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Yuri y OlenkoCapítulo I |
Relato |
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Yuri recibió un extraordinario mamporrazo en la cabeza. Por suerte, llevaba el casco que su tío, el rudo Andrei Torpenko, le había regalado en su vigésimo quinto cumpleaños. Por desgracia era de cuero, y no protegía... digamos completamente, contra un golpe bien dado con una maza de acero de veinte quilogramos de peso. Lógicamente, el joven cayó al suelo, inconsciente, lo que empeoró la situación al golpearse en la frente con el pico de una gran mesa de roble con ribete apuntado de acero en las esquinas. Su oponente y amigo, el gigantón Olenko, se quedó de piedra, con los ojos desorbitados y la boca tan abierta que le entraron una o quizás dos moscas. Al cabo de dos segundo y medio, Olenko, se convulsionó ligeramente, con una pequeña contracción del tórax que precedió a la majestuosa carcajada que duró más de un minuto y que casi le hizo perder el equilibrio, tras lo cual, volvió a quedarse quieto al ver que su amigo no se levantaba. Sabía que el trompazo había sido demasiado para una discusión sobre quién era más fuerte, si el mítico Julius Mota, bandolero ucraniano conocido por su extraordinaria habilidad de lanzar cuchillos con los pies, o el temido pirata Iván Ivanovich, llamado “El Ojopipa” porque le faltaba un ojo y se había puesto un doblón de oro, que sembraba el terror en las costas del Mar Negro. Con sumo cuidado, Olenko le echo un cubo de agua
por encima a Yuri, seguido de varios puntapiés en la espalda... porque la
cabeza ya la tenía suficientemente tocada. El herido abrió los ojos y
exclamó... “¡Bribón, me has golpeado con una brutalidad solo igualable a la
del martillo de Thor. Eres un hijo de mil padres!”. Después se levantó y se
dirigió al abrevadero para hundir la cabeza en agua fría semiorinada por los
animales de la granja. Esto le alivió un poco, pero sin intentar por un
instante reprimir su deseo de venganza y, al mismo tiempo, sin perder la
calma, cogió una piedra del suelo y la empotró en el casco de Olenko, éste si
de metal y de nada desdeñables dimensiones, como la cabeza del propio
gigantón. El golpe produjo un sonido sordo, como de hojalata abollada contra
algo blando. Realmente la pedrada no produjo en Olenko más que un ligero
tambaleo hacia delante y hacia atrás, y un casi inaudible “uff”, pero lo que
si resultó ser un problema fue quitarse el casco, que al deformarse había
deformado también la cabeza del portador. En resumen, tanto Olenko como Yuri
estuvieron tres meses en cama... y un año sin poderse ver. Al cabo de un año se encontraron casualmente en
la plaza del mercado de la pintoresca aldea de Varikino, el día en que se
celebraba la festividad de San Eustaquio Incandescente, patrón de los
mineros. Se quedaron uno enfrente del otro durante un instante. La gente de
alrededor se quedó contemplándolos, esperando un desenlace sangriento y
fatal. Ellos, se acercaron, se dieron un abrazo y un ligero cabezazo (saludo
a la usanza de la zona) y fueron a echarse quinientas jarras de cerveza
amarga. -
Casi me rompes la cabeza, pequeña piltrafa eslava – dijo Olenko. -
Cállate anda, que por culpa del violento impacto de tu maza con mi
cráneo sufrí un desprendimiento de retina, complicado con una insuficiencia
renal, que ha derivado en que ahora lleve un ojo de cristal. Mira – dijo Yuri
señalando su ojo izquierdo. -
¡Mierda!, te has puesto una ojo de madera de roble. -
¿Qué quieres?. Mientras no se inventen ojos más parecidos a los
reales, por ejemplo de fibra de vidrio y titanio empobrecido, me tendré que
aguantar. -
Vale... si tu lo dices... – Concluyó el gigantón. Siguieron hablando hasta las tres de la mañana y,
naturalmente, se embriagaron. Tuvo que llevarlos a su casa el dueño del
local, Tim Eulespiguell, conocido en todo el condado por su estupenda cerveza
amarga. Ninguno de sus clientes conocía, evidentemente, que su secreto era
hacerla fermentar con un poco de orina de su burro “Andrei”. Nada asqueroso,
solo unas gotas que, al parecer, favorecían el proceso. Pero más conocido que
su peculiar y alcohólica cerveza era su hija Mila. Mila era
extraordinariamente guapa, con un suave cabello dorado que reposaba sobre sus
esbeltos hombros. Su figura era atlética, su pecho voluptuoso y sus piernas
musculosas. Mila era también extraordinariamente bruta, de una brutalidad
solo equiparable a la de Olenko y Yuri. Por eso se llevaban tan bien...
normalmente. |
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Gerardo
Ávila Fecha
de creación: 15/02/2002 |
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