De Política y Cosas Peores/ Constancia en la UNAM

Catón


Don Poseidón, granjero acomodado, tenía una hija de carácter fuerte cuyo nombre era Bragancia. Hembra de pelo en pecho, ningún varón osaba llegar a ella en conversación de amores, pues era despedido con dicterios y a veces aun con desmesuras de trato. Sin embargo, tarde o temprano cada quien halla su cada cual. Lo dice la sabiduría popular y lo demuestra la experiencia de siglos. Así, un buen día llegó al lugar un agente vendedor, sujeto bien parecido y diestro en cuestiones amatorias. Miró a Bragancia y de ella se prendó, pues la varona era de muy buen ver y -según se adivinaba tras la saya- de mejor tocar. La siguió una mañana por la calle, y le dijo tres palabras después, en el mercado. Bragancia ni siquiera le respondió: lo miró "de sololayo", como decían ahí por decir "de soslayo", y apresuró el paso con desdén. Pero bien lo declara otro refrán antiguo: "La mujer y la gata, de quien la trata". No hay nada que no consiga la perseverancia: Gutta cavat lapidem. La gota horada la piedra.

Tanto la siguió aquel hombre que ella se dejó alcanzar por fin. Lo demás fue cosa de labia, y el resto lo obró Naturaleza. No alargo más la historia: todas las de amor son cortas. Tampoco narro lo sucedido entre Bragancia y el viajero, pues cosa es ésa de mucha discreción.

Diré, sí, que un buen día se presentó el venturoso amante en casa de don Poseidón y solicitó en matrimonio a la muchacha. El genitor se sorprendió: jamás había pensado que habría hombre para su hija. Preguntó, ceñudo, al solicitador: "¿Está usted seguro de que quiere casarse con Bragancia? Nadie ha logrado nunca domeñarla; ningún pretendiente ha podido siquiera acercarse al vedado jardín de sus amores. Para decirlo en palabras que usted pueda entender: mi hija es mujer de muchos calzones". "¿De veras? -pregunta con displicencia el pretendiente-. Yo nada más le he conocido tres"... ¿A qué viene esa historia, escribidor, con ecos de Chaucer, Lesage o Timoneda? Viene a cuento para significar que la más adamantina resistencia cede si se le oponen la constancia y el tesón.

También ilustra un apotegma conocido: no es el león como lo pintan. Pondré un ejemplo. Poco a poco ha ido cediendo el muro de intransigencia con que los paristas de la UNAM han cercado a la Universidad. Aumentan en número e intensidad las voces de quienes les demandan la entrega de la dañada institución. Caerá por su propio peso este problema; los secuestradores de la Casa de Estudios se encontrarán solos, objeto de general reprobación, y se verán obligados a ceder.

Lo acontecido es grave para la Universidad, pero puede ser punto de arranque para una nueva etapa en su historia. Se imponen reformas a fondo; cambios que tengan su origen en la reflexión, no en la demagogia; es necesario un esfuerzo para desterrar de ella todo asomo de corrupción e insano populismo.

La Universidad debe ser casa para el estudio, la investigación, la creación y difusión de la cultura, no coto de poder de ganapanes ni ínsula de perdularios. (¡Bófonos!)... Le dice el niño a su papá: "Papi: en la escuela los niños me dicen 'El judicial'". Pregunta el señor: "¿Por qué?" Y le contesta el niño: "¡Cállese, caón! ¡Aquí yo hago las preguntas!"... Termina esta columneja con un chascarrillo que, me dice, es muy lépero. Quién sabe: yo no lo entendí cuando me lo contaron... Dos señores de edad madura hablaban de su vida sexual. Le pregunta uno al otro: "Oye: para hacer el amor, ¿usas preservativo?" "¡Hombre! -se enoja el otro-. ¡Tanto que batallo y todavía quieres que le aumente peso!"... (No le entendí)... FIN.


"Reforma - Editoriales" 31 de agosto de 1999



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