comunismo y sindicalismo
1 ) La cuestión sindical es una de las más
importantes que tiene planteadas el movimiento obrero, y, por consiguiente,
también la oposición. Si no adopta una postura precisa sobre esta cuestión, la
oposición será incapaz de ganar algún día una influencia real en la clase
obrera. Por esta razón, me parece necesario someter aquí a la discusión una
serie de consideraciones sobre la cuestión de los sindicatos.
El partido comunista es el arma principal de la
acción revolucionaria del proletariado, es la organización de combate de su
vanguardia, que debe erigirse en guía de la clase obrera en todos sus combates
y, por tanto, también en el movimiento sindical.
2) Quienes por razones de principio opone la
autonomía de los sindicatos al papel decisivo del partido, oponen, quieran o
no, los sectores más atrasados del proletariado a la vanguardia de la clase
obrera, oponen el combate por las reivindicaciones inmediatas a la lucha por la
liberación total de los trabajadores, oponen el reformismo al comunismo, el
oportunismo al marxismo revolucionario.
3) El sindicalismo francés de vanguardia combatía,
en su época de desarrollo, por su independencia, luchando por la autonomía
sindical frente al gobierno burgués y a sus partidos, entre los que hay que
incluir a los socialistas reformistas y parlamentarios. Era un combate contra
el oportunismo, por una alternativa revolucionaria. En consonancia con ellos,
el sindicalismo revolucionario no fetichizaba la autonomía de las
organizaciones de masa. Al contrario, comprendía y defendía el papel dirigente
de la minoría revolucionaria en las organizaciones de masa, que reflejan en su
seno al conjunto de la clase obrera, con todas sus contradicciones, sus atrasos
y debilidades.
4) En el fondo, la teoría de la minoría activa era
una teoría inacabada del partido proletario. En su práctica, el sindicalismo
revolucionario era un embrión de partido revolucionario; y en su lucha contra
el oportunismo, el sindicalismo revolucionario era un admirable esbozo de comunismo
revolucionario.
5) Las debilidades de] anarcosindicalismo, incluso
en su período clásico, consistían en la ausencia de una base teórica correcta,
y por consiguiente en una incomprensión de la naturaleza del Estado y de su
papel en la lucha de clases. Otra de sus debilidades era esa concepción
inacabada, insuficientemente desarrollada y por tanto falsa, de la minoría
revolucionaria, es decir, del partido. De ahí sus errores tácticos, como la
fetichización de la huelga general,
incomprensión de la relación necesaria entre la insurrección y la
conquista del poder.
6) Después de la guerra, el sindicalismo francés
encontró en el comunismo su negación, su superación y su culminación al mismo
tiempo; intentar resucitar hoy al sindicalismo revolucionario sería volver la
espalda a la historia. Para el movimiento obrero, este intento sólo podría
tener un significado reaccionario.
7) Los epígonos del sindicalismo convierten (de
palabra) la independencia de la organización sindical con respecto a la burguesía
en una independencia en general, en una independencia absoluta con respecto a
todos los partidos, inclusive el partido comunista.
Si en su período de expansión el sindicalismo se
consideraba a sí mismo como una vanguardia y luchaba por el reconocimiento de1
papel dirigente de minoría de vanguardia entre las masas atrasadas, los epígonos del sindicalismo luchan hoy contra
estos mismos temas, que son los que
defiende la vanguardia comunista, e intentan en vano basarse en carácter
retardatario y en los prejuicios de los sectores más reaccionarios de la clase
obrera.
8) La independencia con respecto a la burguesía no
puede ser un estado pasivo. Esta independencia sólo puede manifestarse en actos
políticos, es decir, en la lucha contra la burguesía. Este combate debe estar
presidido por un programa particular, cuya aplicación exige una organización y
una táctica apropiadas. Es esta fusión del programa, la organización y la
táctica lo que constituye el partido. En este sentido, la independencia real
del proletariado respecto al poder
burgués no es factible si el proletariado no se coloca en su lucha bajo la
dirección de un partido revolucionario, y no oportunista.
9) Los epígonos del sindicalismo piensan que los
sindicatos se bastan por sí mismos. Desde el punto vista teórico, esto no
significa nada. Pero en la práctica, esto significa la disolución de la
vanguardia revolucionaria en la masa atrasada que representan los sindicatos. Cuanto
más amplios sean los sectores de masas que agrupan los sindicatos, tanto más
capaces serán Éstos de cumplir con su cometido. En cambio, un partido
proletario sólo merece este apelativo si es ideológicamente homogéneo, si está
aglutinado por la unidad de acción y de organización. Pretender que los
sindicatos son autosuficientes, aduciendo que el proletariado ya es mayor de
edad, es embellecer al proletariado, es hacer de él lo que no es y no puede ser
bajo el capitalismo, que condena a las masas trabajadoras a 1a ignorancia y
hace que sólo la vanguardia del proletariado pueda superar estas dificultades
para acceder a una clara comprensión de las tareas del conjunto de la clase.
10) La autonomía real, concreta y no metafísica de
los sindicatos no está en contradicción ni se ve disminuida por la lucha del
partido comunista por extender su influencia. Todo obrero afiliado tiene el
derecho de votar según le dicte su conciencia, de elegir a quien mejor le
parezca. Los comunistas también tienen este derecho, como todos los demás. La
conquista de la mayoría por los comunistas en los órganos de dirección cuadra
perfectamente con los principios de la autonomía, es decir, de la auto‑administración
de los sindicatos. Por otro lado, ningún estatuto sindical puede prohibir al
partido que elija al secretario general de la. Confederación para su comité
central. En este caso nos encontramos en el marco estricto de la autonomía del
partido.
11) En los sindicatos, los comunistas, por supuesto, se someten a la
disciplina del partido, cualquiera que sea el puesto que ocupen; ello no
excluye sino que presupone el respeto de la disciplina sindical. En otras
palabras, el partido no les impone ninguna conducta que se oponga frontalmente
al estado de ánimo o a las opiniones de la mayoría de afiliados. En algunos
,casos muy excepcionales, cuando el partido considere inadmisible que sus
miembros se sometan a una decisión reaccionaria del sindicato, indica a sus
miembros las consecuencias que de ello se derivan: la destitución de los cargos
sindicales, la expulsión, etc. En esta materia las fórmulas jurídicas no sirven
absolutamente nada. (Y, en definitiva, la autonomía no es más que una fórmula
jurídica...) Hay que plantear el fondo del problema, es decir, la línea
política que sigue el sindicato. Se trata de oponer una política correcta a una
política equivocada.
12) En un país determinado, y según el estadio de desarrollo alcanzado, los
estilos, los métodos y las formas con que se materializa el carácter dirigente
del partido pueden variar considerablemente, en función de las circunstancias
globales. En los países capitalistas, donde el partido no dispone de ningún
instrumento de coerción, es evidente que el partido comunista sólo puede
imprimir una dirección a los sindicatos a través de los comunistas que trabajan
en los sindicatos, ya sea en la base, ya como funcionarios. El número de
comunistas en los cargos de dirección de los sindicatos no es más que un índice
de la influencia del partido en estos sindicatos. Más importante es la proporción
estimada de militantes comunistas en relación con las masas afiliadas. Pero el
criterio principal es la influencia general del partido en la clase obrera, que
se refleja en la venta de la prensa del partido, en la afluencia a los mítines
organizados por el partido, en el número de votos obtenidos en las elecciones,
y, sobre todo, en el número de trabajadores y trabajadoras que responden a los
llamamientos de lucha lanzados por el partido.
13) Está claro que a medida que crece la
influencia del partido, en general, es decir, también en los sindicatos, la
situación va convirtiéndose en revolucionaria.
Es en estas condiciones en las que puede
apreciarse el grado y la forma de autonomía real, verdadera y no metafísica, de
los sindicatos. En los períodos de “paz social”, cuando las formas más
combativas de acción sindical se reducen a huelgas , con objetivos económicos,
la intervención del partido pasa a un segundo plano, dentro de los sindicatos. Por
lo general, el partido no tiene por qué
tomar posición sobre la dirección de una huelga aislada. Ha de ayudar al
sindicato a pronunciarse sobre la oportunidad de la huelga, mediante la
información política y económica que
puede aportar, y dando su opinión. Ayuda a la huelga desarrollando al mismo
tiempo la agitación política, etcétera. Pero en la huelga misma, la cabeza visible
es evidentemente el sindicato.
La situación cambia radicalmente cuando el
movimiento asciende hasta la huelga
general, o todavía más arriba, hasta la lucha por el poder. En estas
condiciones, el papel dirigente del partido ha de ser , visible e inmediato. Los
sindicatos ‑salvo los que se han pasado al otro lado
de la barricada, por supuesto‑ se convierten de hecho en el aparato
organizativo del partido, que asume, a la vista de toda la clase obrera, la
dirección de la revolución, y que carga con la plena responsabilidad de la
movilización. En el espacio que separa estos dos extremos, la huelga económica
parcial y la insurrección de la clase revolucionaria, caben todas las formas
posibles de relaciones recíprocas entre el partido y los sindicatos, todos los
niveles posibles de dirección sin eslabones intermedios, etc.
Pero en todos los casos el partido trata de
conquistar la dirección del movimiento, apoyándose en la autonomía real de los
sindicatos, que desde el punto de vista organizativo no están sometidos,
evidentemente, al yugo del partido.
14) Los hechos demuestran con claridad meridiana
que en ninguna parte existen sindicatos independientes de toda formación
política. Y jamás existirán; lo dice la experiencia y la teoría. En los Estados Unidos, los sindicatos están
directamente vinculados, a través de sus aparatos, a los estados mayores
patronales y a los partidos burgueses. En Inglaterra, los sindicatos, que
antaño apoyaban a los liberales, constituyen hoy en día la base del Labour Party. En Alemania, los
sindicatos actúan bajo a bandera de la socialdemocracia. En la república
soviética, los sindicatos son de los bolcheviques. En Francia, una de las
organizaciones sindicales sigue a los socialistas, la otra a los comunistas. En
Finlandia, los sindicatos acaban de dividirse; unos se unen a la
socialdemocracia, otros al comunismo. En todas partes sucede lo mismo. Los
teóricos de la “independencia” del movimiento sindical no se han tomado la
molestia de reflexionar por qué su consigna no se ha materializado nunca en
parte alguna, y por qué, en cambio, la dependencia del sindicato con respecto a
los partidos es en todas pares, sin excepción, la pura evidencia. Esto va en
consonancia, por supuesto, con el carácter del período actual, dominado por el
imperialismo; imperialismo que determina todas las relaciones de clase y que penetra incluso en las filas del
proletariado, acentuando 1as contradicciones .entre la aristocracia obrera y
las capas más explotadas.
15) El representante más característico de este
sindicalismo anticuado es en estos momentos la llamada “Liga Sindicalista”. Esta Liga Sindicalista se asemeja con todos
sus rasgos a una organización política que trata de situar el movimiento
sindical bajo su influencia. De hecho, la Liga recluta, no sobre una base
sindical, sino con criterios de organización política. La Liga tiene su propia
plataforma política , si es que no tiene hasta un programa, y defiende sus
posiciones en sus publicaciones. Tiene su propia disciplina en el interior del
sindicato. En los congresos confederales sus partidarios actúan a modo de
fracción política, exactamente de la misma manera que la fracción comunista. Si
queremos hablar sin rodeos, hay que decir que la Liga Sindicalista no es más
que un combate por liberar a ambas confederaciones de las direcciones
socialdemócrata y comunista, y por unirlas bajo la dirección del grupo de
Monatte[1].
La Liga no interviene abiertamente en nombre del
derecho y de la necesidad, para una minoría avanzada, de luchar por extender su
influencia entre las masas más atrasadas; aparece disfrazada con lo que llama
la “independencia sindical”. En este aspecto, la Liga se asemeja al Partido
Socialista, que también reina bajo el disfraz y se cubre de frases sobre la
“independencia del movimiento sindical”. El partido comunista, en cambio, dice
abiertamente a la clase obrera: “éste es mi programa, ésta es la táctica que
planteo, ésta es la política que propongo a los sindicatos”. El proletariado no
debe creerse nada a ciegas. Debe juzgar a cada partido y a cada organización a
la luz de su práctica. Pero los trabajadores deben desconfiar infinitamente de
quienes aspiran a la dirección operando de incógnito, bajo un disfraz que
quiere hacer creer al proletariado que no tiene necesidad de una dirección.
16) No se le puede negar a un partido el derecho
de luchar por colocar a un sindicato bajo su influencia. Pero hay que
preguntar: ¿en nombre de qué programa lucha esta organización? ¿Y qué táctica
emplea? Desde este punto de vista, la Liga Sindicalista no da garantías
suficientes. Su programa es extremamente amorfo, del mismo modo que su táctica.
Al analizar la situación política se limita a juzgar los acontecimientos uno
detrás de otro. Aún reconociendo la necesidad de la revolución proletaria, e
incluso la necesidad de la dictadura del proletariado, la Liga Sindicalista
rechaza el Partido y lucha contra toda dirección comunista. Se puede hablar
mucho de revolución proletaria, por supuesto, pero sin una dirección comunista
se corre el riesgo de hablar mucho v no hacer nada.
17) La ideología de la independencia sindical no
tiene nada que ver con la conciencia de clase del proletariado. Si el partido
es capaz de desempeñar su papel dirigente, de tener una política correcta,
clara y firme en los sindicatos, a ningún trabajador se le ocurrirá criticar la
teoría del papel dirigente del partido. Esto lo ha demostrado la experiencia de
los bolcheviques. Y también es aplicable en Francia, donde los comunistas
obtuvieron 1.200.000 votos en las elecciones, mientras que la C. G. T. U. (que
agrupa a los sindicatos rojos) sólo engloba a un tercio o una cuarta parte de
este número. Salta a la vista que la consigna abstracta de la “independencia”
no puede proceder en absoluto de las masas. Sólo trata de aumentar su peso en
la burocracia del partido y de sustraerse al control de la vanguardia del
proletariado. La consigna de la independencia es, en su misma raíz, una
consigna burocrática, no una consigna de clase.
18) Después de fetichizar la independencia, la
Liga Sindicalista ha fetichizado también la unidad sindical. Ni que decir tiene
que la unidad sindical presenta ventajas considerables, tanto desde el punto de
vista de las tareas cotidianas del proletariado como desde la perspectiva del
partido y su lucha por extender su influencia entre las masas. Pero los hechos
demuestran que tras los primeros avances de los revolucionarios en los
sindicatos, los oportunistas emprendieron deliberadamente la vía de la
escisión. Prefieren mantener relaciones pacíficas con la burguesía que
preservar la unidad del proletariado. Es la conclusión evidente de todas las
experiencias de postguerra. Nosotros, los comunistas, queremos demostrar a los
trabajadores que la responsabilidad de las escisiones sindicales incumbe a los
socialdemócratas. Pero de ello no se deduce que la fórmula vacía de la unidad
sea más importante para nosotros que las tareas revolucionarias de la clase
obrera.
19) Ocho años han transcurrido desde la escisión
sindical en Francia. Durante este período, las dos organizaciones se han
vinculado definitivamente a unos partidos políticos que se combaten a muerte.
En estas condiciones, imaginar que puede lograrse
la unidad sindical tan sólo con predicarla, es inculcar ilusiones. Declarar que
sin unificación previa de las dos organizaciones sindicales no es posible
ningún combate de envergadura de la clase, sin hablar ya de la revolución,
significa atar el porvenir de la revolución al carro de la camarilla corrompida
de los reformistas sindicales: En realidad, el porvenir de la revolución no
depende de la fusión de los aparatos sindicales, sino del reagrupamiento de la
clase obrera tras consignas y ,con formas de lucha revolucionarias. En estos
momentos, la unidad de la clase obrera pasa por el combate contra los que
pregonan la colaboración de clases, y éstos no sólo se agrupan en los partidos
políticos, sino también en los sindicatos.
20) La auténtica vía hacia ,la unidad proletaria
pasa por el desarrollo, la
reorientación, el crecimiento y la consolidación de la C. G. T. U.
revolucionaria, y por el debilitamiento de la
C. G. T. reformista. Cuando llegue la hora de la revolución, nada excluye
que el proletariado francés entre en lucha con sus dos confederaciones; es más,
esto incluso es probable. Detrás de una estarán las masas, detrás de la otra,
la aristocracia obrera y la burocracia.
21 ) La nueva oposición sindical no puede seguir,
evidentemente, la vía del sindicalismo. Rompería con el partido, no con esta u
otra dirección, sino con el partido como principio teórico. Esto no
significaría en realidad otra cosa que el desarme ideológico por parte de la
oposición sindical, el retorno a las viejas concepciones del sindicalismo
corporativo.
22) La oposición sindical es muy heterogénea. Pero
se la puede caracterizar con algunos rasgos comunes, que no la aproximan en
absoluto a la oposición de los comunistas de izquierda, sino al contrario, la
alejan de ella.
La oposición sindical no combate la precipitación
en las luchas, los métodos erróneos de la dirección comunista, sino pura y
simplemente el principio de la influencia del comunismo sobre la clase obrera.
La oposición sindical no combate la
caracterización ultraizquierdista de la situación, ni el programa de acciones
que se deriva de este análisis, sino que en realidad combate todo desarrollo
revolucionario.
La oposición sindical no combate los métodos
caricaturescos empleados por las direcciones comunistas en su lucha contra el
ejército, sino que pregona el pacifismo. En otras palabras, la oposición
sindical se desarrolla en un sentido reformista.
23) Es totalmente falso pretender que durante
estos últimos años no se ha constituido en Francia, como ha sucedido en
Alemania, Checoslovaquia y otros países, un ala derecha en el interior de las
filas revolucionarias. Lo que hay que decir es que al renunciar a la política
revolucionaria del comunismo, la oposición de derecha en Francia, de acuerdo
con las tradiciones del movimiento obrero francés, reviste una forma sindical,
tratando de ocultar así su carácter político. En el fondo, la mayoría de la
oposición sindical representa a la derecha, igual que el grupo Brandler en
Alemania, que los comunistas checos, que tras la escisión adoptaron posturas
abiertamente reformistas.
24) Se podría objetar que todas estas
consideraciones sólo tienen sentido si el P. C. tuviera una política correcta. Pero
la objeción carece de fundamento.
La cuestión de las relaciones entre el Partido,
que representa al proletariado tal como debería ser, y los sindicatos, que
representan al proletariado tal como es, es la cuestión fundamental del
marxismo revolucionario. Sería un error pretender revisar este problema con el
único pretexto de que el P. C., por razones subjetivas y objetivas ‑de
las que ya hemos hablado numerosas veces‑ desarrolla hoy una línea equivocada,
tanto en lo relativo a los sindicatos como en todos los demás aspectos. A una
política equivocada hay que oponer una política correcta. Para ello, la
oposición de izquierda debe constituirse en fracción. Si se piensa que el
P.C.F. es irrecuperable en su totalidad ‑cosa que no creemos‑,
habrá que construir otro partido para hacerle frente. Pero no por eso habrá que
revisar la cuestión de la relación del partido con la clase. La oposición de
izquierda considera que la influencia en el movimiento sindical, es decir,
ayudarle a encontrar una orientación correcta, impregnarlo de consignas
correctas, sólo puede pasar por el P. C. (o por una fracción del P. C. por el
momento), que, además de sus restantes atribuciones, es el laboratorio
ideológico central de la clase obrera.
25 ) La tarea del P. C., si ha sido correctamente
comprendida, no consiste solamente en aumentar su influencia en los sindicatos
tal como son ahora, sino en ganar, a través de los sindicatos, una influencia
mayoritaria en la clase obrera. Esto sólo es posible si los métodos empleados
por el partido en el sindicato corresponden a la naturaleza y a las tareas
propias de este último. El combate por extender su influencia, que desarrolla
el partido en el sindicato, puede verificarse objetivamente por sus avances, y
se valora en función del incremento del número de miembros y de la ampliación
de su audiencia entre las masas. Si el partido apoya su influencia
exclusivamente en el sindicato, al precio de una desmasificación de éste, de su
transformación de hecho en una fracción, en simple instrumento auxiliar del
partido con objetivos limitados, e impidiéndole convertirse en una organización
de masas, sus relaciones con el partido y la clase están viciadas. No es
necesario explayarse mucho sobre las causas de esta situación; lo hemos hecho
más de una vez y lo repetimos todos los días.
Las oscilaciones de la política del comunismo
oficial reflejan su tendencia aventurerista a querer apoderarse de la clase
obrera inmediatamente, como por arte de magia, con golpes de efecto y una
agitación superficial. Para salir de este atolladero no hay que oponer los
sindicatos al partido, sino llevar un combate sin cuartel por cambiar la
política del partido, por cambiar la política de los sindicatos.
26) La oposición de izquierda debe plantear los
problemas del movimiento sindical en relación con el combate estrictamente
político de la clase obrera. Debe elaborar un análisis concreto del estadio
actual de desarrollo del movimiento obrero francés. Debe valorar, tanto desde
el punto de vista cuantitativo como cualitativo, la actual ola de huelgas y sus
perspectivas en relación con las expectativas del desarrollo económico francés.
La oposición rechaza totalmente la posibilidad de que se estabilice el
capitalismo y la paz durante los próximos decenios. La oposición existe porque
analiza el periodo como periodo revolucionario. Existe porque es necesario
preparar rápidamente a la vanguardia proletaria para los bruscos cambios de
coyuntura, que no sólo son probables, sino inevitables.
Esta vanguardia debe ser más firme e implacable en
su actuación frente a los discursos inflamados, pretendidamente "de
izquierda", de la burocracia centrista, frente a la histeria política que
se niega a tener en cuenta las condiciones concretas, que confunde el hoy con
el ayer y el mañana. Y también debe ser más firme y resuelta en la lucha contra
los elementos derechistas que se apropian de sus críticas y se amparan en ellas
para introducir sus posiciones en el movimiento revolucionario.
27)¿Una nueva delimitación de nuestro espacio
político? ¿Nuevas polémicas? ¿Nuevas escisiones? Así se lamentan las almas
bondadosas, que están cansadas, que quisieran convertir a la oposición en un
retiro apacible donde poder descansar, alejadas de las grandes tareas, aunque
conservando la reputación de revolucionario "de izquierda". A estos
les decimos: no. Vuestro rumbo no es el nuestro. Del mismo modo que la verdad
no ha sido nunca la suma de pequeños errores, una organización revolucionaria
tampoco ha sido jamás un conglomerado de pequeños grupos conservadores que
buscan febrilmente lo que los separa. Hay épocas en que la tendencia
revolucionaria queda reducida a una pequeña minoría en el movimiento obrero. Pero
esta situación no comporta que haya que concluir acuerdos con estos pequeños
grupos; al contrario, exigen un combate implacable tras una perspectiva
correcta, una educación en el espíritu del marxismo verdadero. Este es el único
camino de la victoria.
28) Puesto que esta discusión implica personalmente
al autor de estas líneas, debe admitir que la idea que se hacía del grupo
Monatte en la época en que fue deportado de la Unión Soviética era demasiado
optimista y, por tanto, falsa. El autor no ha tenido la posibilidad de seguir
las actividades de este grupo durante varios años. Lo juzgaba a la luz de
viejos recuerdos. En realidad, las divergencias no sólo son mucho más amplias,
sino también mucho más fundamentales de lo que podía suponer. Los
acontecimientos de estos últimos tiempos han demostrado a todas luces que sin
un deslinde ideológico preciso con respecto al sindicalismo, la oposición
comunista en Francia no avanzará ni un paso. Lo que se propone aquí es un
primer intento de lograr esta delimitación; preludio de un combate victorioso
contra la palabrería revolucionaria y la naturaleza oportunista de los Cachin[2], Monmousseau[3] y compañía
.
14 de octubre de 1929
El partido, los sindicatos y el problema de la unidad obrera
El problema de 1a unidad de las organizaciones
obreras no tiene una solución universal, aplicable a todos los tipos de
organización y a todas las situaciones.
La respuesta más clara a este problema es la que
afecta al Partido. Su completa independencia es la condición básica para la
acción revolucionaria. Pero ni siquiera este principio aporta por adelantado
una respuesta acabada a las siguientes preguntas: ¿cuándo y en qué condiciones
hay que separarse o, en el caso contrario, unirse con una corriente política
próxima? Estos problemas se resuelven siempre sobre a base de un análisis
concreto de las circunstancias r perspectivas políticas. En cualquier caso,
debe prevalecer, ante todo, el criterio de que la vanguardia del proletariado
organizado, el Partido, debe conservar su plena independencia y autotomía,
basadas en un programa de acción concreto.
Pero precisamente este tipo de respuesta al
problema en relación con el Partido, no sólo permite, sino que exige,
generalmente, una actitud muy distinta cuando se trata de la unidad de las
demás organizaciones de masa de la clase obrera: sindicatos, cooperativas,
soviets.
Cada una de estas organizaciones tiene sus objetivos y métodos de trabajo
particulares y, dentro de ciertos límites, independientes. Para el partido
comunista, todas estas organizaciones son, en primer lugar, el terreno de la
educación revolucionaria de amplios sectores obreros y de reclutamiento de los
obreros avanzados. Cuanto más amplios sean los sectores de masa integrados en
la organización respectiva, tanto mayores serán las posibilidades que ofrece a
la vanguardia revolucionaria. Esta es la razón por la cual en general no es el
ala comunista, sino el ala reformista quien toma la iniciativa de dividir a las
organizaciones de masas.
Basta con comparar la conducta de los bolcheviques
en 1917, con la de los sindicatos británicos en los últimos años. Los
bolcheviques no sólo permanecían en los sindicatos unitarios, sino que en
algunos casos toleraban una dirección menchevique, incluso después de la
revolución de octubre, a pesar de que los bolcheviques tuvieran una mayoría
aplastante en los soviets. En cambio, los sindicatos británicos, instigados por
los laboristas, expulsan a los comunistas, no sólo del partido, sino también.
cuando les es posible, de los sindicatos.
En Francia, la escisión fue asimismo fruto de la
iniciativa de los reformistas, y no es casualidad que la organización sindical
revolucionaria, forzada a llevar una existencia independiente, haya tomado el
nombre de unitaria.
¿Exigimos actualmente que los comunistas abandonen
la C. G. T.? En modo alguno. Al contrario: hay que reforzar el ala
revolucionaria de la Confederación de Jouhaux[4]. De este modo probamos que la escisión de la
organización sindical no es en ningún caso una cuestión de principio para
nosotros. Todas las objeciones de principio ultraizquierdistas que pueden
formularse contra la unidad sindical se esgrimen ante todo frente a la
integración de los comunistas en 1os sindicatos reformistas, que es una a de
suma importancia. Una de las misiones de estas fracciones debe consistir en
defender a la C.G. T. U[5]. ante los miembros de los sindicatos reformistas.
Esto sólo es posible si se demuestra que los comunistas no desean la escisión
sindical, sino al contrario, están dispuestos a restablecer la unidad sindical
en cualquier momento.
Si admitimos por un momento que la escisión
sindica1 se deriva del deber de los comunistas de oponer una política
revolucionaria a la de los reformistas, entonces no podemos aplicar esta
conclusión tan sólo a Francia; hay que exigir que los comunistas rompan con los
sindicatos reformistas, cualquiera que sea la relación de fuerzas, y
constituyan sus propios sindicatos también en Alemania, Inglaterra, Estados
Unidos, etc. En algunos países, los partidos comunistas han emprendido efectivamente esta vía. En
ciertos casos, los reformistas no les han dejado otra alternativa. En otros;
los comunistas han cometido un flagrante error al caer en la trampa de la
provocación reformista. Pero hasta ahora los comunistas no han motivado en
parte alguna la escisión sindical en la negativa de principio a trabajar con
los reformistas en las organizaciones obreras de masas.
Pasando por alto la organización cooperativa, cuyo
ejemplo no añadirá nada esencial a lo que ya se ha dicho , nos detendremos en
1a experiencia de los soviets. Esta
organización surge en uno de los países más revolucionarios de la historia,
cuando todos los problemas se agudizaban al máximo. ¿Podemos imaginarnos,
aunque sólo sea por un instante, la creación de soviets socialdemócratas? Esto sería negar la idea misma de los soviets. A comienzos de 1917, los
bolcheviques permanecieron en los soviets,
siendo una minoría insignificante. Durante meses ‑en un período en que
los meses valían por años, si no por decenios‑, admitieron que en los
comités de fábrica sólo representaban a una parte de la clase obrera. Solamente
cuando los mencheviques quedaron definitivamente desenmascarados y aislados,
convirtiéndose en una camarilla, los soviets los expulsaron de su seno.
En España, donde ya en un futuro próximo podría
plantearse prácticamente la consigna de los soviets, e incluso la creación de
esos soviets (juntas) - si los comunistas toman la iniciativa con energía y
coraje‑ esto sólo es concebible a través de un acuerdo organizativo
táctico con los sindicatos y los socialistas en torno a las modalidades y
plazos de elección de los diputados obreros. Avanzar en estas condiciones la
idea de que es inadmisible el trabajo con los reformistas en las organizaciones
de masa, constituiría una de las formas más nefastas de sectarismo.
¿Cómo conciliar entonces esta actitud nuestra
hacia las organizaciones proletarias dirigidas por los reformistas. con nuestra
apreciación del reformismo como el ala izquierda de la burguesía imperialista? Esta
contradicción no es formal, sino dialéctica. es decir, se deriva de1 propio
desarrollo de la lucha de clases. Una parte considerable de la clase obrera (la
mayoría en una serie de países) rechaza nuestra apreciación del reformismo; en
otros países ni siquiera se ha planteado esta cuestión. Todo el problema reside
precisamente en ayudar a estas masas a extraer conclusiones revolucionarias
sobre la base de nuestra experiencia común con ellas. Decimos a los obreros no
comunistas v anticomunistas: “Seguís confiando en los dirigentes reformistas,
que para nosotros son unos traidores. No podemos ni queremos imponeros nuestra
opinión por la fuerza. Queremos convenceros. Intentemos, pues, luchar juntos y
examinar las formas y los resultados de estas luchas”. Esto significa: completa
libertad de reagruparse en el seno de los sindicatos unificados, donde la
disciplina sindical se aplica a todos.
No es posible proponer otra postura de principio.
* * *
La Comisión Ejecutiva de la Liga sitúa
actualmente, con razón, la cuestión del frente único en un primer plano. Esta
es la manera de impedir que los reformistas, y sobre todo su representante de
izquierda, los monattistas, opongan la consigna de la unidad a las tareas
prácticas de la lucha de clases. Vassart, para contrarrestar la esterilidad de
la línea oficial, ha avanzado la idea del frente único con las organizaciones
sindicales locales. Este enfoque de la cuestión se basa en el hecho real de que
durante las huelgas locales las relaciones se establecen sobre todo con. los
sindicatos locales y con distintas federaciones. También es verdad que los
eslabones inferiores del aparato reformista son más sensibles a las presiones
de los obreros. Pero sería un error establecer cualquier diferencia de
principio entre los acuerdos con los oportunistas locales y los acuerdos con
sus jefes. Todo depende de las circunstancias del momento, de la fuerza de la
presión de masas y de la naturaleza de las tareas que figuran en la orden del
día.
Se sobreentiende que no planteamos en modo aluno
el acuerdo con los reformistas, tanto a nivel local como central, como
condición indispensable y previa de la lucha en cada caso particular. No nos
orientamos en función de los reformistas, sino según las circunstancias
objetivas y el estado de ánimo de las masas. En cuanto al carácter de las
reivindicaciones mínimas procedemos de la misma manera. Las masas obreras no
entablarán la lucha en nombre de unas reivindicaciones que se les antojen
fantásticas. Pero, por otro lado, si las reivindicaciones son demasiado
limitadas, los obreros pueden pensar: “¿Para eso? No vale la pena”.
No se trata de proponer cada vez formalmente el
frente único a los reformistas, sino de imponérselo en las condiciones que
mejor respondan a la situación. Todo ello exige una estrategia activa y muchas
maniobras. De todos modos, no cabe la duda de que es principal y exclusivamente
de esta manera como la C. G. T. U. puede limar hasta cierto punto las
consecuencias de la escisión de las masas entre dos organizaciones sindicales,
hacer recaer la responsabilidad de la escisión sobre los verdaderos
instigadores y avanzar sus propias posiciones combativas.
La peculiaridad de Ia situación en Francia reside
en el hecho de que desde hace algunos años existen dos organizaciones
sindicales separadas. En el transcurso del reflujo que ha conocido el
movimiento durante los últimos años, los obreros se han habituado a la
escisión, muchas veces simplemente la han olvidado. Sin embargo, cabía prever
que la reanimación en las filas de la clase obrera no dejaría de suscitar la
consigna de la unidad sindical. Teniendo en cuenta que más de nueve décimas
partes del proletariado francés se encuentran fuera de los sindicatos, es
evidente que a medida que se acentúe el relanzamiento, aumentará la presión de
los desorganizados. La consigna de la unidad no es más que o de los primeros
frutos de esta presión. Con una política adecuada, esta presión sólo puede
favorecer al P.C. y a la C.G.T.U.
Si para el futuro inmediato el aspecto primordial
la estrategia sindical de los comunistas franceses consistir en una política
activa de frente único, sería un craso error oponer la política de frente ~ a
la unidad sindical.
No cabe la menor duda que la unidad de la clase
obrera sólo podrá materializarse sobre una base revolucionaria. La política de
frente único es uno de medios para liberar a los obreros de la influencia
reformista y conduce, en definitiva, a la verdadera unidad de la clase obrera. Debemos
explicar y otra vez esta verdad marxista a los obreros avanzados. Pero una
perspectiva histórica, incluso la más correcta, no puede sustituir la
experiencia de las masas. El partido es la vanguardia, pero en su intervención, sobre todo sindical, debe
poder asomarse a la retaguardia. Ha de demostrar a los obreros una, dos,
incluso diez veces si hace falta , que está dispuesto a ayudarlos en cualquier
momento a reconstruir la unidad de la organización sindical. En este terreno
permanecemos fieles a los principios esenciales de la estrategia marxista: la
combinación de la lucha por las reformas con la lucha por la revolución.
¿Qué actitud mantienen actualmente las
confederaciones sindicales con respecto a la unidad? A amplios sectores obreros
deben parecerles idénticas. De hecho, los círculos dirigentes de ambas
organizaciones han declarado que la unificación sólo es concebible “por abajo”,
sobre la base de los principios de la organización respectiva. Cubriéndose con
la consigna de la unidad por abajo, retomada de la C. G. T. U., la
confederación reformista aprovecha el hecho de que la clase obrera ha olvidado y
la joven generación ignora que la escisión fue obra de Jouhaux, Dumoulin[6] y Cía. Al mismo tiempo los Monattistas llevan el
agua al molino de Jouhaux cuando sustituyen las tareas de lucha del movimiento
obrero por la única consigna de la unidad sindical. En su calidad de honestos
recaderos centran todos sus esfuerzos en la C. G. T. U., con objeto de
arrebatarle el mayor número posible de sindicatos y a los grupos en que
influyen, e iniciar acto seguido negociaciones en pie de igualdad con la
confederación reformista.
A tenor de lo que yo puedo deducir aquí, según los
documentos que poseo, Vassart ha propuesto que los propios comunistas avancen
la consigna de congreso de unificación de ambas confederaciones sindicales. Esta
propuesta fue categóricamente rechazada, y su autor acusado de haberse pasado
al bando de Monatte. A falta de datos no puedo pronunciarme a fondo en esta
discusión. Pero pienso que los comunistas franceses no tienen ninguna razón
para renunciar a la consigna de un congreso de fusión. Todo lo contrario.
Los monattistas dicen: “Unos y otros son escisionistas. Sólo nosotros estamos a favor de la
unidad. Obreros, apoyadnos.” Los reformistas contestan: “nosotros estamos a favor de la unidad por
abajo”, es decir, “nosotros”
admitimos generosamente a los obreros en nuestra organización. ¿Qué debe decir
sobre este problema la confederación revolucionaria? “No en vano nos llamamos
confederación unitaria. Estamos dispuestos a realizar la unidad de la
organización sindical, hoy mismo. Pero para ello los obreros no tienen
necesidad de ningún recadero sospechoso que no tiene detrás a ninguna
organización sindical y que se nutre de la escisión como el gusano de la llaga
purulenta. Proponemos que se prepare y se convoque en un plazo determinado un
congreso de fusión sobre la base de la democracia sindical.”
Este modo
de plantear la cuestión habría parado los
pies inmediatamente a los monattistas, que constituyen un grupo
políticamente estéril, pero que pueden crear mucha confusión en las filas
obreras. Pero, ¿no resaltará demasiado cara esta liquidación del grupo de
recaderos? Se objetará que en caso de que los reformistas acepten un congreso
de unidad, los comunistas quedarían en minoría v la C. G. T. U. cedería el
sitio a la C. G. T.
Semejante raciocinio sólo puede resultar
convincente para un burócrata sindical de izquierdas que lucha por su
“independencia” y pierde de vista las perspectivas y tareas del conjunto del
movimiento. La unidad de ambas organizaciones sindicales, incluso con el ala
revolucionaria provisionalmente en minoría, favorecería al cabo de poco tiempo
precisamente al comunismo, y solamente al comunismo. La unidad de la
Confederación provocaría inmediatamente una gran afluencia de nuevos afiliados.
Gracias a ello la influencia de la crisis se reflejaría en el seno de los
sindicatos de una forma más profunda y decisiva para la conquista de Ia
confederación unificada. Sólo los sectarios o los burócratas, que no los
revolucionarios proletarios, pueden preferir una mayoría asegurada en una organización
sindical pequeña y aislada a un trabajo de oposición en una amplia y auténtica
organización de masas.
Para un marxista que reflexiona es absolutamente
evidente que una de las razones que han contribuido a los monstruosos errores
de la dirección de la C.G.T.U., se derivaron del hecho de que gente como
Monmousseau, Semard[7] y otros, sin preparación teórica ni experiencia
revolucionaria, aparecieron de pronto como los “dueños” de una organización
independiente y tuvieron por consiguiente la posibilidad de experimentar con
ella bajo las órdenes de Losovsky[8], Manuilsky[9] y cía. No cabe la menor duda que si los
reformistas no hubieran logrado en su día escindir la confederación,
Monmousseau y cía. tendrían que contar con masas más amplias. Este hecho de por
sí ya habría contenido su aventurismo burocrático. De ahí, que las ventajas de
la unidad habrían sido actualmente infinitamente superiores a las desventajas. Si
el ala revolucionaria hubiera permanecido en minoría, durante dos o tres años,
en el seno de la confederación unificada, que englobaría alrededor de un millón
de obreros, estos dos años habrían sido incontestablemente más fructíferos en
cuanto a la educación, no sólo de los sindicalistas comunistas, sino de todo el
partido en su conjunto, que cinco zig‑zags “independientes” en una
C.G.T.U. que se debilita cada vez más.
No, no somos nosotros quienes debemos temer la
unidad sindical, sino los reformistas. Si aceptan un congreso de unidad ‑no
de palabra, sino en los hechos‑, ello crearía la posibilidad de sacar al
movimiento obrero francés del atolladero. Pero es precisamente por esta razón
que los reformistas no lo aceptarán.
La crisis origina enormes dificultades a los
reformistas, ante todo en el terreno sindical. De ahí que tengan tanta necesidad
de cubrirse por el flanco izquierdo; y son los recaderos de la unidad quienes
les ofrecen la cobertura. Desenmascarar la actividad escisionista de los
reformistas y el parasitismo de los monattistas, constituye actualmente una de
las tareas más importantes e impostergables. La consigna del congreso de unidad
puede contribuir mucho al cumplimiento de esta tarea. Cuando los monattistas
hablan de unidad, dirigen esta consigna contra los comunistas; cuando la
C.G.T.U. proponga a su vez un camino hacia la unidad, asestará un golpe mortal
a los monattistas y debilitará a los reformistas. ¿Realmente no está claro?
Es cierto que sabemos de antemano que debido a la
resistencia de los reformistas, la consigna de la unidad no dará actualmente
los frutos que podrían haberse obtenido en caso de una autentica unificación de
las organizaciones sindicales. Pero no cabe duda que se lograrán buenos
resultados, aunque más limitados, si la política de los comunistas es correcta.
Las amplias masas obreras verán en la práctica quién está a favor de la unidad,
quién está en contra, y se convencerán de que no se tiene ninguna necesidad del
servicio de recaderos. Es indudable que finalmente los monattistas quedarán
anulados, la C.G.T.U. se sentirá reforzada v la C.G.T. debilitada e inestable.
Pero si de eso se trata, ¿se reduce todo,
entonces, no ya a la realización de una unidad efectiva, sino simplemente a una
maniobra? Esta objeción no nos ta. Esta es la consideración que les merece toda
nuestra política de frente único particularmente a los reformistas: declaran
que nuestras propuestas constituyen una maniobra, únicamente porque ellos
mismos no quieren luchar.
Sería completamente erróneo querer establecer
alguna diferencia importante entre la política de frente único y la lucha por
la fusión de las organizaciones sindicales. Siempre que los comunistas
conserven la plena independencia de su partido, de su fracción en los
sindicatos y de toda su política, la fusión de las confederaciones no es más
que una forma concreta de la política de frente único, sólo que más profunda y
más amplia. Al rechazar nuestra propuesta, los reformistas la convierten en una
“maniobra”. Pero para nosotros es una maniobra legítima e indispensable; son
estas maniobras las que educan a las masas obreras.
*
* *
La Comisión Ejecutiva de la Liga, repetimos, tiene
la razón cuando insiste en que no puede aplazarse la unidad de acción hasta que
se hayan unificado las organizaciones sindicales. Igual que en períodos
anteriores, esta idea debe ser desarrollada, explicada y aplicada en la
práctica. Pero esto no excluye la necesidad de plantear con audacia, en el
momento oportuno, cuidadosamente seleccionado, la cuestión de la fusión de las
confederaciones (o incluso de federaciones particulares).
El problema estriba en saber si la dirección
comunista es capaz en estos momentos de llevar a cabo semejante maniobra. El
futuro lo demostrará. Pero si el partido y la dirección de la C.G.T.U. hacen
caso omiso de los consejos de la Liga ‑lo cual es más probable‑,
puede suceder que en el día de mañana se vean forzados a asumirlos. No hace
falta añadir que nosotros no fetichizamos la unidad sindical. No aplazamos
ninguna iniciativa de lucha hasta haber logrado la unidad. No se trata para
nosotros de una panacea, sino de una lección práctica, concreta y muy
importante, que hay que enseñar a obreros que han olvidado o que ignoran el
pasado.
Para la participación en el congreso de unidad no
planteamos, por supuesto, ninguna condición sine qua non.
Cuando los recaderos de la unidad, que no se
avergüenzan de su fraseología barata, afirman que la federación unificada debe basarse en el principio de la lucha de
clases, etc., no practican otra en interés de los oportunistas, que el equilibrismo verbal. ¿Qué persona seria
puede pedirle a Johaux y Cía que, en aras de la unidad con los comunistas,
emprendan la vía de la lucha de clases, a la que estos señores han renunciado
conscientemente nombre de la unidad con la burguesía? ¿Y qué entienden
exactamente los propios recaderos, todos esos Monatte, Ziromski[10] y Dumoulin, por “lucha de clases”? No. Nosotros
estamos dispuestos en todo momento a entrar en el terreno de la unidad
sindical, pero no para “corregir” (mediante fórmulas de charlatán) a los
mercenarios del capital, sino para arrancar a los obreros de la influencia de
los traidores. Las únicas condiciones que exigimos se refieren a las garantías
organizativas de la democracia sindical, en primer lugar la libertad de crítica
a la minoría, con la condición, naturalmente, de que se someta a la disciplina
sindical. No pedimos nada más, y por parte nuestra tampoco prometemos nada más.
Imaginemos que el partido sigue nuestro consejo,
aunque no de inmediato. ¿Cómo debería proceder el comité central? En primer
lugar debería preparar minuciosamente el plan de la campaña en el interior del
partido, analizarlo en todas las fracciones locales, adaptarlo a las
circunstancias de cada sindicato local, para que la consigna de unidad pueda
plantearse efectivamente por arriba y por abajo al mismo tiempo. Solamente
después de una preparación y elaboración minuciosas, después de eliminadas
todas las dudas y todos los malentendidos en las propias filas, la dirección de
la confederación a unitaria se dirige a la dirección de la confederación
reformista con propuestas concretas: crear una
comisión paritaria para preparar, en un plazo de dos meses, por ejemplo,
el congreso sindical de unificación, abierto a todas las organizaciones
sindicales del país. A1 mismo tiempo, las organizaciones sindicales unitarias
se dirigen a las organizaciones locales reformistas con la misma propuesta,
formulada con precisión y de forma concreta.
El P.C.
desarrolla una amplia agitación en todo el país, afirmando y explicando durante
cierto tiempo, a través de esta simple idea, que los comunistas proponen
materializar inmediatamente la unidad organizativa de las confederaciones
sindicales. Cualquiera que sea la actitud de los reformistas, las artimañas a
que van a recurrir, los comunistas saldrán beneficiados de esta campaña, incluso
si por esta mera vez se reduce a una simple demostración.
Durante
este espacio de tiempo no se abandona ni por un minuto la lucha por el frente
único. Los comunistas continúan a tacando a los reformistas, tanto en
provincias como en el centro, apoyándose en la actividad creciente de los
obreros, reiterando todas las propuestas de acción combativa sobre la base de
la política de frente único, desenmascarando a los reformistas, reforzando sus
propias filas, etc. Y puede suceder muy bien que al cabo de seis meses, un año
o dos años, los comunistas deban renovar la propuesta de fusión de las
confederaciones sindicales colocando de este modo a los reformistas en una
situación mucho más embarazosa que la primera vez.
La verdadera política bolchevique debe revestir ,
precisamente este carácter simultáneo de ofensiva, audacia y capacidad de
maniobra. Esta es la única manera de sacar al movimiento del estancamiento,
depurarlo de formaciones parásitas y de acelerar la evolución de la clase
obrera hacia la revolución.
La orientación propuesta en este texto no tiene
sentido ni puede dar fruto si la iniciativa no proviene de la C.G.T.U. y del
Partido Comunista. No es tarea de la Liga avanzar por su propia cuenta la
consigna del congreso de unidad, oponiéndose a la federación reformista. La
tarea de la Liga consiste en empujar al partido oficial y a la C.G.T.U. por la
vía de una política audaz de frente único, de incitarlos ‑sobre la base
de esta política‑ a realizar, en
el momento, oportuno ‑en el futuro habrá muchos de estos momentos‑
una ofensiva decidida en pro de la fusión de las organizaciones sindicales.
Para cumplir su tarea con respecto al partido, la
Liga debe alinear ante todo sus propias filas en el movimiento sindical. Es una
tarea impostergable. Debe cumplirse y será cumplida.
Abril de 1931
Los sindicatos ingleses
La cuestión sindical es el problema central de una
política obrera en Gran Bretaña, como en la mayoría de los viejos países
capitalistas. En este terreno, los errores de la Komintern[1] son innumerables. No es de extrañar: la
incapacidad de un partido para establecer relaciones correctas con la clase
aparece siempre con claridad meridiana en el terreno sindical. Por esta razón
considero necesario insistir en el tema.
Los sindicatos surgieron en la época de expansión
del capitalismo. Se dieron la tarea de elevar el nivel material y cultural de
la clase obrera, de ampliar sus derechos políticos. Esta fue la obra que
realizaron los sindicatos, durante un siglo, en Inglaterra; esto fue lo que les
confirió una autoridad extraordinaria entre los trabajadores. El declive del
capitalismo inglés, en el contexto de declive del capitalismo internacional, es
la razón objetiva que determinó la evolución reformista de los sindicatos. El
capitalismo sólo podía sobrevivir si rebajaba considerablemente el nivel. de
vida de la clase obrera. En esta situación, los sindicatos tenían que optar: o
bien se transformaban en organizaciones revolucionarias, o bien se convertían
en agentes del capitalismo encargados de hacer posible la intensificación de la
explotación de los trabajadores. La burocracia sindical, que había resuelto
satisfactoriamente sus propios problemas sociales, optó por la segunda vía. Con
todo el prestigio acumulado por los sindicatos hizo una barrera contra la
revolución socialista, contra todo intento de los trabajadores de resistirse a
los ataques del capital y de la reacción.
Esto hizo que la primera tarea de un partido
revolucionario pasara a ser la liberación de los trabajadores de la influencia
reaccionaria de la burocracia sindical. En este aspecto decisivo, la Komintern
demostró su total incapacidad. En los años 26‑27, y especialmente durante
la huelga de los mineros y la huelga general, en el mismo momento en que el
Consejo General de los sindicatos urdía su criminal traición, la Komintern se
arrastró servilmente ante los cabecillas rompehuelgas, los cubrió con su
prestigio ante los trabajadores y, en definitiva, les salvó la jugada. Fue un
golpe fatal para la minoría revolucionaria[11]. Asustada por los resultados de su propia
actividad, la burocracia de la Komintern cayó en el ultraizquierdismo. Los
excesos desastrosos del “tercer período”[12] se derivan del deseo de una pequeña minoría de
comunistas de comportarse como si tuvieran detrás a la mayoría. Aislándose cada
vez más de la clase obrera, el Partido Comunista opuso a las Trade Unions, que
agrupaban a millones de trabajadores, sus propios sindicatos, obedeciendo
ciegamente a las órdenes de la dirección de la Komintern, pero separados de la
clase obrera como por un abismo; era el mejor regalo que podía hacerse a la
burocracia sindical. Si ésta hubiera tenido la posibilidad de condecorar a
alguien con la orden de la charretera, tendría que haber otorgado esta
distinción a los dirigentes de la Komintern y la Profintern[2]. Como hemos visto, los sindicatos no desempeñan
actualmente un papel progresivo, sino reaccionario, pero todavía engloban a
millones de trabajadores. De esta constatación no debemos deducir que los
obreros son ciegos, que no perciben el cambio del papel histórico de los
sindicatos. Pero ¿qué otra cosa podrían hacer? A sus ojos, la vía
revolucionaria ha quedado comprometida por los vaivenes y las aventuras del
comunismo oficial. Los trabajadores piensan: “Está bien, los sindicatos son
nefastos, pero sin ellos las cosas podrían empeorar”. Así razona el que está en un callejón sin salida. Mientras, la
burocracia sindical persigue a los obreros revolucionarios, cada vez con más
descaro, liquida la democracia interna por voluntad de una camarilla y en el
fondo transforma los sindicatos en un campo de concentración para trabajadores,
en plena época de decadencia capitalista.
En estas condiciones cabe preguntarse si no es
posible pasar por encima de los sindicatos, si no posible sustituirlos por otro
tipo de organizaciones, como, por ejemplo, los sindicatos revolucionarios, los
comités de empresa, los soviets u otros organismos de esta clase. Los
partidarios de esta opción cometen el error fundamental de confundir estas
experiencias organizativas con la solución del gran problema político, a saber:
¿cómo liberar a las masas de la influencia de la burocracia sindical? De nada
sirve ofrecerles a las masas una nueva organización autoproclamada. Es
necesario ir a buscar a las masas allí donde se encuentran, para conducirlas
a otra parte.
Los ultraizquierdistas impacientes dicen a menudo que es absolutamente
imposible ganar a los sindicatos para nuestra causa, porque la burocracia
utiliza siempre el aparato para poner a salvo sus intereses particulares
recurriendo a las maquinaciones sucias y a la represión, y no siente ningún
escrúpulo ante ninguna vileza, igual que la oligarquía parlamentaria en la
época de los “burgos podridos”. ¿De qué sirve, dicen, perder el tiempo y gastar
las fuerzas .en esta empresa? Si se resume bien el argumento, veremos que se
reduce a dar un pretexto ‑la corrupción de las direcciones sindicales‑
para justificar que no hay que luchar en el seno de las masas. Por este camino
se puede ir aún más lejos: ¿por qué no abandonar también el trabajo
revolucionario, so pretexto de las provocaciones y de la represión del
Gobierno? No existe ninguna diferencia fundamental entre estos dos argumentos,
pues en definitiva la burocracia sindical forma parte del aparato estatal, tanto
a nivel económico como político. Sería absurdo pensar que la burocracia
favorece su propia destrucción, o simplemente que no se opone a ella. Y dado
que se defiende
con la persecución, con la violencia, con la expulsión, apelando muchas
veces al poder estatal a que intervenga, nosotros debemos aprender a trabajar clandestinamente en los sindicatos, a
encontrar un idioma común con las masas sin descubrirnos ante la burocracia. Precisamente
en la época actual, en que la burocracia reformista se ha transformado en una
agencia económica del capital, el trabajo revolucionario en los sindicatos
puede obtener resultados decisivos en relativamente poco tiempo, si se realiza
con inteligencia y de forma sistemática.
Esto no quiere decir que esté asegurado que el partido
revolucionario pueda ganar a los sindicatos para la revolución socialista. El
problema no es tan sencillo, ni mucho menos. El aparato sindical se ha
independizado enormemente de las masas. Por consiguiente, la burocracia es
capaz de conservar sus posiciones hasta mucho tiempo después de que las masas
se hayan tornado contra ella. Pero esta, situación, en que las masas se oponen
a una burocracia que todavía tiene fuerzas para sabotear las elecciones y
presentarse como una representación obrera, favorece en gran medida el
surgimiento de comités de empresa, de consejos obreros y otras organizaciones
que respondan a las necesidades concretas del momento. En Rusia, donde los
sindicatos no contaban en absoluto con las poderosas tradiciones de las Trade
Unions británicas, la revolución de
Octubre hizo con una mayoría menchevique en el aparato sindical. Pese a haber
perdido a las masas, estas direcciones todavía podían sabotear las elecciones a
los puestos de responsabilidad, aunque, eso sí, no tenían la mínima posibilidad
de sabotear la revolución.
Es absolutamente necesario inculcar ahora a los
trabajadores avanzados la idea de la creación de comités de fábrica y de
consejos obreros, que en el momento decisivo deberá materializarse, pero sería
criminal jugar con esta consigna poniéndola en práctica aquí o allá, en guisa
de consuelo por la poca influencia que se tiene en los sindicatos Oponer a los
sindicatos existentes la idea abstracta de los consejos obreros sería
acarrearse la hostilidad no ya de las
direcciones sindicales, sino también de las masas, y renunciar
a toda posibilidad de preparar
el terreno para la realización práctica, en su día, de estos consejos.
La Komintern ha acumulado muchas experiencias en
este terreno. Enfrenta sistemáticamente los sindicatos que ha creado, es decir,
los sindicatos comunistas, a las masas trabajadoras, con abierta hostilidad. Esto
es caer en la más absoluta impotencia. Es una de las razones fundamentales de
la derrota del partido comunista alemán. Es cierto que el partido comunista
inglés, que yo sepa, se opone actualmente a la consigna de los consejos
obreros. A simple vista, esto puede parecer una valoración razonable de la
situación. Pero de hecho el partido comunista inglés no hace más que cambiar
una forma de aventurerismo político por otra aún más histérica. La teoría y la
práctica del social‑fascismo, el rechazo de la política de frente único,
crean obstáculos insuperables al trabajo en los sindicatos, pues todo sindicato
es, por definición, el lugar donde se realiza un frente único entre los
revolucionarios, los reformistas y las
masas sin partido. En la medida en que el partido comunista inglés ha resultado
incapaz de extraer las lecciones de la tragedia alemana y de armarse en este
terreno, toda alianza con él, incluso
por parte del I.L.P[13]. , que hace muy poco tiempo que ha iniciado su
aprendizaje revolucionario, no puede llevar sino al fracaso y a la desaparición.
Los seudocomunistas no dejaron de referirse al
último congreso de las Trade Unions, que declaró que no cabía pensar en un
frente único con los comunistas contra el fascismo. Sería cometer una estupidez
suprema querer convertir esta trivialidad burguesa en una verdad
definitivamente establecida por la historia. La burocracia sindical puede
permitirse el lujo de proclamar semejantes fórmulas grandilocuentes, pues no se
ve directamente amenazada, ni por el fascismo ni por el comunismo. Cuando la
maza del fascismo flota sobre la cabeza de los sindicatos y cuando existe un
partido revolucionario que merece este nombre, si se aplica una línea política
correcta, la masa de afiliados no duda ni un momento en aliarse con el ala
revolucionaria, incluso en arrastrar con ella, por este camino, a una parte del
mismo aparato. Si en cambio el comunismo se convierte en una fuerza decisiva
que amenaza a los burócratas con todos sus privilegios, los señores Citrine[14] y compañía no tendrán escrúpulos en hacer bloque
con Mosley[15] y
compañía frente a los comunistas. En agosto de 1917, los mencheviques y
socialistas revolucionarios lucharon junto a los bolcheviques para rechazar al
general Kornilov[16]. Dos meses más tarde, en octubre, luchaban al
lado de Kornilov contra los bolcheviques. En los primeros meses de 1917 ‑igual que Citrine y
compañía ahora- habían jurado efectivamente ante sus grandes dioses que jamás
se aliarían con ninguna dictadura, fuera de derechas o de izquierdas. .
E1 partido revolucionario proletario debe forjarse
la clara comprensión de sus tareas históricas. Ello exige un programa basado en
el análisis científico. Al mismo tiempo, el partido revolucionario debe saber
establecer relaciones correctas con la clase. Esto implica una política basada
en el realismo revolucionario, que está tan alejado de la indecisión
oportunista como del sueño sectario. Desde el punto de vista de estos dos
criterios entrelazados, el ILP. debe revisar sus nexos con la Komintern y
también con todas las demás organizaciones y corrientes de la clase obrera. De
esta revisión depende primordialmente el porvenir del I.L.P.
Septiembre de 1933
Los sindicatos en la época de la decadencia imperialista
Existe un rasgo común en el desarrollo, o más exactamente en la degeneración de 1as
organizaciones sindicales contemporáneas en el mundo entero: su acercamiento y
su fusión con el poder estatal.
Esta característica es propia tanto de los
sindicatos neutrales, como de los socialdemócratas, comunistas y anarquistas. Este
hecho de por sí ya indica que la tendencia a fusionarse con el Estado no es
inherente a una u otra ideología, sino que se deriva de las condiciones
sociales comunes a todos los sindicatos.
El capitalismo monopolista no se basa en la
competencia o en la iniciativa privada, sino en la centralización del mando. Las
camarillas capitalistas, al frente de poderosos trusts, de los sindicatos patronales, de los consorcios bancarios,
etc., controlan la vida económica desde la misma altura que el poder estatal, y
en todo momento cuentan con la colaboración de Éste. A su vez, los sindicatos,
en los ramos industriales más importantes, no tienen la posibilidad de
beneficiarse de la competencia entre las diversas empresas. Se enfrentan a un
enemigo capitalista centralizado, íntimamente unido al poder. De ahí que los
.sindicatos ‑en la medida en que se mantengan en posiciones reformistas,
es decir, en posiciones basadas en la aceptación de la propiedad privada‑
tengan que adaptarse al Estado capitalista y lograr la cooperación con él. En
opinión de la burocracia del movimiento sindical, la misión fundamental estriba
en liberar al Estado del yugo capitalista, en debilitar su dependencia con
respecto a los trusas y en atraerlo a su bando. Esta posición está en plena
consonancia con la posición social de la aristocracia y de la burocracia
obrera, que luchan por obtener algunas migajas en el reparto de los
sobrebeneficios del capitalismo imperialista.
En sus discursos, los burócratas obreros se deshacen por demostrar al
Estado “democrático” cuan útiles y necesarios son en tiempos de paz y muy
especialmente en tiempos de guerra. Al transformar los sindicatos en organismos
del Estado, el fascismo no inventa nada nuevo, no hace más que llevar hasta sus
últimas consecuencias las tendencias inherentes al imperialismo.
Los países coloniales y semicoloniales no están
dominados por un capitalismo autóctono, sino por el imperialismo extranjero. Pero
esto no quita, sino que refuerza todavía más la necesidad de establecer lazos
cotidianos y prácticos entre los magnates del capitalismo y los gobiernos que
de hecho dependen de ellos ‑los gobiernos coloniales y semicoloniales.
Puesto que
el capitalismo imperialista crea en los países coloniales y semicoloniales una
aristocracia y burocracia obrera, ésta implora el apoyo de los gobiernos
coloniales y semicoloniales, como protectores y tutores suyos, a veces como
árbitros. Esto constituye la base social más importante del carácter
bonapartista[17] y semibonapartista de los gobiernos en las
colonias y en general en los países “atrasados”. Constituye también la base de
la dependencia de los sindicatos con respecto al Estado.
En México, los sindicatos han sido transformados
por ley en instituciones semioficiales y han adoptado, por consiguiente, un
carácter semitotalitario. En opinión de los legisladores, la
institucionalización de los sindicatos va en interés de los trabajadores, pues
les asegura una influencia en la vida política y económica. Pero en la medida
en que el capital extranjero domina sobre el Estado nacional y en la medida en
que tiene la posibilidad de derribar la democracia inestable y de sustituirla
inmediatamente por una dictadura fascista abierta en esta medida la legislación
en materia sindical puede convertirse fácilmente en. un arma en manos de la
dictadura imperialista.
Por la independencia de los
sindicatos
De todo ello parece derivarse, a primera vista, la
conclusión de que los sindicatos renuncian a ser sindicatos en la época
imperialista. Casi ya no hay sitio para la democracia obrera, que en los viejos
tiempos, cuando dominaba el libre cambio en la economía, era inherente a la
vida interna de las organizaciones obreras. Sin democracia obrera no puede
lucharse libremente por ganar influencia entre los miembros del sindicato. En
consecuencia, desaparece el terreno principal de la actividad revolucionaria en
el seno de los sindicatos. Sin embargo, una postura de este tipo sería
profundamente errónea. Nosotros no podemos escoger el terreno o las condiciones
de nuestra actividad en función de nuestros gustos y aversiones. Es
infinitamente mucho mas difícil luchar por influenciar a la masa obrera en un
Estado totalitario y semitotalitario que en una democracia; lo mismo sucede en
los sindicatos, cuyo rumbo refleja la evolución de los Estados capitalistas. Pero
no podemos renunciar a actuar sobre los obreros en Alemania por el sólo hecho
de que el régimen totalitario hace que este trabajo sea extremamente difícil. Por
la misma razón no podemos renunciar a la lucha en las organizaciones laborales
de afiliación forzosa creadas por el fascismo. Y menos todavía Podemos
renunciar a un trabajo sistemático en el seno de sindicatos de tipo totalitario
o semitotalitario, simplemente porque dependan directa o indirectamente del
Estado obrero o porque la burocracia haya privado a los revolucionarios de la
posibilidad de intervenir libremente en los sindicatos. Es necesario proseguir
la lucha en todas estas circunstancias concretas, creadas por la evolución
precedente, que incluye los errores de la clase obrera y los crímenes de sus
jefes. En los países fascistas y semifascistas es imposible ejecutar un trabajo
revolucionario que no sea clandestino, ilegal y conspirativo. En los sindicatos
totalitarios es imposible desarrollar una actividad que no sea oculta. Es necesario
que nosotros mismos nos adaptemos a las condiciones concretas que existen en
los sindicatos de cada país, para movilizar a las masas. no sólo contra la
burguesía, sino también contra el régimen totalitario que reina en los propios
sindicatos y contra los dirigentes que mantienen ese régimen. La primera
consigna de esta lucha es: independencia
total e incondicional de los sindicatos con respecto al Estado capitalista.
Esto significa: lucha por transformar los sindicatos en organizaciones de las
masas explotadas y no en órganos de una aristocracia obrera.
La segunda consigna es: democracia en los Sindicatos. Esta segunda consigna se deriva
directamente de 1a primera, y su realización presupone la completa libertad de
los sindicatos del Estado imperialista o colonial.
En otras palabras, en la época actual los sindicatos n o pueden ser simples
órganos de la democracia como lo fueron en la época del capitalismo de libre
competencia, y no pueden seguir siendo políticamente neutrales por mucho
tiempo, es decir, limitarse a la defensa de los intereses cotidianos de la
clase obrera. No pueden seguir siendo
anarquistas por mucho tiempo, es decir, ignorar la influencia .decisiva del
Estado en la vida de los pueblos y de las clases.
No pueden seguir siendo reformistas por mucho
tiempo, porque las condiciones objetivas no permiten más reformas serias y
duraderas. Los sindicatos de nuestra época pueden servir, ya sea como
instrumentos auxiliares del capitalismo imperialista para subordinar y
disciplinar a los trabajadores e impelir la revolución, ya sea, por el
contrario, como instrumentos del movimiento revolucionario del proletariado.
La neutralidad de los sindicatos pertenece
completa e irremediablemente al pasado, murió junto con la “libre democracia”
burguesa.
De todo lo dicho se deduce claramente que a pesar
de la continua degeneración de los sindicatos y de su integración progresiva en
el Estado imperialista, la intervención en el seno de los sindicatos no sólo no
ha perdido un ápice de su importancia, sino que debe proseguirse igual que
antes, y en cierta medida se convierte incluso en un trabajo revolucionario. El
objetivo de este trabajo sigue siendo fundamentalmente la lucha por ganar
influencia en la clase obrera. Toda organización, todo partido, toda fracción
que se permita una posición ultimatista en relación con los sindicatos, es
decir, que de vuelve la espalda a la clase obrera, por el hecho de que sus
organizaciones no son de su agrado, está condenado a morir. Y hay que decir que
merece su destino.
En la medida en que el papel principal en los
países atrasados no corresponda al capitalismo extranjero, la burguesía
nacional ocupa, en lo que respecta a su posición social, una situación inferior
a la que corresponde al desarrollo de la industria. En la medida que el capital
extranjero no importe trabajadores, sino que proletarice a Ia población
indígena, proletariado nacional pasa a desempeñar rápidamente el papel más
importante en la vida del país. En estas condiciones, el gobierno nacional, en
la medida en que trata de resistir al capital extranjero, se ve obligado a
apoyarse más o menos en el proletariado. En cambio, los, gobiernos de esos
países, que consideran inevitable y más provechoso para ellos ir mano a mano
con el capital foráneo, destruyen las organizaciones obreras e instauran un
régimen más o menos totalitario. De este modo, la debilidad de la burguesía
nacional, la ausencia de tradiciones del gobierno interior, el desarrollo más
os rápido del proletariado, destruyen los cimientos de todo régimen
democrático' estable. Los gobiernos de los países atrasados es decir coloniales
y semicoloniales, toman un carácter
bonapartista o semibonapartista, y se distinguen entre sí por el hecho de que
unos tratan de orientarse en una dirección democrática , de apoyarse en los
obreros y campesinos, mientras que otros instauran una forma de dictadura
militar y policiaca. Esto determina
también la posición de los sindicatos. O bien están apadrinados por el Estado,
o bien están sometidos a una cruel persecución. Esta tutela del Estado viene
dada por dos objetivos: en primer lugar, acercarse a la clase trabajadora
entera para ganar así su apoyo y resistir a las pretensiones excesivas del
imperialismo; en segundo lugar, disciplinar a los trabajadores, sometiéndoles a
un control burocrático.
El capitalismo monopolista y los
sindicatos
El capitalismo monopolista está cada vez menos dispuesto a aceptar la
independencia de los sindicatos. Exige a la burocracia reformista y a la
aristocracia obrera , pendientes de las migajas que caen de la mesa, que se
conviertan en su policía po lítica a los ojos de la clase obrera.
Si esto no se hace realidad, la burocracia obrera
será suprimida y sustituida por los fascistas. En este caso, todos los
esfuerzos de la aristocracia obrera por servir al imperialismo no podrán
salvarla de la destrucción por mucho tiempo.
La agudización de las contradicciones de clase en
todos los países y de los antagonismos entre las naciones produce una situación
en la que el capitalismo imperialista sólo puede tolerar (en un momento dado) a
una burocracia reformista, si ésta actúa directamente como accionista, pequeño
pero activo, en sus empresas imperialistas, en sus proyectos y programas, tanto
en cada país como a escala mundial. El social‑reformismo ha de
convertirse en social‑imperialismo,
con el único objetivo de prolongar su existencia y nada más. Pues la primera
vía no tiene en general salida alguna.
¿Significa esto que en la Época imperialista es
imposible, en general, que existan sindicatos independientes? Sería'
profundamente incorrecto plantear la pregunta de esta forma.
Son imposibles los sindicatos reformistas independientes o semiindependientes . Son posibles los
sindicatos revolucionarios , que no
sólo no sean un instrumento de la policía imperialista, sino que se den la
tarea de derrocar directamente el sistema capitalista.
En la época de la decadencia del imperialismo, los
sindicatos sólo pueden ser realmente independientes en la medida en que asuman,
conscientemente y en la acción, el papel de órganos de la revolución
proletaria. En este sentido el programa transitorio de la IV Internacional no
sólo es el programa del partido, sino también en sus líneas maestras, el
programa de la actividad sindical.
El desarrollo de los países atrasados presenta un
carácter combinado. En otras palabras, el último grito de la tecnología, de la
economía y de la política imperialista se combina en estos países con la
situación de atraso y las tradiciones primitivas. Esta ley se observa en las
más diversas esferas de desarrollo de los países coloniales y semicoloniales,
inclusive en la esfera del movimiento sindical. El capital imperialista opera
en este terreno en su forma más cínica y abierta. Traslada a un terreno virgen
los métodos más perfeccionados de . su dominación tiránica.
Durante el último periodo se ha podido observar en
todo el movimiento sindical mundial, un desplazamiento a la derecha y la
supresión de 1a democracia interna. En Inglaterra ha sido liquidada la coriente
minoritaria dentro de los sindicatos (no sin la intervención de Moscú), los
lideres sindicales son actualmente, en particular en lo que respecta a la
política exterior, agentes sometidos al partido conservador.
En Francia no quedaba espacio para sindicatos
estalinistas independientes. Se unieron a los llamados anarco‑sindicalistas
bajo la dirección de Jouhaux, comportando esta unificación un desplazamiento
general del movimiento sindical a la derecha, no hacia la izquierda.
La dirección de la C.G.T. es la agencia más
directa más abierta del capitalismo imperialista francés. En los Estados
Unidos, el movimiento sindical ha
conocido un periodo muy movido en estos últimos años. El desarrollo de la
C.I:O[18]. ha revelado claramente las tendencias
revolucionarias que se manifiestan entre las masas trabajadoras. Sin embargo,
hay que resaltar el hecho altamente significativo que la nueva organización
sindical izquierdista, apenas fundada, cayó bajo la férula del Estado
imperialista. La lucha entre los dirigentes de la antigua, federación y los de
la nueva se reduce, en gran medida, una lucha por la amistad y el apoyo de
Roosevelt y de su Gobierno.
No es menos significativo, aunque sea de signo
contrario, el desarrollo, o la degeneración, de los sindicatos españoles. En
los sindicatos socialistas se puso fuera de combate a todos los dirigentes que
representaban en cierto modo la independencia del movimiento sindical. Y en
cuanto a los sindicatos anarcosindicalistas, se transformaron en instrumentos
de la burguesía republicana.
Sus dirigentes se convirtieron en ministros
burgueses conservadores. El hecho de que esta transformación tuviera lugar
durante la guerra civil no merma su importancia. La guerra es la continuación
de la política. Favorece la evolución,
descubre sus rasgos fundamentales, destruye todo lo que está podrido o es falso
y mantiene solamente lo esencial. El
deslizamiento de los sindicatos a la derecha se debía a la exacerbación de las
contradicciones sociales e internacionales. Los lideres del movimiento sindical
notaban, compendian, o se esperaba que comprendieran, que no era este el
momento de jugar al juego de la oposición. Cualquier gesto de oposición en el
seno del movimiento sindical, y particularmente en su cúspide, amenaza con
provocar una formidable movilización de masas, creando dificultades al
imperialismo nacional. Ello comporta el desplazamiento de los sindicatos hacia
la derecha y la supresión de la democracia obrera en los sindicatos. La
característica fundamental, la evolución hacia el régimen totalitario,
condiciona al movimiento obrero de todo el mundo. Deberíamos . mencionar
también a Holanda, donde además del apoyo que recibió el capitalismo
imperialista del movimiento sindical reformista, la llamada organización
anarcosindicalista misma estaba bajo el control del Gobierno imperialista. El
secretario de la organización, Sneevliet, pese a sus simpatías platónicas por
la IV Internacional, estaba interesado ante todo, como diputado en el
Parlamento holandés, en evitar que las iras del Gobierno se abatieran sobre su
organización sindical.
En los Estados Unidos, el ministro de Trabajo, con
su burocracia “izquierdista”, se ha propuesto la tarea de someter el movimiento
sindical al Estado democrático, y hay que decir que hasta el momento ta tarea
la está cumpliendo con cierto éxito.
La nacionalización del ferrocarril y de los
yacimientos petrolíferos en México no tiene nada que ver, evidentemente, con el
socialismo. Es una medida de capitalismo de Estado en un país atrasado, se
trata de defenderse de esta manera, por un lado contra el imperialismo
extranjero, por otro contra su propio proletariado. La gestión del ferrocarril
y de los yacimientos petrolíferos bajo el control de las organizaciones obreras
no tiene nada que ver con el control obrero sobre la industria, pues en
definitiva la gestión está en manos de la burocracia obrera, que es
perfectamente independiente con respecto a los trabajadores, pero que en cambio
depende enteramente del estado burgués. Esta medida adoptada por la clase
dominate tiene por objeto domesticar a la clase obrera, hacerle trabajar más al
servicio de los “intereses comunes” del Estado, que parecen confundirse con los
intereses propios de la clase obrera. En realidad, la burguesía se ha propuesto
liquidar los sindicatos como órganos de la lucha de clases, sustituirlos por la
burocracia sindical, como órgano de dirección de los obreros por parte del
Estado burgués. En estas condiciones, la tarea de la vanguardia revolucionaria
consiste en dirigir la lucha por la completa independencia de los sindicatos,
por la instauración de un verdadero control obrero sobre la burocracia sindical
presente, que se ha transformado en administración de ferrocarriles, de
empresas de petróleo, etc.
Los acontecimientos del último periodo anterior a
la guerra han demostrado, con una claridad particular, que el anarquismo, que
desde el punto de vista teórico ha sido siempre un liberalismo llevado al
extremo, era en la práctica una propaganda pacifista en el marco de la
República democrática que quiere proteger. Si hacemos abstracción de los actos
terroristas individuales; etc, el anarquismo, como sistema de movilización de
masas y de acción política, no es más que material de propaganda bajo la
protección pacífica de la Legalidad. En los momentos de crisis, los anarquistas
hacen a menudo todo lo contrario de lo que pregonan en tiempos de paz: Este
hecho ya fue señalado por el propio Marx, al tratar el tema de la Comuna de
París.
Y se repitió a mayor escala en 1a revolución
española.
Ya no pueden existir por mucho tiempo sindicatos
democráticos en el antiguo sentido de la palabra, es decir, organizaciones en
cuyo seno se enfrentan más o menos libremente distintas tendencias, dentro de
una organización de masas. Del mismo modo que es imposible volver al viejo
Estado democrático burgués, es imposible volver a la vieja democracia obrera.
El destino de uno refleja la suerte de la otra. No
cabe duda que la independencia de los sindicatos, en un sentido de clase, en
relación con el Estado burgués, sólo puede quedar asegurada, en las
circunstancias actuales, por una dirección completamente revolucionaria, que es
la dirección de la IV Internacional. Esta dirección, por supuesto, puede y debe
ser racional y garantizarles a los sindicatos el máximo de democracia
concebible en las condiciones concretas actuales. Pero sin la dirección
política de la IV Internacional la
independencia de los sindicatos es imposible.
Agosto de 1940
[1] Internacional Comunista o III
Internacional
[2]Profintern. Internacional
Sindical Roja. Organismo constituido para agrupar a los Sindicatos que adherían
a la Internacional Comunista. La CNT fue miembro de la misma y A. Nin su
secretario general
[1].Monnate, F. Dirigente del ala izquierda de la CGT durante la I Guerra
Mundial, adhirió luego al PC francés, del que fue expulsado. Organizó un
agrupamiento político denominado “Liga Sindicalista”
[2].Marcel Cachin fue durante años dirigente del Partido Comunista Francés
[3].Gastón Monmosseau . Burócrata sindical vinculado al PCF durante años, luego
colaborador de la dirección de la CGT francesa
[4].León Jouhaux fue durante años el secretario General de la CGT de Francia
[5].CGTU (Confederación General del Trabajo Unificada). Sindicato constituido
por los militantes del PC Francés
[6].Dumoulin, P. Burócrata Sindical, dirigente de la CGT
[7].Semard, Pierre. Dirigente del PCF, colocado por éste en la dirección de la
CGTU
[8].Lozovsky, Alexander.. Dirigente estalinista del PCUS, nombrado por Stalin
para la dirección de la Internacional Comunista
[9].Manuilsky, Dimitri Z.. Otro de los dirigentes de la Internacional Comunista
bajo Stalin
[10].Zyromsky. Socialdemócrata de izquierda
[11].Durante el año 1926 una poderosa huelga general sacudió Gran Bretaña..La
dirección del PC de la Unión Soviética y la Internacional Comunista
constituyeron un “Comité Anglo-Ruso” con los dirigentes de las Trade
Unions. Esta alianza permitió a los
burócratas sindicales ingleses inmovilizar a los comunistas ingleses y
traicionar el movimiento huelguístico
[12].Durante el llamado “tercer periodo “ de la Internacional Comunista ésta
caracterizó aos partidos socialdemócratas como “socialfascistas”; se les
consideró como el principal enemigo y se prohibió a los comunistas toda alianza
con ellos. Ello facilitó el camino de Hitler al poder
[13].ILP: Independent
Labour Party. Partido
socialdemócrata de izquierda, que en algunos momentos se orientó hacia
posiciones revolucionarias. En su última etapa estuvo vinculado al POUM español
[14].Walter Citrine fue secretario General de las Trade Unions desde 1926 a
1946. Fue nombrado Sir por sus servicios al capitalismo británico
[15].Mosley fue el dirigente del partido fascista inglés
[16].L. Kornilov intentó un golpe de estado pocos meses antes de la revolución
de Octubre. Fue frenado por los obreros y soldados rusos. Su tentativa
precipitó la conquista de la mayoría de los soviets por los bolcheviques
[17]. Bonapartismo: régimen de dictadura político-militar basado en el poder de
un individuo o grupo, sobre la base de un equilibrio de fuerzas en la lucha de
clases
[18].
C.I.O.: Conference of Industrial Organizations. Grupo de
sindicatos organizados como alternativa a la burocracia pro-capitalista del
sindicato “oficial” AFL (American Federation of Labour). Finalmente se
unificaron en la actual AFL-CIO