CAPÍTULO VIII

 

LA POLITICA EXTERIOR Y EL EJERCITO

 

De la revolución mundial al "statu quo"

 

La política exterior es siempre y en todas partes la continuación de la política interior, pues es la de la misma clase dominante y persigue los mismos fines. La degeneración de la casta dirigente de la URSS no podía dejar de corresponder a una modificación de los fines y de los métodos de la diplomacia soviética. La "teoría" del socialismo en un solo país, enunciada por primera vez durante el otoño de 1.924, expresaba el deseo de liberar a la política exterior de los Soviets del programa de la revolución internacional. La burocracia no quería, sin embargo, la ruptura de sus relaciones con la Internacional Comunista, porque ésta se habría transformado inevitablemente en una organización de la oposición internacional, con resultados desagradables para la URSS por la relación de las fuerzas. Por el contrarío, mientras se apartaba as del antiguo internacionalismo la política del Kremlin, los dirigentes se aferraban con mayor fuerza al timón de la III Internacional. Bajo su nombre antiguo, la I. Comunista debía servir para nuevos fines. Estos fines nuevos exigían hombres nuevos. A partir de 1923, la historia de la I.C. consiste en la renovación de su estado mayor moscovita y de los estados mayores de sus secciones nacionales por medio de revoluciones palaciegas, depuraciones ordenadas, exclusiones, etc. Actualmente la I. Comunista es un instrumento completamente dócil, dispuesto a seguir todos los zigzags de la política exterior soviética.

La burocracia no sólo ha roto con el pasado, sino que ha perdido la facultad de aprovechar sus lecciones capitales. Hay que recordar que el poder de los Soviets no se hubiese mantenido doce meses sin el apoyo inmediato del proletariado mundial, europeo sobre todo, y sin el movimiento revolucionario de los pueblos coloniales. El militarismo austro‑alemán no pudo llevar a fondo su ofensiva contra la Rusia de los Soviets porque sentía en su nuca el halo ardiente de la revolución. Las revoluciones de Alemania y Austria‑Hungría anularon al cabo de nueve meses el tratado de Brest‑Lítovsk. Los motines de la flota del Mar Negro en abril de 1919, obligaron al gobierno de la III República[1] a renunciar a extender las operaciones en el Sur del país soviético. El gobierno inglés, bajo la presión directa de los obreros británicos, evacuó el norte en septiembre de 1919. Después de la retirada de los ejércitos rojos frente a Varsovia, en 1920, fue sólo una fuerte oleada de protestas revolucionarias lo que impidió a la Entente venir en ayuda de Polonia para infligir a los Soviets una derrota decisiva. Las manos de Lord Curzon, cuando dirigió su ultimátum a Moscú en 1923, fueron atadas por la resistencia de las organizaciones obreras de Inglaterra. Estos episodios impresionantes no son aislados; caracterizan el primer período, el más difícil de la vida de los Soviets. Aunque la revolución no haya vencido sino en Rusia, las esperanzas fundadas en ella no fueron vanas.

Desde entonces el gobierno de los Soviets firmó diversos tratados con los Estados burgueses: el tratado de Brest‑Litovsk en marzo de 1918; el tratado con Estonia en febrero de 1920; el tratado de Riga con Polonia en octubre de 1920; el tratado de Rapallo con Alemania en abril de 1922, y otros acuerdos diplomáticos menos importantes. Sin embargo, nunca se le ocurrió al gobierno de Moscú ni a ninguno de sus miembros, presentar a sus colegas burgueses como “amigos de la paz”, ni mucho menos invitar a los partidos comunistas de Alemania, de Estonia o de Polonia a apoyar con sus votos a los gobiernos burgueses firmantes de estos tratados. Esta cuestión tiene una importancia decisiva para la educación revolucionaria de las masas. Los Soviets no podían dejar de firmar la paz de Brest‑Litovsk, así como unos huelguistas agotados no pueden rechazar las más duras condiciones patronales; pero la aprobación de este tratado por la socialdemocracia alemana, absteniéndose de votar, hipócritamente, fue fustigada por los bolcheviques por el apoyo que envolvía a la violencia y a la piratería. Aunque el tratado de Rapallo se concertó cuatro años más tarde sobre las bases de una igualdad formal entre las partes contratantes, el partido comunista alemán no habría podido expresar su confianza en la diplomacia de su país, sin haber sido excluido ipso facto de la Internacional. La idea matriz de la política exterior de los Soviets era que los acuerdos comerciales, diplomáticos y militares del Estado soviético con los imperialistas, acuerdos inevitables, no debían en ningún caso frenar o debilitar la acción del proletariado de los países capitalistas interesados, ya que la suerte del Estado obrero no podía asegurarse en definitiva sino por el desarrollo de la revolución mundial. Cuando Chicherin propuso, durante la preparación de la conferencia de Ginebra, para satisfacer a “la opinión pública” americana, hacer modificaciones "democráticas" a la Constitución soviética, Lenin insistió en una carta oficial el 23 de enero de 1922, en la necesidad de enviar a Chicherin sin tardanza a descansar a un sanatorio. Si alguien se hubiese permitido entonces proponer en pago de las buenas disposiciones del imperialismo, una adhesión ‑como por ejemplo, el pacto falso y vacío que es el acto Kellog[2]‑ o atenuar la acción de la 1. Comunista, Lenin habría propuesto el envío de este innovador a una casa de locos, y, seguramente, no habría encontrado objeción de parte del Buró Político.

Los dirigentes de esa época eran especialmente intratables en lo referente a las ilusiones pacifistas de toda clase: Sociedad de las Naciones, seguridad colectiva, arbitraje, desarme, etc., pues no veían en ellas más que los medios para adormecer la vigilancia de las masas obreras y sorprenderlas mejor en el momento en que estallara la nueva guerra. El programa del partido, elaborado por Lenin y adoptado por el Congreso de 1919, contiene el pasaje siguiente sobre la materia, desprovisto de todo equívoco: "La presión creciente del proletariado y sobre todo sus victorias en ciertos países, aumentan la resistencia de los explotadores y les llevan a nuevas formas de asociaciones capitalistas internacionales [ la S.D.N., etc.] que organizando a escala mundial la explotación sistemática de los pueblos del globo, buscan ante todo reprimir el movimiento revolucionario de los proletarios de todos los países‑ Todo esto acarrea inevitablemente guerras civiles en el seno de diversos Estados, que coinciden con las guerras revolucionarias de los países proletarios que se defienden y de los pueblos  oprimidos, sublevados contra las potencias imperialistas. En estas condiciones, los lemas del pacifismo, tales como desarme internacional en el régimen capitalista, los tribunales de arbitraje, etc., no sólo reflejan el utopismo reaccionario sino que constituyen un engaño manifiesto con respecto a los trabajadores, tendiente a desarmarlos y apartarlos de la tarea de desarmar a los explotadores".

Estas líneas del programa bolchevique formulan por anticipado un juicio implacable sobre la política exterior de la URSS hoy en día, sobre la política de la I. Comunista y la de todos sus "amigos" pacifistas de todas partes del mundo...

Después del período de intervención y bloqueo, la presión económica y militar del mundo capitalista sobre la Unión Soviética fue, en verdad mucho menos fuerte de lo que era de temer. Europa vivía todavía bajo el signo de la pasada guerra y no bajo el de la próxima. A continuación sobrevino una crisis económica mundial de extrema gravedad, que sumergió en la postración a las clases dirigentes del mundo entero. Esta situación permitió a la URSS soportar impunemente la prueba del primer plan quinquenal, con el país de nuevo presa de la guerra civil, el hambre y las epidemias. Los primeros años del segundo plan quinquenal que producen una mejoría evidente de la situación interior, coinciden con el comienzo de una atenuación de la crisis en los países capitalistas, con un flujo de esperanzas, de codicias, de impaciencias y, en fin, con la vuelta de los armamentos.

El peligro de una agresión combinada contra la URSS en nuestra opinión reviste importancia porque el país de los Soviets aún está aislado; porque la "sexta parte del mundo" es en gran parte de sus territorios el reino de la barbarie primitiva; porque el rendimiento del trabajo es allí todavía, a pesar de la nacionalización de los medios de producción, mucho más bajo que en los países capitalistas; en fin, porque ‑y éste es actualmente el hecho capital‑ los principales contingentes del proletariado mundial están derrotados y carecen de confianza y de dirección. La Revolución de Octubre, que sus jefes consideraban como el principio de la revolución mundial, pero que por la fuerza de las cosas ha resultado temporalmente un factor en sí, revela en esta fase nueva de la historia cuán profundamente depende del desarrollo internacional. Se hace de nuevo evidente que el problema histórico de quién saldrá adelante, no puede ser resuelto dentro de los límites nacionales, que los éxitos o los fracasos del interior no hacen sino preparar las condiciones más o menos favorables de una solución internacional del problema.

La burocracia soviética, reconozcámoslo, ha adquirido una vasta experiencia en el manejo de las masas humanas; ya se trate de adormecerlas, dividirlas, debilitarlas o simplemente de engañarlas para ejercer sobre ellas un poder absoluto. Por esta misma razón ha perdido toda posibilidad de darles una educación revolucionaria. Ahogando la espontaneidad y la iniciativa de las masas populares en su propio país, no puede suscitar en el mundo el pensamiento crítico y la audacia revolucionaria. Por otra parte, ella aprecia mucho más la ayuda y amistad de los radicales burgueses, de los parlamentarios reformistas, de los burócratas sindicales de Occidente que la de los obreros separados de ella por un abismo. No es el momento de hacer la historia de la decadencia y de la degeneración de la III Internacional, materia a la cual el autor ha consagrado varios estudios especiales traducidos a casi todas las lenguas. El hecho es que, en su calidad de dirigente de la Internacional Comunista, la burocracia soviética, ignorante e irresponsable, conservadora e imbuida de un estrecho nacionalismo, no ha aportado sino calamidades al movimiento obrero mundial. Por una especie de rescate histórico, la situación internacional de la URSS en el momento actual está mucho menos determinada por los éxitos de la edificación socialista en un solo país que por las derrotas del proletariado mundial. Basta recordar que la catástrofe de la revolución China en 1925-27 que dio alas al militarismo japonés en el Extremo Oriente, y la debacle del proletariado alemán que condujo al triunfo a Hitler y al frenesí de armamentos del III Reich, son en una misma medida los frutos de la política de la Internacional Comunista.

Traicionando a la revolución mundial, pero sintiéndose traicionada por ella, la burocracia termidoriana persigue como principal objetivo “neutralizar” a la burguesía. Con este fin aparenta una moderación y solidez de verdadera guardiana del orden. Pero a la larga, para parecerlo, hay que llegar a serlo. La evolución orgánica de los medios dirigentes lo ha logrado. Retrocediendo así, poco a poco, ante las consecuencias de sus propias faltas, la burocracia termina por concebir, para afianzar la seguridad de la URSS, la integración de ésta en el sistema de statu quo de Europa occidental. ¿Qué mejor que un pacto perpetuo de no agresión entre el socialismo y el capitalismo? La fórmula actual de la política exterior soviética, divulgada ampliamente por su diplomacia a la cual le está permitido hablar el lenguaje convencional de la carrera, y también por la I. Comunista, dice: “No queremos una pulgada del territorio extranjero, pero tampoco cedemos una pulgada del nuestro”. ¡Como si se tratase de simples conflictos territoriales y no de la lucha mundial de dos sistemas irreconciliables!

Cuando la URSS creyó conveniente ceder al Japón el ferrocarril de China oriental, este acto de debilidad preparado por la derrota de la revolución china fue alabado como una manifestación de fuerza y confianza al servicio de la paz. En realidad, al entregar al enemigo una vía estratégica de suma importancia, el gobierno soviético facilitaba al Japón, sus conquistas ulteriores en el norte de China y sus atentados contra Mongolia. Ese sacrificio obligado no equivalía a neutralizar el peligro, sino a producir una breve tregua, y en cambio excitaba todos los apetitos de la camarilla militar de Tokio.

El problema de Mongolia equivale al de las posiciones estratégicas avanzadas del Japón en la guerra contra la URSS. El gobierno soviético ha tenido que declarar esta vez que respondería a la invasión de Mongolia con la guerra. Ahora bien, aquí no se trata de la defensa de "nuestro territorio": Mongolia es un Estado independiente. Parecía que la defensa pasiva de las fronteras soviéticas era suficiente cuando nadie las amenazaba seriamente. La verdadera defensa de la URSS consiste en debilitar las posiciones del imperialismo y en fortalecer las posiciones del proletariado y de los pueblos coloniales en el mundo entero. Una relación desventajosa entre las fuerzas puede llevarnos a ceder muchas pulgadas de territorio, como sucedió con la paz de Brest-Litovsk, después al firmarse la paz de Riga y cuando la concesión del ferrocarril de China Oriental. La lucha por la modificación favorable de la relación entre las fuerzas mundiales, impone al Estado obrero el deber constante de ayudar a los movimientos emancipadores de los otros países, tarea esencial que es justamente inconciliable con la política conservadora del statu quo.

 

 

La Sociedad de las Naciones y la Internacional Comunista

 

Gracias a la victoria del nacional‑socialismo, el acercamiento con Francia, transformado pronto en convenio militar, asegura a ésta, guardiana del statu quo, muchas más ventajas que a la URSS. Según el pacto el apoyo militar de la URSS a Francia es sin condiciones; al contrario, el apoyo de Francia a la URSS está condicionado por el consentimiento previo de Inglaterra y de Italia, lo que abre un campo ilimitado a las maquinaciones contra la URSS. Los acontecimientos han demostrado, con ocasión de la entrada de las tropas hitlerianas a la zona renana, que Moscú habría podido obtener de Francia, con un poco más de firmeza, garantías mucho más serias, si es que los tratados pueden constituir garantías en esta época de bruscos cambios, permanentes crisis diplomáticas, acercamientos y rupturas. Pero no es la primera vez que la diplomacia soviética se muestra más firme en su lucha contra los obreros de su propio país que en las negociaciones con los diplomáticos burgueses.

El argumento según el cual el socorro de la URSS a Francia sería poco efectivo por la carencia de una frontera común entre la URSS y el Reich, no se puede tomar en serio. En caso de una agresión alemana contra la URSS, el agresor sabrá encontrar la frontera indispensable. En caso de agresión alemana a Austria, Checoslovaquia o Francia, Polonia no podrá seguir neutral un solo día; si cumple con sus obligaciones de aliada de Francia abrirá inmediatamente sus fronteras al ejército rojo; si, por el contrario, rompe su tratado de alianza, pasa a ser auxiliar de Alemania y la URSS, encontrará sin trabajo la frontera común. Las “fronteras” marítimas y aéreas desempeñarán, además, en la guerra futura un papel no menor que las fronteras terrestres.

La entrada de la URSS en la Sociedad de las Naciones, presentada al país, con una propaganda digna de Goebbels, como el triunfo del socialismo y el resultado de la "presión" del proletariado mundial, se hizo aceptable para la burguesía sólo a causa de la poquísima importancia del peligro revolucionario, y no ha sido una victoria de la URSS, sino una capitulación de la burocracia termidoriana ante la institución de Ginebra, que según el propio programa bolchevique "consagra sus esfuerzos inmediatos a reprimir los movimientos revolucionarios". ¿Qué es lo que ha cambiado entonces desde el día en que se adoptó la carta del bolchevismo? ¿El carácter de la S.D.N.? ¿La función del pacifismo en la sociedad capitalista? ¿O la política soviética? Plantear el problema es resolverlo.

Pronto demostró la experiencia que la participación en la Sociedad de las Naciones no añadía nada a las ventajas prácticas que podían obtenerse por convenios separados con los Estados burgueses, pero imponía en cambio restricciones y obligaciones minuciosamente observadas por la URSS en interés de su prestigio conservador de fecha reciente. La necesidad de adaptar su política a la de Francia y sus aliados ha impuesto a la URSS una actitud de las más equivocas en el conflicto, ítalo-abisinio. Mientras Litvinov, que parecía la sombra de Laval en Ginebra, expresaba su gratitud a los diplomáticos franceses e ingleses por sus esfuerzos “en favor de la paz”, tan felizmente coronados por la conquista de Etiopía, el petróleo del Cáucaso seguía abasteciendo a la flota italiana. Puede comprenderse que el gobierno de Moscú, haya evitado romper abiertamente un contrato comercial; pero los sindicatos soviéticos no tenían por qué tener en cuenta las obligaciones del Comisariado del Comercio Exterior. De hecho, el cese de la  exportación de petróleo soviético a Italia, por decisión de los sindicatos soviéticos, habría sido el punto de partida de un movimiento internacional de boicot mucho más eficaz que las pérfidas "sanciones" cal­culadas de antemano por los diplomáticos y los juristas de acuerdo con Mussolini. Y si los sindicatos soviéticos que en 1926 recogían abiertamente fondos por millones de rublos para sostener la huelga de los mineros británicos, no hicieron absolutamente nada esta vez, fue porque la burocracia dirigente les prohibió toda iniciativa de esta clase, principalmente por complacer a Francia. Pero en la próxima guerra, ninguna alianza militar compensará a la URSS la confianza perdida por los pueblos coloniales y de las masas trabajadoras en general.

¿Es posible que no se den cuenta de esto en el Kremlin? "El móvil esencial del fascismo alemán" - nos responde el órgano oficioso de Moscú - era aislar a la URSS ... ¿Y bien? La URSS tiene hoy en el mundo más amigos que nunca (Izvestia, 17 IX. 35). El proletariado italiano está bajo la bota fascista; la revolución china está vencida; el proletariado alemán está tan profundamente deshecho, que los plebiscitos hitlerianos no encuentran resistencia de su parte; el proletariado de Austria, atado de pies y manos; los partidos revolucionarios de los Balcanes, fuera de la ley; en Francia y en España los obreros van a remolque de la burguesía radical. ¡Pero el gobierno de los Soviets tiene desde su ingreso a la Sociedad de las Naciones, “más amigos que nunca en el mundo” Esta presunción, a primera vista fantástica, tiene su significado, refiriéndola no al Estado obrero, sino a sus dirigentes. Pues, precisamente, son las crueles derrotas del proletariado, mundial las que han permitido a la burocracia soviética usurpar el poder en su propio país y obtener más o menos los favores de la "opinión pública" de los países capitalistas. Mientras menos capaz es la Internacional Comunista de amenazar los reductos del capital, más solvente aparece el gobierno del Kremlin ante los ojos de los burgueses franceses, checoslovacos o cualesquiera otros. La fuerza de la burocracia en el interior y en el exterior, está así en proporción inversa de la fuerza de la URSS como Estado socialista y base de la revolución proletaria. Pero esto sólo es el anverso de la medalla; hay todavía un reverso.

Lloyd George, cuyos cambios y actitudes sensacionales iluminan relámpagos de perspicacia, prevenía a la Cámara de los Comunes en noviembre de 1934 contra una condena de la Alemania fascista que estaba llamada a ser el baluarte más seguro de Europa frente al comunismo. "Un día la saludaremos como a una amiga". ¡Qué palabras más significativas! Los elogios semiprotectores y semi‑irónicos discernidos por la burguesía mundial al Kremlin no garantizan en forma alguna la paz ni aun una atenuación del peligro de guerra. La evolución de la burocracia soviética interesa en último término a la burguesía mundial bajo el ángulo de la modificación de las formas de propiedad. Napoleón I, después de romper con las tradiciones jacobinas, de coronarse y restaurar la religión católica, siguió siendo un motivo de odio para toda la Europa semifeudal, porque seguía defendiendo la propiedad surgida de la revolución. Mientras el monopolio de comercio exterior no sea abolido, mientras no se restablezcan los derechos del capital, a pesar de todos los méritos de sus gobernantes, la URSS continúa siendo para la burguesía del mundo entero un enemigo irreconciliable y el nacional-socialismo alemán, un amigo, si no de hoy, por lo menos de mañana, para esa misma burguesía. Durante las negociaciones entre Barthou, Laval y Moscú, la gran burguesía francesa se negaba obstinadamente a jugar la carta soviética, a pesar de la gravedad del peligro hitleriano y de la brusca conversión del partido comunista francés al patriotismo. Después de la firma del pacto franco-soviético, Laval fue acusado por la izquierda de haber buscado en realidad un acercamiento con Berlín y Roma, evocando en Berlín el fantasma de Moscú. Apreciaciones tal vez algo anticipadas, pero que no están en contradicción con el curso normal de los acontecimientos.

Aparte de la opinión que se tenga sobre las ventajas o inconvenientes del pacto franco-soviético, ningún político revolucionario serio discutiría al Estado soviético el derecho de buscar un apoyo supletorio en los convenios pasajeros con este o aquel imperialismo. Lo que importa es indicar a las masas con franqueza y claridad cuál es el significado de un acuerdo táctico parcial de este género en el sistema de conjunto de las fuerzas históricas. Para aprovecharse del antagonismo entre Francia y Alemania no hay ninguna necesidad de idealizar al aliado burgués o la combinación imperialista encubierta por el camuflaje de la S.D.N. La diplomacia soviética entre tanto, seguida de la III Internacional, transforma sistemáticamente los aliados episódicos de Moscú en "amigos de la paz", engaña a los obreros hablándoles de “seguridad colectiva" y de "desarme" y se convierte en una filial política del imperialismo en el seno de las masas obreras.

La entrevista memorable hecha por Roy Howard, presidente de la Scripps-Howard Newspapers, a Stalin, el V de marzo de 1935, constituye un documento inapreciable que caracteriza la ceguera burocrática respecto a los grandes problemas de la política mundial y la hipocresía de as relaciones entre los jefes de la URSS y el movimiento obrero m dial. A la pregunta: ¿Es inevitable la guerra? Stalin responde: “Considero que las posiciones de los amigos de la paz se consolidan: pueden trabajar a la luz del día, están sostenidos por la opinibn pública, y di, onen de medios tales como la Sociedad de las Naciones”. En estas palabras no hay el menor sentido de la realidad. Los Estados burgueses no se dividen en "amigos" y "enemigos" de la paz, por cuanto la “paz” en sí no existe. Cada país imperialista está interesado en mantener su paz y con tanta mayor fuerza cuanto más le pesa esta paz a sus adversarios. La fórmula común a Stalin, Baldwin, León Blum y otros más, “La paz estaría asegurada si todos los Estados se agruparan en la S.D.N. para defenderla” significa sólo que la paz estaría asegurada si no hubiera razón para turbarla. La idea es justa, sin duda, pero poco sustancial. Las grandes potencias que se quedan al margen de la S.D.N. aprecian visiblemente más su libertad de movimientos que la abstracción "paz". ¿Por qué necesitan su libertad de movimientos? lo revelarán cuando llegue el momento. Los Estados que se retiran de la S.D.N. como Japón y Alemania, no se "apartan" momentáneamente; como Italia, tienen razones suficientes. Su ruptura con la S.D.N. no hace sino modificar la forma diplomática de los antagonismos existentes sin llegar al fondo y sin tocar la esencia misma de la S.D.N., y aquellos que juran fidelidad inquebrantable a la S.D.N. piensan sacar partido de ésta para mantener su paz. Pero nunca están de acuerdo. Inglaterra está dispuesta a sacrificar los intereses de Francia en Europa o en Africa para prolongar la paz. Francia está dispuesta a sacrificar la seguridad de las comunicaciones del Imperio Británico para obtener el apoyo de Italia. Sin embargo, para defender sus propios intereses cada potencia está pronta a recurrir a la guerra, a una que será, naturalmente, la más justa de las guerras. Por último, los pequeños Estados, que a falta de algo mejor, buscan protección bajo la égida de la S.D.N., se encontrarán al fin no del lado de la paz, sino del grupo más fuerte en la guerra.

La Sociedad de las Naciones defiende el statu quo; lo que no significa. la organización de la paz, sino de la violencia imperialista de la minoría sobre la inmensa mayoría de la humanidad. Este "orden" no puede mantenerse sino por guerras incesantes grandes o pequeñas, hoy en las colonias, mañana entre las metrópolis. La fidelidad imperialista al status quo no tiene más que un carácter temporal convencional y limitado. Italia se pronunciaba ayer por el status quo, en Europa, pero no en África; cuál será mañana su política en Europa, nadie lo sabe. La modificación de las fronteras en África tiene ya repercusión en Europa. Hitler se permitió hacer entrar sus tropas en la zona renana sólo porque Mussolini invadió Etiopía. Sería equivocado contar a Italia entre los "amigos" de la paz. Sin embargo, a Francia le atrae más la amistad italiana que la amistad soviética. Inglaterra, por su parte, busca la amistad de Alemania. Los grupos cambian, los apetitos subsisten. La tarea de los partidarios del status quo, consiste en realidad en encontrar en la Sociedad de las Naciones la combinación de fuerzas más favorable y el camuflaje más cómodo para la preparación de la próxima guerra. Quién la comenzará y cuándo, depende de circunstancias secundarias, y alguien tendrá que hacerlo, ya que el status quo no es sino un gran polvorín.

El programa del "desarme" no es sino una ficción de lo más nefasta mientras subsisten los antagonismos imperialistas; aún garantizado por tratados, no sería un impedimento para la guerra. Los imperialistas no hacen la guerra porque tengan armas; por el contrario, las fabrican cuando tienen necesidad de hacer la guerra. La técnica moderna crea la posibilidad de un rearme muy rápido. Todas las convenciones de desarme o de limitación de armamentos no impedirán a las fábricas de guerra, a los laboratorios y a las industrias capitalistas en conjunto, conserven su potencialidad. Alemania desarmada bajo el control atento de sus vencedores [única forma real de "desarme", sea dicho de paso] vuelve, gracias a su potente industria, a ser la ciudadela del militarismo europeo. A su vez se prepara para "desarmar" a algunos de sus vecinos. La idea del “desarme progresivo” se reduce a una tentativa de reducir en tiempo de paz los gastos militares exagerados; se trata de la bolsa y no del amor a la paz. ¡Otra idea irrealizable! A causa de la diferencia de situación geográfica, de potencia económica y de saturación colonial, toda norma de desarme arrastraría una modificación del equilibrio de las fuerzas en favor de unos y detrimento de otros. De ahí la esterilidad de las tentativas ginebrinas. En cerca de veinte años, las negociaciones y las conversaciones sobre desarme han traído sólo una  rivalidad nueva sobre armamentos que deja atrás todo lo que hasta ahora se había visto. Fundar la política revolucionaria del proletariado sobre el programa del desarme ya no es edificarla sobre arena sino sobre la humareda del militarismo.

El retroceso de la lucha de clases en interés de la guerra imperialista no se puede asegurar sino con el concurso de los líderes de las organizaciones obreras. Los lemas que permitieron en 1914 realizar esta tarea: la “última guerra”, “la guerra contra el militarismo prusiano”, “la guerra de la democracia” se ven desprestigiados a través de veinte años de historia. Ahora lo reemplazan “la seguridad colectiva” y “el desarme general”. Con el pretexto de sostener a la S.D.N., los líderes de las organizaciones obreras de Europa preparan una reedición de la unión sagrada, no menos necesaria para la guerra que los tanques, la aviación y los gases asfixiantes "prohibidos".

La III Internacional nació de una indignada protesta contra el social-patriotismo. Pero el contenido revolucionario que le había insuflado la Revolución de Octubre se deshizo hace tiempo. La Internacional Comunista se coloca ahora bajo el signo de la S.D.N., como la II Inter nacional, pero con una provisión más fresca de cinismo. Cuando el socialista inglés Stafford Cripps, llama a la S.D.N. una sociedad internacional de bandoleros, en lo que no es muy cortés, sin que carezca de verdad, el Times pregunta irónicamente: "¿Cómo explicarse en este caso la adhesión de la URSS a la S.D.N.?" La respuesta no es fácil. La burocracia moscovita aporta un concurso poderoso al social-patriotismo, al que laRevolución de Octubre asestó un terrible golpe.

Roy Howard trata de obtener una explicación sobre este asunto. “¿Qué hay,- le pregunta a Stalin - de vuestros planes y de vuestras intenciones sobre la revolución mundial?" ‑ "Nunca hemos tenido semejantes propósitos"  ‑Pero, sin embargo ...‑“Es el fruto de un malentendido”. – “¿Un malentendido trágico?” ‑ "No, cómico, o más bien tragicómico". Citamos textualmente. "¿Qué peligro [continúa Stalin] pueden ver los Estados vecinos en las ideas de los ciudadanos soviéticos si estos Estados se sienten bien firmes?" El entrevistador habría podido preguntar: ¿Y si no se encuentran bien firmes? Stalin agrega otro argumento tranquilizador: "La exportación de las revoluciones es puro cuento. Cada país puede hacer su revolución si lo quiere, pero si no lo quiere no habrá revoluciones. Así nuestro país ha querido hacer una revolución y ha hecho...". Citamos textualmente. De la teoría de socialismo en un solo país, es natural la transición a la teoría de la revolución en un solo país. Pero ¿por qué existe la Internacional, entonces?, habría podido preguntar el entrevistador, si no hubiera sabido cuáles eran los límites de la curiosidad legítima. Las tranquilizadoras explicaciones de Stalin, leídas tanto por obreros como por capitalistas, están llenas de lagunas. Antes que "nuestro país" quisiera hacer la revolución, habíamos importado de otros países las ideas marxistas y habíamos aprovechado la experiencia del prójimo ... Durante decenas de años hemos tenido una emigración revolucionaria que dirigía la lucha en Rusia. Hemos sido moral y materialmente sostenidos por las organizaciones obreras de Europa y Estados Unidos. Después de nuestra victoria, en 1919, hemos organizado la Internacional Comunista. Varias veces hemos proclamado el deber moral del proletariado victorioso de ayudar a las clases oprimidas y rebeldes, y no sólo en el terreno de las ideas sino también con las armas en la mano, si es posible. No nos ha bastado declararlo. Hemos sostenido por la fuerza de las armas a los obreros de Finlandia, de Letonia, de Estonia, de Georgia. Haciendo marchar sobre Varsovia los ejércitos rojos, hemos tratado de dar al proletariado polaco la ocasión de sublevarse. Hemos enviado organizadores e instructores militares a los revolucionarios chinos. En 1926. hemos reunido millones de rublos para los huelguistas ingleses. Resulta ahora que no eran sino malentendidos. ¿Trágicos? No, cómicos. Stalin ha tenido razón al decir que “la vida se ha vuelto alegre” en la URSS: la Internacional Comunista misma se ha vuelto, de persona seria, en una persona cómica.

Stalin habría sido más convincente si en lugar de calumniar al pasado , hubiese sostenido claramente que la política termidoriana está en posición a la de Octubre. "A los ojos de Lenin (habría podido decir), la Sociedad de las Naciones estaba destinada a preparar nuevas guerras imperialistas. Nosotros vemos en ella el instrumento de la paz. Lenin consideraba a las guerras revolucionarias como inevitables. Nosotros consideramos que la exportación de revoluciones es una broma. Lenin fustigaba como una traición la afianza del proletariado con la burguesía imperialista. Nosotros empujamos al proletariado internacional a esta afianza. Lenin se burlaba del lema del desarme bajo el régimen capitalista, porque veía en él un engaño a los trabajadores. Nosotros construimos toda nuestra política sobre este lema. Y vuestro malentendido tragicómico (podría terminar Stalin) consiste en tomarnos por los continuadores del bolchevismo cuando somos sus sepultureros

 

 

El Ejército rojo y su doctrina

 

El soldado ruso de antaño, formado en las condiciones patriarcales de la "paz" aldeana, se distinguía sobre todo por su espíritu ciegamente gregario. Sovorov, generalísimo de los ejércitos rusos de Catalina II y de Pablo I, fue el jefe indiscutible de los ejércitos de siervos. La gran revolución francesa liquidó para siempre el arte militar de la vieja Europa y de la Rusia de los zares. El Imperio aumentó más tarde la historia de sus grandes conquistas, pero ya no hubo victorias sobre los ejércitos de los países civilizados. Fueron necesarias las derrotas en el exterior y las convulsiones internas para refundir el carácter nacional de lo ejércitos rusos. El ejército rojo no podía nacer sino sobre una base social y psicológica nueva: la pasividad, el espíritu gregario y la sumisión, cedieron el puesto en las jóvenes generaciones, a la audacia y al culto de la técnica. Junto con el despertar del individuo se mejoraba el estándar cultural. Los reclutas iletrados disminuían constantemente; del ejército rojo no sale un hombre que no sepa leer y escribir. Allí se practican y se divulgan con entusiasmo todos los deportes. La insignia de buen tirador se ha hecho popular entre los empleados, los obreros y los estudiantes. En el invierno el esquí procura a las unidades de tropa una movilidad desconocida anteriormente. Notables resultados se han obtenido en el paracaidismo, en el vuelo sin motor, en la aviación. Las hazañas de la aviación en el Artico y en la estratosfera están presentes en todos los espíritus. Estas costumbres indican toda una cadena de conquistas.

No es necesario ensalzar la organización del ejército rojo o de sus operaciones durante la guerra civil. Esos años fueron los del gran bautismo para los jóvenes cuadros. Simples soldados del ejército imperial, suboficiales, subtenientes, se revelaron como organizadores y capitanes; su Y su voluntad se templaba en la gran lucha. Estos autodidactas fueron a menudo vencidos, pero terminaron por vencer. Los mejores se dedicaron con aplicación al estudio. De los jefes militares de hoy, todos pasaron por la escuela de la guerra civil y la mayoría han terminado sus estudios en la academia militar o han seguido cursos especiales de perfeccionamiento. Cerca de la mitad de los oficiales superiores han recibido una instrucción militar adecuada, los otros tienen una instrucción mediana. La teoría les ha dado la disciplina indispensable del pensamiento, sin matar la audacia estimulada por las operaciones dramáticas de la guerra civil. Esta generación tiene ahora entre cuarenta y cincuenta años, la edad del equilibrio de las fuerzas físicas y morales, en la que la iniciativa audaz se apoya en la experiencia sin que ésta la retenga.

El partido, las juventudes comunistas, los sindicatos, aparte de la forma cómo realizan su misión socialista, forman innumerables cuadros de administradores acostumbrados a manejar las masas humanas y las masas de mercancías y a identificarse con el Estado: tales son las reservas naturales de los cuadros del ejército. La preparación de la juventud para el servicio militar constituye otra reserva. Los estudiantes forman batallones escolares susceptibles, en caso de movilización, de convertirse en escuelas de aspirantes. Para darse cuenta de la importancia de estos recursos, basta anotar que el número de estudiantes salidos de las escuelas superiores alcanza, en este momento, a 20.000 por año, que el número total sobrepasa el medio millón y que los alumnos del conjunto de establecimientos de enseñanza se acercan a veintiocho millones.

En el dominio de la economía y sobre todo de la industria, la revolución social aseguró ventajas para la defensa del país en las cuales la antigua Rusia no podía pensar. Los métodos del plan significan en realidad la movilización de la industria y permiten tener en cuenta la defensa en la construcción y equipo de nuevas empresas. Se puede considerar la relación entre la fuerza viva y la fuerza técnica del ejército rojo como al nivel de los ejércitos más avanzados de Occidente. La renovación del material de artillería se ha realizado con un éxito decisivo durante el primer período quinquenal. Se han consagrado sumas enormes a la construcción de autos blindados y camiones, de tanques y aviones. El país tiene cerca de medio millón de tractores y deben fabricarse 60.000 en 1936, con una fuerza global de 8,5 millones de caballos de vapor. La construcción de carros de asalto prosigue paralelamente. Los cálculos son de treinta, a cuarenta y cinco carros por kilómetro de frente activo en caso de movilización.

Después de la gran guerra, la flota estaba reducida de 548.000 toneladas en 1917 a 82.000 toneladas en 1928. Había que comenzar por el principio. En enero de 1936, Tujatchevski declaraba en el Ejecutivo: “Tratamos de crear una flota potente y nuestros primeros esfuerzos los hemos dedicado a los submarinos”. Hay que admitir que el almirantazgo japonés está bien informado de los éxitos obtenidos en esta materia. El Báltico es también motivo de análoga preocupación. Y sin embargo, en los años venideros, la flota de alta mar no desempeñará sino un rol auxiliar en la defensa de las fronteras navales.

Por el contrario, la flota aérea ha tomado un gran desarrollo. Hace más de dos años que una delegación de técnicos franceses de aviación manifestaba en la prensa, a este respecto, “su asombro y su admiración” y había constatado al mismo tiempo que el ejército rojo construye un número creciente de aviones pesados de bombardeo cuyo radio de acción es de 1.200 a 1.500 kilómetros. En el caso de un conflicto en Extremo Oriente, los centros políticos y económicos del Japón estarían expuestos a los ataques de la aviación de la región marítima de Vladivostok. Las informaciones suministradas a la prensa hacen saber que el plan quinquenal preveía la formación de sesenta y dos regimientos de aviación susceptibles de poner en fila cinco mil aparatos (para 1935). No hay duda de que en este aspecto el plan fue ejecutado y probablemente superado.

La aviación está ligada indisolublemente a un sector de la industria que no existía antes en Rusia y que ha hecho grandes progresos en los últimos tiempos: la química. No es un secreto que el gobierno soviético, como por lo demás todos los gobiernos, no ha creído un solo instante en las "prohibiciones" repetidas de la guerra de gases. La obra e los civilizadores italianos en Abisinia ha mostrado lo que valen las limitaciones humanitarias del bandolerismo internacional. Hay que pensar que el ejército rojo está precavido contra las sorpresas catastróficas de la guerra química o bacteriológica ‑las regiones más misteriosas y aterrorizantes de los armamentos‑, al mismo grado que los ejércitos de Occidente.

La calidad de los productos de la industria de guerra inspira justas duda. Recordemos, a este respecto, que los medios de producción son de mejor calidad en la URSS que los artículos de consumo. Cuando los pedidos son hechos por los grupos influyentes de la misma burocracia dirigente, la calidad de la producción se eleva notablemente sobre su nivel ordinario, que es muy bajo. Los servicios de guerra son los clientes más influyentes de la industria. Por lo tanto, no debe extrañar que los aparatos de destrucción sean de una calidad superior a los artículos de consumo y aun a los medios de producción; pero como la industria de guerra forma parte de la industria en general, refleja aunque en menor grado todos los defectos de ésta. Vorochiloy y Tujatchevski no pierden la ocasión de recordar públicamente a los administradores que "no estamos siempre satisfechos de la calidad de la producción que suministráis al ejército rojo". Podemos suponer que entre los dirigentes de la defensa se habla con más claridad. Por regla general, los suministros de intendencia son inferiores en calidad a los del armamento y las municiones. Las botas no son tan buenas como las ametralladoras. El motor de aviación, a pesar de los grandes progresos realizados, está todavía atrasado con relación a los mejores modelos del Occidente. El antiguo objetivo de acercarse lo más posible al nivel alcanzado por el enemigo futuro subsiste en cuanto la técnica de la guerra.

Frecuentemente se repite en Moscú que por haber sobrepasado la renta de la industria a la de la agricultura, la preponderancia ha pasado en la URSS, de ésta a aquélla. En verdad, la nueva proporción de las rentas está determinada menos por el crecimiento de la industria, por importante que sea, que por el nivel bajo en extremo de la agricultura. La actitud demasiado conciliadora de que ha dado pruebas la diplomacia soviética con respecto al Japón, durante años, se debe, entre otras causas, a las graves dificultades de abastecimiento. Los tres últimos años han traído, sin embargo, un mejoramiento efectivo que permite crear bases serias de aprovisionamiento para la defensa del Extremo Oriente.

Por paradójico que parezca, los caballos marcan el punto más vulnerable del ejército. La colectivización total ha provocado la pérdida de cerca del 55% de los caballos; en tanto que el ejército actual, a pesar de la motorización, necesita de un caballo por cada tres soldados, como en tiempos de Napoleón. Un cambio favorable se anotó el año pasado, debido al aumento del ganado caballar. En todo caso, aun estallando la guerra dentro de pocos meses, un país de 170 millones de habitantes tiene la posibilidad de movilizar los recursos y los caballos necesarios para el frente, claro está que en detrimento de la masa de la población. Pero en caso de guerra, las masas populares de todos los países, no pueden esperar otra cosa que el hambre, los gases y las epidemias.

La gran revolución francesa creó su ejército por la amalgama de las tropas de línea del ejército real con las nuevas formaciones. La Revolución de Octubre liquidó completamente el ejército del antiguo régimen. El ejército rojo fue una creación nueva, comenzando por la base. Nacido a un mismo tiempo que el régimen soviético, compartió todas sus vicisitudes. Su enorme superioridad sobre el ejército del zar, la debió exclusivamente a la profunda transformación social; así, pues, no ha podido librarse de la degeneración del régimen, antes bien, la expresa en forma acabada. Antes de que tratemos de determinar el posible rol del ejército rojo en el próximo cataclismo, es preciso que nos detengamos un momento en la evolución de sus ideas matrices y de su estructura.

El decreto del Consejo de Comisarios del Pueblo, del 12 de enero de 1918, que creó un ejército regular, fijaba su objetivo en estos términos: “El paso del poder a las clases laboriosas y explotadas hace necesario un ejército nuevo que será el baluarte del poder de los soviets... y el apoyo de la próxima revolución socialista de Europa". Al repetir el 19 de Mayo el "juramento socialista"' cuyo texto se ha mantenido por el momento desde 1918, los jóvenes soldados rojos se comprometen ante la clase trabajadora de Rusia y del mundo "a combatir por el socialismo y la fraternidad de los pueblos sin ahorrar sus fuerzas ni su vida". Cuando Stalin dice hoy día que el internacionalismo de la revolución es un "malentendido cómico" no respeta los decretos fundamentales del poder de los Soviets, que no se han abrogado hasta hoy.

El ejército, como es natural, vivió de las mismas ideas que el partido y el Estado. La legislación, la prensa y la agitación se inspiraban en la revolución mundial y la concebían como objetivo. El programa del internacionalismo revolucionario revistió en ocasiones un aspecto exagerado en los servicios de guerra. Gussev, ya fallecido, que fue durante un tiempo jefe del Servicio Político del Ejército y más tarde uno de los más cercanos colaboradores de Stalin, escribía en 1921 en una revista militar: "Nosotros preparamos el ejército de clase del proletariado ... no solamente contra la contrarrevolución burguesa y señorial, sino también para guerras revolucionarías [defensivas y ofensivas] contra las potencias  imperialistas". Gussev reprochaba al jefe del ejército rojo la preparación insuficiente de este ejército para sus deberes internacionales. El autor de este libro explicó por la prensa al camarada Gussev "que la fuerza armada extranjera está llamada a desempeñar en las revoluciones un rol auxiliar y no principal; no puede acelerar el desenlace y facilitar la victoria sino cuando existen condiciones favorables. La intervención militar es útil como el fórceps del partero; si se emplea a tiempo, puede abreviar los dolores del parto; prematuramente, sólo conduce al aborto”  (5 de dic. de 1921). Por desgracia, no podemos exponer aquí, como sería de desear, la historia de estas ideas. Dejemos, sin embargo, constancia de que Tujatchevsky, hoy día mariscal, propuso en 1921 al Congreso de la Internacional Comunista, constituir junto al Buró de la I.C., un “estado mayor internacional”; esta interesante carta se publicó en a aquella época en un volumen de artículos titulado La guerra de clases Este capitán, de condiciones para el mando, pero exageradamente impetuoso, pudo saber por un artículo escrito a modo de respuesta que el "Estado Mayor Internacional podría formarse por los estados mayores nacionales de diversos Estados proletarios; mientras no sea así, un Estado Mayor Internacional sería inevitablemente caricaturesco”'. Stalin evitaba más bien pronunciarse sobre cuestiones de principios, en especial sobre las nuevas, pero muchos de sus futuros compañeros se ubicaban en esos años "en la izquierda" de la dirección del partido y del ejército, con ideas no faltas de exageraciones ingenuas o, si se refiere, de "malentendidos cómicos". ¿Sería posible una gran revolución sin todo esto? Nosotros combatíamos la "caricatura" extremista del internacionalismo mucho tiempo antes de que tuviésemos que volver nuestras armas contra la teoría no menos caricaturesca del "socialismo en un solo país".

Hasta en la época más penosa de la guerra civil, la vida ideológica del bolchevismo fue muy intensa y en todas las jerarquías del partido, el Estado y del ejército se proseguían largas discusiones, especialmente sobre las cuestiones militares, la política de los dirigentes se sometía a una crítica libre y a menudo cruel. A propósito del exceso de celo de la censura, el jefe del ejército escribía entonces en la revista militar más influyente: "Estoy de acuerdo en que la censura ha cometido muchas torpezas y considero necesario exigir a esta honorable persona un poco más de modestia; la censura tiene por misión el velar sobre los secretos de guerra... lo demás no le corresponde". (23 de Febrero de 1919).

El episodio del Estado Mayor Internacional fue de poca importancia en la lucha ideológica que, sin salirse de los límites trazados por la disciplina de la acción, llevó a la formación de una especie de fracción de oposición en el ejército, por lo menos en sus medios dirigentes. La escuela de la “doctrina proletaria de la guerra” a la cual pertenecían o apoyaban Frunzé, Tujatchevski, Gussev, Vorochilov y otros, provenía  de la convicción a priori de que el ejército rojo, en sus fines políticos y en su estructura, como en su táctica y su estrategia, no debía tener nada de común con los ejércitos de los países capitalistas. La nueva clase dominante debía tener en todos los órdenes un sistema político diferente. Faltaba sólo crearlo. Durante la guerra civil, se formularon sólo protestas de principios contra la utilización de los generales, es decir, de los antiguos oficiales del ejército del zar, y murmuraciones contra el comando superior que luchaba contra las improvisaciones locales y los continuos atentados a la disciplina. Los promotores más decididos de la nueva idea trataron aún de condenar en nombre de los principios de la "maniobra" y de la "ofensiva" erigidos en imperativos absolutos, a la organización centralizada del ejército, susceptible de trabar la iniciativa revolucionaria en los campos de batalla internacionales del porvenir. En el fondo se trataba de hacer de los métodos guerreros de comienzos de la guerra civil, un sistema permanente y universal. Los capitanes se pronunciaban en favor de la nueva doctrina con tanto más calor cuanto que no querían estudiar la antigua. Tsaritsin (hoy Stalingrado) era el foco principal de estas ideas. Budionny, Vorochilov, y un poco más tarde Stalin, habían comenzado allí su actividad militar.

Sólo cuando llegó la paz se hizo una tentativa más coordinada para transformar estas tendencias innovadoras en cuerpo de doctrinas. Uno de los mejores jefes de la guerra civil, Frunzé, ya fallecido, tomó la iniciativa, sostenido por Vorochilov y, en parte, por Tujatchevski. En el fondo la doctrina proletaria de la guerra era muy análoga a la de la de la cultura proletaria, con idéntico carácter esquemático y metafísico. Algunos trabajos que han quedado no contienen sino pocas recetas prácticas y nada nuevas, sacadas por deducción de una definición estándar del proletariado, clase internacional a la ofensiva, es decir, sacadas de abstracciones psicológicas y no inspiradas por las condiciones reales de tiempo y lugar. El marxismo, mentado a cada línea, reducíase al más puro idealismo. En estos sinceros errores no es difícil descubrir, sin embargo, el germen de la suficiencia burocrática que pretende creer y quiere que los demás crean que es capaz de realizar milagros históricos en cualquier dominio, sin preparación especial y aun sin base material.

El jefe del ejército en esa época, respondía a Frunzé: “Por mi parte no dudo de que si un país provisto de una economía socialista desarrollada se viese obligado a hacer la guerra a un país burgués, su estrategia tendría un aspecto diferente. Pero esto no nos autoriza hoy a imaginar una estrategia proletaria... Desarrollando la economía socialista, elevando el nivel cultural de las masas... enriqueceremos, sin duda, con nuevos métodos el arte militar. Mientras tanto, estudiemos con aplicación los métodos de los países capitalistas avanzados y no tratemos de deducir del carácter revolucionario del proletariado, por medio de la lógica, una nueva estrategia” (1º de abril de 1922). Arquímedes prometía dar la vuelta a la Tierra si se le daba un punto de apoyo. Estaba bien dicho; pero, si se le hubiese dado el punto de apoyo se habría dado cuenta que, le faltaban la palanca y la fuerza. La revolución victoriosa nos daba un nuevo punto de apoyo; pero para dar la vuelta al mundo, aun hay que construir las palancas.

“La doctrina proletaria de la guerra” fue rechazada por el partido como su hermana mayor la doctrina de “la cultura proletaria”. Después han tenido diferente destino. Stalin y Bujarin recogieron el estandarte de la "cultura proletaria", sin resultados apreciables durante los siete años que separan la proclamación del socialismo en un solo país de la liquidación de todas las clases (1924-1931). La “doctrina proletaria de la guerra” en cambio, no renació, aun cuando sus antiguos promotores se hallaron pronto en el poder. El destino diferente de ambas doctrinas tan emparentadas, es muy característico para la sociedad soviética.

Mientras la “cultura proletaria” hecha de imponderables, servía de compensación al proletariado al cual la burocracia eliminaba del poder con brutalidad, la doctrina militar tocaba en lo vivo los intereses de la defensa y los de la capa dirigente, sin dejar margen a fantasías ideológicas. Los antiguos adversarios de la utilización de los generales habían llegado durante el intervalo a generales; los promotores del Estado Mayor Internacional se habían cobijado bajo la égida del "Estado Mayor en un solo país"; la doctrina de la "seguridad colectiva" substituía a la de la "guerra de clase"; la perspectiva de la revolución mundial cedía su lugar al culto del status quo. Para inspirar confianza a los aliados hipotéticos y no irritar demasiado a los adversarios había que asemejarse lo más posible a los ejércitos capitalistas y no distinguirse toda costa. Las modificaciones de doctrina y de fachada disimulaban, sin embargo, procesos sociales de importancia histórica. El año 1935 señalóse por una especie de doble golpe de Estado en el ejército al sistema de las milicias y de los cuadros.

 

 

Liquidación de las milicias y restablecimiento de los grados

 

¿Hasta qué punto responden las fuerzas armadas soviéticas, veinte años después de la revolución, al tipo ideado por el programa del partido bolchevique?

El ejército de la dictadura. del proletariado debe, según el programa del partido, "tener un neto carácter de clase, es decir, formarse exclusivamente de proletarios y de campesinos que pertenezcan a las capas pobres semiproletarias de la población de los campos. Este ejército de clase no se convertirá en una milicia socialista del pueblo entero sino después de la supresión de las clases". Al renunciar por cierto tiempo a un ejército que representase la totalidad del pueblo, el partido no renunciaba al sistema de las milicias. Por el contrario, una decisión del VIII Congreso del Partido Comunista dice que "nosotros fundamos las milicias sobre una base de clase y las transformamos en milicias socialistas". El objetivo era crear un ejército, ""si fuera posible, sin cuarteles, es decir, colocado en condiciones semejantes a las de la clase obrera en el trabajo". Las diversas unidades debían corresponder, fin ente, a las fábricas, a las minas, a las aldeas, a las comunas agrícolas y a otras formaciones orgánicas "provistas de un comando local y de reservas locales de armamento y abastecimiento". La cohesión regional, escolar, industrial y deportiva de la juventud debía reemplazar con ventajas al espíritu militar inculcado por el cuartel e implantar una disciplina consciente sin recurrir a un cuerpo de oficiales profesionales a cargo del ejército.

Por la naturaleza misma de la sociedad socialista, la milicia exige una economía avanzada. Mientras más primitiva es la cultura, mayor es la diferencia entre la ciudad y el campo y menos homogénea y organizada es la milicia. La insuficiencia de los ferrocarriles, de los caminos y de las vías fluviales, la pobreza del transporte automóvil, condenan al ejército territorial, en los primeros meses de la guerra, a una extrema lentitud. Para asegurar la protección de las fronteras durante la movilización, así como los transportes estratégicos y la concentración de fuerzas, es necesario disponer de un ejército permanente al mismo tiempo que de las milicias. El ejército rojo se concibió desde un principio como un compromiso obligatorio de los dos sistemas, prevaleciendo el ejército permanente.

El jefe del ejército escribía en 1924: “Hay que tener siempre presentes las dos consideraciones siguientes: si el establecimiento del régimen soviético crea por primera vez la posibilidad de un sistema de milicia, el tiempo que emplearemos estará determinado por el estado general de la cultura del país, técnica,  comunicaciones, instrucción, etc. Los cimientos políticos de las milicias existen firmes entre nosotros, pero los cimientos económicos y culturales están muy atrasados”.. De existir buenas condiciones materiales, el ejército territorial sería abiertamente superior al ejército permanente. La URSS paga cara su defensa porque es demasiado pobre para tener un ejército territorial que costaría menos. No debemos extrañarnos: es justamente por su pobreza que la URSS carga con el fardo de una costosa burocracia.

El mismo problema se nos presenta con notable persistencia en todos los dominios de la vida social; el de la desproporción entre el fundamento económico y la superestructura social. En la fábrica, en el koljoz, en la familia, en la escuela, en la literatura, en el ejército, todas las relaciones reposan en la contradicción entre el bajo nivel [aun desde el punto de vista capitalista] de las fuerzas de producción y las formas socialistas en principio, de la propiedad.

Las nuevas relaciones sociales elevan la cultura; pero la cultura insuficiente rebaja las formas sociales. La realidad soviética es la resultante de estas dos tendencias. En el ejército, gracias a la estructura clara del organismo, la resultante se mide por cifras bastante exactas. La proporción entre unidades permanentes y territoriales puede servir de índice que caracterice la progresión hacia el socialismo.

La naturaleza y la historia han otorgado a la URSS fronteras abiertas a 10.000 kilómetros una de la otra, con una población diseminada y malos caminos. El 15 de octubre de 1924, la antigua dirección del ejército, que estaba en los últimos meses de su actividad, instaba al país a no olvidarlo: "La organización de las milicias no podrá tener en un porvenir inmediato sino un carácter preparatorio. En este sentido, todo progreso deberá ser dictado por la verificación rigurosa de los resultados adquiridos". Pero en 1925 se abre una nueva era; los antiguos protagonistas de la doctrina "proletaria de la guerra" llegan al poder. En verdad el ejército territorial estaba radicalmente en contradicción con el ideal de "ofensiva" y de "maniobra"' que había sido el de esta escuela. Sólo que la revolución mundial se olvidaba. Los nuevos jefes esperaban "neutralizar a la burguesía para evitar la guerra". En los años siguientes, un 74% de los efectivos del ejército pasaron al sistema de milicias.

Mientras Alemania permaneció desarmada y, además, “amiga” el Cuartel General de Moscú tomó en cuenta en lo referente a las fronteras occidentales, las fuerzas de los vecinos de la URSS: Polonia, Rumanía, Lituania, Letonia, Estonia y Finlandia, adversarios que probablemente serían apoyados por otras grandes potencias, Francia entre ellas. En aquellos tiempos (que terminaron en 1933) Francia no era todavía, la amiga providencial de la paz. Los Estados limítrofes podían, en conjunto, poner en línea cerca de 120 divisiones de infantería, o sea más o menos, 3.500.000 hombres. El plan de movilización del ejército rojo tendía a asegurar la concentración de las fuerzas equivalentes en la frontera occidental. Teniendo en cuenta las condiciones particulares del teatro de la guerra en Extremo Oriente, dos años de guerra deberían costar al país de diez a doce millones de hombres. El ejército rojo no tuvo hasta 1935 sino 562.000 hombres de efectivos, comprendiendo 20.000 hombres de las tropas de la G.P.U., y cuarenta mil oficiales. De estas tropas, repitámoslo, 74% pertenecían a las divisiones territoriales y sólo 26% a las unidades de cuartel. ¿Podría haberse esperado una prueba mejor del triunfo del sistema de las milicias?

Todos estos cálculos bastante precarios en sí mismos, se bambolearon con la llegada de Hitler al poder; Alemania se armó febrilmente, contra la URSS, en particular, con lo cual la perspectiva de una convivencia pacífica con el capitalismo se desvaneció de inmediato. La amenaza de guerra, cada vez más precisa, obligó al gobierno soviético a modificar radicalmente la estructura del ejército rojo elevando sus efectivos a 1.300.000 hombres. Actualmente, el ejército comprende 77% de divisiones llamadas cuadros y 23% de divisiones territoriales. Esta eliminación de las formaciones territoriales, que se parece mucho a un abandono del sistema de milicias, revela como experiencia histórica que no se conquista definitiva e irrevocablemente, sino lo que está asegurado por la base de producción de la sociedad.

A pesar de esto, el descenso de 74% a 23% parece aún excesivo, y podría creerse que no se ha producido sin una presión "amigable" del Estado Mayor francés. Es más probable todavía que la burocracia haya escogido la ocasión propicia para terminar con este sistema, en gran parte por razones políticas. Las divisiones territoriales están por definición bajo la dependencia directa de la población. La ventaja de las milicias desde el punto de vista socialista, es un inconveniente desde el punto de vista del Kremlin. En efecto, a causa de la gran proximidad del ejército y del pueblo, los países capitalistas avanzados, en los que el sistema de las milicias sería perfectamente realizable, lo rechazan. El vivo fermento del ejército rojo durante la ejecución del primer plan quinquenal ha sido un motivo más para la reforma de las divisiones territoriales.

Nuestra hipótesis se vería confirmada, seguramente, por un diagrama que diese la composición del ejército rojo antes y después de la reforma; pero no lo tenemos, y si lo tuviéramos, no nos permitiríamos comentarlo aquí. Hay un hecho notorio, susceptible de una sola interpretación: mientras el gobierno soviético reduce en un 51% la importancia específica de las milicias territoriales, restablece a la vez las unidades cosacas, únicas formaciones territoriales del antiguo régimen. La caballería es siempre el elemento conservador y privilegiado de un ejército. Los cosacos fueron en otro tiempo la sección más conservadora de la caballería. Durante la guerra y la revolución, sirvieron de fuerza de policía, primero al zar y después a Kerensky. Bajo el régimen de los Soviets fueron invariablemente vendeanos. Ni la colectivización implantada entre ellos con particular violencia, ha podido modificar sus tradiciones ni su mentalidad; en cambio, se les ha otorgado, como excepción, el derecho a poseer caballos, sin que éstos sean los únicos favores, se entiende. ¿Qué duda cabe de que los caballeros de las estepas estarán de nuevo al lado de los privilegiados, contra los descontentos? Ante las continuas medidas de represión tomadas contra la juventud obrera de oposición, la reaparición de los galones y de los cosacos de gorros belicosos es uno de los signos más evidentes del Termidor.

El decreto que restablece el cuerpo de oficiales en todo su esplendor burgués ha asestado un golpe todavía más duro a los principios de la Revolución de Octubre. Los cuadros del ejército rojo se habían formado en la revolución y en la guerra civil con defectos, pero también con grandes cualidades. Todavía la juventud, privada de libre actividad política, da excelentes comandantes rojos. Pero la degeneración progresiva del Estado se ha hecho sentir en el comando. En una conferencia pública, Vorochilov se quejaba, entre otras cosas, de que “los cuadros no continúan a menudo los progresos realizados en las filas”; “los comandantes son a menudo incapaces de hacer frente a situaciones nuevas”, etc., etc. confesiones que por venir del más alto jefe del ejército pueden inquietarnos, pero no extrañarnos, ya que lo que dice del comando se aplica a toda la burocracia. Es verdad que el conferenciante no califica a los dirigentes entre los "atrasados", cuya función es reprender a todo el mundo; pero esa misma corporación incontrolada de los “jefes” a la cual pertenece el mismo Vorochilov, es la principal culpable del estado de atraso, de la rutina y de muchas otras cosas.

El ejército no es sino un elemento de la sociedad y sufre todas las enfermedades de ésta, en especial cuando la temperatura sube. El oficio de la guerra es demasiado severo para tolerar ficciones o falsificaciones. El ejército de una revolución necesita del aire libre de la crítica; el comando, de un control democrático, y esto lo comprendieron desde un principio los organizadores del ejército rojo y por eso creyeron necesario preparar la elegibilidad de los jefes. La decisión capital del partido a este respecto dice: "El crecimiento del espíritu de cuerpo de las unidades y la formación del espíritu crítico de los soldados y de sus Jefes, crean condiciones favorables a la aplicación cada vez más amplia del principio de elegibilidad de los jefes". Pero quince años después de adoptarse esta moción ‑tiempo insuficiente, según parece, para afirmar el espíritu de cuerpo y la autocrítica‑ los dirigentes soviéticos toman el camino opuesto.

El mundo civilizado, amigos y enemigos, supo no sin estupor en septiembre de 1935, que el ejército rojo tendría en adelante una jerarquía de oficiales comenzando por el teniente, y terminando en el mariscal. El jefe verdadero del ejército, Tujatchevsky, explicó que "el restablecimiento de los grados creaba una base más estable a los cuadros del ejército, tanto técnicos como de comando." Explicación intencionadamente equívoca. El comando se afirma antes que todo, en la confianza de los hombres, y justamente por eso, el ejército rojo comenzó por la liquidación del cuerpo de oficiales. El restablecimiento de una casta jerárquica no es una exigencia de la defensa. Lo que importa prácticamente, es el puesto de comando y no el grado. Los ingenieros y los médicos no tienen grados, y sin embargo, la sociedad sabe colocarlos en sus puestos, El derecho a un puesto de comando está asegurado por los conocimientos, el talento, el carácter y la experiencia, factores que necesitan una apreciación constante e individual. El grado de mayor no agrega nada a un comandante de batallón. Las estrellas de los mariscales no confieren a los cinco jefes superiores del ejército rojo ni nuevos talentos ni más autoridad. En realidad la "base estable" no beneficia al ejército sino al cuerpo de oficiales, al precio de su alejamiento del ejército. Esta forma persigue un fin puramente político: dar al cuerpo de oficiales un peso social. Molotov lo dice cuando justifica el decreto por la necesidad "de aumentar la importancia de los cuadros dirigentes del ejército". Y no sólo se restablecen los grados. Se construye con presteza casas para los oficiales. En 1936, deben ponerse a su disposición 47.000 viviendas; se destina una suma para emolumentos superior en 57% con relación a los créditos del año precedente. "Aumentar la importancia de los cuadros dirigentes" significa, pues, relacionar más estrechamente a los oficiales con los medios dirigentes, debilitando sus lazos con el ejército.

Vale la pena anotar que los reformadores no han creído necesario inventar nuevos apelativos para los grados; por el contrario, han preferido imitar a Occidente; al mismo tiempo han descubierto su talón de Aquiles al no atreverse a restablecer el grado de general que resultaría demasiado irónico en ruso. La prensa soviética, al comentar la promoción de cinco mariscales, que dicho sea de paso fueron escogidos más por consagración personal a Stalin que por su talento o por los servicios prestados, evocó el antiguo ejército del zar "con su espíritu de casta, su veneración por los grados y su servilismo jerárquico". ¿A qué imitarlo entonces tan bajamente? La burocracia, cuando crea privilegios, usa de los mismos argumentos que sirvieron antes para destruir los antiguos privilegios. Así se combina la insolencia con la pusilanimidad y se completa con dosis cada vez más fuertes de hipocresía.

Por inesperado que haya parecido el restablecimiento del "espíritu de casta, de la veneración de los grados y del servilismo jerárquico", el gobierno no habría podido optar por otra cosa. La designación de los comandantes por sus cualidades personales sólo es posible cuando la crítica y la iniciativa se manifiestan libremente en un ejército controlado por la opinión pública. Disciplina rigurosa y democracia amplia pueden acomodarse muy bien y aun apoyarse; pero ningún ejército puede ser más democrático que el régimen que lo alimenta. El burocratismo, con su rutina y su suficiencia, no deriva de las necesidades especiales de la organización militar, sino de las necesidades políticas de los dirigentes. Estas necesidades tienen en el ejército su expresión más perfecta. El restablecimiento de la casta de oficiales, dieciocho años después de su supresión revolucionaria, nos revela el abismo que se ha abierto entre los dirigentes y los dirigidos, y que el ejército ha perdido esas cualidades esenciales que le permitían llamarse Ejército Rojo, así como el cinismo de la burocracia que hace ley de las consecuencias de esta desmoralización.

La prensa burguesa ha comprendido esta reforma, como era natural. Le Temps decía el 25 de diciembre de 1935: "Esta transformación exterior es uno de los índices de la profunda transformación que se realiza hoy en la U.R.S.S. entera. El régimen definitivamente consolidado se estabiliza poco a poco. Los usos y costumbres revolucionarios ceden el lugar, en la familia soviética y en la sociedad, a los sentimientos y a las costumbres que continúan dominando en los llamados países capitalistas. Los Soviets se aburguesan". No hay casi nada que agregar a esta apreciación.

 

 

La URSS y la guerra

 

El peligro de guerra no es más que una de las expresiones de la dependencia de la URSS con respecto al mundo y, por consecuencia, uno de los argumentos contra la utopía de una sociedad socialista aislada; temible argumento que se presenta ahora en primer plano.

Vano sería prever todos los factores de la próxima contienda entre los pueblos; si fuese posible un cálculo de esta especie, el conflicto de los intereses se resolvería siempre en una pacífica transacción de contadores. Pero en la sangrienta ecuación de las guerras hay demasiadas incógnitas. En todo caso, la URSS se beneficia con grandes ventajas heredadas del pasado o creadas por el nuevo régimen. La experiencia d la intervención en la guerra civil demostró que para Rusia su extensión constituye, como en el pasado, una gran superioridad. La pequeña Hungría soviética fue derribada en pocos días por el imperialismo extranjero, ayudado, es cierto, por el torpe dictador Bela Kun. La Rusia de los Soviets aislada, desde el comienzo, de su periferia, resistió tres años la intervención; hubo momentos en que el territorio de la revolución se redujo casi al del antiguo gran ducado de Moscovia; pero no se necesitó más para resistir y vencer después.

La reserva humana constituye una segunda ventaja considerable. La población de la URSS, aumentando tres millones por año, ha pasado de 170 millones. Una clase joven comprende 1.300.000 jóvenes, de los cuales una rigurosa selección, física y política, no elimina más de 400.000. Reservas que se pueden estimar en 18 a 20 millones de hombres son prácticamente inagotables.

Pero la naturaleza y los hombres no hacen sino dar materia prima para la guerra. El "potencial militar" depende ante todo de la potencia económica del Estado. Bajo este aspecto, las ventajas de la URSS son inmensas con relación a la antigua Rusia. Ya hemos expresado que la economía planificada ha dado hasta ahora más resultados en el dominio militar. La industrialización de las regiones alejadas, de Siberia especialmente, da una nueva importancia a las extensiones de estepas y de bosques. Sin embargo, la URSS continúa siendo un país atrasado. El bajo rendimiento del trabajo, la mediocre calidad de la producción, la insuficiencia de los transportes están compensados sólo en parte por la extensión, las riquezas naturales y la población. En tiempo de paz, el cotejo de las fuerzas económicas de sistemas sociales opuestos puede ser diferido - durante mucho tiempo, pero no para siempre - por iniciativas políticas y principalmente por el monopolio del comercio exterior. En tiempo de guerra, esta prueba se hace en el campo de batalla, y en esto reside el peligro.

Las derrotas, aunque provoquen grandes cambios políticos, están lejos de producir siempre transformaciones económicas. Un régimen social que asegure un alto nivel de cultura y gran riqueza no puede ser derribado por las bayonetas. En cambio, se ve a los vencedores adoptar las costumbres del vencido cuando éstos son superiores en su desarrollo. Las formas de propiedad están en grave contradicción con las bases económicas del país. La derrota de Alemania en una guerra con la URSS arrastraría la caída inevitable de Hitler y también del sistema capitalista. Cómo dudar, por otra parte, de que la derrota no sea fatal para los dirigentes de la URSS y a las bases sociales de este país. La inestabilidad del régimen social de Alemania proviene de que sus fuerzas productivas han sobrepasado, desde hace mucho, las formas de la propiedad capitalista. Por el contrario, la inestabilidad del régimen soviético se debe al hecho de que sus fuerzas productivas distan mucho de estar a la altura de la propiedad socialista. Las bases sociales de la URSS están amenazadas por la guerra, por las mismas razones que hacen que en tiempo de paz, necesiten de la burocracia y del monopolio del comercio exterior, es decir, por su debilidad.

¿Puede esperarse que la URSS salga de la próxima guerra sin ser derrotada? A una pregunta planteada con claridad contestamos claramente: Si la guerra no fuese más que una guerra, su derrota sería inevitable. Desde el punto de vista de la técnica, de la economía y el arte militar, el imperialismo es mucho más potente que la URSS; pero su acción puede verse paralizada por la revolución en Occidente, antes de que arrase con el régimen nacido en la Revolución de Octubre.

Podría objetarse a esto que el imperialismo es una abstracción, ya que está desgarrado por sus propias contradicciones; también es cierto que sin ellas hace tiempo que la URSS habría abandonado el escenario. En parte, los acuerdos diplomáticos y militares de la URSS descansan en estas contradicciones; pero sería un trágico error desconocer que también existe un límite en el cual ellas cesan. Así como la lucha entre partidos burgueses y pequeño-burgueses, desde los más reaccionarios hasta los más socialdemócratas, cesa ante el peligro de la revolución proletaria, los antagonismos imperialistas se resolverán siempre por un acuerdo para impedir la victoria militar de la URSS.

Los Tratados diplomáticos no son sino "pedazos de papel", según la frase, no exenta de razón, de un canciller del Reich. En parte alguna durarán hasta la guerra. Ningún tratado con la URSS resistiría a la amenaza de una revolución inminente en cualquier parte de Europa. Bastaría que la crisis política de España (para no mencionar a Francia) entre en una fase revolucionaria, para que todos los eses pusieran sus esperanzas en el Hitler-Salvador preconizado por Lloyd George. Si, por otra parte, la situación inestable de Francia o Bélgica se resolviese por una victoria de la reacción, no quedarían ni señas de los pactos soviéticos. Por fin, admitiendo que los “pedazos de papel” conserven su validez en la primera fase de las operaciones militares, en su fase decisiva la relación de fuerzas deberá estar determinada por factores mucho más potentes que los compromisos solemnes de una diplomacia especializada en la felonía.

La situación cambiaría del todo si los gobiernos burgueses obtuvieran garantías materiales de que el gobierno de Moscú no solamente se pondrá de su parte en la guerra, sino también en la lucha de clases. Aprovechándose de las dificultades de la URSS, presa entre dos fuegos, los "amigos" capitalistas "de la paz" tomarán medidas para atacar el monopolio del comercio exterior y las leyes soviéticas que rigen la propiedad. El movimiento pro defensa nacional que crece entre los emigrados rusos de Francia y de Checoslovaquia se alimenta de estas esperanzas. Y si consideramos que la lucha mundial tendrá su desenlace en la guerra, los aliados tienen fuertes probabilidades de conseguir su. objetivo. Si la revolución no interviene, las bases sociales de la URSS deben derrumbarse tanto con la victoria como con la derrota.

Hace más de dos años que un documento-programa titulado La IV Intemacional y la guerra bosquejaba esta perspectiva en los términos siguientes: "Bajo la imperiosa exigencia de artículos de primera necesidad experimentada por el Estado, las tendencias individualistas de la economía rural se verían reforzadas y las fuerzas centrífugas crecerían mes a mes en el seno de los koljoces... Habría que contar... en la atmósfera caldeada de la guerra, con un llamado a los capitalistas extranjeros "aliados", ataques al monopolio del comercio exterior, debilitamiento del control de Estado sobre los trusts, agravación de la competencia de los trusts entre sí,, conflictos entre trusts y obreros, etc. En otros términos, si el proletariado internacional se mantuviese pasivo, una guerra prolongada podría y debería acarrear, como solución de las contradicciones internas de la URSS, una contrarrevolución bonapartista". Los acontecimientos de los dos últimos años dan mayor fuerza a esta probabilidad.

Lo anterior no impone sin embargo conclusiones "pesimistas". No queremos cerrar los ojos ante la enorme superioridad material del mundo capitalista ni ignorar la inevitable felonía de los "aliados" imperialistas ni engañarnos sobre las contradicciones internas del régimen soviético; pero tampoco vamos a sobreestimar la solidez del sistema capitalista tanto en los países hostiles como en los aliados. Mucho antes de que la guerra pueda poner a prueba a la proporción de las fuerzas, someterá la estabilidad de estos regímenes a un rudo examen. Todos los teóricos serios de la futura masacre de pueblos, cuentan con la probabilidad y aún con la certeza de revoluciones. La idea de pequeños ejércitos profesionales que se ha emitido en ciertas esferas, idea tan realista como la de un duelo singular inspirado en el precedente de David y Goliath, revela, por lo fantástica, el temor que causa el pueblo en armas. Hitler no pierde la ocasión de recalcar su deseo de paz haciendo alusión al desbordamiento del bolchevismo que provocaría la guerra en Occidente. La fuerza que detiene el estallido de a próxima guerra no reside en la Sociedad de las Naciones ni en los pactos de seguridad, ni en los referendums pacifistas, sino exclusivamente en el saludable temor que los poderosos tienen a la revolución.

Los regímenes sociales, como todos los fenómenos, deben juzgarse por comparación. A despecho de sus contradicciones, el régimen soviético tiene inmensas ventajas tratándose de la estabilidad, comparado con sus adversarios probables. La dominación nazi sobre el pueblo alemán, se debe a la enorme tensión prodigiosa de los antagonismos sociales en Alemania. Estos acontecimientos no han desaparecido ni se han atenuado; la losa del fascismo solamente los comprime. La guerra los exteriorizaría. Hitler tiene menos opción a triunfar que Guillermo II. Sólo una revolución a tiempo, podría economizar una guerra y, por lo tanto, una nueva derrota a Alemania.

La prensa mundial presenta los asesinatos de los ministros japoneses por oficiales como imprudentes expresiones de patriotismo apasionado. En realidad, y a pesar de la diferencia de ideologías, estos actos son análogos a los de los nihilistas rusos contra la burocracia del Zar. La población del Japón sufre el yugo combinado de una explotación agraria asiática y de un capitalismo ultramoderno. Al primer relajamiento de la presión militar, Corea, el Manchukuo y China se levantarán contra la tiranía nipona. La guerra sumirá al Imperio en un cataclismo social.

No es mucho mejor la situación de Polonia. El régimen instituido por Pilsudski, estéril como el que más, no ha conseguido suavizar la servidumbre de los campesinos. La Ukrania Occidental (la Galizia) sufre una cruel opresión que hiere sus sentimientos nacionales. Las huelgas y revueltas abundan en los centros obreros. La burguesía polaca, al buscar su seguridad en la alianza con Francia y la amistad con Alemania, no conseguirá sino precipitar la guerra y con ella su pérdida.

El peligro de guerra y de una derrota de la URSS son efectivos. Si la revolución no impide la guerra, la guerra podrá ayudar a la revolución. Un nuevo parto es más fácil que el primero. En la próxima guerra la primera revuelta no se hará esperar dos años y medio. ¡Y una vez comenzadas, las revoluciones no se detendrán a medio camino! El destino de la URSS se decidirá en definitiva no sobre el mapa de los estados mayores, sino en la lucha de clases. El proletariado europeo, erguido contra la burguesía, aun entre los "amigos de la paz", será el único que podrá impedir que la URSS sea derrotada y atacada a traición por sus "aliados". Y la misma derrota de la URSS sería un episodio de corta duración si el proletariado alcanzase la victoria en otros países. En cambio, ninguna victoria militar puede salvar la herencia de la Revolución de Octubre, si el imperialismo se mantiene en el resto del mundo.

Los partidarios de la burocracia dirán que nosotros "subestimamos" las fuerzas internas de la URSS, el ejército rojo, etc., como antes han dicho que nosotros "negábamos" la posibilidad de la edificación socialista en un solo país. El hecho es que sin ejército rojo la URSS habría sido vencida y desmembrada como China. Sólo su larga resistencia heroica y tenaz, podrá crear condiciones favorables para el desarrollo de la lucha de clases en los países imperialistas. El ejército rojo pasa a ser un factor de inapreciable importancia histórica por el poderoso impulso que puede dar a la revolución. Pero sólo la revolución podrá cumplir la misión principal que está por encima de las fuerzas del Ejército Rojo.

Nadie exige que el gobierno soviético se exponga a aventuras internacionales, abandone el buen sentido o trate de forzar el curso de los acontecimientos mundiales. Las tentativas de esta índole hechas en el pasado (Bulgaria, Estonia, Cantón ... ) sólo han servido a la reacción y fueron condenadas en su tiempo por la oposición de izquierda. Otra cosa es la orientación general de la política soviética. La contradicción entre la política exterior de la URSS y los intereses del proletariado internacional y de los pueblos coloniales, encuentran su más funesta expresión en la subordinación de la Internacional Comunista a la burocracia conservadora y a su nueva religión de la inmovilidad.

No es bajo el estandarte del. statu quo, como los obreros europeos y los pueblos coloniales podrán levantarse contra el imperialismo y la guerra, que debe estallar y derribar el statu quo con análoga ineluctabilidad que lleva al niño, llegado el momento, a terminar el statu quo del embarazo.

Lo trabajadores no tienen el menor interés en defender las fronteras actuales, sobre todo en Europa, ya sea bajo las órdenes de sus burguesías o en la insurrección revolucionaria contra ellas. La decadencia de Europa resulta justamente de que está económicamente fraccionada en cerca de cuarenta Estados casi nacionales que con sus aduanas, sus pasaportes, sus sistemas monetarios, y sus ejércitos monstruosos al servicio del particularismo nacional, han llegado a ser los más grandes obstáculos al desarrollo económico de la humanidad y la civilización

La labor del proletariado europeo no es eternizar las fronteras, sino de suprimirlas revolucionariamente. ¿status quo? ¡No! ¡Estados Unidos de Europa!

 

 

Capítulo IX



[1] Francesa (N. Del E.)

[2] Pacto Kellog-Briandt. Tratado que proscribía el recurso a la guerra