UNAM: argumentos para un congreso

Adolfo Gilly


La reunión de tres ex rectores y un grupo de destacados académicos de la UNAM que se ha opuesto a la realización de un congreso universitario tiene la virtud de expresar, finalmente, la opinión de los sectores conservadores de la academia, aquellos que consideran indispensable conservar la actual estructura de gobierno de la universidad y permitir que, a través de ella, continúe el proceso de adecuación de los fines, los planes de estudio y las tareas de investigación de la institución a las exigencias del mercado, tal como las determinan las empresas que ese mercado dominan.

En el párrafo precedente no asigno carga alguna de valor, positiva o negativa, a ninguna de sus expresiones (conservar, estructura de gobierno, mercado, empresas). Simplemente quiero describir, desde mi punto de mira, un grupo de universitarios, sus convicciones y sus propósitos.

Por otra parte, en días pasados otro grupo de académicos igualmente distinguidos por sus trabajos y por sus obras (únicas fuentes de reconocimiento verdadero en la academia, ajena como ésta debería ser a toda concepción aristocrática de las jerarquías), reunidos en Convergencia Universitaria, se manifestó a favor de la realización de un congreso.

Todos parten, según entiendo, de la constatación de que la UNAM atraviesa una crisis. Casi nadie, quiero creer, supone seriamente que seis meses de huelga pueden ser obra de algunos grupos de extremistas, de la intromisión de fuerzas externas o de la simple terquedad del rector. Una contraposición mucho más vasta y compleja de corrientes y pensamientos dentro de la misma institución, reunidos en diferentes configuraciones, es la que tiene lugar en este momento.

Por razones muy diversas, que hacen a la crisis epocal de las instituciones mexicanas, ninguna de esas corrientes logra predominar en esta coyuntura ni cuenta con la fuerza suficiente para imponer por sí sola sus propuestas. Es lo que explica la inusitada prolongación y el atascamiento del conflicto.

En una circunstancia semejante, apelar a la ''aplicación de la ley'' y al ''uso de la fuerza pública'' (¿cuál ley, la que nunca le aplicaron a Mario Ruiz Massieu cuando era el amo de los porros en la UNAM? ¿la del bazucazo que le aplicaron a La Quina? ¿o la que le están aplicando a Rubén Figueroa por la matanza de Aguas Blancas?), es un simple recurso retórico para eludir la discusión de fondo, la de la verdadera crisis en que estamos.

¿Qué resolvería ese uso de la fuerza? ¿Cuál universidad nos dejaría, cuáles rencores, cuáles violencias y desgarramientos? Porque todos, conservadores y liberales, socialistas y ultramontanos, papistas, laicos y ateos, todos tenemos que volver a trabajar, estudiar, enseñar y convivir en la UNAM. Y mal que le pese a la Coparmex, no se puede cerrar la universidad, ni prescindir de ella ni ''reestructurarla'' despidiendo y recontratando a su personal como si fuera una empresa regiomontana.

Si la realización de un congreso en el cual participe, delibere y decida de su futuro toda la comunidad podía parecer a muchos una demanda excesiva al comienzo del movimiento, a esta altura resulta claro que nada menos que eso permitirá una salida racional, pacífica y promisoria, en la cual todos los universitarios en nuestras muy diversas expresiones tengamos voz, posibilidad y capacidad de decisión.

Puedo enumerar varios argumentos en favor de un congreso de reforma y transformación de la universidad.

En el congreso universitario de 1990, tuve la fortuna de tener a mi lado, durante las sesiones plenarias, al doctor José Laguna. Mirando los ásperos enfrentamientos entre ceuístas, brigadistas y bloque de rectoría, me dijo una mañana: ''La universidad son todos: you need all kinds to make a world''. Es cierto: para hacer un mundo, se necesitan todas las especies.


"La Jornada - Opinión" 6 de octubre de 1999



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