Plaza Pública/ Diálogo, no debate

Más que llegar a consensos, los participantes en los encuentros para hallar salidas al conflicto en la Universidad Nacional parecen empeñados en ganar una discusión efectuada ante un gran público, mientras que el tiempo parece no importar a los paristas que llegan tarde, interrumpen las sesiones y las alargan. Se cumplieron ya tres semanas desde que el rector Juan Ramón de la Fuente presentó al Consejo General de Huelga su propuesta de formato para el diálogo, y es la hora en que, a pesar de que ha habido avances, no es posible siquiera comenzar la discusión de los puntos del pliego petitorio.

Miguel Angel Granados Chapa

Corrieron ya tres semanas desde que, el 29 de noviembre, el rector Juan Ramón de la Fuente, elegido 10 días atrás, presentó al Consejo General de Huelga una propuesta para dialogar, con el fin de salir de la huelga y transformar a la Universidad. Luego de aproximaciones fallidas, interrupciones y largas horas de interlocución, no ha sido posible todavía (no lo era hasta las 15 horas de ayer, en que se inició el receso del mediodía) ni siquiera convenir los términos en que se discutirá el pliego petitorio presentado al comienzo de la huelga, que el lunes cumplió ocho meses de edad.

Se produjeron ya consensos y aun acuerdos, el principal de los cuales es persistir en las reuniones. Pero los sesgos que ambas partes imprimen a su intercambio de opiniones lastran los encuentros y dificultan las coincidencias. El principal defecto que se aprecia en las sesiones que reúnen a la representación de la Rectoría y el CGH es que ambas participan en un debate competitivo, y no en un diálogo que conduzca a la negociación.

La actitud mental es diferente en cada caso, y lo es por lo tanto su expresión verbal. Un debate competitivo se asemeja a una lucha, a una contienda en que lo importante es derrotar al adversario, mostrar su flaqueza, hacerlo caer en el ridículo. A ese extremo conducen las recriminaciones de toda suerte que se asestan los protagonistas. Los arrastra, además, la máxima según la cual el que calla otorga. Se ven compelidos, por lo tanto, a la aclaración permanente, a no dejar pasar señalamiento, acusación o descalificaciones por nimias que sean. Hacerlo no implica solamente la pérdida de muchas horas sino también la constante apertura de expedientes laterales, que distraen y alejan de los puntos a discusión.

Los interlocutores no lo son sólo uno frente a otro, sino que de modo expreso es cada más frecuente que se dirijan al público, a los radioescuchas. Una demanda de los huelguistas en cuanto al formato del diálogo consistió en solicitar la transmisión de los encuentros como los que se han sostenido en estas tres semanas, a través de Radio UNAM. La inicial negativa de las autoridades se fundaba en lo que efectivamente ocurre ahora: se habla para la difusión, para explicarse ante los oyentes, no para eliminar los disensos y conseguir consensos. No está nada mal, por supuesto, que el diálogo sea público, a condición de que sea diálogo, no propaganda radiofónica. El acuerdo sobre tal transmisión, por cierto, es ejemplo de las disonancias que afectan los encuentros, de la diversidad de significados que obstruyen o impiden los entendimientos: el CGH denunció que se incumplía una de las coincidencias primeras, la de la dicha emisión radial, porque al decir Radio UNAM los paristas implicaban las tres frecuencias de que dispone esa estación, y no sólo la de amplitud modulada (860 AM) en que se realizaba hasta ese momento la difusión, pues las autoridades consideraban acatar su compromiso realizándola a través de uno de los canales disponibles.

La integración rotatoria de los equipos que se encuentran en el Palacio de Minería, planteada por el rector De la Fuente para adoptar en beneficio de la autoridad una práctica de los huelguistas, genera otro defecto en ambas partes y uno adicional en la representación rectoril. Cada vez que un nuevo participante ocupa una silla y toma el micrófono, su subjetividad cobra fuerza, y se siente en el caso de exponer, no sintéticamente, su propia visión del conflicto, desde su origen y sin considerar, si acaso lo sabe, que sus compañeros lo han hecho ya de modo reiterado.

En el caso de la delegación del rector, su mutación conduce a la incongruencia. Con buen sentido, De la Fuente buscó integrar a las conversaciones a una amplia representación de los universitarios, y en su grupo de interlocución ha incluido a directores de escuelas, facultades e institutos, miembros de su propio personal y consejeros universitarios o profesores distinguidos. La heterogeneidad de pareceres, sin embargo, es una limitante cuando pensamientos diversos y aun encontrados, o por lo menos talantes muy diferentes, tienen el propósito de defender o exponer la posición de una autoridad. Es frecuente oír opiniones discrepantes en el equipo de Rectoría, lo que lleva a preguntas pertinentes sobre cuál es la que prevalece o será atendida.

Una actitud igualitaria, antisolemne, informal, de la representación estudiantil raya a menudo en la falta de respeto, en las descortesías infantilmente desafiantes. En un claro intento derogatorio, parece haber una consigna en no reconocer los títulos académicos, como si no fueran parte de la costumbre y aun la legislación y la estructura de la Universidad Nacional. Pero más allá de esos rasgos externos del comportamiento estudiantil, es clara su pretensión de alargar el preámbulo de las negociaciones, lo que anuncia una intención semejante para cuando el diálogo se inicie.

Los huelguistas no sólo incumplen los horarios, como si la puntualidad fuera característica burguesa que debe ser desdeñada, sino que desvían e interrumpen unilateralmente las reuniones. Han decretado suspensiones por causas ajenas a los encuentros mismos. Así ocurrió con la secuela judicial del provocador ataque a la embajada norteamericana, justificado con un antiimperialismo pueril. Y así sucedió ayer con su conmemoración de la matanza de Acteal. La justeza de la recordación y la protesta se pierde en la impertinencia del foro escogido para practicarlas.

Cajón de Sastre .

Ni siquiera son petistas, en sentido estricto, aunque pertenezcan a su bancada, la mayor parte de los presuntos miembros de ese grupo que permitieron al PRI la noche del martes rechazar el dictamen sobre el presupuesto fraguado por el PAN y el PRD. Se trata de residuos de otros partidos. El caso más sobresaliente de inestabilidad partidaria es el de Maximiano Barbosa, que fue priista, entró en San Lázaro en la planilla del PRD, se fue de allí y se alojó en el grupo petista antes de convertirse en apoyador de Francisco Labastida, que es donde por hoy se encuentra. Armando López Romero también se fue del PRD. Y eran panistas Rogelio Chabolla García, Baldemar Dzul y José Adán Deniz, puesto en entredicho porque se fingió muerto en Estados Unidos. Finalmente, Miguel Angel Garza era miembro del Partido Verde.

Correo electrónico: plazpub@data.net.mx



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