UBIK, Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía

Necronomicón

Segunda Época. Año 4. N° 10. Noviembre, 2005

Monstruos. Estamos en presencia de un número pleno de monstruos, de entidades malignas que medran a la orilla del camino principal del conocimiento humano. Los hay de muchas formas, aunque Hollywood se ha empecinado en reducir las posibilidades, en definir con minuciosidad los parámetros de la variabilidad tolerable para las monstruosidades asesinas de humanos indefensos. A pesar de ello aún tenemos el refugio de la literatura, para sorprendernos, para intrigarnos con sus monstruos. Muchos narradores se afanan por insinuar el horror que subyace en alguna porción de nuestro genoma, en la intuición de que lo desconocido debe ser horroroso y aún así permanecer oculto, desdibujado y sólo cuando un atisbo fugaz nos permite formarnos una imagen incompleta, nos damos cuenta de que el conocimiento es muerte en esa zona brumosa de nuestra mente. De todas maneras el hombre sueña con el horror inimaginable pues es la única forma de exorcizarlo antes de cerrar los ojos en la noche.
En esta oportunidad tres narradores nos llevan de la mano a esos lugares indefinidos en el tiempo y el espacio donde habitan sus engendros. El ente oculto en un granero de Francisco Javier Pérez acechará siempre nuestros pensamientos, alimentándose de nuestros sueños y temores. La ilustración de Juan Raffo recrea el indeseable enfrentamiento final con una de esas abominaciones que nos vigilan desde los rincones más oscuros y solitarios. Dos cuentos cortos son el aporte de Hernán Carreras, en el primero presenciamos el inexorable destino que nos aguarda bajo la sombra de unos dioses antiquísimos; en el segundo relato nos demuestra que todos tenemos nuestros propios monstruos. Por último, Néstor Darío Figueiras nos relata una noche de espanto con infarto incluido como consecuencia de tomar algunas decisiones a la ligera.
Un número monstruoso, verdaderamente.

 

No entréis al granero

por Francisco Javier Pérez

Francisco Javier nació en Barcelona en 1979 y se ha dedicado a múltiples actividades: desde estudios de filosofía y humanidades, que debió abortar para dedicarse al trabajo fecundo y creador, sin darle descanso a su mano mientras escribía ficciones, moldeando personajes y mundos; hasta componer canciones para grupos musicales, por lo que esta edición del Necronomicón tal vez les parecerá a ustedes una especie de álbum discográfico de escritores del género fantástico, si consideramos que otro de los autores de este número también es músico. Sólo puedo asegurarles que es pura casualidad, no hay intenciones ocultas, ningún mensaje cifrado. Francisco Javier ha declarado en documento notariado, firmado ante testigos, que sus principales influencias literarias descansan entre las obras de James Ellroy y Michelle Houellebecq, pasando por autores tan distintos como Will Christopher Baer, Charles Bukowski, Neil Gaiman, Jim Thompson, Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Cirlot, David Torres o Robert Silverberg. En su corta carrera ha publicado en fanzines tan reconocidos como Alfa Eridiani, Aurora Bitzine y El Parnaso; está a punto de editar su primera novela gráfica: Entre las grietas, con la editorial Slovento. Según sus propias palabras, No entréis al granero es un homenaje a H. P. Lovecraft, autor por quien siente una sincera fascinación, subyugado por su prosa barroca y la forma en que delinea la psicología de sus personajes. No entréis al granero es una excelente recreación de la temática lovecraftiana, con la virtud de ser novedosa dentro de su clasicismo. El relato se desarrolla desde las percepciones de la mente de una entidad temible que aguarda en el interior de un granero a sus perseguidores. El horror indescriptible y blasfemo es el norte de la puesta en escena de Francisco Javier. A pesar de su título, esta advertencia parece una invitación; o quizás es que nadie considera en serio eso de las potencias malignas. De más está decir que el comando especial de la historia no atiende a consejos…

Ella les observa de una forma que ellos nunca querrían comprender. Desde el interior del granero tiene pleno acceso al terciopelo de sus mentes.
Ibrahim González piensa en Magdalena, su mujer, y en cómo cada vez que se sorprende a sí mismo pronunciando su nombre, la boca se le hace agua. Si todo sale bien, dentro de un par de años tendrán un hijo y el círculo se cerrará.

Espirales. Francisco Adame sólo puede pensar en espirales, en cosas que caen dentro de otras cosas y agujeros de tracción. Aprieta las manos alrededor de la culata de su fusil y eso le alivia un poco. No puede permitir que nadie sepa que antes de cada intervención se marea hasta la nausea. Dentro de poco será cabo y nada, ni siquiera él mismo, se lo podrá impedir.

Gorka Alfaro, veintitrés años. Es su primera escaramuza desde que entró en el cuerpo de asalto, apenas tres meses antes. Está preparado. Retazos de sus películas favoritas trascurren tras sus ojos. Recuerda su instrucción de forma tan nítida que casi puede oír el eco de un millón de órdenes entre las ramas de los árboles que les rodean.

El ruido blanco de todas las mentes del pelotón posicionado a la entrada del granero baja de intensidad por un segundo.

El sargento susurra:
—¿Habéis venido aquí caminando siempre de espaldas a la luna?
—¡Sí, señor!—responden todos al unísono, como un solo hombre.
Uhmid-Yahab, la duquesa del polvo, siente cómo un escalofrío hace que uno de sus tentáculos izquierdos se estremezca. Empieza a ser vieja, pero eso hoy no importa.
Fuera, el sargento vuelve a mascullar:
—¿Habéis traído con vosotros el símbolo de vuestros peores miedos?
—¡Sí, señor!—contesta una sola voz proveniente de una veintena de gargantas.

Marcial Serra odia su nombre; odia su trabajo; odia cualquier cosa que vaya más allá de no hacer nada. Pero sobretodo odia a su padre por haberle inculcado que un hombre debe hacer lo que debe hacer y punto, sin quejas, sin evadir responsabilidades, sin creerse especial por ello. Él no debería estar aquí. Piensa con todas sus fuerzas que ya es demasiado mayor como para tener que andar aguantando éstas mierdas; que cuando no es un subterfugio contra cierta leyenda urbana que lleva años comiéndose el ganado de una porquería de pueblo apartado del mundo, en lo más profundo de Galicia, son redadas en sótanos húmedos donde magos salidos de madre hacen pactos macabros con vaya usted a saber qué. Y ahora esto. Una especie de diosa arcana y asquerosa, más vieja que el mundo, a la que han de matar porque últimamente le ha dado por juguetear con las mentes de cierto diputado y su amante… Marcial odia su vida, desde luego. Marcial lo odia prácticamente todo.

Carmen Lugán se sentía una privilegiada hasta hace cinco minutos, cuando oyó rugir a la cosa que vive dentro del granero. Ahora no está tan segura de querer estar donde está. Siente aquello que tenía que demostrar escurrírsele entre los dedos, banalidad líquida, fantasías de una niña a la que sus hermanos no dejaban jugar al fútbol.

La mente del sargento, por el momento, es inexpugnable. La duquesa debería poner más empeño en su lectura, pero sabe que ya ha visto antes lo que hay en ella. Es un hombre frío y pétreo.
—¿Habéis dormido cubriéndoos los ojos con dos monedas de cobre? —dice.
—¡Sí, señor! —contesta el pelotón.
Ilustración por Juan Raffo basada en la historia de "No Entréis al Granero" de Francisco Javier PérezEn el alma del sargento todo son puertas y trampas y cartón piedra. Uhmid-Yahab se relame ante la perspectiva de llegar a lo más hondo de su terciopelo y comer de él. El hombre ha sido preparado bien, no hay duda, pero han acudido a este granero muchos más como él, en otros tiempos. El ser humano no aprende nunca.
Aún así, hay algo distinto y delicioso en el líder del pelotón de linchamiento que espera fuera para acabar con ella. Hasta donde puede ver, el hombre ni siquiera tiene nombre. Es un enigma envuelto en un misterio envuelto en un ansia casi fanática por destruir lo que no comprende. Demasiado turbador, demasiado innecesario. La duquesa sigue comiendo.

Francisco Adame, una vez desaparecidas las espirales, fantasea con el día en que se convierta en sargento. Se ve a sí mismo más alto y más fuerte, más guapo y, en general, mejor.

Marcial Serra maldice para sus adentros. Un mantra de insultos antes de la tormenta.

Como el rayo, piensa Gorka Alfaro. Caeremos como el rayo y sacudiremos como el trueno. Suena bien. Quizá algún día deje la carrera militar y se dedique a escribir libros de aventuras acerca de un soldado novato que forma parte de un escuadrón secreto del ejército dedicado a matar monstruos y cazar fantasmas.

Carmen Lugán es un plato suculento. Se habla a sí misma como si aún fuese una niña y pide perdón a cada brizna de hierba que pisa. Es la única que no ha visto fotos de satélite tomadas por el servicio de inteligencia de lo que vive dentro del granero, por eso su miedo es puro, arcaico y jugoso. Irracional.

Pondremos Ibiscus a la entrada del jardín, piensa Ibrahim González, para que crezcan al mismo tiempo que el niño, y plantaremos Ficus junto a la piscina y rosales en las jardineras del porche.

Uhmid-Yahab ruge satisfecha. Es momento de interpretar su papel. Recibe un último vaho de sentimiento humano antes de enroscar su cola en una de las vigas del granero, estira el cuello y vuelve a rugir, proyectando su voz hacia las estrellas a las que algún día ha de volver.

Fuera, el sargento susurra:
—¿Habéis quedado en paz con todo el mundo?
—¡Sí, señor!
—¿Os habéis despedido de vuestros seres queridos besándoles la mano izquierda?
—¡Sí, señor!
—Bien, caballeros. Que sea lo que Dios quiera…
Chasquido de una veintena de fusiles M-16 al ser cargados. Botas militares que pierden la compostura y el sigilo, al trote.

Una patada abre la puerta del granero.

Gritos: vamos, vamos; joder, nadie dijo que sería tan grande; ¿Cabo? ¿Dónde coño está el cabo?; no la mires a los ojos, por Dios; Madre, llévame contigo; sal de mi puta cabeza, joder; mierda… Nunca más… Nunca más…

Voces que reverberan en el tiempo y el espacio. Uhmid-Yahad, la duquesa del polvo, las ha oído cientos de veces antes y las volverá a oír otro centenar de veces más.

Tributos a sus hermanos y a las estrellas.

Hace una bonita noche: cálida, sangrante e irregular.

 

Imponentes...

por Hernán Carreras

Soñador. Con una simple palabra se puede definir el principal móvil de Hernán Carreras. ¿Simple? Qué significado trae la palabrita, es aquello que lo impulsa a escribir, pero también es la fuente de sus ideas. Soñar puede llegar a convertirse en una magnífica forma de hacerse con ideas para las historias que el escritor fragua muy adentro de si. Hernán sueña con que la humanidad ejercite su don de soñar, así que mientras trata de convencer a la gente sobre las bondades de una buena fantasía, nos muestra sus sueños en la forma de relatos y sin quererlo soñamos con él. Bueno, algunos de sus sueños parecen pesadillas, pero eso no es ningún problema para el lector de Necronomicón: que ya está más que resteado con la literatura de Terror.
Hernán tiene entre sus fuentes de inspiración a Tolkien y a Asimov, y creo que son una buena compañía para cualquier escritor… sobre todo el primero. Supongo que habrá leído a Lovecraft o a Stephen King, pues de algún lado le vino el toque macabro de sus relatos. En esta oportunidad este argentino nos entrega dos cuentos: Monstruos, cuyo título evoca horrores, aunque el verdadero horror estriba en conocer que la naturaleza del victimario depende de los ojos de la víctima. El segundo relato es Imponentes, un clásico, en el estilo lovecraftiano, del horror máximo que es inexorable.

 

Allí estaba viéndolos yo, escondido entre las ruinas. Surgieron uno tras otro hasta ser doce, y formaron un círculo perfecto. Empezaron a recitar un cántico inentendible. Si seguía ahí era porque el mismo miedo me impedía escapar. Era un sentimiento encontrado, por un lado quería huir, escapar y por el otro, acercarme y adorarlos como lo que son: Dioses. Dioses terribles, antiguos, de épocas inmemoriales.
El cántico llegó a tonos que lastimaron mis oídos. Escuché el lamento de los animales a la distancia. De repente el cántico cesó. Uno de ellos, el de aspecto más imponente, giro sus ojos, grandes y rojos, hacia mí. Sentí como su mirada, llegaba hasta lo más profundo de mí ser, succionando mis recuerdos y mis conocimientos. Así como él vio mi mente, yo vi en la suya. El pavor total se apodero de mí. Huí. Corrí como nunca. Toda la noche, todo el día.
Aun hoy sigo huyendo, hacia ningún lado, hacia ningún escondite, solo espero nunca estar en el mismo lugar que ellos. Por que están avanzando, están volviendo por lo suyo. Y no hay manera de detenerlos.

 

Monstruos

por Hernán Carreras

Corro, los árboles pasan a mi alrededor como meras sombras de lo que realmente son. Salto. Tropiezo. Caigo. Ruedo. Sigo corriendo. Se acercan, los monstruos se acercan. No los veo, pero los oigo con sus gritos ininteligibles, usan a mis propios primos para perseguirme. También los oigo a ellos; gritan “a por él, que no se escape”. Me persiguen incansablemente. Corro. Me falta el aire. Busco un lugar donde esconderme y descansar.

Encuentro un escondrijo, un agujero donde meterme. Me acurruco dentro. Veo a mis primos pasar. Son muchos. Entonces los veo a ellos, a los monstruos. Sí, ahí están. Los veo. Son horribles, espantosos. Me aterrorizan.
Uno de mis primos me descubre, salgo de mi escondite rápidamente, esquivo a varios y lucho contra otros. Escapo, pero tengo un corte en una de mis piernas. Entonces lo escucho, ese ruido ensordecedor que indica la muerte, esa explosión que quita la vida.
Entonces me veo a mi mismo, tendido en el suelo manchado de carmesí. Mis primos se mueven desordenadamente alrededor de mi cuerpo inerte. Un momento después llegan ellos.

Se baja del caballo, con torpeza toma al animal por la cola y me lo muestra diciendo: “Buena caza Su Alteza. Este zorro fue una presa difícil”.

 

Financiación

por Néstor Darío Figueiras

Néstor Darío Figueiras me cuenta sobre sus proyectos y parece pesimista, pero no lo es. Diría más bien, con un guiño a los lectores, que es endiabladamente optimista. Néstor es un reincidente, primera evidencia en contra de su pretendido fatalismo; en Necronomicón siete aparecieron Enfermo terminal y Según como se mire, el primero un lóbrego relato de vampiros que inspiró la que considero la mejor ilustración, hasta el momento, de Juan Raffo en Necronomicón. El segundo cuento, Según como se mire, es un exquisito juego con las ideas preconcebidas: no debemos olvidar que hay más de un punto de vista.
En el tiempo transcurrido Néstor continúa con un mismo número familiar, con su trabajo de empleado administrativo y con su afición de músico y productor musical. En la literatura si ha experimentado cambios, para mejor: terminó el taller de escritura de Carletti y Alonso y es miembro activo de las listas de correo Comunidad CF y Axxón. Allí ha podido compartir con aquellos escritores que alguna vez impactaron su literatura y que quizás nunca soñó conocer tan en persona como lo permite Internet (no, no hablo de mí… ¡Por favor! En el caso de Néstor me estoy refiriendo a Ángel Arango, el decano de la CF cubana). Ha participado en varios concursos literarios y tuvo la satisfacción, hace poco más de un mes, de obtener una mención de honor en el premio Andrómeda 2005 con su relato Reunión de consorcio. El cuento será publicado en una antología que será editada bajo el nombre de Historia alternativa.
Su supuesto pesimismo lo obliga a sorprenderse de que yo esté entusiasmado por publicar otro relato suyo, pero su optimismo le toma el pulso a la literatura fantástica en una nueva hornada de relatos cortos con los que nos permite disfrutar de pequeñas joyas como Financiación, en él Néstor Darío nos demuestra que los tratos inusuales vienen con comisiones especiales.

Me desperté a causa de un fuerte dolor en el brazo derecho. Era una mezcla de pinchazo agudo que me punzaba entre las brumas del sueño y temblequeo electrizante que me adormecía el miembro. Ahogué un grito. Por la nena. Con lo que cuesta dormirla… Y por mi esposa. Tiene el sueño tan liviano. Miré el reloj despertador, una ronda de luciérnagas en la noche. Cuatro y cuarto de la mañana. Qué hora muerta. ¿Qué quiere uno más que dormir a esa hora? Había revisado las notas de la presentación hasta las dos de la mañana, y a las seis en punto iba a sonar ese maldito reloj. A las ocho y treinta tenía que estar impecablemente lúcido para cerrar el contrato millonario que nos colocaría en la cima. El angustioso cansancio que sentía hizo que no atinara a preguntarme acerca de la causa dolor. Sólo quería dormirme otra vez. Intenté concentrarme en esa idea, tratando de ignorarlo. Dormir. Dormir. Pero mientras más insistía, más febriles y huidizos se hacían mis pensamientos. Mis ojos comenzaron a ver un círculo de lucecitas verdes que flotaba en la oscuridad, vagando sin rumbo…
Seguí esforzándome para contener el grito que golpeaba en mis dientes, haciéndolos rechinar. Probé contando las lucecitas. Difícil, porque no se quedaban quietas. Las imágenes fugitivas seguían deslizándose por mi cabeza. ¡Puta madre! El ajetreo de los últimos días me estaba cobrando su precio.
Fue muy inquietante descubrir que no podía precisar si mis ojos estaban abiertos. Moví mis párpados con dificultad, sintiendo el tironeo de las lagañas. Arriba, abajo, abrir, cerrar… Las lucecitas seguían bailoteando a su antojo en la oscuridad. Intenté pasar el brazo izquierdo sobre mi pecho para alcanzar la perilla del velador… ¡Por Dios! Casi muero del dolor. La puntada del hombro derecho se extendió a la axila y a las costillas. Respirar era doloroso. Me quedé quieto, y comencé a asustarme. No se por qué, pero afloró la palabra “infarto” a la superficie de mi cerebro medio atontado.
Habiendo llegado a suponer tal cosa, me obligué a no desesperarme. En la oscuridad, dirigí mis ojos alucinados hacia el espejo, invisible en la negrura. Por supuesto, no hay nada más aterrador que un espejo que acecha en un cuarto oscuro. Las ahora descoloridas luces danzantes se metían en él, como nadadores que se sumergen muy lentamente para no interrumpir la ensoñación quieta del lago dormido.
“Infarto” es una palabra apropiada en la boca de tías gordas, en los cuchicheos de abuelos desdentados; no en los pensamientos incontrolables de un ejecutivo exitoso que no puede dormir en la víspera de su mayor triunfo. Este dolor no podía ser un infarto. Tenía que ser otra cosa.
Sabía que el espejo seguía mirándome. Los nadadores luminosos aún practicaban sus ingrávidas cabriolas subacuáticas, como guiños en medio del infinito.
Entonces noté que el dolor se había estancado. Es llamativo como esas virulentas dolencias (un maldito dolor de muelas, por ejemplo) disminuyen luego de torturarnos por un tiempo. Como si se estableciera una tregua en el cuerpo. Como si los nervios se saturaran del dolor y se adormecieran. De pronto me invadió un cosquilleo agudo que fue trepando por mis piernas. ¿Qué me estaba pasando? Expelí el aire contenido, con temor y muy despacio…
Un ruido que vino desde la planta baja me crispó, y el dolor volvió como una estocada en el pectoral derecho. Al parecer una olla golpeó el piso con un estrépito impúdico. Otro cacharro le siguió, y luego el ruido brillante de cristales rotos, cuyos armónicos parecían lanzarse como relámpagos blanco azulados en medio de la noche. Hubiera jurado que mil testigos habían despertado para contemplar mi agonía. El ruido había tensado mi cuerpo como una cuerda quejosa.
¿Habría entrado alguien a la casa? ¿Un ladrón? ¿O una rata que merodeaba en la cocina? Entonces, definitivamente, me abordó el miedo… Un miedo que era como una babosa fría y pegajosa que reptaba sobre mi vientre húmedo; el mismo terror que lo impulsa a uno correr irrefrenablemente al descubrir cuánto más siniestro puede ser un cementerio bajo la luz plateada del mediodía. Seguía si poder moverme, atenazado, el pecho completamente acalambrado. Mi mujer, curiosamente dormida a pesar del ruido, daba vueltas en la cama, gimiendo.
Sólo entonces pude ver su alta y delgada silueta recortada contra el espejo, que ahora fulguraba extrañamente, sumiendo la habitación en un crepúsculo espectral. Lo reconocí por el olor nauseabundo que llenó el cuarto, y por su cabeza hocicuda. Esta era la segunda vez que lo veía en mi vida. No se trataba de un ladrón. Tampoco de una rata. Algo mucho más terrible había entrado a la casa. ¡Era él, no había duda!
Sentía que el corazón se me quería salir del pecho. Me ahogaba. Se sentó en la cama, a mis pies, mirando a mi mujer. Ella, aún dormida, se arqueaba frenéticamente entre las sábanas. Estaba completamente bañada en sudor, y sus manos se aferraban al colchón como garras, los pezones escapando del encaje, los muslos tensos y abiertos. Resoplaba, suspiraba, gritaba y gemía mordiéndose los labios. De su cuerpo emanaba una espeluznante sensación de placer primitivo, animal. Aún en el estado pavoroso en que me encontraba, tuve una erección.
—¡Esteban Moreta, buenos días! —siseó la voz enervante desde esa cabeza que recordaba colmilluda y verrugosa— ¡Hoy es día de su consagración! Es que la clave de su éxito es el otro contrato… El que firmó hace un mes. ¿Recuerda? ¿Recuerda las velas, la sangre, las cenizas y toda la parafernalia (me encanta esa palabra) que montaron para usted los del departamento de Ventas? —A mi mente ofuscada vinieron las imágenes del ritual. Creía que no había sido más que un juego…— ¡Entonces selló su destino, Moreta! ¡Esto sólo es el comienzo! Como puede comprobar, somos cumplidores. Y, aprovechando que tenía que venir a cobrarle la primera cuota (ese desgarro en el miocardio, no se alarme, se trata de una lesión muy leve, y por la mañana ya no recordará el dolor) quería brindarle mis más sinceras felicitaciones por el importante logro que está a punto de concretar, y que será el despegue definitivo en su carrera. Como verá, no hay nada mejor que la financiación que le hemos otorgado: módicas cuotas. Y nunca tocaremos su alma. Puede estar tranquilo al respecto. Le diré un secreto, Moreta: no queremos almas. Son objetos para coleccionar, reliquias devaluadas. Nos interesan los servicios y los beneficios. Por ejemplo, su esposa acaba de pagarme la comisión por la gestión de cobranza. ¿Ve que simple que es? ¡Y ahora a descansar, Moreta! ¡Y no se duerma, que al que madruga…! ¡Ah! Hágame caso: no fume más, deje las frituras, y haga más ejercicio. Por el corazón, ¿vio? Y por último: Si hay ratas en su cocina, ¡son enormes!, pero no tienen nada que ver con nosotros… ¡Hasta el mes que viene!  


 

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Necronomicón
Segunda Época. Año 4. N° 10.
Noviembre 2005

Editor: Jorge L. De Abreu
UBIK, Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía
http://www.oocities.org/ubikcf/ubik.htm Caracas, Venezuela.

 

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