Adolfo Aguilar Zinser

De la chunga a la revolución




El CGH ha usado la informalidad y la burla como sus dos principales recursos políticos. Sus delegados practican en la mesa del diálogo una esgrima poderosamente irritante y aplican con intuición y con espontaneidad las artes más refinadas del cinismo.

Para los chavos que dominan al Consejo General de Huelga y que controlan el acceso a las instalaciones de la UNAM sólo hay una manera aceptable y digna de terminar con el paro: la toma violenta de Ciudad Universitaria por la fuerza pública. Cualquier otra solución les parece anticlimática, trivial, vergonzosa e inadmisible. Hasta ahora, las autoridades capaces de hacer eso, no han querido tomarles la palabra a los paristas. No obstante la voluntad del CGH sigue inquebrantable: sin represión no hay revolución, no hay victoria, no hay gloria.

En el imaginario de esta revolución estudiantil, el objetivo último de la ocupación de la UNAM ya no es el cumplimiento de los famosos seis puntos de su pliego petitorio. Visto en la grandiosa perspectiva de su heroico desafío a la Rectoría y al régimen, ese pliego les parece ya pedestre, demasiado modesto; además, como quiera que sea, lo esencial ya lo han conseguido: habrá con ellos o sin ellos un nuevo Congreso Universitario, las cuotas ya están canceladas y de una u otra manera los admitidos podrán permanecer en la UNAM por el tiempo que les dé la gana. Ahora, el propósito de su gran revolución es lograr que el mundo sea exactamente como ellos y ellas lo denuncian, que México y los causantes del drama social del que forman parte, sean y se comporten puntual e inexorablemente como ellos y ellas saben y se imaginan que son y se comportan: abominables, sanguinarios; inflexibles, galácticamente injustos; malos a carta cabal. Su triunfo será que la autoridad los aplaste; de esa manera le demostrarán al mundo la certeza de su razón. Cualquier otro desenlace será para esos y esas jóvenes, una derrota terrible y humillante.

En la cosmovisión de los guerreros y de las amazonas del CGH, el peor peligro es que las diabólicas autoridades de la UNAM, los atrapen con las redes infames del diálogo; que los ultrajen con la vileza de sus ruines y falsas ofertas de solución al conflicto. Su misión justiciera al dialogar con la Rectoría no es convencer, ni siquiera doblegar al enemigo, sino exasperarlo y desenmascararlo. Por ello, advierten el riesgo de que, para aniquilarlos, para exigirles la devolución de Ciudad Universitaria, la Rectoría les otorgue formalmente todas sus demandas. Eso sería un golpe bajo que no van a permitir.

En el diálogo, los chavos y las chavas del CGH han descubierto con sabia intuición juvenil que la chunga es una táctica eficaz para enredar al enemigo, para confundirlo, para encerrarlo en un callejón sin salida. Esperan, mediante diversas tácticas, incluidos los efectos exasperantes del relajo, facilitar la consecución de su objetivo: el desalojo violento de las instalaciones de la UNAM, de preferencia por el Ejército.

En las insólitas sesiones del diálogo, el CGH ha usado la informalidad y la burla como sus dos principales recursos políticos. Actuando con gran audacia y destreza en el popular y revolucionario terreno del cotorreo, los chavos y las chavas del CGH han hecho contribuciones tan asombrosas a la teoría de la liberación nacional, como lo fueron en los tiempos de la ocupación japonesa a China, las exasperantes tácticas dilatorias y de distracción, ideadas por el genio militar del camarada Mao Zedong en su guerra popular y prolongada. Los delegados del CGH practican en la mesa del diálogo una esgrima poderosamente irritante y aplican con intuición y con espontaneidad las artes más refinadas del cinismo. Sus palabras, sus peticiones, sus sentencias y compromisos, tienen siempre más de un significado y sólo ellos saben cuál es, en cada caso, a cada instante y circunstancia, el aplicable. Si bien confiesan no ser lectores ni lectoras de libros burgueses y decadentes, delatan un conocimiento profundo y exquisito de la obra de Franz Kafka. Son los amos de los trámites infinitos, de los prerequisitos y de las discusiones semánticas delirantes. Actúan colectivamente con una plasticidad coreográfica; a veces se representan a sí mismos como un muro inconmovible y otras como un laberinto que engañosamente le promete a quien se adentra en él -al rector y a sus delegados- una ilusoria salida. Dominan, con serenidad budista, el arte de la burla. Recurren a ella con la más completa seriedad facial, sin pestañear, como maestros jugadores de póker.

Imagino sus desahogos, sus ataques incontenibles de risa en las tertulias en las que, los delegados, asesores y acompañantes del CGH, repasan las peripecias del día y celebran con una buena dotación de chelas, sus argucias y ocurrencias dilatorias. Imagino cómo se habrán reído al evocar aquella inesperada exigencia suya de cambiar la céntrica sede del diálogo en el Palacio de Minería por otra más suburbana, más cercana a ellos, más ecológica y segura donde no estén expuestos al smog y a los asaltos. Dan lecciones de ironía popular y revolucionaria; demuestran que el liderazgo estudiantil tiene un sentido del humor más agudo y cáustico que el de Carlos Monsiváis.

Su más reciente humorada ha sido la consulta ultra democrática a la población en general. En las 2 mil casillas, fijas y ambulantes instaladas en el Distrito Federal y algunos estados aledaños, los paristas han demostrado su hondo conocimiento de la historia de México. Con base en la teoría revolucionaria, el CGH le ha formulado a la ciudadanía una disyuntiva plebiscitaria de una autenticidad política igual a la lograda en la consulta zapatista sobre los Acuerdos de San Andrés y en la consulta perredista sobre el Fobaproa. Se trató con esta consulta de que la sabiduría del pueblo saliera, brotara espontánea y nos inundara. Las preguntas están hechas con la más limpia, sana y pura inducción revolucionaria; sintetizan el pensamiento parista.

Para beneficio de los lectores que inexplicablemente se abstuvieron de participar en la mencionada consulta, transcribo el texto sometido por los huelguistas a la consideración razonada de la ciudadanía: "1. ¿Estás de acuerdo en que el pliego petitorio debe resolverse ya y como consecuencia levantar el paro?"; "2. ¿Estás de acuerdo en que la propuesta impulsada por el Gobierno y la Rectoría busca confrontar a los universitarios e imponer una salida de fuerza?"; y, "3. ¿Estás de acuerdo en que la solución al conflicto debe ser a través del diálogo entre las autoridades y el CGH y no mediante propuestas impuestas (sic)?" (Alguna enciclopedia futura transcribirá de seguro estas joyas de la teoría democrática para ejemplificar el uso de la voz "pregunta retórica"). El resultado asombrosamente favorable a la postura del CGH, prepara la hora de la victoria. Cuando las botas marchen sobre las barricadas de la UNAM, el pueblo entero, menos los reaccionarios, sabrán que el CGH y nadie más que ellos y ellas tenían razón; una razón de aquí a la eternidad.

No obstante todos sus esfuerzos para hacer que la Rectoría abandone su insoportable trinchera, pierda la paciencia y saque a relucir sus fauces y sus garras, los líderes y liderezas del CGH no los han podido sacar de sus casillas. Los paristas confían sin embargo en que un día ellos y ellas ganarán. Están seguros de que la razón pura los asiste, que el glorioso desenlace autoritario vendrá, que tarde o temprano serán reprimidos, que gracias a su entereza, a su paciencia, a su irrenunciable empeño para seguir adelante con su cotorreo, las bayonetas entrarán otra vez a Ciudad Universitaria. Entonces, cuando eso ocurra, ellos y su movimiento se cubrirán de gloria; el gobierno y la Rectoría, de oprobio.

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