DAME tu libertad.
No quiero tu
fatiga,
no, ni tus hojas
secas,
tu sueño, ojos
cerrados. Ven a mí desde ti,
no desde tu
cansancio
de ti. Quiero
sentirla. Tu libertad me trae,
igual que un
viento universal, un olor de maderas
remotas de tus
muebles, una bandada de visiones
que tu veías
cuando
en el colmo de tu libertad cerrabas ya los ojos.
¡Qué
hermosa tú libre y en pie!
Si tú me das tu libertad me das tus años blancos, limpios y agudos como dientes,
me das el tiempo en que tú la gozabas.
Quiero
sentirla como siente el agua del puerto, pensativa,
en
las quillas inmóviles
el
alta mar, la turbulencia sacra. Sentirla,
vuelo parado,
igual
que en sosegado soto siente la rama
donde
el ave se posa,
el ardor de volar, la lucha terca contra las dimensiones en azul.
Descánsala hoy
en mí: la gozaré
con un temblor de
hoja en que se paran gotas del cielo al suelo.
La
quiero
para
soltarla, solamente.
No
tengo cárcel para tí en mi ser. Tu libertad te guarda para mí.
La
soltaré otra vez, y por el cielo, por el mar, por el tiempo,
veré
c6mo se marcha hacia su sino.
Si
su sino soy yo, te está esperando.
PEDRO
SALINAS