El miedo a la libertad

Quisiera plantear el problema claramente. El liberalismo no es una ideología porque no es un sistema cerrado que incluya una cosmogonía y una teoría del Estado, contrariamente al enfoque del marxismo-leninismo, del fascismo y su versión vernácula, del justicialismo, o de los fundamentalismos religiosos (musulmanes o de otro tipo). El liberalismo puede ser considerado en todo caso una doctrina en la medida en que constituye por un lado un análisis de los fenómenos políticos y económicos y por el otro, un conjunto de recetas resultado de una experiencia histórica en el esfuerzo por administrar y controlar estos fenómenos a fin de que no interfieran con las libertades individuales. Por eso el liberalismo es a la vez una política y una forma de hacer política.
Es una política porque procura darle un forma a los elementos básicos de la organización del estado, a saber, los órganos representativos de la soberanía popular, el estado como sede del poder, los cuerpos encargados del contralor del ejercicio de ese poder y de administrar la justicia, los gobiernos locales.
La praxis política ha enseñado al liberalismo que con eso solo no basta para asegurar las libertades individuales y que, como bien señala Alexis de Tocqueville, son fundamentales las costumbres. Leáse por costumbres los comportamientos individuales. Por eso es que el liberalismo incluye una forma de hacer política. En efecto, ésta requiere la participación de todos y la convicción de que corresponde a cada uno ejercer sus derechos y defender sus libertades. Toda delegación de una parte de un derecho o de una libertad, por pequeña que sea, a un cuerpo mayor como es el Estado, significa una pérdida de la autonomía individual. De ahí la inquietud de los liberales ante los avances del Estado sobre la sociedad y su permanente lucha por limitarlo y reducirlo.
El liberalismo nace como política con el surgimiento de la burguesía en las postrimerías del siglo XVIII. En tanto que doctrina política, es hija de la Ilustración, en particular, de los Enciclopedistas y de las costumbres políticas anglosajonas. Se abre camino duramente, muchas veces con violencia, a través de la Revolución Francesa, de las reacciones contra la Restauración a partir del Congreso de Viena de 1815, las olas revolucionarias de 1830 y 1848, los pronunciamientos en España. Se generaliza y se transforma en la práctica normal de los gobiernos europeos occidentales, si bien con muchas limitaciones, a partir de la derrota francesa en la guerra franco-prusiana de 1870. Y se afianza en los Estados Unidos con la victoria del Norte en la Guerra de Secesión.
Dice el conocido mío que mencioné al comienzo que "el ideario liberal de ninguna manera es cuna de nuestra nacionalidad". La verdad es que esta afirmación no soporta el más mínimo análisis. El movimiento revolucionario que se inicia en el mes de Mayo de 1810 estuvo inspirado por conocidos y reputados liberales, tal como se era liberal en ese momento, es decir, opuestos al absolutismo monárquico, a la sociedad estamentaria, a los controles sobre el comercio y a las iniciativas individuales en la industria, las artes y los oficios, y opuestos a la arbitrariedad en la aplicación de impuestos. Entre 1810 y 1850, éstos fueron los reclamos fundamentales de todos los liberales del mundo que reclamaban por sobre todo la promulgación de constituciones donde los derechos y obligaciones de los ciudadanos fueran claramente expresados, estableciendo límites ciertos a la autoridad del Estado. Basta leer los escritos de esos primeros liberales criollos: Belgrano, Moreno, Rivadavia, para constatar que en ellos estaba el germen de lo que fue la revolución.
Que no empezó como una revolución. El primer Cabildo que se convocó fue para consultar con los vecinos de mayor prestigio cual sería la actitud a tomar ante los hechos acaecidos en España, donde el rey y su heredero habían sido hechos prisioneros por Napoleón y obligados a abdicar en favor del hermano de éste, José (Pepe Botellas). El partido criollo liberal entonces se movilizó y aprovechó la ocasión para lanzar el proceso revolucionario. Lo demás es historia, incluso la forma en que consiguieron poner bajo control al partido español y al ejército comandado por Saavedra.
Liberal fue San Martín, que prefería una monarquía a una república. Y liberal fue Carlos María de Alvear, todos ellos producto de la logia de Miranda, cuna de liberales. Y liberales fueron los mal llamados "unitarios" durante el período de la guerra civil; por ejemplo, en una carta de Wenceslao Posse al general Lavalle se comienza diciendo "Nosotros los liberales..." Al punto que se puede afirmar sin temor a equivocarse que los sesenta años de guerras civiles que padeció la Argentina entre 1820 y 1880 fueron la contienda entre la vieja concepción conservadora y autoritaria de la política encarnada por Rosas y centrada en la provincia de Buenos Aires por un lado, y el espíritu de libertad y autonomía de los otros estados provinciales. Triunfaron estos últimos, la Argentina tuvo una Constitución liberal inspirada en el libro Bases y puntos de partida para la organización nacional de Alberdi, tiene todos sus primeros presidentes liberales y provincianos (salvo Mitre) y entre 1880 y 1916 se transformó de un país salvaje, desorganizado y despoblado en uno de los proyectos de democracia y progreso económico más destacados del mundo.
En 1916 el sistema político argentino se abre a las nuevas clases políticas surgidas de la inmigración y del avance económico. Los primeros gobiernos radicales continuaron la vía liberal con lo que se alcanza el punto de mayor desarrollo político, económico y social en la presidencia de Alvear. Desgraciadamente, en 1930, vuelve la fuerza bruta al gobierno en la forma del fascismo autoritario, antiliberal, y se inicia en el país la aplicación de políticas económicas y sociales dirigistas. El Estado se agranda y con él, el costo de sostenerlo. El grupo social que monopoliza el poder político a través del fraude electoral es suplantado a partir de 1946 por otro grupo formado por pseudo empresarios y dirigentes sindicales y el crecimiento del Estado se acentúa. Es por eso que afirmo que "el liberalismo fue estigmatizado por la prédica populista de los últimos 60 años". En realidad hice mal la cuenta, son 70 años.
Todos los países desarrollados son liberales en lo político, lo económico y lo social, con la salvedad de que no es lo mismo un liberal de la época de Bastiat o Benjamin Constant que uno del Siglo XXI. Justamente, por no ser el liberalismo una religión ni una ideología sino un conjunto de recetas para manejar la cosa pública sin menoscabo de las libertades individuales, ha podido sobrevivir y adaptarse a los cambios ocurridos en los últimos cien años. Los países no desarrollados, en particular, los países de Asia y África que viven en la pobreza, tienen que resolver otro problema: cómo hacer sociedades prósperas de comunidades donde el individuo es totalmente absorbido por la etnia, el clan o la tribu y su destino fijado por la religión. Es una cuestión difícil de resolver, pero lo tienen que hacer ellos a través de su propia experiencia; de esa manera construirán su historia, tal como el mundo occidental viene construyendo la suya desde la más remota antigüedad. Podemos y debemos ayudarlos a sobrevivir sus calamidades pero no debemos sentirnos culpables por ellas porque son producto de las falencias de esas mismas sociedades.
Se abre para la Argentina una nueva ocasión para volver a la senda que marcó nuestro desarrollo como nación. Son numerosas las voces que se alzan y que de alguna manera reviven el ideario cuna de nuestra nacionalidad. Es cierto que gran parte de la población padece necesidades de orden básico que dificultan pensar en otra cosa que no sea cómo conseguir la próxima comida. Es algo lamentable, si se quiere "horroroso", pero no dejemos que el árbol nos oculte el bosque. Quien diga que esto es resultado del liberalismo o está mintiendo o se equivoca totalmente. Primero, porque en la década de 1990 no hubo liberalismo en Argentina, solo se aplicaron algunas recetas liberales. Segundo, porque la crisis ha sido el producto directo y querido de las medidas populistas tomadas por la alianza parlamentaria de dos partidos mayoritarios que no son liberales.
Los diversos grupos surgidos como consecuencia de esta nueva inquietud de la ciudadanía tienen en común el rechazo al estado tal como existe en la actualidad. Pero no lo rechazan por los mismos motivos. En realidad, hay dos actitudes contrapuestas. Unos lo rechazan por su fracaso en la administración de la economía y si bien sienten el avance del estado sobre sus autonomías individuales en la medida en que han perdido ahorros, o se han visto forzados a cerrar comercios o a pagar mayores impuestos, siguen esperando del estado la solución de todos sus problemas. Otros lo rechazan en bloque, por lo que es, y ahí resulta la paradoja de que se mezclen anarquistas y liberales.
Estos úlitmos grupos se caracterizan ambos por confiar en sus propias fuerzas. Los anarquistas confían en sus organizaciones, con un fin determinado: eliminar el estado para instaurar la dictadura de la clase obrera. Los liberales en sus capacidades individuales, cada cual con su receta; de ahí la dificultad de que se unan en una acción común.
En general, podemos distinguir dos tendencias en los intentos actuales de organización de la ciudadanía. Por un lado, las ONGs que se dicen apolíticas y cuyo objetivo manifiesto es la modificación de las prácticas políticas en la Argentina para eliminar la corrupción, el clientelismo y hacer más eficiente la administración. Por el otro, los inicios de una serie de partidos políticos entre los cuales hay algunos liberales y otros que propician medidas que significan la continuación del populismo nacionalista de estirpe conservadora.
Personalmente, participo de los intentos de organización de un partido liberal. Somos un pequeño grupo con escasísimos medios que nos hemos propuesto abordar el problema desde una perspectiva totalmente nueva. Partimos de la constatación que la totalidad de los grupos que aspiran a constituirse en partidos políticos comienzan por juntar un equipo de técnicos y diseñan un plan, con un fuerte contenido económico, para sacar al país de la crisis. A partir de ahí, salen a vender la idea y los eventuales miembros de dicho partido sólo tienen que adherir al mismo aceptando el plan trazado y haciendo confianza a los dirigentes. Este partido nace de un contrato de adhesión y de delegación de responsabilidades de los miembros a los dirigentes. Siguiendo al análisis clásico de Duverger, este sería un partido de notables hecho posible por el sistema electoral de lista, en este caso, la lista sábana.
En nuestro caso personal, la Unión Liberal Popular, procede de una manera totalmente distinta. El partido se organiza por distritos y circunscripciones como si no hubiera sistema de lista. En cada circunscripción se organiza una convención formada por los afiliados al partido. Esta convención debate y prepara las medidas que a juicio de sus integrantes deben ser tomadas o en su defecto, los principios sobre los cuales deben inspirarse. A su vez, elige los representantes que deberán representarla en el seno de la convención nacional. Estos representantes son a la vez los candidatos a los cargos a nivel municipal, provincial o nacional según corresponda. Programa y candidato son la misma cosa por la cual son responsables frente a la convención que los designó y si son electos, frente a la ciudadanía que los votó.
Esta organización permite una fuerte descentralización, de modo que una convención puede designar un candidato en su seno o decidir dar sus votos a un candidato de otra agrupación. Para formar parte de este partido lo único que se exije es manifestar una firme adhesión a las libertades individuales, al derecho de propiedad, a la iniciativa privada y al Código de Ética Ciudadana que puede leerse (es muy breve) en el sitio http://www.oocities.org/unionliberalpopular/ccc.html
Dicho así, parece muy fácil. Pero la verdad es que es tremendamente difícil porque la gente no está acostumbrada a hacerse cargo de ejercer su libertad con responsabilidad. Cuando vienen y nos preguntan ¿cuál es el plan? y nosotros les contestamos que no hay plan, que ellos deben hacerlo, nos miran desorientados, se van y no vuelven más. La libertad tiene su costo, pero el pueblo argentino parece no estar dispuesto a pagarlo. Entonces quiere un estado que le dé todo resuelto, al cual poder echar la culpa de lo que va mal. Esto es miedo a la libertad y falta de madurez política. Esto es no querer hacerse cargo de su propio destino, sea por pereza o por temor.
Nos dicen que somos demasiado idealistas y que no vamos a llegar a ningún lado. Leáse que no vamos a ser diputados, senadores o concejales. Pero no importa, no es ese el punto al que esperamos llegar. La sociedad argentina necesita una terapia política y nosotros estamos dispuestos a ayudarla a hacerla. Nos sentiremos satisfechos si conseguimos dejar el germen de un grupo que haga de la libertad el objetivo de su acción política porque al hacerlo, estará sirviendo al país.
Vicente Posse, 16 de junio 2002
(vposse@dd.com.ar)
 

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