El contenido es algo fuerte.

Les ruego abastenerse si la violencia y el sexo no son cosas que les agrade leer.

MERCURIO

 

La trampa

Capítulo 12



Albert había planeado una trampa prácticamente perfecta. No le gustaba tener que engañar a quienes eran sus amigos pero no encontró otra alternativa. Cuando Terry y Candy habían roto, Albert había admirado el acto de sacrificio y desprendimiento por parte de ambos, pero no estaba de acuerdo con ellos. No creía que la solución dada fuera la mejor, ni para ellos ni para Susannah Marlowe. Sin embargo, tampoco él encontraba la manera de conciliar el conflicto de consciencia.

El entrañable cariño que tenía por Candy le hacía sentir como propio el dolor que ella estaba pasando y le partía el alma ver deprimida a quien usualmente era jovial y despreocupada. Tal vez fue la desesperación de no poder ayudarla más allá del apoyo moral y el afecto que le podía dar lo que empezó a desencadenar el proceso de recuperación de su memoria. Luego ocurrió el accidente y finalmente las imágenes comenzaron a llegar. Una buena mañana se levantó al fin y de un solo golpe los recuerdos de toda una vida se le agolparon en la cabeza.


Pocos días después de que su memoria comenzó a volver, se encontró con la noticia de que Terry había abandonado sus responsabilidades y carrera en Broadway. Conociendo el carácter temperamental de su amigo, Albert había decidido investigar el asunto, así que pagó por la información que necesitaba. Cuando se enteró en detalle de dónde estaba Terry y qué era lo que había pasado con Susannah, se le ocurrió que tal vez la ausencia de Terry era un buen momento para intervenir en el asunto apropiadamente. Ahora no sólo contaba con sus recuerdos, sino con el poder que el dinero da, para ayudar a sus dos mejores amigos.

Preocupado por lo que pudiera pasarle a Terry en el estado de ánimo en que se encontraba, Albert había contratado un guardaspaldas cuyo deber era encargarse de seguir al joven a donde fuera para protegerlo si era necesario – sobre todo de sí mismo- mientras que Albert se dirigía a Nueva York con el fin de provocar un encuentro casual con Susannah Marlowe. Por eso había abandonado el departamento que compartía con Candy dejando tan sólo una nota. Albert sabía que no era bueno para mentir, y mentir tendría ya que no le podía decir a Candy a dónde realmente se dirigía. Así que había optado por un adiós escrito en donde no tendría que ver la tristeza reflejada en sus ojos de niña cuando se enterara de que él la iba a dejar sola justo cuando más lo necesitaba.

Su misión había resultado todo un éxito, pues Susannah – tal y como él se lo había imaginado – era una mujer sensible que fácilmente se abrió a la amistad breve que él le ofreció cierta tarde en que se conocieron “por casualidad”. Usando su natural encanto Albert había conseguido que Susannah le confiara sus problemas y en tan sólo un par de semanas ambos se habían convertido en los mejores amigos. Susannah, que nunca había tenido una amistad masculina sin intereses románticos, se sentía reconfortada con la compañía de Albert. En cierta forma Albert compesaba la gran soledad en que ella vivía desde que Terry había dejado Nueva York y le abría un modo de ver la vida totalmente distinto a aquel que había aprendido a lado de su madre.

Después de un mes de amistad la influencia de Albert obró la transformación deseada y el joven pudo despedirse de ella, seguro de que la muchacha encontraría su propio camino. Albert confiaba en que Susannah sería infinitamente más feliz abriéndose paso por sí sola que en un matrimonio fundado en la culpabilidad. Logrado esto el joven pensó que solamente habría que buscar a Terry y hacerlo volver sobre sus pasos.

De regreso a Chicago y con la información de sus empleados, no le fue difícil provocar el encuentro con Terry en la cantina. Albert quería hacerlo reaccionar para que el joven recuperara el autocontrol y la dignidad. Sabía que sería doloroso para Terry ver a Candy solamente de lejos, pero sería sin duda la mejor pulla para hacerlo recapacitar. Al menos en ese punto Albert consiguió lo que quería.

Sin embargo, Terry había interpretado mal las cosas al regresar a Nueva York. En lugar de volver a buscar a Candy una vez que Susannah lo dejara en libertad, el joven se había entercado con la idea de que Candy ya le había olvidado. Cuando Albert se enteró de la decisión de su amigo a través de una carta que éste le enviara desde Nueva York, por un momento pensó en dejar en ese punto su intervención en el asunto. Pero la felicidad de Candy estaba de por medio.


Su intuición le decía que el amor que unía a Candy y Terry no era de esos que se olvidan con el tiempo. Así que cuando la tía abuela le habló por primera vez de su preocupación por casar a Candy con un buen partido, fuese el que fuese, siempre y cuando se tratara de alguien de buena familia y posición económica, una idea bizarra empezó a formarse en la cabeza del joven millonario.

Ni el propio Albert dio crédito a su ocurrencia al principio; sin embargo, había algo de sentido en ella. Terry era demasiado orgulloso como para buscar a Candy creyendo que ella ya no la amaba y también era lo suficiente testarudo como para no entrar en razones aún cuando el propio Albert intentara hacerle cambiar de parecer. Sin embargo, el joven actor amaba a Candy con tal generosidad que bien podría estar dispuesto a sacrificar su dignidad para salvarla de los planes de la tía abuela. La situación era perfecta. Candy y Terry se encontrarían atrapados sin más salida que hablar con la verdad. Por supuesto, para lograrlo, necesitaba hacer que Terry se convirtiera en un buen prospecto de matrimonio. De modo que no dudó en escribir al Duque de Grandchester exponiéndole el caso. Si el Duque no respondía, él mismo estaba dispuesta a fabricar la fortuna de alguna forma, pero sorprendentemente su carta tuvo el efecto deseado y el duque mismo buscó la reconciliación con su hijo, tal y como Albert se lo había pedido.

“Yo cometí errores muy graves en aras del deber y del orgullo. No quiero que mi hijo sea víctima de los mismos errores,” había dicho el duque en su carta convirtiéndose en cómplice voluntario de aquella estratagema.

De ese modo el escenario estaba ya puesto cuando Neil y Eliza hicieron su entrada sin ser invitados. La situación se hizo entonces más interesante. Si seguramente Terry estaría dispuesto a ayudar a Candy para salvarla de un matrimonio forzado con cualquier hombre que se le ocurriera a la tía abuela, una unión obligada con Neil Leagan sería un acicate aún mayor. De ese modo Albert había aceptado la idea cuando la tía abuela le comunicó que ya había encontrado el candidato que andaba buscando. La baja pasión de Neil sido la carnada perfecta. Albert confiaba que la reconciliación total entre Candy y Terry vendría cualquier día una vez que empezaran a vivir juntos.

Desgraciadamente, la situación se había salido de su control cuando Neil contrató matones para mantener vigilada a Candy. Una vengaza por parte de los Leagan podría ser algo peligroso, pero Albert tenía plena confianza en la prudencia y cuidado que Terry había puesto en el asunto y esperaba que Neil desistiría tarde o temprano. Pensando que las cosas mejorarían por sí solas entre Candy y Terry y que la joven estaría siempre protegida, Albert había dejado su empleo en el Country Club para al fin dedicarse a los preparativos de su propia presentación en sociedad y ante los círculos financieros. Después de que él tomara las riendas de la familia, tendría el tiempo y el poder necesarios para lidiar con los Leagan definitivamente. Fue entonces cuando sucedieron los desagradables hechos de Central Park.

Ahora que las cosas estaban solucionadas para los Grandchester lo que aún restaba por hacer era eliminar por completo la amenaza de los Leagan. Esta vez no había que descuidarse. Ni Albert ni Terry se tragaban la aparente aceptación de las cosas por parte de Eliza. En aquella cadena de intrigas los papeles de cazador y presa eran peligrosamente intercambiables.




Las sospechas de los dos amigos no estaban desencaminadas. Siempre más inteligente que su hermano, Eliza había preferido hacer una graciosa retirada cuando el enemigo parecía tener todas las de ganar. Aquel era momento para retirarse y replantear su venganza. Había que dejar que los ánimos se calmaran.

Eliza estaba tan enojada que esta ocasión estaba dispuesta a adoptar los métodos de su hermano. Esperaría lo que fuera necesaria y luego vengaría la humillación que le habían hecho pasar a ella y a su hermano. Odiaba a Candy más que nunca y estaba segura de que en ella tendría que caer todo el peso de su vendeta. Si algo malo le pasaba a Candy no sólo vería destruída a su enemiga de toda la vida, sino que también se vengaría de Terry y Albert para quienes esa huérfana parecía ser tan importante.



La Navidad en las montañas de Illinois era una visión sacada de una estampa decembrina. Montes coronados de nieve, enormes coníferas siempre verdes, y pequeñas y bien cuidadas granjas esparcidas sobre una enorme sábana blanca llenaban el ojo del solitario paseante que se aventuraba a caminar por el valle en aquella tarde fría. La nieve se había endurecido sobre el suelo haciendo la caminata menos difícil; pero el sol, que comenzaba a declinar, no podía hacer gran cosa para reducir el frío del ambiente. Sin embargo, las dos figuras que avanzaban por la vereda parecían no resentir la frialdad de la tarde.

Aquella había sido la primera temporada navideña en sus casi veintidós años de vida, que Terry pasaba en un verdadero ambiente familiar. “Buenas maestras no son lo mismo que una madre,” le había dicho alguna vez Candy. No obstante, el joven sentía que si su madrastra le hubiese demostrado la mitad del afecto y calidez que la Señorita Pony y la Hermana María profesaban por cada uno de los niños del Hogar, seguramente su infancia no hubiese sido tan oscura y solitaria.

No resultaba pues extraño que Candy, cuya disposición de carácter era naturalmente dulce, se hubiese convertido en una mujer de temperamento alegre y franco bajo la influencia de aquellas dos buenas mujeres en aquel ambiente campirano, sin pretensiones falsas ni vanidades inútiles. Viendo por primera vez a Candy en presencia de sus dos madres, Terry se pudo imaginar todos los pasajes de la infancia de la joven que ella le había contado. Cada recuerdo entrañable, lleno de cariño y algarabía podía sentirse en la manera como las dos damas miraban a Candy.

Muchos niños habían vivido en el Hogar durante los últimos veinticinco años, pero solamente Candy había vuelto una y otra vez haciendo de aquel pequeño lugar entre las montañas su punto de partida y de regreso. Tal vez por eso, o porque la joven solía ser una de esas personas que roban el corazón de todos por donde van, era que Sor María y la Señorita Pony amaban a la muchacha como a su hija más querida. Soprendentemente para Terry, por el simple hecho de ser el hombre que Candy amaba, el afecto de las dos señoras parecía haberse extendido de Candy misma hacia él, haciéndolo sentirse el centro de un cariño puro, desinteresado y maternalmente cálido que él no había tenido mucha oportunidad de experimentar.

Pasar la Navidad en el Hogar de Pony había sido para Terry como probar por primera vez el sabor de la felicidad doméstica, con sus simplicidades, rutinas y alegrías cotidianas. Él se había enamorado de Candy siendo aún demasiado joven, y sin duda había sido una intensa atracción física lo que había iniciado la chispa. El resto había sido un proceso de encuentros, coincidencias y contrastes de temperamento que terminaron por transformar la atracción en amor. No había existido cálculo alguno, ni análisis de las cualidades potenciales de la muchacha para convertirse en la compañera de vida de un hombre como él. Pero al contemplar a Candy al lado de aquellas dos buenas mujeres, ayudándoles con naturalidad en el cuidado de los pequeños, le fue inevitable pensar que sin duda ella sería una madre amorosa y diligente.

“La vida me compensa inmerecidamente,” pensaba el hombre mientras caminaba sobre la nieve recordando la imagen de Candy sosteniendo en su regazo a un pequeño rubio mientras lo alimentaba. El niño había llorado en medio del peor berrinche que Terry jamás había visto, sólo porque no quería tomar la sopa. A pesar de todo el barullo, Candy había terminado por convencer al chiquillo hasta que el plato había quedado vacío y el llanto se había convertido en risas.

- Corrí hasta aquí esperando alcanzarte, –– dijo entonces ella interrumpiendo los pensamientos de él – pero sólo pude llegar a ver tus huellas sobre la nieve que empezaban a borrarse.

Terry soltó entonces la mano de la joven y se puso de cunclillas para poder ver la ladera de la colina entre el follaje de los pinos.

- Ahí justo tomé la carreta que me llevó hhacia la estación de Lakewood – contestó él señalando con su mano enguantada el punto que ahora era sólo una vereda semicubierta con la nieve – Si hubiese sabido que tú estabas aquí . . . ¡Habría hecho cualquier cosa por verte, entonces! – añadió él en casi un suspiro mientras alzaba la mirada para ver a la joven que a su lado parecía haberse sumido en los recuerdos de aquella ocasión.
- Muchas veces he pensado en lo que habríaa pasado si nos hubiéramos encontrado aquí esa vez – dijo ella al fin, pensativa. Él, por su parte, se puso de nuevo de pie para mirarle a los ojos directamente.
- ¡Me habría vuelto loco de alegría! . . .. pero luego se me hubiera desgarrado el corazón otra vez, al tener que dejarte por segunda ocasión.
- Supongo que tienes razón, – repuso ella frunciendo la comisura de sus labios – Éramos sólo unos chiquillos entonces. Imposible pensar en estar juntos cuando aún ambos teníamos que definir el camino que tomaríamos en la vida.
- Eso mismo pensé yo al dejar Inglaterra. Si hubiera tenido unos tres años más de edad y muchas más libras en el bolsillo, le habría robado las llaves del cuarto de castigo a la Hermana para sacarte de ahí y llevarte conmigo – dijo él mientras el rostro se le iluminaba con una sonrisa traviesa al imaginar el desmayo de la monja al descubrir tan escandalosa fuga.
- Hubiéramos arruinado la reputación del ccolegio para siempre – comentó ella reposando la cabeza sobre el brazo de él.

Ambos rieron un poco imaginando la cara de la anciana y con ese mismo humor ligero en el corazón emprendieron la caminata hacia la falda de la colina. Un auto los esperaba ya para llevarlos a Lakewood donde pasarían la noche antes de regresar a Nueva York.



La noche había caído sobre el pueblo y con ella había iniciado una nueva nevada amenazando con hacer imposible cualquier desplazamiento en tren o en auto por las siguientes horas. Las calles estaban prácticamente desiertas y en las casas los hogares ardían al máximo esforzándose por mantener la calidez del ambiente. Desde la ventana, Candy observaba a un pequeño grupo de jóvenes enfundados en pesados abrigos, que corrían rumbo a sus casas. La muchacha se alegró de estar en el interior del cuarto de hotel que era cálido y acogedor, envuelta en una suave bata de felpa.

- Es muy probable que tengamos que quedarnnos aquí uno o dos días antes de volver a casa – dijo la voz grave de Terry desde otro ángulo de la habitación – Esa ventisca que se oye allá fuera no es buena señal.
- No creo que quedarme aquí unos días me mmoleste, siempre y cuando sea contigo – contestó ella volviéndose a mirarlo.

Terry se había tendido sobre el enorme tapete de piel de oso que cubría la duela frente a la chimenea, mientras sorbía lentamente una taza de té y brandy para calentarse. Viéndolo así, desenfadado y sin preocupaciones, Candy sintió por un momento que volvía a ser el chiquillo que había conocido en el colegio y no pudo evitar que una sonrisa cruzara por su rostro.

- Veo que soy causa de diversión para alguuien en esta habitación – apuntó él percibiendo el gesto de la joven - ¿Se puede saber que he hecho para resultarte tan gracioso? – preguntó él luego, extendiendo la mano para invitarla a sentarse a su lado. La muchacha se acercó enseguida a él y se sentó a su lado recostando la cabeza en el pecho de él.
- Es sólo que recordaba lo que decías estaa tarde mientras estábamos en la colina de Pony, sobre la deshonra que habríamos hecho caer sobre el colegio San Pablo si nos hubiéramos fugado juntos – contestó ella divertida – Pensaba que de hecho, yo estuve a punto de provocar tal deshonra.
- ¿A qué te refieres? – preguntó Terry alzzando una ceja con curiosidad.
- Cuando me enteré de que te habías ido mee escapé del colegio y alquilé un carruaje para ir hasta el puerto, con la esperanza de detenerte. Quería que me llevaras contigo. Para mi gran desilusión tu barco acababa de zarpar escasos minutos antes de que yo llegara al muelle.
- ¡Eso nunca me lo habías contado!- exclammó él sorprendido. Terry dejó la taza de té en el suelo para usar su mano libre y cubrir a Candy con su abrazo – Si me hubieras alcanzado no sé lo que habría hecho. Cuando decidí dejar el colegio estaba absolutamente seguro de lo que debía hacer, pero de haberte visto y sabido que querías estar conmigo, no sé si hubiera tenido las fuerzas necesarias para sostener mi resolución y convencerte de que no podíamos estar juntos en aquellas circunstancias.
- Entiendo lo que quieres decir – dijo ellla acurrucándose en el pecho de él mientras dejaba escapar un suspiro. – Fue mejor no encontrarnos, porque ciertamente yo no hubiera entendido tus razones entonces- Ambos quedaron en silencio. Sólo el crepitar del fuego se escuchó por unos instantes.

Terry dejó su mente volar hacia el pasado, imaginándose escenarios de lo que pudo haber sido y no fue. Hubiese sido tan hermoso saberse amado de esa forma; entender que ella estaba dispuesta a dejar a su familia adoptiva por estar con él. Nunca antes alguien había estado dispuesto a tanto por él. Desgraciadamente en aquella época, aunque hubiesen querido estar juntos, la realidad que les forzaba a separarse era demasiado pesada.

- Sí he de serte sincero, – dijo él despuéés de un rato de guardar silencio- yo sabía que tenía que dejar a mi padre tarde o temprano; especialmente después del enfrentamiento que tuvimos a causa de mi reconciliación con mi madre. No obstante, esperaba que el momento definitivo de hacerlo llegara mucho después, pues anhelaba prolongar indefinidamente mi tiempo a tu lado. Cuando Eliza nos tendió aquella trampa no hizo sino apresurar los acontecimientos. Yo estaba consciente de que el momento de marcharme llegaría tarde o temprano y que entonces no me quedaría otra opción que renunciar a ti.
- ¿Renunciar? ¿Qué es lo que quieres decirr? – indagó ella alzando la cabeza sin comprender lo que él decía.
- ¿Qué otra cosa podía hacer, pecosa? - innquirió él, acariciando la mejilla de Candy que se había teñido de carmín por el calor del fuego- Yo todavía no cumplía los dieciocho años, me marchaba dando la espalda a toda la vida que había conocido, prácticamente huyendo de mi padre, sin dinero, sin una idea clara de lo que tendría que enfrentar para salir adelante y sin deseos de recurrir a mi madre para sobrevivir – la voz de Terry había comenzado a tornarse ferviente. Candy podía notar que él estaba poniendo el alma en las palabras, por su acento y por el movimiento de sus manos - Quería labrarme un futuro por mi mismo, confiando sólo en la fe que tenía en mi pasión por el teatro. Arrastrarte conmigo a un camino que yo debía recorrer solo era inadmisible; pedirte que me esperaras, cuando yo mismo no sabía cuántos años me tomaría encontrar el éxito y la posición que se requiere para fundar una familia, era injusto e ingenuo. Tú apenas tenías quince años, Candy. No podía comprometerte con una promesa que tal vez terminaría siendo para ti un lastre indeseado después de pasado el tiempo. Tenía que marchar sin esperanza.
- ¡Qué tontería! Realmente muy noble de tuu parte, pero igualmente muy tonto. Aunque estuviéramos lejos uno del otro, no había necesidad de tal renuncia, – dijo ella frunciendo la nariz y luego, acercando el rostro al de él añadió en un susurro. – Yo te esperé siempre. Tu carta de despedida no podía haber sido más lacónica; pero aún así yo seguí acariciando siempre la idea de volver a verte. Tenía fé en que tú también deseabas lo mismo. Sabía bien que entre nosotros no había promesas ni compromisos, pero instintivamente adivinaba que había algo que nos uniría pasara lo que pasara y que irremediablemente nos volveríamos a encontrar. Nunca dudé de tu corazón hasta . . . – la muchacha se interrumpió a sí misma, arrepintiéndose de haber empezado la última frase.
- ¿Hasta qué?- indagó él intrigado por la pausa abrupta que ella había hecho.
- Iba a decir una tontería que no vale la pena – dijo Candy mordiéndose un labio en un gesto que provocó aún más la curiosidad de Terry.
- Es una mal señal cuando tú, que siempre dices lo que piensas, prefieres callar. Ahora mismo me vas a terminar de decir qué fue lo que te hizo dudar de mi – aseveró el joven en casi una orden, buscando la mirada que Candy había dirigido hacia la tela de su bata.
- Ya te dije que es una tontería – repitióó ella incómoda.
- ¡Candy! – volvió él a insistir levantanddo la barbilla de ella para obligarla a mirarlo.
- ¡Oh! ¡Está bien! Fue algo que dijo Elizaa – confesó al fin ella diciendo la frase muy de prisa, como temiendo oirse a sí misma.
- ¿Qué fue lo que dijo exactamente?- contiinuó él interrogándola sin dejarla desviar ni la conversación, ni la mirada.

Levantando los ojos al cielo en señal de rendición total la muchacha comprendió que él no la dejaría en paz hasta saberlo todo.

- Supongo que ella se imaginaba que yo . .. . que yo seguía albergando sentimientos por ti a pesar de que había el tiempo. Así que decidió fastidiarme diciéndome que tú . . . – la joven volvió a titubear, pero la mirada de él era implacable – diciéndome que tú salías con una actriz . . . con Susannah. Eliza dijo que tú seguramente estabas enamorado de ella y que ni siquiera te acordarías de mi.

Terry no dijo nada. Echó la cabeza hacia atrás en un gesto que Candy había aprendido a reconocer como señal de molestia o indignación. Por un segundo la muchacha pensó que él estaba enfadado con ella, pero luego las palabras de él le hicieron entender que era otro el objetivo de su enojo.


- Eliza es una verdadera bruja – gruñó Terrry recargando su espalda sobre los pies del sillón – Esa serpiente venenosa sabe muy bien en donde inyectar su ponzoña y supongo que tú le creíste – inquirió él sin dejar de insistir en su interrogatorio.
- ¡No! – se apresuró ella a asegurar, peroo como se sonrojaba cada vez que mentía, él le devolvió una mirada de incredulidad forzándola a retractarse – Bueno . . . la verdad es que no quería creerle, pero había pasado mucho tiempo, tú y yo nunca habíamos estado en contacto y como tú mismo acabas de decir, no había entre nosotros ningún tipo de promesa. Todo eso no me importó antes, pero cuando Eliza insinuó que tú tenías ya alguien en quien pensar en lugar de mi, tuve miedo de que fuera cierto . . . fue la primera vez en la vida que sentí celos- admitió ella sin poder sostener la mirada de Terry.

Ambos jóvenes se quedaron en silencio por un rato más, sin saber qué decir. Aunque tenía que admitir que el sentimiento era un tanto morboso, el corazón de Terry dio un salto de egoísta alegría al escuchar la confesión de Candy. “Ella estuvo celosa, por mi” pensó saboreando aquel halago a su vanidad por un segundo; pero luego, al recordar lo desagradable que era el sentimiento para quien lo sufría, extendió en silencio su brazo. Candy respondió inmediatamente y así permanecieron un rato mientras él le acariciaba los los rizos pequeños de su nuca.

- Imagino que en el fondo yo soy más culpaable que Eliza de que te la hayas pasado mal esa vez – dijo él rompiendo el silencio.
- ¿Vas a echarte la culpa también de eso?-- preguntó ella mientras aspiraba los aromas orientales de la colonia de Terry.
- Sí, porque yo debí haberte buscado antess. Escribirte a Inglaterra o indagado donde vivían los Andley en Chicago, o preguntado por ti en el Hogar de Pony ¡Pude haber hecho mil cosas para hacerte saber que mis sentimientos no habían cambiado! Pero no fue así. Te imaginaba inalcanzable allá en Inglaterra. Quería esperar hasta poder acercarme a ti con un nombre y una carrera y hasta entonces probar mi suerte, ver si tú aún pensabas en mi. Ahora sé que fue un error.

Sin romper el abrazo Candy alzó la vista para observar la expresión del joven. Había esa chispa de amargura en el fondo de sus ojos azules que el recuerdo de los malos tiempos había despertado nuevamente. La muchacha, que odiaba verlo triste, se recriminó interiormente por haber comenzado semejante conversación.

- No te lastimes pensando en eso, – se aprresuró ella a decir levantando su mano para acariciar la mejilla del joven - Yo no quería mencionarlo porque temía que te molestara que yo hubiera dudado de ti entonces.
- No puedo culparte. Lo que no me gusta ess la idea de que mi reticiencia le haya dado a Eliza la oportunidad de hacerte sentir mal – las caricias de Candy comenzaron a obtener el efecto deseado en el hombre y de repente su mirada cambió al encontrarase con la de ella, cargada de devoción y afecto. “¿Sabrá ella que me desarma cuando me mira de esa forma?” pensó él sintiendo que el calor de Candy iba disipando el sentimiento de arrepentimiento, reemplazándolo por otro distinto- Por otra parte, te confieso que es un tanto halagador pensar que estuviste celosa por mi, aunque fuese injustificadamente, porque puedo jurarte que Susannah nunca me interesó. Tú has sido la única mujer que he amado y no creo que eso vaya cambiar en el futuro.

Terry parecía saber siempre escoger las palabras justas para hacerle polvo el corazón, pensó entonces Candy, conmovida.

- Volvería a pasar ese mal momento y todoss los que siguieron si fueran la condición para escuchar lo que acabas de decir.

Sin pensar más, la muchacha levantó instintivamente el rostro y entrecerró los ojos hasta que sus labios se encontraron con los de él. El silencio reinó de nuevo en la habitación mientras los labios de Terry envolvían a Candy en una humedad tibia, ante la cual no era posible resistirse. Había que ceder hasta permitir total acceso y luego participar igualmente en aquellos roces íntimos y mojados del beso apasionado. Como si las palabras de Terry no hubiesen sido suficientes para asegurarle a Candy que ella era la única dueña de sus afectos, sus caricias ahora eran aún más elocuentes.

El beso tardó en romperse, se fue diluyendo suavemente para después convertirse en un simple intercambio de miradas. Hundiéndose en la superficie verde de los ojos de Candy, el joven se percató de lo vulnerable que ambos estaban el uno frente al otro. Así, con el corazón totalmente abierto, ambos podían lastimarse mutuamente si no tenían cuidado.

- Amar implica estar en las manos del otroo – dijo él externando sus pensamientos mientras sus manos se distraían en la piel del cuello de ella - Lamentablemente, cuando se ama, es muchas veces inevitable sufrir de celos por lo menos alguna vez, pecosa. Dímelo a mi que he tenido que sentirlos por ti infinidad de veces.
- Cuando te conté acerca de Anthony . . . – se atrevió ella a mencionar, comprendiendo al fin los sentimientos de Terry.
- Odio admitirlo, pero es verdad – aceptó él con una sonrisa agridulce, mientras su voz se tornaba ferviente - ¡Me hervía la sangre al escucharte hablar de él tan vehementemente! Hubiera querido borrar hasta el último recuerdo que tenías de él, o cambiar el pasado y hacer que me conocieras primero a mi.
- Qué locuras dices – exclamó ella con unaa sonrisa leve mientras comenzaba a moverse para incorporarse; pero en lugar de soltarla, el hombre la acomodó sobre sus piernas, negándose a renunciar al calor de su cuerpo.
- Loco he estado desde la primera vez que te vi – le musitó él al oído, la delicada piel de ella ardiendo bajo el contacto del aliento del joven - Entonces pensé que no se podía odiar a nadie tanto como lo llegué a odiar a él sin haberlo nunca conocido.

Mientra hablaba la mano derecha de Terry se había abierto paso por la abertura de la bata, dejando al descubierto las pantorillas de la joven.

- Yo no era capaz de entender tus reaccionnes de entonces. No podía entender el por qué te ponías tan enojado cuando yo le mencionaba y decías esas cosas tan duras de él – comentó ella estremeciéndose internamente al sentir que él comenzaba a acariciarle la pierna con apenas el toque de dos dedos recorriéndola desde el tobillo hasta la rodilla.
- Sé que fui injusto contigo y con él,- reepuso él en voz baja, sin dejar de tocarla - pero mi reacción era tan visceral que no podía contenerla. Cuando sientes que alguien rivaliza contigo por el cariño de quien quieres es muy difícil ser racional y tú sabes lo violento que puedo ser. Sin embargo, he tenido otros ataques de celos mucho peores.
- ¿De qué hablas?- preguntó ella confundidda. La historia de Anthony era algo que ella podía entender; pero no atinaba qué otros motivos podía ella haberle dado a Terry para estar celoso.
- Hablo de todos y cada uno de los hombress de este mundo que podían aspirar a ocupar mi lugar cuando terminamos – explicó él sin dejar de mirar el recorrido de su mano de arriba abajo sobre las piernas de la mujer – Hablo de ese desconocido que se acercaría a ti tarde o temprano a hablarte de amor cuando yo fuera sólo un mal recuerdo en tu memoria y luego del maldito de Neil Leagan que tenía la osadía de pensar en casarse contigo aun en contra de tu voluntad.
- Pero a fin de cuentas fue él quien nos pproporcionó la excusa para volver a estar juntos ¿No? Ahora soy tan feliz que podría perdonarle todos los malos momentos que nos hizo pasar.

Por un instante la mano del joven se detuvo apenas un centímetro arriba de la rodilla derecha de ella.

- Tal vez tú, que eres mejor que yo puedass hacerlo,- afirmó él descansando su frente sobre el cuello de la joven - pero yo simplemente no olvido las cosas así como así. Tú no te imaginas la ira que me invadió cuando Albert me fue a contar sobre las intenciones de Leagan. El muy ladino de nuestro amigo sabía bien que al enterarme de lo que estaba pasando yo perdería por completo los estribos y estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por evitar la boda, aunque eso fuese tener que exponerme de nuevo al dolor de verte. Si tú hubieras amado a Leagan habría sido muy distinto. Igualmente me hubiera dolido hasta la médula, pero entonces habría tenido que quedarme callado y tragarme mis celos. Sin embargo, el sólo imaginar a Neil teniéndote en sus brazos sin que tú lo desearas, teniendo licencia para forzarte me daba asco y rabia.

La voz de Terry sonaba cascada por la fuerza de los sentimientos que evocaba. Candy podía percibir la tensión a través del contacto de la mano de él sobre su rodilla. Los dedos del joven se habían crispado ligeramente hincándose en la piel blanca de la joven.

- Qué habrías hecho si yo hubiese decididoo rehusarme a casarme contigo por no querer mentir – preguntó ella sin poder reprimir la idea.
- Pensé en esa posibilidad y aunque no se lo dije a Albert entonces, resolví que en ese caso tomaría medidas más drásticas.
- ¿Qué pretendías hacer?- indagó ella frunnciendo el ceño.
- Matar a Neil, por supuesto. No pensaba ddejarle ni siquiera un segundo de vida para que tocara ni con la yema de los dedos.
- ¡Terry!

El rostro del joven se había oscurecido repentinamente. Candy sintió que se le helaba la sangre ante la frialdad con que él había confesado sus planes.

- ¿Te escadaliza?- preguntó él sin perder el aplomo.
- No me gusta oirte hablar así, - replicó ella preocupada.
- Lo siento – respondió Terry suavizando lla expresión, - pero estoy siendo honesto contigo. Así me sentía entonces y te aseguro que si tuviera que matar para protegerte no lo pensaría ni dos veces. Si lo hubiera hecho antes cuando pensaba que lo único que me unía a ti era un amor que tú ya no correspondías, cuánto más ahora que eres mi esposa. Pero no te preocupes, no creo que la oportunidad de librar al mundo de un idiota más se me vaya a presentar ahora- agregó él finalmente sin poder contener su humor negro.
- No deberías jugar con eso, Terry. Más noos vale olvidar esas cosas que nos hicieron sentir tan mal y aprender a perdonar. Eso es lo que Dios espera de nosotros.
- ¡Oh no! No pienso entrar contigo en disccusiones teológicas – sonrió el joven levantando ambas manos en señal de rendición.- Nunca asistía a la clase de la hermana Gray y cuando iba a misa era solamente para llamar la atención de las chicas bonitas – añadió con un giño.
- Finges demencia, – le acusó ella dando uun golpecito con el puño cerrado sobre la sien de Terry. – Eres un desvergonzado y un irrespetuoso. No deberías tomar a Dios tan a la ligera.


Aún sonriendo de esa manera mitad solemne, mitad juguetona, Terry tomó la mano de Candy y la colocó sobre el pecho de él.

- No soy un hombre religioso en el sentidoo ortodoxo de la palabra, Candy. Pero nadie que ame como te ama este corazón, podría alguna vez dudar de que Dios exista. Hace falta creer que algo más grande que el hombre mismo fue necesario para haber creado lo que por ti siento.
- Mi amor . . . – balbuceó ella cerrando llos ojos ante la lluvia de besos ligeros que él dejó caer entonces sobre su rostro.
- Llámame así de nuevo – pidió él susurranndo mientras descendía los labios sobre la garganta de ella.
- Terry, mi amor – contestó Candy acompañaando su respuesta con caricias en la nuca de él.
- ¡No sabes las veces que te soñé llamándoome así! – murmuró él entre besos – ¡No sabes las pesadillas que tuve imaginándome que llamabas así a otro que no era yo!
- Desde la época del colegio no he pensadoo en nadie ni llamado en mis sueños a otro de esa forma sino a ti, mi amor – repuso ella empezando a reconocer en sí misma la agitación que anticipa el juego amoroso mientras las manos de él reanudaban su camino a lo largo de las piernas de ella.
- ¿Eres sólo mía entonces? – preguntó él aapretando suavemente la sensible piel interior de los muslos de ella.
- ¿Todavía lo dudas? ¿No te he dado ya mueestras suficientes de ello?
- Aún no me basta. Quiero hacerte mía una eternidad – susurró él deteniéndose a mirarla. Sus ojos cobraron un brillo distinto por un breve instante de silencio antes de volver hablar- Desnúdate, mujer. Necesito verte . . . tocarte hasta el último rincón. Hazme olvidar los miedos y los celos de antes.


Aquella orden era algo totalmente nuevo para Candy. En su corta experiencia como amante de Terry, siempre había sido él quien le quitaba la ropa en medio de las caricias. La noción no sólo era nueva, sino inquietante. No obstante, la mirada de él reflejaba una extraña angustia que ella deseaba borrar. “Hazme olvidar” había dicho Terry con voz alterada por la emoción. Ella anhelaba justamente eso. Hacerle olvidar todo lo malo para seguir adelante con sus vidas sin el lastre de los dolores pasados.

Antes de que pudiera pensarlo dos veces la muchacha se incorporó dando luego un paso hacia atrás. El fuego del hogar recortaba la figura de ella con un halo dorado. Sosteniendo la mirada de él, que se había quedado sentado sobre la alfombra, la joven desanudó lentamente la bata de terciopelo que enseguida calló al suelo pesadamente.

Un leve parpadeo en los ojos de Terry delató su excitación al notar que la luz de la fogata hacía que el camisón de Candy se volviera más transparente, delatando por completo el cotorno de las piernas hasta el punto en que ambas se encontraban.

- Tu cabello – dijo él con la voz quebránddose por la emoción.

Candy no contestó, pero inmediatamente desató la orquilla de carey que sostenía sus rizos dejándola caer sobre la bata. La cabellera cayó también sobre sus hombros. La mirada de Terry siguió el descenso de los rizos con la misma intensidad que había mirado la silueta de ella trasluciéndose con el fuego de la chimenea.

Desde los rizos dorados descansando sobre los hombros de la joven, los ojos de Terry recorrieron el cuello blanco que hasta hace unos minutos había estado besando, y luego descendieron hacia las generosas curvas de los pechos de Candy, ampliamente expuestos por el escote del camisón y resaltados por el corte imperio de la prenda.

La joven se ruborizó aún más cuando se dio cuenta en donde clavaba él la mirada, pudiendo también leer el significado de la flama silenciosa que se veía agitar en el fondo de sus ojos azules. Luego, con un leve movimiento de su ceja izquierda él le ordenó lo que quería que hiciera ahora, sin siquiera decirlo con palabras.

Lentamente ella dirigió su mano derecha hacia los botones diminutos del camisón que partían del escote hasta llegar a la cintura. Terry siguió como uno a uno los botones se desprendían de los ojales, mientras se exponían a su vista más espacios de la piel blanca y redondeada de los senos de Candy, visiblemente agitados por una respiración irregular. El escote se tornó pronto en una abertura que dejaba a la vista la mayor parte de lo que codiciaban los ojos de Terry, pero cubría aún los puntos rosas que él podía adivinar bajo la delgada tela del camisón.

Candy se detuvo mordiéndose un labio sin saber que el gesto atizaba aún más la llama de la seducción. El significado en la mirada de Terry era inconfundible. Sin poder negarse la joven deslizó su pulgar por debajo de uno de los tirantes de encaje francés que sostenían su camisón haciéndolo descender por el brazo, revelando en su totaliad la voluptuosa curva de su seno, más blanco entre la penumbra del cuarto y el delicado punto en que lucía el pezón endurecido. Sosteniendo el camisón en la cintura la joven repitió la operación con el otro tirante.

Terruce se esforzó por permanecer sereno. Su esposa podía hechizarlo con sólo una sonrisa. Verla asi, semidesnuda era ir más allá del embelesamiento. Terry dudó por un momento poder resistir hasta el final aquel delicioso tormento de mirar pero no tocar. No obstante, decidió esperar cuando las manos de ella comenzaron a soltar la tela del camisón que aún sostenía a la altura de la cintura. La prenda fue descendiendo a las caderas dejando ver el vientre blanquísimo, luego la codiciada área del pubis, para por último caer definitivamente a los pies de ella revelando al fin la completa desnudez.

Ambos se quedaron estáticos un segundo. Ella, luchando contra la fuerza de aquel instante que amenzaba con hacerla perder el sentido; él, saboreando el sonrojo de la joven que se extendía por cada centímetro de su cuerpo y la agitación de su respiración. Por un segundo, el joven meditó que en cierta forma, ese pudor infantil que ella aún guardaba a pesar de que la relación de ambos había dejado de ser platónica, le resultaba a él más excitante que la actitud experimentada de otras mujeres. El recato de Candy incitaba en él su deseo de seducirla cada vez, y en ese intento él a su vez se veía seducido.

- Hagamos esto más justo – dijo al fin Terrry poniéndose de pie, pero sin acercarse a ella.

A un ritmo claramente más rápido que el de ella, el joven se quitó el pullover negro que llevaba puesto dejando al descubierto su torso. Luego se detuvo, para estudiar el rostro de ella.

- No debes desviar la mirada – ordenó él ssin moverse para acercarse. Candy volvió entonces la vista que había dirigido hacia el sofá detrás de Terry.

Él disfrutó el furtivo parpadeo de sus ojos verdes cuando el sonido metálico de la hebilla de su cinturón al abrirse hirió el silencio que precedió. Los pantalones calleron al suelo y no sólo pudo ella admirar las piernas firmes del hombre, sino comprobar que la actividad que les ocupaba desde hacía varios minutos había surtido ya su efecto natural en el cuerpo de él. Candy misma podía percibir su propio cuerpo desde su interior, colmándola de esa sensación mojada que ya le era familiar. Si él decidía tomarla sin más, ella estaría lista para él. Pero el joven tenía otras cosas en mente.


Los dedos de Terry retiraron al fin la última prenda que le cubría, mientras sus ojos disfrutaban el efecto que la total exposición de su cuerpo, firme y listo para el amor, provocaba en Candy. Aprovechando el azoramiento de la joven, él se acercó a ella un paso más, gozando aún de la visión de su mujer desnuda frente a él, temblando ligeramente ante la anticipación de lo que vendría.

- Cuando te besé en Escocia – dijo entoncees él sorprendiéndola con su elección de tema en semejante momento - Era tu primera vez ¿Verdad?- preguntó acercando más su rostro al de ella.
- Sí – balbuceó Candy sintiendo que el dorrso de la mano de Terry rozando apenas su mejilla era un acaricia tan excitante como la más íntima.
- Y el día de nuestra boda, en el altar . . . ¿Fue esa la segunda vez que eras besada en tu vida?
- Sí – repuso ella con apenas un hilo de vvoz, sin poder sostener la mirada.

La conclusión era simple.

- Entonces, quiere decir que sólo yo . . .. – comenzó a decir él pero no pudo terminar. Los labios de Candy, entreabiertos por la respiración entrecortada, eran una invitación que él ya no quiso resistir. El beso que siguió fue total desde el principio, los cuerpos desnudos se amoldaron, los brazos se extendieron para dar abrigo, y las bocas se unieron abriéndose la una a la otra en un intercambio prolongado de suavidades mojadas, de firmeza y de punzante ansiedad que fue creciendo en desesperación.

Los besos se sucedieron uno tras de otro, intercambiando mordiscos suaves, saboreando los labios y cada rincón de la boca. Candy se abandonó por completo a las caricias de su marido que iban madurando de la ternura a la fuerza apasionada, casi angustiosamente. En su corta experiencia ella había aprendido que a Terry le gustaba dominar en el intercambio amoroso con la misma vehemencia y exceso con que hacía y sentía todas las cosas. Así que en esos momentos no quedaba más que permitirle tomarla sin cuestionar las caricias que le daba, fueran convencionales o no. Cuando estaba encendido, los besos de Terry eran contundentes, la forzaban a abrir la boca totalmente, le engullían la lengua, la penetraban con dureza, cambiaban de posisión constantemente, explorando cada ángulo de la boca, mordiendo y succionando, con alarmante ansiedad de poseer y controlar. Así la beso él entonces por un buen rato, pero de repente, él cortó los besos y le miró de nuevo a los ojos.

- Dímelo tú – pidió él jadenado,– dime quee soy el único.
- ¿Qué quieres oír?- contestó ella con unaa pregunta, luchando por controlar la agitación a la que él la había llevado - ¿Quieres que te diga que eres el amor de mi vida y que nadie ha tenido mi corazón de la manera en que tú lo posees ahora? ¿O te basta con saber que mis labios y todo mi cuerpo han sido solamente tuyos? – preguntó la joven.
- Yo quiero ambas cosas y aún quiero más –– contestó él conduciéndola a caminar hacia el lecho sin dejar de abrazarla, las piernas de ambos entrelazándose con cada paso - La otra noche, cuando alimentabas al pequeño Nathan, como él es rubio al igual que tú, imaginé por un momento que el niño era nuestro. Apenas si puedo esperar a verte embarazada y saborear la certeza de que la criatura es mía, porque tú eres precisamente mía y solo mía. – explicó él mientras la recostaba en el lecho y al fin se concedía la indulgencia de tomar un mechón de cabello de ella en un mano y un seno en la otra en un gesto que ejemplificaba corporalmente la esencia de sus sentimientos territoriales.
- Yo también quiero tener en mi a tu hijo – confesó ella.
- ¿Cuándo?
- Toma tiempo.
- ¿Cuánto?
- Debemos esperar por lo menos un par de mmeses y no ha pasado aún uno solo desde la primera vez que . . .
- . . . que te hice mi mujer- completó él perdiendo luego interés en la conversación al tiempo que comenzaba a marcar su territorio con besos sobre cada palmo de piel.


Las caricias y besos se sucedieron prolongadamente. Terry sentía el cuerpo de Candy convulsionarse bajo su boca y manos. En sus oídos, escuchaba el canto de los gemidos sofocados de ella. Saber que era por él, por sus caricias en ella, que la voz de Candy se dejaba escuchar transfigurada en los jadeos de la excitación, tenía en Terry un efecto enervante. Como nunca antes, el hombre percibió que esa noche su toque estaba llevando a la muchacha hasta una nueva frontera, donde el cuerpo de ella parecía ya no tener más control sobre sí mismo. El abandono de ella era total. Esa deliciosa certeza le reavivó en la memoria un antojo que hasta aquel momento él no se había atrevido a satisfacer. Quería que ella estuviera lista para disfrutarlo tanto como él seguramente lo haría. Rendida y convulsa como ella estaba, parecía ser el momento perfecto.

Perdida en el delirio, Candy sintió que la boca del joven abandonaba al fin sus pechos, prácticamente hinchados por la excitación, para desceder por su torso, aventurándose por el vientre y luego, para su sorpresa, escalar su monte venus. Antes de que la mente de ella pudiera registrar lo que estaba pasando, los labios de Terry se hundieron de lleno hasta su parte más austral mientras ella gritaba de asombro y placer al mismo tiempo.

Candy jadeó con fuerza ante aquel contacto comprendiendo que él estaba dándole otro primer beso, infinitamente más íntimo e inquietante. Igual que cuando le tomaba los labios, los besos de Terry en ella no se contentaron con la superficie, y pronto se adentraron en los secretos interiores de su cuerpo con toda la fuerza pasional que él acostumbraba. Luego la noción del tiempo, el espacio, el bien y el mal se perdió por los siguientes minutos mientras Terruce iniciaba a su esposa en un terreno desconocido, gozando a la vez el placer que le daba el poseer el cuerpo de Candy y verla gozar en el intercambio.

La boca de Terry no tardó en llevar a Candy cuesta arriba y hasta la cumbre de la experiencia sensual un par de ocasiones antes de que él se decidiera al fin a tomar posesión completa de ella y saciar la urgencia que sentía de llenarla toda. Cuando ella aún se estremecía en la cima de su segundo clímax, él reclamó sus derechos conyugales sin previo aviso. No necesitaba más señales o anuencia alguna de nadie. Antes de descender al fin de donde él la había llevado Candy sintió la presencia de su marido en su interior pujando con desinhibida fuerza en sus entrañas. Sin pensar, las extremidades de la joven se asieron con fuerza envolviéndolo a él por completo, uniéndose con movimientos propios al frenesí del momento.

Escuchando los propios gemidos del joven, sintiendo sus ansias por entrar en ella un número incontable de veces y su voz que se quebraba a veces en frases sueltas sin sentido, Candy comprendió que aun en aquel momento en que él dominaba y poseía, al mismo tiempo se rendía a ella como a nadie en el mundo. No era la primera vez que hacían el amor, no era nueva la certeza de que él estaba a punto de llenarla de sí mismo; lo distinto, enloquecedoramente distinto, era sentir en medio de la demencia pasional, que de la misma manera en que ella no podría ser de otro, él también era incapaz de entregarse a otra como lo hacía con ella.

Con este último pensamiento coherente, la joven se rindió al momento hasta llegar al final del camino junto con Terry. Él dejó escapar cuatro gemidos largos y luego se desplomó sobre ella, sosteniendo su peso sobre sus codos para no abrumarla, pues a pesar de que él era esbelto, era a su vez demasiado alto como para no sofocar a Candy si dejaba ir todo su peso.

- Nunca temas que alguien pueda tomar el llugar que te pertenece en mi alma y cuerpo – escuchó entonces él que ella le decía al oído, mientras le acariciaba la espalda con el levísimo toque de sus dedos – Tú eres el único.

Después de eso él no pudo saber más, pues se quedó dormido, dejando que el instinto los reacomodara en el sueño hasta dejarla a ella reposando sobre el pecho de él. Mientras ambos caían en la incosciencia.

 

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