rakovsky,
quebrantado por la represión burocrática, ha renegado de sus críticas. Pero, el
septuagenario Galileo fue obligado también entre las tenazas de la Santa
Inquisición, a abjurar del sistema de Copérnico, lo que no impidió que la
tierra diese vueltas. No creemos en la abjuración del sexagenario Racovsky,
pues él mismo ha hecho más de una vez análisis implacables de este género de
abjuraciones. Pero su crítica política ha encontrado en los hechos objetivos
una base mucho más segura que en la firmeza subjetiva de su autor.
La conquista del poder no modifica
solamente la actitud del proletariado, hacia las otras clases, sino que cambia
también su estructura interior. El ejercicio del poder se transforma en la
especialidad de un grupo social determinado, que tiende a resolver su propia
“cuestión social” cuanto mayor es la idea que tiene de su misión. “En el Estado
proletario, donde la acumulación capitalista no se permite a los miembros del
partido dirigente, la diferenciación, es, en un principio, funcional, hasta
llegar a hacerse social. No digo que se haga una diferenciación de clases, digo
social...”. Racovsky explica: "La posición social del comunista que tiene
a su disposición un auto, un buen alojamiento, permisos regulares y que recibe
el máximum de salarios fijados por el partido, difiere de la del comunista que,
trabajando en las minas de hulla, gana de 50 a 60 rublos por mes".
Enumerando las causas de la
degeneración de los jacobinos en el poder: el enriquecimiento, las proveedurías
del Estado, etc., Rakovsky señala una observación curiosa de Baboeuf sobre el
papel desempeñado en esta evolución por las mujeres de la nobleza, muy en boga
entre los jacobinos. "¿Qué hacéis" ‑exclama Baboeuf ‑
cobardes plebeyos? Ellas os abrazan hoy, mañana os degollarán". El censo
de las esposas de los dirigentes en la URSS, arrojaría un cuadro análogo.
Sosnovski, conocido periodista soviético, indicaba el papel del factor “auto‑harén”
en la formación de la burocracia. Es verdad que, junto con Racovsky, Sosnovski
se ha arrepentido y ha vuelto de Siberia. Las costumbres de la burocracia no
han mejorado con ello; por el contrario, el arrepentimiento de un Sosnovski
prueba los progresos de la desmoralización.
Los antiguos artículos de
Sosnovski, que pasaban antes de mano en mano como manuscritos, contienen
inolvidables episodios de la vida de los nuevos dirigentes, mostrando hasta qué
punto los vencedores se han asimilado las costumbres de los vencidos. Ya que
Sosnovski trocó definitivamente en 1934 su látigo por la lira, limitémonos a
ejemplos recientes tomados de la prensa soviética, escogiendo no los
"abusos", sino los hechos ordinarios, oficialmente admitidos por la
opinión pública
El director de una fábrica
moscovita, comunista conocido, se felicita en la Pravda del desarrollo cultural de su empresa. Un mecánico le
telefonea: “¿Ud. ordena detener el martinete o esperar?” ‑“Le respondo ‑dice ‑
aguarda un momento”. El mecánico habla con deferencia, el director tutea al
mecánico. ¡Y este diálogo indigno, imposible en un país capitalista civilizado,
lo relata el mismo director como un hecho banal! La redacción, no advirtiendo
nada, no hace objeciones; los lectores no protestan, porque ya es costumbre.
Por qué extrañarse más; en las audiencias solemnes del Kremlin, los
"jefes" y los Comisarios del Pueblo tutean a sus subordinados,
directores de fábricas, presidentes de koljoces, contramaestres y obreras
invitadas para ser condecoradas. ¿Cómo no acordarse de que la voz de orden
revolucionaria de las masas populares bajo el antiguo régimen exigía que
terminara el tuteo de los subordinados por los jefes? Asombrosos por su
señorial desenfado, los diálogos de los dirigentes del Kremlin con el “pueblo”
atestiguan sin lugar a dudas que, a despecho de la Revolución de Octubre, de la
nacionalización de los medios de producción, de la colectivización y de la
"liquidación de los kulaks como clase", las relaciones entre los
hombres y, sobre todo, en lo alto de la pirámide soviética, lejos de elevarse
hasta el socialismo, no alcanzan todavía, bajo muchos aspectos, al nivel del
capitalismo cultivado. En este dominio se ha retrocedido en el curso de los
últimos años, merced al Termidor soviético, que ha dado a una burocracia poco
culta una completa independencia fuera de todo control, y a las masas la orden
del silencio y obediencia, y que es la causa incontestable de la resurrección
de la antigua barbarie rusa.
No pensamos oponer a la
abstracción dictadura la abstracción democracia para pesar sus cualidades
respectivas en la balanza de la razón pura. Todo es relativo en este mundo
donde sólo el cambio es permanente. La dictadura del partido bolchevique ha
sido en la historia uno de los instrumentos más potentes del progreso. Pero
aquí, según el poeta, Vemunft wird Unsinn,
Wohltat‑Plage . La prohibición de lo partidos de la oposición acarreó
la interdicción de las fracciones; la prohibición de las fracciones conduce a
la prohibición de pensar de otro modo que el jefe infalible. El monolitismo
policial del partido tuvo como consecuencia la impunidad burocrática que, a su
turno, condujo a todas las variedades de la desmoralización y de la corrupción.
Las causas sociales
del Termidor
Hemos definido el Termidor
soviético como la victoria de la burocracia sobre las masas. Hemos tratado de
señalar las condiciones históricas de esta victoria. La vanguardia
revolucionaria del proletariado fue absorbida en parte por los servicios del
Estado y poco a poco desmoralizada, en parte destruida en la guerra civil, en
parte eliminada y aplastada. Las masas fatigadas y decepcionadas no tenían más
que indiferencia por lo que ocurría en los medios dirigentes. Por importantes
que sean estas condiciones, no bastan en modo alguno para explicarnos como la
burocracia llegó a elevarse por sobre la sociedad y a dirigir por largo tiempo
sus destinos; su propia voluntad no habría sido suficiente. La formación de una
nueva capa dirigente debe tener causas sociales más profundas.
El cansancio de las masas y la desmoralización de los cuadros contribuyeron también en el siglo XVIII a la victoria de los Termidorianos sobre los Jacobinos. Pero, bajo estos fenómenos temporales, en realidad, se realizaba un proceso orgánico más profundo. Los Jacobinos tenían su apoyo en las capas inferiores de la pequeña burguesía agitada por la oleada potente; por otra parte, la revolución del siglo XVIII que respondía al desarrollo de las fuerzas productivas, no podía dejar de llevar a la postre a la gran burguesía al poder. Termidor no fue sino una de las etapas de esta evolución inevitable. Ahora bien, ¿qué necesidad social se expresa en el Termidor soviético?
En un capítulo precedente hemos
tratado de dar una explicación precisa del triunfo del gendarme. Debemos
continuar aquí el análisis de las condiciones del paso del capitalismo al
socialismo y del papel que en él desempeña el Estado. Confrontemos una vez más
la previsión teórica y la realidad. “Todavía es necesario obligar a la
burguesía ‑ escribía Lenin en 1917, tratando del período que debía seguir
a la conquista del poder ‑ pero el órgano de la imposición es ya la
mayoría de la población y no la minoría como fue siempre el caso hasta ahora...
En este sentido, el Estado comienza a decrecer”.
¿Cómo se expresa su decrecimiento? En primer lugar, que en vez “de
instituciones especiales que pertenecen a la minoría privilegiada”
(funcionarios privilegiados, comando del ejército permanente) la mayoría puede llenar por sí misma las funciones de
coerción. Lenin formula más adelante una tesis indiscutible bajo su forma
axiomática: “Mientras las funciones del poder se hacen más las funciones del
pueblo entero, menos es necesario este poder”. La abolición de la propiedad
privada de los medios de producción elimina la tarea principal del Estado
creada por la historia: la defensa de los privilegios de propiedad de la
minoría contra la enorme mayoría.
El decrecimiento del Estado comienza, según Lenin, al día siguiente de la expropiación de los expropiadores, es decir, antes de que el nuevo régimen haya podido abordar sus tareas económicas y culturales. Cada éxito en la realización de estas tareas, significa una nueva etapa en la reabsorción del Estado en la sociedad socialista. El grado de esta reabsorción es el mejor indice de la profundidad y de la eficacia de la edificación socialista. Se puede formular un teorema sociológico de este género: la coerción ejercida por las masas en el Estado obrero es directamente proporcional a las fuerzas que tienden a la explotación o a la restauración capitalista e inversamente proporcional a la solidaridad social y a la felicidad común al nuevo régimen. La burocracia (en otros términos, "los funcionarios privilegiados y el comando del ejército permanente") responde a una variedad particular de la coerción que las masas no pueden o no quieren aplicar y que se ejerce de uno u otro modo contra ellas.
Si los soviets democráticos hubiesen conservado hasta ahora su fuerza y su independencia, en tanto que permanecían obligados a recurrir a la coerción en la misma medida que durante los primeros años, este hecho habría bastado para inquietarnos seriamente. ¿Cuál no será nuestra inquietud ante una situación en que los soviets de las masas abandonan la escena definitivamente, para ceder sus funciones coercitivas a Stalin, Yagoda y Cía.? ¿Y qué funciones coercitivas! Para comenzar, preguntémonos: ¿qué causa social es la de esta empecinada vitalidad del Estado y por sobre todo de su "gendarmización"?
La importancia de esta cuestión es evidente: según la respuesta que le demos, deberemos, o revisar radicalmente nuestras ideas tradicionales sobre la sociedad socialista en general, o rechazar radicalmente también las apreciaciones oficiales sobre la URSS.
Tomemos de un número reciente de un diario de Moscú
la característica estereotipada del régimen soviético actual, de aquellas que
se repite día a día y que los colegiales aprenden de memoria. "Las clases
parasitarias de los capitalistas, los terratenientes y los campesinos ricos
están liquidadas para siempre en la URSS, poniendo término de este modo a la
explotación del hombre por el hombre. Toda la economia nacional se ha hecho
socialista y el creciente movimiento Stajanov prepara las condiciones para el
paso del socialismo al comunismo". (Pravda,
4 de abril de 1936). La prensa mundial de la Internacional Comunista no dice
otra cosa, como es lógico. Pero si se ha puesto fin para siempre a la
explotación, si el país sigue realmente la ruta del socialismo, es decir, de la
fase inferior del comunismo que conduce a la superior, no le queda a la
sociedad sino arrojar, por fin, la camisa de fuerza del Estado. Y en cambio,
¡contraste apenas concebible!, el soviético toma un aspecto burocrático y
totalitario.
La misma fatal contradicción resalta al evocar la
suerte del partido. La cuestión puede formularse más o menos así: ¿Por qué se
podía entre 1917‑1921, cuando las antiguas clases dominantes resistían
todavia con las armas en la mano, cuando los imperialistas del mundo entero
sostenían efectivamente, cuando los kulaks armados saboteaban la defensa y el
abastecimiento del país, discutir libremente, sin temor, en el partido, las
cuestiones más graves de política? ¿Por qué no se puede ahora, después del fin
de la intervención, la derrota de los explotadores, los éxitos indiscutibles de
la industrialización, la colectivizacion de la gran mayoría de los campesinos,
admitir la menor crítica hacia dirigentes inamovibles? ¿Por qué todo
bolchevique que, conforme a los estatutos del partido, tratara de pedir la
convocatoria de un congreso, sería al punto excluído? Todo ciudadano que
emitiese dudas en voz alta sobre la infalibilidad de Stalin, sería tratado casi
como un cómplice de un complot terrorista. ¿De dónde viene esta terrible, esta
monstruosa, esta intolerable potencia de la represión y de la máquina policial?
La teoría no es una letra de cambio que se puede cancelar en cualquier momento. Si ha fallado, hay que llenar sus lagunas o revisarla. Destaquemos las fuerzas sociales que han hecho nacer la contradicción entre la realidad soviética y el marxismo tradicional. En todo caso, no se puede errar en las tinieblas repitiendo las frases rituales, útiles tal vez para el prestigio de los jefes, pero que son una afrenta a la realidad viva. Lo veremos al instante gracias a un ejemplo convincente.
El presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo declaraba en enero de 1936 en el Ejecutivo que la economía nacional ha llegado a ser socialista (aplausos). Bajo este aspecto (?), hemos resuelto el problema de la liquidación de las clases (aplausos). Sin embargo, el pasado nos ha dejado “elementos fundamentalmente hostiles”, despojos de las clases dominantes en otro tiempo. Además, se encuentran los trabajadores de los ko1joces, entre los funcionarios del Estado, aun entre los obreros, “minúsculos especuladores” “dilapidadores de los bienes del Estad y de los koljoces” “divulgadores de chismes anti‑soviéticos” etc., etc. He aquí la necesidad de fortalecer todavía la dictadura. Contrariamente a lo que Engels esperaba, en vez de adormecerse, el Estado obrero debe estar cada vez más vigilante.
El
cuadro descrito por el jefe del Estado soviético sería de lo más tranquilizador
si no ocultase una mortal contradicción. El socialismo está instalado
definitivamente; "a este respecto" las clases están aniquiladas (si
lo son a este respecto, lo son bajo cualquier otro.) Sin duda, las escorias y los restos
del pasado turban aquí y allá la armonia social. Pero no se puede pensar que
gentes dispersas, privadas de poder y de propiedad, que sueñan con la
restauración del capitalismo, puedan derribar la sociedad sin clases, junto con
"minúsculos especuladores" (que no son ni siquiera especuladores a
secas). Parece que todo es para mejor. Una vez más entonces, ¿para qué en este
caso la dictadura de bronce de la burocracia?
Los soñadores reaccionarios
desaparecen poco a poco. Los soviets archidemocráticos se encargarían de los
"minúsculos especuladores" y de los "chismosos". "No
somos utópicos ‑replicaba Lenin en 1917 a los teóricos burgueses y
reformistas del Estado burocrático‑, no discutimos de ningún modo la
posibilidad ni la ineluctabilidad de excesos c metidos por "individuos" y también la necesidad de reprimir estos
excesos... Para este fin, no es necesaria una máquina especial de represión,
pues el pueblo armado bastará para ello, con la misma comodidad y facilidad con
que una muchedumbre culta separa a dos hombres que pelean, o impide que se
insulte a una mujer". Estas palabras parecen haber sido destinadas a
refutar las consideraciones de uno de los sucesores de Lenin. Se estudia a
Lenin en las escuelas de la URSS, Pero se ve que no se lo estudia en el Consejo
de Comisarios del Pueblo, pues de otro modo no se explicaría la decisión con
que Molotov emplea sin reflexión los argumentos contra los cuales Lenin dirigía
su acero. ¡Flagrante contradicción entre el fundador y los epígonos!. Mientras
que Lenin consideraba posible la liquidación de las clases explotadoras sin
aparato burocrático, Molotov no encuentra otra cosa mejor, para justificar después de la liquidación de las clases
el sofocamiento de toda iniciativa popular por la máquina burocrática, que
invocar los "restos" de las clases liquidadas.
Pero se hace tanto más difícil alimentarse de estos "restos" cuanto que, por confesión de autorizados representantes de la burocracia, los ayer enemigos de clase han sido asimilados con éxito por la sociedad sovietica. Postychev, uno de los secretarios del comité central, decía en abril de 1936 en el congreso de las juventudes comunistas: "Numerosos saboteadores se han arrepentido sinceramente... y han engrosado las filas del pueblo soviético en vista de los éxitos de la colectivización... los hijos de kulaks no deben responder por sus padres". Esto no es todo: "el kulak mismo sin duda ya no cree poder recobrar en la aldea su situación de explotador". ¡No sin razón el gobierno ha comenzado a abolir las restricciones legales que resultan de los orígenes sociales! Pero, si las afirmaciones de Postychev, aprobadas sin reservas por Molotov, tienen un sentido, no puede ser sino éste: la burocracia ha llegado a ser un monstruoso anacronismo y la imposición estatal no tiene objeto en la tierra de los soviets. Sin embargo, ni Molotov ni Postychev admiten esta conclusión rigurosamente lógica. Prefieren conservar el poder, aunque sea contradiciéndose.
En términos objetivos, la sociedad soviética actual no puede prescindir el Estado y, aun en cierta medida, de la burocracia. Y esta situacion es creada no por los restos miserables del pasado, sino por las poderosas tendencias del presente. El Estado soviético, considerado como un mecanismo de coerción, se justifica porque el período transitorio actual está todavía lleno de contradicciones sociales que en el dominio más familiar y más sensible para todo el mundo, el dominio del consumo, revisten un carácter extremadamente grave, amenazando a cada momento el dominio de la producción. No puede hablarse, pues, de la victoria ni definitiva ni asegurada del socialismo.
La autoridad burocrática tiene como base la pobreza en artículos de consumo y la lucha de todos contra todos que de allí resulta. Cuando el almacén tiene bastantes mercancías, los parroquianos pueden venir en cualquier momento. Cuando hay pocas mercancías, los compradores tienen que hacer cola. Cuando la cola se hace muy larga se impone la presencia de un agente de policía para mantener el orden. Tal es el punto de partida de la burocracia soviética. Ella "sabe" a quién dar y quién debe esperar.
El mejoramiento de la situación material y cultural debería, a primera vista, disminuir la necesidad de la caza al privilegio, reducir el dominio del “derecho burgués” y por eso mismo, hacer flaquear el baluarte de la burocracia, guardiana de estos derechos. Sin embargo, ocurre a la inversa: el crecimiento de las fuerzas productivas ha ido hasta aquí acompañado de un extremado desarrollo de todas las formas de la desigualdad y de los privilegios y también de la burocracia. Esto tampoco ha sucedido sin razón.
El régimen soviético tuvo incontestablemente en el primer período un caracter mucho más igualitario y menos burocrático que hoy. Pero su igualdad fue la de la miseria común. Los recursos del país eran tan restringidos que no permitían destacarse de las masas a círculos algo más privilegiados siquiera. El salario “igualitario”, suprimiendo el estímulo individual, llegó a ser un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas. La economía soviética debía salir en algo de su indigencia para que la acumulación de estas materias grasas que son los privilegios, se hiciese posible. El estado actual de la producción está todavía muy lejos de asegurar a todos lo necesario. Pero ya permite conceder ventajas importantes a la minoría y hacer de la desigualdad un aguijón para la mayoría. Tal es la razón primera por la cual el crecimiento de la producción ha reforzado hasta aquí los rasgos burgueses y no socialistas del Estado.
Esta razón no es la única. Al lado del factor económico que en la fase actual ordena recurrir a los métodos capitalistas de remuneración del trabajo, obra el factor político encarnado en la burocracia misma. Por su misma naturaleza, ésta crea y defiende los privilegios. Al principio surgió como el órgano burgués de la clase obrera. Al establecer y mantener los privilegios de la minoria, se deja, naturalmente, la mejor parte. El que distribuye los bienes no resulta nunca perjudicado. Así nace, como necesidad de la sociedad, un órgano que, sobrepasando con mucho su función social, llega a ser un factor autónomo y al mismo tiempo la fuente de grandes peligros para el organismo social.
La función del Termidor soviético comienza a precisarse ante nosotros. La pobreza y el estado inculto de las masas se materializan de nuevo bajo las amenazantes formas del jefe armado de un potente garrote. Expulsada y estigmatizada en otro tiempo, la burocracia, de sirviente, se ha hecho el ama de la sociedad. Al hacerlo, en tal grado se ha alejado social y moralmente de las masas que ya no puede admitir ningún control sobre sus actos ni sobre sus rentas.
El temor, mistico en un principio, de la burocracia, ante "minúsculos especuladores, agentes sin escrúpulos y alarmistas" tiene aquí su explicación natural. Como la economía soviética no está todavía en estado de satisfacer las necesidades elementales de la población, engendra a cada paso, tendencias a la especulación y al fraude. Por otra parte, los privilegios de la nueva aristocracia incitan a las masas a dar crédito a los “rumores antisoviéticos”, es decir, a toda crítica, aunque sea expresada en voz baja, contra las autoridades arbitrarias e insaciables. No se trata, pues, de fantasmas del pasado, ni de restos de lo que ya no existe, sino de nuevas y poderosas tendencias, siempre sin cesar renacientes, a la acumulación personal. El primer flujo de bienestar, bastante modesto, no ha debilitado sino que ha fortificado estas tendencias centrífugas, precisamente a causa de su misma debilidad.
Los no privilegiados han sentido, sin embargo, el deseo sordo de moderar sin contemplaciones los apetitos de los nuevos notables. La lucha social se agrava de nuevo. Tales son las fuentes del poder de la burocracia. También lo son de los peligros que amenazan este poder.