Martirio
Al ver la angustia que siento
Si te apartan de mi lado,
Todos comprenden al punto
La gravedad de mi estado.
Con alarma me reprochan
La pasión de que me muero,
Y yo nada les respondo,
Pero más y más te quiero.
Como a nadie oculto el alma,
Todos conocen mi historia,
Y saben que en tu amor puse
Gozo y pena, infierno y gloria.
Me dicen que es un delirio,
Que labro mi mala suerte,
Yo sólo sé, les respondo,
Que la querré hasta la muerte.
A Rubén Darío y otros cómplices
Habéis de saber
Que en cuitas de amor,
Por una mujer
Padezco dolor.
Esa mujer es la luna,
Que en azar de amable guerra,
Va arrastrando por la tierra
Mi esperanza y mi fortuna.
La novia eterna y lejana
A cuya nívea belleza
Mi enamorada cabeza
Va blanqueando cana a cana.
Lunar blancura que opreso
Me tiene en dulce coyunda,
Y si a mi alma vagabunda
La consume beso a beso,
A noble cisne la iguala,
Ungiéndola su ternura
Con toda aquella blancura
Que se le convierte en ala.
En cárcel de tul,
Su excelsa beldad
Captó el ave azul
De mi libertad.
A su amante expectativa
Ofrece en claustral encanto,
Su agua triste como el llanto
La fuente consecutiva.
Brilla en lo hondo, entre el murmurio,
Como un infusorio abstracto,
Que mi más leve contacto
Dispersa en fútil mercurio.
A ella va, fugaz sardina,
Mi copla en su devaneo,
Frita en el chisporroteo
De agridulce mandolina.
Y mi alma, ante el flébil cauce,
Con la líquida cadena,
Deja cautivar su pena
Por la dríada del sauce.
Su plata sutil
Me dio la pasión
De un dardo febril
En el corazón.
Las guías de mi mostacho
Trazan su curva; en mi yelmo,
Brilla el fuego de San Telmo
Que me erige por penacho.
Su creciente está en el puño
De mi tizona, en que riela
La calidad paralela
De algún ínclito don Nuño.
Desde el azul, su poesía
Me da en frialdad abstrusa,
Como la neutra reclusa
De una pálida abadía.
Y más y más me aquerencio
Con su luz remota y lenta,
Que las noches trasparenta
Como un alma del silencio.
Habéis de saber
Que en cuitas de amor,
Padezco dolor
Por esa mujer.
Como en las delicias de mi dulce
mal,
Vivo de ofrecerte flores generosas,
Así, amada mía, dar rosas y rosas,
Tiene por eterno destino el rosal.
Cuando bien se quiere, todo acaba
en beso...
El amor florece sobre toda ruina,
Y el rosal amable, con su misma espina,
Te saca una rosa del dedo travieso.