LA TRAMPA

Po r Mercurio

 Capítulo 8

Error de juicio

 

Los ojos verdes de Candy reflejaron con asombro la verdura misma de los follajes a su alrededor.  Con su acostumbrada capacidad para hacer una fiesta de los detalles más simples, la joven iba devorando con la mente y la mirada la belleza inesperada del gigantesco invernadero del Jardín Botánico del Bronx. La escasa luz otoñal se filtraba libremente a través de los enormes cristales de la construcción victoriana y en el interior las plantas lucían una inusual lozanía.  

-         Nunca pensé que existiera un lugar como este en pleno invierno – exclamó ella mientras en el fondo pensaba que se había vuelto una agradable costumbre el caminar del brazo de Terry siempre que estaban en público.

-         Imaginé que te gustaría – contestó él complacido al ver el entusiasmo que el lugar había despertado en ella– es como cortar un pedazo de verano y poder llevártelo a casa para mirarlo en cualquier época del año ¿No?

-         Es lindo, en verdad muy lindo. Gracias por traerme – añadió ella con una sonrisa apenas esbozada detrás del velo de tul de su sombrero.

 

La pareja caminó a lo largo de las avenidas del invernadero admirando las plantas hasta encontrar una banca cerca de la fronda de un rosal de enormes proporciones. Ahí se sentaron a tomar los refrigerios que habían llevado y a conversar animadamente. Mientras la joven acomodaba los alimentos sobre un pequeño mantel en el asiento de la banca, una sonrisilla asomó a sus labios, como si una idea traviesa estuviera jugueteando en su mente.

 

-         ¿Qué pasa?-  preguntó él intrigado y divertido a la vez- ¿Es que los cubiertos te han contado un chiste que yo no escuché? Al menos deberían ustedes tener la decencia de compartirlo.

-         No es un chiste – rió ella, acomodando los emparedados y la ensalada en los platos – es solamente un recuerdo de la infancia. Alguna vez te conté que Annie y yo solíamos ir de pic-nic durante los días de la primavera. Nos gustaba ir a recoger flores silvestres en la Colina de Pony y hacernos guirnaldas con ellas.

-         Sí, creo recordarlo, pero no le veo la gracia – insistió él curioso mientras jugueteaba con la ensalada en su plato. La verdad, tenía mucha más hambre de las sonrisas de Candy que de otra cosa.

-         Bueno, lo que sucede es que acabo de recordar que en una de esas ocasiones se nos ocurrió llevar con nosotros la botella de vino que la Señorita Pony guardaba en su alacena.

-         ¿Robaron el licor de esa buena señora? ¡Seguramente debe haber sido todo idea tuya! Deberías de sentirte avergonzada – le reconvino Terry fingiendo indignación y cruzando los brazos en señal de desaprobación.

-         Sé que no fue la mejor idea que pudo habérseme ocurrido, pero imaginé que si la Señorita Pony lo guardaba con tanto cuidado debería de tratarse de algo muy bueno. En cierto modo, la ocasión ameritaba hacer algo extravagante – replicó ella sin perder la picardía en su expresión al dar una mordida a su emparedado.

-         ¿Y se puede saber qué ocasión tan importante era esa? – indagó el joven levantando una ceja con incredulidad.

-         Teníamos apenas unos seis años y  Annie pasaba uno de esos días en que se sentía más triste que de costumbre por no tener padres, así que había que hacer algo especial para alegrarla.

-         Claro, y aunque sólo eras una chiquilla se te ocurrió que el alcohol era buen remedio para las penas ¡Qué intuición! – comentó él burlón.

-         No tenía la menor idea de lo que la gente opinaba sobre la bebida, pero esa misma tarde Annie y yo pudimos comprobar que si bien el vino no sabía como la limonada, tenía efectos muy curiosos en la gente.

-         Ya puedo imaginármelo, dos párvulas robando y bebiendo a hurtadillas. Aquello debió haber sido un espectáculo muy vergonzoso – sentenció él con fingida severidad.

-         Vamos, no exageres. Yo conozco otras historias de embriaguez que son mucho más bochornosas ¿Acaso debo recordarte cuál era tu pasatiempo preferido en la  época del colegio, Terruce? – respondió ella siempre lista para el juego verbal. Sin embargo, lejos de responder con su acostumbrada ironía juguetona, los ojos de Terry perdieron el brillo y el silencio remplazó a la charla por unos instantes.

-         ¿Qué pasa, Terry? – preguntó la joven, preocupada - ¿Dije algo malo?

-         No, sólo has dicho la verdad. – respondió él desviando la mirada, mientras dejaba el plato sobre la banca – El alcohol y yo tenemos una historia de la cual no puedo sentirme orgulloso.

-         Yo . . . yo no quise decir eso – repuso Candy asombrada del aire distante y solemne que había adquirido la expresión en el rostro de Terry - No puedo decir que apruebo las cosas que hacías en la época del colegio, pero de eso ya hace mucho tiempo. Desde que dejaste Inglaterra cambiaste mucho . . . para bien – le animó ella con el tono más dulce que podía producir su voz.

El joven recargó la espalda sobre el respaldo del asiento y relajando el cuerpo como en señal de cansancio dejó escapar un suspiro.

-         ¿Te puedo hacer una pregunta personal, Candy? – preguntó él finalmente después de una incómoda pausa. La joven solamente atinó a asentir con la cabeza, tan intrigada la tenía la actitud seria y hasta melancólica que el hombre había adquirido súbitamente – Dime por favor por qué te obstinas siempre en ver virtudes que no existen en cada persona que te rodea.

-         No te entiendo – repuso ella aún más confundida.

-         Quiero decir que tú piensas demasiado bien de los demás,  y lo peor del caso es que no te expresas así de la gente por fingir bondad o candidez, sino porque realmente así lo sientes ¿Por qué, Candy? ¿No te das cuenta que tarde o temprano todos acabaremos decepcionándote? – inquirió él volviéndose a mirarla directamente a los ojos y la muchacha pudo sentir un extraño escalofrío recorriéndole la espina dorsal.  Había en la mirada de Terry un brillo de angustia que en el contexto de sus palabras resultaba para Candy un verdadero misterio.

-         Diferentes personas ven cosas diferentes en los demás – respondió ella en voz tan baja que Terry tuvo que inclinar la cabeza un poco más para poder escucharla – yo . . . no soy tan buena como tú piensas. Inclusive, he llegado a odiar a Neil y a Eliza. Es un sentimiento horrible, que hace mucho daño y te deja un vacío helado en el pecho . . . pero la mayor parte de las personas que he conocido no son así ¿Por qué no habría de creer en ellos?

-         Porque podemos lastimarte – contestó él  atreviéndose a tomar entre sus dedos un rizo rebelde que habiendo conseguido escapar del peinado de la joven le acariciaba la mejilla izquierda.

-         ¿Lo harías tú? ¿Crees tú que me decepcionaría de ti? – preguntó ella tratando de encontrar una respuesta para su pregunta en el fondo de los ojos tornasol de Terry.  Solamente pudo leer en ellos una reservada tristeza que no podía entender. “Cuánto quisiera poder aliviar esa eterna melancolía tuya, Terry”

-         Si te contara algunas cosas que hice después de . . . – se detuvo él un segundo, no queriendo aludir directamente al recuerdo de la separación que ambos habían decidido callar- . . . después de . . . después de que dejé Nueva York para vagar si rumbo fijo. Si me hubieses visto entonces seguramente te habrías avergonzado de mí. Si supieras que yo . . .

-         ¡Calla! – le interrumpió Candy poniendo sus dedos sobre los labios del joven en un impulso que la hizo olvidar la intimidad del contacto-  No tiene caso que te atormentes. Sea lo que sea que hayas hecho con tu vida en ese tiempo es cosa del pasado. Lo que yo veo ahora es el Terry que siempre he conocido . . . el que tiene un corazón noble y un alma libre. Nunca podría avergonzarme de alguien como tú.

Sorprendido por el aquel estallido de fe y afecto Terry se quedó un instante como petrificado. Sin embargo, las suaves yemas de los dedos de Candy presionadas apenas sobre sus labios comenzaron a quemarle la piel.  La muchacha también percibió la tensión creciente entre los dos y por primera vez se dio cuenta de que su gesto había ido más allá de los límites de la propiedad. En un movimiento reflejo, Candy quiso retirar su mano pero Terry, anticipando su intención,  retuvo los dedos de la joven sobre sus labios para luego plantar un beso en la palma blanca que le ofrecía una furtiva indulgencia sensual que ninguno de los dos esperaba. La sensación fue breve en duración, pero dejó en ambos un delicioso desasosiego que duró largo rato.

-         Gracias – musitó él liberando la mano de Candy, no sin lamentar la pérdida de aquel calor suave y reconfortante que le había cubierto el rostro por unos instantes.

-         No . . . no es nada . . . yo – empezó  la muchacha a balbucear,  pero fue interrumpida de seco por un cambio violento en la expresión del joven. Los ojos del muchacho parecían haberse encontrado con algo desagradable  por encima de los hombros de Candy .

-         No voltees ahora – dijo él desviando la mirada – Con la mayor naturalidad del mundo guardemos las cosas en la canasta y volvamos al auto.

-         ¿Pero qué pasa, Terry? Parece que hubieras visto un fantasma – preguntó ella desconcertada por las palabras del joven.

-         Solamente haz lo que te digo y todo saldrá bien. Luego te explico – contestó él y ambos se dedicaron a recoger sus pertenencias.

Aún mareada por tantas emociones contradictorias vividas una tras otra en escasos segundos, Candy se levantó de la banca  alegrándose de poder sostenerse del brazo de Terry.  Con paso lento el joven la guió por los pasillos del invernadero pretendiendo establecer con ella una conversación vanal en la cual ella participó con alguno que otro monosílabo.

Finalmente, después de una vuelta a lo largo del jardín que a ella le pareció eterna, Terry decidió salir hacia el estacionamiento y abordar el auto.

-         ¿Me puedes decir ahora a qué se debió tanto misterio? – preguntó Candy cuando los dos estuvieron ya a bordo del vehículo y el chofer les llevaba  de regreso a Manhattan.

-         Vi a uno de los individuos que frecuentemente se pasean frente a la casa – dijo él y Candy leyó una mezcla de indignación y preocupación en el ceño ligeramente fruncido del joven – De hecho, me di cuenta de su presencia desde minutos antes, pero había estado dejando pasar el tiempo para comprobar que nos seguía. No me cabe duda ahora de que alguien está demasiado interesado en verificar cada uno de nuestros movimientos ¡Esto ya es demasiado!

-         Pero no teníamos por qué salir del jardín como si tuviéramos miedo de ese hombre ¿Qué podría hacernos en un lugar público? – preguntó ella que se resistía a dejarse intimidar.

-         No quiero arriesgarme a nada estando tú presente, Candy. Tú eres mi responsabilidad y no pienso descuidarla. Es todo – repuso él tan terminantemente que ella no se animó a protestar y guardó silencio por un buen rato.

Candy no olvidaba la vez que alguien la había estado siguiendo durante su escapada a Queens. Era imposible no relacionar los sucesos.

 

-         ¿Crees tú que Neil esté detrás de todo esto? – preguntó ella al fin rompiendo el silencio. Ya sabía la respuesta, pero necesitaba escuchar que Terry confirmara lo evidente.

-         No lo creo; estoy seguro de ello- replicó él aún visiblemente molesto-  Odio tener que actuar solamente a la defensiva con ese bastardo, pero sin pruebas no podemos hacer nada aún.

-         ¿Aún? – preguntó Candy sintiendo que Terry le ocultaba algo.

-         Quiero decir que no me doy por vencido – explicó él tratando de parecer más tranquilo - Te juro que voy a encontrar la manera de quitártelo del camino de manera definitiva, mientras tanto tienes que prometerme que tendrás mucho cuidado . . . sobre todo ahora que estaré ausente unas semanas.

 Candy se quedó sin habla por un instante. La sola idea de tener que separarse de Terry por unos días le resultaba insufrible. Él advirtió la impresión negativa que la noticia había tenido en la joven y brevemente atesoró una esperanza.

 

-         Había olvidado mencionártelo. La temporada está llegando a su fin y usualmente damos un tour de dos o tres semanas por el centro y sur del país antes de Navidad – explicó él tratando de adivinar si su inminente ausencia era la causa de una súbita palidez en el rostro de Candy - ¿Te importa?

-         ¡No!   . . .  en lo absoluto – replicó ella intentando recobrar la compostura.

 Él desvió la mirada y no dijo más. Seguramente otra vez se había equivocado . . . . sin embargo, aquella mañana se había sentido más cerca de ella que nunca antes. Tal vez, sólo tal vez . . . 

 

 

Las emociones del día había sido demasiadas para Candy que esa noche decidió irse a la cama más temprano.  Cuando Sophie se hubo retirado al terminar de ayudarla a desvestirse Candy se llevó inconscientemente la mano al rostro. Podía aún sentir los labios de Terry besándole la palma y causándole vértigos con su toque.

“¡Terry!” suspiró la joven adormecida, “A ratos distante . . .  a ratos dulce y cariñoso! ¿Qué es lo que realmente sientes por mi?”

Con este último pensamiento la joven se quedó dormida profundamente y las horas de la noche comenzaron su vuelo casi imperceptible sobre los habitantes de la casa igualmente en reposo.

 

   

Los días pasaban y Sophie se sentía cada vez más desesperada. Todo lo que tenía eran sospechas, pero nada en concreto. Definitivamente tenía que encontrar pruebas tangibles, la pregunta era ¿Cómo y dónde?

 

Perdida en sus preocupaciones, la doncella avanzaba lentamente por las escaleras cargando varios vestidos de Candy en una mano y una pila de toallas y sábanas en la otra. Era la hora del crepúsculo, justo cuando su patrona la esperaba para que ella la ayudase a vestirse antes de la cena. Tenía que apresurarse a acomodar los trajes en el vestidor de la señora antes de que Candy la llamara.  Sin que Sophie se percatara, unos pasos masculinos subieron las escaleras hasta alcanzarla.

 

-         Me parece que esa es demasiada carga para una sola persona – dijo la voz de Grandchester al tiempo que liberaba a la doncella de más de la mitad de su carga.

-         ¡Por Dios, señor, no haga eso!-  chilló la mujer escandalizada – Le aseguro que yo puedo arreglármelas muy bien por mi sola.

-         No lo dudo, pero yo necesito algo de ejercicio ¿Dónde debo poner esto? –  continuó él con una sonrisa que hizo que Sophie se diera por vencida de inmediato.

-         Sólo deje todo sobre el diván azul que está en el vestidor de la señora – explicó la doncella – si no le importa, yo llevaré  este traje a la recámara. Su esposa debe de estar ya esperándome para asistirla en su toilette.

El joven aceptó las instrucciones de la mucama con simpleza tomando las prendas de su esposa.  Terry nunca había sido de los que se sentían rebajados por mostrarse amables con la servidumbre  y  bien mirado, realmente no representaba ningún esfuerzo extraordinario haber ayudado a Sophie, pues justo se dirigía a su propia recamara para cambiarse antes de la cena y el vestidor de Candy era precisamente la habitación que mediaba entre las dos alcobas principales.  Terry sabía de sobra que Candy nunca usaba aquella habitación y que la única persona que entraba en ella era Sophie para organizar el guardarropa de su señora.

Terry entró al cuarto y enseguida identificó el mueble del que le había hablado Sophie. Depositó ropa y toallas sobre el diván  y cerrando los ojos por un momento aspiró profundo. Recordó la primera vez que había entrado a aquel lugar,  justo el día en que había comprado la casa. Desde entonces Candy había hecho algunos cambios, añadiendo un jarrón de porcelana con flores por aquí, o unas cortinas de encaje por allá. Sin embargo, ninguna adición era más elocuente que el aroma del agua de rosas que ella usaba y que desde la alcoba contigua había impregnaba cada objeto del vestidor.

El hombre alzó el rostro tratando de sacudirse el aturdimiento y al abrir sus ojos, éstos se estrellaron de lleno en la visión reflejada en un amplio espejo empotrado en la pared. La puerta del vestidor estaba justo enfrente del mencionado espejo y como Sophie la había dejado descuidadamente abierta el reflejo permitía ver hacia el interior de la alcoba.

La respiración del hombre se detuvo. Candy,  de espaldas y ajena a lo que pasaba en su vestidor, estaba sentada al borde de la cama, ocupada en secarse el cabello. Algunas prendas de vestir recién planchadas estaban extendidas sobre el lecho pero por el momento ninguna de ellas cubría el cuerpo de la joven. El reflejo de Candy, desnuda hasta más allá de donde la espalda perdía su nombre irrumpió como un rayo en la corriente sanguínea de Terry.

Los ojos del hombre acariciaron con irreprimida libertad la desnudez de la mujer sobre el espejo. Sus recuerdos del Festival de Mayo palidecían ante el irresistible nácar de aquella piel descubierta, la delicada curva de las caderas que antes solamente había adivinado bajo la falda y el derriere redondeado y semidescubierto.

Los deseos de entrar a la alcoba y poseer en un sólo impulso el cuerpo de Candy se volvieron insoportables. Visiones imaginarias de sí mismo igualmente desnudo, rodando sobre las sábanas con Candy arqueada en sus brazos, bajo su piel, en su boca, entre sus piernas, rendida y jadeante a la vez, irrumpieron en su mente con una fiereza nunca antes tan intensa.

“¿No es acaso tuya ante Dios y los hombres?” – le dijo una voz interior – “Qué pues te impide tomar lo que te pertenece por derecho? Si tú quisieras esta misma noche podrías saciar tus deseos y nadie sería capaz de  recriminártelo.”

En ese instante los pasos de Sophie  entrando a la  alcoba hicieron que Terry  cortara la línea de sus pensamientos. En un esfuerzo por recuperar la cordura, el hombre desvió la mirada. Sus ojos se tropezaron con la puerta por la cual había entrado. Este gesto último lo animó al fin para moverse y salir del vestidor para refugiarse en su habitación.

“¡Dios! ¡Si hubiese permanecido viéndola un solo segundo más,  ella ya no sería virgen y yo no sería más un caballero!” gritó él para sus adentros al tirarse pesadamente en la cama. Le tomó mucho rato y toda su fuerza de voluntad aplacar los deseos y los estragos físicos que el suceso había causado. Al final, el amor y los principios vencieron al instinto, o por lo menos consiguieron acallarlo temporalmente.

Seis meses de convivencia diaria con Candy, de ese exasperante juego de acercarse y alejarse, habían erosionado su autocontrol hasta reducirlo a niveles ínfimos. Aunque tenía la impresión de que la actitud de ella le daba algunas razones para alentar esperanza, presentía que no debía presionar los acontecimientos o perdería en un solo instante todo el terreno ganado. Era obvio que alejarse de la presencia de la muchacha, al menos por unos días,  estaba convirtiéndose en una necesidad imperante para él.  Por el bien de ella y el de sí mismo tenía que poner tierra de por medio lo más pronto posible. Como nunca antes deseó que su próxima gira comenzara lo más pronto posible.

Esa noche Terry, sintiéndose incapaz de ver a Candy,  le dejó dicho con el mayordomo que no bajaría a cenar. Sin embargo, ni aún esa medida lo salvó de que la lucha entre el deseo y el deber lo siguiera atormentando hasta bien entrada la madrugada.

 

Después de una exitosa temporada la Compañía Strafford se preparaba para su última función en Broadway y la gira que le seguiría inmediatamente en el interior del país. La última representación era una ocasión casi tan importante como el debut y por lo tanto era siempre motivo para celebrar.  Terry había esperado que Candy lo acompañaría a la cena que organizaba la Compañía después de la función de clausura, pero un día antes de la fecha Candy comenzó a sentirse resfriada. Terry decidió que sería mejor no asistir a la cena.

-         No creo que debieras cancelarlo por mi causa, Terry – le había dicho Candy cuando él le comentó que después de la función simplemente regresaría a casa a dormir.

-         Al contrario, a mi me parece que es lo más prudente. Todos me preguntarán por qué no estás conmigo y tendré que responderles que te sientes mal ¿No crees que se verá muy extraño que yo me vaya a celebrar estando mi esposa enferma?

-         Bueno . . . un poco – admitió ella, bajando la mirada. “¿Te importo tanto como para preocuparte?”

-         Entonces no se hable más. En cuanto termine la función regresaré a casa – concluyó él – “Después de todo no quiero ir a ninguna fiesta si no estás conmigo. Odio estar entre mucha gente si tú no me acompañas.” – pensó él  mientras cerraba la puerta a sus espaldas.

En cuanto el joven hubo dejado el saloncito en que Candy descansaba en un diván, la muchacha retiró las frazadas y se precipitó a la ventana. Unos momentos después pudo observar cómo Grandchester salía de la casa y abordaba el auto escoltado por su chofer.

 

-         No tengo tiempo que perder – se dijo la rubia que repentinamente parecía haber recobrado la salud como por arte de magia.

Corriendo escaleras arriba en dirección de su alcoba, la joven llamaba frenéticamente a Sophie, la cual apareció enseguida en la puerta del vestidor

 

-         ¿Tienes ya todo listo, Sophie? – preguntó la joven entrando a su recámara como un remolino.

-         Si, señora – contestó la callada Sophie con un leve asentimiento de cabeza.

-         Entonces comencemos. Tenemos apenas media hora antes de que Harry regrese del teatro para buscarme.

En los siguientes minutos Sophie trabajó a pasos forzados rompiendo su propio récord. Tenía que dejar lista a su señora en la mitad del tiempo acostumbrado.  Corset ajustado, enaguas almidonadas correctamente abotonadas, medias de seda, ligueros de encaje, zapatos de raso negro  . . . cada prenda fue tomando su lugar con precisión.  Los rizos se ordenaron en un peinado formal, alto y con bucles adornando las sienes. Las peinetas ornamentadas con cristales austriacos se colocaron en su lugar y un vestido negro de satín y encaje con delicada pedrería remplazó al sencillo vestido de popelina que la joven había traído puesto durante la tarde.  Guantes blancos largos, un collar y unos aretes de brillantes completaron el ajuar.

 

-         ¿Qué tal? ¿Crees que el señor se complazca al mirarme? – preguntó Candy a su doncella, con quien empezaba a sentir gran familiaridad a pesar de la usual reserva de la mujer.

-         Seguramente, señora – contestó Sophie, – pero también se va a confundir al verla llegar de tan buen semblante.

-         Bueno, esa fue sólo una mentirilla blanca para darle la sorpresa – repuso la muchacha guiñando un ojo –  Quiero obsequiarle algo por su fin de temporada cuando termine la función.  Si hubiésemos ido juntos lo habría visto antes de tiempo y se habría perdido la emoción del momento.

 Diciendo esto último la joven abrió uno de los cajones de su tocador y extrajo de él una caja  envuelta para regalo.  Candy volvió un instante a mirarse al espejo.

“ Está bien, Albert,” se dijo en silencio, olvidándose de la presencia de Sophie a sus espaldas, “Si tú crees que yo debo darle ciertas señales a Terrry, entonces seguiré tu consejo. Deséame suerte, amigo.”

Con una última inhalación de aire para darse ánimo, la joven salió de su habitación. En la planta baja Harry la estaba ya esperando.

 

Ferdinand, después de haber trabajado arduamente para ganar el amor de Miranda, le prometía al padre de ella que a pesar de su gran pasión, no la tocaría hasta que entre ellos se concertaran los contratos matrimoniales. La voz de Terry resonaba elocuente en todo el teatro, acariciando los oídos de Candy, que junto a Harry, veía de nuevo la obra desde la galería. Emocionada una vez más por la historia, la muchacha seguía con interés el esperado desenlace en el cual el amor que había surgido entre los hijos, terminaba por vencer el odio y el resentimiento de los padres. Aquella historia era, en cierto modo, opuesta a Romeo y Julieta. Candy se animó pensando que no todas las historias terminaban trágicamente.

Minutos más tarde la última ovación se elevaba cerrando así la temporada y el corazón de Candy se detenía por un instante mientras apretaba en sus manos la caja que ella misma había decorado. Se preguntaba por centésima vez cuál sería la reacción de Terry al verla.

El teatro se fue vaciando lentamente. Habituada como estaba a las rutinas de Terry, Candy esperó un buen rato antes de bajar hasta los camerinos. Además, no quería que la gente de Hathaway se diera cuenta de su presencia. Si sus cálculos no le fallaban, todos saldrían lo antes posible para festejar y Terry se quedaría en su camerino un rato más antes de regresar a casa.

Minutos más tarde la muchacha y el chofer dejaron la galería y con pasos reticentes se encaminaron hacia el fondo del teatro por los pasillos que Candy había aprendido a transitar con familiaridad a fuerza de visitarlos. Una vez abajo, solamente uno que otro tramoyista rezagado alcanzó a verles. La muchacha se dirigió directamente hacia el camerino del actor pero antes de tocar en la puerta la voz de un anciano la detuvo.

 

-         No está ahí todavía, señora – dijo Hopkins, el viejo encargado del  vestuario – Hoy es noche de última representación, así que está en su ritual.

-         ¿Su ritual? –preguntó la joven divertida y curiosa al mismo tiempo.

-         Suele quedarse a solas en el escenario un buen rato antes de irse. Regularmente no admite que nadie lo interrumpa, pero siendo usted, no creo que tenga inconveniente, – explicó el anciano con un guiño que la muchacha respondió con una sonrisa.

Después de agradecer a Hopkins por la información, la joven pidió a Harry que fuera a buscar su abrigo y los esperara en la puerta trasera del teatro. Con el corazón latiendo cada vez con más fuerza, la muchacha se dirigió hacia el escenario. Abriéndose paso entre las bambalinas, pronto pudo distinguir la figura del joven aún portando el traje de la última escena, sentado sobre uno de los muebles de utilería y mirando hacia el terciopelo del telón.

Parecía una estampa medieval, quieto y meditabundo. Candy temió sacar al joven de aquella contemplación casi mística y prefirió guardar silencio  por unos instantes. La muchacha se dejó engolosinar con la vista del hombre que era capaz de acelerarle el corazón con el leve movimento de su pestañeo. Repasó el ángulo amplio de los hombros del joven y la línea decidida de su perfil añorando poder alargar el momento sin que él notara su presencia. Sin embargo, aunque hubiese querido pasar desapercibida, el ruido involuntario de los refajos debajo de su vestido terminó delatándola.

 

-         ¡Candy! – exclamó el joven poniéndose inmediatamente de pie al percatarse de la presencia de la muchacha sobre el escenario desierto - ¿Qué haces aquí?

-         Me sentí bien de repente y decidí venir – contestó ella  recobrando el coraje y esbozando una sonrisa pícara que en un segundo delató la mentira del resfrío – Justo cuando pensé que no podías ya hacerlo mejor, me sorprendes de nuevo con una actuación aún más hermosa – continuó ella acercándose más y manteniendo ambas manos ocultas detrás de su espalda.

-         ¿Estuviste durante la función? – preguntó de nuevo él, aún sin entender el comportamiento de la joven – Tu palco estuvo vacío todo el tiempo.

-         Lo vi todo desde allá – explicó ella apuntando hacia la galería con su mano enguantada – Una vez te vi hacer el rey de Francia desde ese lugar del teatro. Era un papel pequeño pero tú lo hacías brillar aún desde lejos. Ahora, haciendo a Ferdinand, hay mucho más que apreciar.  Me gusta mucho tu versión de La Tempestad.

-         Gracias – masculló Terry con voz apenas imperceptible, aún sin recuperarse de la sorpresa. La vista de Candy en el vestido negro de pedrería era un regalo que no se esperaba en lo más mínimo, mucho menos las palabras de sincera alabanza de su parte - ¿Estás segura de que te sientes bien? – preguntó él sin ocurrírsele algo más que decir para evitar el silencio.

-         Nunca me sentí mal, – confesó ella mordiéndose un labio sin darse cuenta de los estragos que su simple gesto hacía en el autocontrol del joven.

-         Me engañaste, entonces – repuso él alzando ambas cejas. En el pecho el corazón empezó a latirle con fuerza al percibir que ella seguía acercándose a él.

-         Digamos que quería darte una sorpresa que espero sea agradable – respondió ella sonriendo. Él advirtió por primera vez que un ligero rubor teñía las mejillas de la joven, indiscutible señal que la presencia de él también le afectaba.

-         Solamente espero que no se te haya ocurrido venir sola – apuntó él sin olvidar su papel de protector.

-         En lo absoluto. Harry y yo estábamos de acuerdo en que él regresaría a buscarme una vez que te dejara en el teatro – explicó ella sintiéndose como niña a quien pillan en medio de una travesura.

-         Así que Harry estaba envuelto en el asunto y supongo que esa mucamita tuya también era tu cómplice – apuntó él admonitivo.

-         Digamos que cooperaron de buen grado – contestó ella desviando la mirada. Si Terry volvía a plegar la boca de esa manera mostrando su hoyuelo en la mejilla izquierda no estaba segura de poder guardar la compostura - ¿No estarás enojado?

El joven calló por unos instantes y ella no supo cómo interpretar su silencio. Por un momento su rostro se tornó grave y ella temió que él estaba realmente disgustado.

 

-         No, de ningún modo – contestó Terry al advertir que la muchacha había dejado de acercarse a él, en espera de su respuesta – Pero me gustaría saber el motivo de todo este juego.

-         Ya te lo dije – respondió ella alentándose nuevamente – quería darte una sorpresa . . .  como forma de agradecimiento.

-         ¿Agradecimiento? – preguntó él sin entender el significado de las palabras de Candy.

-         Por lo bien que te has portado conmigo últimamente, – explicó ella sin atreverse a mirarlo a los ojos – Por el paseo en carruaje, el pic nic en el jardín botánico y por llevarme a ver a Albert. . . la he pasado . . .muy bien contigo, – explicó la joven casi balbuceando,  - . . .  además, quería darte un regalo cuando terminara la función – y diciendo esto último la joven finalmente dejó ver su manos, las cuales había mantenido ocultas tras la espalda. Terry pudo entonces ver que ella le extendía una pequeña caja cuadrada cuidadosamente envuelta y atada con un lazo azul oscuro.

-         ¿Qué es esto? – preguntó sin entender la situación completamente, su mente aún nublada por el encanto de escuchar la voz de Candy hablándole con las inflexiones más dulces que él jamás le había escuchado.

-         Tu regalo, tonto. Es . . .  digamos . . .  algo para celebrar tu cierre de temporada – contestó ella con una risita mal reprimida.  Ver a un hombre como Terry, usualmente tan seguro de sí mismo, titubear en medio de la confusión y hasta de la timidez, era algo verdadera irresistible para la joven. – Ábrelo y dime si te gusta – agregó ella luego, colocando la caja en las manos del joven.

Por primera vez Terry se quedó sin palabras y se limitó simplemente a abrir la caja que ella le ofrecía. El papel y el lazo cayeron al suelo dejando al descubierto un juego de pañuelos con las iniciales T G bordadas con un fino punto y entrelazadas en un estilizado diseño con la fecha 1916.  

-          Una vez tú me prestaste uno de tus pañuelos para curarme una herida ¿Recuerdas? – dijo ella rompiendo el silencio mientras Terry aún mantenía la mirada fija en su regalo – Debo confesar que me porté mal porque nunca te lo devolví y lamentablemente después de un tiempo lo perdí. Fue precisamente la noche que fuiste a Chicago a  . . .

-          Presentarme con la obra El Rey Lear – interrumpió él alzando la mirada para cubrir con ella a la joven que estaba frente a él. Candy sintió que los ojos de Terry la recorrían de pies a cabeza como nunca antes. Una alarma se encendió con voz casi imperceptible en su interior.

-          ¿Cómo lo sabes?– dijo ella sintiendo que su respiración empezaba a acelerarse conforme él se acercaba

-           Tú me lo debes de haber contado antes – mintió él acercándose más a ella. Podía haberle dicho que él tenía aquel viejo pañuelo en su poder,  pero en esos instantes ningún detalle parecía importar. La única certeza relevante era que ella estaba junto a él y que sus ojos verdes le observaban con un brillo que le quemaba la piel sólo de mirarlos.

-          ¿Ya te lo había contado? Yo . . . lo he olvidado . . . de todos modos . . .  bordé éstos para ti . . . espero que te gusten – balbuceó Candy mientras la sombra de Terry se proyectaba sobre ella cubriéndola por completo.

-          Me gustan. . pero me gustan más estas manos – dijo él dejando la caja en la mesa a sus espaldas para tomar las manos de la joven entre las suyas y besarlas.

Cuando los labios de Terry tocaron la piel de Candy, la intoxicación que había comenzado con un inocente regalo se desató en toda su fuerza. Aquellos sencillos pañuelos eran para él una confesión amorosa hecha sin palabras.  En ese lenguaje tácito que los hombres usan no había necesidad de mayores aclaraciones. Por si fuera poco, ella vestía de negro aquella noche y él estaba seguro de haberle mencionado alguna vez que ese era su color preferido ¿Habría sido su elección  de atuendo mera coincidencia o una forma más de decirle eso que él tanto había esperado? Fue muy fácil concluir que sí cuando la suavidad de la mano de Candy le llegó a los labios y él pudo percibir que la muchacha temblaba ligeramente.

El contacto entre los dos fue irremediablemente intencionado. No era un roce de cortesía, era un claro toque íntimo, aunque fuese casto. Era el inicio de un rito, la liberación de fuerzas reprimidas por mucho tiempo. Candy también pudo sentir que había dado un paso hacia un terreno desconocido. La sensación la emocionaba, pero también le asustaba. Por una parte su corazón le decía que la mirada de Terry hablaba de sentimientos profundos; por otra, se preguntaba aún si no estaría solamente exponiéndose a ser mero juguete de los caprichos del joven ¿Debía dar marcha atrás?

 

-          Hay obsequios que nunca se olvidan ¿Sabes? – preguntó él con la vista clavada en los ojos de la joven. Algo en su fondo le decía a gritos que era el momento de avanzar sin temor –Tú me has dado ya tres de esos regalos memorables.

-          ¿Tres? – preguntó ella en casi un suspiro. Sentía claramente que el aliento de él comenzaba a acariciarle la piel. Tan cerca estaban ya el uno del otro.

-          La armónica que me diste en el colegio, estos pañuelos . . .  y un sabor en los labios que aún no se me borra.

 

Un contacto firme sobre su talle hizo que Candy se diera cuenta en ese instante que al tiempo que hablaba él se había acercado lo suficiente como para rodearle la cintura con el brazo. Estaba atrapada y lo más alarmante era que no deseaba soltarse. Del beso en la mano él estaba pasando al abrazo y la mirada en sus ojos le permitía predecir claramente lo que vendría. Ella sintió que no tenía poder para oponerse.

-          Un sabor tan delicioso que quisiera repetirlo ahora mismo, – añadió él mientras Candy, con los ojos semicerrados alcanzaba a sentir cómo el se inclinaba sobre ella.

“Me va a besar ¡Dios mío, Terry me va a besar de nuevo!” gritaba ella en su interior mientras los labios de él caían sobre los suyos en una caricia leve, apenas un contacto breve de un solo segundo. Luego el brazo de él apretó el cuerpo de la joven contra de sí con más fuerza y otra vez los labios del hombre se abrían sobre los labios de ella humedeciéndolos. El contacto fue igual de suave pero más prolongada y Candy, con los ojos cerrados ya por completo se dejó llevar por la caricia mientras él la apretaba en el abrazo. El beso seguía y ella es rendía a él sin pensar ya nada. La boca de Terry iba acariciando la suya con movimientos seguros que le envolvían y mojaban los labios. Pronto el joven rindió la poca resistencia que en ella había y penetró su boca con decisión en un beso que como nunca antes no tenía prisa, pero sí certeza.

Candy, aún demasiado novata en el intercambio sensual, se sentía incapaz de responder por iniciativa propia a las caricias de él dentro de su boca, pero en cambio le ofrecía sin reservas el placer de la entrega total que hasta entonces le había negado. Él lo percibió inmediatamente. Una intensa alegría y un más relajado disfrute del placer llenaron el corazón del joven de inmediato.

Fue entonces que unos pasos resonando en la duela les advirtieron que alguien se acercaba. El primero en reaccionar ante la inminente interrupción fue Terry que con reticencia fue liberando los labios de la joven para luego separarse por completo. Por unos instantes Candy se quedó inmóvil, con los ojos aún cerrados, saboreando las sensaciones sentidas, pero una voz a sus espaldas le hizo bajar instintivamente la cabeza y pretender prestar atención a las flores de la escenografía.

-          Señor Grandchester, disculpe – dijo la voz del anciano encargado del guardarropa- ¿Sería usted tan amable de cambiarse? Necesito empacar su vestuario antes de regresar a casa esta noche.

-          No, no Hopkins, usted es el que tiene que disculparme por el atraso – contestó Terry haciendo un gran esfuerzo por parecer sereno – voy ahora mismo a mi camerino a cambiarme ¿Vienes conmigo? – agregó él luego dirigiéndose a la muchacha. La expresión en sus ojos y el tono de su voz en la pregunta llevaba una carga erótica que Candy únicamente pudo comprender, mientras que para Hopkins solamente representaron una prueba de la familiaridad natural entre marido y mujer.

-          Voy a buscar a Harry, quedó de pasar a buscar mi abrigo y ahora debe estar esperándonos – respondió ella defensiva, pero lejos de desalentar a Terry con su respuesta sólo provocó en él una traviesa sonrisa que terminó dejándola aún más abochornada.

-          Esta bien, nos vemos entonces en la salida en unos cinco minutos – repuso él alejándose luego en compañía del anciano Hopkins.

Una vez sola,  Candy tuvo tiempo para repasar en su mente lo que acababa de suceder. Que Terry la deseaba no había duda ya en su cabeza. Sus besos habían sido demasiado elocuentes como para no darse cuenta.  Recordó entonces los tremendos celos que había sentido cierta vez al tropezarse con la foto de Terry y su entonces novia, Susannah Marlowe, en una revista. La actriz se veía tan bella que una sensación de inferioridad y abandono no tardó en hacerse presente en el corazón de Candy.  

-          Seguramente me ha olvidado ya por completo ¡Cómo no hacerlo cuando tiene a su lado una mujer mil veces más hermosa y elegante que yo! – había pensado ella con amargura en aquella ocasión.

El aún ardiente recuerdo de la pasión con que Terry la acababa de besar cambiaba  toda aquella percepción de si misma. De repente, el saberse deseada por el hombre que amaba la hacía sentirse dueña de un poder hasta entonces desconocido.

 

Minutos después la pareja se reunió con Harry en la parte trasera del teatro y juntos se dirigieron al auto. El corazón de Candy latía con fuerza de tan sólo pensar que en unos segundos  más estaría viajando con Terry en la parte trasera del auto, prácticamente a solas con él.   Se sentía estremecer ante la perspectiva y la exasperaba que él pareciera tan tranquilo y casual como si no hubiese pasado nada entre ellos momentos antes.

Sin embargo, bastó que la portezuela se cerrara tras de ellos para que ella se diera cuenta de que él estaba lejos de haber olvidado lo sucedido.

-          Me parece que hace un momento fuimos interrumpidos en medio de la conversación más interesante que hasta ahora hemos sostenido tú y yo – dijo él tan pronto como estuvieron solos, echando el brazo alrededor de los hombros de ella para acercarla de nuevo hacia su pecho. Con un dedo comenzó a dibujar círculos imaginarios sobre la quijada y el mentón de la joven,  provocando en ella unos escalofríos tan intensos que la muchacha no pudo articular palabra para contestarle– Veamos ¿Cómo iba yo diciendo? – agregó el en un suspiro antes de volver a cubrir la boca de Candy con la suya.

Incapaz de hacer otra cosa que no fuera sentir, Candy solamente siguió la conversación en el mismo tono,  permitiendo que Terry se la comiera a besos durante todo el camino. Aquello era una experiencia totalmente sui géneris para Candy. Sentirse tan besada y acariciada, tan llena de electricidad y tan vulnerable, todo al mismo tiempo, era algo para lo cual no estaba preparada.  Por su parte Terry parecía estar más que listo para  el momento, a juzgar por su total goce de la situación y su insaciable insistencia en hacer que cada beso fuera seguido de otro. Uno de sus brazos sostenía el cuerpo de Candy por los hombros y con la otra mano acariciaba el cuello de la joven, provocando en ella estremecimientos que llegaban hasta su vientre.

Las caricias se fueron intensificando lentamente y Candy se sorprendía a sí misma con el total abandono al que estaba dispuesta. Sin embargo, antes de que Terry se percatara que en ese dorado momento la mente y el cuerpo de la joven estaban a merced de su voluntad, ambos tuvieron que interrumpir el intercambio amoroso pues el ruido del motor dejó de oirse, señal inequívoca de que habían llegado a su destino. Candy sintió el desprendimiento de los labios de Terry casi dolorosamente. En contraste con la calidez que emanaba ahora de su cuerpo, el gélido frío del exterior le heló la sangre al abrirse la portezuela del auto. Había comenzado la primera nevada de la temporada.

Ambos descendieron del vehículo para encontrarse con Harry que les esperaba ya apeado. Después de recibir algunas breves instrucciones de su patrón el hombre se despidió de la pareja y se retiró para llevar el auto a la cochera. Candy, aún como en transe, no atinaba a moverse de la acera hasta que sintió que la mano de Terry la acercaba de nuevo hacia su cuerpo haciendo reposar la cabeza de la muchacha sobre su pecho. El joven depositó un leve beso en la frente de Candy.

-          Vamos adentro – le dijo él en un susurro y fue hasta entonces que la mente de Candy empezó a despertar del letargo en que la pasión la había hecho entrar.

“¿Qué seguirá ahora?” pensó ella confundida mientras él la tomaba de la mano para conducirla al interior de la mansión. Ciertamente, después de tantas libertades como ella le había permitido esa noche, él había dejado ya muy en claro que si algún afecto sentía por ella, éste no era meramente platónico ¿Lamentaba entonces lo que había pasado? Realmente no, pues había disfrutado junto con él de cada caricia que hasta el momento habían compartido y no era tan inocente como para ignorar que su cuerpo estaba listo para ir aún más allá. Sin embargo, había algo que estaba faltando en todo aquello, algo que la hacía titubear a pesar de la emoción vivida. Sin duda no era un asunto de moral porque, qué objeción podría haber cuando el anillo de bodas en su dedo era un recordatorio constante de su condición de mujer casada.

Al entrar a la casa, Candy se dio cuenta de que el frío de la noche le había hecho despertar del arrobamiento pasional, reavivando a su vez viejas aprensiones que ni el calor de la chimenea encendida podía disipar. Todo lo contrario, su preocupación fue en aumento al sentir la mirada de Terry sobre el escote de su espalda mientras la ayudaba a quitarse el abrigo. 

-          Supongo que mañana deberás levantarte más temprano para estar listo a tiempo para tu partida – comentó ella, ansiosa de aligerar la tensión creciente entre los dos, mientras se volvía para ver al joven de frente.

-          No lo había pensado – contestó él frunciendo la comisura izquierda en una media sonrisa – creo que he tenido muchas distracciones esta noche. “Por favor, no respires así, que la manera en que tu pecho se agita bajo tu escote me está volviendo loco,” pensó él haciendo esfuerzos por mantener sus impulsos bajo control y el talante de su rostro sereno y juguetón.

-          Pues yo . . . creo que deberías . . .  tratar de dormir lo antes posible – repuso ella tartamudeando, visiblemente nerviosa ante la proximidad del joven. Terry, a juzgar por la expresión divertida en su rostro, parecía disfrutar  cada segundo de aquel repentino bochorno por parte de la muchacha  -  Tal vez yo . . . deba dejarte para que descanses – continuó Candy intentando en vano sustraerse a la mirada fija de Terry . Sabía que su cambio de actitud era caprichosamente abrupto y hasta cierto punto injustificado, pero tenía tanto miedo de lo que podía suceder si no se retiraba a tiempo que no atinaba a encontrar otro remedio para su apuro. Necesitaba tiempo para ordenar sus pensamientos y no iba a hacerlo con Terry mirándola de esa forma.

 Apenas había Candy retrocedido un paso, cuando una mano firme la tomó del brazo forzándola a detenerse. Un segundo más tarde estaba de nuevo en brazos de Terry.

-          No tan rápido, Candy. Un hombre como yo no está habituado a que lo dejen con la palabra en la boca – sentenció él con esa expresión maliciosa que la joven odiaba tanto en ocasiones como aquella– Además, justo ahora se me acaba de ocurrir cómo es que me gustaría que me pagaras esa apuesta que me debes.

-          ¿La apuesta? – preguntó Candy sintiendo que se le ponía la carne de gallina al escuchar el tema que Terry había elegido en medio de aquel momento tan comprometedor – ¡Ni se te ocurra pensar que voy a lustrar tus botas! – contestó ella en un intento desesperado por llevar la conversación al conocido y seguro terreno del antagonismo.

-          Eso es lo último que yo haría . . .  – contestó él negando con la cabeza y alzando la ceja izquierda – Yo estaba pensando en algo que seguramente será mucho más agradable para los dos.

-          ¿Agradable? – Candy sentía que el corazón se le subía a la garganta. Desesperadamente buscaba en su mente una forma más ingeniosa de sortear las insinuaciones de Terry, pero simplemente era imposible sustraerse al influjo de la mirada con la que él  la cubría- ¿A qué te refieres?

-          A que me gustaría que vinieras conmigo a la gira, – contestó Terry al fin, poniéndose serio.

“¿Es eso lo que él quiere? ¿Que viaje con él?” Candy respiró aliviada, “Por lo menos tendré esta noche para pensar bien las cosas. ¡Sí! Eso es,  mañana pensaré con más claridad y sabré cómo manejar esta situación”

-          Está bien, Terry. Iré contigo, pero ahora déjame ir ¿Quieres? Mañana tendré que levantarme muy temprano para empacar -  pidió ella intentando soltarse del abrazo. Terry pareció complacido con su respuesta, pero aún así no accedió a dejarla en libertad.

Antes de que Candy pudiera hacer algo para evitarlo los labios del joven estaban de nuevo sobre los suyos. Esta vez el beso fue apenas un rozar de piel, sorprendiendo a la joven con el contraste entre ese encuentro amoroso y las anteriores caricias en el teatro y en el auto.

-          De acuerdo. Lo último que quiero es llegar tarde a la estación – replicó él desprendiéndose lentamente de los brazos de ella. Por un segundo solamente a Candy le pareció que una sombra pasaba por el rostro del joven, pero inmediatamente después había desaparecido para dar lugar a la misma expresión traviesa y algo coqueta que ella conocía tan bien   -Buenas noches – se despidió él, no sin antes plantar un último beso en la mano de la muchacha. 

  

 

¡Las cosas habían ocurrido tan de improvisto! El inesperado engaño de ella con el simple propósito de darle una sorpresa había sido desconcertante. Luego, la revelación de aquel regalo sencillo, pero a la vez elocuente, había terminado por derrumbar los ya desvencijados vestigios de su autocontrol. Simplemente no había podido evitar aquel beso.  Afortunadamente para él no había nada de qué arrepentirse. Todo lo contrario, al sentir aquella callada aceptación por parte de ella, sólo podía lamentarse el no haberse atrevido antes a tomarla entre sus brazos y decirle con caricias todo lo que su corazón guardaba para ella.

 

Dando vueltas sin sentido en su habitación, incapaz de controlar la euforia del momento, Terry no cabía en sí de alegría y a la vez no alcanzaba a dominar su frustración.  Apenas si podía creer su suerte. Aún más,  apenas si podía comprender cómo es que había podido controlarse. Hubiese sido tan fácil volver a besarla y después simplemente dejar que la seducción del momento los llevara hasta el punto que él tanto deseaba.

 

Al ir a su camerino a cambiarse había dudado un tanto al respecto de cómo actuar cuando volviese a estar a solas con ella. Después de considerarlo por unos instantes se había resuelto a que tan pronto como subieran al auto encontraría la manera de explicar todas aquellas cosas que aún quedaban pendientes entre los dos. Sabía bien que a pesar de aquel increíble momento vivido en el escenario era necesario que entre ellos se aclarasen algunas cosas. Desafortunadamente, sus resoluciones se esfumaron por completo al encontrarse de nuevo envuelto en la deliciosa intimidad que les brindaba el asiento trasero del auto. Antes de poder hacer algo racional, el corazón y el deseo habían ya dado rienda suelta a sus impulsos. Nunca había sido fácil para él convertir los sentimientos en confesiones amorosas . . .  ¿Era acaso necesario hacerlo cuando ya los actos parecían haberlo dicho todo?

 

Sin embargo, al entrar a la casa las cosas habían cambiado. Por una de esas extrañas razones que solamente las mujeres entienden, la confianza con que Candy se había entregado a sus primeras caricias había desaparecido. Era evidente que algo parecía molestarle. Posiblemente era que simplemente necesitaba tiempo . . . ¡TIEMPO! ¿Qué no habían sido suficientes seis meses?  

 

Toda lógica parecía seguir el mismo rumbo de sus deseos.  ¿No somos acaso marido y mujer? - se decía él sin comprender el sentir de la joven- Si después de todo yo la quiero y ella aún me corresponde, no sé qué más necesita ella para entregárseme ¿ Qué fue lo que la hizo dudar? 

 

Terry necesitó echar mano de todas sus fuerzas para no dejarse llevar por los instintos en esos momentos.  Nunca había intentado siquiera  el forzar a mujer alguna para gozar de sus favores. No iba a empezar a hacerlo justo con la mujer que amaba. No obstante, el creer firmemente en un principio no implica necesariamente que sea fácil aplicarlo.

 

El sólo argumento que había mantenido sus impulsos bajo control había sido su profundo anhelo de ganar el corazón de Candy por completo.  Tenerla en su lecho no significaba nada si ella no accedía a compartir con él su alma. Tendría que ser aún más paciente. Había conseguido que ella le prometiera acompañarlo a la gira y eso ya era una ventaja enorme. Estaba seguro de que durante esos días ella terminaría accediendo a ser su esposa de hecho como lo era ya de derecho. Sin embargo, el saberla a tan sólo unos metros de distancia y tener que aguardar a que ella se decidiera se estaba volviendo insoportable. Una cosa era segura; sería imposible dormir esa noche.

 

 

Candy sintió un gran alivio cuando pudo al fin entrar a la seguridad de su habitación. Internamente agradeció la silenciosa actitud de Sophie que la ayudó a prepararse para dormir sin hacer comentario alguno. Lo último que necesitaba en esos momentos era una conversación. Su mente se encontraba demasiado ocupada como para platicar.

El aire entró a sus pulmones en generosas cantidades cuando la doncella la liberó del corset, la cabellera cayó sobre su espalda ya sin la tensión que le imponían las horquillas que sostenían su peinado y los zapatos fueron sustituidos por unas cómodas pantuflas. La sensación de su suave camisón de lino hindú sobre la piel desnuda debía de ser el corolario de la relajación. Sin embargo, cuando Sophie se hubo retirado,  la ansiedad volvió a hacer presa del corazón de la joven.

Tenía que decidir qué haría al respecto de Terry a partir del día siguiente. Aceptar ir con él a la gira había sido una manera fácil y rápida de dejarlo contento y evadir a la vez los avances del joven por aquella ocasión. No obstante, a la postre resultaba una medida sumamente comprometedora.  Pasarían tres semanas viajando juntos  . . .  y compartiendo la misma habitación. Era obvio que él tendría más de una oportunidad para  insistir en continuar lo que habían comenzado esa noche ¿Estaría ella dispuesta a  a intimar con él?

“ ¡Por Dios, Candy! ” se regañó la joven, perdiendo la paciencia consigo misma, “Tú bien sabes que te mueres por estar con él. Además, se trata de tu esposo ¿No es lo más natural entonces que accedas a lo que ambos están deseando?” Eso era justamente el problema en todo aquel asunto ¿Si se entregaba a Terry, qué significado tendría para él? ¿Sería sólo la satisfacción de un deseo o la consumación de un acto de amor?

Una vez más, su corazón volvía al único reproche que tenía contra Terry “Él estuvo libre y no me buscó . . .  Susannah le devolvió su libertad, pero él no me buscó  y cuando me ofreció matrimonio nunca habló de amor . . . Ni antes ni ahora, me ha dicho que me ama ¿Qué soy yo entonces para ti, Terry? ¿Cambiarán las cosas si te abro las puertas de mi alcoba? ¿Ser tu amante me convertirá realmente en tu esposa para toda la vida, o seré solamente tu meretriz de aquí hasta el próximo verano?”

Candy sabía bien que su amor por Terry era de una naturaleza profunda y duradera.  Sin embargo, si él, a pesar de estar en la posibilidad de tenerla a su lado como su esposa,  la dejaba ir al término de un año, esa sería sin duda razón suficiente como para descartarlo de su alma. Si las cosas iban a terminar de esa manera ¿No era mejor nunca llegar a los extremos de la intimidad conyugal?

Así, luchando entre lo que el corazón le pedía y lo que la razón le objetaba, la muchacha continuó dando vueltas sobre la cama sin poder conciliar el sueño hasta que el reloj de su habitación dio la una de la mañana.  Impacientada con su incapacidad para dormir, Candy resolvió que necesitaba buscar algún tipo de ocupación que la adormeciera. Estaba segura de que si lograba descasar aunque fuese un par de horas, podría después pensar con más claridad. Recordando que había dejado su libro de oraciones en su salón de té, se decidió a bajar a buscarlo. Sin pensarlo más, Candy se levantó de  la cama, se cubrió con su bata de dormir y dejó la habitación llevando consigo un candelabro para alumbrar el camino.  Con la seguridad propia de la dueña de la casa la muchacha recorrió los pasillos.  Al pasar por la habitación de Terry y ver que solamente la oscuridad de la noche podía verse por debajo de la puerta  odió más a Terry por poder dormir tan tranquilo depués de lo que había pasado entre ellos esa noche. Con un suspiro de resignación continuó su camino, descendió las escaleras y continuó hasta toparse con la puerta blanca de su salón de té. Con mano segura hizo girar la perilla, pero al entrar a la habitación, el fuego encendido de la chimenea la sorprendió con un calor inesperado.

La muchacha se detuvo en seco. Sentado, con la cabeza echada hacia atrás y las piernas extendidas, Terry parecía dormitar sobre un sillón de piel, cerca de la chimenea. El fuego del hogar consumía los últimos leños, proyectando dramáticos claroscuros sobre el rostro bronceado del joven. La camisa de dormir había quedado abandonada en el suelo, dejando al joven desnudo de la cintura para arriba.  La visión  del  pecho amplio,  firme y cubierto de vello  oscuro del joven cortó la respiración de la muchacha en seco.

Candy había visto más de un cuerpo desnudo en las salas de operaciones, pero  nunca antes el corazón le había dado un vuelco como ahora.  De repente la muchacha se sorprendió a sí misma admirando la figura masculina del joven dormido. Aunque hubiese querido desviar la mirada de aquella visión prohibida, sus ojos se resistían a obedecerla. Sin control, continuó su intencionada inspección desde los cabellos castaños y sedosos que caían libres a los hombros de Terry, hasta la firmeza del abdomen y los brazos marcados .

“Está más apuesto que nunca . . . así. . . dormido . . .si tan sólo pudiera tocarlo . . ¡Dios mío, Candy! Una dama no debería tener esos pensamientos!” se regañó a sí misma, pero aún así continuó acercándose hacia el joven, como las polillas se acercan imprudentes a la luz de la fogata.

-         No te acerques más, o no respondo por tu virtud, Candice – rompió Terry el silencio sin abrir los ojos, ni mover un músculo. La joven dio un salto al descubrirse sorprendida.

-         Pe . . pe . .pensé que dormías – respondió ella balbuceando muerta de miedo y pena al descubir que  él se hubía dado cuenta de su presencia. Las  insinuantes palabras de él se perdieron en el aire pues ella estaba demasiado asustada como para escucharlas.

-         Aunque no hubieras hecho ruido al abrir la puerta, aún así hubiese olido tu perfume –respondió él levantando la cabeza y posando unos ojos intimidantes sobre la figura de la joven.

 

La bata de satín que Candy llevaba puesta sobre el camisón cubría tanto como cualquiera de las prendas que usaba durante el día. Sin embargo, la muchacha se sintió repentinamente incómoda. Para Terry, después de aquel vistazo en el espejo del vestidor de Candy, podría haberse pensado que esta visión de la joven en su ropa de dormir no era ni la mitad de seductora. Sin embargo, el morbo nos juega trucos extraños y de repente, el simple hecho de estar con ella a solas en la habitación oscura era igualmente tentador que verla semidesnuda. Los sirvientes dormían en la parte trasera de la casa y en una residencia  tan grande como aquella eso significaba que realmente estaban solos.

 

-         Siento haberte molestado, entonces – se animó ella a decir apretando nerviosamente el candelabro que tenía en una mano y llevándose la otra al pecho en un movimiento instintivo. Para su mayor desmayo el hombre se levantó del sillón de un impulso, su alta estatura más patente que nunca.

-         ¡Por Dios, Candy! ¿Qué haces fuera de la cama a estas horas?- preguntó él acercándose a ella, como si la inesperada interrupción de sus batallas nocturnas hubiese resultado en una inusitada pérdida del poco control que le quedaba.

-         Yo . .  . no podía dormir . . .  recordé que había dejado aquí un libro .  . . y . . . – contestó ella sin poder concentrarse en las palabras al ver al hombre cada vez más cerca de ella.

-         No deberías salir de tu cuarto, pecas – interrumpió él con una sonrisa socarrona dibujándose en los labios. Era como si el nerviosismo de ella insitara aún más su ofensiva y lo animara a arriesgarlo todo – Las sombras de la noche encubren secretos que te asustarían tan sólo de imaginarlos.

-         No digas tonterías, Terry. Ya no soy una niña que se asusta con cuentos de fantasmas – respondió ella tratando en vano de parecer segura – y deja de llamarme pecas.

-         ¿Cómo quieres que te llame entonces?

-         Por mi nombre, claro está, – repuso ella alzando la nariz en un mohín de pretendido enojo. Él estaba ya tan cerca de ella que era imposible no sentir de nuevo aquella horrible debilidad en las piernas.

-         ¿Juegas con fuego? – preguntó él en un murmullo al tiempo que tomaba el candelabro de la mano de ella y lo colocaba sobre la chimenea.

-         ¿Por qué lo dices? – dijo Candy sin fuerzas suficientes para escapar del brazo derecho de Terry que le rodeó la cintura, atrayéndola contra de sí.

-         Porque tu nombre es Candice Grandchester, y eso irremediablemente me recuerda que ante todos tu y yo somos marido y mujer. No sabes las ideas prohibidas que el sólo pensarlo me provoca.

 

Candy no pudo contestarle porque la boca del hombre cayó sobre la de ella en besos tan violentos como el deseo de ambos. Aquello estaba ocurriendo demasiado rápido como para que ella fuera capaz de saber qué hacer. Sin fuerzas para nada,  Candy simplemente cedió ante la boca demadante de Terry que exploró en la suya con una ansiedad que hacía parecer sus besos anteriores como  un mero roce de mariposas.

“¡Refrénate!” gritaban los escasos restos de razón en la mente del joven, pero seis meses de ese juego desquiciante entre la tentación y el honor habían sido demasiados para su naturaleza pasional. El cuerpo de Candy se doblegaba en su abrazo axfisiante sin ofrecer resistencia y él, sin poder considerar ya la delicadeza del momento se dejó llevar por los instintos que le pedían entonces besar con fuerza y penetración.

Ella, por su parte, tal vez en otro tiempo se hubiese asustado ante la vehemencia del abrazo, pero ni aquel era el primer beso pasional que él le daba, ni ella había pasado en vano días y días deseándolo. Él parecía temblar en el abrazo y beber de sus labios como si la vida dependiera de ello y de repente, esa certeza la llenaba por dentro de una sensación de placer hasta entonces desconocida.

“Tenía razón, Susannah tenía razón, él me quiere,” alcanzó ella a pensar en medio de la nube de emociones que le llenaban el cuerpo, pero pronto hasta esa débil línea se perdió en su inconsciente esfuerzo por arquear el cuerpo para permitirle a Terry acercarse aún más. Candy no tenía ya fuerzas para resistirse y él lo percibió al sentirla  relajarse en sus brazos. Esa era la única señal que él estaba esperando.

Los labios de él pronto no tuvieron suficiente con la boca de ella y empezaron a cubrir en mordizcos suaves la quijada, el lóbulo de la oreja y la sensible piel del cuello. Ella dejó escapar un gemido apagado en medio de su respiración cada vez más agitada que sólo contribuyó a enardecer más el fervor del hombre. Los recuerdos de aquella tarde en que por accidente había visto la espalda desnuda de Candy frente al espejo del vestidor y el sabor dulce de la carne de la joven en su boca atizaron aún más la llama en su cuerpo que buscó abrirse paso hasta descubrir el hombro derecho de la muchacha para asaltarlo a besos. La docilidad con que ella siguió permitiendo sus avances lo volvió aún más loco. La sintió abandonarse a la seducción y en respuesta él abrió de cuajo la violencia de sus deseos reprimidos. El cuerpo de la joven era frágil y en el abrazo se podía palpar la deliciosa ausencia del corset y los refajos. Bajo la bata y el camisón se encontraba la libre desnudez que él tanto codiciaba.

“Desnuda . . . voy a hacerte mil caricias cuando estés desnuda en mi cama . . .” balbucéo él con las voz apagada en la piel de la joven “tantas como he venido imaginándome todas las noche desde que te vi mientras te vestías en tu cuarto. . . Estabas tan hermosa . . .  ¡Cómo te he deseado desde entonces!  Aún desde antes . . .  desde siempre . . .  por años me he estado quemando en leña verde, lenta y angustiosamente por no poder clavarme en ti y poseerte ¡No puedo más!”

Las palabras de Terry cayeron en los oídos de ella como un balde de agua fría ¿Había estado él espiándola todo este tiempo? Después de todo . . .  era solamente una cuestión de simple deseo . . .  capricho, tal vez.  Candy no supo entonces qué era más doloroso, si el desencanto o la indignación. La mano del joven buscando su camino desde el borde del escote trasero de su camisón hacia su espalda desnuda la hicieron reaccionar aún con más alarma.

-         No . . .  no – comenzó ella a balbucear, pero Terry no escuchó su voz en medio de la excitación desbordante y lo agitado de su propia respiración. Candy percibió que las manos se apresuraban a despojarla de la bata. La seda se abrió para que él sintiera que el intoxicante placer de la piel de Candy estaba solamente al otro lado del  lino del camisón. Con debilidad ella intentó separarse del abrazo, pero sus primeros intentos fueron demasiado débiles y él ni siquiera los percibió mientras sus labios besaban desesperadamente la suave carne que el escote del camisón dejaba a la vista- ¡He dicho que no! – gritó finalmente ella tomando fuerzas de su indignación para empujarlo.

Violentamente arrojado del calor del cuerpo femenino, Terry miró a Candy sorprendido. Los ojos de la joven parecían arder con una rabia que él había visto muy pocas veces y no alcanzaba a entender la razón. La confusión y el azoramiento no le dejaron hacer o decir nada.

 

-         ¡Cómo te atreves a tratarme como si fuese una cualquiera!- gritó ella enfurecida – Pensé que eras un caballero y que respetarías nuestro acuerdo.

 

“¿Acuerdo?” pensó Terry, su confusión empezaba a dar lugar al enojo conforme las palabras de Candy resonaban en sus oídos, “¿Qué no todo aquello del acuerdo de un matrimonio falso había quedado anulado esa noche desde el primer beso que se habían dado en el escenario?¿Qué demonios le pasaba a Candy?”

 

-         No dices nada ¿Eh? – continuó Candy cada vez más enojada ante el silencio del joven que parecía darle la razón tácitamente – Si pensabas que iba a abrirte las puertas de mi alcoba sólo para que pases un buen rato te equivocas, Terruce Grandchester. Tú y  yo solamente tenemos un contrato.

-         ¡Pues ahora sí que no te entiendo, Candy! – respondió él con el enojo y la desilusión a flor de piel. Terry sabía que una vez que la ira se apoderaba de él siempre terminaba haciendo y diciendo cosas que no sentía, pero en esos momentos era ya demasiado tarde para detenerse – Primero me dices avanza, luego detente, luego te entregas y al rato me rechazas ¿De qué se trata todo esto? ¿Quieres volverme loco? ¿Acaso solamente querías probarte si podías excitarme? ¡Pues felicidades, en verdad lo lograste! – le gritó él a su vez, su voz resonando en la oscuridad del salón.

-         ¡Eres un sinvergüenza! – respondió la joven también alzando la voz peligrosamente.

-         Ahora resulta que soy un sinvergüenza, tal vez lo sea. Nunca he sido un santo y tú lo sabes, pero hace un rato eso no parecía importarte a juzgar por tu reacción ¿Qué sucede, Candy?  ¿Te complaces en jugar con mis debilidades pero luego decides que no soy lo suficientemente  honorable como para que me entregues tus favores? Pensé que después de todos estos meses las cosas habían cambiado, pero veo que a fin de cuentas solamente soy el pretexto que te salvó de Neil Leagan aceptando esta ridícula patraña de un matrimonio falso - respondió él, arrepintiéndose demasiado tarde de la amargura de su reclamo. 

-         ¡No sabes cuánto lamento haber aceptado tu oferta, en ese momento!- contestó ella con igual resentimiento – Tal vez hubiese sido mejor que me dejaras seguir mi destino en lugar de vivir esta mentira cotidiana.

Los ojos de Terry se enardecieron aún más con las últimas palabras de la muchacha. En un gesto mezcla de violencia y rabia, el joven volvió a acercarse a Candy tomándola por los hombros sin medir su fuerza. Por un segundo la muchacha temió lo peor.

 

-         Dime una cosa, Candy – dijo él acercando su rostro hasta que su aliento quemó las mejillas de la joven-  ¿Acaso hubieses preferido que ese malnacido te tuviera en su cama ? Tal vez si consigo envilecerme como él aceptes mis caricias de buen grado ¿O tal vez deba hacer lo que él sin duda haría si estuviera en estos momentos en mi lugar,-  los ojos de Candy, brillaron bajo las luces de la chimenea y Terry pudo percibir en ellos el miedo. ¡No! Ese era el último sentimiento que él hubiera deseado jamás inspirar en ella. Podía soportar su rechazo, pero no que ella le temiera. Instintivamente el joven soltó los hombros de la muchacha y se alejó de ella. Candy, aún abrumada por las emociones, no alcanzó a coordinar reacción alguna – No te preocupes – añadió él dándole la espalda -  mañana mismo salgo de gira y después de lo que ha pasado me ha quedado  bien claro que mis sentimientos no cuentan. Olvida lo que me prometiste, sé bien que no viajarás mañana conmigo.

Diciendo esto último, el joven salió de la habitación sin cerrar la puerta tras de si. Candy, una vez sola, se desplomó sobre el diván y lloró de desconcierto y vergüenza. No sabía qué pensar. Mientras Terry la había sostenido con violentada fuerza, la mirada llena de resentimiento y pasión al mismo tiempo, por un segundo había deseado que él no se detuviera y al instante siguiente se había horrorizado de sus propios pensamientos.

 

Tuvo miedo de él, de sí misma y de lo que podría pasar si lo peor de cada uno seguía fluyendo sin control.  Las palabras de Terry mientras él la acariciaba habían hablado sólo de deseo, pero si sus oídos no la habían engañado, antes de salir el tono había cambiado:

 

“ . . .  me ha quedado bien claro que mis sentimientos no cuentan . . .”

A pesar del calor proveniente del hogar un inexplicable escalofrío recorrió el cuerpo de Candy cuando su corazón empezó a atormentarla con la idea de que se había equivocado.  En el pasillo, los pasos sigilosos de Sophie se perdieron en la oscuridad sin que la joven se diera cuenta de que los sucesos de aquella noche no serían ya más un secreto.

 

 

Las sedas de la cama estaban aún revueltas aunque ya era bien avanzada la mañana. Todavía envuelta en su negligé preferido y con los cabellos cobrizos aún sin acicalar Eliza Leagan volvía a leer con sumo placer la carta que recién había recibido esa mañana. Habían sido meses de frustración los que había tenido que vivir, esperando en vano noticias de Sophie que realmente sirvieran de algo. Por instantes había dudado ante la insistencia de su hermano que la apremiaba a ayudarle en un plan mucho más violento, pero ahora que las cosas comenzaban a salirle bien se congratulaba internamente por su paciencia y sagacidad.

No sólo tenía en sus manos el relato de los secretos que los Grandchester habían sabido guardar tan bien por todo ese tiempo, sino una contundente prueba escritas de puño y letra del mismo Terruce. No podía pedir más. Cuando la tía abuela se enterara de aquello seguramente el matrimonio quedaría anulado y sus planes iniciales para entregar a Candy en manos de su hermano y apropiarse de la fortuna Andley volverían a entrar en marcha.

Por quinta vez,  sus ojos repasaron las líneas enérgicas de la escritura de Terry que se veían en algunas secciones ligeramente borrosas por las lágrimas que alguien había vertido al leer la carta. Eliza se regocijaba adivinando quién había llorado sobre las palabras de Terry.

 

              Candice: 

Anoche perdí la noción de los compromisos adquiridos meses atrás y olvidé también mi condición de caballero. Cuando entre nosotros convenimos contraer matrimonio con el único propósito de librarte de Neil Leagan dejamos bien claro que la unión sería una mera comedia. Ignoro en qué momento olvidé que había empeñado mi palabra en todo esto.

Al principio pensé que la mejor manera de convivir contigo en este año que hemos de pasar juntos era preservarme distante. Ahora supongo que de haberme mantenido firme en esta primera resolución, los bochornosos momentos que vivimos anoche no hubiesen pasado jamás. Lamento mucho que mi descuido nos haya llevado a una situación tan desagradable para ambos.

Podría también decir que me arrepiento de mis arrebatos, pero no de los sentimientos que los produjeron. Podría aquí hablar de esos sentimientos, pero nunca he sido elocuente en los asuntos del corazón y no he de serlo ahora cuando me ha quedado bien claro que mis pretensiones no son bien recibidas por ti. Así pues, no temas que estas líneas digan nada al respecto. 

Quiero aclarar que no fui yo el único responsable de las cosas que pasaron entre nosotros. Si tú no hubieses alentado mis avances las cosas habrían sido distintas. Sin embargo, debí haber sido más inteligente para leer en tu comportamiento un mero azoramiento ante lo desconocido y no lo que yo aspiraba encontrar. Te pido disculpas por ello y te prometo que no volverá ocurrir.

No debes temer que mi presencia te importune con recuerdos de los momentos que para ti resultaron tan repugnantes, porque cuando leas esta carta yo habré ya partido de gira. Cuando regrese a Nueva York te aseguro que mi estancia en la casa será casi imperceptible y que no tendrás siquiera la molestia de compartir la mesa conmigo. En seis meses más firmaré la carta de divorcio como lo convenimos y podrás con ello recuperar tu libertad sin temor a que tu familia te obligue a casarte con alguien que no deseas. Te doy mi palabra que después de entonces jamás me volveré a cruzar en tu camino. Mientras tanto, en lo que a mi concierne, este tema queda sellado y no tengo ya ni intenciones ni deseos de abordarlo en lo futuro. Espero que sepas respetar la distancia que deseo guardar, pues no me siento preparado para ser sólo tu amigo. 

Terruce G. Grandchester

 

Semejante prueba debía de ser suficiente para hundir a Candy, pensaba Eliza que únicamente lamentaba que su hermano se encontrara de viaje en esos días. Tendría que esperar hasta su regreso para contarle las buenas nuevas.

 

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