Epílogo

 

La autora recalca que esto no puede ser llamado un epílogo, es mas bien una recopilación de historias sobre lo que sucedió con los personajes más importantes después del último capítulo de Reencuentro en el vórtice.

 

 

 

INOLVIDABLE CANDY

Por MERCURIO

Parte 1

Dylan

 

  La vida no es un viaje en un crucero de placer alrededor del mundo, sino una colección de experiencias, algunas de ellas felices y otras menos afortunadas. Nuestro tránsito a lo largo del camino está siempre marcado por el rastro de nuestros propios errores y el resultado colectivo de las miserias humanas. En otras palabras, algunas veces sufrimos porque nuestros propios pecados siempre tienen una consecuencia y otras porque vivimos en un universo injusto.

  Candy no merecía ni el abandono de sus padres, ni el maltrato sufrido en la casa de los Leagan. Ciertamente no hizo nada como para ser castigada con la pena que le causaron las muertes de Anthony y Alistair y, por supuesto, tampoco fue justo el ser atrapada en un infortunado triángulo amoroso con Susana y Terrence.

Por otra parte, Terrence no era culpable de los errores de sus padres, y aún así tuvo que sufrir las consecuencias durante la mayor parte de su infancia y adolescencia. No era su culpa que un reflector cayera durante aquel ensayo y tampoco fue responsable por los sentimientos de Susana que la llevaron a salvarle la vida. Todos esos eventos fueron de la clase de infortunios que debemos soportar sin razón aparente, y que son tan difíciles de padecer por su injusticia.

Más tarde, Terrence y Candy cometieron sus propios errores y tomaron algunas decisiones que no fueron muy inteligentes, aunque bien intencionadas. Al final de todo, la vida terminó pagando con un afortunado giro del destino; pero aún, si bien Dios nos perdona nuestras fallas, es inevitable sufrir los resultados lógicos de nuestros yerros.  

Si Candy y Terri hubiesen tomado diferentes decisiones aquella noche en el hospital tal vez sus vidas los hubiesen llevado a enfrentar otro tipo de pruebas, pero el modo en que las cosas se resolvieron esa vez, les condujo a la guerra y marcó sus destinos de un modo determinado. Algunas cosas, como se dijo antes, terminaron felizmente, pero nadie va a la guerra y regresa ileso. Nadie mata y continua viviendo  como si nada hubiese ocurrido.

Tal fue la  carga que Terrence tuvo que sobrellevar durante los años que siguieron,   el traumático recuerdo de las batallas que había tenido que presenciar y los rostros de aquellos que había tenido que matar para preservar su propia vida y cumplir con su deber. Acaudalado, exitoso y felizmente casado con una mujer que él adoraba y quien le correspondía, parecía tener una vida perfecta, pero en un oscuro rincón de su corazón tendría que arrastrar consigo ese peso por el resto de su vida. Con los años aprendería a manejar ese problema y a crecer en prudencia a sazón de la penosa experiencia, pero durante el primer año después del final de la guerra, cuando el joven estaba aún adaptándose a su nueva vida, tuvo que batallar mucho con el asunto.

Trató de librar la batalla mental totalmente solo, no deseando perturbar el sensible espíritu de su mujer. Pero los hombres difícilmente pueden ocultar cosas de esas misteriosas criaturas que viven a su lado, llamadas mujeres. Candy sabía bien los crudos dolores que él sufría de vez en cuando y percibía como en muchas ocasiones una pesadilla recurrente lo atormentaba en las noches. En esas ocasiones, cuando él se despertaba derrepente, sudando y jadeando apagadamente, el joven solía tratar de volver a dormir abrazando a su esposa con fuerza. Ella entonces abría los ojos y le preguntaba si estaba bien. Él nunca  hablaba acerca de sus pesadillas, limitándose a abrazarla. Así pues, conociendo la naturaleza de Terri, ella respetaba su silencio y trataba de calmarlo con mudo afecto.

Nada es perfecto bajo el sol y tenemos que aprender a enfrentar este mundo de imperfecciones; aunque semejante aprendizaje es un proceso difícil. En el caso de Terri le tomaría años, miles de páginas en las cuales desahogó sus frustraciones y miedos, enormes catidades de paciencia y amor por parte de su esposa y un extraordinario evento que le hizo comprender al joven que tenía que superar su culpabilidad.

 

 

Cuando una mujer está embarazada la espera se vuelve placentera e incómoda, natural y misteriosa, desesperante y dulce, aterradora y esperanzada en una mezcla de sentimientos diversos. Candy no fue la excepción. Estaba llena de expectativas y se sentía confiada, pero también alterada y ansiosa por tener a su bebé en sus brazos.

A pesar de lo largo que al principio le pareció el tiempo de espera, los días pasaron volando de una manera asombrosamente rápida en medio de sus responsabilidades domésticas, sus apuros por decorar el cuarto del bebé, sus preocupaciones por las frecuentes pesadillas de Terri y las expectativas que ambos tenía por la premier de "Reencuentros", que sería estrenada en agosto. Terri estaba muy nervioso y excitado con el proyecto y su joven esposa sabía que era parte de su deber ayudarlo a controlar las muchas presiones con las que estaba tratando.

No obstante, en medio de todo el peso que ambos tenía que soportar, la pareja encontraba el tiempo para disfrutar de su mutua presencia, comprendiendo que a pesar de todas las preocupaciones terrenales que tenían que enfrentar, aún gozaban de la especial bendición del amor verdadero que compartían y esa era una gracia de la cual no muchas personas podían alardear.  

Así pues, siguiendo su naturaleza bondadosa, Candy pasaba sus días cuidando del hombre que amaba y del bebé que crecía dentro de ella mientras contaba los días para ambos eventos, la premier y el nacimiento de la criatura.

 

Charles Ellis llegó a su palco en el teatro justo a tiempo para la premier. Recién había sido promovido en el periódico y ya no estaba escribiendo reportajes, sino trabajando como el asistente de uno de los críticos más importantes del New York Times. Aunque siempre había soñado con ser corresponsal de guerra, poco a poco estaba comenzando a disfrutar de su nuevo trabajo, el cual era menos frívolo y mucho más interesante que el anterior.

El hombre se sentó en su butaca, mirando distraídamente a la audiencia que con lentitud se colocaba en luneta. En sus manos sostenía el programa y se preguntaba una vez más acerca de la obra que estaba a punto de ver.

Se mantenía escéptico con respecto del joven escritor cuyo trabajo iba a presenciar

 La familia del autor - se dijo Ellis usando sus binoculares para reconocer los tres rostros - El excéntrico Sr. Andley, quien acaba de regresar de Nigeria; la Sra. Baker, siempre tan elegante y distinguida y, por supuesto, la dulce Sra. Grandchester, joven, bonita y encinta. Pensé que en su estado se quedaría en su casa esta noche. 

Entonces los pensamientos de Ellis se vieron eclipsados por el aplauso que irrumpió en el teatro al tiempo que el telón se corría. Contrariamente a todas sus expectativas, no le tomó mucho tiempo ser cautivado por una trama conmovedora que contaba la historia de tres hombres que enfrentaban las peripecias y dolores de la guerra, la cual les forzaba a tomar decisiones, algunas de ellas para bien, otras para mal. Mientras que Andrew Wilson había decidido enrolarse para dejar atrás los deberes familiares que odiaba, Matthew Tharp estaba tratando de escapar de sus dolores internos después de haber perdido a la mujer que amaba, y por su parte Derek James buscaba el modo de probarse a sí mismo que podía hacer algo valioso más allá del frívolo estilo de vida que solía llevar. Los tres hombres reencontrarían las sendas perdidas en medio del caos y los sobrecogedores sufrimientos que la guerra supone, pero desafortunadamente solamente Tharp sobreviría para contar la historia.     

Los diálogos eran sobrios pero no carecían de emotividad, mientras que la acción se desarrollaba con fluidez, llevando a los espectadores a involucrarse en el cuento. De ese modo, la audiencia se emocionó cuando Wilson se dio cuenta de que si bien podía huir de su familia, no podía huir de si mismo; lloró cuando James murió como héroe en el campo de batalla, encontrando así el significado que buscaba y suspiró cuando Tharp recuperó inesperadamente el amor que había creído perdido para siempre.

Ellis no pudo despegar los ojos del escenario, sintiendo que su admiración por el talento de Grandchester se hacía cada vez más profunda. El joven artista no solamente había logrado componer una hisotria verdaderamente madura y emotivamente escrita a pesar de ser un dramaturgo novel, sino que también estaba ofreciendo la mejor actuación de su carrera en el papel de Tharp. Pero las sorpresas no terminaron ahí esa noche. 

Después del intermedio, mientras la audiencia estaba ya tomando sus asientos, Ellis observó desde lejos que la Sra Grandchester se llevaba la mano a su vientre, al tiempo que el rubor de sus mejillas se desvanecía por un segundo. Un momento después, la joven tocaba el hombro de su suegra y acto seguido las dos damas y el millonario dejaban el palco antes de que iniciase el siguiente acto. 

Cuando Ellis vio a la familia del actor dejar el balcón en medio de la pieza, comprendió que la Sra. Grandchester estaba a punto de dar a luz a su primer hijo. Aún así, el periodista sabía que la función debía continuar y por eso no se sorprendió que Terrence Grandchester continuara su actuación impasible, aunque pudo observar a través de los binoculares cómo el joven palidecía cuando brevemente volvió los ojos buscando un par  de pupilas verdes y no las pudo encontrar. A pesar de su primera y natural reacción, el autor continuó su trabajo con con el mismo impertubable talante y el resto de la audiencia, ajena a la situación que se vivía tras bambalinas, respondió generosamente al talento del artista que una vez más campeaba en escena superando sus trabajos anteriores.

 

Al final de la presentación el público se puso de pie, aclamando el nombre del  autor y primer actor, pero extrañamente, el joven limitó el encore a uno solo y la segunda ocasión que el telón se abrió, solamente Robert Hathaway apareció en el escenario. Después de que los aplausos decayeron ante una señal que el hombre hizo con la mano, el veterano director se dirgió a la audiencia.

Un rumor animoso corrió por el recinto y una ovación final que duró por largo rato alcanzó el techo del enorme edificio y los pasillos laterales. Irónicamente  Terrence no pudo oír ese tributo a su trabajo y aunque hubiese tenido la ocasión de estar ahí, seguramente no lo hubiese disfrutado, porque su mente estaba ya demasiado preocupada mientras el chofer aceleraba llevándolo hasta el hospital en compañía de Albert .

 

La enfermera me pidió que le regresara el bebé para poder asearlo, pero le rogué que me permitiera ayudarla. Era una petición inusual, pero había hecho lo mismo con tantos bebés que había ayudado a venir a este mundo que simplemente no podía hacerme a la idea de no hacerlo con mi propio hijo. Siempre he sido una mujer difícil de persuadir y como el médico ya había abandonado el cuarto, la enfermera terminó por rendirse ante mi insistencia. Así que juntas le dimos a mi pequeño su primer baño.

No pasó mucho tiempo para que me llevaran a mi habitación y a pesar de las quejas de la enfermera, insistí en  mantener al bebé a mi lado. Había estado en íntimo contacto conmigo durante nueve meses, no era en ese momento que iba a abandonarlo, cuando recién había llegado a este mundo y seguramente tenía miedo de su nuevo entorno, las chocantes luces, la inesperada frialdad y todos esos ruidos inquietantes a su alrededor. Afortunadamente ya había yo discutido el asunto con el médico y lo había convencido de que el bebé se quedase conmigo a pesar del reglamento del hospital, el cual siempre he creído horriblemente inhumano.

Cuando fui llevada a la habitación Eleanor ya estaba allá esperándome. Había usado su popularidad para que le permitiesen pasar. Miró a su nieto y desde el primer instante percibió la gran semejanza que  tiene con su padre. Tomó al bebé en sus brazos mientras la enfermera me ayudaba a asearme, cambiarme la ropa y peinar mis cabellos. La pobre mujer lloraba en silencio con una increíble mezcla de felicidad y melancolía mientras mecía suavemente a mi hijo. Comprendí que como abuela se sentía abrumada de felicidad, pero como madre  - tal vez recordando el momento en que Terri había nacido- estaba viviendo de nuevo el dolor que había sufrido cuando el Duque le había quitado a su hijo.

Imaginé en ese instante lo que sentiría si me separasen de ese pedazo de cielo que mi hijo era para mi ya desde entonces. Nunca había comprendido lo que Eleanor había sufrido hasta aquel momento y también un furtivo pensamiento me hizo pensar en mi propia madre, quien seguramente padeció horriblemente cuando me tuvo que abandonar por razones que siempre ignoraré. Sin embargo, en ese momento le rogué a Dios que cuidase de esa mujer que nunca conoceré y le agradecí al Cielo porque la vida me había recompesado por el sufirimiento de haber sido una huérfana, dándome una familia propia.

Cuando estuve lista, Eleanor me dio al bebé de nuevo y me dijo que debía alimentarlo inmediatamente. Yo sabía lo que tenía que hacer pero la sola idea me hacía temblar de placer. Me había imaginado  amamantando a mi pequeño muchas veces durante mi embarazo y finalmente el momento había llegado. Con manos temblorosas descubrí mi seno y mi hijo encontró fácilmente el camino hacia su comida. Nunca olvidaré el sentimiento cuando comenzó a succionar con increíble confianza, como si algo dentro de él le estuviese diciendo que podía confiar en mi absolutamente.

 

 

 

 

 

 

Luego nos quedamos en silencio, contemplando al niño con la misma adoración, ambas absortas en los dulces y pequeños ruidos que hacía mientras comía. Sentimos en ese momento que un nuevo y especial lazo entre las dos, como mujeres, había nacido ese día. Nos habíamos convertido en dos eslabones de la larga cadena de la humanidad que siempre estarían cercamanemente entrelazadas. 

 

   

   

Cerré la puerta destrás de mi y me quedé ahí por un rato, mudo, contemplando la belleza de mi familia por primera vez. Ella era, sin lugar a dudas, la mujer más hermosa que jamás había visto y la pequeña vida sobre su pecho era un regalo de Dios que a penas si podía creer. Mi ángel sosteniendo a otro ángel, eso fue lo que vi en aquel momento y esa visión vivirá por siempre en mi memoria.

Me aproximé a la cama aún aturdido por las muchas emociones que estaba experimentando, pero ella extendió hacia mi uno de sus brazos y yo encontré mi camino para sentarme a su lado. Mis labios buscaron inmediatamente su frente y me quedé callado cerca de ella, mientras sin mayor pudor lloraba en silencio. Ahí, abrazando a mi esposa y a mi hijo, con el corazón hinchado de alegría, no pude evitar pensar en los días tristes de mi infancia en los cuales la palabra familia era una clase de felicidad que nunca me imaginé posible. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Frecuentemente en el pasado, yo había condenado a Richard Grandchester por haber hecho un papel tan pobre como mi padre, pero al tiempo que Candy y yo mirábamos a  nuestro hijo, no estaba seguro de yo mismo poder hacerlo mejor que mi padre. Aún perdido en la contemplación de aquel pequeño rostro, sentí la mano de mi mujer sobre mi brazo.

 

 

 

 

La miré y simplemente me rendí a su mirada directa, admitiendo sin palabras que ella tenía razón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ella sonrió trazando mis labios con su dedo índice, expresando de un modo mudo pero claro que mis palabras le habían conmovido

 

 

Le di el bebé y cuando le tuvo acunado en sus brazos se dirigió a él dulcemente.

 

 

 

notas de la autora:

Querido lector (a), gracias de nuevo por visitar este sitio y tomarte el tiempo de leer mi cuento. Pronto publicaré la segunda parte para que puedas conocer lo que sucedió con Annie Brighton en "Recuperando el tesoro perdido"

 

Tu amiga

MERCURIO

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