LA TRAMPA
Por Mercurio
Capítulo 4
Una noche de estreno y confusiones
La lluvia no había parado en todo el día. Desde la ventana del salón de té Candy podía mirar a unos cuantos transeúntes que intentaban correr a resguardarse del chaparrón. Ni siquiera en un día tan poco tentador para salir a la calle se podía decir que Nueva York descansase de su acostumbrado ajetreo. Irónicamente, en el interior de la lujosa "town house" en donde ella vivía desde hacía tres meses, los días transcurrían con aparente placidez.
Después de haber tomado las decisiones cotidianas en cuanto a la lista de compras, el menú para la cena y la ropa que debería almidonarse antes de ser planchada, la joven se había retirado por un momento a su salón de té para leer a solas y atender su correspondencia. Extrañaba el ajetreo del trabajo en el hospital, el olor a anticépticos y la adrenalina corriendo en la sala de emergencias. No obstante, su presente situación la había obligado a un retiro temporal por causa de las crecientes sospechas de una posible venganza por parte de los Leagan.
Los sirvientes habían visto a un hombre rondando el vecindario y mirando constantemente hacia la casa. Además, en más de una ocasión alguien conduciendo un auto distinto cada vez, había seguido al coche de los Grandchester cuando la joven salía a hacer alguna diligencia. Terruce había dado parte a la policía, pero como quien quiera que fuese que les estaba vigilando había sido extremadamente cuidadoso en no dejar pistas, hasta el momento no se había podido hacer nada en concreto.
Si Candy hubiese podido decidir sobre el asunto seguramente habría tomado menos precauciones, pero era prácticamente imposible convencer a Terry de que no era necesario ser tan desconfiado. El joven no había desistido en su empeño hasta convercerla de que por el año que estarían juntos era mejor que ella se mantuviera en casa y que por ninguna razón saliese si no era acompañada de él mismo o del chofer, que era un sirviente de la plena confianza del propio Terry.
Así pues, Candy se había visto obligada a concentrarse en llevar a cabo su papel de recién casada lo mejor posible. No sin muchos traspiés se había iniciado en la administración de la nueva casa que su marido había adquirido semanas antes de contraer matrimonio con ella. No obstante, aún después de tres meses la joven sentía que tenía todavía mucho que aprender al respecto y en cierta forma se sentía agradecida de que las actividades domésticas le dieran algo en qué pensar que no fuese la extraña situación que vivía al lado de Terruce.
Candy soltó con desgano el libro que la ocupaba y sin percatarse, dejó escapar un prolongado suspiro. Las cosas habían sido tan extrañas . . . vivir al lado de un hombre que representaba un cotidiano enigma era desesperadamente desgastante.
Después de aquella tan extraña noche de bodas, la joven había viajado con su flamante marido directamente a Nueva York. El viaje había transcurrido en un sepulcral silencio que ella intentó en vano romper hasta que finalmente se dio por vencida. Por una extraña razón Terry había elegido que era mejor mantenerse a distancia. Era como si estuviera molesto con ella por un motivo desconocido. . . o como si su presencia lo incomodara.
Sin embargo, al llegar a Nueva York, donde la prensa los esperaba impaciente, de nuevo Terry se había mostrado atento y hasta afectuoso con ella mientras los reporteros les fotografiaban y les hacían preguntas. Desafortunadamente para ella, aquel cambio duró apenas una hora, pues al volver a estar solos el hombre había regresado a su mutismo. Esos cambios desconcertantes se hicieron una constante en las semanas que siguieron.
En casa, delante de los sirvientes, él se solía comportar igualmente amable y de vez en cuando aventuraba alguna conversación casual o le informaba sobre las generalidades de su trabajo con total naturalidad. Lo mismo sucedía cuando salían o estaban en compañía de algún conocido de Terruce, incluyendo sus compañeros de trabajo o su propia madre. Una vez solos, volvían a ser solamente dos extraños que vivían juntos.
"Sólo aparenta afecto cuando sabe que alguien más está presente," se había convencido ella, "es obvio que este matrimonio falso le incomoda. De todas formas, yo debería de estar agradecida por el favor que me está haciendo . . . pero si tan solo no me hiciera sentir tan ajena. Si me permitiera al menos sentir que aún podemos ser buenos amigos. . ."
La joven se puso de pie para dirigirse al secreter donde guardaba su correspondencia. Una vez ahí, tomó papel y pluma para empezar a contestar la última carta de Annie. De nuevo tendría que mentir acerca de lo que estaba viviendo y contar con desenfado detalles triviales sobre su nueva rutina de casada. Aunque sabía que sus motivos eran lejítimos, la idea de tener que vivir una mentira no dejaba de resultarle repugnante. A pesar de su reticiencia comenzó a escribir, deteniéndose a ratos a pensar en la realidad escondida detrás de las verdades a medias que contaba en su carta.
Recordaba ocasiones en que, sentada en la sala, ocupada tal vez en un libro o en una labor de costura, sentía la respiración de Terry sentado a sólo un par de metros. Tal vez ella habría aventurado un tema de conversación sin mucho éxito, y él permanecía ensimismado en algún libreto que estudiaba con atención absoluta. De repente, después de un espacio de silencio que le parecía eterno, Candy se aventuraba a levantar la mirada y curiosamente sus ojos chocaban con los de él, por un brevísimo instante, haciendo que el corazón se le acelerara inútilmente ¿Había estado él observándola sin que ella lo notara? No, seguramente aquel encuentro había sido solamente una coincidencia y . . .sin embargo . . . había una luz extraña en sus ojos. La duda le quedaba en la mente, sólo para ser contradecida por tres o cuatro días de total indiferencia que solían sobrevenir a esos furtivos intercambios de miradas.
Sí, total indiferencia parecía ser lo que él sentía por ella. Eso era lo que le confirmaba cada uno de los pocos momentos que compartían y las largas noches que ella pasaba a solas. Porque desde que se habían establecido en Nueva York, Terry le había dejado en claro que no había necesidad de dormir en una misma habitación. La casa tenía dos recámaras centrales unidas por un vestidor doble. Aquel era un lujo común entre la gente de alta sociedad y por lo tanto los sirvientes no se extrañarían de que sus patrones durmieran en recámaras separadas.
"Solamente instruye a tu doncella que nunca entre a tu recámara en las mañanas hasta que la hayas llamado," le había dicho él, refiriéndose a Sophie, que se había mudado a Nueva York con ellos, para seguir atendiendo a Candy. "Eso bastará para que ella entienda que, como es natural, algunas noches yo vengo a dormir contigo y luego regreso a mi cuarto en la mañana. Así pensará que deseamos evitar que ella nos interrumpa si se presenta sin ser llamada. De eso modo no daremos lugar a sospechas."
Frente a todo ese comportamiento frío y correcto que él sostenía, estaba también la contradictoria y sobreprotegedora actitud que él había tomado cuando alguien sospechoso comenzó a seguirla cada vez que ella salía. Candy había visto a Terry enojado en muchas ocasiones desde que lo conocía, pero nunca como la tarde en que el mayordomo y el chofer lo pusieron al tanto de lo que estaba pasando. La joven estaba convencida de que si Neil hubiera estado presente en esos momentos Terry hubiera sido capaz de estrangularlo con sus propias manos.
Después de intentar en vano obtener protección de la policía, por falta de pruebas, Terry había sido inflexible en cuanto a las medidas de precaución que debían ser tomadas. De repente era como si ella le importara muchísimo, como si su relación no fuera una simple comedia. Sin poder hacer otra cosa para calmarlo, ella había finalmente accedido a permanecer recluída la mayor parte del tiempo y salir solamente acompañada. Una vez arrancada la promesa, el joven volvió a su reserva de siempre y ella a sentirse más frustada que nunca.
Así habían pasado los primeros tres meses.
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Para principios de Septiembre la compañía Stratford estrenaría una nueva puesta en escena de la Tempestad y la noche de la premier se esperaba una gran celebración después de la función. Para Candy, esa sería la primera ocasión de aparecer en un evento público como esposa de Terruce y la sola idea la aterrorizaba.
Una semana antes del evento había empezado a preocuparse sobre lo que se pondría esa noche, pero ni lo que tenia en su guardarropa ni lo que pudo ver en las tiendas terminaba de convercerla. De repente este vestido era demasiado simple, y aquel otro demasiado ostentoso. Finalmente, como le parecía ridículo sentirse tan preocupada por algo tan superficial se había dado por vencida y había terminado decidiendo que Sophie eligiría por ella en su momento.
No obstante, tan sólo un día antes de la premier, Eleanor Baker se presentó en su casa con una sorpresa. La actriz había estado haciendo una prolongada gira en el sur y recién llegaba de regreso a Nueva York.
- Te he traído algo especial,- le había dicho la mujer sentándose al lado de su nuera, con gesto afectuoso, - Se trata de algo que me gustaría estrenaras mañana.
- No debe usted hacer cosas como esas. Va a terminar malcriándome
- Tonterías – exclamó la dama riéndose de buena gana – Es forzosamente necesario que te consienta todo lo posible. Nunca tuve una hija y ahora que la tengo no me voy a privar del gusto de comprarle cosas lindas.
Candy se sentía terriblemente mal por tener que engañar a la señora Baker como a todos los demás con aquella patraña del matrimonio. Su amor por su hijo la convertía en la persona que se sentiría más decepcionada cuando llegara el momento del divorcio, pero Terry había sido muy insistente con la idea de mantener a su madre al margen de la situación.
- Vamos ¿No piensas abrirlo? – preguntó la mujer sacando a Candy de sus tristes cabilaciones.
- Sí, claro – contestó ella procediendo a abrir el paquete del cual extrajo un vestido que desde el primer vistazo la alucinó con sus acentos dorados, sus luces color champaña y el brocado rosa de sus bordados.
- ¿Te parece un tanto escandaloso? – preguntó la Sra. Baker al ver que su nuera se había quedado sin habla – Sé bien que es fuera de la costumbre que una rubia lleve un vestido del mismo color que su cabello, pero es la última moda en New Orleans y cuando lo vi me recordó tanto a ti que no pude contenerme. Prométeme que lo usarás mañana.
- No . . . no se preocupe, lo usaré – contestó Candy que nunca en su vida se había imaginado usar algo tan llamativo – Muchas gracias.
La noche siguiente, sin embargo, cuando Sophie la ayudaba a vestirse se sintió arrepentirse de súbito por la promesa hecha a su suegra.
- La señora va a ser la dama más admirada de la fiesta – comentó la doncella mientras le daba los últimos toques al peinado alto adicionando un tocado de plumas en color rosa pálido y dorado que hacía juego con los estampados del vestido.
- ¿No crees que el escote es algo atrevido?- preguntó mirándose al espejo con excepticismo.
Sophie dio un paso atrás para observar bien a su señora y luego esbozó una débil sonrisa.
- Si Dios le ha dado encantos a la señora, no veo por qué no deba lucirlos. A menos que al señor le incomode – contestó la sirvienta con su típico tono cansino.
- ¿El señor? No, no creo que le importe en lo absoluto – contestó la joven pensando que nada podría perturbar la indiferencia de su marido, quien en las semanas anteriores había estado tan ocupado con los preparativos de su próxima presentación que práctiamente la había relegado por completo al olvido.
Un ligero golpe en la puerta y la voz de Terry llamando el nombre de su esposa impidió a la sirvienta el hacer cualquier otro comentario. Al tiempo que Sophie se escabulló por la puerta del vestidor, el joven actor entró en la recámara usando la puerta principal.
- ¿Estás lis . . .? – dijo el joven dejando la pregunta a medias, incapaz de pensar en otra cosa que decir ante la figura de la muchacha envuelta en el traje de noche. El raso color champaña, bordado con motivos florales dorados y rosas, parecía mezclarse con la piel pálida de la joven, ajustándose al talle y revelando generosamente las bien definidas curvas de su pecho. Por un segundo Terry simplemente disfrutó la visión, pero al instante siguiente se le ocurrió que él no sería el único en clavar la mirada en aquel escote durante el transcurso de la noche - ¿Es ese el vestido que piensas usar esta noche? – balbuceó él finalmente al tiempo que el ceño se le fruncía involuntariamente.
- Sí – contestó ella mientras se daba la vuelta distraídamente para ponerse los pendientes - ¿No es lindo?
- No . . . no lo sé . . . pero no me parece apropiado – contestó él confundiendo a la joven con su tono ácido.
- ¿Qué tiene de malo?- preguntó ella inclinando el rostro para tratar de encontrar la falla que a él parecía tan obvia a juzgar por su franca desaprobación.
- Es . . . es demasiado . . . demasiado ligero. La noche está . . . algo fría – contestó él sin poder encontrar otra excusa y luego se maldijo internamente por decir algo tan estúpido cuando era obvio que el otoño aún no cedía ante la calidez del verano tardío.
- No seas exagerado – contestó ella sonriendo – Llevo un chal en caso de que la temperatura baje. Además, este vestido fue regalo de tu madre para esta ocasión y no puedo desairarla ¿No crees?
Terry respondió con apenas un asentimiento de cabeza y luego le ofreció su brazo sin decir nada más. Sin embargo, la joven no podía dejar de ver que él estaba visiblemente molesto y ella a su vez se sentía decepcionada de que él desaprobara su apariencia tan abiertamente. Con la vista perdida en el suelo dejó que él la guiara a la sala y una vez que él le hubo ayudado a ponerse el chal de seda sobre los hombros, ambos salieron rumbo al teatro.
A pesar de aquella primera decepción de la noche, las dos horas siguientes estuvieron llenas de emociones agradables. A la hora del intermedio Candy pudo escuchar los muchos comentarios favorables sobre la actuación de su esposo y al mismo tiempo sentir las miradas curiosas dirigidas hacia ella cuando la gente advertía su identidad. La envidia implícita en los ojos de algunas mujeres cuando la veían pasar podía casi palparse. Ante todos ella era la mujer de Terruce Grandchester y al menos en esos momentos fugaces la muchacha se sintió embargada de un sentimiento que se parecía un tanto a la satisfacción.
La segunda parte de la obra fue todavía un mayor éxito y así lo hizo saber el público en la ovación final. Por ese breve instante Candy, aplaudiendo de pie con el resto de la audiencia, se sentía inevitablemente orgullosa. Tal vez su matrimonio era sólo una farsa, pero este momento de gloria que podía compartir con Terry era real. Ella había estado a su lado durante las largas horas en que él estudiaba sus líneas, a veces le había acompañado a los ensayos y le había escuchado hablar con emoción sobre los preparativos. Si, en verdad era como si el éxito fuera también de ella esa noche.
Un suave golpe en la puerta del palco cuando aún la ovación seguía en pleno, precedió a la entrada de Harry, el chofer de los Grandchester.
- Señora, le recuerdo que debemos bajar a los camerinos antes de que la gente empiece a dejar la sala – dijo el hombre, fiel a los cuidadosos planes de su jefe, quien a pesar de estar ocupado con las preparativos de la obra no se había olvidado de la seguridad de su esposa.
- Sí, claro, Harry – contestó Candy radiante aún por la emoción – no lo he olvidado.
Ambos salieron del palco y se perdieron entre los pasillos que conducían a los camerinos. A su paso, los empleados del teatro, ya familiarizados con la joven, la saludaban y felicitaban afablemente.
- ¡Candy! – le llamó una voz femenina a sus espaldas - ¿Qué te pareció todo? Anda, cuenta que quiero que seas tú la primera en darme los mejores augurios para las críticas de esta noche.
- Karen, qué puedo decirte que no sean cosas buenas. Estuviste increíble como Miranda – contestó Candy sinceramente, tomando las manos de la joven morena para felicitarla. El rostro de Karen se iluminó al percibir la abierta aprobación de la muchacha.
- Si a ti te gusto, que eres mi amuleto de la buena suerte, seguramente le gustará también a los críticos – replicó Karen con los ojos brillantes de alegría.
- Pero qué cosas locas dices, Karen ¿Yo, tu amuleto de buena suerte?
- Claro que lo eres. Cuando te conocí en Florida yo me sentía derrotada y negativa. Sin embargo tú me auguraste que volvería a actuar y que lo haría muy bien y ya ves, desde entonces la suerte me ha sonreído día tras día.
- No ha sido suerte ¡Qué va! Has trabajado duro para lograr lo que tienes – contestó Candy.
- Eso es verdad. He puesto en esto lo mejor de mi, pero también es cierto que nuestra rival era tremenda – agregó Karen con un guiño malicioso.
- ¿Nuestra rival? – preguntó Candy sin querer entender las palabras de la joven.
- Por supuesto, esa tontita de Susannah que se creía la gran diva y dueña del afecto de Terruce ¡Tan patética! Al final no pudo con ninguna de las dos, querida. Yo tengo la fama que ella ansiaba, y tú al hombre que ella quería. Por cierto, ¿sabías que ha sido invitada a la fiesta de esta noche? Ardo en deseos de verla muerta de envidia cuando se de cuenta de que la estrella de la noche soy yo y que Terruce no te despega los ojos de encima ni por un instante.
La joven rubia estaba aún buscando la manera más adecuada de contestar a los comentarios ácidos de Karen cuando una voz entre bambalinas llamó a la actriz y ésta tuvo que disculparse para atender a quien la solicitaba.
Candy se intentó sacudir de la cabeza la alusión que Karen había hecho sobre Susannah, pero la noticia de que ella estaría presente en la fiesta constituía una noción para la cual Candy no estaba preparada. Los sentimientos que la rubia albergaba sobre su antigua rival de amores eran un asunto aún demasiado complicado.
Lo primero que ella había escuchado sobre Susannah había venido de labios de Eliza. Una fuente sin duda poco confiable. No obstante, los celos instintivos que habían nacido aquella noche en Chicago habían probado no ser injustificados. Luego, cuando el destino convirtió a Susannah en el instrumento que salvara la vida de Terry, la balanza había cambiado inclinándose a favor de Susannah. Sí, le debía agradecimiento y hasta admiración.
Le hubiese gustado mucho que ahí acabara la historia, pero en realidad las cosas eran aún más difíciles de entender ¿Podía censurarse que a pesar de estar agradecida con Susannah, mantuviera aún unos celos inamovibles? Las cosas habían empeorado cuando Candy se había enterado de que la propia actriz había rechazado a Terry a su regreso a Nueva York después de su escapada. Candy no podía condenar a Susannah por sentirse ofendida, pero a la vez estaba segura de que en el lugar de la actriz, ella hubiera terminado perdonando a Terry recibiéndole de nuevo con los brazos abiertos.
En el fondo, Candy abrigaba sospechas de que Terry había terminado por enamorarse de Susannah y que ésta le había roto el corazón con su rechazo. Cada vez que Candy observaba los gestos duros y distantes de Terry cuando estaba a su lado, se imaginaba que eran el resultado de su resentimiento contra la vida y contra Susannah. Celos, celos y más celos rebosaban el alma de Candy al considerar todas estas cosas y no atinaba a imaginarse cómo reaccionaría al volver a ver a la actriz en la fiesta.
- Adelante- sonó la voz del joven desde dentro del camerino y Candy respiró hondo antes de entrar, aún sin saber de dónde sacaría fuerzas para enfrentar el resto de la velada. Siempre discreto, Harry se quedó afuera mientras la muchacha entraba al camerino.
Terry estaba prácticamente listo para la fiesta. Los trajes que había utilizado en la obra se encontraban ya colgados en los percheros y el saco de su frac yacía sobre un taburete esperando su turno para ser portado nuevamente.
- Felicitaciones. Has sido todo un éxito – dijo la joven espontáneamente entrando con timidez al camerino - El público quedó encantado con tu trabajo. Escuché comentarios muy favorables sobre ti durante el intermedio.
- ¿En verdad? – preguntó él tratando sin mucho éxito de anudarse la corbata. Le irritaba que sus movimientos se volvieran tan torpes cuando ella estaba cerca. No, no volvería a mirar de nuevo el brocado dorado de aquel escote. Si quería mantener la compostura tenía que empezar por dirigir la vista hacia otro lado - ¿Y a ti qué te pareció? – preguntó luego tratando de parecer casual.
- ¿A mi?¿Crees que te importaría la opinión de alguien que no sabe ni jota de teatro? – preguntó ella advirtiendo por primera vez la graciosa batalla de Terry con su corbata.
- El público es el que manda, y esta noche tú formaste parte del público – repuso él desistiendo por un instante de su empeño. Haciendo una pausa, se volvió hacia ella y aventuró una rara sonrisa – Por supuesto que cuenta lo que opinas – de hecho, sólo cuenta lo que tú piensas, añadió él para sus adentros.
- En ese caso, debes saber que me hiciste llorar – replicó ella acercándose a él tomando los extremos de la corbata entre sus dedos en un impulso que ninguno de los dos fue capaz de calcular.
La respiración de Terry se detuvo. Traicionando su anterior resolución sus ojos descendieron hasta perderse en el pecho de Candy, que parecía apenas contenerse por los ribetes dorados de su vestido. Estaba tan cerca de ella que podía observar cómo el aire de su boca hacía mover los rizos sobre la frente de la muchacha. Sólo bastaba moverse un par de centímetros y los labios de él estarían sobre aquella mejilla blanca. Si tan sólo pudiera saber que ella no recibiría la caricia con indignación . . .
- ¿Te hice llorar? – preguntó él tratando desesperadamente de encontrar en la conversación algo tangible para evitar caer en el vacío de sus emociones – No me gustaría pensar que te hice pasar un mal momento – agregó, sintiendo que iconscientemente sus palabras tenían un segundo sentido.
- No. Todo lo contrario. Es bueno llorar por una historia de amor tan hermosa – respondió ella advirtiendo por primera vez lo cerca que se encontraban el uno del otro.
"¡Dios mío! Me muero porque me abrace," se dijo ella terminando de anudar la corbata con dedos temblorosos.
- Ya está. Más vale que nos apuremos ¿No te parece? – añadió la joven ansiosa por escapar de la intimidad del camerino antes de que sus deseos de arrojarse a los brazos de Terry terminaran siendo más fuertes que su dignidad.
Sin decir más ambos salieron camino hacia el lugar en donde se llevaría a cabo la fiesta.
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La compañía Stratford había reservado el Salón Roble del hotel Algonquin para celebrar su debut de temporada aquella noche. El lugar, situado en el corazón del Medio Manhattan, muy cerca de la quinta avenida, estaba ya repleto cuando los Grandchester hicieron su entrada. Las molduras que ornamentaban el techo resplandecían bajo la luz ámbar de las lámparas, contrastando con las columnas recubiertas de madera oscura. Cada detalle del recinto, desde los candeleros estilo Tiffany hasta la cristalería Waterford y la belleza exuberante de las peonias que adornaban las mesas respiraba un gusto caprichoso por todo cuanto era caro y agradable a los sentidos. Sin embargo, los trajes estilizados de las damas y el aire mundano de los caballeros le hicieron sentir a Candy que la gente ahí reunida poseía un tipo de sofisticación diferente a la que ella había observado en la alta sociedad en Chicago. Las personas ahí reunidas se veían más relajadas, con un estilo casi insolente y a la vez consciente de una grandeza que no tenía su origen en el dinero, sino en el genio.
Además de los actores de la compañía y sus familiares, se había dado cita una nutrida colección de artistas, celebridades, gente de la prensa especializada y alguno que otro excéntrico personaje. La atmósfera era festiva, pero también había en el aire algo de tensión que permeaba cada encuentro, por informal que fuese. Era como si todos los ahí presentes, demasiado conscientes de su propia importancia, esperasen siempre el momento justo para decir o hacer algo que sorprendiera a toda la audiencia por su ingenio o su originalidad.
Aunque Candy había tenido ya la oportunidad de interactuar con algunos de los compañeros de trabajo de su esposo y hasta había asistido a unos cuantos ensayos, no estaba aún acostumbrada a aquel tipo de gente, que podía a la vez ser tan encantadora como distante. Ocurrentes, conocedores del mundo, seguros de sí mismos, siempre en pie de guerra, así eran esos seres humanos de los cuales Terry era parte.
Hasta cierto punto, aún en sus días de escuela Candy había podido percibir en Terruce esa personalidad contradictoria y desconcertante que le hacía diferente del resto de los chicos que había conocido hasta entonces. Esa noche, al verlo en medio de sus iguales, la muchacha comprendió que él había elegido el camino correcto. Terry no encajaría nunca en la predecible y ordenada aristocracia. No estaba hecho para la rigidez del protocolo sino para el caos constante del arte y en ese medio él brillaba como ninguno.
¿Pero cómo podía una sencilla muchacha de campo aventurarse en ese mundo tan diferente? Se preguntaba ella nerviosa, sin saber de dónde sacaría fuerzas para descender por los escalones y adentrarse en el salón sin que le temblaran las piernas. Inconscientemente su manó se tensó sobre el brazo de Terry y al percibir su aprensión el joven repondió posando su mano sobre la de ella en un gesto reconfortante. A su contacto Candy sintió un suave calor que le subía por los dedos, llegándole hasta el corazón.
- Mira directo a los ojos, así como siempre lo haces – le dijo en él en un susurro- No intentes ser alguien que no eres esta noche. Esta gente, al igual que todas, se rinde inmediatamente ante la sinceridad. Creo que con eso tú no tienes problemas ¿O me equivoco?
- Si no te importa que sea auténticamente impertinente entonces no veo que haya problema alguno- respondió ella animándose, sin dejar de sorprenderse del tono cálido con que él le hablaba.
- No lo habrá – repuso él aventurando algo parecido a un gesto de complicidad - Solamente una recomendación más. No aceptes ninguna invitación a bailar que no sea mía.
Candy le dirigió a Terry una mirada de extrañeza ¿A qué se debía esa posesividad repentina? se preguntó intrigada.
- Digamos que la mejor forma de protegerse de admiradoras indeseadas es tener siempre al lado a una esposa absorbente – explicó él leyendo la pregunta en el rostro de la muchacha. Una vez más la mentira resultaba ser la salida menos vergonzosa para ocultar un propósito visceral.
La pareja se abrió pasó entre los invitados y al poco rato eran ya parte de aquel pequeño mundo efervescente. Conforme pasaban los minutos y la música provista por una pequeña orquesta de cámara invadía el salón, Candy se fue sintiendo más relajada. Mucho se había hablado del inesperado matrimonio de Terruce Grandchester con una rica heredera. A pesar de eso, poco se sabía acerca de ella en aquellos círculos. De primera instancia no se podía más que experimentar rechazo ante aquella burguesa que había tenido el capricho de desposar a un artista solamente porque era de estirpe noble. Sin embargo, no habían pasado ni dos horas cuando ya la concurrencia estaba enterada de los pormenores que rodeaban a aquella misteriosa mujer.
Lejos de ser una afectada muñeca de aparador, la nueva señora Grandchester era más bien una joven de conversación sencilla sin ser insulsa, movientos seguros pero no arrogantes, sonrisa franca y ojos dulces. Como puntos extras a su favor, la muchacha resultaba ser una mujer con carrera propia y para colmo de encantos se rumoraba que a pesar de la riqueza de su familia la joven había vivido por su cuenta antes de casarse. Sin saberlo, Candy se había echado al bolsillo a la bohemia neoyorkina antes de la media noche.
- Dígame, señora ¿Cómo es que una criatura tan encantadora como usted se llegó a fijar en un tipo sombrío como nuestro amigo Grandchester?- le preguntó un hombre alto que se había presentado como el coreógrafo de una de las compañías de ballet de la ciudad.
- ¿Le parece usted que la palabra sombrío describe a mi esposo? – contestó Candy con otra pregunta – ¡Qué curioso! A mi siempre me ha parecido un hombre brillante.
- Tal vez sea el efecto deslumbrador del enamoramiento – propuso una mujer que se había pasado un buen rato mirando con mal disfrazada envidia la figura esbelta de la joven.
- Algunos dicen que el amor es ciego – repuso Candy con una sonrisa – pero a mi me gusta pensar que más bien tiene el benéfico poder de hacernos descubrir las cualidades más escondidas en las personas que son objeto de nuestro afecto.
- En ese caso – intervino Robert Hathaway al lado de la joven – espero que los críticos hayan visto nuestro trabajo de esta noche con los ojos más amorosos posibles. El comentario despertó las risas generales y el tema se dejó de lado.
Desde el otro lado del salón alguien más no perdía detalle de lo que ocurría con el grupo que rodeaba a la joven rubia. Aún a varios metros de distancia Terry seguía el ritmo de la respiración de Candy y sonreía internamente con cada sonrisa que ella esbozaba. Había algo en torno a ella que lo hacía sentir irracionalmente bien de sólo saberla cerca y si ese sentimiento de alegría ya era bastante difícil de ocultar, el deseo que lo acompañaba se estaba volviendo insoportable. El reportero que Terry tenía enfrente continuaba su interrogatorio y el joven le contestaba con brevedad, ansiando el momento de que la entrevista terminara. De repente, lo único que le importaba era volver a bailar con Candy para poder regalarse la indulgencia de abrazarla y calmar un poco las ansiedades que parecían haberse confabulado contra él esa noche. Además, no soportaba la idea de que otros hombres estuvieran al lado de ella disfrutando su presencia y su belleza mientras que él tenía que contentarse con verla de lejos.
- ¿Piensa usted seguir practicando la enfermeria aquí en Nueva York?- preguntó de nuevo la mujer del coreógrafo, comenzando a incomodarse al darse cuenta de la manera en que su marido observaba a la joven rubia.
- Bueno, yo . . . - la frase que la muchacha había preparado como respuesta quedó inconclusa al sentir que una mano masculina se deslizaba por su espalda desnuda hasta colocarse posesivamente sobre su talle.
- ¿Les importunaría demasiado si les privo un instante de la señora Grandchester? - preguntó Terry a la concurrencia - Es una pena desperdiciar ese vals ¿No les parece?
Lo siguiente que Candy supo fue que se encontraba nuevamente en brazos de Terry bailando en el centro del salón y todo lo demás ya no importaba.
- Pensé que ese reportero no me dejaría nunca – le dijo él mientras se mezclaban entre las otras parejas – Espero que ese idiota de Myers y su mujer no te hayan importunado demasiado.
- Son algo desagradables y se nota a leguas que envidian tu éxito, – constestó ella alzando los ojos al cielo – pero comparados con otras serpientes más ponzoñosas que he conocido son realmente inofesivos. Además, te aseguraste que el Señor Hathaway estuviera ahí para protegerme ¿No es verdad?
- ¿Y qué te hace suponer que eres tan importante como para ser protegida? – replicó él burlón.
- No es suposición – frunció ella el ceño al tiempo que hacía un gesto de negación con la cabeza- Es absoluta certeza.
- Eres una engreída.
- Y tú un grosero – y él no pudo ocultar la sonrisa en sus ojos. Sin darse cuenta, él acercó más el cuerpo de Candy al suyo, aunque el vals exigía mayor distancia entre los danzantes. Candy se sentía tan contenta que no se dio cuenta.
Ese era el Terry que Candy amaba, despreocupado, de respuestas rápidas y miradas cálidas. No el impasible muro de silencio en que se había convertido últimamente. Afortunadamente las emociones de aquella noche parecían haberlo relajado haciéndolo comportarse de nuevo como el de antes.
Candy no sabía cuánto tiempo duraría el encanto, pero mientras se mantuviese esa sonrisa en la mirada de Terry y él siguiera insistiendo en bailar con ella una pieza tras otra, seguramente no tendría que hacer mucho esfuerzo por fingirse feliz ¿Era acaso su imaginación o esa era la tercera vez en la velada que le parecía que Terry bajaba la mirada como si las flores que adornaban su décolletage llamasen su atención por algún motivo desconocido?
Los pensamientos de Candy se vieron interrumpidos por la entrada en el salón de una joven que avanzaba con pasos lentos. Era Susannah Marlowe.
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Terry pudo advertir que el rostro de Candy palidecía. Sólo un segundo antes el cuerpo de ella se dejaba llevar por él y por la música con soltura. No obstante, ahora la mano de él podía sentir la tensión repentina en la espalda de la joven.
- ¿Qué pasa, Candy?- preguntó él en un susurro sobre el oído de la muchacha. La brisa de su aliento moviendo los bucles que adornaban las sienes de la joven.
- Es . . . Terry, no vayas a voltear ahora, pero . . . – dudó ella un instante.
- ¿Pero qué?
- Susannah acaba de entrar al salón – se animó ella finalmente a decir, convencida de que tarde o temprano él tendría que darse cuenta de la presencia de la actriz.
- ¿Y eso que tiene de raro? Es natural que haya llegado. Robert la invitó. Me extraña que se haya presentado tan tarde.
- ¿Tú sabías que ella vendría y no me dijiste nada? –indagó ella indignada.
- No pensé que te importara que ella estuviera o no presente – repuso él sin comprender la reacción de Candy. Según él recordaba las dos mujeres habían quedado en los mejores términos. En todo caso, Susannah le debía a Candy un par de favores muy grandes, pero ésta última no era de ese tipo de personas que espera algo a cambio de sus buenos actos. No había razón para que la presencia de Susannah alterase a Candy . . . a menos que . . .
- Bueno, yo . . . yo . . . no es que me importe – tartamudeó ella dándose cuenta de que de sus esfuerzos por controlar sus sentimientos eran todo un fracaso. La malicia en la expresión de Terry no le estaba ayudando en nada tampoco.
- ¿Entonces cuál es el problema?
- Yo creí que sería a ti a quien incomodaría – respondió ella suponiendo que una verdad a medias bastaría para satisfacer la curiosidad de Terry - Es decir, como ustedes rompieron . . . no sé . .
- Crees que estoy despechado por su rechazo ¿No? – indagó él mirando al fondo verde de los ojos de Candy. A penas podía creer lo que alcanzaba a leer en ellos ¿Era posible que ella pensara que él había llegado a enamorarse de Susannah?
"¡Dios mío! Tu ceguera es increíble, Candy," pensó él sintiéndose como si ella lo hubiese insultado.
"No se puede decir que tú te hayas esforzado últimamente por hacerle ver cuáles son tus verdaderos sentimientos" le contestó una voz interior, " sino todo lo contrario."
- ¡Yo no dije que estuvieras despechado! – protestó la joven sin saber cómo salir del lío en que se había metido – Solamente imaginé que dadas las circunstancias bajo las cuales ustedes se separaron te resultaría algo embarazoso volverla a ver, sobre todo en mi compañía.
- ¿Ah sí? Pues ahora mismo te voy a demostrar que estás equivocada.
Candy hubiese querido que la tierra se la tragara cuando Terry la condujo fuera del área de baile y con su mano firmemente posesionada de la cintura de la joven la llevó hacia la esquina en que Susannah se encontraba conversando con la esposa de Hathaway.
¿Qué hacer en situaciones como aquella? No podía salir corriendo, eso era cierto ¿Pero cómo se suponía que debía actuar cuando ella la viera? Un segundo después ya era demasiado tarde. Los ojos azul celeste de Susannah estaban ya clavándose en los de ella.
- Suzie, es un placer volverte a ver entre nosotros – saludó Terry extendiendo su mano con gesto decidido.
- El placer es todo mío, Terruce – contestó la joven respondiendo con serenidad al apretón de manos que le ofreció el actor – Encantada también de volver a verte, Candy – la aludida ofreció una sonrisa algo tímida cuando se dio cuenta que ya era imposible evitar el encuentro.
- Así que ya conocías a la esposa de Terry – exclamó la señora Hathaway.
- He tenido el honor de conocer a Candy desde hace un buen tiempo, señora.
- Así es. Tuvimos la oportunidad en cierta ocasión en que la compañía de su esposo estuvo de gira por Chicago – repuso Candy intentando sonar lo más natural posible.
- Ah, los tiempos en que Suzie trabajaba con nosotros fueron siempre buenos – comentó la señora Hathaway con un suspiro seguido de una sonrisa – Ustedes deben de ayudarme a convencer a esta chica testaruda para que se nos vuelva a unir. El escenario no es lo mismo sin ella. Se le ve tan recuperada e independiente que es una pena que desperdicie su talento recluída en Philadelphia.
- En eso estoy de acuerdo – sugirió Terry con una frescura tal que espantó a Candy. Ni siquiera un ápice de melancolía se podía sentir en su expresión.
- Pues les dejo para que intenten disuadirla. Tal vez tengan mejor suerte que yo. Parece que Robert me necesita a su lado – explicó la señora Hathaway dejándolos solos con Susannah.
Candy sintió que la lengua se le pegaba al paladar. Lo único que atinaba a hacer era mirar con asombro la figura delgada y elegante de Susannah. Sostenida por una pierna artificial que el vestido largo ocultaba a las mil maravillas no parecía quedar ya ni sombra de aquella imagen de chica inválida y confundida. La belleza refinada que siempre la había caracterizado parecía haberse acentuado y en el fondo de sus ojos pálidos parecía arder una llama diferente que la hacía verse más serena y más dueña de sí misma.
"Tan hermosa como siempre en ese vestido color lavanda," pensaba la joven, "con ese aire dulce y a la vez altivo. No me extraña que Terry acabara enamorándose de ella. Los recuerdos que tenía de mi, siempre comportándome como un muchachillo inquieto, no podían ser rivales para una criatura tan delicada como ella. No obstante, él parece ahora tan tranquilo ¿Será posible que la haya olvidado en tan poco tiempo?"
- Permítanme felicitarles por su boda, aunque sea tardíamente – se animó a decir Susannah rompiendo el silencio – Me parece que no podían haber tomado mejor decisión.
- No discuto eso, Suzie. Creo que las cosas terminaron de la mejor manera posible después de todo – contestó Terry dando un apretoncito a la cintura de Candy para impartirle cofianza – Creo que a ti también la vida te está sonriendo. Se te ve muy bien.
- Gracias, me he estado ocupando en mi rehabilitación en cuerpo y alma y ya ves, he logrado cierta independencia de la que me siento orgullosa.
- En horabuena – exclamó Terry con sinceridad.
- ¿Crees que podrías regresar a los escenarios? La señora Hathaway parece estar muy convencida de ello – dijo al fin Candy reencontrando su capacidad para hacer conversación.
- No lo veo muy factible- explicó la joven con admirable tranquilidad – aunque puedo caminar sin la ayuda de una muleta mi capacidad para moverme en el escenario no es la de antes. He estado considerando hacer algo distinto. Quiero ingresar a la universidad y estudiar literatura tal vez.
- Me alegra oirte hablar así. Tu madre debe estar orgullosa de ti – añadió Candy animándose a sonreír con renovada seguridad.
- Ella no está del todo de acuerdo con mis planes, pero tengo todo el apoyo de un nuevo amigo que me ha infundido fuerzas y confianza en mi misma.
Una punzada de curiosidad acestó el corazón de Candy al oir mencionar la existencia de un nuevo personaje en la vida de Susannah que parecía ser tan importante para ella. Desafortunadamente la conversación tomó otro giro. Poco después el trío tuvo que separarse pues la presencia de Susannah fue requerida por otros invitados y la pareja decidió continuar bailando.
Terry no volvió a tocar el tema de Susannah en toda la noche, y ni siquiera la mirada escrutinadora de Candy pudo descubrir el menor asomo de alteración en su comportamiento a causa de la presencia de la actriz. Siempre era posible que él simplemente estuviera fingiendo, cosa que sabía hacer a las mil maravillas. Sin embargo, algo le decía a la joven que esta vez la impasible actitud de Terruce era real.
"No te ilusiones, Candy," se dijo luego mientras se miraba en el espejo del tocador de damas, "Si él no está ya interesado en Susannah, eso no significa que vuelva a fijarse en ti."
"¿Entonces por qué no te quita los ojos de encima?" le contestó una vocecilla interior.
"Es sólo parte del trato. En casa, cuando estamos solos, es como si yo no existiera."
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La fiesta continuó hasta muy avanzada la noche. Poco a poco la concurrencia se vio limitada al círculo íntimo de los miembros de la compañía. Todos estaban ya cansados después de las muchas emociones de la jornada, pero por tradición permanecerían juntos hasta poder leer los diarios apenas salieran a la venta en las primeras horas del día. Eran las poco más de las cuatro de la mañana cuando uno de los mozos del hotel le entregó a Robert Hathaway la edición matutina del New York Times.
Candy observó la expresión imperturbable de su esposo. Mientras todos parecían pendientes de Hathaway mientras leía en voz alta los comentarios de los críticos sobre su trabajo de la noche anterior, Terry permanecía ajeno, distante. Era como si en ese momento nada fuera más importante que sorber lentamente el contenido del vaso que se había llevado a los labios. Los ojos fijos en el arreglo floral de la mesa, una mano descansando sobre el mantel; ninguna señal que denotara interés en las noticias.
La crítica era halagadoramente favorable. Lo primero que Hathaway leyó elogiaba su trabajo en el rol principal. Algunos miembros de la compañía aplaudieron al escucharlo y Hathaway les agradeció con una amplia sonrisa. Después se mencionaba la actuación de Karen Claise con aprovación algo conservadora. La aludida se sonrojó hasta las orejas cuando sus compañeros la felicitaron efusivamente.
Candy sintió que el corazón se le salía del pecho al anticipar que la siguiente crítica en ser leída sería la referente al trabajo de Terry. No alcanzaba a entender cómo es que el joven lograba mantenerse de una sola pieza cuando ella no podía contener la emoción. Sin pensarlo, Candy tomó la mano que el joven tenía abandonada sobre la mesa y le dio un fuerte apretón cuando Hathaway empezó a leer lo que eran solamente elogios para el joven actor.
Terry tuvo que hechar mano de todo su autocontrol para no saltar de su asiento. Podía soportar con dignidad y hasta indiferencia los engañosos elogios de la crítica neoyorkina, pero sentir que Candy tomaba su mano en un gesto de afecto era mucho más difícil de manejar.
- Mis felicitaciones, Terruce – dijo Hathaway al acabar con su lectura- Recibir una aprobación tan contundente por parte del New York Times es un honor dado a muy pocos actores noveles. Te lo mereces.
Terry inclinó la cabeza en gesto de agradecimiento y Candy pensó que por un momento corría por su rostro algo parecido a la satisfacción. Percatándose de lo que había hecho en un movimiento casi instintivo, la joven retiró su mano. Él no dijo nada.
Una vez terminado el ritual, los miembros de la compañía y sus familiares se despidieron y marcharon cada quien a sus casas para descansar al fin del ajetreado estreno.
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El viaje a casa transcurrió en silencio. Aunque ya eran poco más de las cinco de la mañana, aún no clareaba el día y las calles parecían aún dormidas. Candy, con la vista perdida en la ventanilla, podía sentir la inconfundible mirada de Terry sobre ella. En sus oídos sonaban aún los recuerdos de la velada.
El comportamiento de él durante esa noche había sido un continuo enigma para ella. A ratos encantador, a ratos callado. A veces acercándose, a veces retrocediendo a la distancia ¿Cómo debía interpretar sus atenciones? ¿Cómo entender su mutismo? Sintiendo que un ligero dolor de cabeza comenzaba a taladrarle las sienes, decidió que lo mejor era dejar de pensar en el asunto y tratar de dormir tan pronto como fuera posible.
Al llegar a la casa ambos descendieron del auto y se encaminaron a sus habitaciones. Se escuchaba solamente el sonido de sus pasos en el pasillo vacío, resonando en las paredes altas de la casa. Era aún temprano y los sirvientes todavía no comenzaban su trabajo. Candy sintió que el silencio le hacía aún más difícil soportar el peso de la presencia de Terry caminando a su lado y por un momento deseó que la habitación de él estuviera al otro extremo de la casa y no junto a la suya.
Finalmente la joven se detuvo frente a su puerta. Él hizo lo mismo.
- Terry . . .- inició ella rompiendo el silencio, pero manteniendo los ojos clavados en el suelo - . . . yo . . . quisiera agradecerte por la velada. . .
- No. No agradezcas nada – interrumpió él acercándose a ella. La joven sintió sobre de sí la sombra de él proyectándose con la leve luz matinal que se filtraba por una ventana – En lugar de eso dame algo a cambio.
- ¿A cambio? – preguntó ella confundida. Si Terry daba un paso más ella temía no poder ocultarle la fuerza de los latidos de su corazón.
- Mírame por lo menos una vez. Eso es todo – dijo él con voz enronquecida.
¿Había escuchado bien?¿Cómo debía interpretar una petición tan simple dicha con un tono tan inquietante. . . casi como un ruego? Con la mano apretando la perilla de su puerta para no dejar ver que estaba temblando, la muchacha alzó los ojos y los rayos del sol se estrellaron en sus pupilas.
- Nunca . . . en ninguna otra parte . . .- susurró él acercándose aún más- he visto un verde más intenso que este – el rostro de él descendió sobre el de ella hasta depositar un breve beso en la mejilla izquierda de la joven – Gracias a ti por ser mi dama esta noche – dijo finalmente él alejándose.
Incapaz de articular palabra Candy solamente siguió al joven con la mirada hasta que hubo desaparecido detrás de la puerta de la habitación contigua.
Continuará. . .