La Trampa
Por Mercurio
Capítulo 2
Guardando las apariencias
Los preparativos transcurrieron vertiginosamente en los siguientes días. La tía abuela, emocionada con la idea de emparentar con el hijo de un noble, se había encargado ella misma de hablar con los Leagan para hacerles saber de la cancelación de los planes anteriores. Como era de esperarse Neil reaccionó de la peor manera posible, pero Eliza, siempre más inteligente y rápida para adaptarse a nuevas situaciones, había logrado contener la furia y los celos de su hermano. La tía abuela pues, dejó a los Leagan en Lakewood sin pensar mucho más en el asunto, ya que los planes para la fiesta de compromiso y la boda habían logrado que cualquier otra consideración acerca de su despechado sobrino y su muy ofendida familia, pasara a segundo término. El tiempo únicamente podría decir cuál sería la verdadera reacción de los hermanos, quienes estaban demasiado acostumbrados a salirse con la suya como para quedarse con los brazos cruzados.
Por su parte, Candy estaba tan ocupada que no tenía tiempo para pensar en cualquier venganza proveniente de los Leagan. El primer paso en la agenda de la tía abuela, era “desmentir” los falsos rumores y notas periodísticas sobre el compromiso de la heredera de los Andley con Neil Leagan. Para ello, había obligado a Candy a dar una entrevista a un reportero en la cual ella negaba la existencia de semejante compromiso. Posteriormente Neil también fue forzado a negarlo públicamente.
Una vez logrado lo anterior, había que dejar pasar unas semanas para que el asunto dejara de ser tema de cotilleo entre la élite de Chicago. Ese mismo tiempo fue aprovechado para secretamente preparar todos los detalles logísticos, por lo que Candy tuvo que soportar la compañía de la tía abuela día y noche, mientras la asistía en los preparativos.
Hasta entonces la joven no había vuelto a ver a Terry, aunque por medio de Archie - quien al fin había logrado que le permitieran verla- se había enterado de que su prometido estaba de vuelta en Nueva York. Asimismo, Archie le había dicho que tan pronto comoTerry regresara y antes de seguir adelante con lo planeado, se arreglaría una oportunidad para que ambos se entrevistaran con un abogado. El motivo, conocer a fondo las precauciones que debían ser tomadas para que la farsa planeada tuviera el éxito deseado.
La oportunidad para ello se presentó finalmente cuando Grandchester regresó a Chicago un mes después. La tía abuela deseaba que la pareja se dejase ver en público unas cuantas ocasiones antes de anunciar el compromiso, así que para empezar había arreglado que se les viera en el hipódromo. La anciana ignoraba, sin embargo, que habría una segunda agenda a cubrir aquella tarde.
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Sophie se había esmerado en su trabajo en esa ocasión y tanto Archie como Terry pudieron apreciarlo cuando Candy bajó al salón principal donde ambos jóvenes la esperaban. Los rizos de la joven se habían recogido en la nuca, dejando algunos caideles libres para adornar las sienes y la frente. El peinado nuevo y las líneas elegantes de aquel vestido color de rosa que se ajustaba a un talle inauditamente pequeño no podían dejar duda alguna de que, donde antes había una muchachilla larguirucha e inquieta, había ahora una mujer.
A pesar de que estaba consciente de su situación, Terry no pudo evitar sentir algo así como orgullo cuando su prometida aceptó el brazo que le ofrecía, saludándole con una sonrisa tímida debajo de su sombrero de ala ancha. Archie, quien fungía de chaperón en esa ocasión, les siguió en silencio, maldiciendo internamente a Neil por milésima vez. De no haber sido por su primo, él no tendría que haberse visto involucrado en una posisión tan poco deseable. Los tiempos en que sentía celos de Terry habían ya pasado, pero en el fondo había todavía algo de recelo hacia su antiguo condiscípulo. Grandchester había empeñado su palabra de honor de que nunca reclamaría derecho alguno al ser esposo legal de Candy, pero la manera en que había mirado a la joven cuando ella descendía las escaleras, sólo había logrado hacer acrecentar las dudas de Archie. La idea de meter a Terry en el asunto había sido toda de Albert, pero como el joven Cronwell no conocía a nadie más en quien pudiera confiársele una tarea semejante, había tenido que terminar aceptando la idea de Albert y ahora se veía obligado a hacerla de chaperón. Aquello sí que era el colmo.
Ajenos a la incomodidad de Archie, la pareja se dejó ver en el hipódromo ante los ojos pasmados del jet-set de Chicago. Candy hablaba muy poco, incapaz de coordinar sus pensamientos ante la proximidad de Terry, y el joven se limitaba a hacer uno que otro comentario intrascendente, mientras se preguntaba la razón del mutismo de la muchacha.
Durante uno de los intermedios entre las carreras más importantes de la tarde, los tres amigos se escabulleron del lugar tomando otro auto y dirigiéndose a una parte de la ciudad que Candy no conocía. El edificio al que entraron era nuevo, y tuvieron que pasar por varias oficinas vacías hasta dar con el despacho de la persona que iban buscando.
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- Mucho gusto, señorita Andley – se dirigió a ella el abogado Nerville cuando se hubieron hecho las presentaciones – Puede usted estar tranquila, yo sabré guardar total discreción en su asunto. Albert es un buen amigo mío y le aseguro que no le defraudaré en algo tan importante para él.
- Muchas gracias, señor Nerville –cotestó Candy tratando de sonreír casualmente y al abogado le sorprendió que ella tuviese un aire tan dulce a pesar de ser tan rica.
- Viéndola a usted puedo entender el deseo de Albert y del Sr. Cronwell de protegerla. Tengo una hija de su edad y lo último que me gustaría es que se viera obligada a casarse con un hombre que no ama – continuó el hombre sirviendo él mismo el té para sus visitantes. Consciente de la necesidad de hermetismo en el asunto, se había asegurado de que no hubiese nadie en las oficinas para la entrevista. Una vez que todos estuvieron acomodados, el hombre empezó sus explicaciones.
- El asunto es simple en su esencia. Usted y el Sr. Grandchester deberán casarse legalmente y por la iglesia.
- ¿Por la iglesia? – preguntó Candy escandalizada – Pensé que solamente era necesario un matrimonio civil para los fines que perseguimos.
- El matrimonio legal es el que realmente nos interesa, pues permitirá que usted alcance la independencia de la patria potestad de su padre adoptivo aún antes de tener los veintiún años. Sin embargo, el matrimonio religioso será necesario para convencer a sus parientes de la legitimidad del contrato entre usted y el Sr. Grandchester. Pero no se preocupe – añadió el abogado viendo la preocupación dibujada en el rostro de la chica – cuando se haya cumplido el plazo necesario, se efectuará un divorcio legal y como el matrimonio habrá sido solamente de palabra, se estará en posición de solicitar posteriormente que el Vaticano anule las nupcias religiosas, para su tranquilidad, señorita. Haremos esto con absoluta discreción y sin interferir con el divorcio legal. Así estaremos asegurando que tanto usted como el señor Grandchester tengan la posibilidad de volver a casarse después con quien deseen.
Candy palideció ligeramente ante la mención de unas segundas nupcias, pero logró reponerse rápidamente. Los dos hombres jóvenes permacían en silencio, sin dejar ver ninguna emoción en sus rostros.
- Debo dejarles claro a los dos – continuó el abogado – que existen ciertos peligros.
- ¿ A qué se refiere? – preguntó Terry, sintiendo una tensión desagradable al escuchar que había una parte de la historia que desconocía.
- Si la familia de la señorita, expresamente el propio Sr. Andley, llegan a enterarse de que todo es una farsa antes de cumplido el primer año de firmado el contrato matrimonial, estarán en posibilidad de anular ellos mismos el matrimonio legal. Entonces habríamos perdido todo lo ganado y la señorita volvería a estar bajo la tutela de su padre adoptivo hasta alcanzada la mayoría de edad.
- ¿Qué medidas sugiere usted que se tomen?- preguntó Archie tomando parte en la conversación por primera vez.
- Los contrayentes deberán asegurarse de que no exista duda alguna de que su matrimonio es real. Deberán dejarse ver juntos continuamente, asistir a eventos familiares, lucir realmente como una pareja de recién casados y sobre todo, vivir juntos bajo el mismo techo durante todo el año que dure el contrato. Si se llega sospechar que las partes no viven juntas, se puede dar ocasión a una demanda automática de divorcio o lo que es peor, de anulación, antes del primer año.
Las palabras de Nerville fueron cayendo lentamente en los oídos de Candy, pero aún así no podía darles crédito. Ella se había imaginado que aquel matrimonio solamente implicaría fingir casarse con Terry para luego no volver a verle hasta el día del divorcio. Pensar en una ceremonia de bodas con Terry ya era en sí bastante difícil, pero vivir a su lado por un año completo, era una idea demasiado abrumadora. Candy deseó morirse en aquel mismo instante, pero sus deseos, como es costumbre en estos casos, no fueron cumplidos. Si ella misma no hubiese estado tan perturbada habría notado que el rostro de Terry también había perdido el color. Sin embargo, Archie sí pudo notarlo aunque se hubiese tratado de un reflejo muy pasajero que Terry pudo controlar en un abrir y cerrar de ojos.
- Nunca pensé que la farsa tendría que llevarse tan lejos – dijo al fin Candy con voz entrecortada – Yo . . . yo no quisiera causarle tantos problemas a Terruce.
- Entiendo lo que usted quiere decir, señorita – se apresuró a decir el abogado antes de que Terry mismo pudiera abrir la boca – pero usted no puede darse el lujo de correr riesgos con esta empresa. Estoy seguro de que el Sr. Grandchester no tiene ningún inconveniente ¿Me equivoco?
- De ninguna manera – contestó Terry encontrando al fin el tono de voz más casual y frío de su repertorio – Cuando acepté participar en esto lo hice con la plena consciencia de que no sería fácil. No obstante, debo confesar que ignoraba los detalles que usted ahora nos está planteando, pero no representará ningún problema para mi que Candy viva conmigo durante ese tiempo.
- Me alegra. Siendo así solamente me resta decirles una última cosa, – continuó el abogado y Candy se sintió hundir aún más en su asiento – Ustedes comprenderán que dada la naturaleza delicada del asunto se debe mantener el mayor secreto posible. Entre menos personas estén al tanto de lo que hay detrás de este matrimonio será mejor. Creo que hasta el momento hay cuatro personas involucradas, sin contarme a mi. Me parece que ya es más que suficiente. Traten de mantenerlo así.
- ¿Quiere decir que no debemos informales a nuestros amigos y parientes? – preguntó Candy cada vez más nerviosa.
- Así es. Será lo mejor, señorita, créame. La más pequeña indiscreción puede ser peligrosa y eso mismo me lleva al asunto de los sirvientes. Tengan cuidado de mantener al margen a todos las personas que trabajan con ustedes.
Los tres amigos volvieron al hipódromo justo a tiempo para las dos últimas carreras de la tarde. Cada uno de ellos iba sumido en el más completo de los silencios. Era como si por un tácito acuerdo se hubiese decidido que cada quien tenía demasiados cosas importantes en que pensar como para entablar conversaciones intrascendentes.
- Un año, – se repetía Terry en silencio mientras sentía que su corbata tipo Ascot le cortaba la respiración – vivir juntos por todo un año. Ni en mis más disparatadas fantasías se me había ocurrido pensar en algo así. Un año de verla todos los días, compartir el mismo techo, escuchar su voz por las mañanas, entrar a la habitación y sentir su aroma en el aire . . . y yo que había perdido las esperanzas de volver a verla alguna vez.
A medida que las ideas se le agolpaban en la mente, el joven sentía que algo que se parecía demasiado a la alegría comenzaba a estacionársele en el corazón. Fingiendo mirar los caballos que se alistaban para la penúltima carrera observaba con el rabillo del ojo a su acompañante. Ella fruncía ligeramente la nariz ante la fuerza de los rayos solares veraniegos. Parecía tener la mirada perdida, como indiferente a todo lo que pasaba alredor. Así, con la luz jugueteando en sus ojos verdes, le parecía tan bonita como lejana.
- No importa. – se dijo él con un ánimo tan optimista que le sorprendía – No importa que yo ya no signifique nada para ti. La vida me concede el regalo de disfrutar un año de tu compañía y con eso me basta. No podré tocarte, pero al menos estarás a mi lado. Eso es suficiente . . . tiene que serlo.
Los caballos salieron al fin y Candy deseó poder salir corriendo al igual que ellos. Correr sin rumbo fijo . . . irse muy lejos . . . dejar todo atrás para no mirar otra vez el perfil del hombre parado al lado de ella y volver a pensar en lo apuesto que se veía esa tarde con aquel traje gris claro. Por un segundo le pareció que él la estaba mirando también, pero seguramente había sido su imaginación. Por más esfuerzos que hacía en distraer su mente no podía dejar de pensar en esos irresistibles deseos de que él la estrechara en sus brazos.
- ¡Vivir juntos un año! – se repetía – Es como para volverse loca ¿ Cómo voy a hacer para que él no se de cuenta de que cada vez que se me acerca las piernas me tiemblan como una gelatina? Verlo . . . verlo todos los días, estar en casa cuando regrese del teatro, pasar juntos los fines de semana, salir a lugares y tener que tomarlo del brazo como hoy. Es preocupante . . .y . . . sin embargo ¿ por qué me siento tan contenta?
Black Star ganó finalmente la carrera y como había que esperar unos minutos para la última de la tarde, Archie se excusó diciendo que quería colocar una apuesta. La verdad es que no soportaba ni un minuto más estar al lado de Terry. Tenía que buscar algún lugar donde pudiera respirar un aire menos cargado.
- “Ignoraba los detalles” ¡Qué manera tan fresca tiene de mentir! – se decía frunciendo el ceño – Estoy seguro que de alguna manera él se había enterado antes de que esto era necesario. Si Nerville nos hubiese dicho eso con anterioridad, yo nunca habría accedido a participar en esto ¡Nunca!.
- ¿Y qué hubieras hecho? – le contestó una voz interior – Sabes bien que no tienen más remedio que confiar en él. Además, tienes que admitir que Grandchester está comportándose a la altura de las circunstancias.
Muy a su pesar Archie tenía que admitir que era verdad. No parecía haber otra salida. Sin embargo, no podía conciliarse con la idea de que Candy tendría que cohabitar con él. En el fondo, no acababa de perdonarle todo lo que su amiga de la infancia había tenido que pasar después de haber roto sus relaciones con el actor.
Mientras Archie se tragaba su disgusto en la fila de las apuestas, Terry se devanaba el seso buscando un tema de conversación. Si Candy y él iban a estar juntos por tanto tiempo había que encontrar la manera de romper ese mutismo tan desusual en la joven.
- No sabía que Archie se interesara en las apuestas – comentó al fin casualmente.
- Ni yo tampoco – contestó ella sin despegar los ojos de un punto imaginario.
- Espero que tenga mejor suerte que tú. La última vez que te vi apostar no saliste muy bien librada – añadió él alzando una ceja.
- Eso fue un empate – saltó ella recordando el incidente que él estaba mencionando – Tú mismo lo dijiste. Es curioso, pensé que un actor debía tener buena memoria. Por lo visto me equivoco. – comentó ella aventurando una sonrisita vengativa, incapaz de dejar pasar la provocación.
- De ninguna manera. – repuso él fingiendo seriedad – Confundes mi gesto de caballerosidad con incapacidad para recordar los detalles. Mentí cuando te dije que me había parecido un empate.
- ¿En verdad? Pues no debiste hacerlo. No necesito de ese tipo de gestos. Yo estaba totalmente dispuestas a aceptar las consecuencias de la apuesta.
- Bueno – sonrió él finalmente, disfrutando el espíritu combativo de la muchacha – en ese caso aún estás a tiempo de remediar el asunto.
- Lo siento, es muy tarde para hacer reclamaciones. Pero si quieres podemos aventurar una nueva apuesta ahora mismo – le retó ella atreviéndose a mirarle de frente – “¿Pero por qué dije eso? Candy, eres una estúpida”– pensó la joven .
- Mmmmm, no, no ahora, – repuso el hombre con una mueca burlona – pero ten por seguro que en otra ocasión te tomaré la palabra. Prefiero tener a un testigo para verificar que las cosas sean totalmente justas. Debe de ser alguien en quien ambos podamos confiar. La próxima vez que veamos a Albert, tal vez.
La última frase de Terry le hizo recordar a Candy que había ciertas preguntas acerca de su mutuo amigo que le estaban haciendo ruido en alguna esquina de su mente.
- Por cierto, ahora que lo mencionas – dijo ella aprovechando la oportunidad – Todavía no deja de soprenderme la participación de Albert en . . . todo esto. Un buen día dejó el departamento en donde vivíamos y no supe más de él. Es increíble como se desaparece para luego reaparecer, siempre en el momento en que lo necesito.
- Sí, es muy curioso – contestó él diciéndose que también para él Albert se había convertido en una especie de ángel guardián, haciendo acto de presencia cada vez que requería del consejo de un amigo. Aunque la idea de aquel hombre de rostro curtido por el sol y con puños de hierro no coincidía con los ángeles de una pintura renacentista precisamente – Confieso que no deja de darme curiosidad el saber algo más de él- continuó hablando el joven- pero le respeto tanto que no me atrevería a preguntarle algo sobre su pasado.
- ¿Sabes al menos dónde está ahora? – indagó ella con un dejo de ansiedad que por una razón desconocida empezaba a molestarle a Terry – Me gustaría mucho volver a verle. Después de pasar tanto tiempo juntos he llegado a quererle como a un hermano y le extraño. – explicó ella si saber que sus últimas palabras habían hecho que su interlocutor respirase aliviado.
- La úlitma vez que nos vimos me dijo que estaría viajando por un corto tiempo, pero que volveríamos a saber de él después de que se llevase a cabo la boda – contestó él recordando las últimas palabras de su amigo antes de despedirse:
“ Creo que por ahora ya no soy necesario aquí. Estaré tranquilo sabiendo que tú te harás cargo de Candy. Sé que en tus manos ella estará segura.”
- Me gustaría saber la manera de poder encontrarlo – comentó Candy algo decepcionada haciendo volver a Terry de sus pensamientos.
- No te preocupes, Candy, él nos encontrará cuando lo crea oportuno. Así es Albert.
Aquella noche, Candy miraba desde su ventana el cielo despejado y cuajado de estrellas. Repasaba mentalmente los eventos del día y trataba de imaginarse el efecto que tendría en todos sus conocidos las noticias que seguramente se publicarían en los periódicos del día siguiente. Su aparición en público con Terry no había pasado desapercibida por la prensa, así que ya no había manera de arrepentirse. Pensaba en Susannah y lo que ella pensaría al ver las fotografías y leer los rumores de las revistas semales ¿En verdad ya no le importaría saber que Terry iba a casarse con otra? . . .¡y precisamente con ella! Candy se sentía aún terriblemente impactada con la idea de que la joven actriz hubiese decidido romper todo lazo con Terry. El amor de Susannah por él le había parecido algo incapaz de extinguirse, pero sin duda había estado equivocada. Lo que Candy sentía por Terry, en cambio, parecía mucho más obstinado. . . . y al mismo tiempo tan dolorosamente fuera de tiempo.
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En los días que siguieron los eventos se fueron dando precipitadamente. Se vio a la pareja en varios lugares de moda, y pronto los rumores estaban ya en boca de todos. Las cosas estaban listas para el gran momento. Pronto, los miembros más importantes de la sociedad de Chicago recibieron una cordial invitación a una gran gala que se realizaría en la mansión de los Andley el día 7 de mayo, con la ocasión del cumpleaños de la Srita. Candice W. Andley. Los Leagan no fueron la excepción.
Eliza Leagan se abrió paso en el gran salón de la residencia Andley. Los rizos rojizos de la joven caían en cascada sobre sus espaldas, adornados con una tiara de rubíes que ella portaba con orgullo. Candy la había vencido por esta vez, pero era preciso no aparentar derrota alguna. Así pues se había vestido con especial esmero aquella ocasión. A su lado, su hermano mayor caminaba displicente.
- ¿Te parece que mi vestido es lo suficiente elegante para la ocasión?- preguntó Eliza en voz baja por milésima vez aquella noche. Neil miró de nuevo el traje de raso brocado que se ceñía al talle de su hermana para luego dibujar apenas las caderas en una suave línea A. El encaje negro del escote estaba delicadamente bordado en canutillo y lentejuela y los guantes largos de seda hacían juego con el resto del autendo.
- Ya te lo he dicho antes. Te ves bien. No sé cuál es tu obsesión por la apariencia ¿Acaso crees que ese actor bueno para nada se va a fijar en ti? No seas ridícula – se burló Neil ácidamente.
- No se trata de eso – replicó enseguida Eliza indignada – Debemos de lucir radiantes esta noche. Primeramente porque no debemos dar a pensar a la genta que nuestra familia está agraviada por el compromiso que se va anunciar esta noche, y en segundo lugar porque aparentando indiferencia estaremos en mejores condiciones para preparar nuestra revancha.
- Si tu lo dices. . . . – aceptó Neil con desánimo – Yo, a la verdad, hubiese preferido no venir. No creo soportar verlos juntos.
- Pues tendrás que hacerlo y tragarte tu orgullo por ahora – le reconvino la joven teniendo cuidado de no alzar la voz, pero lanzando a su hermano una mirada inconfundible – Pero no te preocupes, ya llegará el momento . . .
Mientras los Leagan continuaban su conversación, la tía abuela se ecargaba de ejercer su papel de anfitriona haciendo gala de su larga experiencia de años y años al mando de la familia Andley. Todo estaba saliendo tal y como ella lo había planeado, cada candelabro, cada copa de cristal cortado, cada cuchara de plata, cada uniforme de sus empleados . . . todo debía ser perfecto aquella noche. Aquella sería la grandiosa ocasión en que anunciaría al mundo que la familia Andley estaba a punto de emparentar con la nobleza. Poco importaba para la dama que Candy no fuese realmente una Andley. Semejante consideración, que en otro tiempo le había parecido tan insozlayable, se había convertido en insignificante. Esta sería la gran noche de Emilia Elroy y nada la iba a empañar.
Levantó la mirada de la impresionante mesa del buffet para volver a mirar a su sobrina adoptiva. Candy estaba conversando casualmente con Annie Britter lo cual le ofrecía la oportunidad de comparar a ambas muchachas. Si no hubiese conocido tan bien la historia de Candy y Annie y por el contrario, se las hubiesen presentado esa misma noche, le habría sido imposible adivinar que aquellas dos muchachas habían tenido un origen oscuro y humilde. Había que reconocer que la Sra. Britter había hecho un excelente trabajo con su hija adoptiva. La joven se había convertido en toda una dama que respiraba elegancia en cada movimiento. Por el contrario, Candy no poseía la gracia estudiada de Annie y sin embargo, había algo especial en ese aire de insolente seguridad que bien podía pensarse se estaba tratando con alguien que había nacido en pañales de seda.
Adicionalmente, si Annie aventajaba a Candy en sofisticación, la verdad es que la rubia la sobrepasaba en belleza. La Sra. Elroy volvió a congratularse por el vestido y las joyas que la joven llevaba esa noche, todo lo cual había sido resultado de la experta selección de la anciana. La seda de Damasco bordada en color perla y los lazos de crepé de seda asentaban de maravilla con los rizos dorados de la joven. Las esmeraldas eran sin duda la mejor opción y todo en conjunto conseguía que Candice White Andley fuera la reina indiscutible de la noche.
Emilia no pudo evitar una discreta sonrisilla de triunfo. Llevar las riendas de la familia no había sido fácil ni por un instante. Muchas veces sus puntos de vista habían chocado con las opiniones testarudas y excéntricas de William, pero por esta vez podía congratularse de que habían conseguido llegar a un acuerdo perfecto. Ella siempre había desaprobado la adopción de Candy; no obstante, las cosas habían resultado maravillosamente favorables. Tenía que reconcer que a la postre la idea de William había conseguido asegurar a la familia una nueva ascención en la escala social ¡Quién lo hubiese dicho!
Mientras la tía abuela continuaba congratuládose secretamente, un murmullo recorrió el salón haciendo volver a la anciana de sus cabilaciones. En ese mismo instante Terruce G. Granchester cruzaba el umbral del recinto. Con la sedosa melena castaña acomodada pulcramente en una coleta, el frac negro impecable, el paso seguro y la mirada distante el joven se fue abriendo paso hasta llegar al lado de Emilia Elroy para saludarla con la mayor de las cortesías. Cuando él quería, podía ser tan arroyadoramente encantador que inclusive la dura señora era incapaz de resistirse a la tácita seducción de sus modales.
Una vez cubiertas las formalidades, la Sra. Elroy llamó a Candy y ésta, sintiendo sobre de sí las miradas de toda la concurrencia, se dirigió hacia donde estaban la anciana y el joven.
- Señores y señoras – dijo la Sra. Elroy dirigiéndose a todos los presentes, rebosante de orgullo ante el anuncio que estaba apunto de dar- Les agradecemos inmensamente su asistencia. Como todos ustedes saben nos reune el motivo de festejar el cumpleaños número dieciocho de mi sobrina Candice, hija del Sr. William Andley, quien por asuntos de negocios se encuentra ahora fuera del país. Pero esa no es la única razón para esta reunión. El Sr. Terruce Grandchester, conocido artista e hijo de Lord Richard Grandchester, nos ha hecho el gran honor de solicitar la mano de mi sobrina, y como su petición ha sido aceptada es un privilegio anunciarles que pronto se unirán en matrimonio.
Aplausos y comentarios halagadores se desataron a lo largo de todo el salón. La música se inició y la señora Elroy solicitó a su sobrina y futuro sobrino político que iniciaran el baile de aquella noche. Candy, que había permanecido con los ojos clavados en el suelo, tuvo que levantar la mirada y aceptar la mano que Terry le tendía.
- ¿Sabes que a ratos te odio, Terry? – le dijo ella en voz baja conforme iban caminando hacia el centro del salón.
- ¿Y a qué debo haber inspirado tan violentas pasiones en ti, pecosa?
- ¡Sólo a ti se te ocurre comportarte como si le estuvieras haciendo la corte a la tía abuela!- contestó la joven y Terry no pudo reprimir una sonrisilla de triunfo.
- ¿Celosa, acaso? – insinuó al tiempo que tomaba a la joven del talle y ella sentía de nuevo ese inevitable aleteo en la boca del estómago.
- ¡No seas ridículo!- barbotó ella tratando de disfrazar su enojo apenas musitando la frase – Es sólo que no creo necesario que la adules de ese modo.
- Yo opino todo lo contrario. Estás trabajando con un profesional, señorita Andley, y pienso desempeñar mi papel de enamorado hasta sus últimas consecuencias y eso incluye ganarse la confianza de tu encantadora tía – repuso él mientras ambos comenzaban a moverse al compás de la música – Tú, que eres la más interesada en este asunto deberías hacer lo propio y cambiar esa cara. Finge que estás profundamente enamorada y feliz en este momento. Sonríe por lo menos que nuestra amiga Eliza nos está mirando.
Reconociendo que el joven tenía razón Candy reprimió sus deseos de continuar discutiendo y esbozó una sonrisa que, aunque fingida, le iluminó el rostro y encendió el corazón de su acompañante.
“Así . . . sólo tienes que esforzarte un poco Candy”- pensó él, instintivamente estrechando la distancia entre ambos – “Sólo basta con que pongas un poco de tu parte y yo puedo imaginarme que esto no es una comedia, que tú me quieres como antes y que soy el amo del mundo en estos momentos porque estás en mis brazos.”
La pareja continuó bailando mientras el resto de la concurrencia se les iba uniendo poco a poco. Incapaz de continuar la conversación, Candy se limitaba a dirigir la mirada sobre el hombro del joven. Un suave calor le subía por la espina dorsal y no la dejaba articular pensamiento alguno. Sabía bien que se estaba sonrojando muy a su pesar. Se había propuesto actuar natural y segura aquella noche, pero al parecer nada podía estar más lejos de la realidad . . . y el inconfundible perfume de Terry no estaba ayudando en lo absoluto.
Desde lejos, tal y como el joven lo había advertido, Eliza les observaba con atención. Cada gesto, cada mirada, cada movimiento de la pareja era examinado con cuidado por la muchacha. Aún mucho después de que el vals hubo terminado y la pareja se mezcló entre los invitados, Eliza continuó siguiéndoles con los ojos. En su mente comenzaba a nacer una sospecha.
- ¿Qué sucede? – le preguntó su hermano una hora más tarde. Ambos habían salido a uno de los balcones a tomar aire e intercambiar impresiones.
- Pasa algo extraño – contestó ella esbozando una sonrisilla maliciosa – Tu querida Candy y su prometido se traen algo entre manos.
- Por supuesto. Burlarse de mi de la peor manera. La verdad no sé cómo me convenciste de venir esta noche ¡No soporto verlo pavonearse con ella del brazo por todo el salón! – explotó Neil y Eliza se congratuló de haber cerrado la puerta para asegurar privacidad.
- No me refiero a eso – replicó Eliza con aplomo – Hay algo raro en la manera en que están actuando.
- ¿Cómo qué?
- Falta algo en ambos – contestó la joven haciendo un gesto de su dedo índice – Sobre todo en ella. Cuando Candy es feliz hay algo en su mirada, una especie de brillo le irradia por los poros y eso no está sucediendo ahora ¿No te parece extraño que se comporte así cuando está a punto de casarse con el hombre de su vida?
- La verdad yo no he notado nada de eso – confesó Neil confundido – y aunque así sea no veo en qué nos pueda ayudar eso en nuestra venganza.
- En eso te equivocas. A mi no me deja de parecer extraño esta súbita reconciliación entre ellos. Si hay algo que ocultan yo voy a enterarme y a usarlo en su contra.
- ¿Y cómo piensas hacerlo?
- Tomará algo de tiempo, pero ya verás. Será por ti y también por mi. Nunca le perdonaré a Candy que se quede con un hombre que me gusta tanto.
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Varias horas después, cuando los rayos solares comenzaban a asomarse en el levante, Candy, aún despierta, contemplaba el amanecer desde su ventana. La tímida luz matinal se filtraba por los cristales, jugando sobre las facetas del brillante solitario en su mano. La muchacha miraba de nuevo el anillo que había recibido de su prometido la noche anterior.
Antes de despedirse él mismo le había tomado la mano para colocarle el anillo causándole escalofríos con su contacto.
- Es costumbre y hay que cumplir con ella – le había dicho él al observar la mirada de sorpresa de la joven y sin darle tiempo a protestar le había plantado un beso en el dorso de la mano.
Aún cuando eso había sucedido en cuestión de unos segundos, la piel aún le ardía al recordarlo.
Continuará . . .