La
Trampa
por Mercurio
Capítulo
6
Amarga
Victoria
La
luna de los primeros días del otoño es especialmente brillante. Sus rayos
entraban por las ventanas arqueadas, proyectándose sobre el piso de la alcoba
ensombrecida. Candy se acercó, abriendo de par en par los ventanales para
permitir que el aroma del jardín interior entrara de lleno con su perfume de
pino y pasto mojado. La noche parecía ser interminable. Había llovido, cesado
de llover, para que luego el viento arrastrara las nubes dejando el cielo
despejado y la luna más grande y luminosa que antes. Candy ansiaba la llegada
de la aurora, pero el reloj no parecía avanzar como ella quería.
Los recuerdos de su discusión con Terry volvían a revelarse en su memoria una
y otra vez, sin permitirle encontrar el descanso nocturno. El vaciar su corazón
de todo el enojo acumulado no había tenido el resultado liberador que ella había
esperado. Todo lo contrario, solamente había conseguido aumentar la amargura.
Volvía a escuchar sus palabras y le parecía que no había sido ella quien las
había dicho; tan cargadas de ira y de injusticia le sonaban. Si bien era cierto
que tenía derecho a estar molesta con Terruce después de su conducta
inconsistente, ahora le parecía que se había extralimitado en el calor del
momento.
"Me he portado como un caballero contigo"
Le parecía escuchar que Terry le volvía a decir con indignación. Repasó
mentalmente las muchas veces que habían estado solos y no tuvo más remedio que
aceptar que había algo de verdad en las palabras del joven ¿No estaba él,
después de todo, haciéndole un favor al casarse con ella para salvarla de
Neil? ¿No se había tragado su orgullo aceptando la herencia de su padre, con
tal de ayudarla?
"¿Qué te ha pedido él a cambio de todos estos favores?" se preguntó
ella mientas una lágrima le escurría por la mejilla.
"¡Nada! No te ha pedido nada" se contestó inmediatamente y la
honestidad de la respuesta fue peor que una bofetada "¿Y cuando él te
dijo que era muy riesgoso el buscar un empleo ahora, cómo fue que le
contestaste?"
"Es verdad, fui demasiado grosera . . . sin embargo," repuso ella, aún
buscando justificación para su reacción, "él no tenía por qué tratarme
tan duramente. No tiene derecho alguno a jugar con mis sentimientos ni a
sermonearme como si yo fuera una niñita. Soy su esposa solamente de nombre y él
así lo ha dejado muy en claro más de una vez. No necesito ni su protección ni
sus atenciones inconsistentes."
"¿Entonces, por qué sientes un vacío en el pecho, como si hubieses
cometido un grave error . . . como si lo hubieses lastimado?"
Candy no pudo contestar esa pregunta en toda la noche.
Del
otro lado del vestidor que separaba ambas habitaciones la noche no pasaba más
amablemente. Sentado frente a un fuego que ardía mortecinamente, el joven sentía
el paso de las horas nocturnales sobre su espalda. Volvía a mirar aquellos ojos
iracundos y se preguntaba cuándo había sido la última vez que lo habían
mirado con dulzura. Recordó la noche del estreno en que habían bailado juntos
pieza tras pieza y se hundió de nuevo en las aguas verdes de sus ojos,
sintiendo una vez más en los labios la piel cálida de su mejilla.
En dos ocasiones dejó la habitación para salir al pasillo, deteniéndose luego
justo frente a la puerta de ella. Pero también dos veces se arrepintió del
intento y regresó a su cuarto, aún herido al recordar las últimas palabras de
ella:
"No voy a llevar el nombre de Grandchester por mucho tiempo. Eso es algo
que no debes olvidar"
A la mañana siguiente Harry no pudo disimular su asombro cuando su patrona le
pidió alistara el auto para salir.
- ¿La señora piensa salir?- preguntó sin rrecordar que Grandchester le hubiese
mencionado nada al respecto.
- Así es. Solamente me llevarás a Queens yy me esperarás en un sitio que yo te
señalaré - respondió Candy acomodándose un sombrero con plumas y tules en
diversos tonos de violeta.
- Señora, - protestó suavemente el empleaddo, que se veía cómicamente enorme
frente a la delicada figura de la joven - su esposo ha sido muy claro en sus órdenes.
No creo conveniente contravenirle cuando no está él presente.
- Pues ha habido un cambio de planes. Voyaa salir a visitar tres hospitales en la
zona de Queens. No te preocupes, conozco el área. No voy a perderme.
- Señora, usted comprenderá que pongo en rriesgo mi trabajo - volvió a objetar
Harry visiblemente incómodo.
- De ninguna manera, Harry. Tú seguirás siiendo mi empleado suceda lo que
suceda - repuso Candy poniéndose los guantes con la mayor tranquilidad del
mundo.
- Si le pasara algo a usted . . .
- Por el amor de Dios, Harry, eres peor quue mi tía abuela. No me va a pasar
nada. Vámonos ya - ordenó la joven con una sonrisa que el chofer no pudo
resistir - Mira, en el camino te contaré mis aventuras cuando me escapé del
colegio . . .
Las voces de Candy y su gigantesco chofer se fueron perdiendo en el pasillo.
Sophie observó desde la ventana cómo abordaban el auto y se perdían en la
ajetreada calle.
El camino a través de Manhattan y más allá del puente transcurrió sin
novedad. La muchacha hablaba sin cesar y pronto Harry fue olvidándose de su
nerviosismo. La señora Grandchester tenía la virtud de cautivar con la
frescura de su trato, de modo que pronto el chofer llegó a sentirse tan cómodo
como confiado.
Al llegar a la isla de Queens Candy le pidió a Harry que la esperara
estacionado frente a un café italiano y ella siguió sola su camino tomando un
autobús. La verdad era que la salida era un mero pretexto para estar sola y
caminar libremente. Había extrañado enormemente el simple lujo de poder
decidir a voluntad hacia donde dirigía sus pasos, sin tener que dar cuentas a
nadie de sus decisiones.
Desde que la tía abuela la había confinado en la mansión Andley la joven no
había tenido ni una sola oportunidad para salir sola. De eso hacía más de
seis meses. Apenas podía creer que había pasado tanto tiempo encarcelada. Sin
embargo ahora sus pasos sobre la acera eran seguros y alegres, por primera vez
en mucho tiempo.
Caminar despreocupadamente por la calle, ver a las mujeres y los niños deteniéndose
a mirar los escaparates de las pequeñas tiendas, perderse entre la multitud . .
. esa era la libertad por la cual valía la pena arriesgar todo. El aire otoñal
le acariciaba la mejillas, ayudándole a olvidarse, por lo menos temporalmente,
de la confusión que llevaba dentro. Sí, esa escapada, le pesase a quien le
pesase, era justo lo que necesitaba para olvidar lo que había pasado la noche
anterior.
Después de vagar en un estado eufórico por una media hora, Candy retomó su
plan y se dirigió hacia el distrito médico de la isla. Ahí se ocupó se
visitar tres hospitales que estaban solicitando enfermeras.
Tres horas más tarde salía del último hospital de su itinerario, un tanto
apenada de haber tenido a Harry esperándola por tanto tiempo.
"Bueno. Lo hecho, hecho está y no es hora para arrepentirme," se dijo
la muchacha apurando el paso hacia la parada de autobús. Si alcanzaba a tomar
el siguiente podría estar con Harry en unos veinte minutos más. La joven dobló
la esquina y al hacerlo miró de reojo. Un par de zapatos negros la seguían.
"No vas a sentir ahora delirio de persecusión," se dijo burlándose
de si misma. Continuó caminando por las siguientes dos cuadras, pero le fue
imposible ignorar los mismos pasos decididos sonando detrás de ella. La
muchacha, empezando a sentirse nerviosa, miró a su alrededor. De repente la
calle estaba vacía y solamente ella y el hombre a sus espaldas la transitaban.
La parada de autobús se podía vislumbrar ya a unos cincuenta metros. El ruido
de un motor empezó a distinguirse en la distancia. Sin mirar hacia atrás la
muchacha apresuró el paso y para su desmayo el hombre de los zapatos negros
empezó también a caminar más aprisa.
"Si no alcanzo ahora el autobús," se dijo la joven comenzando a
correr, "tendré que estar esperando en esta calle solitaria por veinte
minutos."
Aunque no quería aceptarlo, la imagen de Neil en aquella ocasión en que había
conseguido engañarla pretendiendo ser Terry volvió a su memoria. En ese
entonces había escapado de aquella casa junto al lago sin más que un buen
susto. No estaba segura de poder lograrlo por segunda vez. Con una punzada de pánico
sintió los pasos del hombre que corría tras de ella.
El autobús, después de detenerse un segundo en la parada, comenzó a retomar
su camino. Candy corrió con todas sus fuerzas. El hombre a sus espaldas también
corrió más aprisa.
"¡Dios mío. Se va...el autobús se va!"
La mano de la muchacha alcanzó el tubo de la puertezuela. Aún en movimiento
Candy logró poner el pie en el estribo del autobús. Con un respiro de alivio
lograba abordar el autobús dejando atrás al misterioso hombre que la seguía.
Había gente de pie y aunque la joven intentó moverse entre los pasajeros para
poder mirar por la ventana, cuando al fin lo consiguió sólo pudo ver un
impermeable gris que se perdía doblando la esquina.
Cuando Candy llegó al café donde su chofer la esperaba había tenido tiempo
suficiente para calmarse. Nadie debía enterarse de lo que había pasado, mucho
menos Harry, o no volvería a acceder a participar en otra escapada como esa. Sí,
tenía que reconocer que estaba asustada, pero no podía depender de otros para
protegerse. Después de todo, en unos cuantos meses se divorciaría de Terry y
no podría contar con nadie más para cuidarla que no fuera ella misma.
Esa misma noche Candy tuvo que cenar sola. Terry había dejado un mensaje con el
mayordomo avisando que no regresaría hasta muy tarde después de la función.
De modo que la joven se sentó a contemplar el plato de estofado sin atreverse a
comerlo. Recordó los eventos del día, especialmente las entrevistas a las que
había asistido en los hospitales. No le había agradado mucho la manera en que
el primer entrevistador la había mirado al hablar con ella. Era como si su
vestido de terciopelo y su sombrero parisino resultasen una mala referencia,
capaz de restar atractivo a sus credenciales profesionales.
En el segundo de los hospitales la mujer que la había entrevistado había
terminado reconociéndola, pues había visto su foto en los periódicos. Sobra
decir que la conversación había sido un fracaso, pues en lugar de concentrarse
en su historial de trabajo, la mujer había estado más interesada en conseguir
una entrada gratis al teatro.
A pesar de lo anterior, había corrido con mejor suerte la tercera ocasión. La
entrevista parecía haber sido positiva por lo que Candy pensaba que era
probable que le dieran el empleo. El único problema era que había sido
precisamente a la salida de ese hospital que el hombre misterioso había
comenzado a seguirla. Después de esa experiencia no le parecía una muy buena
idea tomar un trabajo en una zona tan poco transitada.
"Sí, me salí con la mía esta mañana," pensó picando el pollo con
el tenedor, "pero a decir verdad, no logro sentirme satisfecha, todo lo
contrario. Este vacío en el pecho duele demasiado."
Los minutos pasaron en el reloj y la cena quedó casi intacta sobre el plato. La
joven anunció que se retiraría a sus habitaciones temprano y Sophie la siguió
en silencio para ayudarla a desvestirse.
Mientras la doncella, con su acostumbrada lentitud, desataba los cintos del
corset de su patrona, Candy observaba su propia visión en el espejo. Aunque la
imagen le decía que no era fea, no podía recordar que Terry le hubiese
confesado alguna vez si le parecía bonita. En algún momento en el pasado él
había estado enamorado de ella; eso era algo de lo cual ella no tenía dudas.
No obstante, ni aún entonces él le había dicho una sola ocasión "me
gustas".
Inmediatamente su mente volvió las imágenes aún frescas de la noche del
estreno. En más de una ocasión ella había sorprendido al joven mirándola
intensamente, con una especie de insistencia extraña que la abochornaba. En
vano trató de buscar en su memoria alguna otra mirada similar que él le
hubiese dirigido en el pasado. No, ni una sola. Esta fuerza intimidante en sus
ojos era distinta.
"No tiene caso pensar en ello," se dijo en silencio dejando que Sophie
le cepillara los rizos que sueltos le caían ahora sobre la espalda , "Sea
lo que sea eso que pasó entre nosotros la otra noche, es evidente que no fue
para él muy importante."
Sophie acomodó la bata de dormir de Candy sobre una silla, saliendo luego del
cuarto sin hacer ruido. Una vez sola, la muchacha se tendió en la cama
apretando la almohada entre los brazos.
"¿Dónde estará él ahora?" pensó ojeando al reloj que descansaba
sobre su mesa de noche, " La función debe haber ya terminado . . . Dijo
que regresaría mucho más tarde . . ."
La ineludible duda se metió a hurtadillas en su corazón e imágenes de Terry
buscando compañía en algún lugar incierto y lúbrico le quitaron la paz y no
la dejaron dormir, aún después de que los pasos inconfundibles de Terry se
escucharon en el pasillo a altas horas de la madrugada.
Durante las dos semanas que siguieron los sentimientos más nobles del corazón
terminaron siendo vencidos por el orgullo. Un tácitamente acordado silencio
sobre lo sucedido, una tirante cortesía y una falsa indiferencia caracterizaron
los escasos momentos compartidos. Él procuraba nunca estar a solas con ella si
los sirvientes no estaban presentes y ella, a su vez, evitaba su presencia tanto
como le era posible.
Eran ya las diez aquella mañana cuando Candy dejó la cocina después de hacer
los últimos arreglos sobre la despensa. El murmullo apagado de su falda de
muselina almidonada era el único que podía escucharse en el pasillo. Con un
suspiro de fastidio la joven se detuvo frente a un espejo y revisó de nuevo el
rodete alto en que tenía recogido su cabello y los olanes de la blusa blanca
que llevaba puesta.
- Señora, disculpe, hay una dama en el reccibidor que desea verla- dijo Spencer
acercándose a Candy.
- ¿Dijo su nombre? - preguntó la joven vollviéndose.
- Sí, dijo llamarse Susannah Marlowe - reppuso el hombre. La joven palideció
visiblemente al escuchar la respuesta de Spencer y éste se preguntó si acaso
había cometido un error al permitir entrar en la casa a la visitante - ¿Debo
decirle que no podrá recibirla? - preguntó él intrigado.
- Oh, no. De ninguna manera - respondió laa joven reaccionando - La veré
inmediatamente.
Sombrero con cintas de satín púrpura, un saco de lana color malva con ribetes
de raso, una falda que le hacía juego y un bastón de laca negra con puño de
plata llenaron la vista de Candy al entrar al recibidor. Susannah no parecía más
la chica inválida de otro tiempo, sino una mujer hermosa y segura de sí misma.
- ¡Susannah! ¡Qué sorpresa! - exclamó Canddy y sintió instintivamente que al
igual que ella había hecho segundos antes, Susannah también la observaba rápidamente,
tomando cuenta de su apariencia y semblante - Pero por favor, toma asiento.
Ambas mujeres intercambiaron las cortesías de costumbre y no pasó mucho rato
antes de que ambas se sentaran juntas a hablar y tomar el té.
- Te estarás preguntando el propósito de mmi visita - dijo al fin Susannah
dejando ya de lado las formalidades.
- A decir verdad sí - contestó Candy dejanndo sobre el plato su taza casi
intacta.
- He venido a despedirme. Parto esta tardee de regreso a Philadelphia - contestó
la joven directamente - Ya he abusado mucho de la hospitalidad de los Hathaway y
debo volver a casa para continuar con mis planes.
- Entiendo. Supongo que debes estar ansiossa de echar a andar tus nuevos
proyectos - repuso Candy con una sonrisa. Susannah pudo sentir que la
cordialidad de su interlocutora era sincera y se relajó aún más para
continuar con aquello que tenía que decir.
- Así es, pero no quería marcharme sin anttes hablar contigo, Candy.
- ¿Conmigo? - indagó la joven intrigada.
- No lo menciones siquiera. Fueron momentoos muy difíciles para todos que es
mejor dejar en el pasado - se apresuró Candy a decir comenzando a pensar que la
conversación tomaría un tono por demás incómodo.
- Debo hacerlo. Prométeme que al menos me escucharás lo que necesito decirte -
rogó Susannah poniendo su mano sobre la de Candy y viendo que la joven asentía
se animó a continuar con su discurso - Yo . . . aún no alcanzo a entender lo
que me llevó a pensar que la única salida que me quedaba era quitarme la vida.
Ahora sé que aquel intento fue la segunda cosa más estúpida que jamás he
hecho.
- ¿La segunda? - se atrevió a preguntar Caandy intrigada.
- Sí, porque la primera, el peor error quee he cometido, ha sido obrar con
injusticia con Terry y contigo.
- No te entiendo, Susannah, yo jamás sentíí que me trataras injustamente.
- Pero, lo hice - replicó la joven bajandoo la cabeza avergonzada - Yo sabía
muy bien que tú y Terry estaban enamorados. Lo supe desde mucho antes que
sucediera el accidente y aún después de que tú bondadosamente me salvaste la
vida me negué a entender que no había lugar para mi en la trama de esta
historia. Todo lo contrario, abusé de tu buen corazón y mi condición de inválida
para tomar el lugar que te pertenecía . . . yo . . . - la voz de Susannah se
quebró y unas lágrimas que ella no pudo contener rodaron por sus mejillas.
- Susannah, por favor, no sigas. Solamentee te estás haciendo daño . . . Créeme,
no es necesario - interrumpió Candy visiblemente conmovida.
- Debo . . . debo hacerlo - continuó la jooven enjugando sus ojos azules con su
pañuelo y tomando un respiro para continuar - Debo confesarte que esa noche,
cuando te marchaste y Terry me prometió que se quedaría a mi lado fui feliz.
Estaba segura que él llenaría toda mi vida y que terminaría amándome tanto o
más que a ti. No tuve ni un solo remordimiento, ni consideré el mal que te hacía
a ti y al propio Terry al interponerme entre ustedes. Solamente pensaba en mi y
me engañaba diciéndome que él también sería feliz después de un tiempo.
Eso nunca sucedió.
El rostro de Candy fue poco a poco transformándose al ir escuchando la confesión
de Susannah. Era como si una sombra de amargura lo cubriera, oscureciendo el
brillo de su mirada.
- Pasaron los días, las semanas, los mesess - continuó Susannah con voz débil
- y nunca pude ver en sus ojos esa expresiión de secreta alegría que él tenía
cuando leía tus cartas. Lo vi hacerlo tantas veces, cuando él pensaba que
estaba solo. Pero eso parecía ser cosa del pasado solamente. Para mi él únicamente
tenía una expresión amable y hasta dulce . . . mezclado con algo que después
comprendí era compasión. Terry se fue consumiendo en silencio por tu ausencia
y yo no quería aceptarlo, hasta que un buen día llegó a mi casa a anunciarme
que haría un largo viaje, del cual no sabía si volvería alguna vez.
- Él nunca debió haber hecho eso. Faltó a su promesa - dijo Candy, su sentido
de justicia ofendido por la actitud de Terry.
- Yo tampoco había cumplido la promesa quee te había hecho - respondió
Susannah levantando los ojos que hasta entonces había tenido clavados en la
alfombra - No lo había hecho feliz como se suponía. Así que, sintiéndome
igualmente culpable le dije que aceptaba su decisión sin reclamos. Inclusive le
sugerí que estaba dispuesta a esperarlo todo el tiempo que él quisiera, pero
el no quiso aceptarlo. De modo que terminamos. No volví a saber de él en mucho
tiempo y creí que moriría.
Candy pensó secretamente que ella conocía bien los sentimientos de
desesperanza y abandono que le describía Susannah. Era tristemente irónico que
ambas los hubiesen sentido por causa del mismo hombre.
- Fue entonces que, una tarde que mi madree había conseguido animarme a salir a
pasear por Central Park, conocí a alguien que cambió mi vida.
- El amigo del cual nos hablaste la últimaa vez, supongo - inquirió Candy. Su
curiosidad femenina volvió a reanimarse.
- Sí. Es una persona simplemente maravilloosa. Podría decirse que no necesité
mucho tiempo para sentirme como si lo hubiese conocido de toda la vida. Pronto
le había ya contado toda mi vida y él ya me estaba regañando por mi
resistencia a hacer terapia, como si fuera mi papá.
- Fue él quien te convenció para que iniciiaras tu rehabilitación, me imagino
- replicó Candy con una leve sonrisa.
- Así es, pero eso es solamente parte de llo que él me dio. Él me enseño a
verme de una nueva manera. Me hizo entender que yo no valía ni por el éxito
que pudiera encontrar en el escenario, ni por el amor de un hombre, sino que mi
valor era intrínseco. Por él comprendí que mi felicidad estaba dentro de mi y
por lo tanto no importaba qué camino emprendiese, siempre y cuando fuese uno
digno de mi. También gracias a él pude ver por primera vez que había obrado
injustamente contigo y con Terry. No sabes lo avergonzada que me sentí cuando
al fin me miré con honestidad al espejo. Me vi débil, egoísta, dependiente;
no me gustó lo que miré. Por eso decidí que era tiempo de cambiar de actitud.
Mi amigo solamente estuvo a mi lado por un tiempo muy corto, pero fue el
suficiente para hacerme entender todas estas cosas y tomar nuevas resoluciones.
Fue como un volver a nacer. Tiempo después Terry volvió a buscarme.
Candy sintió que el corazón le latía con más fuerza. Aprobaba todas las
cosas que Susannah había dicho acerca de sus resoluciones, pero no alcanzaba a
entender por qué había decidido rechazar a Terry cuando éste había intentado
regresar con ella ¿No era eso prueba de que él había llegado a amarla
genuinamente? ¿Era acaso que el nuevo amigo de Susannah había terminado
desplazando a Terry en el corazón de la joven?
- Cuando supe que él quería volver conmigoo creí por un breve instante que
esta vez las cosas serían diferentes - continuó Susannah volviendo a bajar la
mirada - Imaginé que al estar lejos había llegado a descubrir en su corazón
un amor real hacia mi y por eso quería volver conmigo. Si sus sentimientos en
realidad habían cambiado yo ya no podía sentirme culpable, podía ser libre
para amarlo sin sentir que le estaba robando a otra lo que por justicia le
pertenecía . . . pero estaba equivocada.
Los ojos verdes de Candy se abrieron de par en par al escuchar las últimas
palabras de Susannah, pero sus labios guardaron silencio.
- Sólo bastaba escucharle hablar para enteender que tú aún ocupabas todo. Yo
no tenía derecho sobre un corazón que se resistía a darme espacio. Pude ver
que él solamente me estaba buscando por las mismas razones de antes, por honor,
por compromiso, por agradecimiento. No sentí que fuese lo correcto y como no
estaba dispuesta a cometer la misma injusticia dos veces no pude aceptar el
ofrecimiento de Terry.
- ¿Entonces lo rechazaste . . . por . . . por mi? - preguntó Candy confundida
y asombrada.
- No Candy - replicó Susannah con un brilllo de orgullo en su mirada - Te debo
la vida y eso no lo olvido, pero creo que más bien lo hice por mi. He aprendido
que no tengo por qué conformarme con un amor ajeno cuando seguramente puedo
encontrar uno que será mío por derecho.
- ¿El de tu nuevo amigo, quizá? - preguntóó Candy sin poder contener más su
curiosidad.
- ¡Oh, no! ¡En absoluto! - replicó Susannaah con firmeza - La amistad entre él
y yo está totalmente desprovista de matices románticos. No hay nada en esa
dirección. Yo me refería más bien a ese alguien que aún no conozco, pero que
seguramente encontraré tarde o temprano ¿No crees?
- Si . . .claro . . .estoy segura que lo eencontrarás . . . pronto -
atropellando las palabras.
- Eso espero. Mientras tanto, me alegro dee la decisión que tomé en su momento.
Cuando me enteré de que tú y Terry se casarían supe que había hecho lo
correcto. Quiero que sepas que acepté la invitación del señor Hathaway para
el estreno porque quería ser testigo de la felicidad de Terry.
- ¿Y qué fue lo que encontraste? - pregunttó Candy temiendo la respuesta de su
interlocutora.
- Ni siquiera necesité verlos juntos. Me bbastó con mirar a Terry en el
escenario y escuchar las primeras líneas que recitó esa noche para entender
que cada línea iba dirigida a ti, al igual que antes. Hice lo correcto.
Solamente quería contarte esto y agradecerte nuevamente porque gracias a ti
pude vivir para entender todas estas cosas.
Aun cuando la visita de Susannah no duró mucho tiempo más, las palabras de la
joven quedaron resonando en los oídos de Candy durante todo el día y aún
durante la larga noche de insomnio que siguió.
Candy no alcanzaba a conectar las piezas de aquel rompecabezas. Susannah había
estado tan segura de que Terry no la amaba que no había dudado en rechazarlo.
Al parecer estaba tan convencida del amor de Terry por Candy que había apostado
su destino en lo que creía un acto de justicia y desprendimiento. Luego, al
volver a ver a Terry, lejos de pensar que se había equivocado, sentía que había
hecho lo correcto.
Sin embargo, la otra parte de la historia que Candy conocía se veía tan
distinta. Terry, libre ya de su compromiso con Susannah, en lugar de correr a
buscarla - como hubiese sido lo lógico en caso de que aún la amara - había
continuado con su vida sin mover siquiera un músculo para provocar un
reencuentro. Esa no era la conducta de un enamorado.
Habían pasado cuatro meses entre el rechazo de Susannah y la visita de Terry a
Chicago con el propósito de ayudarla a salvarse de Neil. Había tenido tiempo
suficiente para buscarla y no lo había hecho. Aún peor, al ofrecerle su mano
en matrimonio nunca había hablado de amor. De Terry sólo había recibido una
propuesta amistosa, un favor hecho una amiga en un momento de aprieto, un
estratagema ingenioso. Nada más.
Los meses que había pasado al lado de Terry, su indiferencia, su distancia no
parecían decir lo contrario . . . ¿Qué pensar entonces de lo que Susannah le
había dicho? Por más vueltas que le daba al asunto, no lograba aclararlo ni
siquiera un poco. Dos días más tarde un nuevo evento contriburía a complicar
las cosas aún más.
Sophie entró a la habitación sin que su patrona la escuchara. Observó por un
momento a la joven rubia mirando por la ventana con expresión ausente. Había
notado que con frecuencia observaba a los transeúntes que atravesaban la
avenida como si quisiera poder huir y perderse entre los paseantes. Era claro
algo la tenía sumamente preocupada. La doncella había echado de ver que su señora
había estado adelgazando en las últimas semanas, como lo atestiguaba el hecho
de que sus vestidos le quedaban ligeramente más flojos que antes.
A ratos le daba pena ver a una mujer tan joven y bonita sumirse en una tristeza
tan profunda. No obstante ella misma tenía penas propias por las cuales
preocuparse y si no descubría algo importante pronto, no podría resolver su
problema.
- Señora,- dijo al fin la doncella rompienndo el silencio - Este paquete y esta
carta vinieron en el correo para usted, esta mañana.
Candy, saliendo de su trance, extendió la mano para tomar el pequeño paquete y
la misiva que la sirvienta le extendía. La muchacha agradeció a Sophie y ésta
se apresuró a dejarla sola.
La joven rasgó el papel y pronto descubrió una caja de terciopelo. En el
interior había un broche de oro con una imagen de porcelana en el centro. Era
una pintura miniatura de una paloma y unas flores.
"¿Qué podría significar esa joya?" pensó intrigada, dirigiendo
entonces su atención hacia el sobre que había acompañado al paquete. No
necesitó abrirlo para entender quién estaba detrás de todo aquello. La
escritura de rasgos largos y decididos era inconfundible. Con dedos nerviosos
abrió el sobre. Si bien no tenía dudas quien mandaba la carta, le intrigaba
mucho qué podía contener en sus líneas:
Candy:
Este silencio entre los dos me es insoportable. Ya no me importa quien pudo
haber tenido la razón y quien se equivocó en esa discusión sin sentido. De
todas formas sé que yo fui quien provocó el problema en un principio y te pido
disculpas.
Estás en todo tu derecho si de todas formas ya no quieres volver a hablarme.
Sin embargo ¿no crees que sería mejor que pudiéramos vivir en términos más
amables el tiempo que tengamos que estar juntos? Te pido al menos que consideres
darme una tregua. Déjame probarte que puedo comportarme a la altura de las
circunstancias.
Si aceptas mi propuesta usa esta noche el broche que te envío. Considéralo
nuestra bandera de la paz. Si crees que ni siquiera merezco la oportunidad devuélveme
el broche durante la cena. Yo sabré aceptar tu decisión.
Terry
Candy dejó caer la carta sobre su secreter ¿Qué se suponía que debía de
hacer ahora? Justo cuando creía que Terry no podía ya sorprenderla, el hombre
hacía un movimiento totalmente inesperado. Aquello era sencillamente injusto.
- No, no, la falda azul marino y la blusa crema. La que tiene cuello alto y
bordados de rococó al frente. - señaló Candy a Sophie cambiando por tercera
vez de opinión en la noche.
Con marcado nerviosismo la joven siguió los preparativos de su toilette aún
incapaz de tomar una decisión. El corazón le pedía a gritos una oportunidad
para Terry, aunque fuese solamente para mantenerse como amigos. La razón sin
embargo le decía que era mejor guardar la distancia establecida. Al final,
cuando tuvieran que divorciarse, dolería menos la separación ¿Pero qué si
Susannah no estaba equivocada? ¿Qué si él realmente aún la amaba y estaba
inseguro de confersárselo?
"¿Terry, inseguro con una mujer?" se decía ella incrédula, "No
me parece muy probable . . . no él . . . no obstante. . ."
El broche continuaba aún en su caja, la cual ella no dejaba de mirar de tiempo
en tiempo. El corazón latiéndole precipitadamente en indecisión.
Sophie peinó los rizos de la joven en una sencilla cola de caballo adornándola
con un listón de terciopelo azul oscuro que hacía un hermoso contraste con el
color dorado de su cabellera.
- ¿Piensa usar algún camafeo o broche en eel cuello de su blusa, señora? -
preguntó la doncella dando los últimos toques al atuendo de su patrona.
- No . . .yo . . .luego lo decido, Sophie.. Tú adelántate y dile a Lucy que
sirva ya la cena. En un momento más bajo.
Obedeciendo inmediatamente sus órdenes la mujer asintió con la cabeza y dejó
la habitación. Candy, una vez sola, se quedó de pie unos minutos. De repente,
en un impulso, tomó la cajita y la guardó en su bolsillo. Sin llevar el broche
puesto bajó al comedor.
Sentado, con los dedos tamborileando en la mesa, Terry observaba sin interés
los movimientos de los sirvientes que comenzaban a servir la cena. Fuen entonces
cuando Candy entró al comedor. Los ojos de él revisaron de inmediato su
atuendo y la muchacha pudo percibir claramente la desilusión en el rostro de él.
Sin embargo, fiel a su promesa, él no dijo nada.
Comieron el primer y segundo platillo en casi total silencio, apenas dirigiéndose
la palabra en los momentos en que la cortesía o la necesidad obligaban a
intercambiar frases sin importancia. Cuando se hubieron servido los postres,
Candy les pidió a los sirvientes que se retiraran.
La joven repasó con la mirada la habitación, como si quisiera cerciorarse que
realmente estaban solos. Con la mano temblándole ligeramente sacó la cajita
del bolsillo de su falda y la puso en la mesa. Terry la observaba en silencio.
Era imposibe leer emoción alguna en el rostro del joven.
Sin decir nada más, la muchacha abrió la caja. Con lentitud y sin dejar de
mirar al joven, extrajo el broche y se lo prendió al cuello de su blusa. Los
labios de Candy se fueron plegando levemente, hasta esbozar una suave sonrisa.
En señal de buena voluntad la joven extendió su mano al joven, pero éste, en
lugar de estrechársela, se la llevó a los labios depositando un beso breve.
- Gracias - dijo él haciendo que su miradaa se encontrara con la de ella y la
tregua quedó sellada.