I

Yo sé un himno gigante y extraño

que anuncia en la noche del alma una aurora,

y estas páginas son de este himno

cadencias que el aire dilata en la sombras.

Yo quisiera escribirlo, del hombre

domando el rebelde, mezquino idioma,

con palabras que fuesen a un tiempo

suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar; que no hay cifra

capaz de encerrarlo, y apenas, ¡oh hermosa!

pudiera al oído, contártelo a solas.

 

II

Saeta que voladora

cruza, arrojada al azar,

sin adivinarse dónde

temblando se clavará;

hoja del árbol seca

arrebata el vendaval,

sin que nadie acierte el surco

donde a caer volverá;

gigante ola que el viento

riza y empuja en el mar,

y rueda y pasa, y no sabe

qué playa buscando va;

luz que en los cercos temblorosos

brilla, próxima a expirar,

ignorándose cuál de ellos

el último brillará;

eso soy yo, que al acaso

cruzo el mundo, sin pensar

de dónde vengo, ni a dónde

mis pasos me llevarán.

 

III

Sacudimiento extraño

que agita las ideas,

como huracán que empuja

las olas en tropel;

murmullo que en el alma

se eleva y va creciendo

como volcán que sordo

anuncia que va a arder;

deformes siluetas

de seres imposibles;

paisajes que aparecen

como un través de un tul;

colores que fundiéndose

remedan en el aire

los átomos del Iris

que nadan en la luz

ideas sin palabras

palabras sin sentido;

cadencias que no tienen

ni ritmo ni compás;

memorias y deseos

de cosas que no existen;

accesos de alegría

impulsos de llorar;

actividad nerviosa

que no halla en qué emplearse;

sin rienda que lo guíe

caballo volador;

locura que el espíritu

exalta y enardece

embriaguez divina

del genio creador...

¡Tal es la inspiración!

gigante voz que el caos

ordena en el cerebro,

y entre las sombras hace

la luz aparecer;

brillante rienda de oro

que poderosa enfrena

de la exaltada mente

el volador corcel;

hilo de luz que en hace

lo pensamientos ata;

sol que las nubes rompe

y toca en el cenit;

inteligente mano

que en un collar de perlas

consigue las indóciles

palabras reunir;

armonioso ritmo

que con cadencia y número

las fugitivas notas

encierra en el compás;

cincel que el bloque muerde

la estatua moldeando

y la belleza plástica

añade a la ideal;

atmósfera en que giran

con orden las ideas,

cual átomos que agrupa

recóndita atracción;

raudal en cuyas ondas

su sed la fiebre apaga;

oasis que al espíritu

devuelve con vigor...

¡Tal es nuestra razón!

Con ambas siempre en lucha

y de ambas vencedor

tan sólo el genio puede

a un yugo atar las dos.

 

IV

No digáis que agotado su tesoro,

de asuntos falta, enmudeció la lira:

Podrá no haber poetas; pero siempre

habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso

palpiten encendidas;

mientras el sol las desgarradas nubes

de fuego y oro vista;

mientras el aire en su regazo lleve

perfumes y armonías;

mientras haya en el mundo primavera,

¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance

las fuentes de la vida,

Y en el mar o en el cielo haya un abismo

que al cálculo resista;

mientras la humanidad siempre avanzando,

no sepa a dó camina;

mientras haya un misterio para el hombre,

¡habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma

sin que los labios rían;

mientras se llora sin que el llanto acuda

a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza

batallando prosigan;

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡Habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen

los ojos que los miran;

mientras responda el labio suspirando

al labio que suspira;

mientras sentirse puedan en un beso

dos almas confundidas;

mientras exista una mujer hermosa,

¡Habrá poesía!

 

VI

Espíritu sin nombre,

indefinible esencia,

yo vivo con la vida

sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío

del sol tiemblo en la hoguera

palpito entre las sombras

y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro

de la lejana estrella,

yo soy de la alta luna

la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube

que en el ocaso ondea;

yo soy del astro errante

la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbre,

soy fuego en las arenas,

azul onda en los mares

y espuma en las riberas.

En el laúd soy nota,

perfume en la violeta,

fugas llama en las tumbas

y en las ruinas hiedra.

Yo atrueno en el torrente,

y silbo en la centella

y ciego en el relámpago

y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores

susurro en la alta hierba,

suspiro en la onda pura

y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos

del el humo que se eleva

y al cielo lento sube

en espiral inmensa.

Yo en los dorados hilos

que los insectos cuelgan

me mezclo entre los árboles

en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas

que en la corriente fresca

del cristalino arrollo

desnudas juguetean.

Yo en bosque de corales,

que alfombran blancas perlas,

persigo en el océano

las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas,

do el sol nunca penetra,

mezclándome a los nomos

contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos

las ya borradas huellas,

y sé de esos imperios

de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo

los mundos que voltean,

y mi pupila abarca

la creación entera.

Yo sé de esas regiones

a do rumor no llega,

y donde los informes astros

de vida y soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo

el puente que atraviesa;

yo soy la ignota escala

que el cielo une a la tierra.

Yo soy el invisible

anillo que sujeta

el mundo de la forma

al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy el espíritu,

desconocida esencia,

perfume misterioso

de que es vaso el poeta.

 

 

VI

Como la brisa que la sangre orea

sobre el oscuro campo de batalla,

cargada de perfumes y armonías

en el silencio de la noche vaga;

símbolo del dolor y la ternura,

del bardo inglés en el horrible drama,

la dulce Ofelia, la razón perdida

cogiendo flores y cantando pasa.

VII

Del salón en el ángulo oscuro,

de su dueño tal vez olvidada,

silenciosa y cubierta de polvo

veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas

como el pájaro duerme en la rama

esperando la mano de nieve

que sabe arrancarlas!

¡Ay! -pensé-, ¡Cuántas veces el genio

así duerme en el fondo del alma,

y una voz, como Lázaro, espera

que le diga: "Levántate y anda"!

 

VIII

Cuando miro el azul horizonte

perderse a lo lejos

a través de una gasa de polvo

dorado e inquieto,

me parece posible arrancarme

del mísero suelo,

y flotar con la niebla dorada

en átomos leves

cual ella deshecho.

Cuando miro de noche en el fondo

obscuro del cielo

las estrellas temblar, como ardientes

. pupilas de fuego,

me parece posible a do brillan

subir en un vuelo,

y anegarme en su luz, y con ella

en lumbre encendido

fundirme en un beso

En el mar en la duda en que bogo

ni aún se lo que creo:

¡Sin embargo, estas ansias me dicen

que yo llevo algo

divino aquí dentro

 

IX

Besa el aura que gime blandamente

las leves ondas que jugando riza

el sol besa a la nube de occidente

y de púrpura y oro la matiza.

la llama en derredor del tronco ardiente

por besar a otra llama se desliza.

y hasta el sauce inclinándose a su peso

al río que lo besa, vuelve un beso.

 

X

Los invisibles átomos del aire

en derredor palpitan y se inflaman

el cielo se deshace en rayos de oro

la tierra se estremece alborozada

Oigo flotando en olas de armonía

rumor de besos y batir de alas,

mis párpados se cierran...¿Qué sucede?

¿Dime?... ¡Silencio!... ¿Es el amor que pasa?

 

 

XI

- Yo soy ardiente, yo soy morena,

yo soy el símbolo de la pasión;

de ansia de goces mi alma está llena;

¿a mí me buscas? -No es a ti; no

- Mi frente es pálida; mis trenzas de oro

puedo brindarte dichas sin fin;

yo de ternura guardo un tesoro;

¿a mí me llamas? -No; no es a ti.

- Yo soy un sueño, un imposible,

vano fantasma de niebla y luz;

soy incorpórea, soy intangible;

no puedo amarte. -¡Oh, ven; ven tú!

 

XII

Porque son niña, tus ojos

verdes como el mar, te quejas;

verdes los tienen las náyades,

verdes los tuvo Minerva,

y verdes son las pupilas

de las huris del profeta.

El verde es gala y ornato

del bosque en la primavera;

entre sus siete colores

brillante el Iris lo ostenta.

Las esmeraldas son verdes,

verde el color del que espera,

y las ondas del océano,

y el laurel de los poetas.

Es tu mejilla temprana

rosa de escarcha cubierta

en que el carmín de los pétalos

se ve a través de las perlas

Y, sin embargo,

sé que te quejas,

porque tus ojos

crees que la afean:

pues no lo creas;

que parecen tus pupilas,

húmedas, verdes e inquietas,

tempranas hojas de almendro,

que al soplo del aire tiemblan.

Es tu boca de rubíes

purpúrea granada abierta,

que en el estío convida

a apagar la sed en ella.

Y, sin embargo,

sé que te quejas,

porque tus ojos

crees que la afean:

pues, no lo creas

que parecen, si enojada

tus pupilas centellean,

las olas del mar que rompen

en las cantábricas peñas.

Es tu frente que corona

crespo el oro en ancha trenza,

nevada cumbre en que el día

su postrera luz refleja.

Y, sin embargo,

sé que te quejas,

porque tus ojos

crees que la afean:

pues, no lo creas

Que, entre las rubias pestañas,

junto a las sienes, semejan

broches de esmeralda y oro,

que un blanco armiño sujetan.

 

XIII

Tu pupila es azul, y cuando ríes,

su claridad suave me recuerda

el trémulo fulgor de la mañana

que en el mar se refleja.

Tu pupila es azul, y cuando lloras,

las transparentes lágrimas en ella

se me figuran gotas de rocío

sobre una violeta.

Tu pupila es azul, y si en su fondo

como un punto de luz radia una idea

me parece, en el cielo de la tarde,

¡una perdida estrella!

 

XIV

Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos,

la imagen de tus ojos se quedó,

como la mancha obscura, orlada en el fuego,

que flota y ciega si se mira al sol.

Adondequiera que la vista fijo,

torno a ver tus pupilas llamear;

mas no te encuentro a ti; que es tu mirada:

unos ojos, los tuyos, nada más.

De mi alcoba en el ángulo los miro

desasidos fantásticos lucir;

cuando duermo los siento que se ciernen

de par en par abiertos sobre mí.

Yo sé que hay fuegos faustos que en la noche

llevan al caminante a perecer:

yo me siento arrastrado por mis ojos

pero a donde me arrastran, no lo sé.

 

XV

Cendal flotante de leve bruma,

rizada cinta de blanca espuma,

rumor sonoro

de arpa de oro,

beso del aura, onda de luz,

eso eres tú.

Tú, sombra aérea que cuantas veces

voy a tocarte, te desvaneces

como la llama, como el sonido,

como la niebla, como un gemido

del lago azul.

En mar sin playas onda sonante,

en el vacío cometa errante,

largo lamento.

Del ronco viento,

ansia perpetua de algo mejor,

Eso soy yo.

¡Yo, que a tus ojos, en mi agonía

los ojos vuelvo de noche y día

yo, que incansable como demente

tras una sombra, tras la hija ardiente

de una visión!

 

XVI

Si al mecer las azules campanillas

de tu balcón,

crees que suspirando pasa el viento

murmurador,

sabe que, oculto entre las verdes hojas,

suspiro yo.

Si al resonar confuso a tus espaldas

vago rumor,

crees que por tu nombre te ha llamado

lejana voz,

sabe que, entre las sombras que te cercan

te llamo yo.

Si se turba medroso en la alta noche

tu corazón,

al sentir en tus labios un aliento

abrasador,

sabe que, aunque invisible, al lado tuyo

respiro yo.

 

XVII

Hoy la tierra y los cielos me sonríen;

hoy llega al fondo de mi alma el sol;

hoy la he visto.., la he visto y me ha mirado...

¡Hoy creo en Dios!

 

XVIII

Fatigada del baile,

encendido el color, breve el aliento,

apoyada en mi brazo,

del salón se detuvo en un extremo

Entre la leve gasa

que levantaba el palpitante seno,

una flor se mecía

en compasado y dulce movimiento.

Como cuna de nácar

que empuja al mar y que acaricia el céfiro

tal vez allí dormía

al soplo de sus labios entreabiertos.

¡Oh! ¡Quién así, pensaba,

dejar pudiera deslizarse el tiempo!

¡Oh, si las flores duermen,

qué dulcísimo sueño!

 

XIX

Cuando sobre el pecho inclinas

la melancólica frente,

una azucena tronchada

me preces.

Porque al darte la pureza,

de que es símbolo celeste,

como a ella te hizo Dios

de oro y de nieve.

 

XX

Sabe, si alguna vez tus labios rojos

quema invisible atmósfera abrasada,

que al alma que hablar puede con los ojos,

también puede besar con la mirada.

XXI

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas

en mi pupila tu pupila azul.

¿Que es poesía?, Y tú me lo preguntas?

Poesía... eres tú.

 

XII

¿Cómo vive esa rosa que has prendido

junto a tu corazón?

Nunca hasta ahora contemple en la tierra

sobre el volcán la flor.

 

XXIII

Por una mirada, un mundo,

por una sonrisa, un cielo,

por un beso... ¡yo no sé

que te diera por un beso!

 

XXIV

Dos rojas lenguas de fuego

que a un mismo tronco enlazadas

se aproximan, y al besarse

forman una sola llama.

Dos notas que del laúd

a un tiempo la mano arranca,

y en el espacio se encuentran

y armoniosas se abrazan.

Dos olas que vienen juntas

a morir sobre una playa

y que al romper se coronan

con un penacho de plata.

Dos jirones de vapor

que del lago se levantan,

y al reunirse en el cielo

forman una nube blanca.

Dos ideas que al par brotan,

dos besos que a un tiempo estallan,

dos ecos que se confunden,

eso son nuestras dos almas.

XXV

Cuando en la noche te envuelven

las alas de tul del sueño

y tus tendidas pestañas

semejan arcos de ébano,

por escuchar los latidos

de tu corazón inquieto

y reclinar tu dormida

cabeza sobre mi pecho,

diera, alma mía,

cuanto poseo,

la luz, el aire

y el pensamiento!

Cuanto se clavan tus ojos

en un invisible objeto

y tus labios ilumina

de una sonrisa el reflejo,

por leer sobre tu frente

el callado pensamiento

que pasa como la nube

del mar sobre el ancho espejo,

diera, alma mía,

cuanto deseo,

la fama, el oro,

la gloria, el genio!

Cuanto enmudece tu lengua

y se apresura tu aliento

y tus mejillas se encienden

y entornas tus ojos negros,

por ver entre sus pestañas

brillar con húmedo fuego

la ardiente chispa que brota

del volcán de los deseos,

diera, alma mía,

por cuanto espero,

la fe, el espíritu,

la tierra, el cielo.

 

XXVI

Voy contra mi interés al confesarlo;

no obstante, amada mía,

pienso cual tú que una oda solo es buena

de un billete del banco al dorso escrita.

No faltará algún necio que al oírlo

se haga cruces y diga:

Mujer al fin del siglo diez y nueve

material y prosaica... ¡Boberías!

¡Voces que hacen correr cuatro poetas

que en invierno se embozan con la lira!

¡Ladridos de los perros a la luna!

Tú sabes y yo se que en esta vida,

con genio es muy contado el que la escribe,

y con oro cualquiera hace poesía.

 

XXVII

Despierta, tiemblo al mirarte:

dormida, me atrevo a verte;

por eso, alma de mi alma,

yo velo cuando tú duermes.

Despierta, ríes y al reír tus labios

inquietos me parecen

relámpagos de grana que serpean

sobre un cielo de nieve.

Dormida, los extremos de tu boca

pliega sonrisa leve,

suave como el rastro luminoso

que deja en sol que muere.

"Duerme!"

 

Despierta miras y al mirar tus ojos

húmedos resplandecen,

como la onda azul en cuya cresta

chispeando el sol hiere.

Al través de tus párpados, dormida;

tranquilo fulgor vierten

cual derrama de luz templado rayo

lámpara transparente.

"Duerme!"

Despierta hablas, y al hablar vibrantes

tus palabras parecen

lluvia de perlas que en dorada copa

se derrama a torrentes.

Dormida, en el murmullo de tu aliento

acompasado y tenue,

escucho yo un poema que mi alma

enamorada entiende.

"Duerme!"

Sobre el corazón la mano

me he puesto porque no suene

su latido y en la noche

turbe la calma solemne:

 

De tu balcón las persianas

cerré ya porque no entre

el resplandor enojoso

de la aurora y te despierte.

"Duerme!"

 

 

XVIII

Cuando entre la sombra oscura

perdida una voz murmura

turbando su triste calma,

si en el fondo de mi alma

la oigo dulce resonar,

dime: ¿es que el viento en sus giros

se queja, o que tus suspiros

me hablan de amor al pasar?

Cuando el sol en mi ventana

rojo brilla a la mañana

y mi amor tu sombra evoca,

si en mi boca de otra boca

sentir creo la impresión,

dime: ¿es que ciego deliro,

o que un beso en un suspiro

me envía tu corazón?

Y en el luminoso día

y en la alta noche sombría,

si en todo cuanto rodea

al alma que te desea

te creo sentir y ver,

dime: ¿es que toco y respiro

soñando, o que en un suspiro

me das tu aliento a beber?

XXIX

Sobre la falda tenía

el libro abierto,

en mi mejilla tocaban

sus rizos negros:

no veíamos las letras

ninguno, creo,

mas guardábamos entrambos

hondo silencio.

¿Cuánto duró? Ni aun entonces

pude saberlo;

sólo se que no se oía

más que el aliento,

que apresurado escapaba

del labio seco.

Sólo sé que nos volvimos

los dos a un tiempo

y nuestros ojos se hallaron

y sonó un beso.

Creación de Dante era el libro,

era su Infierno.

Cuando a él bajamos los ojos

yo dije trémulo:

"¿Comprendes ya que un poema

cabe en un verso?"

Y ella respondió encendida:

"¡Ya lo comprendo!"

 

XXX

Asomaba a sus ojos una lágrima

y a mis labios una frase de perdón...

habló el orgullo y se enjugó su llanto,

y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino, ella por otro;

pero al pensar en nuestro mutuo amor,

yo digo aún: "¿Por que callé aquél día?"

y ella dirá. "¿Por qué no lloré yo?"

XXXI

Nuestra pasión fue un trágico sainete

en cuya absurda fábula

lo cómico y lo grave confundidos

risas y llanto arrancan.

Pero fue lo peor de aquella historia

que al fin de la jornada

a ella tocaron lágrimas y risas

y a mí, sólo las lágrimas.

XXXII

Pasaba arrolladora en su hermosura

y el paso le dejé,

ni aun mirarla me volví, y no obstante

algo en mi oído murmuró "Esa es".

¿Quién reunió la tarde a la mañana?

Lo ignoro; sólo sé

que en una breve noche de verano

se unieron los crepúsculos y ... "fue".

 

XXXIII

Es cuestión de palabras, y, no obstante,

ni tú ni yo jamás,

después de lo pasado, convendremos

en quién la culpa está.

¡Lástima que el amor un diccionario

no tenga dónde hallar

cuando el orgullo es simplemente orgullo

y cuando es dignidad!

 

XXXIV

Cruza callada y son sus movimientos

silenciosa armonía;

suenan sus pasos, y al sonar recuerdan

del himno alado la cadencia rítmica.

Los entreabre, aquellos ojos

tan claros como el día,

y la tierra y el cielo, cuando abarcan,

arden con nueva luz en sus pupilas.

Ríe, y su carcajada tiene notas

del agua fugitiva;

llora, y es cada lágrima un poema

de ternura infinita.

Ella tiene la luz, tiene el perfume,

el color y la línea,

la forma, engendradora de deseos,

la expresión, fuente eterna de poesía.

¿Que es estúpida?... ¡Bah!, mientras, callando

guarde obscuro el enigma,

siempre valdrá, a mi ver, lo que ella calla

más que lo que cualquiera otra me lo diga.

XXXV

No me admiró tu olvido! Aunque de un día,

me admiró tu cariño mucho más;

porque lo que hay en mí que vale algo

eso... ¡ni lo pudiste sospechar!.

 

XXXVI

Si de nuestros agravios en un libro

se escribiese la historia,

y se borrase en nuestras almas cuanto

se borrase en sus hojas;

Te quiero tanto aún: dejó en mi pecho

tu amor huellas tan hondas,

que sólo con que tú borrases una,

¡las borraba yo todas!

 

XXXVII

Antes que tú me moriré: escondido

en las entrañas ya

el hierro llevo con que abrió tu mano

la ancha herida mortal.

Antes que tú me moriré: y mi espíritu,

en su empeño tenaz,

sentándose a las puertas de la muerte,

allí te esperará.

Con las horas los días, con los días

los años volarán,

y a aquella puerta llamarás al cabo...

¿Quién deja de llamar?

Entonces que tu culpa y tus despojos

la tierra guardará,

lavándote en las ondas de la muerte

como en otro Jordán.

Allí, donde el murmullo de la vida

temblando a morir va,

como la ola que a la playa viene

silenciosa a expirar.

Allí donde el sepulcro que se cierra

abre una eternidad...

¡ Todo lo que los dos hemos callado

lo tenemos que hablar !

 

XXXVIII

Los suspiros son aire y van al aire!

Las lágrimas son agua y van al mar!

Dime, mujer, cuando el amor se olvida

¿sabes tú adónde va?

 

XXXIX

Lo que el salvaje que con torpe mano

hace de un tronco a su capricho un dios,

y luego ante su obra se arrodilla,

eso hicimos tu y yo.

Dimos formas reales a un fantasma,

de la mente ridícula invención,

y hecho el ídolo ya, sacrificamos

en su altar nuestro amor.

 

XL

Su mano entre mis manos,

sus ojos en mis ojos,

la amorosa cabeza

apoyada en mi hombro,

¡Dios sabe cuántas veces,

con paso perezoso,

hemos vagado juntos

bajo los altos olmos

que de su casa prestan

misterio y sombra al pórtico!

Y ayer... un año apenas,

pasando como un soplo

con qué exquisita gracia

con qué admirable aplomo,

me dijo al presentarnos

un amigo oficioso:

"Creo que alguna parte

he visto a usted" ¡Ah, bobos

que sois de los salones

comadres de buen tono,

y andáis por allí a caza

de galantes embrollos.

¡Qué historía habéis perdido!

¡Qué manjar tan sabroso!

para ser devorado

"soto voce" en un corro,

detrás de abanico

de plumas de oro!

¡Discreta y casta luna,

copudos y altos olmos,

paredes de su casa,

umbrales de su pórtico,

callad, y que en secreto

no salga con vosotros!

Callad; que por mi parte

lo he vivido todo:

y ella..., ella..., ¡no hay máscara

semejante a su rostro!

 

XLI

Tú eras el huracán y yo la alta

torre que desafía su poder:

¡tenías que estrellarte o que abatirme!

¡No pudo ser!

Tú eras el océano y yo la enhiesta

roca que firme aguarda su vaivén:

¡tenías que romperte o que arrancarme! ...

¡No pudo ser!

Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados

uno a arrollar, el otro a no ceder:

la senda estrecha, inevitable el choque ...

¡No pudo ser!

XLII

Cuando me lo contaron sentí el frío

de una hoja de acero en las entrañas,

me apoyé contra el muro, y un instante

la conciencia perdí de donde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche,

en ira y en piedad se anegó el alma,

¡Y se me revelo por qué se llora,

Y comprendí una vez por qué se mata!

Pasó la nube de dolor..., con pena

logré balbucear breves palabras...

¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo

¡Me hacia un gran favor!... Le di las gracias.

XLIII

Dejé la luz a un lado, y en el borde

de la revuelta cama me senté,

Mudo, sombrío, la pupila inmóvil

clavada en la pared.

¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme

la embriaguez horrible de dolor,

expiraba la luz y en mis balcones

reía el sol.

Ni sé tampoco en tan terribles horas

en qué pensaba o que pasó por mí;

solo recuerdo que lloré y maldije,

y que en aquella noche envejecí.

 

 

XLIV

Como en un libro abierto

leo de tus pupilas en el fondo;

¿a qué fingir el labio

risas que se desmienten con los ojos?

 

¡Llora! No te avergüences

de confesar que me quisiste un poco.

¡Llora! Nadie nos mira!

Ya ves: soy un hombre... ¡y también lloro!

 

XLV

En la clave del arco ruinoso

cuyas piedras el tiempo enrojeció,

obra de un cincel rudo campeaba

el gótico blasón.

Penacho de su yelmo de granito,

la yedra que colgaba en derredor

daba sombra al escudo en que una mano

tenía un corazón.

A contemplarle en la desierta plaza

nos paramos los dos:

Y, "ése, me dijo, es el cabal emblema

de mi constante amor".

¡Ay!, y es verdad lo que me dijo entonces:

Verdad que el corazón

lo llevará en la mano..., en cualquier parte....

pero en el pecho, no.

XLVI

Tu aliento es el aliento de las flores,

tu voz es de los cisnes la armonía;

es tu mirada el esplendor del día,

y el color de la rosa es tu color.

Tú prestas nueva vida y esperanza

a un corazón para el amor ya muerto:

tú creces de mi vida en el desierto

como crece en un páramo la flor.

XLVII

Yo me he asomado a las profundas simas

de la tierra y del cielo

y les he visto el fin con los ojos

o con el pensamiento.

Mas, ¡ay! de un corazón llegué al abismo,

y me incliné por verlo,

y mi alma y mis ojos se turbaron:

¡tan hondo era y tan negro!

 

XLVIII

Alguna vez la encuentro por el mundo

y pasa junto a mí:

y pasa sonriéndose y yo digo

¿Cómo puede reír?

Luego asoma a mi labio otra sonrisa

máscara del dolor,

y entonces pienso: "¡Acaso ella se ríe,

como me río yo!"

XLIX

¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,

es altanera y vana y caprichosa:

antes que el sentimiento de su alma

brotará el agua de la estéril roca.

Sé que en su corazón, nido de sierpes,

no hay una fibra que al amor responda;

que es una estatua inanimada...; pero...

¡es tan hermosa!

L

De lo poco de vida que me resta

diera con gusto los mejores años,

por saber lo que a otros

de mí has hablado.

Y esta vida mortal... y de la eterna

lo que me toque, si me toca algo,

por saber lo que a solas

de mí has pensado.