CGH: invisibles y rotatorios

Guillermo Sheridan


Hoy, 14 de septiembre, el Consejo General de Huelga (CGH) ha decidido cerrar los institutos de investigación contra la voluntad de la Coordinadora de Estudiantes de Posgrado, que creía representar la voluntad de los paristas de su zona por medio de su propia asamblea. The dream is over. Este gesto de supremacía del CGH no es el primero pero sí el más grave. La arbitrariedad y el autoritarismo que el Supremo CGH ejerce contra sus propios afiliados alerta sobre los que será capaz de aplicar a sus oponentes en cualquier negociación.

¿Alguien recuerda el 20 de abril, cuando el CGH declaró solemnemente que cada escuela y asamblea era independiente para decidir si paraba o no labores? Alguien, está claro, decidió que ya no es así:Las intimidaciones de antes son hoy abiertos actos de autoridad: Aquí sólo se hace lo que dice el Supremo CGH. ¿Quién es alguien? La respuesta cursi es que "todos", que es un movimiento "sin lógica de corrientes o líderes". Pero a cinco meses de distancia y ante el espectáculo del CGH convirtiéndose en comité central, ¿hay quien aún crea que el CGH es sus bases?

El CGH proclama que sí y que esto es democracia, y teoriza que se halla gramscianamente contra el "centralismo burocrático" de Stalin y en favor del "centralismo democrático" de Lenin. De ello se desprende la táctica del CGH de los "delegados rotatorios", que es disuasivo contra cualquier arreglo dialogado, pues al imponerse como metodología de negociación con los oponentes, ya coarta los resultados. Los "rotatorios" de las asambleas locales se presentan en las magnas asambleas del CGH, a su vez gobernado por otros rotatorios con comisiones que también son rotatorias. Lo único que no es rotatorio es el temor de disentir. Como se vio en el intento de Minería, la táctica rotatoria perpetúa la discusión, agota al interlocutor, impide la continuidad, pone en desventaja al oponente y abate los resultados. Los titiriteros tienen decenas de títeres que, en sus democráticos 15 minutos de celebridad, repiten el mismo parlamento las veces que sea menester.

La táctica beneficia a los Invisibles de muchas formas: Sostiene al CGH como una inescrutabilidad impredecible; les permite operar con impunidad y holgura; sus arbitrariedades son fácilmente instrumentables; sus errores se pueden diluir en un caos inducido. El supuesto traslado de la toma de decisiones a las "comunidades" (las asambleas locales) les permite proclamarse democráticos y justificar su enervante temporalidad en ralentí. Si Mao Zedong quería ir "de las masas a las masas, pasando por el partido", el CGH quiere ir del pueblo al pueblo, pasando por su Invisible comité central. Marcos resolvió encapuchar su carácter de ideólogo y líder con el prefijo sub (a modesto nadie le gana), y los sentimentales, tan afectos a las formas, vieron en ello un motivo más para canonizarlo; pero igual que en el EZLN, en el CGH existe un buró político que decidió que no hubiera buró político: un puñado de "Marcos" que no son Marcos (con excepción de Marcos, que sí es Marcos, aunque no sea "Marcos").

Hay que suponer que los "rotatorios" tramitan los documentos y la información hacia un sitio en el que cesará lo rotatorio, aunque sea por un momento. Es el comité central que fija las fechas y agendas de las sesiones, el que nombra los rotatorios, vigila la pureza de los militantes, decide las expulsiones, ordena marchas, ordena coartar una asamblea como las de Naucalpan o Posgrado. En el travestismo de la UNAM a cabeza de playa, el CGH se dotó de unos poderes extraordinarios (sin voto de por medio) que ha aumentado —como ordenan sus manuales— con purgas y terror. De pronto es una confederación de Estados soberanos (asambleas locales); cuando hablan algunos de sus garridos voceros se convierte en cesaropapismo; luego es una autarquía, a veces una oclocracia, y a veces una dictadura. Pero sea lo que sea, realiza sus funciones vicarias de manera calculadamente confusa.

Su elemental organización es demasiado caótica hasta para ser azarosa o circunstancial. Sería curioso que ese prolijo caos lo constituyan estudiantes y lo asesoren economistas y politólogos que saben de teoría política, administración pública, trabajo social, economía y otras ciencias imprescindibles en cualquier estamento de poder. De no ser porque su eficiencia radica en carecer de ella, sería impensable su incapacidad para aplicarse a sí mismo, y a una causa que es de su interés, un mínimo de orden. Por lo pronto es un caos, pero "democrático".

Se suponía que cada escuela tenía una asamblea autónoma que funcionaba democráticamente; que cada una tomaba resoluciones que pasaban a la Magna —la palabra magno les fascina— Asamblea del CGH donde se discutían por todos y eran resolutivas. Luego resultó que esos "todos" son exclusivamente los que están a favor del paro y que al CGH sólo ingresan quienes sostienen que se vale todo menos ir contra el paro. El comité central del CGH se apoya luego en una serie de comisiones de enlace, prensa, alimentación, vigilancia, limpieza, aduanas, arte mural, transporte, cursos de verano infantiles, marchas, etcétera. Tales comisionados rotatorios rinden cuentas a los comisarios Invisibles que diseñan estrategias y vigilan la pureza revolucionaria y/o la trayectoria parística, para decidir quiénes son más democráticos que los otros.

El CGH emanó de una Asamblea Estudiantil Universitaria que se constituyó en CGH y procedió, naturalmente, a erradicar esa asamblea. Ahora es un Consejo sin reglamento interno ni estatutos. A cinco meses de operar, y si hubiera voluntad de arreglar el conflicto, ya habría creado mecanismos elementales de gobierno. Pero en un ambiente tan "libertario", cualquier iniciativa reglamentaria se toparía con un muro de abucheos. El CGH ha creado una atmósfera de rebeldía a la que no le interesa graduarse a orden revolucionario. No extraña que cuando enfrenta instancias sujetas a leyes y reglamentos, explote su impaciencia y abuchee su rechazo. Extraña la actitud en grupos cuyos modelos se han caracterizado por abundantes reglamentaciones (sobre todo cuando fingen que carecen de ellas). Es obvio que los reglamentos no escritos favorecen a los Invisibles.

¿Quiénes son? No se pueden nombrar por escrito aunque todo mundo los enumere en los pasillos. Tampoco es difícil deducirlo. Hay indicios, por la retórica y el rollo, que surgirían de comparar el discurso del CGH con algunas ponencias de cuando el EZLN invitó politólogos, antropólogos y hasta teóricos de arte a discutir qué clase de entidad era el EZLN y cómo debía organizarse. Otros indicios claros surgen al observar el traslado del santoral del EPR a la comisión de efemérides del CGH, o al sopesar la reaparición privilegiada de instancias como el CLETA...

Son Invisibles, pero tienen perfil: encendidos sobrevivientes de la (teoría) guerrillera de los setenta, profesores sin obra pero capaces de reclutar y capitalizar la confusión de sus alumnos, fideles en la holgada Sierra Maestro de la nómina universitaria, veteranos del Buró de Información Política de Economía, o la "Asamblea General de la Facultad de Ciencias" que desbarataron facultades en los ochenta. Una mezcla de delirio de poder y afecto por las coartadas seguras. Y, desde luego, el ingrediente de cobardía que supone hacer revoluciones en la inconspicua UNAM, lejos de la cansada célula, los sindicatos inhóspitos y las fábricas remotas; una cobardía que, por preferir el manejo de una turba predispuesta, y desdeñar el trabajo de organizaciones, tiene su sazón fascista. En resumen, una timorata impunidad protegida por un valor liberal que desprecian: la libertad de cátedra.

Los Invisibles surgen, desde hace cinco meses, en los ámbitos declarantes, y luego reculan hacia la invisibilidad (o se les aconseja que reculen). A veces tiran línea en público, como un Invisible, adolescente él, que no sin previo diálogo resolutivo consigo mismo, declaró hace poco en La Jornada que la propuesta de los eméritos "es a todas luces inaceptable" y que los únicos interlocutores válidos somos nosotros y no los eméritos ni ninguna otra instancia (al día siguiente, el CGH lo refrendó). Ése y otros Invisibles han decretado que la UNAM no es sus eméritos ni sus profesores investigadores ni sus colegios académicos ni los alumnos ni los trabajadores ni, desde luego, las autoridades ni el Consejo Universitario ni la Junta de Gobierno ni nadie. En la travestida UNAM, el Estado son ellos.

Por primera vez en su larga adolescencia, tienen bajo su dominio una institución, un territorio estratégico, un momento propicio, la capacidad para aliarse con pulsiones similares y un número —cada vez menor, pero importante— de activistas a su servicio. Esto deberá producirles la singular ebriedad de quien de pronto traslada su "cátedra" a los hechos y convierte a la realidad en su laboratorio privado de ciencias sociales. Ahora que lo han logrado, que tienen en jaque a la nación, que reparten expulsiones y decretos, que avanzan hacia su íntima Estación de Finlandia y que están a punto de lograr la desaparición de la UNAM, deciden crear una explosiva parálisis sobre la que ya estarán, sin duda, bordando una intensa teoría.

Desde luego, sería ingenuo esperar que tuvieran el valor de asumir públicamente las responsabilidades que han adquirido. No lo hicieron al principio —reacios a acabar de golden boys como los líderes del CEU— y menos lo harán ahora, cuando la mayoría querría pasarles una breve factura.

No hace mucho, Elena Poniatowska felicitó al CGH por conservar a sus líderes (que no existen) en un prudente anonimato que impide "reprimirlos". Pero ahora que su aventura le ha causado enorme daño a cientos de miles de jóvenes, al deseo y a la capacidad del país para aprovechar la inteligencia universitaria, y desde luego a la democracia, hay una circunstancia que les exigiría asumir en los hechos, y a la vista de todos, su carácter de organismo supremo con capacidad resolutiva. Ya no se trata de persistir en su invisibilidad como táctica para impedir que "los repriman" y seguir "combatiendo". No, ahora se trata de impedir que sean reprimidos los estudiantes a los que han encerrado en un callejón sin salida. Hace poco alguien me señaló a un tipo y me dijo: "Ése es de los que reclutó a tu prima". A Dení Prieto Stock, guerrillera de 22 años, la mató el Ejército en Nepantla en 1974. El maestro seguía farfullando teoría en la "casa de seguridad" de su salón de clases.

Cada uno de los Invisibles que mostrara la cara y dijera "Ésta es mi cara, creo esto y esto otro, me siento a dialogar" puede evitar víctimas. Las víctimas no son rotatorias. Por desgracia, no lo van a hacer. El último capítulo de su manual se titula "Aprovechamiento táctico de la represión". l


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"Proceso 1892 - Nacional" 21 de septiembre de 1999



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