Reencuentro en el Vórtice
por Alys Avalos

 

Capítulo 1


Vientos de Guerra

 

Dos años habían pasado desde aquella maravillosa reunión en el Hogar de Pony. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, pero otras tantas permanecían sin alteración. El pequeño orfanato en el valle verde, el diligente trabajo de las dos mujeres quienes eran el alma del lugar, la siempre creciente fortuna de los Andley y el bullicio perennal de la agitada ciudad de Chicago no habían variado un ápice. Sin embargo, la vida de nuestros amigos había atravesado por algunos cambios importantes.

William Albert había tomado total control de su fortuna y ahora se encontraba dirigiendo los negocios de la familia Andley con la sabiduría y el éxito que la tía abuela Elroy siempre había deseado. Archie había decidido entrar a la Universidad donde se encontraba estudiando Leyes para el beneplácito de los padres de Annie, quienes se encontraban muy complacidos con su futuro yerno. Annie, por su parte, también había experimentado cambios positivos. Ahora era, sin lugar a dudas, la dama que su madre siempre había soñado. Dulce por naturaleza y de maneras refinadas gracias a la cuidadosa educación que había recibido, se había convertido en una graciosa criatura con hermosos ojos y una figura impresionante. Más de algún joven de la alta sociedad de Chicago hubiese querido probar su suerte cortejando a la joven, pero desafortunadamente para ellos, Annie y Archie habían sido pareja por tanto tiempo que ya nadie dudaba que se casarían tan pronto como el joven millonario terminara sus estudios.

Patty continuaba viviendo en Florida con su abuela, pero cada verano viajaba hasta Chicago para pasar unas semanas con los amigos que habían llegado a ser los mejores que jamás había tenido. Ella nunca había sido realmente hermosa, pero Dios le había concedido la gracia de un temperamento dulce y una bondad especial que la hacían atractiva a todo el mundo y los hombres no eran la excepción. No obstante, ningún de ellos había tomado el lugar que Stear había dejado vacío y ella no se sentía urgida por encontrar un substituto porque había aprendido que tales cosas nunca deben de forzarse.

Eliza Leagan, por su parte, era ahora un miembro conocido y activo de la alta sociedad de Chicago. Alta y esbelta con ojos matadores y una sonrisa insolente pasaba su tiempo entre bailes de gala, meriendas y demás inútiles eventos sociales de todo tipo. Los hombres la asediaban no solamente por su belleza y fortuna sino porque había logrado una reputación de mujer fácil que atraía a muchos. Ella se había decidido a gozarla sin restricciones en una clase de revancha por los dos jóvenes que nunca pudo tener – Anthony y Terri, por supuesto – y nadie iba a impedirle disfrutar la vida del modo que ella había escogido. Solamente una cosa la molestaba muy en el fondo de su alma oscura, y era su incapacidad de vengarse de aquella a quien su corazón odiaba con todas sus fuerzas, porque esa persona tenía un protector poderoso que aún la indomable Eliza Leagan no se atrevía a desafiar.

Por el contrario, Neil se había convertido en un vergonzoso alcohólico quien a pesar de todos los intentos hechos por Albert para ayudarlo, se mantenía ahogado en el fondo de alguna botella de whisky. Nunca había superado el rechazo que había sufrido y tal vez nunca lo lograría, especialmente cuando el objeto de su afecto estaba totalmente fuera de su alcance.

Ahora más que nunca, mis amigos lectores, Candice White Andley era la personificación dela libertad y la independencia. Había aceptado conservar el apellido de su familia adoptiva como un gracioso acto de simpatía hacia el hombre que amaba como al hermano mayor que nunca había tenido. Ocasionalmente ella le acompañaba a eventos sociales o grandes galas en las cuales era necesario ser visto para el bienestar de los negocios y la reputación de la familia Andley. Pero además de esas raras ocasiones Candy era todavía la joven sencilla y dulce que siempre había sido.

Había decidido conservar su antiguo departamento y vivir ahí sola a pesar de toda la alharaca hecha por la señora Elroy, quien se escandalizaba solo de pensar que una dama viviese sola. Pero aún no contenta con eso, Candy había insistido en conservar su antiguo trabajo como enfermera. Ahora, después de un largo tiempo de duro trabajo para ayudar a su jefe a conquistar la guerra contra el alcoholismo, había finalmente logrado rehabilitar al hombre y ambos estaban entonces trabajando en un gran hospital en el cual habían sido aceptados sin la ayuda de Albert. A pesar de los sinceros deseos del joven por ayudar a su protegida y al buen viejo doctor, Candy insistió en encontrar una salida por su propia cuenta,; y así había sido como, una vez más, se había salido con la suya por sus propios medios.

Candy cumpliría pronto 19 años y la cándida belleza que una vez había cautivado a los tres jóvenes Andley, años atrás en los días de la mansión de Lakewood, había madurado en una mujer cuya hermosura dejaba sin aliento a cualquiera. Poseedora de una figura con suaves pero voluptuosas curvas, una sonrisa arrolladora y unos ojos por los cuales se podía matar, Candy tenía aún la gracia de la sencillez. Las pecas de su nariz habían casi totalmente desaparecido dejando solamente algunas manchitas rosas que daban a su rostro un aire cándido. Sus maneras se habían suavizado pero conservaba los firmes movimientos de una persona que ha practicado deportes de manera regular, algo que no era muy común entre las mujeres de su tiempo. Pero una vez más, muchas cosas no eran comunes en la más famosa y excéntrica heredera de una de las familias más ricas de los Estados Unidos.

La tía abuela Elroy estaba particularmente preocupada por el hecho de que Candy estaba aún soltera y sin compromiso formal. La anciana temía que la joven pudiese escoger a alguien indigno del prestigio y fortuna de la familia. Para ella había sido una cosa terrible que William Albert le hubiese permitido a la muchacha romper su supuesto compromiso con Neil. Hubieses sido, después de todo, un arreglo muy conveniente para ambas familias, pero Albert había sido tan tajante al respecto de ese asunto que la anciana había perdido ya toda esperanza en ese enlace.

Albert, por su parte, estaba algo preocupado por la soledad en que Candy vivía, pero ella se veía tan segura de lo que quería para sí misma que no pudo negarse ante el deseo de la joven de vivir sola. Dentro de su corazón Albert esperaba que su pequeña encontraría algún día el amor que había perdido ya dos veces en su corta vida, porque para él, nadie más que ella merecía esa bendición.

Hacia el inicio del año de 1917 las preocupaciones de Albert se concentraron en otros asuntos. La situación entre los Estados Unidos y Alemania había alcanzado un punto peligroso. Dos años habían pasado desde el hundimiento del Lusitania por la marina alemana, hecho que había resultado en la muerte de 128 pasajeros norteamericanos. Desde entonces, las cosas había ido de mal en peor y tan sólo un par de meses antes, esto es en Febrero de 1917, el presidente Wilson había roto las relaciones diplomáticas con Alemania. Por lo tanto la escena estaba lista para un evento ineludible y el miedo de la eminente guerra flotaba en el aire. Como un acaudalado banquero él sabía que su fortuna podía jugar un papel importante en el conflicto. Sin embargo, Albert nunca se aventuró a imaginar cómo los eventos históricos iban a afectar la vida de su familia hasta que fue ya demasiado tarde.
 


 

Era una soleada mañana de primavera cuando Katherine Johnson entró al cuarto de enfermeras en una agitada carrera muy inusual en ella. Sus mejillas estaban sonrosadas y ella  estaba prácticamente sin aliento. Candy esta sentada charlando alegremente con otra enfermera cuando Katherine interrumpió la conversación de las dos mujeres con su llegada inesperada.

 La joven rubia no tuvo que preguntar nada porque cada detalle estaba ya escrito en la cara de su colega: los Estados Unidos le habían declarado la guerra a Alemania finalmente. Candy conocía bien esa mirada solemne en la cara de Katherine y se pudo imaginar también lo que aquel evento significaba para el país y para ella misma...
 

E inmediatamente ella abandonó el cuarto dejando detrás suyo a dos enfermeras intrigadas.
 


La conversación continuó mientras una rubia muy nerviosa continuaba corriendo a través de un parque cercano.

Candy corrió hasta un puesto de periódicos para comprar un testimonio real del evento. Ella estaba segura de que el suceso iba a traer un nuevo giro a su vida ... ¿Podría ser que inclusive...?

Estaba claramente impreso en la primera página ... Esa mañana del 6 de Abril de 1917 el presidente Woodrow Wilson había declarado la guerra y estaba ya pidiendo voluntarios para defender la Nación. Los dedos de Candy estrujaron el periódico con una extraña mezcla de temor, valor, excitación y una extraña sensación que ella no pudo alcanzar a nombrar en aquel momento. Era como si su destino le estuviese llamando a gritos, era algo así como una llamada a una cita concertada por adelantado desde mucho tiempo atrás. Ella había recibido un entrenamiento especial para tal momento y ahora podría ser el momento cuando su entrenamiento probaría su valor. La memoria de Flammy, quien todavía continuaba trabajando como voluntaria en el frente, junto con el inolvidable recuerdo de Stear, vinieron a su mente. ¿Podría ella abandonar su pacífica vida en Chicago donde contaba con el amor y compañía de su amigos más cercanos, donde ella podía siempre regresar al Hogar de Pony para encontrar fuerza y apoyo? ¿Sería tan valiente como para enfrentar los horrores de la guerra?

Una joven pareja con un niño pequeño pasaron frente a ella. La mujer estaba radiante con una mano firmemente asida al brazo de su esposo, mientras él cargaba con su otro brazo al pequeño que no debía de tener más de dos años. Candy los vio caminar a lo largo del parque hasta que desaparecieron de su vista. Parecían tan felices y tan ajenos al peligro eminente que el país estaba por enfrentar. Candy entonces pensó que la joven madre tenía razones poderosas para permanecer sana y salva en el cobijo de la madre patria, mientras toda el ejército norteamericano se preparaba ya para defender al país, después de todo, aquella  mujer tenía una familia por la cual velar ....¿Pero ella? . . . ¿Quién esta esperándote en casa Candice White?
 
 



Largo tiempo atrás, desde que Candy había decidido continuar viviendo sola en su departamento al centro de Chicago, Albert había apostado guardias que cuidaban de la joven sin dejarse notar.

William Albert sabía bien que Candy se hubiese molestado de haber sabido que era vigilada de esa forma, pero la ciudad se estaba convirtiendo en un lugar violento y peligroso, y una rica heredera era siempre una tentación para secuestradores y otros maleantes. Por lo tanto, como la cabeza de la familia, Albert no podía tomar riesgo alguno con respecto a la seguridad de su protegida.

Sin embargo, a pesar de todas esas medidas, su secretario estaba ahora informándole que la chica había desaparecido de algún modo, justo en las narices de sus guardias.
 


Lo que sus ojos leyeron entonces estaba más allá de sus más horribles sueños.
 
 

 Queridos Albert, Annie y Archie:
 

   Siento mucho dejarlos sin decir palabra pero se que me perdonarán tarde o temprano. Tengo mis razones para hacer algo así.

      Hay una parte de mi que quiere quedarse con ustedes y todos aquellos a quienes amo, pero la otra parte me empuja para cumplir con un deber que no puedo soslayar. Quiero que sepan que he meditado esta decisión un buen tiempo y que no es, de ninguna manera, el resultado de un impulso vano.

    Algunos años atrás, cuando estaba en la escuela de enfermería, recibí un entrenamiento especial como enfermera militar. En aquellos años la guerra había apenas empezado y parecía solamente un fantasma lejano, en aquel entonces no estábamos seguros si ese fantasma algún día nos alcanzaría. Pero a decir verdad lo logró, y ya ha cobrado la vida de uno de nuestros más queridos seres, a quien nuestra familia siempre recordará con el más profundo cariño.

     Es por su imborrable memoria que no debo desoír el llamado de mi deber. Nuestro país necesita mis servicios y no voy a deshonrar el ejemplo de Stear.

     Sé que mi partida los dejará preocupados y en tristeza. Ustedes han siempre sido tan buenos y cariñosos conmigo. No obstante, tengo que irme, pero confío en que el Señor estará conmigo todo el camino a Europa y me protegerá durante las pruebas que me aguardan allá.

    Por favor Albert, no te enojes conmigo. Se que desapruebas todo este asunto de la guerra porque siempre has sido un pacifista, pero piensa que no voy como un soldado para matar, sino como una enfermera para salvar vidas. Archie, no temas porque voy a volver sana y salva y si no cuidas bien de Annie sabrás de mi, catrín.

     Annie, prométeme que serás una chica fuerte. La Señorita Pony y la Hermana María te necesitarán más que nunca.

   Recen por mi y expliquen todas estas cosas a esas dos queridas mujeres.

  Los ama

Candice W. Andley.

  P. D.
Albert lamento decirte que solamente gastas tu dinero en esos guardias. Por lo regular siempre se quedan dormidos después de la media noche.
 



Dos lagrimones corrieron en las mejillas de Albert cuando hubo terminado de leer la carta. A juzgar por la última vez que Candy había sido vista por los guardias, ya era demasiado tarde para tratar de detenerla. Para entonces ella ya estaría viajando hacia Francia con el primer pelotón mandado por los Estados Unidos. Albert sintió que parte de su vida se rompía de nuevo en pedazos. Parecía que había perdido a su querida hermana, aquella que el destino le había dado en una clase de compensación por la otra hermana que había perdido cuando aún era un niño. ¿Podría ahora recobrarla? Si tan solo Candy no fuera tan testaruda y al menos por una sola vez en su vida pensara en si misma en lugar de pensar en los demás ....
 
 

El hombre abandonó entonces el cuarto dejando a las enfermeras con la alta morena.

Los fríos ojos de Flammy inspeccionaron a las enfermeras y su corazón se detuvo por un momento cuando logró ver a una cara familiar con grandes ojos verdes que le sonreía con una amabilidad que ella no podía entender.
 

Después de esta melodramática introducción, Flammy continuó con una larga lista de deberes reglas y recomendaciones. Todas las jóvenes nuevas se miraron unas a las otras admiradas por la frialdad de tal recepción. Las palabras de Flammy fueron claras, distantes y heladas, sin un dejo de simpatía o amabilidad, solamente un muy elocuente discurso que no dejaba dudas sobre quién estaba a cargo y cómo esperaba ella que se cumpliese con el trabajo por hacer. La expresión en su cara no cambió ni tampoco el tono de su voz. Si alguna de las enfermeras en el grupo había esperado que todo ese asunto de la guerra no iba a ser tan malo después de todo entonces el discurso de "bienvenida" de Flammy se encargó de matar la última de esas débiles esperanzas. No obstante, un solo corazón entre el grupo no se dejó impresionar o realmente afectar por la actitud de Flammy. Candy sabía bien que todo aquello era pura actuación. Detrás de esa mujer que aparentaba tener un corazón de hielo, había una niña solitaria y esta vez Candy no iba a caer el la trampa de su pretendida dureza.
 
Una luz de determinación cruzó por sus ojos verdes al mismo tiempo que Flammy terminaba su discurso.

Aquella noche Candy se sentó en la ventana del cuarto que iba a compartir con una enfermera mayor llamada Julienne. No había nada que pudiese ser considerado un lujo en la habitación. De hecho, el cuarto era más bien austero y sus habitantes bien podrían haberse sentido deprimidas fácilmente por su sola apariencia. Si Candy no hubiese pasado antes por situaciones más difíciles tal vez la tristeza le habría embargado entonces junto con unos grandes deseos de regresar a casa. Pero ella había decidido mantener el espíritu muy en alto y estaba ahora llena de esperanzas en la nueva empresa que había empezado. Ni la dureza de las palabras de Flammy ni la pobreza del cuarto podrían quitarle la emoción que sentía en el corazón y la belleza de la luna llena que apareció entonces en el cielo nocturno. Mientras pudiese apreciar la belleza de la creación divina a pesar del tamaño de sus problemas, le había dicho alguna vez la Hermana María, habría esperanzas para continuar.

Un camión lleno de soldados con la bandera norteamericana pasó en la calle justo debajo de la ventana de la joven. Dentro del camión un par de ojos azul oscuro se perdían en la ligera bruma nocturna. El hombre de los ojos azules sintió un dolor repentino en el corazón cuando el camión pasaba frente al hospital. El dolor se desvaneció en un par de segundos pero le dejó una sensación de pérdida cuya causa no pudo comprender, pero que en última instancia, no le resultaba desconocida.

Candy entonces cerró la ventana preguntándose qué podría haber sido ese dolor repentino en su propio corazón.




Los días pasaron rápidamente en Saint Jaques, pero tal como lo prometiera Flammy, ninguno de ellos fue fácil o tranquilo. Los heridos inundaban los pabellones, los quirófanos y aún los corredores. El dolor y la desesperación estaban en el aire que cada ser humano respiraba mientras que muy poco consuelo podía ser hallado en medio de la confusión.

En ocasiones Candy llegó a pensar que había usado ya la última gota de fuerzas que tenía dando puntadas, limpiando las camas o trabajando interminables horas en cirugía. No obstante, cuando se sentía casi desfallecer la figura fuerte y determinada de Flammy aparecía por algún lado como un recordatorio increíble del espíritu que ambas jóvenes mujeres había aprendido en los viejos días de su entrenamiento con Mary Jane. Entonces Candy recobraba su usual humor positivo y alegre y continuaba su trabajo iluminando aquel lugar con una cálida sonrisa. Ahí donde la eficiencia de Flammy solamente podía ayudar a los cuerpos a recobrarse de la enfermedad, el encanto de Candy podía traer esperanza a aquellos corazones aún más enfermos que los mismos cuerpos que los envolvían.

" Juntas podrían formar la enfermera perfecta", se había dicho alguna vez Mary Jane y si hubiese podido ver a sus antiguas alumnas en acción se habría congratulado a sí misma par los buenos resultados y los acertado de sus predicciones. Porque en verdad el trabajo de las jóvenes se complementaba tan bien que a pesar de las limitaciones que se sufrían en el hospital todo trabajaba satisfactoriamente, aún en la confusión que frecuentemente reinaba en derredor.

Candy se había dado cuenta de ello y por lo tanto trataba de trabajar con Flammy tanto como le era posible y haciendo su mejor esfuerzo para ignorar el exasperaste temperamento de su antigua condiscípula. Desafortunadamente, Flammy no era de la misma opinión y hacía las cosas mucho más difíciles para Candy, quien tenía que soportar sus despóticos modales.
 

Candy encogió los hombros y le dio al hombre una de esas dulces sonrisas que valen un millón de dólares.
 


Candy estaba ahora cerca de este segundo hombre limpiando una impresionante herida que tenía él en el brazo.
 

En ese momento un joven doctor entró en la habitación. Había presenciado toda la escena. Sus ojos grises habían seguido cada movimiento de la rubia mientras sus oídos registraban cada palabra producida por sus labios.
 


Yves Bonnot había conocido a Candy desde el primer día que ella llegó al hospital. Se encontraba tomando un breve descanso en el privado de los médicos y estaba saliendo del baño cuando el director del hospital entraba al lugar con el grupo de las nuevas enfermeras. Escondido detrás de la puerta del baño Yves escuchó el discurso de Flammy – algo que ya había hecho algunas veces antes – y con mirada cuidadosa examinó la reacción de las recién llegadas mientras la seca morena hablaba. Un rostro entre todo el grupo captó su atención inmediatamente. Al principio fue tal vez la exquisita belleza de una cara con piel blanca como la crema fresca, con una naricita respingada y unos ojos increíblemente grandes, lo que cautivó al joven, pero después de unos cuantos minutos después de la primera impresión, Yves pudo ver algo más allá de la bella apariencia. Mientras Flammy continuaba hablando el joven se divertía con la consternación que se podía ver en las caras de las nuevas enfermeras. Sin embargo, en el rostro de la rubia no se pudo apreciar ni una sombra de miedo o incertidumbre. En lugar de eso Yves pudo leer una determinación poco usual en esas profundas ventanas verdes de sus ojos.

"Cela c’est courage" ( Eso es valor, en francés) – se dijo complacido al encontrar en una misma mujer dos cosas que rara vez se encuentran juntas, belleza y carácter.

Desde ese momento Yves había seguido los movimientos de la joven con interés. Se hallaba más que dispuesto a conocerla mejor, pero pronto encontraría que el camino al corazón de la joven, a pesar de la acostumbrada bondad de su poseedora, era un senda muy difícil de cruzar.

Yves había tenido un par de experiencias no muy placenteras con las mujeres durante su vida así que a pesar de su innegable primera atracción hacia la joven se mantuvo anónimo sin saber cómo acercarse a la chica. En ese tiempo Yves la observó cuidadosamente. Siempre escondiéndose desde algún lado desde donde podía observar miles de pequeños detalles. Se aprendió de memoria cada rasgo de su rostro, la fina línea de su naríz, el suave rosa de sus mejillas todo salpicado con unas pecas casi invisibles, cada pequeña espiral de su melena rizada y el millón de chispas que parecían cubrir su cabello cuando el sol brillaba sobre él, todo su asombroso repertorio de sonrisas arrolladoras y las diferentes inflexiones de su voz. También aprendió que ella era, sin duda alguna, un ser humano agraciado con el más tierno de los corazones y un espíritu indomable que rara vez se rendía. Yves se encontró tan fascinado en esta casi enfermiza tendencia a mirar en asombro detrás de cualquier cosa que lo pudiese esconder de la vista de la joven, que pasó semanas enteras tratando de encontrar el modo de darse a conocer a la muchacha. Pero la ocasión vendría casi por accidente y mucho antes de lo que a Yves le hubiese gustado.

No era lo que puede llamarse un hermoso día. De hecho, había llovido toda la mañana quedando un hilera interminable de charcos sobre las aceras. La ciudad tenía una apariencia melancólica bajo el gris cielo de verano que combinaba bien con el ánimo de sus habitantes. Más de tres años había pasado desde que la guerra había comenzado y el país estaba ya cansado de soportar el dolor y la constante pérdida. A pesar del triste escenario Yves estaba disfrutando de su día libre y había salido con su perro para dar una caminata. El animal, un gran pastor alemán que aun no cumplía su primer año, caminaba inquietamente al lado de su amo.

Yves se sentó en una de las bancas del parque pensando en los cambios por los que había atravesado la ciudad desde el inicio de la guerra. París era todavía la reina de las grandes ciudades pero aunque sus edificios estaban aun sanos y salvos la atmósfera había cambiado dramáticamente. Se podían ver soldados por todas partes, la gente caminaba por las calles con una expresión preocupada y silenciosa, y aun en la "Quartier Latin", el vecindario de los estudiantes y artistas, el usual aire de efervescente agitación parecía haber perdido su energía acostumbrada. En otras palabras, la posibilidad de que el ejército alemán invadiera la bella y atesorada ciudad, orgullo de toda la nación, era un fantasma que rondaba las mentes de todos.

El enorme perro se puso de pie con un movimiento repentino lo cual sacó al joven de sus cavilaciones. Antes de que él pudiese reaccionar el gran animal estaba fuera de su alcance corriendo detrás de un gato amarillo que ya corría con todas las fuerzas de sus cuatro patas para escapar de una pelea que seguramente perdería el pobre felino.

Yves había soltado la correa así que no tuvo otra alternativa que correr detrás de su perro, el cual no daba oídos a los llamados eufóricos de su amo. En unos cuantos segundos los tres corredores estaban fuera del parque y se dirigían hacía una calle cercana en frente de los peatones que los miraban divertidos. Del otro lado de la misma calle una joven se había detenido para comprar un helado a un vendedor ambulante. El gato, en su desesperación, vio un buen refugio debajo del carrito de helados y antes de que la joven pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo, el gato y el perro estaban corriendo en círculos alrededor de ella. Los animales la tiraron al suelo donde ella fue finalmente a parar toda enredada con el gran perro y su correa. Mientras tanto el gato, viendo una buena oportunidad para salvar la vida, escapó graciosamente.
 
 


"Oh Dios mío" pensó Yves, " Es ella, no puede ser.. no puede ser...Yo había imaginado que sería diferente .. algo más .... ¿Romántico?.... ¿Qué estoy diciendo? .... Debo estar loco .....De todas formas, tengo que pensar claramente cuál es mi siguiente movimiento...Vamos tonto, piensa rápido"

Yves pagó al vendedor por el helado y éste sonrió al joven cuando se dio cuenta cuán nervioso se encontraba el muchacho por el ligero temblor de sus manos.
 


Pronto la pareja y el inoportuno perro caminaban juntos a lo largo de la angosta calle. Yves mencionó que era doctor en el hospital Saint Jaques y se fingió sorprendido cuando Candy le dijo que ella trabajaba como enfermera en el mismo lugar. Una vez que llegaron a ese punto la conversación se volvió más fluida e Yves pudo saber que ella venía de un lugar al Norte de los Estados Unidos, que se había graduado de enfermera el mismo año en que la guerra había iniciado, y que gracias a Dios, era soltera. Por su parte, él le dijo que siempre había vivido en París, que había estudiado medicina en la Sorbona terminando sus estudios justamente el año anterior. Candy pudo también averiguar que Yves vivía con sus padres, y que era el menor de una familia de cuatro hijos. Para entonces todos sus demás hermanos estaban casados. A parte de él solamente había otro hijo varón, el cual era teniente en la marina francesa.
 


La muchacha se alejó apresuradamente dejando detrás de sí a un hombre prácticamente flotando con un gran perro a su lado.
 
 
 

Continuará….
 

Queridos fans de Candy

Han terminado de leer el primer capítulo de una pieza de "fanfiction" que ha estado en mi cabeza por más de 15 años desde que vi por primera vez el último episodio de la T.V. serie. Finalmente, y gracias a Nila y Elaine, puedo realmente escribirla. Aun cuando había tratado antes de hacerlo abandoné el proyecto varias veces, porque ¿A quién le puede interesar escribir algo que no será leído? Ahora, gracias a INTERNET , puedo finalmente publicar esta historia para ser leída por un público interesado.

La historia incluirá a los personajes principales que todas conocemos y a algunos nuevos, hasta ahora ya han conocido a Yves Bonnot, quien tendrán un papel importante en el relato. A estas alturas se deben estar preguntando ¿ Y dónde está Terry? No se preocupen, de hecho, tomará un buen tiempo para reencontrar a nuestro amado actor, pero encontrarán pistas de su presencia a lo largo de los siguientes cinco capítulos . . Para volver a verle habrá que esperar hasta llegar al vórtice mismo.

Todos los comentarios, consejos y sugerencias serán bien recibidos en alys@prodigy.net.mx . Escríbanme, estoy ansiosa de recibir algo de retroalimentación por parte de todos ustedes.

Alys Avalos

 

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