Capítulo 3
Ya puede besar a la novia
Annie Britter estaba eufórica. Había hecho trabajar a su doncella a pasos forzados aquella mañana y aún así pensaba que el tiempo no le había rendido como hubiese querido. Los zapatos de seda azul que llevaba puestos eran algo incómodos, pero ella ni siquiera se percataba ya de eso; tan rápido le latía el corazón mientras atravesaba los corredores de la mansión Andley. Recorría el conocido camino hacia la habitación de Candy, pero los sentimientos que le llenaban el pecho no eran ordinarios. Quería ser la primera en ver a Candy lucir al fin el vestido de novia que ella misma le había ayudado a seleccionar.
La joven tomó con su mano enguantada la perilla de la puerta y respiró hondo, dispuesta a atesorar en su memoria el recuerdo del momento que estaba a punto de vivir. Cuando al fin entró en la habitación sus expectativas se vieron rebasadas por mucho.
Envuelta en una nube hecha de raso florentino, encaje inglés y tul, Candy lucía aún más hermosa de lo que Annie se había imaginado. Sophie le había arreglado el cabello con una corona de rosas blancas, azahares y diminutas orquídeas sobre sus rizos dorados y en el cuello llevaba un discreto collar de perlas orientales que la misma Annie le había regalado para la ocasión. La mucama y las otras tres muchachas más que habían auxiliado a la novia con su toilette se miraban llenas de satisfacción con los resultados.
- ¿Qué pasa? – preguntó Candy preocupada por el silencio de su amiga - ¿ Tan mal te parece que luzco?
- Por supuesto que no, tontita – dijo Annie sonriendo al fin – ¡Si pareces una reina! Terry se va a quedar sin habla al igual que yo cuando te vea.
- ¿Si? . . .bueno . . .gracias – balbuceó la joven bajando los ojos. Una vez más pensó que le hubiese gustado poderle contar a Annie la verdad de su situación, pero aunque confiaba plenamente en ella, no quería involucrarla en sus problemas. Era a la vez su manera de proteger a su amiga y seguir las recomendaciones de Nerville sobre la total discreción.
Annie se acercó a su amiga y en un impulso le dio un beso en cada una de sus mejillas.
- Este es por la Hermana María y este otro por la Srita Ponny –le dijo sonriendo.
- Es una pena que ellas no hayan podido venir – comentó Candy con un dejo de tristeza. Aunque se tratase de una farsa, algo en el fondo del corazón la hacía necesitar de la presencia de sus dos madres en ese momento.
- Te entiendo, pero tú sabes que no pudieron encontrar alguien que se hiciera cargo de los niños. Sin embargo, ten por seguro que estarán a tu lado con sus corazones – y diciendo esto último le dio a Candy un tercer beso en la frente.
- ¿Y ese último? – preguntó la joven novia con un asomo de sonrisa.
- Por tu madre, Candy – contestó Annie poniéndose seria – Recuerda que una vez prometimos que ambas seríamos la una para la otra como padre y madre.
Conmovida la joven rubia se lanzó a los brazos de su amiga y sin que Annie la viera derramó una lágrima en su hombro.
- Vas a arrugar tu velo, Candy – dijo una voz a espaldas de la joven morena.
- ¡Tía abuela! – exclamó Candy, molesta de que la señora hubiese interrumpido un momento tan especial entre ella y su amiga de la infancia.
- Buenos días, Sra. Elroy – saludó Annie con una reverencia.
- Buenos días. Veo que ambas están más que listas – contestó la señora con un leve gesto, barriendo con la mirada el atuendo de Annie – Te ves muy bien Anne, el azul te asienta bien.
- Gracias, señora- contestó Annie bajando la cabeza.
- Ahora veamos, déjame que te observe, Candy – continuó la señora dedicando toda su atención a revisar el atuendo de su sobrina. Sophie, parada en silencio en un rincón de la habitación retuvo la respiración en suspenso.
Emilia Elroy no dijo nada. Por un segundo le pareció recordar a otra novia que también había pasado por su supervisión antes de salir de su alcoba de soltera hacia la iglesia. Rose Mary Andley había sido la más hermosa de sus tres sobrinas y quien más satisfacciones le había dado en su corta vida. Candy, vestida de novia, con sus rizos dorados y sus ojos color esmeralda le recordaba enormemente a la finada madre de Anthony. Era curioso que nunca antes se hubiese dado cuenta del parecido, se dijo mientras acomodaba la cola del vestido de la joven. La muchacha era bonita, tenía que reconocerlo. No era entonces sorprendente que a pesar de su cuna humilde hubiese tenido la suerte de despertar afectos en dos hombres de abolengo. William se había encargado de hacerla crecer entre la gente de peso social, lo demás había venido por consecuencia lógica. "A los hombres les basta ver una cara linda y un talle pequeño para encapricharse, " pensó.
- Está bien – dijo al fin la anciana y Sophie dio un respiro de alivio – Serás una novia . . . muy hermosa – concluyó y Candy apenas podía creer que la Sra. Elroy le había dicho un cumplido – Ahora, si me disculpan quisiera hablar a solas con Candy – añadió la anciana dirigiéndose a las dos mujeres que enseguida obedecieron sus órdenes saliendo sigilosamente de la alcoba.
Cuando Candy se hubo quedado sola con la vieja, ésta se sentó en un sillón cercano y con voz cansina procedió a dar un discurso que en su larga vida había tenido que repetir a cada una de las mujeres Andley que habían estado bajo su tutela.
- Es costumbre que antes de la boda, la madre informe a la hija acerca de los deberes que una mujer adquiere con el matrimonio. Sobra decir que siendo tu guardiana recae en mi esa responsabilidad. Te ruego que me escuches en silencio y sin hacer preguntas.
Candy bajo la mirada para contener la risa. Hubiese querido que la tía abuela se ahorrase sus lecciones, pero no deseando ofender a la anciana se limitó a obedecerla. Mientras la señora repetía su letanía Candy se divertía pensando en lo ridículo de la situación. Había crecido en el campo, y por lo tanto las generalidades del tema le habían sido familiares desde corta edad. Si a eso le agregaba sus conocimientos médicos, la plática resultaba por demás innecesaria.
“ Un matrimonio falso,” comenzó a pensar la muchacha por simple asociación de ideas. “Tía abuela, no debería usted molestarse en prepararme para algo que jamás sucederá . . .”
La anciana continuó por un buen rato describiendo con un cierto aire de disgusto los deberes maritales. Candy no pudo evitar preguntarse por qué la intimidad de una pareja de casados debía de efectuarse del modo en que la tía abuela decía. Era como sí todo contacto debiera verse como una mera necesidad de la condición matrimonial que requería realizarse a oscuras, sin ruido, con premura y vergüenza. Incapaz de adivinar lo que la joven pensaba, la señora continuó su discurso hasta que consideró que había cubierto los puntos principales. Finalmente, haciendo una pausa para secarse con un pañuelo la ligera capa de sudor que le había aparecido en la frente, se puso de pie abruptamente.
- ¿Tienes alguna duda? – preguntó de rutina.
- No – musitó Candy aún con la mirada perdida en la alfombra.
- En ese caso, me retiro. Haré que Archie venga para escoltarte.
Y diciendo esto úlitmo dejó a la novia para que lidiase con sus pensamientos.
“¿Dudas?” se dijo Candy cuando se hubo quedado sola, “Si esto no fuera una simple farsa, tendría en verdad muchas dudas, pero esas, tía abuela, no me las hubiera podido usted resolver nunca.”
Candy sentía que ni los fríos y escuetos conocimientos médicos que tenía, ni la descripción acartonada y hasta desagradable de los deberes maritales que había hecho la tía abuela podían realmente explicarle el misterio de la unión de un hombre y una mujer. Debía haber algo más, algo tan hermoso como cálido . . . algo que se pareciera a lo que sentía por Terry. . . algo que le hubiese gustado descubrir al lado de él.
Dando un suspiro de tristeza la joven se volvió a contemplar en el espejo.
“Deja de soñar, tonta.” se dijo una vez más, “Dadas las circunstancias no te hace nada bien pensar en estas cosas.”
Un suave golpe en la puerta hizo que Candy dejara de lado sus pensamientos. Seguramente era Archie que había llegado por ella.
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Elegantes sombreros de plumas, fracs negros, flores blancas y azules, lazos de seda, sombrillas de encaje, músicos y sirvientes en librea inundaban el jardín oriente de la mansión Andley. La crema y nata de la sociedad de Chicago, reporteros, artistas y la familia Andley en pleno se encontraban reunidos para la boda más sorpresiva de la temporada. Se había acondicionado el lugar con carpas blancas adornadas con incontables flores para que los rayos veraniegos no fueran molestia para los invitados y el kiosko central del jardín se había convertido en el altar ante el cual la pareja tomaría los votos matrimoniales.
La orquesta comenzó al fin a sonar los primeros acordes de la marcha nupcial y los inquietos invitados guardaron silencio como por arte de magia. Sujeta apenas del brazo de su primo Archibald Cronwell, la novia comenzó a avanzar por el pasillo central, sintiendo que lo que estaba sucediendo no era real, que no era ella la mujer vestida de blanco que avanzaba lentamente al ritmo de la música y a la cual todos volteaban a mirar.
¿Eran acaso Annie Britter y Patricia O’Brien aquellas dos jóvenes vestidas de azul que le sonreían desde el kiosko al cual se estaba acercando? ¿Quién era la hermosa dama rubia junto a ellas? Candy tuvo que hacer un esfuerzo para poder salir de aquel extraño transe que la hacía imaginarse en medio de un sueño y entender que lo que estaba sucediendo era totalmente real. Sí, eran sus dos mejores amigas que la miraban con admiración y la dama junto a ellas era la madre de Terry. Al lado de la mujer, el propio actor la observaba acercarse al altar.
El corazón de Candy dio un vuelco cuando sus ojos se encontraron con los del joven. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al sentir su mirada y advertir que la acostumbrada frialdad estaba ausente. Era como si la expresión en su rostro volviese a ser la de antes, aquella mirada deslumbrante y llena de sueños de Terry cuando tenía apenas quince años. Sin embargo, el traje oscuro que llevaba puesto, impecablemente cortado, marcaba la línea de sus hombros fielmente y aunque la joven había estado viendo a su prometido en varias ocasiones durante las semanas anteriores, por primera vez se daba cuenta de que él estaba aún más alto y fornido que antes.
“No, no es igual que antes,” se dijo Candy bajando los ojos, sin poder más sostener la mirada de Terry.
- ¿Quién entrega a esta mujer en matrimonio? – dijo la voz del cura irrumpiendo en los pensamientos de la joven.
- Su tutor y yo, padre – contestó la voz de Archie haciéndose inmediatamente a un lado para dejar a la novia junto al que sería su esposo en unos cuantos minutos más.
Aún en medio de una nube de confusión Terry escuchaba apenas las palabras del sacerdote. Aquella mañana había representado para él una extraña sucesión de entrevistas poco cordiales. A primera hora, estando aún en el hotel en que se hospedaba, había recibido la visita de Archie, quien se había tomado la molestia de ir hasta su cuarto para soltarle una inesperada serie de advertencias. En otro momento de su vida Terry le hubiese contestado con alguna palabrota, pero dadas las circunstancias el joven actor escuchó con paciencia las preocupaciones de Archie. Receloso aún de lo que podría ser una venganza de sus primos, Archie le hizo prometer que tendría especial cuidado de Candy durante todo el año que ella estaría viviendo con él. Terry le aseguró a Archie que no tendría que preocuparse, aunque en el fondo se preguntaba si en realidad Candy necesitaría ser protegida de Neil más que de él mismo . . .
Como si aquella conversación no hubiese sido ya suficientemente incómoda, al llegar a la mansión Andley había tenido que soportar un discurso de la tía abuela y por último tener un encuentro aún más desagradable con el propio Neil. Ambos hombres no se habían encontrado a solas desde la llegada de Terry a Chicago y aunque sólo tuvieron tiempo para intercambiar una mirada hostil, fue más que suficiente como para amargar el momento. El sólo hecho de pensar que Neil había planeado forzar a Candy a casarse con él hacía que se le retorcieran las entrañas de cólera.
Sin embargo, todos esos momentos incómodos se le borraron de la mente en el instante en que vió a su prometida avazar por el pasillo hasta dónde él la esperaba. De pronto no importaba que ella no estuviese enamorada de él como antes, ni que todo aquel asunto fuera una simple comedia para salvarla de sus ambiciosos parientes. Candy, su Candy, más hermosa que en el más dulce de sus sueños estaba a punto de ser su esposa. Por ahora disfrutaría la visión de su rostro enmarcado por el velo y las flores blancas. Ya mañana se preocuparía de lo que vendría.
Las palabras del sacerdote parecieron sonar lejanas, casi inaudibles durante gran parte de la ceremonia, hasta que el religioso pidió a la pareja se incara para tomar los votos. Ambos repitieron una a una las frases que el cura les dictaba y el intercambio de promesas se llevó como planeado. Él, incapaz de quitar los ojos de encima de la joven; ella, con la mirada en el terciopelo color borgoña del reclinatorio y un sonrojo en las mejillas que era imposible de ocultar.
- Ahora puede ya besar a la novia – dijo al final el sacerdote esbozando una sonrisa.
“¿Besar a la novia? – pensó Candy alarmada. Esa parte de la ceremonia no se había ensayado, si mal no recordaba ¿Qué se suponía que iba a hacer ahora?
Más dueño de las circunstancias que la joven, Terry no le dio tiempo para que ella misma se respondiese a sus preguntas. En un abrir y cerrar de ojos el hombre la había tomado en sus brazos, posando los labios sobre los suyos. Los primeros segundos el beso fue apenas un roce de piel, un inundarse de la fragancia que él usaba, un ardor que subía por la piel hasta los labios. Luego el contacto se hizo húmedo y ella no pudo resistir a abrirse a su reclamo, para después ver que había terminado todo demasiado rápido y el rostro de él se alejaba del suyo cuando ella apenas comenzaba a sentirlo penetrar su alma.
Seguramente Candy se habría desplomado en ese mismo instante de no ser porque Terry le ofreció su brazo, y sostenida de él pudo avanzar a través del pasillo, en medio de las sonrisas, flachazos de las cámaras fotográficas y felicitaciones de los muchos invitados.
“Está hecho,” se dijo ella con un suspiro. Dios solamente podría decir lo que sucedería de ahí en adelante.
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Todo había pasado tan rápido, pensaba Candy mirándose al espejo, la ceremonia, la fiesta, las fotografías. . . . todavía se admiraba de que sus piernas hubieran podido sostenerla durante el baile y la interminable cadena de invitados felicitándola . Realmente estaba contenta de que todo hubiese terminado. Ahora se encontraba de nuevo en su habitación en compañía de Sophie que la estaba ayudando a prepararse para dormir. Sí, dormir sin reparo por muchas horas era sin duda lo que necesitaba.
Sophie colocó el vestido de novia sobre un sofá con esmero cuidado. Luego, con acostumbrado mutismo, deshizo el peinado que ella misma había arreglado en la mañana, dejando que los rizos de Candy calleran libremente sobre su espalda. Cuando hubo terminado con el cabello, procedió a ayudar a la joven a desnudarse y mientras lo hacía se asombraba de que la novia estuviese tan tranquila en una noche tan singular en la vida de una mujer.
El camisión de dormir había sido un regalo de la madre del novio y Sophie no se cansaba de admirar el buen gusto de la señora. La doncella miraba con aprobación las sutiles transparencias de la gasa francesa cortada en talle imperio, resaltando un escote coqueto, aunque no demasiado atrevido. Con unas pequeñas flores de rococó que salpicaban el canesú y unos lazos rosas que le hacían juego, la prenda era a la vez provocativa y discreta. La bata era de seda blanca con los mismos bordados en color de rosa para hacer juego. Sophie pensó que sin duda aquel era un atuendo digno de la ocasión, pero a la novia parecía no importarle en lo más mínimo.
Sin decir nada, Candy dejó que su doncella le ayudara a ponerse el camisón de dormir como era ya costumbre desde hacía dos meses que estaba viviendo en la mansión de los Andley. Lo único que deseaba era que la dejase al fin sola para poder dormir y dejar de pensar una y otra vez en lo que sería su vida a partir del día siguiente, cuando tendría que viajar hasta Nueva York para vivir al lado de Terry por todo un largo año.
Finalmente Sophie hizo su usual reverencia y desapareció detrás de la puerta tan silenciosa como había llegado. Candy respiró aliviada. Se levantó del taburete donde estaba sentada y con gesto lánguido desató la cinta que sostenía su bata de dormir. Colocó la prenda sobre un perchero que estaba cerca de la cama y se encaminó hacia el lecho. Por un breve instante se detuvo, volviéndose hacia el espejo del tocador. La mente acabó jugándole rudo. El reflejo le revelaba una versión distinta de si misma, más madura, más mujer y con inquietudes diferentes que ella no alcanzaba a comprender.
"Si esta noche no fuese una farsa . . . si las cosas fueran distintas . . ."- pensó de nuevo observando su cuerpo y preguntándose si en verdad era ella la mujer en el espejo. Un momento más y tal vez hubiese terminado recriminándose por dejar volar la imaginación hacia terrenos prohibidos, pero el ruido distintivo del cerrojo de su puerta la hizo volver a la realidad abruptamente. La puerta se abrió y unos pasos largos se dejaron oir a sus espaldas. Para su gran desmayo, su recién adquirido marido entró a la habitación con la misma confianza con que cualquiera entra en su propia casa.
- ¡Terry! – exclamó ella asustada, volviéndose a poner la bata a toda prisa - ¿Qué se supone que haces aquí?
- Baja la voz que van a escucharte – contestó él colocando su dedo índice sobre sus labios que embozaban una especie de sonrisa burlona que Candy conocía muy bien – Vengo a dormir contigo. Así de simple – contestó el quitándose el batín que llevaba puesto y quedándose en un pijama azul oscuro.
Candy, aún con ambas manos cerrando su bata de dormir hasta la base de su cuello, tragó saliba sin poder articular palabra. Terry, por su parte, retiró las frasadas de la cama y se sentó al borde, preparándose para acostarse con la mayor naturalidad del mundo.
- ¿Qué? ¿Piensas quedarte ahí parada toda la noche? – preguntó él en su acostumbrado tono sarcástico – Vamos, ven acá, prometo que no te voy a morder.
- Pe- pe- pero Terry – tartamudeó ella sin alcanzar a coordinar sus ideas – ¿Qué se supone que estás haciendo aquí? - la muchacha no podía creer lo que veía.
- Esa es la pregunta más tonta que he escuchado en mi vida- dijo él acomodando la almohada con pequeños golpecitos – Soy tu marido y esta es nuestra noche de bodas, así que voy a dormir contigo.
Candy sentía que las piernas le temblaban literalmente. Estaba segura de que se había comentado en más de una ocasión que el matrimonio entre ellos sería solo de nombre ¿Era acaso que Terry había cambiado súbitamente de parecer y le estaba exigiendo que cumpliese con su deber conyugal? ¿Pretendía él cobrarse el favor de esa manera?. . . Candy no sabía qué pensar. Sin importar lo que sentía por Terry lo último que deseaba era tener que entregarse a él sin que en el corazón del joven hubiese el amor que antes había existido. La sóla idea de que él la poseyera sólo por deporte la hacía sentir sucia. ¿Pero qué hacer ahora? No podía salir corriendo o todo mundo se enteraría de la verdad . . . ¿Podía resistirse?
- Terry, yo – se animó finalmente a decir – yo creo que debemos de hablar.
- ¿Hablar? – preguntó él ya instalado en la cama – ¿Te molestaría hacerlo mañana? Por ahora tengo mucho sueño.
- ¿Sueño? – dijo Candy aún más confundida.
- Sí, ya te dije que vengo a dormir – repitió él con fastidio y Candy sintió que estaba a punto de volverse loca ¿Por qué Terry se obstinaba siempre en hacer y decir las cosas más exasperantes?
- Pero si te han dado la habitación contigua ¿Por qué no duermes ahí? – protestó ella entre frustrada y furiosa.
Terry se volvió a mirarla y no pudo evitar soltarse una carcajada. Amaba a rabiar esa carita mohina que Candy solía poner cuando se enojaba. Había que estar hecho de hierro para no correr a comérsela a besos. Pero Grandchester había aprendido a controlar sus impulsos a fuerza de no tener ya esperanza alguna.
- ¿Estás loca? Se supone que acabamos de casarnos y lo lógico es que durmamos en la misma habitación. - respondió él al fin cuando hubo terminado de reírse todo cuanto quizo - Tú y yo no estamos solos en esta casa. Tenemos que dormir en la misma habitación a menos que queramos que las mucamas se enteren de que no estuvimos juntos como se espera. Recuerda lo que dijo el abogado sobre los sirvientes.
- |Oh! . . . sí, si lo recuerdo – respondió mientras la plena comprensión de la situación se iba asentando en su mente al tiempo que sus hombros se relajaban lentamente. Sin embargo, eso no eliminaba la dificultad de tener que compartir la cama con el joven.
- Si te importa demasiado dormiré en ese sillón o en el suelo, – agregó él leyendo el bochorno en el rostro de la joven.
Candy observó el mueble que él le mencionaba y no pudo más que reconocer que no estaba hecho para dormir.
- No, no te preocupes – respondió la muchacha acercándose lentamente a la cama – no habrá ningún inconveniente. Estoy, estoy tan cansada que ni siquiera notaré tu presencia - agregó fingiendo una indiferencia que no equiparaba con su pulso en ascenso.
- Bien, en eso coincidimos. Hasta mañana entonces – contestó él con desenfado al tiempo que apagaba la lámpara que aún iluminaba el cuarto.
Una vez a oscuras, Candy agradeció en silencio el gesto que le permitió quitarse la bata y meterse debajo de las frasadas lo antes posible. Él, por su parte, se volvió sobre su costado dándole la espalda y unos minutos más tarde su respiración tomó el ritmo acompasado que caracteriza el sueño.
La joven rubia descansó la cabeza sobre la almohada, tratando de acomodarse como de costumbre. En vano. Odiaba a Terry por tener la desfachatez de dormir como un tronco mientras ella sentía que las sábanas le quemaban la piel. No quería recordar el momento en que él la había besado al terminar la ceremonia de bodas, pero era imposible no hacerlo cuando él estaba durmiendo a escasos centímetros y ella podía sentir su perfume haciéndole cosquillas en la nariz. Hubieron de pasar varias horas antes de que el sueño lograra vencerla. En sus sueños, sin embargo, lejos de encontrar el sosiego deseado continuó sintiendo la enervante presión de los labios de Terry sobre los suyos.
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Sophie había olvidado dejar las cortinas cerradas la noche anterior. Por ese motivo los primeros rayos de la mañana entraron de lleno a la habitación, entreteniéndose a jugar con la intricada melena de Candy. Apoyando su cabeza sobre el puño de su mano derecha Terry se entretenía observando a la joven dormida a su lado. Quería recordar el momento y atesorarlo como el más feliz de su vida. Había soñado muchas veces lo que sería despertar al lado de ella y aunque entre ellos no hubiese mediado ninguna entrega amorosa la noche anterior, de todas formas la experiencia era tan intensa como él la había imaginado.
Tenía que admitir que en un primer instante mantener el aplomo la noche anterior no había sido nada fácil. El simple hecho de poder ver a Candy con la cabellera suelta sobre la espalda implicaba que estaba siendo admitido a los secretos del boudoir de la joven, como solamente un marido podía hacerlo. Atisbar su imagen en aquel camisón de gasa blanca había sido aún peor. La tela de la prenda dejaba traslucir el redondeado contorno de las piernas y el escote regalaba una discreta pero tentadora primicia de unos senos blancos y llenos. Suerte para él que ella había reaccionado rápidamente cubriéndose con la bata. Al verla ahora dormida bajo la luz matinal, Terry se asombró una vez más de los acentos femeninos que el cuerpo de Candy había ido adquiriendo en los últimos tiempos. Si aquella muchacha espigada de curvas apenas insinuadas que había conocido en el colegio había despertado en él una atracción obsesiva, la mujer que dormía a su lado en esos momentos simplemente lo estaba volviendo loco.
Para ser alguien que se dedicaba a pretender emociones no sentidas, era ridículo que figirse dormido hubiese resultado ser la tarea histriónica más difícil de su vida. Los movimientos de Candy en la cama evidenciando que para ella también estaba siendo difícil conciliar el sueño, no habían ayudado en lo absoluto. Terry había sentido cada imperceptible cambio en la respiración de ella, cada vuelta hacia la derecha o la izquierda, cada roce furtivo debajo de las sábanas. Aquello había sido un tormento hasta que por fin la joven había conseguido dormirse hacia las primeras horas de la madrugada. Luego, en medio del silencio de la noche, había quedado sólo una enervante certeza: ella yacía al lado suyo, dormida, ajena. Bastaba sólo con un movimiento de su mano para tocarla y saciar el vacío que sentía . . . pero no . . . no solamente hubiese sido indigno, sino carente de sentido. Sólo había algo que él deseaba más que el cuerpo de Candy y eso era su corazón.
Ahora, al despuntar el alba, la joven dormía plácidamente y él podía observarla sin temor a que el deseo en sus ojos acabara delatando sus sentimientos por ella. Incapaz de romper el encanto, Terry acariciaba con la vista la suave curva de las mejillas, bajando lentamente hasta el cuello, perdiéndose en observar una casi imperceptible vena azul. Luego, volvía a subir hasta los labios. El recuerdo del beso del día anterior fue entonces inevitable.
“¿En qué demonios estaba pensando?” – se dijo molesto consigo mismo, frotándose la frente con disgusto – “Me porté como un novato con su primera escena amorosa. Podía haberle dado un beso escénico que todos hubieran creído real y que hubiese sido menos embarazoso para ella. ¡Pero no, tenía que perder el control y besarla de verdad!”
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal al recordar el sabor de la boca de Candy y la cálida humedad que habían intercambiado por unos segundos. Tenía que confesarse que había perdido totalmente las riendas y en el calor del momento hasta se había imaginado que ella le respondía el beso, pero seguramente había sido sólo su imaginación. Secretamente se prometió tener más cuidado y resistir la tentación con más aplomo y caballerosidad. Sin embargo, un segundo después rompía su promesa atreviéndose a acariciar levemente la mejilla de la joven dormida. Si tan sólo pudiera besarla otra vez . . .
Un ligero movimiento evidenciando que ella estaba a punto de despertarse le impidió tener tiempo suficiente para recriminarse por su atrevimiento. Un segundo después un par de enormes ojos verdes se clavaron en los suyos sorprendiéndole con la luminosidad que cobraban bajo la luz.
- Buenos días – dijo él esforzándose por disimular la emoción – Veo que sigues siendo la misma dormilona que siempre llegaba tarde a clases.
Candy no contestó a la provocación. Por un momento no alcanzó a definir qué era lo más adecuando en semejantes circunstancias. Acababa de despertar junto a Terry y lo que más deseaba hacer era echarle los brazos al cuello, pero se limitó a hacer una mueca de indignación fingida ante el comentario hecho por el joven.
- He estado esperando que te despertaras desde hace rato - comentó él casualmente, preguntándose si realmente ella no se daba cuenta de lo linda que estaba.
- Pensaba que cuando despertara tú ya te habrías regresado a tu habitación – dijo ella al fin, sin saber cómo iba a salir de la cama estando él aún presente y su bata a varios metros de distancia.
- Tengo que hacer algo importante antes de irme, pero para eso necesito que te levantes. – contestó él poniéndose de pie y estirándose cuan largo era. Toma tu bata –añadió luego alcanzándole la prenda y poniéndose de espaldas para darle privacidad.
Candy se colocó la bata apresuradamente y como si las sábanas le quemaran se levantó de la cama de un salto.
- ¿Puedo ya volverme? – preguntó él impaciente.
- Oh . .sí .. sí. – balbuceó ella – ¿qué es eso importante que tenías que hacer antes de irte?
Sin decir nada el joven tomó su batín y extrajo de uno de los bolsillos una navaja. Ante la mirada incrédula de la joven desplegó la cuchilla del arma y se hizo sobre el brazo una herida lo suficiente profunda como para que sangrara.
- ¿Pero qué haces, Terry?¿Te has vuelto loco? – preguntó ella escandalizada.
Aún sin contestar el joven retiró el endredón de la cama y se limpió la sangre con las sábanas, dejando una mancha bien definida en el centro del lecho.
- Tomo precauciones que le aseguren a todos que nuestro matrimonio fue consumado. Eso es todo – contestó y sin decir más salió hacia el vestidor de la habitación contigua.
Candy se quedó de pie observando la mancha de sangre por unos instantes con un gran vacío en el corazón.
Continuará. . . .