Suavemente vislumbre el ocaso entre el gris del cemento, todavía candente por el sol del atardecer, y el negro humo asfixiado dentro de la masa viscosa del asfalto que aún hoy devora las Inquietudes de los automovilistas enfermos en un mar de acero crujiente.
Pude distinguir al sol siendo devorado por esos monstruos, que rigidamente clavados en la tierra esperan con ansias enfermizas el ser derribados algún día para librar la tensión de su rigidez y escapar a esa locura eternamente tóxica. Como gigantescos vigías ellos siguen allí esperando su muerte, pues son como aquellas bestias, que solo piden no vivir más su Inútil existencia. Esclavos de su razón de ser, no soportan ya la explotación a la que fueron sometidos eternamente desde que su amo, el hombre les dio vida, aquella por la cual tanto sufren, y por la cual preferirían morir.
Decidido por la irónica postura de esta selva, en la que grandes monstruos trataron de convencerme mas de una vez de que los ayudara a morir, comencé a internarme más y más en ella. Asustado por la locura extrema a la que se sometían día a día los habitantes de esa selva, pude advertir la angustiosa falta de vida de ese lugar. Nada estaba más muerto que aquello que allí parecía tener vida y nada mas vivo que la materia mas muerta, Escuché el triste sollozo de uno de esos gigantes de cemento, acero y vidrio, un ronco crujir de su estructura como si estuviera retorciéndose por el dolor que le causaba su frágil y rígida existencia. Un grito desesperado, un llamado en el cual pude distinguir un nombre, quizás mi nombre, no logre reconocerlo. Aquello que antes era un hermoso bosque de árboles, que de pie, al igual que estos monstruos, se erguían devorando la energía fortalecedora del sol. Aquellos frondosos bosques que emitían un llamado a quienes los visitaban ocasionalmente, continuaban en vida, continuaban en pié. El hombre nunca pudo, y nunca podrá contra ellos, pues ellos aun viven bajo la forma de esos monstruos rebosantes de vida, que devoran la energía del sol en cada ocaso como hace millones de años lo vienen haciendo.
Esos monstruos, estos del bosque de cemento viven, sufren, se comunican y mueren como siempre lo han hecho, salvo que ahora es el hombre quien les da vida sin saberlo Solo los que tienen la suficiente comprensión hacía ellos puede escucharlos. Generalmente el hombre es cruel y solo cree en su propia existencia, sumergido en esa necia postura de ser el amo del todo no logra ver más allá de lo que permite la niebla que cubre sus ojos. No logra distinguir la vida rebosando a su alrededor, nunca pudo saber la Importancia, que como creador poseía.