LA TRAMPA

Por Mercurio

Capítulo 11

Confesiones

 

 

Lo primero que percibió fue un viento cálido sobre su cuello en emisiones rítmicas e intermitentes. Poco a poco 
otras sensaciones se fueron añadiendo: un peso sobre su pecho, el roce de las sábanas sobre su piel y un sonido 
grave y breve. Eso fue lo que acabó por despertarla.

Candy abrió los ojos y como otros muchos días lo primero que pudo ver fue el brocado color perla del dosel de 
su cama. Mismos patrones estilo damasco, mismas cortinas de tul y mismos postes labrados; las sábanas de 
satín eran también las mismas. El mundo, sin embargo, era nuevo y diferente esa mañana.
Respirando acompasadamente, abandonado en la tranquilidad del sueño aún profundo dormía Terry junto a ella. 
Era su aliento cálido ese vientecillo que había sentido sobre su cuello, era su voz que se había perdido en un 
breve suspiro y era él quién aún en medio del sopor había hecho que las sábanas se movieran rozándole el cuerpo.  
Parecía como una repetición de la mañana en que había vuelto en sí después del ataque en el parque. Sin 
embargo, ahora habían algunas inquietantes alteraciones. La pierna derecha del hombre, larga y firme, se 
había abierto paso hasta colocarse entre los muslos de ella y era su mano el peso que ella sentía sobre su seno 
desnudo. 
La joven comprendió entonces que no había soñado las cosas  que habían pasado la noche anterior. El simple 
hecho de estar ahora totalmente desnuda bajo las sábanas con un Terry en la misma condición y abrazado a ella 
en la forma más comprometedora posible, era prueba indudable de lo sucedido.
Los recuerdos se le agolparon en la mente. La noche en que Candy había rechazado a Terry, la muchacha había 
tenido la oportunidad de asomarse apenas a las puertas de la experiencia sensual. Ahora así lo comprendía. 
Nada ni nadie la había preparado para lo que había sucedido tan sólo hacía unas horas y de hecho, varios 
detalles del encuentro le habían caído totalmente por sorpresa.
No que a Terry le hubiese faltado delicadeza, sino que más bien ella no había tenido referencia de lo que 
implicaban los prerrequisitos del deber conyugal. En la escuela de enfermería sólo se hablaba de hechos      
precisos y tan breves que bastaba un par de frases para describirlos. La tía abuela, por su parte, se había 
referido a un desagradable evento que se  hacía por  deber, apresuradamente para no pecar, a oscuras, con 
la ropa de dormir puesta,  bajo las sábanas y en total silencio. Después de algo tan embarazoso lo que procedía 
era separarse lo más pronto posible y dormir cada quien en su habitación, “como Dios manda”.

Nada podía ser más opuesto a lo vivido la noche anterior. Dónde se hablaba de pudor y vergüenza había existido 
apertura y desinhibición;  dónde se prescribía mesura se había gozado de exuberante alegría. Contrario a lo que 
dictaban las reglas del decoro de su clase social se habían hecho el amor al desnudo, sin culpabilidad y a todo 
pulmón, para luego dormirse abrazados, comulgando los sentidos y las almas sin siquiera ocurrírseles separarse 
antes de que el gallo cantara.

Candy todavía no salía de su asombro. Nunca se había imaginado que en el lecho conyugal se perdiera por 
completo la noción del autocontrol y se vivieran sensaciones tan perturbadoras, mezcla de placer y de angustia 
al mismo tiempo. Sí, aún se sentía desconcertada por lo vivido, pero como era un azoramiento bienaventurado 
no podía sentirse menos que dichosa. La muchacha esbozó una sonrisa que nunca había estrenado antes 
mientras acariciaba los cabellos de su marido aún dormido. El día en que una niña despierta para darse cuenta 
de que el hombre que ama la ha convertido en mujer es, sin duda, un día maravilloso.
Ajeno a estas felices consideraciones,  Terry continuaba sumergido en el sopor, moviéndose ligeramente bajo 
el influjo de las imágenes que veía en sueños. Candy se daba pues el lujo de admirar su figura dormida, 
repasando con una libertad nunca antes sentida cada rasgo del rostro del joven.  Hasta ese día, la muchacha 
se había tenido que conformar con observarle a hurtadillas, temiendo siempre que él descubriera en un descuido 
la franca atracción que él ejercía sobre ella. 
-          “No puedo negar que me ha gustado casi desde la primera vez que le vi,” pensó ella siguiendo con la 
mirada el perfil impecable del hombre dormido – “pero él era tan exasperantemente cínico que simplemente 
no podía rendirme a la atracción.”

Candy se burló de sí misma mientras seguía admirando la figura del hombre concluyendo que a pesar de lo 
apuesto que se veía dormido, nada podía compararse a la seducción irresistible de sus ojos cuando estaba despierto. 

-          No me dejes, – dijo él entonces hablando aún dormido, pero ella no llegó claramente a comprender 
sus palabras,  – no me dejes – repitió él de nuevo frunciendo la frente al tiempo que su sueño comenzó a 
volverse intranquilo.

En otras circunstancias Candy se hubiese divertido al descubrir que ella no era la única que hablaba dormida 
en aquella alcoba, pero  la ansiedad reflejada en el rostro de Terry la preocupó. No obstante, antes de que ella 
atinara a hacer algo, el joven se siguió moviendo hasta volverse sobre su costado extendiendo sus manos y 
brazos alrededor de ella y atrapándola aún más estrechamente que antes.  La joven, sin ninguna experiencia en 
los hábitos de cama de su marido, se quedó inmóvil dejando simplemente que él acomodara su propio cuerpo 
contra el suyo, piel con piel, justo como lo había hecho la noche anterior al hacerle el amor.  
Sin proponérselo, el calor del cuerpo de Candy fue calmando la ansiedad del joven hasta que por un instante 
pareció volver a respirar acompasadamente. Luego, cuando ella pensaba que él no despertaría en un buen rato 
más, el hombre suspiró contra el cuello de ella, parpadeó tres veces y un segundo más tarde los ojos de él 
estaban abriéndose para mirar a una Candy con el cabello en esparcido libremente sobre la almohada. 

-          Buenos días – le saludó ella con una sonrisa y él sintió que acababa de despertar al día más hermoso 
de su vida.

-          Gloriosos días, señora Grandchester- dijo él gozando el poder llamarla de esa forma sin sentirse un 
farsante.

-          Me tenías algo preocupada – continuó ella tomando el rostro de él entre sus manos -  Parecías tener 
un mal sueño.

-          Creo que fue una noche de malos sueños,  pero dulces realidades – contestó él sonriendo – Me alegra 
haber despertado.

-          ¿Qué soñabas? –insistió ella frunciendo el ceño, con una genuina preocupación en la voz que 
conmovió al joven.

-          Soñaba . . . – titubeó él,  dudando en comentar algo que le parecía fuera de lugar dadas las 
afortunadas circunstancias vividas, pero luego se animó a confesar sin poder resistirse a aquellos ojos verdes 
que le interrogaban con ansiedad, – soñaba en la noche en que nos separamos, la noche del estreno de 
Romeo y Julieta. Soñaba que te decía al fin lo que no pude decirte entonces. Te pedía. . . te suplicaba que no 
me dejaras.

-          No pienses más en eso,– se apresuró a decirle ella, deseando borrar para siempre esos malos 
recuerdos de la memoria de ambos – Susannah, tú y yo tomamos las decisiones equivocadas esa noche, pero 
ya pasó todo. Afortunadamente las cosas se enmendaron.

-          Pero pudieron nunca haberse arreglado – repuso él hundiendo el rostro en el cabello de ella –Si a mi 
regreso a Nueva York, Susannah me hubiese aceptado, yo me habría casado con ella ¡Estúpido de mi!  Eso 
solamente nos habría hecho inmensamente infelices a ambos, porque estoy seguro ahora de que yo nunca te 
habría olvidado, Candy, mi amor.  Aún peor, ya casado, no hubiera estado en posición de ayudarte a escapar 
de Neil . . .  de sólo pensar que ese bastardo te habría obligado a. . . 

-          No te atormentes así, Terry – se apresuró ella a interrumpirlo  mientras le echaba los brazos al 
cuello – Es una fortuna que Dios tuvo planes más sensatos que los nuestros. Agradezcámosle por ello y 
olvidémonos de los malos sueños.

-          Tienes razón – admitió él suspirando hondamente  y guardando silencio se perdió en los ojos de ella  
por unos instantes  para luego continuar como recordando algo.-  Pensándolo bien, el sueño que acabo de 
tener no fue tan malo. Después de todo tuvo un final feliz.

-          ¿En serio? ¿Se puede saber el final?- preguntó ella en un tono más relajado.

-          En mi sueño te abrazaba como aquella vez en las escaleras – comenzó él acercando su rostro tanto 
a ella que a la joven le pareció que no podría soportar por mucho tiempo la tentación de besarlo – te pedía 
que no me dejaras, como debí haberlo hecho entonces y tú te volvías para mirarme. Me decías algo, pero yo 
no podía ya escucharte, sólo sentir el calor de tu abrazo. Era como la sensación que da el fuego del hogar 
cuando entras a casa después de estar largo rato bajo la nieve. De repente supe que no te irías – sin poder 
resistir más, la joven acortó la distancia entre los labios de ambos y a Terry no pareció molestarle la 
interrupción.  Todo lo contrario, el gesto espontáneo de ella lo puso de tan buen humor que cuando el beso 
se rompió continuó su relato en tono más ligero - . . . después de eso supongo que ha de haber pasado algo 
muy interesante porque lo siguiente que recuerdo es a ti  comenzando a quitarte la ropa frente a mi.

-          Eso lo estás inventando ahora, Terruce – le acusó ella con un mohín.

-          No veo por qué te asombra – repuso él moviéndose rápidamente para colocarse sobre de ella, antes 
de que la joven pudiera hacer algo para evitarlo - ¿Qué tiene de malo? Después de todo, los sueños se 
inspiran en la realidad y por el momento te aseguro que tenías más ropa puesta en mi sueño que ahora.

-          ¡Grosero! ¡Quítate de encima! – le reclamó ella

-          Ni soy grosero, ni me quito – contestó Terry divirtiéndose con la resistencia de la joven.

-          ¿No estarás pensando forzarme? Te advierto que gritaré hasta alarmar a toda la casa – le amenazó ella.

-          Adelante- le animó él distrayéndose en besarle el cuello – Alegaré entonces que tú misma me 
invitaste a tu alcoba. Además, existe un pequeño detalle que tú pareces haber olvidado, soy tu marido y 
tengo derecho a estar aquí.

-          ¡Eres un malcriado y un odioso! – respondió ella, pero su acusación sonó poco convincente ante 
la emoción que le provocaban los besos de él sobre su garganta.

-          Y tú una mala perdedora – le recriminó él, cosquilleando los costados de ella.

-          No hagas eso – respuso Candy entre risas nerviosas – No, por favor.

-          Lo haré hasta que aceptes que te das por vencida 

-          Está bien, está bien ¡Me rindo!

-          ¡No sabes cuanto esperé para que me dijeras eso! ¡Por todos los cielos, no me vuelvas a dejar 
nunca!– y diciéndo esto último el joven concluyó la conversación para continuar otra que no necesitaba 
palabras en la que ella le dejó por bien sentado que no habría más despedidas.
 
 
 
 
 
 

Sophie no se había sentido muy bien la noche anterior.  Había tenido un severo dolor de cabeza y se había  ido 
a acostar antes que los demás sirvientes. Después de todo, sus servicios sólo habían sido  requeridos por la 
señora a la hora del baño,  dejándole el resto del día a su total disposición. 
 La mujer no sabía como le hacía para ver a su  patrona  a la cara sin que la vergüenza y los remordimientos 
que sentía la delataran. Sí, era verdad que las  cuentas del hospital en que tenía a su hijito eran  cada vez 
más altas y que su salario no le alcanzaba  para pagarlas. No obstante, en el pasado había pensado que la  
vida  de su hijo justificaba cualquier cosa que hiciese  para  salvarla, o al menos prolongarla . . . Ahora ya no 
estaba tan segura de ello.
 El matrimonio de los Grandchester había sido un enigma total para ella desde el día en que había llegado a 
Nueva York para trabajar con ellos. Hasta un ciego podía ver que el corazón de la joven señora Grandchester 
latía justo al ritmo que su marido le marcaba. Él, por su parte, no podía ser más protector y complasciente con 
ella de lo que ya era. Su devoción hacia su esposa no era pues el problema. Lo curioso era que, a pesar del 
cariño que sin duda se tenían, a ratos ambos parecían muy infelices. 
A la rareza de aquella pareja enamorada e infelizmente casada se añadía el detalle curioso de la alcoba. O bien 
el señor pasaba con su mujer solamente algunos furtivos ratos durante la madrugada, o bien no dormía
con ella en lo absoluto; pues cuando Sophie entraba a la recámara para ayudar a la señora, por lo regular muy 
temprano, el señor dormía en su propia alcoba.  Durante meses Sophie no supo cuál de las dos respuestas era 
la correcta, ya que la pareja daba tantas señales contradictorias que confundía inclusive al mejor de los 
observadores.
La última noche antes de la partida de Terry a su gira, Sophie había estado mirando por una de las ventanas 
del frente de la mansión y había observado cómo la pareja se bajaba del auto y se abrazaba aún antes de entrar 
a la casa. El suceso, nada extraordinario en unos recién casados, aparecía como peculiar en los Grandchester que 
hasta ese día nunca se habían dejado pescar por los sirvientes intimando físicamente de ninguna manera.

Intrigada, la sirvienta había bajado sigilosamente hasta el salón y se había refugiado en un ángulo de las 
escaleras desde donde podía observar sin ser vista. 
La escena que se desarrolló frente a sus ojos le resolvió de un golpe sus dudas. Una vez dentro de la casa la 
pareja conversó por un rato, pero el ánimo del hombre era de franco coqueteo mientras que ella parecía un tanto 
incomodada, tal vez porque temía que los sirvientes los descubrieran. Sin embargo, la joven terminó aceptando 
de buen grado los ardores de su marido pues no se opuso ni a ser abrazada nuevamente ni al beso que vino 
después. Sophie se sintió un tanto culpable de irrumpir en un momento tan íntimo y se retiró dejándolos a solas.
No obstante, a pesar de la simpatía que naturalmente le inspiraba la pareja, el constatar que ambos parecían 
llevar una relación normal aunque
excepcionalmente discreta, le traía a ella complicaciones inesperadas. Si no había nada de extraño que descubrir 
la señorita Leagan sería implacable. Eliza le había estado prestando fuertes cantidades para atender los gastos 
de los médicos esperando que Sophie saldaría su deuda proporcionándole  la información que codiciaba ¿Cómo 
pagar ahora?
La preocupación no la dejó dormir aquella noche. Conocía muy bien a los Leagan y por lo tanto comprendía a la 
perfección que se encontraba en un
grave predicamento. Buscando calmarse había bajado  para prepararse un té, pero antes de llegar a la cocina 
había descubierto que su patrona también padecía de insomnio pues se encontraba fuera de su recámara y se 
dirigía hacia su salón de té. Intrigada, Sophie la había seguido sin ser vista. 

Candy había dejado la puerta abierta al entrar al salón, lo cual facilitó la labor de espionaje de Sophie. La mujer 
escuchó con claridad la voz de
Terruce hablando con su esposa, aunque no pudo distinguir lo que se decían porque hablaban en susurro. Luego 
las voces callaron. Sophie, resignada, estaba a punto de olvidarse del asunto cuando los susurros se tornaron en 
gritos. 
Ajenos a su presencia, la pareja se enfrascó en una discusión amarga que dejó al descubierto los secretos que 
habían guardado tan cuidadosamente por meses. Sophie apenas podía creerlo. Sin embargo, como si haber 
presenciado la escena no hubiese sido prueba suficiente, a la mañana siguiente la señora había dejado olvidada 
en su tocador la carta que la doncella había terminado por robar. El problema del dinero estaba solucionado, pero 
su consciencia no estaba tranquila.

La jaqueca no cedió con el paso de la noche y Sophie se resignó a continuar sus actividades cuando la mañana volvió a clarear. Como de costumbre bajó a la  cocina para ordenar el desayuno de Candy  y luego se encaminó a la alcoba de su patrona dispuesta a hacer el aseo de rutina.  Si las cosas seguían como en los días anteriores la señora estaría ya levantada, le diría que dejara la muda de ropa limpia sobre la cama y después que la dejara sola.

 

La puerta del vestidor giró sobre sus goznes y Sophie se introdujo a la pequeña habitación para buscar la ropa de su señora antes de entrar a la recámara. Llegar sin previo aviso se había hecho una costumbre, pues aunque en un inicio la señora le había ordenado que nunca entrara si no era antes llamada, con el tiempo el hábito se había ido perdiendo.  Una vez en el interior del vestidor, en lugar del acostumbrado silencio de todas las mañanas Sophie pudo percibir voces y risas. Para su gran pasmo, las voces eran las de la señora y del señor que parecían conversar y bromear con una algarabía nunca antes escuchada en aquella casa.  Sophie estaba como petrificada sin saber cómo interpretar semejante situación cuando la propia Candy entró intespestivamente al vestidor, llevando puesta solamente una bata de baño, el cabello mojado, las mejillas sonrosadas por el agua caliente  y un brillo en los ojos que nunca antes había existido.

 

-          ¡Buenos días, Sophie! – saludó la joven con jovialidad y sin asombrarse de la presencia de la mucama – Es una suerte que te haya encontrado aquí. Mi esposo y yo necesitamos que nos traigan el desayuno a la alcoba ¿Podrías encargarte de eso?

-          ¿El . . . el . .  señor  va a desayunar en la cama? – preguntó Sophie tartamudeando para luego sentirse ridícula al hacer una pregunta tan estúpida.

-          Sí,  estamos algo perezosos hoy, – contestó Candy divertida con la expresión de confusión de la mucama – Anoche tuve unas pesadillas horribles y él se quedó conmigo para hacerme olvidar el mal sueño. Es el mejor hombre del mundo – exclamó la muchacha  mientras abría de par en par las cortinas del vestidor para ver hacia fuera. Sophie pensó que de todas las sonrisas que le había visto usar a su patrona aquella era la más luminosa - ¿No te parece que este es el día más hermoso del año, Sophie?  No sé si es la luz o si los árboles desnudos se vean así de encantadores por la nieve  ¿Tú qué crees?– preguntó luego la muchacha haciendo un exuberante cambio en la conversación.

-          ¿Perdón, señora? – inquirió Sophie sin entender.

-          No me hagas caso, mujer, estoy tan feliz que siento que voy a reventar de alegría y digo incoherencias. Tú solamente tráenos el desayuno y tómate el resto del día libre. Te ves algo pálida ¿Sabes? Deberías de descansar– y diciendo esto último la muchacha salió por donde había llegado.

Sophie se desplomó sobre el diván azul. Evidentemente había pasado algo la noche anterior que cambiaba la situación de manera dramática. Su culpabilidad era ahora insoportable.

 

 

Los Grandchester habían pasado la mañana patinando en el sur de Manhattan, luciendo ante todos la escandalosa 
alegría de estar enamorados. Candy se había reído hasta que el estómago le dolía al huir de la amenaza de 
Terry, ambos patinando a toda velocidad entre la gente que se esforzaba por esquivarles. Las caídas no se 
habían hecho esperar y después de la batalla la joven había terminado con el cabello revuelto, el abrigo algo 
húmedo, y las mejillas arreboladas. Sin importarles su estado, la pareja había paseado todavía un rato a lo 
largo de la quinta avenida. El resultado de aquella aventura había sido una pila de regalos navideños esparcidos 
por toda la recámara de Candy y un par de abrigos que mandar a la tintorería.
-          ¿Quiere que ponga estos regalos bajo el árbol, señora? – preguntó Sophie mientras trataba de poner 
algún orden en aquel caos.

-          ¡Oh no! – contestó ella mientras se secaba el cabello con una toalla – Hay que ponerlos todos en cajas 
grandes porque me los voy a llevar a Illinois. Mi esposo y yo planeamos pasar la Navidad en el lugar en que yo 
me crié, - contestó ella y luego añadió con una sonrisa – Tú tendrás dos semanas de vacaciones sin tener que 
preocuparte de mi.

-          ¿En serio? – preguntó Sophie incrédula pues nunca había gozado de un permiso tan largo.

-          Así es. Vamos a cerrar esta casa  por ese tiempo y dejar que todos tengan días libres para pasar las 
fiestas con sus familia. Por supuesto, se les pagará su sueldo de siempre. Supongo que tú querrás ir a Chicago 
para ver a los tuyos.

Sophie, que en su vida había oído de patrones más generosos, sintió que la garganta se le anudaba de tan 
sólo pensar en lo que había hecho.
-          Sí, señora. Tengo un hijito y me gustaría verlo.

-          ¿En serio? Debe ser algo hermoso ser madre– comentó Candy dándose cuenta de que la doncella 
jamás le había hablado de su vida – Yo quisiera tener un hijo pronto. 
Por un segundo la muchacha se detuvo a pensar que su deseo bien podría hacerse realidad muy pronto. Sophie 
reconoció la mirada soñadora de la joven y una vez más se maldijo por su error de juicio.

-          Me gustaría que le llevaras algo a tu niño de mi parte,– dijo luego Candy saliendo de su ensoñación 
tan rápido como había caído en ella y de un salto se levantó del borde de la cama en que se había 
sentado – Toma esto, es un carro de bomberos lindísimo – explicó la joven tomando una de las cajas de regalos 
y ofreciéndola a la mucama que no encontraba ya ni qué decir – Este otro es para ti – agregó después la 
muchacha tomando una caja grande – Cuando lo vi en el aparador pensé en tus ojos color olivo y supuse que 
tendría que ser para ti. No iba a dártelo hasta antes de salir de vacaciones pero . . . 
Candy se detuvo al ver que  Sophie se había llevado las manos al rostro y ante su gran desconcierto comenzaba 
a llorar desconsoladamente. Suponiendo que la mujer lloraba al recordar al hijo tan lejano,  Candy corrió a abrazar 
a la doncella para reconfortarla.
-          No está bien que un hijo esté separado de su madre. Si lo sabré yo que soy huérfana . Pero si tú 
estás de acuerdo Terry y yo podremos hacer algo para remediar eso. Podrías traerlo a vivir aquí si deseas, o 
si lo prefieres, te daremos una recomendación para que trabajes con mi amiga Annie Britter – ofreció Candy 
tratando de remediar el dolor de Sophie.

-          ¡Oh señora! Mi niño está en el hospital, no lo puedo traer aquí – explicó Sophie sollozando.

-          ¿En el hospital por tanto tiempo? – exclamó Candy extrañada.

-          Los médicos que lo han visto no saben qué es lo que tiene. Ha sido siempre tan delicado. Ellos creen 
que es mejor mantenerlo en observación todo el tiempo.

-          ¿Y lejos de su madre? ¡Tonterías! Eso se acabó, Sophie-  alegó Candy indignada – Irás a Chicago con 
nosotros y yo misma indagaré en detalle el caso de tu hijito. Encontraremos una solución a todo esto  y  . . . 

-          ¡Oh Dios, señora! – chilló Sophie- No puede ser usted tan generosa conmigo ¡No! 

-          ¡Qué va, si no es nada, mujer!- contestó Candy sin poder entender por qué Sophie parecía más y más 
acongojada con cada solución que ella proponía.

-          Yo he sido una traidora, señora, no debe usted tratarme así cuando la he entregado en manos de sus 
enemigos los Leagan. Usted no debe ayudarme, debe odiarme y echarme de su casa hoy mismo – dijo al fin 
Sophie sin poder contenerse por más tiempo. 
Candy se quedó muda. No entendía lo que Sophie le estaba diciendo, pero algo en la expresa culpabilidad de la 
doncella le decía que se trataba de algo muy pero muy serio.


Aún entre sollozos Sophie explicó a Candy su historia y cómo Eliza la había convencido de servir de espía. La 
muchacha no dejó de sentirse indignada al enterarse de que la carta que ella creía había perdido, había sido en 
realidad robada. Le contrariaba sobre manera saber que Eliza y Neil habían llegado a enterarse de cosas tan 
privadas como eran aquellas que decía la carta. Adicionalmente, aunque si bien era cierto que las cosas entre 
ella y Terry habían cambiado, no estaba del todo segura hasta qué punto el asunto les llegaría a afectar cuando 
el tío abuelo William se enterara del engaño que ellos habían urdido.

Demasiado abrumada por el descubrimiento, Candy pidió simplemente a Sophie que se retirara y se dirigió a la 
planta baja para consultar con Terry lo que habrían de hacer dadas las circunstancias. Como era de esperarse, el 
joven se enojó muchísimo y hubiese puesto a Sophie en las calles de Nueva  York en ese mismo instante de no 
haber sido por la intervención de Candy. Ella también estaba molesta y decepcionada de su doncella, pero quería 
esperar un tiempo antes de tomar una decisión en torno a ella. La atenuante de la enfermedad del hijo de Sophie 
y el hecho de que ella misma se había delatado sin tener que hacerlo le hacían pensar que era mejor no 
apresurarse a actuar en el asunto. Lo de Neil y Eliza era diferente.  Había que hacer algo al respecto cuanto antes.
Ese día, sin embargo, ya no se podía realizar ningún movimiento. Eran más de las seis de la tarde y no habría 
abogados disponibles para ser consultados a esas horas, menos aún en temporada navideña. 
Siendo la criatura de ánimo vivo que era, Candy se sacudió las aprehensiones proponiéndose que los Leagan no 
ensombrecerían aquel que era su primer día de matrimonio real. Spencer llegó entonces a comunicarle a sus 
patrones que la cena estaba esperándoles. 
El joven, siempre más desconfiado, se excusó por unos instantes para hacer una llamada telefónica pero después 
se unió a la muchacha en el comedor.  Terry se percató de que Candy  se iba sintiendo más cómoda, y decidió por 
su cuenta que era mejor seguir su ejemplo. Ambos comenzaron una conversación trivial mientras los empleados 
servían la mesa. Candy respondía brevemente, pero seguía con interés la explicación que Terry le daba sobre los 
días libres que tendría, los cuales durarían hasta finales del mes de enero. Cuando llegaron los postres la situación 
se había relajado totalmente y ambos hablaban libremente sobre el viaje que emprenderían.

En medio de las frases sueltas que se intercalaban en el aire, Candy no perdía detalle en la expresión de Terry. 
Se abstraía por segundos en las hebras castañas del cabello de él y mentalmente volvía a sentir su suavidad 
entre sus dedos; observaba las líneas decisivas y fuertes de su rostro, los matices de su sonrisa que era amplia 
y desenfadada cuando se dirigía a ella y la expresión siempre contundente de sus manos, que por una razón que 
ella no entendía la ponía nerviosa y la seducía al mismo tiempo. “No puedo negarlo,” se decía ella sonriendo 
para sus adentros, “me gusta tanto que lastima mirarle. Apenas puedo creer que es mío . . . que siempre lo ha 
sido.”
La presencia de Spencer interrumpió la conversación en ese instante y dejó a Candy para continuar la línea de sus 
pensamientos por unos segundos mientras Terry ponía atención al mayordomo.
-          Candy, debo tomar una llamada importante – dijo el joven dirigiéndose a su esposa y ella pudo 
percibir un ligero cambio en la expresión de sus ojos. Él entendió  que debía una explicación más clara sobre el 
asunto – Se trata de una agencia de seguridad e investigaciones que he contratado para protegerte – dijo él al 
fin animándose a decir la verdad.

-          Pensé que la policía se encargaría del asunto – contestó ella intrigada.

-          Para mi no es suficiente. Voy a agotar todos los recursos hasta acorralar a los Leagan.  La carta que 
ellos robaron no tendrá ningún poder cuando tengamos pruebas de que ellos contrataron profesionales para 
atacarte, – explicó él y ella comprendió por ese tono definitivo en su voz que su decisión era tan terminante 
que era mejor dejarlo seguir con sus planes – No podemos hablar con un abogado por ahora, pero tenemos a 
esta gente que trabaja veinticuatro horas para nosotros si así lo quiero. Si me disculpas voy a hablar con ellos 
por un momento. Tú intenta descansar un rato. Te veré después – concluyó él levantándose de la mesa y 
siguiendo a Spencer.
Candy se quedó sentada a la mesa por unos momentos  más. La última frase que Terry le había dicho había 
estado cargada de una intención especial y acompañada de una mirada particular, mitad orden y mitad ruego 
que ella empezaba a reconocer. De repente la muchacha sintió un extraño vacío en el estómago a pesar de que 
acababa de comer.  En todo el día no se le había ocurrido preguntarse qué era lo que debía de esperar de su 
relación con Terry ahora que eran marido y mujer en todos los sentidos ¿Cuáles eran los hábitos que se 
consideraban normales en cuanto a esa parte de las relaciones de pareja de las que nadie hablaba?
¿Estaba bien lo que en esos precisos momentos ella estaba deseando si tan sólo la noche anterior él había estado 
con ella? El joven no había dicho nada en cuanto a la costumbre de mantener dos habitaciones ¿Esperaba Terry 
que ella se dirigiese a la alcoba de él, o debería esperarlo en su propia recámara? ¿Vendría él a ella esa noche 
o preferiría dormir solo?

Para obtener respuestas a todas esas preguntas bastaba con preguntarle a Terry,  pero a decir verdad, Candy 
aún no se sentía en libertad como para abordar esos temas tan directamente y por iniciativa propia. 
Adicionalmente, como él estaba ocupado con la llamada habría que esperar un buen rato para tan siquiera 
intentar aclaración alguna.
Intrigada y ansiosa por la anticipación de lo que podría pasar la joven se retiró a sus habitaciones y una vez 
más se alegró del acostumbrado mutismo de Sophie que le permitió pensar mientras la doncella hacía su trabajo 
en silencio. Por su parte Sophie, que no salía aún de su vergüenza y sus remordimientos, se limitó a preparar 
a su señora sin  hacer comentarios del camisón que ella escogió esa noche, el cual era tal vez demasiado ligero 
para una noche tan fría. 
Después de terminado el ritual, con las prendas usadas durante el día ya recogidas  y el cabello de su patrona 
tejido holgadamente en una trenza, Sophie salió del cuarto dejando a Candy sumida en sus meditaciones frente 
al espejo de su tocador. Ni el callado ruido de la puerta de la alcoba cerrándose tras de Sophie sacó a Candy de 
su abstracción. 
Por primera vez en toda su vida se miraba al espejo con nuevos ojos y percibía bajo la luz de la lámpara los 
acentos de su rostro y cuerpo que la hacían atractiva. Recordó la vehemencia con que Terry la había mirado la 
noche anterior mientras la desnudaba. La memoria dibujó una sonrisa nunca antes usada en sus labios, 
alimentada por un sentimiento de orgullo
femenino que no había sentido antes. Por primera vez  en su vida se percibía hermosa y se daba cuenta de que 
cautivaba al mismo tiempo el amor y los deseos más secretos de su marido. La satisfacción de ese poder, mitad 
autocomplascencia, mitad generosidad, la llenaba de alegría. Sin embargo, se preguntaba aún si los recuerdos 
de la noche anterior serían tan fuertes en él como para hacerlo desear volver a vivirlos. 
Los cerrojos del vestidor cedieron y la puerta se abrió dando paso al depositario de sus pensamientos. Ella estudió 
su imagen desde el reflejo del espejo. Vestía aún el traje beige oscuro que había portado durante la tarde, pero 
la corbata estaba desanudada y la camisa entreabierta. Se había parado haciendo descansar su peso en el marco 
de la puerta y en una sola de sus piernas, plegando la otra y enlazando los brazos sobre el pecho. La expresión 
en su rostro era tan intensa que llegaba a sentirse intimidante.
-          ¿Quedaron arreglados los asuntos con la agencia de investigaciones?- preguntó la joven sin volverse 
a verlo, pero percibiendo desde el espejo que él empezaba a moverse para acercarse a ella.

-          Sí. Me gustaría hablar contigo al respecto después. . .  tal vez mañana – contestó él deteniéndose 
justo a espaldas de ella sin devolverle la mirada en el espejo.

-          ¿Por qué posponerlo si puede ser ahora? – preguntó ella deseando que él articulara la razón que ya 
había leído en sus ojos.

-          Porque ahora no quiero hablar, – contestó él bajando la mirada para contemplar a gusto el efecto de 
las gasas blancas sobre el cuerpo de Candy.  Desde dónde estaba podía admirar el escote de la espalda que 
llegaba casi hasta la cintura. Sabía que podía tocarla en cuanto quisiera, pero por el momento sentía la 
necesidad de sólo mirar el reflejo de la luz de la lámpara sobre la piel cremosa de la joven. –De hecho, no 
tengo ganas de hablar de nada.

-          Tal vez sea que estás cansado. En ese caso deberías dormir- contestó ella  fingiendo indiferencia.

-          No tengo sueño – repuso él esbozando un sonrisa cuyas intenciones no podían malinterpretarse.

Ella no pudo contestar nada. Se quedó quieta y en silencio mientras Terry se sentaba al lado de ella en un 
extremo del taburete. La ojos de él la recorrieron de pies a cabeza sin que sus manos siquiera la rozaran. Así 
permanecieron un rato, mientras él observaba con beneplácito cómo la respiración de ella comenzaba a agitarse. 
Después de un rato de aquel suspenso seductor, Candy se sorprendió al sentir la mano de él deshaciendo el lazo 
que sujetaba su trenza. Un giro de la muñeca del joven bastó y  la cinta cayó al suelo. Así, sin herir el silencio, 
él continuó su tarea ocupándose en separar los gajos de cabellos rubios que al verse liberados volvieron a rizarse. 
La operación duró un buen rato hasta que la cabellera de la joven quedó esparcida por toda su espalda. Luego, 
él despejó los rizos que caían sobre la sien izquierda de Candy para acercarse a su oído.

-          Pensándolo bien, tal vez me gustaría hablar de algo en especial – susurró él y su aliento estremeció 
la piel de la joven.

-          Tú dirás, – contestó ella inclinando un poco la cabeza hacia la derecha para ofrecerle liberalmente la 
piel de su cuello. 

-          Hablemos de dormir juntos todas las noches, – dijo él aprovechando la invitación para plantar un 
beso ligero detrás de la oreja de la joven – de que te mudes a mi cama de aquí en adelante, – otro beso más 
en la base del cuello – hablemos de las caricias que te voy a enseñar, de cómo quiero que tú me toques y de 
la conveniencia de compartir el lecho en un invierno tan frío como este.

-          ¿En el invierno solamente?¿Y en el verano? – preguntó ella sorprendiéndose de lo directa de su 
insinuación.

-          Dormiremos desnudos y sin sábanas entonces –contestó él con una sonrisa maliciosa, deleitándose 
en la mirada alarmada de ella que el espejo le reveló – Es por de más que se escandalice usted,  señora 
Grandchester, soy un hombre de hábitos pasionales, como ya se irá  dando cuenta – añadió él continuando 
sus atenciones sobre la piel del cuello de la joven, justo en los puntos más sensibles.  Esperó luego unos 
segundos hasta que sus caricias provocaron un suspiro en la muchacha, para finalmente agregar con una 
mirada penetrante – Eres mía, y he de tenerte conmigo en alma y cuerpo todo el tiempo, Candy - y en ese 
mismo ánimo posesivo, Terry  tomó en brazos a la muchacha desapareciendo con ella del otro lado del vestidor 
para enseñarle los secretos de su alcoba que desde esa noche sería la de los dos.

 Candy nunca había entrado antes a la habitación de Terry. Ahora, sumida en una suave penumbra, los claroscuros 
de la noche estrellada hacían que los perfiles y curvas del mobiliario se cubrieran de misterio. 

La tapicería era de brocado oscuro estilo Damasco  y el acabado de los sillones colocados frente a la  chimenea 
tenía el sello de los carpinteros bostonianos. Los colores de la alcoba, sin embargo, se perdían entre las sombras 
de la noche. El lecho era aún más grande que el de ella, con un dosel  de pesadas cortinas y cubrecamas sobrias 
con apariencia abrigadora. Candy no pudo distinguir nada más. La luz de la luna era escasa  mientras que la 
animosidad de Terry era mucha como para darle oportunidad para apreciar el entorno.
El hombre la colocó en el lecho con suavidad, recostándose después sobre ella sin decir nada. Candy percibió el 
peso del joven sobre su cuerpo y de repente sintió una extraña ansiedad, como si las cosas que estaban a punto 
de suceder fueran distintas a las de la noche anterior, cargadas aún de mayores misterios y extravagantes 
placeres. Él comenzó a besarle los labios de esa manera intrusiva y abrumadora en que él solía besar, mientras su 
peso presionaba suavemente la entrepierna de la muchacha.
-          Recuerdo bien la noche en que usaste este camisón. Fue el día de nuestra boda,- susurró él entre 
besos –  hubiese dado todo lo que tengo entonces por hacerte mía esa vez.

-          Sólo necesitabas haberme dicho que me amabas y yo me hubiera entregado a ti esa misma 
noche – contestó ella  esforzándose en que sus palabras fueran intelegibles a pesar de que el aire comenzaba 
a faltarle alarmantemente.
Las palabras de ella entraron en la mente de Terry como el viento que abate las ventanas y las abre de par en par.
-          ¿Hablas en serio? – preguntó él turbado al punto de detener sus caricias para mirarla a los ojos.

-          Por supuesto, Terry. Esa noche apenas si pude dormir de sólo pensar que acababa de casarme con el 
hombre que amo, pero que nunca tendría la dicha de ser en verdad su esposa. Tú, en cambio, dormías tan 
tranquilamente que casi te odié tanto como te quiero- contestó Candy acariciando la mejilla izquierda de él con 
su palma.

-          Sólo fingía dormir. El deseo no me dejaba en paz. No sé cómo le hice para resistirlo, – confesó el 
joven sintiendo con escalofrío el camino de la mano de ella desde su mejilla hasta el límite del último botón 
desabrochado de su camisa.

-          No lo hiciste porque eres un caballero aunque trates de ocultarlo a veces,  – respondió mientras 
desabotonaba la ropa del joven.

-          Pero no sabes cómo hubiese querido no serlo aquella vez, - contestó él en apenas un susurro 
moviéndose para permitirle a ella continuar desvistiéndolo.

-          ¿Por qué no decirme lo que en realidad sentías ahí mismo? – preguntó la joven encontrando su camino 
para acariciar el torso desnudo de su amante.

-          Porque  pensaba que tú ya no me correspondías. Conociendo tu buen corazón sospechaba que de 
revelarte lo que sentía, tú terminarías accediendo a ser mi mujer sólo por compasión. Yo no quería sólo tu 
cuerpo, quería y quiero tu amor por completo y sólo para mi.

-          Tonto, – le reconvino la muchacha con dulzura  plantando un beso breve en la base del cuello de 
él, – mi amor ha sido sólo tuyo desde hace mucho tiempo.

Percibiendo que la conversación estaba llegando a un punto especialmente débil para él, Terry dudó un segundo 
en hacer la siguiente pregunta, pero finalmente se aventuró a hablar, animado por las persistentes caricias de ella.
-          Dime una cosa, Candy- preguntó  él buscando en el rostro de la joven las respuestas que ansiaba aún 
antes de que ella pudiera contesarle - ¿Qué es lo que un ángel como tú pudo haber visto en un hombre como yo?
 La joven se quedó callada por un momento. De primera instancia se le antojaba increíble que alguien que 
regularmente irradiabia seguridad y hasta arrogancia como Terry, pudiera en el fondo sentirse tan inseguro de sí 
mismo cuando se trataba de ella. Él se había esforzado siempre tanto en ocultar esa debilidad suya, que a la 
joven no acababa de sorprenderle el descubrimiento que recién hacía de los temores ocultos de su marido. La 
situación tenía un carácter agridulce, pero sobre todo enternecedor que le caló hasta el fondo del alma.
-          ¿De verdad no lo sabes? – preguntó ella esbozando la más dulce de sus sonrisas a lo que él respondió 
mudamente con una negación de cabeza. Ella suspiró y le contestó – Pudiera hablarte de lo mucho que me 
atraes. Mientras cenábamos esta noche, me fue imposible dejar de verte y tuve que aceptar que siempre me 
gustaste, desde la primera vez que te vi y muy a mi pesar;  pero si solamente hubieras tenido tus encantos 
físicos para recomendarte, poco habría durado su efecto sobre mi y a ti nunca te hubiera llamado la atención 
una chica que solamente viera lo buen mozo que eres. Un hombre como tú debe estar cansado de la adulación 
femenina. Sin embargo, no bien llegué al colegio tú te abriste paso en mi corazón día a día, dejándome ver los 
rasgos bondadosos de tu alma que tanto te esfuerzas en ocultar de los demás. Me defendiste de Neil sin 
conocerme, ayudaste a la abuela de Patty, y me salvaste en más de una ocasión de ser descubierta en mis 
escapadas. Aunque te empeñes en hacerte el duro, yo sé bien que en realidad tienes un corazón noble y generoso. 

-          Quien te oyera pensaría que soy el hombre perfecto y Dios sabe que estoy muy lejos de serlo -  contestó 
él conmovido.

-          No existe el hombre perfecto, Terry – rio ella dibujando el contorno de los labios de él con su dedo 
índice, – existes tú, impulsivo, rencoroso y hasta violento; pero también sincero, valiente  y capaz de sacrificar 
la propia felicidad por la de otros. Te amo por todo eso en su conjunto y porque cada rasgo en ti encuentra su 
perfecta contraparte en mi, como ningún otro ser humano que he conocido. Sé que eres desconfiado y receloso, 
pero conmigo puedes ser tierno como el que más. Es un gran halago saber que tu ternura es exclusivamente 
mía. Imposible no amarte – cayó ella entonces sintiendo la fuerza del sentimiento que sus palabras habían 
despertado en él.

-          Has extasiado mi alma, mujer – dijo él entonces con voz enronquecida por la emoción  y luego, 
titubeando aún, acercó sus labios al oído de ella para hacerle una confesión más – la ironía es que, aún cuando 
tus palabras han traspasado hasta lo más íntimo de mi espíritu, mi cuerpo está respondiendo con un deseo tan 
ardiente por tu cuerpo que temo ahora asustarte si lo libero; porque estoy consciente de que todo esto es aún 
nuevo para ti, mi amor – terminó él,  hundiendo su rostro en los cabellos rubios de ella esparcidos por su 
almohada, luchando por ahogar en el perfume de la joven los impulsos que le punzaban la carne.
-          ¿Y si yo te dijera que esta noche estoy dispuesta a complacerte sin límites? – contestó ella sin creer 
que era su voz la que hablaba – sé bien que anoche te reprimiste en parte para no lastimarme, pero esta vez 
es distinto, Terry.  Sólo puedes tomar mi virginidad una vez, pero puedes enseñarme a complacerte el resto 
de la vida.
Al leer la resolución en la mirada de ella,  el precario hilo que retenía la compostura del hombre se rompió y el 
segundo siguiente el se volvía a posar sobre de ella mientras con dedos rápidos bajaba la cremallera de su 
pantalón.  Las nubes cubrieron la luna y el fuego se extinguió en la chimenea, dejando el cuarto en la total 
oscuridad. Candy solamente pudo sentir las manos de Terry buscando el camino debajo de su camisión, 
levantando la prenda para ir subiendo por sus piernas desnudas, abriéndola sin pedir permiso ni emitir palabra. 
 
Sin más preámbulos, el joven se liberó y se fue hincando en la carne de ella en un impulso seguro. Sin romper el 
acto de posesión, el hombre levantó a la joven colocando unos almohadones por debajo de su espalda para 
poder seguir amándola estando él de rodillas frente a ella, aún ambos a medio vestir, en medio de una urgencia 
amorosa convulsa e irracionalmente apurada, muy distinta a su primer encuentro. 
Una vez seguro de que podría mantener el ritmo por un rato, el joven desató las cintas que sostenían el camisón 
de ella por los hombros para desnudar su torso. Imposible resistirse a la tentación de tomarla con ambas manos.
Teniendo todo lo que deseaba de ella en su posesión, piel, intimidad y corazón, él sabía que pronto ambos 
alcanzarían el clímax y también sabía que este vez sería sólo el primero de una serie que duraría hasta el 
amanecer. Tenía unas ganas locas de amarla sin límites y ahora no tenía por qué negarse el deseo. Sin saberlo, 
Candy había desatado aquella cadena de caricias dadas por un amante que ella no podía ver en medio de la 
oscuridad, pero que sin duda sentía contundentemente besándole los labios con firme pasión y tomando los 
placeres de su cuerpo. La experiencia era sin duda diferente a la anterior en intensidades, pero la esencia del 
amor que la validaba era y sería siempre la misma. 



Seguramente toda la servidumbre estaría murmurando. Desde el primer día en que Candy había pisado la casa de Terry, la joven se había esforzado por ocuparse diligentemente todo el día. No le importaba tener un ejército de empleados para hacerse cargo de todo. La muchacha sabía que tenía que hacer algo de provecho diariamente si quería mantener la calma ante la enervante idea de vivir con Terry. Así pues, levantarse temprano se había hecho parte de esos hábitos de trabajo, lo cual contrastaba con las costumbres noctámbulas de Terry, que por consecuencia solía levantarse siempre tarde.

Sin embargo, hacía ya cosa de cuatro días seguidos que ambos se la pasaban en la alcoba hasta más allá de las once de la mañana e inclusive habían pedido se les llevara el desayuno a la habitación. Sí, seguramente los sirvientes estarían comentando los cambios en la rutina de los patrones y los contrastes de humor de Terry, que parecía niño en víspera de Navidad, pensaba Candy sin poder evitar una sonrisita mientras se cepillaba el cabello.

La muchacha había traído ella misma algunas de sus pertenencias a la alcoba de Terruce y había ordenado un tocador que hiciera juego con el resto del mobiliario mucho más sobrio y oscuro que el de su dormitorio. Sentada frente a ese mueble se encontraba ahora, haciendo su toilette ella misma, pues Terry seguía aún en la cama desayunando y por lo tanto no había forma de hacer llamar a Sophie; a menos, claro está,  que ella decidiera vestirse en la recámara contigua. Sin embargo, parecía que el joven no se sentía muy inclinado a dejarla ir y mucho menos deseaba ver a Sophie ni por accidente; así que Candy había vuelto a su anterior costumbre de vestirse sola.

Sentado displicentemente en el lecho, el actor contemplaba la imagen de la joven mientras ella acomodaba sus cabellos en un rodete, dejando algunos rizos libres en las sienes justamente de la manera que a él tanto le gustaba. La distracción era tal que el té se le enfriaba en la taza y la correspondencia se aburría abandonada sobre la bandejilla de plata en que Spencer la había hecho llegar junto con el desayuno.

No obstante, entre las cartas de negocios y las felicitaciones decembrinas, un  sobre color paja con letras impresas en tinta sepia terminó llamándole la atención.  La misiva portaba el distintivo sello de la Orquesta de Cámara de Nueva York, anunciando el inicio de la temporada de invierno. El joven abrió el sobre para descubrir una invitación de cortesía al concierto inaugural  junto con un programa de la música que se interpretaría esa noche. Sería sin duda una ocasión en que la alta sociedad, artistas e intelectuales de la ciudad se darían cita. Una idea le empezó entonces a nacer en la mente.

Su abogado le había aconsejado que era conveniente dejarse ver en público y buscar la interacción con su círculo de conocidos. Si los Leagan planeaban sabotear el matrimonio de los Grandchester era necesario que la acusación fuera a todas luces y delante de todos injustificada. De modo que, aunque Terry se sentía más inclinado a permanecer en casa a disfrutar de la recién descubierta intimidad al lado de su esposa, era recomendable hacer acto de presencia en algún evento de relevancia antes de salir de viaje a Illinois.  La invitación al concierto le venía como anillo al dedo.

 

-          Tenemos una invitación a un concierto ¿Te gusta la música barroca?- preguntó él casualmente revisando el resto de la correspondencia sin mucho interés.

-          ¿Te refieres a Bach, Vivaldi y similares? – preguntó Candy al tiempo que intentaba vestirse sin hacer notar lo nerviosa que la ponía la insistente mirada de Terry – No entiendo de música tanto como Annie, pero me agrada, – contestó ella distraída, pensando que dada la fascinación que Terry parecía tener hacia la lencería y lo difícil que era ponerse un corset, era mejor pedirle ayuda a él que perder el tiempo intentando hacerlo sola.

Aún algo abrumada la joven se acercó a la cama  desde la cual la observaban y  volviéndose para que él no viera su sonrojo se sentó en la orilla.

 

-          ¿Podrías ayudarme?– dijo la joven sin mirar a su marido a la cara, pero aún sin verlo pudo sentir la mirada maliciosa del joven sobre su espalda.

-          ¿Qué te hace suponer que te voy a ayudar cuando realmente quiero que hagas exactamente lo opuesto? – preguntó él en voz baja.

-          El sentido común. Bien sabes que debemos levantarnos ya – contestó Candy conteniendo la risa – Tú estás
 de vacaciones, pero yo tengo deberes que atender. Además, tú mismo acabas de decir que estamos invitados a 
un concierto esta noche y por la manera en que lo comentaste supongo que quieres asistir. Si no salimos ahora de 
la recámara, me temo que no saldremos nunca.

-          En eso, mi amor, tal vez tengas razón, –  con esto el joven cedió por completo ante el peso de la 
realidad, conformándose con el simple erotismo de ajustar los lazos del corset de su esposa.



Las notas de las cuerdas llenaban el ambiente. En el fondo, el clavecín mantenía el ornamentado acompañamiento 
al tiempo que el contrapunto se entrelazaba en los oídos de los presentes. Candy se esforzaba por mantener la 
atención en la música. Siempre le habían gustado los conciertos de Brandemburgo, pero después de varias noches 
de escaso sueño era difícil  concentrarse en Bach o en cualquier otra cosa -  sobre todo cuando Terry insistía en 
dibujar con su dedo índice pequeños círculos en la palma de ella. 

Los últimos acordes se esfumaron en el aire y luego los aplausos llenaron el ambiente.  Minutos más tarde la 
concurrencia comenzó a desalojar la sala. Los Grandchester esperaron por un momento, deteniéndose a conversar 
con un conocido que por casualidad encontraron esa noche y luego también salieron hacia el hall. A cada paso, 
Candy podía sentir la constante mirada de su marido y el siempre presente contacto de su mano descansando en 
el brazo de él. Era curioso que antes no lo hubiera apreciado, pero ahora le era evidente que cada movimiento de 
Terry cuando caminaba junto a ella revelaba una actitud a la vez protectora y posesiva que curiosamente no le 
molestaba a ella, más bien, la complacía. 

En estos pensamientos agradables iba sumida la joven caminando al lado de su esposo cuando dejaron  la sala 
de conciertos para abordar el auto. De repente, saliendo de algún ángulo de la calle poco transitada, una figura 
inesperada se acercó a la pareja.
-          Me alegra ver que mi futura esposa se encuentra en buena salud – dijo una voz conocida por ambos -  
No es necesario que continúes esta farsa, querida Candy. He venido por ti para llevarte a donde perteneces.

La pareja se volvió para encontrarse con la mirada maliciosa de Neil Leagan que observaba a la joven como si 
fuera un objeto de aparador que se le estaba antojando comprar.  Neil disfrutó la sorpresa dibujada en el rostro 
de Candy; le gustaba pensar que despertaba el miedo en ella. Pero luego sus ojos se tropezaron con los de 
Grandchester.  El hombre parecía sereno,  duro como la roca y con una incomprensible semisonrisa plegándole 
la comisura izquierda de la boca.
-          Vine a escuchar música, pero ignoraba que el espectáculo incluía la actuación de un payaso – dijo 
Terry mirando a Neil como si fuera una cucaracha - ¿Sabes, Candy? Me parece que encuentro esta parte de 
la variedad de muy mal gusto. Vámonos a casa.

-          No tan rápido, Grandchester, – interrumpió Neil acercándose a ellos y poniéndose en medio del 
camino para taparles el paso – La familia está enterada de la farsa que ustedes dos montaron y mañana 
mismo quedará nulificada esta patraña. Candy es ahora mi prometida y vengo por ella.
Candy sentía que la mandíbula no le respondía de los nervios. Sin embargo, la mano de Terry sobre la 
suya le imprimió la fuerza que parecía haberle abandonado.
-          Supongo que vienes a cumplir tu noble misión acompañado de alguno que otro amigo que habrás 
encontrado en el distrito rojo de la ciudad ¿Me equivoco? – contestó Terry sin perder la calma.

-          Llámalo como quieras. Entrégame ahora a mi prometida – exigió Neil mientras de las sombras dos 
hombres se acercaban y se colocaban a espaldas de Leagan comprobando con ello la teoría de Terry. Candy 
observó que tanto Neil como sus acompañantes se habían llevado la mano a la cintura, como buscando algo 
por debajo del abrigo. Para su gran desmayo, ella comprendió que estaban armados. 

Un breve silencio se sostuvo en el ambiente que luego fue abruptamente interrumpido por la carcajada 
burlona de Terry, sorprendiendo tanto a Leagan como a la propia Candy. 

-          Retiro lo dicho, eres realmente un cómico genial, Neil – dijo el joven entre risas mientras movía la 
cabeza de lado a lado - ¿De verdad crees que yo saldría a la calle para exponer a mi mujer a una situación 
como esta, así como así?  - agregó luego él poniéndose serio y deteniéndose a acentuar sus palabras con toda 
intención.
Al tiempo que hablaba unos gatillos sonaban a espaldas de Neil y sus hombres.  Para sorpresa de Candy, cinco 
hombres que habían salido de un auto estacionado en frente estaban ahora detrás de Neil y sus acompañantes,  
apuntándoles muy de cerca. Los hombres de Leagan instintivamente levantaron los manos. Ante los ojos pasmados 
de Neil, su rival dio un paso al frente quedando muy cerca de él, haciéndose patente la diferencia de estatura y 
complexión entre los dos. Leagan no era un hombre bajo, pero frente a Terry se veía realmente pequeño y a decir 
verdad así justamente se sentía el propio Neil.

-          Escúchame bien,  payaso de quinta, ya me cansé de tus juegos estúpidos – amenazó Terry tomando a 
Neil por el cuello de la camisa  con un solo y violento movimiento de sus manos– Si tu familia quiere guerra 
legal estoy dispuesto a dársela, pero no pretendas jugar al gangster conmigo. Para eso te faltan inteligencia y 
agallas. En lugar de eso deberías usar los escasos sesos que tienes en esconderte lo mejor que puedas, porque 
tienes una cuenta pendiente conmigo que me voy a cobrar tarde o temprano.
Diciendo esto último  con una voz cargada de coraje, el joven soltó a Neil empujándolo, para luego tomar la 
mano de Candy y  abordar su auto. La escolta hizo lo propio en el otro auto.
-          Mañana la historia será diferente, Grandchester – gritó Neil en medio de la noche; pero los autos se 
habían perdido ya en la oscuridad  y solamente sus dos matones pudieron escucharlo.




La mirada de Candy se había quedado absorta en los copos de nieve que observaba caer sobre el jardín interior 
de la casa. Parada en la ventana de la alcoba, la joven recordaba el desagradable encuentro con Neil esa misma 
noche.

-          ¿Preocupada? – preguntó Terry abrazándola por la espalda. Ella no contestó – Si temes por lo que ese 
estúpido de Leagan dijo acerca de anular nuestro matrimonio déjame decirte que tu familia no tiene suficientes 
bases legales para hacer lo que pretenden, – aclaró él haciendo girar a la joven suavemente para que 
descansara su mejilla sobre el pecho de él-  Aunque consiguieran sobornar a un juez para que fallara a favor 
de ellos, aún así nosotros podríamos apelar.  Si por otra parte, ellos hacen cualquier movimiento para reclamar 
tu custodia mientras se resuelve el asunto, antes de que tengan la orden en mano yo te sacaré del país.

-          ¿A dónde iría, Terry? – preguntó la joven alzando el rostro, alarmada ante la noción de tener que huir 
sola, como si fuese una criminal.

-          Querrás decir a dónde iríamos, pecosa, porque yo no pienso dejarte ir sola a ninguna parte – aclaró 
él comprendiendo la ansiedad de ella- ¿A dónde más? A Inglaterra por supuesto. Recuerda que ahora estoy en 
buenos términos con mi padre. Si yo se lo pido, él pondrá a nuestros pies toda la fuerza de su poder. 

-          ¿Pero tú crees que él esté dispuesto a hacer algo así por mi? – preguntó ella recordando su único 
encuentro con el padre de Terry años atrás.

-          ¿Bromeas? – preguntó él sonriendo – No sé como le hiciste, pero tal parece que le robaste el corazón 
a mi padre. Cuando lo vi hace casi un año me dijo que me había equivocado en terminar contigo y luego, 
cuando le escribí diciendo que te desposaría,  me contestó que casarme contigo era la única cosa sensata que 
se me había ocurrido hacer en lo que tengo de vida. Así que no debes temer al respecto. Creo que una 
temporada en Inglaterra nos hará bien. 

-          ¿Pero y tu carrera? – volvió a indagar ella con la misma ansiedad.

-          Eso puede esperar. Después de todo no creo que vayamos a necesitar estar mucho tiempo lejos. 
Mientras estemos allá nos casaremos por las leyes inglesas y en cuanto estés en cinta podremos regresar a 
América sin temor a ninguna anulación posible – Terry dijo la última frase de un solo impulso. La idea de 
Candy llevando en sus entrañas un hijo de él, era para su mente una especie de indulgencia emocional que 
nunca antes había experimentado.  Sin embargo, Terry no estaba seguro de cómo lo tomaría ella, ya que hasta 
el momento ninguno de los dos había tocado el tema.

-          ¿A ti te gustaría que eso ocurriera pronto? – indagó la joven, recordando su propios deseos de tener 
en brazos al hijo de Terry.

-          Supongo que los eventos recientes conducirán a ello tarde o temprano. Sería ingenuo pensar lo contrario. 
Sí, me gustaría . . .  me gustaría mucho, – aceptó él deseando que ella le confirmara directamente su propio 
sentir - ¿A ti te molestaría?

-          ¡Por supuesto que no, Terry! – se apresuró ella a aclarar – he deseado un hijo tuyo por mucho tiempo. 
Nada me haría más feliz que saber que lo llevo ya en mis entrañas.

Ambos se abrazaron más fuertemente y se quedaron callados un rato, compartiendo en silencio la dulce 
perspectiva de una familia propia. No obstante, él podía sentir que a pesar de sus calculadas previsiones 
para mantener protegida a Candy,  todavía había algo que incomodaba a la muchacha.

-          ¿Qué pasa, Candy? ¿Tienes aún miedo de que te separen de mi? – preguntó él de nuevo.

-          No es eso. No puedo dejar de pensar en lo que tú le dijiste acerca de una deuda pendiente que tienes 
con él.

-          Es sólo la verdad. No pienso perdonarle el que te hayan atacado en el parque, ni puedo dejar pasar 
una ofensa como esa, así como así.

-          Vengarte no nos servirá de nada, mi amor, – replicó ella mirándole a los ojos suplicante. – Tuve tanto 
miedo esta noche por lo que pudiera pasarte . . .  si se diera un enfrentamiento y resultaras herido o. . . 

-          Así que eso es – interrumpió él sonriendo  mientras le tomaba el rostro de ella  con ambas manos - 
¿Sabes que eres imposible? Con Leagan amenazándote,  a ti sólo te preocupa lo que pueda pasarme a mi. 
No pienses en ello. Sé cuidarme muy bien. 

-          Prométeme que cuando hayamos aclarado este asunto con mi familia tú olvidarás lo que pasó antes, 
– pidió ella aún inquieta.

-          No, Candy, no puedo prometerte eso. Neil tiene que pagar ante la justicia lo que intentó hacer y no 
voy a descansar hasta lograrlo. 

-          Eso lo entiendo – aceptó la muchacha, – pero al menos asegúrame que pase lo que pase no te 
mancharás las manos de sangre, ni te arriesgarás innecesariamente.

-          Supongo que si no te lo prometo no me dejarás en paz ¿Me equivoco? – preguntó él riéndose y ella 
asintió con la cabeza como sola respuesta – Creo que puedo asegurarte al menos que nunca intentaré 
cobrarme con la vida de Neil por lo que pasó; pero si él nos ataca voy a defenderme. Si ese idiota intenta 
algo violento y  tengo que elegir entre protegerte y preservarle la vida, me temo que mi reacción no será a 
favor de él.

-          Dios no permita que eso pase – exclamó la joven hundiendo el rostro en el pecho de él.

-          Yo también lo espero, Candy – repuso él acunándola en sus brazos diciéndose para sus adentros que 
era muy probable que las cosas terminaran de manera violenta muy a pesar de los deseos de su esposa. 
Sin embargo, prefirió guardarse sus presentimientos sólo para sí. 



Como era ya de esperarse, a la mañana siguiente los Grandchester recibieron la visita de George solicitándoles 
le acompañaran al Waldorf Astoria donde se hospedaba la tía abuela. Candy palideció de sólo pensar en lo que 
vendría, pero la mano de Terry en la suya dándole un apretoncito le dio confianza. El enfrentamiento formidable 
con la no menos formidable tía abuela tendría que darse tarde o temprano, así que era mejor que fuese lo antes 
posible.



 
Emilia Elroy depositó su taza de té sobre el platito con gran lentitud. Sus movimientos mesurados eran señal 
inequívoca de lo muy molesta que estaba. Cuando Eliza y Neil le habían revelado la verdad detrás del matrimonio 
de Candy poco le había faltado para que le diera un ataque al corazón. No sólo estaba el nombre de la familia en 
gran peligro, sino que ella resultaba ser víctima de un engaño burdo y mal intencionado ¡Ella, justamente ella que 
había hecho todo lo posible porque la hospiciana esa tuviera una educación decente y luego se había esmerado en 
procurar casarla ventajosamente!

¡Así era como le pagaba Candy! La muy estúpida planeaba divorciarse ¡Que escándalo y que deshonra! Ahora 
Emilia tendría que ser implacable. La opción que Neil le ofrecía de casarse con Candy para salvar el honor de la 
familia era sin duda buena, pero . . . 

En ese justo momento los pensamientos de la señora Elroy fueron interrumpidos por el leve toquido de la puerta 
en su habitación. El momento había llegado. Después de que la señora formulara un discreto “entre” la puerta se 
abrió dando paso a George con los Grandchester. El rostro de la anciana enrojeció de coraje sólo de ver a Candy.

-          George, Sr. Grandchester – saludó la mujer ignorando intencionadamente a la joven. Tenía tantos 
motivos para estar molesta con Terry como con Candy, pero sencillamente no podía hacerlo tratándose de un 
joven tan encantador que en el fondo parecía estar tan enamorado de Candy como atestiguaba la carta. No, 
definitivamente no podía estar tan enojada con él como lo estaba con esa testaruda y tonta de su sobrina- 
Llama a los muchachos, George – ordenó la mujer tratando de serenarse y luego con un gesto de forzada 
cortesía indicó a la pareja que tomara asiento frente a ella.

-          Esta bien, señora – respondió George desapareciendo por una de las puertas de la suite.

-          Han llegado a mis manos noticias de la más escandalosa naturaleza, Candice- inició Emilia cuando 
George hubo salido- Noticias que me dicen que tu matrimonio con el Sr. Granchester aquí presente fue urdido 
alevosa y ventajosamente por ti para evitar casarte con Neil ¿Es cierto eso? – preguntó la mujer dirigiéndose a 
la joven con la más altiva y desdeñosa de las miradas.

-          Es cierto, tía abuela – contestó Candy con frialdad.

-          ¿Es entonces cierto también que parte de tu plan es divorciarte en unos meses más? – preguntó la 
mujer sonando cada vez más impertinente.

-          Esa era parte de los planes – contestó Candy haciéndole una seña a Terry para indicarle que ella quería 
lidiar con su tía directamente.

-          ¡Muchacha desvergonzada! – explotó entonces la mujer sin poder contenerse más – Seguramente querías 
esa libertad para llevar la vida escandalosa  que siempre te ha gustado¿No es así?

-          Señora, le sugiero que mida sus palabras, – intervino entonces Terry sin poder contenerse más.

-          Y yo te sugiero que midas las tuyas, Grandchester. Deberías estar rogando que no te demandáramos 
por cada dollar que tienes, miserable – dijo Neil que entraba en esos momentos a la habitación seguido de 
George y Eliza.

-          ¡Silencio, Neil! Estoy hablando yo – reconvino la vieja y sin mirar a sus sobrinos les hizo la seña para 
que se sentaran y callaran. George se retiró discretamente.

Terry apenas si podía creer la desafachatez de Neil de presentarse frente a él después de la escenita 
melodramática de la noche anterior. De buena gana le hubiese roto la nariz de un golpe en esos momentos, 
pero decidió que debía controlarse por el bien de Candy, por lo menos hasta que se aclararan las cosas con la tía 
abuela.

-          ¿Cómo es posible que tú te comportaras tan malagradecidamente con nosotros cuando hemos hecho 
tanto por ti, mujercita?- continuó la tía abuela aún encendida por el descaro con el que Candy había aceptado 
las acusaciones.

-          Nunca he hecho nada contra ustedes de lo que pueda avergonzarme – repuso Candy sin dejarse intimidar.

-          ¿Te parece poco el planear divorciarte en tan escandalosas circunstancias? ¿Tienes idea de la deshonra 
que traerás al apellido Andley? – reclamó la anciana cada vez más enojada.

-          No tiene caso gastar palabras con esta huérfana, tía – reclamó Eliza sin resistir el participar en aquella 
especie de juicio en que Candy parecía ser la acusada – Una criatura como ella que creció en los establos jamás 
logrará entender las delicadezas morales de las que usted habla. 

-          Y una serpiente ponzoñosa como tú seguramente sí entiende más esas delicadezas y al mismo tiempo 
es capaz de poner espías en la casa de las personas y robar correspondencia privada – apuntó Terry sin perder 
la oportunidad.

-          Lo hice porque sospechaba que había algo turbio en esa boda intempestiva de ustedes cuando era claro 
que tú habías terminado con ella desde hacía meses. No me arrepiento de haberlo hecho. Ustedes han engañado 
a la familia,- contestó Eliza airada.

-          Ese es precisamente el punto- señaló la tía abuela interviniendo- Estoy sumamente indignada con el 
hecho y quiero una explicación más allá de esa aceptación desvergonzada de lo que ha pasado. Candice, dime, 
¿Por qué pagas de esa forma al tío abuelo William después de todo lo generoso que él fue contigo?

La vieja había tocado justo donde la llaga más le dolía a Candy. Sin poderse contener más, la joven se levantó del 
sofá en que estaba sentada y  en un gesto de reprimido enojo miró a la vieja y a los Leagan con indignación.

-          Tiene usted razón, tía abuela, el Señor Andley fue muy generoso siempre conmigo, pero eso no le da 
derecho para disponer de mi vida como si yo fuese una mascota o peor, una cosa inanimada sin sentimientos, 
ni inteligencia. Yo siempre guardé hacia el tío abuelo la más profunda gratitud por haberme adoptado, pero no 
podía tolerar que él me obligara a casarme con Neil Leagan a quien odio – dijo la joven dirigiendo a Neil una 
mirada tan dura que hasta el joven Leagan que era un descarado se sintió incómodo por un momento – Usted 
me dijo que no tendría opción más que casarme con él o con otro mejor postor ¿Sabe usted que me hizo sentir 
como un mueble en subasta? Terry, quien ha sido siempre un amigo y aliado mío, me propuso ayudarme 
ofreciéndome matrimonio y mi libertad al término de un año. No veo qué sería más inmoral, si usar esa 
artimaña para verme libre o aceptar hacer votos de amor eterno con un hombre por el que siento solamente el 
más profundo de los desprecios. 

-          Pues ese hombre aún está dispuesto a aceptarte en cuanto este absurdo matrimonio tuyo quede 
anulado con tal de salvar la reputación de la familia – apuntó Neil con aires de gran señor, gozándose en 
decir al fin el papel de héroe que tendría en los planes de la tía abuela.

-          No veo cómo vas a hacer eso cuando no habrá ni anulación ni divorcio que proceda, – intervino 
entonces Terry que no aguantaba ya más aquella comedia de mal gusto – Si me permite, Señora Elroy – dijo 
él luego dirigiéndose hacia la anciana tratando de usar la poca cortesía que le quedaba, – quisiera sacarla del 
error en que usted se encuentra. 

-          ¿A qué error se refiere, jovencito? Creo que las cosas aquí han quedado ya más que claras- respondió 
la mujer con gesto altivo.

-          Me refiero a la idea equivocada que la hace a usted suponer que voy a divorciarme de Candy, – explicó 
Terry mirando a Neil y Eliza con el rabillo del ojo.- Si bien es cierto que ese era el plan inicial, debo confesarle 
que en los últimos días Candy y yo hemos tenido tiempo suficiente para reconsiderar  las cosas y puedo 
asegurarle que hemos llegado a un entedimiento.

-          Tía abuela, no deje que la envuelva de nuevo con sus mentiras. Es claro que solamente quiere ganar 
tiem. . . 

-          ¡Silencio, Eliza! – interrumpió la vieja - ¿A qué tipo de entendimiento se refiere usted?

-          Al único posible entre un hombre y una mujer que se aman – explicó Terry gozándose en cada palabra 
de la frase mientras miraba a Neil burlonamente, – Creo que si usted ha leído la misiva que tan 
vergonzosamente salió de mi casa para llegar hasta sus manos, se habrá dado cuenta de que yo, a pesar de 
haber estado dispuesto a mantener un matrimonio sólo de nombre con Candy con tal de salvarla, en realidad 
estoy enamorado de ella. Siempre lo he estado y no es secreto que ella y yo tuvimos una relación de noviazgo 
anteriormente. Nos separamos por una decisión mal tomada de parte de ambos. Más tarde, pensando que ella 
ya no guardaba hacia mi ningún afecto romántico, decidí ayudarla dándole mi nombre por el tiempo que fuera 
necesario para que ella fuera libre, sin pedirle nada a cambio. Lamento haberla hecho a usted objeto de un 
engaño, pero las circunstancias nos obligaron a ello. Sin embargo, en el transcurso de los últimos días, Candy 
y yo hemos descubierto que nuestros sentimientos coinciden y por lo tanto la separación no sólo se vuelve 
innecesaria, sino que ahora la sola idea nos resulta intolerable.

-          ¡Mentira! Tengo un testigo que seguramente echará por tierra todas esas mentiras – explotó Eliza 
poniéndose de pie.

-          Si te refieres a Sophi, – dijo Candy entonces, – ella ha confesado ya que la chantajeabas con la ayuda 
médica que le dabas para su hijo y está arrepentida de lo que ha hecho, sobre todo cuando ella misma se ha 
dado cuenta de que Terry y yo nos queremos y no deseamos separarnos.

-          Como usted verá, – continuó Terry dirigiéndose de nuevo a la tía abuela aprovechando que Eliza se había 
quedado como muda al  comprender  que Sophie la había traicionado – no sólo es ocioso hablar aquí de una 
anulación del matrimonio, sino totalmente improcedente cuando la unión ha sido consumada en todos los 
sentidos y no existe voluntad de ninguna de las partes para separarse.

-          Eso no te lo creo -  gritó Neil desesperado.

-          Pues estoy dispuesta a pasar cualquier examen médico que sea necesario para probar que es imposible 
hablar de una anulación – propuso Candy retando a Neil con la mirada y gozando la expresión de asombro y 
coraje en el rostro de Eliza.

-          Nada de eso será necesario, – dijo una voz profunda al tiempo que George y un acompañante entraban a 
la habitación intempestivamente.

 
Todos se quedaron mudos de asombro sin saber cómo interpretar lo que veían. Junto a George había un hombre muy 
alto, de cabellos rubios y ojos azul cielo que vestía un traje oscuro impecablemente cortado. Su paso al entrar la 
habitación era seguro y firme, como el de los hombres que han andado largos caminos y visto el mundo.  Para Elisa 
era un don nadie que seguramente había robado el traje caro que llevaba; para Neil, era un mal viviente; para la tía 
abuela, era la última persona que había podido esperar en semejante momento y para los Grandchester era un rostro 
amigo que simplemente no podían ubicar en el entorno en que ahora estaban. En suma, para todos era una sorpresa 
desconcertante.


-          ¿Podrías explicarnos qué significa esta burda interrupción, George? – preguntó Eliza que fue la primera en 
reaccionar.

-          Sí ¿Cómo te atreves a traer a este vagabundo en semejante momento?- secundó Neil envalentonado por 
la intervención de su hermana.

-          ¡Silencio! No saben lo que están diciendo, – interrumpió la tía abuela dirigiédose  a sus sobrinos con el 
tono más severo posible y después dirigiéndose hacia el hombre del traje oscuro añadió con familiaridad – No 
esperaba que escogerías presentarte ante nosotros de esa forma, hijo.

-          Lo sé, pero es necesario, tía – contestó el hombre con serenidad.


Todo mundo se quedó petrificado al escuchar a la tía abuela dirigirse de ese modo hacia el recién llegado y más aún 
al escuchar que él le llamaba tía.


-          ¿Podrías hacerme el favor de presentarme ante los muchachos, tía? – agregó luego el hombre.

-           ¿Crees tú que es el momento para hacerlo? – preguntó la vieja dudando, a lo que el joven asintió 
cayadamente. Comprendiendio la resolución en los ojos del hombre, la vieja aspiró hondo y se volvió de nuevo 
hacia los otros jóvenes – Está bien. Si así lo prefieres. Señores,  permítame presentarles a la cabeza de la 
familia Andley – los rostros de todos se transfiguraron con azoramiento. La señora Elroy tomó un respiro antes 
de proceder a explicarse.-  Sé que toda la vida les hemos hecho creer que el Señor Andley era un hombre de más 
edad, es pues necesario que les confiese ahora un secreto de familia. El tío abuelo William Andley murió 
realmente hace muchos años, pero nosotros ocultamos el hecho esperando que durante ese tiempo su único 
heredero creciera hasta tener la madurez necesaria para poder hacerse cargo de los negocios familiares. Mientras 
tanto George y yo nos hemos encargado de representarle.  Sin embargo, el tiempo es ya el justo para que mi 
sobrino William Albert Andley, tome posesión de su fortuna. Ustedes son pues, los primeros de la familia en 
enterarse de esto. Él es el actual patriarca de la familia que ustedes creían ser un hombre anciano.


Cada uno de los jóvenes presentes quedaron atónitos ante semejante revelación. Cada uno se vio súbitamente 
asaltado por preguntas sin contestar al ponderar el peso de una información tan desconcertante. Todos estaban 
confundidos, pero ninguno más que Candy que fue la primera en romper el pesado silencio que siguió a las palabras 
de su tía abuela.


-          Tía abuela Elroy – llamó la joven sintiendo que su voz sonaba muy lejos – ¿Puede usted decirme quién 
fue la persona que me adoptó? ¿Fue el anciano señor Andley?

-          No, Candice. Esa idea alocada sólo pudo habérsele ocurrido a William aquí presente. Él es tu padre 
adoptivo.

 
Un nuevo e incómodo silencio corrió en la sala.  Candy no podía entender ni un ápice de aquel misterio. Si Albert 
era en realidad su padre adoptivo ¿por qué no se lo había confesado antes? y sobre todo ¿por qué él, que era su 
amigo, había tenido la primera intención de casarla con Neil? Nada parecía tener sentido.


-          Hay todavía muchas cosas que aclarar – dijo Albert al fin, indicando a todos que se sentaran. Todos pues 
lo hicieron, esperando que el Señor Andley se explicara – Tal vez la primera persona a la que debo disculpas aquí 
sea a Neil.

Todos se quedaron desconcertados. Neil, por supuesto, que no podía creer su suerte, empezó a pensar que tal vez 
no todo estaba perdido. Sabía que Albert siempre había sido amigo de Candy, así que esperaba que las cosas serían 
negativas para él, pero este nuevo giro de los acontecimientos, con un tío abuelo pidiéndole disculpas seguramente 
era un cambio afortunado de las circunstancias.


-          Nunca me has simpatizado, Neil – agregó el tío abuelo con ojos duros dirigiéndose hacia su sobrino – De 
niño fuiste un muchachito consentido y malcriado y ahora eres un hombre sin escrúpulos. Sin embargo, en esta 
historia jugué contigo para obtener mis propósitos y por eso te pido disculpas, aunque no me arrepiento de lo 
que hice.

-          ¿A qué se refiere usted? – preguntó Eliza sin entender nada.

-          La siguiente persona a quien debo disculpas y con esto entenderán la mayor parte de esta comedia, es a 
Candy – dijo el hombre sin atender a la pregunta de Eliza y dirigiéndose a la joven rubia con una expresión 
amable y serena- Candy, quiero que me perdones por haberte ocultado durante tanto tiempo cuál era el verdadero 
lazo que nos unía. Sé que los amigos no deben tener ese tipo de secretos entre ellos, pero tú eras sólo una niña 
y yo no podía echar sobre tus hombros el gran peso de los problemas familiares que yo tengo que llevar.  Sin 
embargo, como estaba consciente de que ya era un padre adoptivo bastante malo estando siempre ausente de 
tu vida como William Andley, traté al menos de acercarme a ti de vez en cuando como Albert. Sé que no ha sido 
lo mismo que tener un verdadero padre, pero he hecho lo que he podido.

-          Albert, yo no tengo nada que reclamarte en ese sentido. Tú siempre has estado conmigo en los momentos 
difíciles- dijo Candy conmovida, aún cuando sus muchas dudas no se resolvían.

-          Gracias, Candy – contestó Albert con una sonrisa y luego se dirigió a la Señora Elroy- Tía abuela, usted 
siempre ha estado en contra de mi decisión de haber adoptado a Candy, pero ahora le voy a demostrar que ha 
estado equivocada. Cuando dejé  África para al fin regresar a casa a atender los negocios familiares, sufrí un 
accidente durante mi viaje que me hizo peder la memoria. George y usted estaban sumamente preocupados pero 
a pesar de sus múltiples pesquizas para encontrarme no pudieron hacerlo. Resulta prácticamente imposible 
encontrar a un hombre en medio de un país convulsionado por la guerra y más aún cuando este hombre ha perdido 
la memoria y no recuerda ni su nombre. Yo no traía papeles conmigo al momento del accidente, así que fue 
imposible que me reconocieran. Después de los primeros días se me regresó a América ya que por mi acento y 
lengua supusieron que era americano. El destino me trajo a Chicago. Ahí, perdido en un hospital de beneficencia, 
aún herido y sin nadie que me ayudara Candy me encontró. Para ella yo era solamente un amigo que no tenía un 
centavo en la bolsa. Ignoraba que yo era en realidad su acaudalado padre adoptivo. Sin embargo, en calidad de 
amigo me extendió la mano e incluso  arriesgó su reputación llevándome a vivir con ella cuando ya no habían 
razones que justificaran mi permanencia el hospital. Yo no había recobrado la memoria todavía, así que ella se 
obstinó en ayudarme hasta que la recuperara. De no haber sido por ella no sé si hoy estaría yo aquí con usted, tía.
La tía abuela estaba muda de estupor. Desde su regreso sorpresivo Albert no le había dicho nada de lo que había 
hecho durante toda su ausencia. En vano la mujer había preguntado y exigido explicaciones, Albert le había 
contestado que se lo revelaría a su tiempo. Ahora que lo hacía, no salía de su asombro. 

-          En cuanto recuperé la memoria decidí que había unas cuantas cosas que tenía que hacer para ayudar a un 
par de amigos que estaban cometiendo un grave error en sus vidas – continuó explicando Albert- pero el plan que 
yo tenía implicaba que debía de seguir usando mi identidad de vagabundo por un tiempo. Fue por eso que 
desaparecí del departamento dejando tan sólo una nota, Candy. Por eso también te pido disculpas.

-          No te preocupes, de eso ya hemos hablado y no hay problema alguno- contestó Candy inmediatamente.

-          Gracias. Ahora viene la parte más difícil de explicar y lo voy a hacer rápidamente para que Neil y Eliza aquí 
presentes puedan retirarse. Les aviso de antemano que la explicación no será agradable para ustedes y no lo 
lamento ni un poco-  dijo Albert volviendo a sonar severo – Nunca fue mi intención que Candy se casara contigo. 
De sobra sé lo desagradable que le resultas y después de todas las cosas que tú y tu hermana han hecho en 
contra de ella, no la puedo culpar por despreciarte.

Eliza estaba a punto del colapso nervioso. No entendía estas variaciones de ánimo del tío abuelo, no entendía el 
cuento del vagabundo millonario y mucho menos entendía la explicación que Albert le estaba dando a su hermano. 
Hubiera querido decir algo, pero había algo en aquel hombre rubio que la intimidaba, y era algo más que sus muchos 
millones.


-          Sin embargo, – continuó Albert – cuando la tía abuela me comentó que planeaba que Candy se casara con 
Neil para asegurar que no terminara desposando a alguien por debajo de nuestra posición social, se me ocurrió 
que la situación me ofrecía justo lo que yo estaba necesitando. Así que accedí a la propuesta, pero nunca pensé 
en que el matrimonio realmente se llevaría a cabo.

Sentado sin decir nada, ni con palabras ni con las expresiones de su rostro, Terry observaba a Albert fijamente. 
Desde el inicio de la presentación de su amigo como el tío abuelo, el joven había comenzado a unir las piezas del 
rompecabezas con rapidez.  No le gustaba el sentirse como peón de ajedrez en aquel juego, pero no se podía quejar 
de los resultados, así que conforme la explicación de Albert continuaba, Terry se limitaba a disfrutar de las 
expresiones de confusión y pánico en Eliza y Neil. 

-          Mi plan era que Candy se casara realmente con Terruce Grandchester, que no sólo supo ser mi amigo 
cuando él tenía una alta posición social y yo pasaba por un simple vagabundo, sino que es el hombre que Candy 
realmente ama. Las circunstancias habían hecho que ellos se separaran, pero yo me vi en la posición de 
cambiarlas apropiadamente. Así que usé el compromiso de Candy y Neil para que Candy no tuviera más remedio 
que aceptar la propuesta de Terry. Lamento también haber tenido que engañarte, Terry – añadió Albert 
dirigiéndose a su amigo y ambos hombres intercambiaron miradas de entendimiento sin decir más.

-          ¡Eso fue un truco sucio! – exclamó Neil  al fin.

-          No más que los que tú utilizas – repuso Terry con voz  calmada pero firme.

-          En eso estoy de acuerdo – secundó Albert y luego dirigiéndose a Neil continuó – No tengo intenciones de 
que el matrimonio de ellos se disuelva ni ahora ni nunca. Si ellos deciden estar juntos, así será y aunque Candy 
decidiera divorciarse no pienso detenerla ni retirarle mi apoyo.

-          Pero William, no puedes apoyar semejante deshonra para. . . 

-          No se preocupe por eso, tía – interrumpió Candy tratando de conservar la paciencia con la anciana – No 
voy a divorciarme ni ahora ni nunca. Amo a mi esposo. Lo que dice esa carta fue un simple malentendido entre 
nosotros que ya está resuelto. Como dije antes, somos marido y mujer en todos los sentidos y tenemos planes 
de que así sea siempre.


La anciana se quedó callada por un momento, dio unos pasos hacia el frente en dirección de Candy y cuando estuvo 
cerca de la joven tomó la barbilla de la muchacha en su mano para forzarla a mirarla a los ojos. 

“ ¡Sus ojos!” pensó la vieja, “No miran ya como los de una doncella. Tienen algo más en el fondo. ” 


-          Está bien – dijo la anciana rompiendo el silencio de todos – creo que eres sincera.

-          Pero tía abuela . . . –interrumpió Eliza.

-          Silencio, Eliza.  No me interesa escucharte más – aseveró la mujer con gesto adusto y luego, 
acomodándose el chal que llevaba puesto volvió a dirigirse a Albert – Si me disculpas, hijo. Me siento un poco 
cansada después de toda esta escena. 

-          No se preocupe tía,  yo me retiro para dejarla descansar. Si Terry y Candy no tienen inconveniente me 
gustaría darles una visita – agregó luego Albert dirigiéndose a sus amigos.

-          Justamente te iba a sugerir eso – dijo Terry  poniéndose de pie.

-          ¡No! Esto no puede quedarse así – interrumpió Neil alterado – No creo ni la mitad de lo  que aquí se ha 
dicho . . . 

-          ¡Cállate, Neil! – le ordenó Eliza sorprendiendo a todos con su reacción – Ya oiste a la tía abuela. Ella 
necesita descansar. Nosotros también nos retiramos, tía.

 
De un solo golpe la muchacha dejó su asiento y prácticamente a rastras sacó a su hermano de la habitación. Todos 
se quedaron atónitos pero no echaron de menos a los ausentes. En unos minutos más los demás jóvenes también se 
retirararon y la tía abuela se quedó a solas para meditar en el brillo extraño que había en los ojos de Candy.  Conocía 
esa chispa muy bien. Definitivamente el matrimonio estaba consumado. Emilia Elroy no necesitaba más pruebas.






Podría parecer que la trampa de Albert había funcionado a la perfección. Sin embargo, mientras Eliza se retiraba a sus 
habitaciones,  repasaba los hechos recién descubiertos.  No iba a darse por vencida sin dar una última batalla. El 
juego aún no había terminado.