LA TRAMPA

por Mercurio

 

Capítulo 10

Del mudo amor aprende a leer lo escrito

 

  

-         Explícame ahora mismo cómo es que sucedieron las cosas, Spencer. Quiero la verdad y sólo eso – exigió el joven patrón a su mayordomo cuando apenas hubo pisado el umbral de su casa. Con manos nerviosas el joven se quitaba los guantes mientras, Fletcher, uno de los mozos de la casa, lo ayudaba a quitarse el sobretodo.

 

Spencer y Fletcher intercambiaron miradas, mezcla de asombro y temor, un tanto desconcertados ante la apariencia desusual de su jefe que siempre vestía impecablemente y que ahora parecía haber olvidado anudarse la corbata. La irritación en los ojos del joven dejaba ver la falta de sueño, pero el tono francamente molesto de su voz demostraba que su estado era de alerta.

 

-         ¡Vamos, hombre! Deja de estar mirándome cómo si fuera un fantasma y dime lo que pasó – repitió Terry irritado.

-         Bueno, señor, su esposa quizo ir al Country Club y Harry la acompañó como usted lo ha indicado- se apresuró a explicar el mayordomo haciendo señas al mozo para que se retirara. De nuevo se sorprendió al darse cuenta de que su patrón había olvidado ponerse saco y chaleco. – Después del Country Club la señora quiso detenerse a caminar en Central Park y le pidió a Harry que la dejara hacerlo sola.

-         ¡Eso es precisamente lo que no puedo entender, Spencer! – explotó Terry dando un manotazo al aire - ¡Harry sabía bien que no debía dejarla sola por ningún motivo! ¿Por qué diablos me desobedeció?

-         Entiendo su disgusto, señor,- explicó el mayordomo tratando de  calmar al joven – pero la señora es muy convincente, además . . . tomando en cuenta lo mal que había estado en estos días . . .

-         ¿De qué hablas? – preguntó Terry frunciendo el ceño. -¿Cómo es eso de que Candy ha estado mal?

-         La señora ha estado algo . . . algo delicada, señor, – explicó Spencer sabiendo de antemano que tendría que detallar a su patrón todos los pormenores del asunto por difíciles que fueran. – Deprimida podría, tal vez, ser la palabra más adecuada. Desde que usted se fue, ella se encerró en su habitación por varios días comiendo apenas como pajarito y eso que Lucy se esmeró como nunca cocinando todo lo que la señora prefiere. Estábamos todos muy preocupados por ella, pero no sabíamos qué hacer ya que usted no estaba y ella se negaba a ver a un médico.

 

Aún cuando Spencer pensaba que su patrón no podía palidecer más, las noticias de los días de depresión que Candy había sufrido dejó a Terry más blanco que la tela de la camisa que llevaba puesta.  “Es mi culpa, como siempre,” se decía el joven maldiciéndose en silencio. “ Ella debió haberse sentido tan indignada, tan ofendida por mi atrevimiento, tan impotente por no poder abandonarme de una buena vez. Seguramente debes de odiarme,  por haberme propasado contigo, Candy.”

                       

-         Usted comprenderá – continuó el sirviente al ver que el joven no le interrumpía – que cuando ella quizo al fin salir de ese cuarto todos nosotros nos sentimos aliviados. Por ese motivo Harry consintió en dejarla caminar sola. Pensó que la caminata le haría bien y que no habría ningún peligro porque el parque estaba algo concurrido esa tarde. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que ella se retrasaba y que la noche empezaba a caer se propuso buscarla. Harry tuvo un mal presentimiento, así que decidió pedirle a la escolta que lo ayudara con la búsqueda para abreviar tiempos.

-         ¿Se dio cuenta ella de la existencia de la escolta, entonces? – preguntó Terry incómodo al pensar que Candy pudiera haber descubierto la medida de protección adicional que él había urdido sin el conocimiento de ella.  Más receloso desde aquel incidente en el jardín botánico, él había contratado a tres profesionales que seguían el auto de Candy a una distancia discreta cada vez que ella salía.

-         No creo que ella haya podido darse cuenta, señor. Los hombres de la escolta se dividieron en dos direcciones distintas y Harry tomó una tercera, señor – explicó el mayordomo – Fue Harry quien tuvo la suerte de hallar a la señora justo en el momento en que el raptor intentaba subirla a un carruaje. Harry lo amenazó con su pistola, pero el individuo usó un truco sucio para distraerlo y hubo un forcejeo. Así fue como el hombre logró herir a Harry en la pierna, señor. Fue una suerte que en la oscuridad el tino de ese facineroso fuera tan malo y que la pistola tuviera una sola bala. De no haber sido así tal vez ahora visitaríamos a Harry en el campo santo y no en el hospital.

-         ¿Qué pasó entonces?- continuó interrogando Terry, los ojos brillándole de impaciencia y suspenso.

-         Sólo Dios sabe, señor – explicó el mayordomo imaginando de antemano que la siguiente parte de la historia sería aún más difícil de asimilar para su patrón. – Los hombres de la escolta habían ya renunciado a su búsqueda en las direcciones fijadas y estaban regresando al punto de reunión cuando oyeron un disparo. Por fortuna el sonido vino de una sección del parque muy cercana a ellos, así que corrieron en esa dirección.  Cuando ellos encontraron a la señora,  ella estaba de pie frente a Harry quien había perdido el conocimiento por la herida. La señora Candy sostenía un revólver en sus manos. Al parecer su esposa había logrado tomar el arma de Harry  mientras él peleaba con el raptor y cuando vio que Harry había sido herido ella se defendió con ese revólver.

-         ¿Ella le disparó al hombre? – preguntó Terry asombrado, pues sabía bien que Candy jamás había usado arma alguna. “¿Te das cuenta? Tan asustada como debió haber estado, logró reunir el aplomo para defenderse ¡Candy! ” – Apenas puedo creer que ella pudiera siquiera levantar un revólver tan pesado – comentó luego en voz alta.

-         Aparentemente sí pudo hacerlo, señor. Fue muy temerario de su parte, sobre todo cuando el secuestrador también estaba armado.

-         ¿Quieres decir que él también tenía una pistola en sus manos, cuando ella le disparó?- preguntó Terry viendo en su mente la escena. Candy debía haber estado desesperada para amenazar al hombre a pesar de que él también tenía un revólver apuntándola.

-         La señora fue muy valiente. Ella no podía saber que el hombre ya no tenía balas. Seguramente él pensó que se amedrentaría sólo por verle la pistola.

-         ¿Tú crees que ella consiguió herir al hombre?- preguntó Terry  cada vez más nervioso de sólo imaginarse lo ocurrido.

-         Muy posiblemente,  porque ya no la atacó más, sino que huyó. Los hombres de la escolta dicen haber llegado al lugar tan sólo un par de minutos después de que su esposa disparara.  Ellos también hicieron unos disparos, pero no lograron alcanzar al hombre que consiguió perderse en la oscuridad cuanto se dio cuenta de que no había forma de lograr su cometido. La señora se desvaneció entonces, lo cual no es de extrañarse siendo que apenas si había probado bocado en los últimos días.

Terry se quedó en silencio por unos segundos. El peligro en que Candy había estado parecía aún más patente y abrumador al escuchar el relato de Spencer.

 

 

-         Señor, si me permite, - agregó el mayordomo al ver que su patrón se había quedado callado - creo que no debe usted ser duro con Harry, él hizo todo lo que estaba en sus manos para proteger a la señora y a todos nos consta que arriesgó su vida por salvarla.

 

 

Terry no dijo nada, sólo bajó la cabeza por unos instantes mientras retorcía las manos una contra la otra. Aunque hubiese querido culpar a Harry de lo sucedido, lo cierto es que no encontraba otro responsable que no fuera él mismo. Le horrorizaba el sólo pensar lo que habría pasado si Candy no hubiese tenido la buena ocurrencia de usar el arma.

 

 

 

-         No te preocupes por Harry, – dijo al fin alzando la cabeza – yo sabré recompersarle.  Dime ahora dónde está la señora.

-         En ... en  su cuarto, señor, - titubeó el mayordomo poniéndose aún más nervioso -  Deberá usted disculparme, pero hay algo que no le dije por teléfono – confeso el hombre bajando la cabeza.

 

La ceja izquierda de Terry se arqueó en un gesto reflejo. Su mente empezó a trabajar rápidamente, imaginando las peores cosas posibles. Ya su corazón le había dicho que Candy no estaba realmente bien, como Spencer le había asegurado en su conversación por teléfono.

 

-         Habla – dijo él solamente con la voz enronquecida por la tensión.

-         La señora no ha vuelto en sí todavía, señor – explicó el mayordomo perdiendo el color del rostro al ver la expresión de su patrón – El médico dice que posiblemente ha entrado en una especie de shock por la experiencia vivida. La madre de usted ha estado aquí desde el incidente. Ella se ha encargado de cuidar a la señora y fue ella quien decidió que no le dijéramos a usted el estado en que su esposa se encotraba hasta que estuviera ya de regreso. Disculpe que se lo haya ocultado, pero fueron órdenes de su madre. Por favor, disculpe. . .

-         No te preocupes, Spencer – repuso el joven demasiado preocupado por el estado de Candy como para molestarse con su mayordomo - ¿Cuánto tiempo ha estado inconsciente?

-         Más de cuarenta y ocho horas, señor – contestó el mayordomo – El médico dijo que únicamente podemos esperar a que ella reaccione por sí sola y darle los mejores cuidados posibles mientras tanto.

 

Terry asintió con la cabeza como aturdido,  sintiendo que el piso se desvanecía bajo sus pies tragándoselo por completo. El peso de su angustia se hacía cada vez más doloroso. Sin decir más, el joven dejó a su mayordomo y se dirigió hacia las alcobas principales.

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Solamente la débil luz de un quinqué iluminaba el cuarto. Terry tuvo que ajustar sus ojos a la  oscuridad de la habitación al entrar. El docel de la cama tenía las cortinas corridas, así que no pudo distinguir a quien yacía inconsciente en el lecho. Después de un rato el joven pudo percatarse que una mujer estaba de pie, cerca de una de las cómodas, mojando un paño en una palangana. La mujer era alta y su figura le resultó conocida al joven de inmediato.

 

-         ¡Madre! – exclamó al joven llamando la atención de la mujer que en seguida reaccionó volviéndose.

-         ¡Terry! ¡Gracias a Dios estás de regreso! – dijo ella con una expresión de alivio pero conteniendo el volumen de su voz a un susurro solamente. Eleanor dejó el paño sobre la cómoda y corrió a encontrar a su hijo en el umbral de la puerta .

-         Y yo te agradezco que estuvieras aquí todo este tiempo – dijo el joven  tratando de parecer sereno pero fallando terriblemente en el intento - ¿Cómo está ella? – preguntó sin poder contenerse más.

-         Aún inconsciente, – respondió la mujer bajando los ojos – El médico dice que es comprensible después de lo sucedido y tomando en cuenta que en los días anteriores  . . . – Eleanor se detuvo, todavía insegura si aquel era el mejor momento para hablar con su hijo sobre el estado de Candy durante los días previos al intento de secuestro.

-         Sí, madre, ya Spencer se encargó de contarme que ella había estado deprimida antes del incidente, – aceptó Terry sintiéndose cada vez más miserable. – Es mi culpa.

 

Eleanor no dijo nada. La expresión de desazón en el rostro de Terry era más elocuente que sus palabras. La mujer era lo suficientemente perspicaz  como para adivinar que la pareja había tenido una severa riña antes de la salida de Terry. Conocedora del mal carácter de su hijo, Eleanor se figuraba que el joven tendría razones de sobra para sentirse culpable por la depresión de su esposa. Sin embargo, en las desafortunadas circunstancias presentes no era buena idea ahondar sobre el tema.

 

-         No hablemos de eso ahora – respondió ella sonriendo levemente mientras colocaba su mano sobre el hombro de su hijo en un gesto de comprensión- Es bueno que hayas regresado, Terry. El que ella te sepa a su lado seguramente la ayudará a volver en sí pronto.

 

Diciendo esto último la mujer animó al joven con un movimiento de sus ojos para que él se acercara a la cama. Terry no necesitó que se lo dijera dos veces. No obstante,  cuando estaba  apenas a dos pasos se detuvo en seco.

 

Candy parecía dormir profundamente. El cabello rubio que le enmarcaba el rostro se veía dramáticamente  más brillante contrastando con la palidez de las mejillas de la joven.  Terry, que había siempre admirado los toques de carmín en el rostro blanco de Candy y el color encendido de sus labios, no pudo evitar sentirse alarmado al contemplar la lividez que parecía dominar ahora en el semblante de la  joven.

 

Sintiendo que sobre él caía todo el peso de sus remordimientos, el hombre se arrodilló junto a la cama. Sus manos buscaron sin proponérselo la mano inerte que la joven tenía abandonada sobre la almohada. Sin poder hacer o decir nada, el hombre permaneció callado por un rato, observando el sueño de la muchacha con angustiosa atención. El constante pulso en la muñeca de la joven y el suave movimiento de su pecho le decían que la vida aún corría normalmente en el cuerpo de Candy, pero la palidez del rostro tenía un matiz de cirios y mortajas que le aterraba.

En su inconsciencia, la joven se movió ligeramente volviendo el rostro hacia la dirección en que Terry estaba. Fue así como él pudo percibir el moretón que cruzaba la mejilla izquierda de la joven desvaneciéndose hacia la sien. Asustado, Terry buscó a su madre con la mirada, sus ojos iban cargados con una pregunta muda que Eleanor entendió enseguida. La mujer se acercó a él para dar la explicación que sabía de antemano no contribuiría a mejorar el estado de ánimo de su hijo. Sin embargo, no tenía otra opción que decir la verdad.

 

-         Suponemos que ella forcejeó con el hombre que intentó raptarla,– contó Eleanor , haciendo una pausa – Es muy probable que el hombre la haya golpeado durante el forcejeo.

 

Terry se quedó atónito por un par de segundos. Después, una chispa de ira empezó a brillar en sus ojos que hizo que Eleanor sintiera escalofríos de arriba abajo. Conocía bien el significado de aquella mirada punzante y le temía. Simultáneamente los puños del hombre se crisparon y el rostro se le encendió en una mezcla de indignación e impotencia. No obstante, el silencio se mantuvo por  instantes eternos mientras  Terry se volvía de nuevo a ver las marcas en el rostro de su esposa.

 

-         ¡Maldito hijo de puta! – dijo él al fin con la voz velada por la ira, casi en un susurro.  Su furia era demasiado poderosa en esos instantes como para manifestarse en voz alta. Nunca en su vida había sentido algo más abrumadoramente oscuro - ¡Ese malnacido se atrevió a golpearla! – añadió después en el mismo tono que hubiese parecido sosegado de no haber sido por el temblor de sus manos.

-         Terry . . . – balbuceó la mujer a su lado sin saber cómo tranquilizar  a su hijo.

-         No madre, no me digas nada -  le interrumpió él – Déjame solo con ella ¿Quieres?-pidió  el joven sin dejar de mirar a Candy.

 

Eleanor se había ya percatado del estado de cansancio y desaliño en que el joven había llegado.  La prudencia le dictaba que era más conveniente que Terry se fuera a descansar por lo menos unas horas, pero conociendo que el momento era demasiado grave como para pensar en esos detalles prácticos, la mujer supuso que no tendría caso insisitirle a su hijo. Tal vez era mejor dejar que Terry luchara solo con la herida enorme de saber que alguien había atacado y golpeado a su esposa en su ausencia. Para afrentas como esa no hay consolación que sirva, ni se escucha a la prudencia en semejante estado.

 

-         Está bien- aceptó Eleanor – pero regresaré al rato.

 

Terry no le contestó y Eleanor se limitó a salir en silencio de la habitación.

  

Yo soy el único responsable de que esto haya sucedido” – se dijo él una vez solo, mientras despejaba el rostro de la joven de algún rizo rebelde – “Sin embargo, te juro, Candy, que esos bastardos de los Leagan van a pagar caro lo que ha sucedido. Voy a hacer que deseen nunca haber nacido y que maldigan la hora misma en que osaron hacerte daño. Te lo juro.

 

Si Terry hubiese dicho audiblemente lo que pensaba segramente su voz hubiese sonado cargada de enojo  y quizá se hubiera quebrado por la culpabilidad implícita.  Pero el  coraje era tan profundo que no podía hacerse tangible de ninguna forma. Tenía que mantenerse al interior, donde se mantienen los sentimientos más hondos, los que duelen más por callados e íntimos; los que ni siquiera pueden desahogarse con las lágrimas.

Así, en silencio y sin llanto, Terry permaneció al lado de Candy varias horas. Horas que no contó, sólo padeció mientras contemplaba el rostro dormido de la muchacha; alimentando al mismo tiempo sus odios más negros y su pasión más pura. Odiándose a sí mismo y amando a Candy muy a su pesar, sin recordar siquiera la razón por la cual habían reñido.

 

 

Durante la madrugada Eleanor volvió a la habitación, esperando que tal vez la primera amarga impresión había ya cedido ante el evidente cansancio. No obstante, al entrar a la habitación descubrió que su hijo estaba aún en vigilia, sentado en un setée que él mismo había acercado a la cama.

 

-         Deberías tomar un baño y tratar de descansar un poco –sugirió la mujer.

-         No – contestó él sin mirarla.

-         Terry, no seas terco, no la ayudarás en nada y sólo lograrás enfermarte- insistió la mujer “Igual de obsecado que Richard,” pensó luego ella, sin poder evitar un movimiento de cabeza.

-         No quiero, ya te dije – repitió él visiblemente molesto con la insistencia de su madre.

-         Terry . . .

-         Déjame sólo ¿Qué no entiendes? – repuso él ácidamente.

-         Muy bien. Haz lo que quieras – respondió la mujer, perdiendo la paciencia – Cuando ella despierte ni siquiera te reconocerá con esa barba crecida y oliendo a tren de segunda clase. Sólo espero que no se asuste confundiéndote con el secuestrador. – sentenció ella dirigiéndose a la salida de la habitación, pero al llegar a la puerta  se volvió y agregó – En caso de que cambies de parecer, te he dejado ropa limpia en el taburete y hay toallas en el baño. Por cierto, Candy no se va a quebrar si te acuestas a dormir a su lado.

 

Diciendo esto último la señora Baker cerró la puerta tras de sí, esperando que sus últimas palabras surtieran el efecto deseado.

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El reloj siguió su implacable camino. Terry tardó un buen rato sentado en el setée de Candy, aún demasiado abrumado por sus remordimientos. No obstante, hacia las cuatro de la mañana comenzó a considerar la ugerencia de su madre en cuanto al baño, hasta que finalmente decidió que no era del todo una mala idea. Reticentemente el joven dejó su puesto al lado de Candy y se dirigió a la ducha

El efecto del agua caliente pronto comenzó a hacerse patente en el cuerpo del hombre, que cuando salió del baño se sentía, si no más tranquilo, por Lo menos ya no tan incómodo consigo mismo. Con pasos pesados por el repentino sueño que empezaba a embargarle, Terry se acercó de nuevo a la cama de Candy. La joven seguía inmóvil y ajena.

“Es curioso,” pensó Terry tristemente, “que aún pálida y con ese golpe en la mejilla se vea tan hermosa.”

Sin pensarlo mucho el joven se sentó al lado de la muchacha siguiendo con la mirada el hipnótico ritmo de su respiración.

 



- Es inútil que me engañe. No podría dejar de amarte aunque quisiera, Candy – afirmó el joven en voz alta y fue lo último que dijo antes de quedarse profundamente dormido.

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La claridad traspasó las vidrieras y luego se resbaló por las pesadas cortinas brocadas, llegando hasta las orillas. Ahí, donde la tela casi rozaba el suelo, encontró el pasadizo que le permitió entrar a la alcoba, aunque fuese furtivamente.  Contenta de haber logrado su cometido, la luz viajó hasta el lecho y acarició los párpados de la joven. El contacto fue cálido a pesar de que afuera el día era invernalmente frío.

Un segundo más tarde el sonido de una respiración acompasada entró por los oídos manteniéndose constante.  Poco a poco un aroma a incienso marroquí, mezclado con cítricos y maderas orientales comenzó a percibirse con decisión en la atmósfera, mientras que las yemas de los dedos volvían a tomar consciencia de la textura de las sábanas.  En el fondo de las sensaciones un cada vez más cierto dolor de cabeza se fue definiendo lentamente. Sin embargo, un calor suave la rodeaba por todos lados y un sentimiento de seguridad la embargaba el pecho. Hubo una pausa durante la cual  el limbo luchó con la realidad,  la consciencia aún resistiéndose a despertar. Después de unos segundos finalmente la joven abrió los ojos. .

Lo primero que percibió fue que su cabeza descansaba sobre el pecho de alguien más.  Un segundo más tarde sintió los brazos que la rodeaban y reconoció el perfume que se había infiltrado en sus sentidos minutos antes de despertar.

 

“¿Terry?” – fue lo primero que pensó la muchacha, sin poder entender la situación. Realmente poco le importaba entenderla. Estaba en brazos de él. Tal vez era un sueño. Sin embargo, el sueño comenzó a moverse y pronto unos ojos azul verdoso la miraban con asombro y preocupación. Cuando las pupilas se encontraron Candy recordó súbitamente todo lo que había pasado y aunque no sabía con seguridad si sus recuerdos correspondían a una pesadilla, una repentina angustia le llenó el pecho.

 

-         ¡Terry! – fue su primera palabra dicha casi como un gemido. Un instante después los brazos firmes del joven la rodeaban  mientras ella rompía en llanto sobre su pecho.

 

El hombre no podía decir nada. Sentía la nariz de la joven hundiéndose en la bata de baño que él llevaba puesta y el leve temblor del cuerpo de ella contra el suyo mientras sollozaba. Una maraña de emociones se le agolpaba en el corazón. ¿Cuándo había sido que se había quedado dormido? ¿Cómo había ella terminado acunada en sus brazos? ¡Dios, ella había al fin vuelto en si! Desgraciadamente, toda la gloria del momento qudaba opacada en ese instante por la amargura con la que ella lloraba. Terry había visto a Candy llorar de rabia o de tristeza, pero nunca sollozar desesperadamente como lo estaba haciendo ahora.

 

-         ¡Tuve tanto miedo, Terry! ¡Terry! – empezó ella a decir entre llantos, sus palabras entrecortadas y sus manos temblando – Ese hombre . . . una pistola . . . Harry . . . – decía ella atropellando las palabras mientras su mente iba poco a poco juntando las piezas del rompecabezas.

 

De ese mismo modo transcurrieron los minutos. Ella siguió llorando largo rato, y él se limitó a abrazarla y acariciar su cabeza con toda la ternura de la que era capaz. En ese mágico instante las distancias fijadas con anterioridad quedaron olvidadas, dejando en su lugar la natural conexión que siempre les había unido. Al menos en ese momento ambos se sintieron pareja en la acepción más espiritual de la palabra, aunque ninguno de los dos fuera capaz de discernirlo conscientemente.

 

Mientras los sollozos y el miedo se fueron calmando, los recuerdos de Candy recobraron sentido poco a poco. Mentalmente la joven volvió a escuchar el silencio del parque, sintió el frío del crepúsculo, vió al hombre persiguiéndola. Lo demás fue sumándose; sus intentos por defenderse, el golpe, el sonido del gatillo de Harry, la pelea y luego Harry cayendo al suelo después del disparo. . . .

 

-         ¡Dios mío, Harry! ¿Terry, dónde está Harry? – preguntó la joven ansiosamente, separándose al fin del pecho del joven.

-         ¿Hasta en estos momentos has de pensar en los demás, verdad? – dijo Terry al fin, sonriendo tristemente al ver el rostro preocupado de Candy – Él está bien, pecosa. Le hirieron la pierna, pero creo que vivirá para contárselo a sus nietos, – le contestó al tiempo que  le besaba la frente como si se tratase de la cosa más natural del mundo – Tú eres quien nos ha tenido preocupados los últimos tres días, pero ahora ha salido el sol, Candy. Todo está bien.

 

 

Diciendo esto último, el joven tomó de nuevo la cabeza de la joven para recargarla suavemente sobre su pecho. Las últimas horas que había pasado al lado de la cama de Candy habían sido largas y desgastantes, pero en ninguna de ellas él se había puesto  a pensar en lo que haría al respecto de su relación con la joven en cuanto ella recuperara el conocimiento.  En esos momentos de angustia que recién terminaban lo único en que podía pensar era en que ella despertara. Lo que pasaría después había dejado de tener relevancia . . . hasta ahora. Sabía que había cosas que tendrían que decirse, pero tenía miedo de romper el encanto . . .  no ahora que ella se aferraba a él como si fuera la única persona en el mundo en quien pudiera cofiar, no ahora que habían despertado juntos y habían compartido el lecho abrazados.

 

Candy, por su parte, tampoco quería volver a la incómoda realidad de las cosas tan duras que se habían dicho el uno al otro. Por el momento, disfrutar el calor del abrazo de Terry y el perfume de su cuerpo era en lo único que podía y quería pensar. La carta que él había escrito y las decisiones que ahí se habían tomado quedaron olvidadas momentáneamente. En el fondo de las sensaciones el dolor de cabeza continuaba, pero la calidez que la cubría compensaba el malestar. Era tan natural estar cubierta por sus brazos y descansar la cabeza en su hombro, tan lógico y dulce a la vez que él le acarciara el cabello, que no parecía haber razón para interrumpir el momento.

 

 

Un golpe suave en la puerta les hizo volver a la realidad. Terry recordó entonces que no había terminado de vestirse y se dirigó al baño para hacerlo al tiempo que le indicaba a quien llamaba a la puerta que podía entrar.  Candy  observó a Terry perderse tras la puerta del baño y tuvo que luchar para disimular su sonrojo al darse cuenta en qué condiciones habían estado durmiendo juntos, cuando la madre de Terry y Sophie entraron a la alcoba. Ambas mujeres no cupieron en sí de alegría cuando se dieron\ cuenta de que Candy  había despertado. De inmediato las mujeres se dedicaron a ver el estado de la joven y a volverle a poner nuevas compresas frescas para apresurar la desaparición del cardenal dejado por el golpe. Luego vino el té con una ligera dosis de laudanum para el dolor de cabeza y un poco de conversación femenina para aligerar el corazón.

 

Cuando Terry salió al fin, vestido de nuevo con su usual esmero, Candy estaba ya desayunando con tan buen apetito que él súbitamente recordó que también había dejado olvidado su propio estómago durante las últimas horas. Después de varios días, Lucy, la cocinera, volvió a sentirse útil.

 

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Los días subsecuentes pasaron en aparente calma.  Siendo siempre de espíritu reacio y constitución fuerte, Candy no tardó en recuperarse físicamente del incidente.  En lo emocional la cosa era distinta, pero la constante presencia de Terry y la inteligencia de que él había interrumpido su gira sólo para estar con ella, eran compensación suficiente para las constantes pesadillas que la joven tuvo que sufrir durante las noches siguientes. Imaginándose que solamente era cuestión de tiempo, la muchacha se guardó para sí ese detalle.

 

Tácitamente ambos jóvenes escogieron hacer como si nada hubiese pasado en los días anteriores a la partida de Terry y vivieron de nuevo una especie de tregua apacible, si no conciliadora. Sin embargo, la primera apertura física que se había dado cuando Candy había vuelto en sí, no había vuelto a repetirse.  Candy  ni siquiera había tratado de reguntarle a Terry cómo es que  habían terminado durmiendo juntos. Tampoco se habían dado las explicaciones que ambos sabían eran necesarias   Era como si se hubiese acordado que dadas las circunstancias presentes era mejor esperar  para tener una conversación tan espinosa. La pregunta era ¿Hasta cuándo? Así pasaron unos cuantos días hasta que se hizo forzosamente necesario que Candy dejara la casa para hacer una visita a la jefatura de policía.

Aunque los Grandchester hubiesen querido olvidarse del incidente para siempre. Lo cierto era que si querían neutralizar a los Leagan totalmente para que algo así no volviera ocurrir, había que llegar hasta el fondo de los hechos. Así pues, cuando el médico aprobó que Candy saliera, Terry la acompañó a la estación de policía para que ella presentara su declaración y tratara de identificar al agresor entre los fichados que respondieran a su descripción.

 

Pasar la mañana en las oficinas de la policía revisando fotos de delincuentes y removiendo recuerdos desagradables era lo último que Terry hubiese deseado. No sólo era duro saber que ella estaba pasando un mal momento, sino que él mismo tuvo que luchar contra las punzadas de ira e indignación  al escuchar de labios de la propia Candy cómo el hombre la había golpeado al punto de hacerle perder el conocimiento.

 

Ella, sin embargo, con esa fuerza interna que la movía a un ritmo distinto a las demás mujeres que Terry había conocido, había mantenido la entereza durante toda la declaración y mientras repasaba las fotos. Si no la hubiese conocido tanto, Terry habría podido llegar a pensar que  la muchacha narraba cosas que le habían sucedido a otra persona y no a ella misma, pero la palidez desusual de sus mejillas, le decía que ella se la estaba pasando mal, aunque se resistiera a dejarse ver intimidada.

 

En más de una ocasión él intentó detener el proceso cuando el policía que hacía las preguntas insistía en indagar más detalles, pero en cada una de esas veces la mirada decidida de Candy lo cortó en seco. Ella continuó sin quejarse, aunque la esporádica tensión en sus sienes la delataba. Así transcurrieron cerca de dos penosas horas.

 

Al salir de las oficinas de la policía, el regreso a casa transcurrió en silencio. Los recuerdos despertados por la declaración judicial habían sin duda afectado el ánimo de Candy, aunque ella se obstinase en hacerse la fuerte. Terry, por su parte, no podia borrarse el mal sabor de boca  de pensar en el peligro en que su esposa había estado y el infierno que sin duda ambos habrían tenido que sufrir si el raptor hubiese corrido con mejor suerte.  Ambos permanecieron el resto del viaje sin conversar, cada uno luchando por parecer tranquilo y ajeno. Así llegaron a la casa

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El almuerzo transcurrió en un sepulcral silencio. De alguna forma el recuerdo de los hechos vividos había forzado a Candy a volver la mirada hacia su realidad. La joven apenas podía creer lo que había sucedido. Desde la infancia Neil y Eliza habían hecho gala de su mala crianza y en más de una ocasión le habían dado pruebas de la oscuridad de sus corazones . . . pero contratar delincuentes para privarla de su libertad con sabía Dios qué otros propósitos negros más . . . aquello iba más allá de lo que se hubiera imaginado.

 

No le quedaba duda de que aquel acto de violencia provenía de ellos, pero sabía bien que mientras no se encontrara al hombre que había intentado raptarla, no tendrían pruebas para acusar a los Leagan ¿Y si nunca lo encontraban? ¿Qué pasaría si a fin de cuentas terminaba divorciándose de Terry como lo habían planeado originalmente? ¿Qué pasaría cuando él ya no estuviera a su lado para protegerla? Si no conseguía que la justicia hiciera algo para ayudarla antes de que el tío abuelo le retirara su apoyo al saberse lo del divorcio, seguramente sería presa fácil de los Leagan. Por primera vez en su vida Candy sintió un miedo aún mayor que en aquel viaje forzado a México. Los malos recuerdos de esos días en el desierto parecían un mero juego de niños ante las oscuras perspectivas que venía venir.

 

 

En medio de todas esas desagradables especulaciones el misterio de la presencia de Terry en su vida sólo contribuía a inquietarla aún más.  La joven se quedó viendo al plato por largos lapsos sin llegar a animarse a comer gran cosa. Terry, por su parte, tampoco parecía muy entusiasmado con la comida.

 

“¿Qué estará pensando?” – se preguntaba ella mientras revolvía la pasta con su tenedor y miraba de reojo el rostro del joven que parecía haberse transformado en una piedra indescifrable.

 

Incapaz de soportar el silencio la muchacha pidió le retiraran el plato y se excusó diciendo que necesitaba descansar un rato. Terry solamente asintió con la cabeza, pero cuando ella estaba a punto de cruzar la puerta del comedor la detuvo con la voz.

 

-         Saldré al Country Club para ver si puedo ejercitar a Sultán aunque sea un rato – dijo él al tiempo que se llevaba a los labios un vaso de agua. De repente parecía tan frío que la sangre de Candy se le heló en las venas.

-         Está bien – repuso ella y sin más comentarios dio la espalda, dirigiendose a su habitación.

 

 

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Molesta consigo misma, con la situación y hasta con el aire que respiraba, Candy entró a su recámara y ni siquiera llamó a Sophie para que la asistiera. La muchacha se sentó frente a su tocador mientras empezaba a quitarse las horquillas que sostenían su peinado. No sabía qué pensar con respecto a Terry.

 

“Me quiere,” se dijo ella mirándose al espejo, “Fui demasiado ciega todos estos meses y me resistí a darme cuenta de ello, pero no puedo negarlo más. A penas supo lo del secuestro abandonó su gira para estar conmigo a pesar de lo mal que yo lo traté,” los ojos de la joven se velaron por la tristeza. Candy se detestaba por haber sido tan tonta. Con gesto nervioso la muchacha se desabotonó la blusa de encaje, mientras recordaba los eventos de los últimos días.

 

“ Cuando recobré el sentido y me vi durmiendo en sus brazos pensé que estaba en la gloria,” continuó ella sonriendo tristemente, “pero las cosas que sucedieron aquella noche aún nos separan . . . quizá nos separen para siempre, porque es obvio que conforme pasan los días él se distancia más y más de mi nuevamente . . .como dijo en su carta. Cada vez que me ve se debe acordar de mi rechazo y yo no puedo culparlo por estar resentido conmigo.”

 

Candy desató los lazos que sostenían el corset y se deshizo también de la crinolina y las medias. Los mozos de la casa tenían cuidado de mantener los hogares de cada habitación encendidos, así que no le importó quedarse solamente en ropa interior. De repente todo le parecía pesado y abrumador. Hubiese querido poder liberarse del peso sobre su pecho como lo hacía con la ropa, pero eso no era tan fácil y simple como desvestirse. Con el corazón cansado, la joven se envolvió en una bata de satén y se tiró a la cama.

 

“Nunca va a perdonarme,” fue el último pensamiento coherente que la joven pudo recordar antes de que el sueño que siguió al llanto la venciera.

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Con el rostro cenizo por la impresión la tía abuela depositó la carta que acababa de leer sobre la mesa de té. Eliza, sentada frente a la anciana, hacía su mejor esfuerzo por parecer grave e indignada aunque por dentro el corazón le latía alegremente. Bastaba ver la cara de la señora Elroy para entender que la lectura había tenido el efecto deseado.

 

“Candy,  ya estás en mis manos, maldita huérfana,” pensó la joven mientras acariciaba lentamente las  cintas de seda que adornaban su vestido.

-         ¡Estoy sumamente consternada! – dijo al fin la anciana poniéndose de pie.

-         Eso es totalmente comprensible, tía – indicó Eliza siguiéndola con la mirada - ¿Cómo íbamos a imaginarnos lo que Candy estaba tramando?

-         Sin embargo, tú sospechaste lo suficiente como para intervenir su correspondencia – señaló la señora que tampoco digería del todo la idea de sustraer correspondencia ajena usando sirivientes como espías.

-         Lo hice por la familia, tía – se apresuró a decir la joven – Siempre he desconfiado de Candy. Estoy  segura de que si no se le vigila constantemente terminará desgraciando la reputación de toda la familia.

-         ¿Pero cómo es posible que una persona tan amable e íntegra como el joven Grandchester haya accedido a un trato de semejante naturaleza? – se preguntó Emilia que había simpatizado con Terry desde el principio y se resistía a creer que él también había estado de acuerdo con el engaño.

-         Oh tía, él está tan enamorado de Candy, el pobre, que haría cualquier cosa que ella le pidiese – aseveró la muchacha mientras acomodaba la expresión del rostro para parecer compugida – Sin embargo, como usted ve, a Candy no le interesa el matrimonio. Solamente quiere  safarse de toda responsabilidad para dedicarse  a esa vida de libertinaje que a ella le gusta. Seguramente después del divorcio tendrá el mal gusto de querer vivir sola, trabajar como una obrera común, llevando nuestro buen nombre de boca en boca ¡Imagínese usted!

-         ¡No podemos permitir que algo así suceda! – exclamó la señora vehementemente mientras golpeaba la palma de su mano inzquierda con el abanico que sostenía en la otra- ¿Qué podemos hacer para detener el divorcio?

-         Yo tengo la solución tía – contestó Eliza acercándose a la anciana y poniendo su mano en el hombro de la vieja para tranquilizarla – He hablado con abogados del asunto, por supuesto, sin mencionar nombres, y ellos me han recomendado que anulemos el matrimonio antes de que  cumplan un año de casados. Así Candy seguirá estando bajo la tutela del tío abuelo y podremos después forzarla a casarse con quien queramos.

-         ¿Pero quién querría exponerse a la vergüenza de tomar por mujer a alguien que ha vivido ya con otro hombre. . . aunque aún sea virgen?- preguntó la tía abuela angustiada – Seguramente nadie de buena familia. Eso es seguro.

-         Se equivoca en eso, tía –intervino Eliza, una chispa de triunfo brillándole en los ojos por anticipado – Mi hermano Neil está dispuesto a hacerlo con tal de salvar el honor de la familia.

 

La señora Elroy se quedó atónita. Nunca se imaginó que su sobrino Neil después de la vergüenza de que su compromiso fuera cancelado estuviera aún dispuesto a desposar a Candy, sobre todo en condiciones tan desventajosas. Aunque  claro está, desposar a una Andley siempre tendría sus recompensas a largo plazo – pensó Emilia orgullosa.  Sí, tal vez esa era la solución para el problema.

 

-         No quisiera que Neil se sacrificara de esa manera – dijo la anciana aún dudando.

-         Oh no tía, él está más que dispuesto. Mi hermano tiene tan buen corazón que en el fondo aún guarda sentimientos tiernos hacia Candy. Salvará la honra de la familia de buen grado – aseguró Eliza con gesto compugido.

-         Entiendo – aseveró la tía abuela pensando para sus adentros que era increíble lo que algunos hombres estaban dispuestos a hacer cuando se encaprichan con una mujer. Emilia era demasiado vieja como para no haberse dado cuenta de que Neil deseaba a Candy con una pasión enfermiza que en el fondo la asqueaba. Sin embargo, poco le importaba la obsesión de su sobrino. Lo único que la preocupaba era el futuro de la familia. Linaje, conexiones y fortuna lo eran todo y por ellos había que arriesgar cualquier cosa – De ser así, entonces tenemos que proceder inmediatamente para anular ese matrimonio.

-         Estoy de acuerdo tía – repuso Eliza atreviéndose a esbozar una ligera sonrisa -  Si usted quiere Neil y yo la acompañaremos a Nueva York, pues estamos seguros de que necesitará de todo nuestro apoyo.

-         Está bien, hija. Haré que George arregle el viaje.

 

En silencio Eliza pensó que la visita a Nueva York sería una excelente oportunidad para ir de compras y conseguirse un brazalete nuevo en Tiffany´s. Siempre que había algo que festejar se compraba una joya nueva.

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Candy había comenzado a caminar sin rumbo fijo. Por más que intentaba tranquilizarse no lo conseguía. Buscaba a Terry sin éxito. Era un infierno  saberlo lejano y resentido contra ella. No . . . no quería hablar con nadie, ni ver a nadie . . .excepto a él. Si tan sólo pudiera encontrarlo. . .  ¿Podría acaso haber entre ellos algo más que frialdad y distanciamiento?

  En las sombras de la noche volvió a ver una cara, pero no era la que buscaba. Era el rostro del hombre que la había atacado. Candy comenzó a correr, pero de nuevo el maleante la alcanzaba sujetándola por la cintura. El hombre la jalaba violentamente contra de sí y ella trataba en vano de soltarse. Quería gritar pero no podía. Jadeando, trataba de defenderse y el hombre, disgustado por la reacción de ella, la golpeaba dejándola inomóvil. No podía mover ni un dedo, pero aún era capaz de ver y escuchar. El hombre la tiraba al suelo y luego se echaba sobre de ella. La joven vió entonces que por una metamorfosis extraña el rostro del hombre había rejuvenecido y sus ojos grises se había vuelto marrones, con un brillo lascivo que la asustaba.

-         No quisiste ser mi esposa – le decía el hombre de los ojos cafés y su voz no era otra que la de Neil – Ahora serás lo que yo quiera. Te voy a tratar como la perra que eres.

Candy quería gritar de horror y de asco, pero su voz no le respondía mientras veía con angustia cómo Neil le rasgaba la ropa y empezaba a manosearla groseramente,  lastimándola con cada toque.

 -         Terry – empezó ella a balbucear entre llantos - ¡Terry! ¡Terry!- pudo al fin gritar horrorizada.

 En medio del silencio de la alcoba, el ruido de la puerta que se abría sin previo aviso se oyó en la lejanía.

 -         ¡Candy! – la llamó una voz cuyo timbre le resultó familiar . . .  aunque era apenas un susurro - ¡Candy! ¡Despierta, Candy! – le volvió a llamar Terry sacudiéndola suavemente. La joven,  sobresaltada, abrió al fin los ojos con el terror reflejado en ellos.

 Sentado junto a ella estaba Terry en persona,  con esos ojos azules que ella esperaba volver a ver fríos y distantes mirándola ahora con preocupación. Por un segundo el corazón de Candy se mantuvo en vilo. Le bastaba verlo para sentir que se le dislocaban los cimientos de la ya muy escasa entereza que le quedaba después de la pesadilla. Sin poder controlar las lágrimas que le nublaron la vista ni el estremecimiento interno, Candy se olvidó de todo refugiándose en los brazos del joven que la recibió en ellos con desconcierto mezclado de inesperada alegría.

 

-         ¡Dios mío, Terry! ¡Estás aquí, mi amor! – le llamó ella llorando mientras hundía el rostro en el pecho del joven. El aroma de Terry pronto le inundó los sentidos, reconfortándola lentamente. De pronto parecía que los problemas habían desaparecido. 

-         Ha sido sólo una pesadilla, Candy – le dijo él abrazándola – No pienses más en ello.

 

Por su parte Terry no sabía ni qué pensar. Su mente hizo un débil intento por entender lo que estaba pasando pero las circunstancias no le permitían coordinar ninguna conclusión coherente.  Las múltiples emociones vividas en las últimos días, el relajamiento físico y mental que seguía siempre después de que montaba por largo rato  y la suavidad del cuerpo de Candy apretándose contra el suyo no lo dejaban dar sentido a las cosas  ¿Se lo había imaginado o ella le había llamado “mi amor”? Terry cerró los ojos y sin pensarlo estrechó a Candy, hundiendo el rostro en los rizos de ella. Si esto era un sueño no quería despertar de él jamás.

 

-         ¿Fue una pesadilla? . . . ¡Todo era tan real! . . .  Neil  me estaba lastimando  . . . yo te llamaba . . . él iba a . . . -   dijo ella aún demasiado confundida por las imágenes de la pesadilla,  atropeyando una frase con otra y ahogando la voz en la camisa del joven.

-         Olvídalo ya, pecosa – le llamó él cariñosamente – No hay forma de que Neil pueda siquiera tocarte con la mirada. No mientras yo tenga vida.  - la voz de Terry inspiraba seguridad pero para sus adentros él mismo era presa de la incertidumbre y sorpresa. “¡Ella me llamaba en sueños! ¡Ella me llamaba!” se repetía el joven incrédulo.

-         Soy una tonta – se reconvino Candy, tratando de serenarse – No puedo dejar de tener estas horrendas pesadillas.

-     ¡Candy! – musitó Terry sorprendido al enterarse de que ella había estado sufriendo de malos sueños a causa de la impresión pasada.

 

Sin pensar en lo que hacía, el joven siguió el camino de sus sentimientos, tomando el rostro de la muchacha entre sus manos para perderse en la mirada verde de Candy. Recordó entonces que cuando era niño le gustaba salir al jardín después de la lluvia para mirar el efecto de la luz solar sobre las gotas que quedaban atrapadas en las hojas. Los ojos llorosos de Candy bajo la luz del quinqué eran aún más hermosos que aquella memoria de su infancia. La joven no ofreció resistencia alguna a ese gesto tan íntimo como cariñoso.

 

-         ¿Has tenido la misma pesadilla varias veces, Candy? – preguntó él acariciando la mejilla de la joven con una ternura de la que ella no le hubiera creído capaz nunca. Candy solamente respondió con un débil asentimiento de cabeza, arrepintiéndose de haber dejado traslucir lo que había querido encubrir durante los últimos días. No obstante, la mirada de Terry estaba tan cargada del más dulce de los afectos que la reserva de la joven acabó por ceder.

-         No importa. Estaré bien – contestó ella, lamentándose que su voz no sonara tan segura como ella hubiese querido, pero era imposible mantener el aplomo cuando Terry se obstinaba en tratarla con dulzura. Antes de que la joven pudiera meditar en las consecuencias de sus actos los dedos de ella comenzaron a acariciar con toques apenas perceptibles la mano izquierda de él que aún sostenía su rostro.

-         A mi sí me importa,- susurró Terry preguntándose si ella deseaba deliberadamente volverlo loco al tocarlo así. Pero la amargura contra sí mismo era aún tan pesada que, a pesar del placer de saberse acariciado, no pudo dejar de sentirse culpable – Si hubiese actuado como corresponde no estarías ahora sufriendo de este modo, Candy, – agregó entonces él  bajando la mirada. – Esta mañana en la inspección de policía sirvió sólo para confirmar lo que yo ya sabía de sobra. He fallado en protegerte cuando más me necesitabas, – se atrevió él a decir,  dándose cuenta de que, aunque hubiera querido  perderse en la alegría de la cercanía renovada entre ellos, era necesario aclarar las cosas en ese justo instante – El mal momento que pasaste y estas pesadillas son más culpa mía que del delincuente que te atacó.

-         ¿De qué hablas, Terry? – preguntó ella intrigada, forzándose a ver al  joven a los ojos.

-         Tú . . . estuviste mal . . . deprimida . . .  y ha sido por mi culpa – repuso él, intimidado ante aquellos enormes ojos verdes que resplandecían en la oscuridad–  La otra noche. . . antes de salir para la gira . . . si yo no hubiese . . 

-         La otra noche yo fui una tonta – interrumpió ella desviando entonces los ojos y separándose de él -  no he pensado en otra cosa.

-         Seguramente pensarás que fue un grave error de tu parte el concederme libertades que no me merecía, – interrumpió él a su vez dando un significado distinto a las palabras de ella y sintiendo la distancia entre ellos como una señal del disgusto de Candy ante el recuerdo de lo sucedido.

-         ¿Qué dices? Fui yo quien hirió tus sentimientos – se recriminó ella- Tu carta me lo dejó bien claro.

-         ¡La carta! ¡Dios, no la menciones! Dije tantas cosas que no son ciertas en ella – repusó él frunciendo el ceño, molesto consigo mismo ante el recuerdo de las resoluciones inútiles expresadas por escrito.

-         No lo creo – contestó la joven esforzándose por separarse de él aún más y como sus movimientos claramente indicaron que deseaba incorporarse del lecho, el joven se levantó a su vez, volviéndose por un momento. Candy agradeció el gesto en silencio mientras se levantaba y acomodaba la banda que sostenía su bata. Estaba más que consciente de su atuendo poco apropiado y aunque eran ya varias las ocasiones en que el trato entre ellos había rebasado las barreras físicas, la indefinición de la relación existente entre ambos no la dejaba de turbar. Una cosa era cierta, si había que aclarar las cosas no lo iba a lograr en brazos de Terry. El contacto físico con él solamente contribuía a marearla de emociones desconocidas y así no podía pensar con claridad.

 

Terry, mientras esperaba pacientemente a que ella se sintiera lista para hablar, se preguntaba si cuando la conversación que estaban a punto de comenzar llegase a su fin,  ella ya no querría acariciarle como acababa de hacerlo.

 

-         A mi me parece que tenías razón en muchas cosas en tu carta. Sabes . . . – inició ella, dándole la señal a él para volverse a verla de frente. Candy sabía que había llegado el momento de seguir los consejos de la anciana. La sola idea le daba pánico.  Intentando calmarse  la muchacha se dirigió hacia un ángulo de la habitación. Un florero repleto de rosas amarillas la miraba ajeno por completo a sus ansiedades– Me parece que  entre tú y yo han habido varios malos entendidos y creo que se debe a cosas que no nos hemos dicho.

-         Yo he dicho demasiado, creo yo – contestó él joven aún sin entender hacia donde lo quería llevar ella – y lo peor de las cosas es que no sólo las dije, sino que también las puse por escrito. Te ruego por favor que olvides esa carta.

-         Terry, no es tanto lo que dijiste en ella, sino lo que no dijiste . . . contigo siempre es igual, Terry. Tú tienes algo en contra mía más allá de lo dicho y si te soy sincera, yo también tengo algo contra ti y no es lo que pasó la otra noche.

 

“Tú tienes algo en contra mía. . .” pensó Terry y una voz interior le dijo que ella tenía razón. Tanto como sin duda quería a Candy, había algo que él tenía en contra de ella  más allá del doloroso rechazo a sus ardores. El corazón se le endureció al recordarlo, confundiéndolo con lo contradictorio de sus sentimientos. Amaba a Candy más que a la vida misma, pero había en él un sentimiento de abandono y olvido que ensombrecía la luminosidad de su amor. Abrumado por el descubrimiento, el joven se quedó callado mientras ella le miraba esperando con ansiedad su reacción.

 

-         Me parece que estás en lo cierto, – respondió él después de unos minutos de silecio – pero no estoy seguro de que tú quieras oir lo  que tengo que decir al respecto.

-         Creo que no nos queda remedio, Terry. Dímelo de una vez y te prometo que yo también tendré el valor de sincerarme contigo a cambio – respondió ella preguntándose interiormente si podría realmente sostener esa promesa.

 

Aún preguntándose si  podría en verdad adentrarse en aquella escabrosa serie de confesiones que se avecinaba, Candy se sentó en uno de los sillones de la habitación tratando de parecer tranquila mientras ajustaba su bata, esforzándose por cubirse las pantorillas que sabía de sobra desnudas bajo la prenda de seda. Terry, mientras tanto,  daba unos pasos de extremo a extremo del cuarto sin decir nada. Sólo se podía escuchar el callado sonido de sus botas de montar rozando la alfombra al dar el paso.  La joven observó que él no se atrevía a mirarla de frente, pero era obvio que algo dentro de él estaba luchando por ver la superficie. El silencio era largo,  pesado, abrumante. Candy apretó la seda de su  regazo arrugándola en su nerviosismo.

 

Terry por su parte, repasaba las resoluciones que había tomado mientras cabalgaba esa tarde.  Él mismo había decidido que era tiempo de que Candy y él pusieran las cartas sobre la mesa. Sin embargo, ahora que ella misma le había pedido que lo hiciera, él sentía que el corazón se le anudaba al estómago ¿Cómo hacer audibles sentimientos tan confusos y dolorosos? El silencio se prolongó hasta hacerse insoportable.

 

-         ¡Tú me olvidaste! – repusó él al fin levantando la cabeza que había estado clavada en el suelo. Los ojos penetrantes del joven la miraron de frente permitiendo ver un dejo de rencor que dio justo en el blanco – Todo lo que pasó entre nosotros antes, en el colegio, después de entonces, la relación que tuvimos, los sueños que compartimos; todo eso de lo cual nunca hemos hablado en estos meses,  tú lo olvidaste tan rápido, Candy, cómo si yo no te hubiese importado nunca, – barbotó él preguntándose si este ejercicio de sinceridad no pondría las cosas aún peor de lo que estaban.

-         ¿Olvidarte? – preguntó Candy sin poder creer lo que escuchaban sus oídos.

-         ¿Quieres saber lo que pasó conmigo cuando rompimos? ¿Quieres saber por qué realmente dejé el trabajo y desaparecí por meses?- continuó él comenzando a sonar alterado mientras se paseaba nerviosamente de un extremo a otro de la habitación.– Déjame decirte que me convertí en un alcohólico, en una piltrafa ¿Sabes por qué?¡Fue por ti! ¡Por un demonio, fue sólo por ti, por mi cobardía, por mi indecisión, por este maldito sentido del deber! Fue porque no podía olvidarte por más que quería y no sabía qué hacer con este vacío de saberte ajena.

 

Candy se quedó lívida.  Sabía muy bien que durante el tiempo que Terry había estado alejado del teatro había vivido un periodo oscuro del cual no se sentía orgulloso. Por las cosas que él había dejado entrever en sus conversaciones, ella se imaginaba que en aquellos meses él se había excedido con el alcohol, pero nunca se le había ocurrido que aquel desvarío había sido causado por el dolor de haberla perdido. Saber que él había sufrido por causa de su rompimiento al punto de degradarse era un golpe para el cual no estaba preparada.

 

-         Terry,  yo . . .

-         No digas nada, Candy – interrumpió él arrepintiéndose de la dureza de sus palabras. – No es tu culpa lo que pasó, sino mía, por no saber cómo se le hace para perderte, para dejarte ir y sacarte del corazón. Fue por ti, pero aún así no es tu culpa. . .  yo me sentía confudido y pensé que la bebida era la solución. . . . Estaba equivocado. Así me lo hizo saber Albert.

-         ¿Albert? – preguntó Candy sorprendida - ¿Qué tiene que ver él en todo esto?

-         Te explicaré – prosiguió él dándose cuenta de que era necesario ahondar aún más en los recuerdos dolorosos, muy a su pesar – Dejé Nueva York y viajé a Chicago para verte, pero una vez ahí no supe cómo hacerte frente, intuyendo de ante mano que tú no me aceptarías mientras Susannah estuviera de por medio. Comencé a beber más y más sin encontrar valor ni para buscarte, ni para regresar con Susannah. Ya sabes, así soy de patético – añadió él frunciendo la comisura izquierda de sus labios en un gesto amargo y burlón al mismo tiempo – Una de esas noches en que bebía sin freno me encontré a Albert en un bar. Parece que la historia de nuestra amistad está hecha de encuentros en esos lugares.  Él había ya recuperado la memoria, así que me reconoció. Hablamos, discutimos, peleamos. . . yo llevaba todas las de perder con lo borracho que estaba, así que después de un buen puñetazo y un balde de agua fría, él consiguió hacerme reaccionar y con ese talento que tiene para hablar al corazón de las personas me hizo entender que no podía continuar autodestruyéndome de esa forma. . . luego me dijo que debía e seguir tu ejemplo.

-         ¿Mi ejemplo?- preguntó Candy pensando que sin duda ella era la menos apropiada para ser emulada. Ella misma se había sentido tan miserable y deprimida a causa de su rompimiento con Terry durante meses y meses que distaba mucho de ser un modelo de entereza.

-         Sí. Albert me dijo que tú ya estabas superando nuestra separación, y no sólo eso, me llevó a un lugar desde donde pude verte de lejos mientras trabajabas en una clínica- explicó él al ver la confusión en los ojos de ella - Te veías tan ocupada, tan segura de lo que hacías  . . .  y sobre todo tan serena, que me dio vergüenza de mi mismo- concluyó él, cabizbajo y visiblemente apenado por su conducta.

 

Candy sintió que el corazón se le encogía al escuchar a Terry hablar así. Hubiese querido correr a abrazarlo y pedirle que no siguiera ahondando en memorias tan dolorosas para ambos, pero algo le dijo que tenía que dejarlo terminar.

 

-         Fue entonces que decidí que debía volver a Nueva York para cumplir con mi deber con Susannah y retomar mi carrera. Entendí que tú seguías tu vida y yo debía seguir la mía. Eso era lo que nos quedaba . . . pero yo . . . – imposible no notar que la voz del joven se quebraba- . . .  yo fracasé amargamente en el intento, Candy. Aún cuando Susannah me rechazó y me quedé completamente solo maldiciendo al amor y a mi suerte por haberte perdido por nada, aún entonces, no pude dejar de quererte. Aún cuando me propuse olvidarme por completo de que tenía corazón, yo te seguí llevando en mi pensamiento ¡Yo no puedo olvidar como tú olvidas, Candy!- exclamó él vehemente hiriendo a la joven con su reproche- Esto único tengo en contra tuya, que todo haya sido tan fácil  para ti, que me hayas olvidado en tan sólo unos meses mientras que yo me ahogaba con mis propias manos, que lo nuestro haya significado tan poca cosa para ti cuando para mi lo ha sido todo.

 

El joven calló y ocultó el rostro volviéndose  de espaldas para mirar por la ventana. Candy adivinó que quería ocultar las lágrimas que no podía ya controlar. La muchacha apenas podía creer lo que él había confesado. No sabía cómo conciliar las palabras de Terry con sus actos todo este tiempo. Se sentía feliz al  escuchar al fin de sus labios que él la quería, pero a la vez indignada por la manera en que él la había juzgado.

 

-         ¿Eso es lo que piensas, realmente? – preguntó aún incrédula y la voz se le nubló,  muy a su pesar. - Te bastó verme de lejos para conjeturar que mi dolor era nada comparado con el tuyo ¿Verdad? ¿Acaso crees que porque tú eliges comportarte como un tonto y hacerte daño física y mentalmente eres el único que ha sufrido en esta historia?  ¿Qué sabes tú de las noches enteras que lloré por ti, antes y mucho después de esa vez que me viste de lejos? ¿Qué sabes tú  de lo mucho que te he querido?

 

Las palabras de Candy fueron entrando en los oídos del joven y mientras encajaban en su razón, se clavaban como lanzas en su pecho, abriédolo de nuevo de par en par. Aún sin poder creer lo que oía, el joven se volvió de nuevo para ver a la muchacha que enardecida por las emociones despertadas  continuaba exponiendo sus reclamos.

 

-         ¿Quieres saber lo que se siente cuando quien amas esté a punto de casarse con otra? ¿Quieres que te cuente lo que se siente  imaginarte en los brazos de ella? . . . ¿O prefieres que te diga de una vez lo que yo tengo contra ti? – soltó ella poniéndose de pie, mientras sentía que sus sentimientos no tenían ya modo de ocultarse por más tiempo y como él no respondió a su provocación, siguió hablando sin detenerse – Dime una cosa,  Terry, si tanto he significado para ti como dices, si nunca me olvidaste en todo este tiempo, ¿por qué cuando Susannah te rechazó no me buscaste? . . . ¿por qué cuando me pediste matrimonio me dijiste que sólo era para salvarme de Neil?  Tú sólo me ofreciste un trato en lugar de tu corazón ¿Por qué no me pediste matrimonio por amor?  Y después . . . hemos estado viviendo juntos por meses  ¿Por qué en todo este tiempo jamás me has dicho que me amas? ¡Dios mío, Terry! ¡Tú nunca me has dicho que me amas! ¿Te das cuenta?

 

 

 Sin poder contenerse más la muchacha ocultó el rostro entre las manos para dar rienda suelta a sus sollozos.  Más que nunca amaba a Terry. Ni mil heridas que él le hiciera podrían lograr que ella dejara de quererlo, pero el alma también necesita aliento para animarse a bajar la guardia. Así pues, la muchacha se resistió a correr hacia él. Por el contrario, decidió que era mejor dar la espalda y llorar a solas.

 

Los sollozos hacían que su cuerpo temblara ligeramente, pero aún sumida en su amargura, pudo sentir con claridad las manos de Terry posándose levemente sobre sus hombros; su aliento tibio soplando muy cerca de su oído.

 

-         “Como actor vacilante en el proscenio, que temeroso su papel confunde – susurró él, cada palabra ardiendo sobre la piel de Candy – o como el poseído por la ira que desfallece por su propio exceso, así yo, desconfiando de mi mismo, callo en la ceremonia enamorada, y se diría que mi amor decae, cuando lo agobia la amorosa fuerza. Deja que la elocuencia de mis libros, sin voz, transmita el habla de mi pecho, que pide amor y busca recompensa, más que otra lengua de expresivo alcance. Del mudo amor aprende a leer lo escrito, que oír con ojos es amante astucia.” ( a )

 

El joven calló por un segundo, y ella, conmovida por las palabras del poema que otras veces le había escuchado recitar en alguna tertulia en casa de Hathaway, se volvió para mirar a Terry a los ojos. Sin haber dicho nada directamente él lo había dicho ya todo y eso hubiera bastado para ella. Sin embargo, el supuso que era necesario ir más allá.

 

-         ¡Perdóname, Candy! – dijo él con apenas con un hilo de voz,– ¡Pérdoname! Fue por orgullo, por miedo, porque no quería tu compasión sin tu cariño ¡ Pérdoname si no me sinceré contigo cuando te propuse matrimonio! ¡Perdónme si nunca antes  te dije cuánto te quería! Te he amado tanto siempre que nunca he podido encontrar las palabras precisas para decírtelo. Mi madrastra y mi padre me enseñaron a sobrevivir ocultando lo que guarda el corazón, no a abrirlo generosamente como tú lo haces. Te juro que la sola idea de estar al descubierto y totalmente vulnerable me mata de miedo, pero ahora estoy dispuesto a hacerlo por ti y por mi – confesó él tomando las manos de la chica entre las suyas  llevándoselas al rostro para acariciarlas con su mejilla-  Te amo, y si no fui por ti cuando me vi libre fue porque estaba seguro de que yo no significada ya nada para ti. Fui un tonto . . . ¡Por Dios, perdóname!

 

La mano de Candy comenzó a provocar por voluntad propia un cálido contacto con una apenas intencionada caricia de su dedo índice sobre la mejilla de él,  justo en el punto que se perdía la línea en donde el hoyuelo de él se dibujaba, en un gesto de ternura y aceptación que era más elocuente que mil palabras.

 

-  Perdóname tú, por herirte tanto – susurró ella acariciándolo  – Cuando se trata de ti no sé nunca cómo actuar. Me confundes, me alteras, no soy más dueña de mi misma cuando tú estás cerca. Estaba como aturdida y pensé que tú . . . la otra noche . . .  solamente querías divertirte – dijo ella sonrojándose – Fui tan ciega como para no ver lo que era tan evidente. Supongo que aún no aprendo a leer lo escrito por el amor, ni a oir con los ojos. Perdóname tú a mi.

 

El joven  esbozó una débil sonrisa que expresaba con un solo movimiento que las cosas pasadas estaban ya olvidadas.  Aún con ánimo tentativo, Terry se acercó a ella nuevamente y se atrevió a posar ambas manos en el talle de la joven.   Candy le miró a los ojos, leyendo en ellos reminiscencias de inseguridad.  Sin poder resistirlo más la joven se dejó caer en brazos de él, rodeándole el cuello con los suyos. 

Los resentimientos expresados se fueron desvaneciendo como la nieve bajo el sol de primavera mientras el calor de un nuevo entendimiento les iba penetrando por los poros. Abrazado a la muchacha, Terry comenzó a hundir su rostro en la cabellera de ella, dejándose perder en el aroma de flores y hierbas que ella usaba para lavar sus rizos. Candy sentía con insoportable certeza cada roce de la mejilla de él sobre su cuello y su oreja, en caricias apenas insinuadas.

 

La muchacha suspiró casi imperceptiblemente cuando los labios de él, cálidos y convulsos por la emoción tocaron apenas su sien, luego su mejilla, después la frente ¿Eran acaso besos de la boca de Terry lloviendo sobre su rostro? Era un contacto tan leve, tan frágil que tal vez no podrían llamarse besos. Candy cerró los ojos y dejó que su respiración se acelerara siguiendo el curso de los sentimientos que la embargaban.

 

Los labios del joven, entreabiertos, nerviosos e interrogantes rozaron al fin la boca también entrebierta de la muchacha, tocando apenas el labio inferior . . . una vez . . . dos veces. Sin poder contenerse la boca de ella contestó con un  movimiento igualmente nervioso y de nuevo los labios se econtraron una tercera vez. Ella pudo entonces sentir la humedad de él en la comisura de su boca. Ambos temblaban con cada toque, callados suspiros se les escapaban del pecho. Ella se apretaba a él cerrando la fuerza de su abrazo alrededor del cuello del joven y aunque aún estaba llorando no parecía ser impedimento para rendirse a aquellos besos breves y alterados.

 

-         Amor, mi dulce amor – murmuró él  llamándola con requiebros tan desusuales en él que ella no dudo en responder al cuarto encuentro de sus bocas con mayor contundencia. 

Las piernas le temblaban, pero no temía desplomarse porque el brazo derecho de él le sostenía la cintura. Los besos breves se convirtieron pues en uno solo, prolongado y cada vez más angustiante.

 

La mente de Candy estaba suspendida. No pensaba en nada más alla de la boca de Terry penetrando la suya con ansiedad creciente y la dureza del cuerpo de él estrellándose con las suavidades del suyo.  

-         Quiero aún escuchar de ti que me amas – dijo él con voz entrecortada por los besos, más intensos cada vez, como nunca antes.

-         Te amo ¡Dios mío! Te he amado siempre; aún en contra de mi voluntad – contestó ella con palabras atropeyadas por el suspiro de sorpresa al sentir la boca de Terry marcar un rastro de besos desesperados desde su boca, pasando por la quijada, la mejilla, esos rincones débiles detrás de su oreja,  hasta llegar al cuello justo en ese punto en que su corriente sanguínea pulsaba con más fuerza. El gemido que salió de la garganta de ella y el estremecimiento que le acompañó fueron entonces inevitables.

Pronto las manos de Terry comenzaron a vagar por la espalda de la joven, frotando insistentemente desde el centro hasta los costados, dibujando el contorno de las caderas y los muslos para subir de nuevo al talle. La creciente ansiedad de las caricias le hacían sentir  a Candy la necesidad indiscutible que él parecía tener de reclamar igualmente su afecto y su pasión. En ella, a su vez, parecía haber una equiparable urgencia de responder a esa necesidad sin miramientos, que la sorprendía. De repente, sus dudas habían desaparecido totalmente.

 

El joven, sintiendo que poco a poco la bruma de la pasión volvía a nublarle el entendimiento, se dijo de nuevo con firmeza que esta vez no podía bajar la guardia sobre sus impulsos. Aunque Candy aún no lo hubiese dicho, era obvio por el relajamiento de su cuerpo en el abrazo y los besos que ella  no lo rechazaría esta vez. Sin embargo, ya en una ocasión un estallido sin control de sus deseos más crudos le había arruinado el momento.

 

“Avanza con ternura,” se repetía alargando las caricias en aquel punto sensible que provocaba en ella esos callados gemidos. Sin embargo, muy a su pesar, los sonidos que la joven dejaba escapar de su garganta, aunque apenas perceptibles, fueron inevitablemente incrementando  el ardor del abrazo y la exploración del joven sobre el cuerpo de la muchacha se fue haciendo cada vez más evidente.

 

Candy sintió que la piel le ardía cuando los dedos de él tocaron con las yemas la orilla de su bata, deslizándose luego por debajo de la prenda, apenas un par de centímetros, para dejar descubierta la piel de sus hombros. Los labios de él siguieron a su mano y pronto estaban cubriendo de besos el hombro izquierdo de ella y la delicada piel de la base de su cuello.  Sin darse cuenta, ella había comenzado a doblarse ligeramente hacia atrás para permitir que el cuerpo de él se presionara con el suyo en un abrazo más sólido.

 

 

Terry percibió entonces la inconfundible señal de que su aventura sobre la piel blanca y perfumada de Candy empezaba a hacer estragos irreversibles en su propio cuerpo. Mientras tanto, ella se sentía perder en medio de las sensaciones sin dar un solo pensamiento a lo que vendría después, hasta que las manos de él, en un nuevo arranque de osadía, tomaron de lleno los glúteos de ella, levantándola en vilo. Intencionadamente él la estrujó con fuerza, obligándola a sentir sobre su abdomen la dureza inconfundible que la exploración en el cuerpo de ella estaba provocando en él.

 

-         Dime ahora que me detenga – susurró él, su voz alterada por la pasión, su aliento quemando la mejilla de la joven – ¡Por Dios, Candy! Pídeme que pare ahora, si quieres que este matrimonio continúe siendo sólo una farsa. Pídemelo antes de que esté más allá de mis fuerzas detenerme.

-         No te dentengas. No voy a rechazarte – respondió ella en apenas un suspiro. Él no necesitaba más .

En silencio, con las manos algo inseguras por el nerviosismo del momento, él desató la banda que mantenía aún a la bata de seda en su lugar. Terry deslizó ambas manos bajo los bordes de la prenda y en una caricia sobre los hombros de ella hizo que la seda verde se resbalase cayendo al suelo. La muchacha no se atrevía a mirarle de frente,  consciente de que estaba de pie frente a él, vestida solamente con su ropa interior, sin corset y sin refajos. Así, con los ojos bajos, la respiración entrecortada, las pantorrillas desnudas y un desesperado rubor en las mejillas, ella le parecía la visión más seductora que jamás había contemplado. La anticipación de lo que vendría le hacía más difícil la espera.

 

Candy se sobresaltó cuando él decidió tomar la cara de ella entre sus manos, forzándola con suavidad a verle de frente. Sin otra salida, los ojos de ella se hundieron en los de él, y el contacto de su mirada verdi-azul le comunicó sin palabras una ternura que ella sintió era solamente para ella. Pronto los labios de él volvieron a reclamar los suyos y la primera barrera del pudor quedó derrumbada en esa prolongada caricia.

 

Las manos de Candy descansaban sobre el pecho de Terry mientras él la besaba una y otra vez con esos movimientos que le envolvían los labios por completo y le acariciaban el húmedo interior de su boca con toques atrevidos, igual que aquella noche en el teatro. Sin que ella se diera cuenta, él dejó caer al suelo su chaleco y luego empezó a desabotonar su propia camisa hasta a conducir las manos de ella sobre su pecho desnudo.

 La sensación de la piel de Terry bajo su palma fue como un shock eléctrico en el vientre de la joven. Incapaz de detenerse, las manos de la muchacha palparon los músculos naturalmente delineados del joven, sintiendo cada valle firme y cada monte poderoso, experimentando por primera vez un placer nunca antes conocido. La camisa de Terry pronto cayó al suelo sin que a nadie en aquella alcoba le importara su destino.  Ella, demasiado abrumada por  aquel primer encuentro con el más delicioso de los morbos; él, demasiado abrumado por el inesperado goce de ser acariciado por ella justo como había tantas veces imaginado.

  

Las palabras entrecortadas cedían a veces ante los sonidos intelegibles y el calor se fue acrecentando en  el abrazo hasta que, antes de que Candy pudiera hacer cualquier cosa para impedirlo, él la tomó en brazos y la depositó sobre el lecho. Como en medio de una bruma emocional, narcotizada por la sensualidad del momento, la muchacha se acomodó en la cama. Podía percibir su propia respiración volviéndose aún más difícil al contemplar cómo el hombre se acercaba a ella, balanceando el peso de su cuerpo entre una de sus rondillas hincada en el lecho y las columnas fuertes de sus brazos desnudos que ahora la cercaban.

Candy nunca antes había sentido su fragilidad femenina de manera tan evidente. Terry se había convertido en un hombre de apariencia intimidante y la masividad de su pecho desnudo acercándosele de aquella manera la asustaba y a la vez le atraía.

La mirada en él se leía de manera indiscutible. Sin decir palabra los ojos de Terry devoraban con un deseo tan ardiente como irrefrenado los blancos  senos que la camisola de tira bordada dejaba ver con generosidad. Si antes ella había pensado que las miradas de Terry le encendían la piel, ahora seguramente estaban a punto de quemarla totalmente.

 

-    No quiero que seas sólo mi esposa – dijo él rompiendo el silencio – quiero     que seas mi mujer . . . mi amante. Porque no puedo negar que te deseo           tanto como te amo y ese ha sido mi tormento hasta este día.

Él volvió a atraparla en un beso sin esperar respuesta alguna de ella, contentándose con la callada entrega de la joven a sus caricias. Candy sintió claramente como el peso de él se dejaba caer con suavidad sobre el cuerpo de ella al tiempo que los besos de él en su boca volvían a acrecentar el ardor.  Inconscientemente ella fue respondiendo con suaves caricias sobre los bronceados brazos de él, para luego subir por sus hombros y acomodar sus manos en la base del cuello de él donde sus dedos se hundieron en su cabellera oscura.

 

Seguro ahora de que ella estaba dispuesta a entregársele, él había dejado ya muy lejos su último vestigio de autocontrol y permitía que sus manos se deleitaran en las curvas de la joven, mientras los sonidos que ella dejaba escapar de su garganta lo encendían aún más a cada instante. Con suelta destreza el hombre acomodó a la joven al centro del lecho,  se deshizo de las botas de montar y se tendió al lado de ella,  dejándose espacio libre para poder acariciar a Candy .

 

Con los ojos cerrados, Candy iba sintiendo las manos de Terry viajando de su talle, estrujándole las caderas con movimientos repetidos e intensos y llegando hasta los muslos, sobre la tela de algodón de su prenda íntima y hasta la piel expuesta de las pantorrillas que el acarició y apretó a placer. Cuando ella pensaba que no podía más ante aquel asalto a su intimidad,  los besos de él volvían a llover sobre su cuello demostrándole que todavía había mucho más por descubrir y sentir.

 

La mano de Terry continuó avanzando, subiendo por su abdomen y su talle hasta sorprenderla de repente al  tomar plena posesión de uno de sus senos. Él dejo escapar un gutural sonido de liberación al contacto

 

-         No sabes que delirio he sufrido de ganas de tocarte así – musitó él con el aliento ardiendo sobre el pecho de ella.

 

La caricia tan íntima y la confesión desinhibida de él tomó a la joven por sorpresa. Pero el amor y el deseo vencieron pronto al pudor y la inexperiencia. Un segundo más tarde la muchacha arqueó instintivamente su cuerpo,  inundada de placer bajo el toque de ambas manos de él sobre su pecho y embriagada por la intimidad creciente entre ellos. El erotismo funcionaba como una especie de opio emocional que la desinhibió cuando él comenzó a cubrir el nacimiento de los senos con besos convulsos y a desatar con dedos ansiosos los broches de su camisola.

Las pupilas de él se ensancharon cuando la vista de los senos desnudos, blancos y voluptuosamente llenos de la muchacha, le inundó los ojos. Había ansiado verla así, con el torso descubierto, desde la noche en que ella lo había seducido en silencio con aquel vestido dorado. La necesidad de llenarse las manos de los pechos de ella y devorar a besos aquellos botones de rosa que eran sus pesones lo embargó por completo.  El joven se inclinó pues sobre ella cediendo al fin ante la seducción del cuerpo de Candy que gritaba le tomara hasta satisfacerse por completo.

 

Con parte del peso de Terry aprisionándola justo ahí donde el cuerpo le mandaba escalofríos, y la boca de él succionando libremente sus senos endurecidos Candy sentía que él la estaba ya poseyendo, aún antes de penetrarla. Ni un gramo de resistencia le quedaba ya en la mente. Él podía bien desnudarla por completo, tocarla y besarla toda y hacer con ella todas esas cosas desconocidas de las cuales nadie le había hablado, y no podría ofrecer la más mínima resistencia. Imposible hacerlo cuando cada fibra de su cuerpo le gritaba que se abandonara a la voluntad del joven.

 

Terry podía percibir la total entrega de la que ya venía sintiendo su mujer. Ahora sólo era cuestión de que él lo quisiera, pero no deseaba apresurar las cosas. Con manos y labios fue ganando terreno, reclamando piel, desatando lazos y desabrochando botones  hasta lograr que ambos yacieran desnudos el uno contra el otro.

 

- ¿A un día de verano compararte? – le escuchaba ella decir en la lejanía,         ahogando su voz profunda  sobre la piel que cubría de besos – Más                  hermosura y suavidad posees ( b )

A veces ella también le respondía con palabras sueltas, perdidas en su agitada respiración. Aquel era un diálogo distinto a cualquier otro que ella jamás hubiese antes entablado, en donde a ratos se intercambiaban más significados que palabras. Él le hablaba de su amor ferviente por ella y se admiraba una y otra vez de la belleza de su cuerpo, conforme lo iba descubriendo. Ella le comunicaba sus deseos de entrega y al tiempo que le devolvía la seguridad perdida en su amor, ella misma recobraba la certeza de una devoción mutua.

 

Las caricias se sucedían una tras otra y cuando Candy pensaba que ya no era posible alcanzar un delirio mayor, sintió la sorpresiva caricia de los dedos del joven frotando suavemente los pliegues de su intimidad. Ser tocada de esa forma era algo inesperado y a la vez electrizante. Apenas podía reconocer su propia voz en aquellos gemidos cada vez más desesperados que él estaba provocando en ella. Incapaz de negarle nada a su marido, la joven se dejó hundir en aquellos placeres desconocidos, mientras él la acariciaba con suavidad y decisión. El delirio final no tardó en llegar y Terry descubrió entonces una faceta desconocida del amor; el placer supremo de dar placer a quien se ama.

 

Encendida como ella estaba, apretándose instintivamente contra el cuerpo del joven, él pudo comprender que el momento había llegado. Los muslos blancos y frescos de ella se abrieron dócilmente a su avance, dándole paso a los secretos  que él  tanto había codiciado. El cuerpo se acomodó contra el cuerpo, el pecho de él descansó sobre los senos blandos de ella, los vientres se encontraron y las suavidades de la entrepierna de Candy se abrieron lentamente a la firme masculinidad de él. Pronto sintió el joven la resistencia virginal que ya había anticipado. Los sentimientos eran confusos. Era sin duda una adulación a su ego masculino el saberse el primero, con todos los derechos para llegar a ser el único, pero a la vez era abrumador comprender la responsabilidad que el amor le imponía, fijando frenos a sus deseos de autosatisfacción para preocuparse por el bienestar de ella.

El ritual se realizó con lentitud entonces, dejando que el cuerpo de ella se fuera acostumbrando al de él hasta que la joven misma no pudo resistir más la urgencia de sentirlo dentro y apresuró la unión asiéndose a él con apasionada fuerza, rodeándolo con brazos y piernas. Los ojos verdes de la joven se abrieron de par en par ante la breve punzada del primer contacto  mientras él podía al fin sentir la triunfante liberación de saberla suya. Sin necesidad de decir palabra ambos permanecieron unidos y quietos por unos momentos que parecieron dulcemente prolongados.

 

“¿A través de qué inconfesable misterio se unen un hombre y una mujer, para dejar de ser dos y convertirse en uno solo?” era la pregunta que Candy se había hecho muchas veces y ahora, mientras su esposo la tomaba, podía al fin contestarse. “Debe haber algo más allá de la fusión física evidente, que todos parecen ver con sonrojo. Debe de ser algo hermoso, donde ya el pudor que siempre me preocupa deje de ser importante . . . donde no haya miedo, ni se oculten secretos. Porque no concibo que un sentimiento tan puro como el que yo guardo por Terry, conduzca a algo vergonzoso.”

 

Con movimientos lentos al principio, con ritmo en crescendo y con apasionada, intensa embestida después, Terry hizo mujer a Candy llevándola a descubrir que sus presentimientos no habían estado errados. Sin siquiera haber imaginado que algo así ocurriría esa noche, ambos estaban ahora compartiendo la caricia más íntima y cada miembro de sus cuerpos parecía simplemente haber encontrado su contraparte perfecta.  Ambos compartieron entrega y posesión en una mezcla de erotismo y sentimiento en donde todo parecía estar simplemente bien. Siete meses antes habían jurado amor ante Dios y los hombres ¿No era acaso lo más natural que ahora se lo juraran mutuamente?

 

Después de un momento eterno en intensidades  él se vertió en ella dejándola dulcemente rebosante de seguridades nuevas.  Aliviados, cayeron suavemente, descansando el uno en brazos del otro.

 

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Entregados a la mutua seducción,  los Grandchester se disfrutaban el uno al otro esa noche sin saber que en esos mismos momentos Emilia Elroy recibía de manos del Obispo de Illinois el documento de la anulación del matrimonio de la hija adoptiva de Wiliam Andley. Solamente bastaba el testimonio de un médico para que el documento pudiera ser mandado al Vaticano. Con el dinero y la influencia de los Andley, el asunto sería cosa de semanas, aún en tiempos de guerra. El marimonio legal se disolvería inmediatamente cuando Emilia llegara a Nueva York .