Reencuentro en el Vórtice
por Alys Avalos
Capítulo 15
Reencuentros
Al fin nos
hallaremos
Al fin nos
hallaremos. Las temblorosas manos
Apretarán la dicha conseguida,
Por un sendero solo, muy lejos de los vanos
Cuidados que ahora inquietan la fe de nuestra vida.
Las ramas de los
sauces mojados y amarillos
Nos rozarán las frentes. En la arena perlada,
Verbenas llenas de agua, de cálices sencillos,
Ornarán la indolente paz de nuestra pisada.
Mi brazo rodeará
tu mimosa cintura,
Tú dejarás caer en mi hombro tu cabeza,
¡y el ideal vendrá, entre la tarde pura,
a envolver nuestro amor en su eterna belleza!
Juan Ramón Jiménez.
Parte I
Despedidas y Cambios de Ruta
El tren había llegado a la estación y el paisaje entero parecía ajetreado y caótico. Hombres descargando pertrechos, personal médico llevando a los heridos en camillas sucias, suministros regados por el suelo, confusión, gritos e irritación reflejado en muchas caras. Un grupo de soldados jóvenes con vendas en los ojos y uniformes en mal estado caminaban en fila, uno detrás el otro, entre las cajas con municiones y ametralladoras nuevas. Cada hombre llevaba el brazo derecho sobre el hombro de su compañero con el fin de guiar sus pasos hacia el tren. Un hombre que no había sido cegado por el gas de iperita conducía el grupo a lo largo de la plataforma.
Yves no podía observar el
cuadro pero percibía la atmósfera de fastidio y expectación que se filtraba
en el aire. Un par de enfermeros lo habían ayudado abordar el tren y estaba ya
instalado en uno de los asientos, esperando la salida de la tren. Con las yemas
de los dedos palpó el vidrio de la ventana y pensó que era irónico
estar sentado cerca de ella, cuando no podría ver el paisaje y el clima era ya
demasiado frío para que él disfrutara de la brisa con la ventana abierta. El
viaje a Paris sería largo y aburrido, sobre todo con la pierna herida y la
imposibilidad leer en el camino.
Yves, - llamó la voz de Terri detrás él y el joven doctor volvió el rostro en la misma dirección de donde había venido la voz, - pensé que no lo lograría- el actor dijo jadeando mientras respiraba pesadamente como si hubiese estado corriendo.¡No sabía que me ibas a extrañar tanto!- Yves bromeó al escuchar las palabras de Terri.
Eso quisieras francesillo, – repuso el otro joven con una sonrisa socarrona – sólo vine hasta aquí para hacerte un favor.
Qué amable de tu parte, – replicó Yves aún en tono de guasa. - ¿De qué se trata?
El correo acaba de llegar y hay una carta para ti. Aparentemente viajó a diferentes destinos antes de llegar hasta aquí finalmente – explicó Terri poniendo la misiva en las manos del joven médico.
¿De quién es? – preguntó el hombre curioso y un poco frustrado por no poder leer la carta por sí mismo.
No lo vas a creer, – se rió Terri entre dientes muy divertido con la situación - ¡Nunca me imaginé que ustedes dos fueran tan buenos amigos!
¿Qué quieres decir? Vamos Grandchester, sólo dime de quién es la carta.
Terri puso una mano sobre el asiento e inclinó su cuerpo para susurrar al oído
de Yves en un tono travieso.
¡Una dama! – dijo juguetonamente.¿Quién? ¡Nada más dime y deja de jugar como un niñito estúpido! – exigió Yves perdiendo lo que le quedaba de paciencia.
La Señorita Ceño Fruncido en persona ¡Quién lo diría! – Terri se carcajeó muy divertido.
¿La Señorita Ceño Fruncido?
También conocida como la enfermera Hamilton, querido amigo, – explicó Terri dando rienda suelta a su risa.
¿Flammy? – preguntó Yves asombrado - ¿De verdad?
Ciertamente. Si quieres puedo leer en voz alta para ti. Pero no seré responsable si el contenido es demasiado personal.
¿Podrías ya dejar eso, Grandchester? – ordenó Yves molesto - ¡Dios mío, puedes ser un verdadero dolor de cabeza si te lo propones! Y no gracias, ya me las arreglaré después.
Está bien, ni una palabra más sobre el asunto – Terri replicó aún sonriente, pero comenzando a recobrar la seriedad. – Así es como correspondes a mi atención después de la larga distancia que tuve que correr sólo para que tú tuvieras la carta. Pero no te preocupes, ya estoy habituado a tus modales ingratos.
Gracias entonces – respondió Yves relajándose un poco.
Terri pensó en ese momento que era asombroso el modo en que las tensiones entre
los dos se habían suavizado después de la horrible experiencia que habían
vivido juntos y los días que ambos habían compartido en el hospital ambulante.
El joven aristócrata estaba complacido al ver que los resentimientos parecían
haber desaparecido y aunque no eran los grandes amigos podían decir que a la
postre la desconfianza mutua se había desvanecido. El tren se sacudió hacia
delante un poco y el empleado de la estación gritó que estaban a punto de
partir. La hora de decir el último adiós había llegado.
Bueno, creo que eso es todo – Terri dijo con simpleza – Te deseo lo mejor, Bonnot.Lo mismo digo – replicó Yves amigablemente – y una vez más . . . gracias . . . por todo lo que hiciste por mi – dijo el joven con un poco de dificultad.
Ni lo menciones – Terri respondió seriamente. – Si las cosas hubiesen sido distintas podríamos haber sido grandes amigos, pero me alegro que conseguimos minimizar nuestras diferencias. Espero que puedas encontrar la mujer indicada. De verdad lo mereces, – concluyó el aristócrata sinceramente.
Gracias, – respondió el médico, – y tú cuida de Candy.
Lo haré, – replicó Terri estrechando la mano izquierda que el joven doctor le ofrecía, sabiendo que el actor no podía usar la mano derecha. – Adiós, Yves Bonnot.
Adiós, Terrence Grandchester, – dijo Yves antes de que Terri lo dejara solo en el vagón.
El joven sintió entonces cómo el tren comenzaba a moverse. Luego, escuchó a
alguien caminando con muletas que se sentaba a su lado balbuceando un tímido
hola con un acento sureño.
Buenas tardes – dijo Yves al hombre que sería su compañero de viaje – Mi nombre es Bonnot – se presentó amablemente.Gordon, Jeremy Gordon, de Nuevo Orleáns – respondió el hombre con voz cascada.
Los dos hombres comenzaron una conversación casual mientras el tren avanzaba
dejando atrás la improvisada estación y se adentraba en los bosques.
Después de un rato, Yves rasgó el sobre que aún tenía en las manos y dirigiéndose
a Gordon le pidió:
Sabe usted, señor Gordon – le dijo a su compañero – tengo una carta de una amiga mía aquí conmigo, pero como usted puede ver obviamente, me es imposible leerla por mi mismo ¿Le molestaría hacerlo por mi?Por supuesto, hombre – replicó el soldado tomando la carta en sus callosas manos y empezando a leer.
“Querido Yves . . .”
Sombreros de estilos diferentes, guantes, enaguas, zapatos, pañuelos blancos, vestidos, sombrillas de encaje, y mil objetos femeninos más, estaban esparcidos por toda la recámara. Las dos mujeres trabajaban diligentemente empacando cada uno de los artículos tan rápido como les era posible, pero a pesar de sus esfuerzos más y más piezas de ropa continuaban apareciendo de la nada. Patty había estado en Illinois por más de un año y durante ese tiempo había sucumbido en muchas ocasiones a la fiebre de compras de Annie.
“ – De verdad deberías comprarte este sombrero, Patty,- solía decir Annie – Simplemente luces preciosa con él.”
Y Patty usualmente cedía a sus debilidades femeninas y terminaba siguiendo el consejo de Annie. Pero en esos momentos la joven estaba pagando el precio de sus pecadillos ya que tenía que decidir lo que estaba llevando consigo en su viaje a Florida y lo que dejaría en la casa de Annie. Después de todo, no tenía caso llevarse todo cuando estaba planeando regresar a Illinois después de las fiestas decembrinas.
El Sr. y la Sra. O’Brien habían decidido que su hija había estado lejos por demasiado tiempo y siendo que era ya noviembre estaban esperando que Patty regresara a Florida para pasar la Navidad con ellos. Al principio el Sr. O’Brien había pensado en ir a Chicago para acompañar a su hija en su viaje de regreso, pero la madre de él le había convencido de que era mejor si él dejaba esa misión en las manos de ella. De ese modo, él no descuidaría sus negocios y ella tendría la ocasión de divertirse y visitar a los amigos de Patty en Chicago. El Sr. O’Brien no sospechaba que Patty y su abuela Martha habían planeado ese viaje con varios meses de anticipación.
Cuando Tom le pidió a Patty ser su esposa, la joven le escribió inmediatamente a la Sra. Martha O’Brien contándole las noticias. La anciana se sentía muy emocionada y feliz por los planes de su nieta, pero también entendía que, al contrario de su primera relación de noviazgo, esta vez Patty no contaría con la aprobación de sus padres debido al origen de Tom. Por lo tanto, la anciana señora le contestó a Patty advirtiéndole acerca de los problemas que ella y su novio seguramente enfrentarían tan pronto como los O’Brien se enteraran del compromiso de Patty con un granjero.
Ambas mujeres decidieron entonces que sería más sabio esperar hasta el vigésimo primer aniversario de Patty, por inicios de Noviembre, de modo que aún si el Sr. y la Sra. O’Brien no quisiesen aceptar a Tom en su familia, ellos ya no tendrían ningún derecho legal para impedir los planes de la pareja.
De ese modo, Martha viajó
hasta Chicago y más tarde a Lakewood para conocer a Tom y preparar los últimos
detalles de su plan. Tom viajaría con ambas damas para conocer a los padres de
Patty y pedir la mano de la joven en matrimonio. Si los O’Brien no querían
aceptar, entonces Patty y Tom simplemente se casarían sin su aprobación.
Martha estaba dispuesta a apoyar a su nieta aún en contra de los deseos de su
hijo.
Mi familia arruinó mi vida forzándome a casarme con un hombre que yo no amaba – decía la viejita mientras ayudaba a Patty a doblar un hermoso vestido de lana que iban a empacar – Nunca tomé una decisión por mí misma. Primero mis padres decidían la ropa que yo iba a usar, cómo debía yo comportarme, lo que era bueno que yo aprendiera, la gente que debía conocer. Más tarde fue mi esposo quien controló mi vida, y así perdí mi juventud y mis sueños. Ni siquiera pude dar mi opinión sobre la educación de mi propio hijo. Su padre escogió la escuela donde estudiaría, la profesión que él ejercería y la mujer que desposaría. Un día me di cuenta de repente que mi hijo se había convertido en un frío y frívolo esnob que yo no reconocía como mi pequeño muchachito. Era un completo extraño para mi. Y cuando te enviaron al Real Colegio San Pablo pensé que iban a hacer exactamente lo mismo contigo.Pero afortunadamente conocí al alguien ahí- comentó Patty sonriendo abiertamente, mientras miraba una fotografía entre sus manos.
Lo sé, querida, - replicó Martha sonriendo – nunca deja de asombrarme lo mucho que cambiaste desde que conociste a Candy. Conforme el tiempo pasa, aumenta tu madurez y confianza en ti misma, más y más.
Nunca seré heroína de guerra – dijo Patty con una risita mientras enseñaba a su abuela la foto donde Candy aparecía con tres soldados en el hospital del campamento – pero sé ahora que no es un pecado ponerse de pie y decirle al mundo que yo también puedo pensar por mi misma y decidir sobre mi propio destino.
Esa es la actitud que tienes que mantener, querida – exclamó la anciana con gesto animado. – Yo solamente quiero ver la cara de tu padre cuando se de cuenta de que ya no eres un bebé que él puede manejar a su antojo. Lástima que tu abuelo a no está con nosotros para ver también su expresión ¡Por San Jorge que sería un cuadro muy gracioso
¡ABUELA! ¡No jures en vano! – la regañó la joven con una risita, pero luego en un tono más serio agregó; – ves todo como si fuese sólo una broma, pero debo confesarte que estoy algo asustada. Sé que mamá y papá se pondrán tan molestos conmigo que tal vez no los vuelva a ver después de casarme.
Eso podría pasar, querida, – Martha aceptó con un suspiro.- Esperemos que ellos acaben por comprender tus sentimientos algún día. Aunque si eso no sucede, con un esposo como Tom y con todos tus amigos de tu parte, no creo que llegues a sentirte sola jamás – dijo la mujer alegremente.
Lo sé, abuela. Pero dime, ¿Aceptarás la oferta de Tom de irte a vivir con nosotros a la granja? – preguntó Patty con entusiasmo.
Todavía lo estoy pensando – respondió la anciana con una mirada ladina en sus ojos aún brillantes – Tengo otras ofertas, ¿sabes?
¿Qué clase de ofertas, abuela? – preguntó Patty intrigada por la mirada traviesa en el rostro de la anciana.
Bueno, no quiero salarlo, pero . . .- Martha dijo con reticencia.
¡Vamos, dilo, abuela!
Está bien, está bien, – confesó la mujer. – Le pregunté a la Srta. Pony si a ellas les gustaría tener una nueva socia que les ayudara con el orfanato. Tanto ella como la Hermana María hacen un trabajo tan bueno que sería maravilloso si más niños pudieran ser aceptados. Pero ellas necesitan otra mano y algunas de mis ideas para transformar al Hogar de Pony en una institución más grande.
¡Ay abuela! ¡Me asustas cuando veo esa mirada en tus ojos! – dijo Patty sorprendida.
¡Tú también podrías ayudar! Se necesitarán sangre nuevas y energías en este proyecto. Ahora . . . ¿Dónde está ese abrigo azul que dijiste que querías llevar contigo? – preguntó la mujer tratando de encontrar el abrigo en aquel desorden que tenían a su alrededor.
Está en el cuarto de Annie ¿Podrías ir a traerlo, abuela?
¡Grandioso, y le pediré al mayordomo que nos traiga un poco de té y pastas! – sugirió la anciana con una risita traviesa.
Las llaman galletas aquí en América, recuérdalo ¡Ay abuela, tú lo único que quieres es una oportunidad para coquetear con el mayordomo! – repuso la joven.
¿Acaso no tiene una sonrisa encantadora? – comentó Martha pero Patty no tuvo tiempo de continuar regañando a su pícara abuela porque la anciana ya estaba fuera de la habitación tratando de encontrar al mayordomo de los Britter.
Patty suspiró resignadamente mientras continuaba su tarea empacando sus medias.
Solamente necesitaba estar sola por breves instantes para empezar a pensar en
Tom. Las cosas que se habían dicho el uno al otro la última vez que habían
estado juntos, la sensación de la mano de ella en las manos de él y el beso
que habían compartido estaban tan frescos en su memoria que su corazón había
comenzado a latir más rápido al tiempo que ella cerraba los ojos y sonreía.
¿Cómo está el clima en la tierra de los sueños? – preguntó Annie quien había entrado al cuarto cuando se dio cuenta de que Patty estaba demasiado perdida en sus ensoñaciones como para contestar a sus tímidos golpeteos en la puerta.¿Mmmm? ¿Qué dijiste? – respondió Patty sorprendida por la presencia de Annie.
Dije que es hora de regresar de tus sueños . . . ¡Tengo noticias de Francia! – dijo la joven dama blandiendo un sobre rosa.
¡¡¡Santo cielo!!! ¿¿Qué es lo que dice?? ¡Vamos Annie, ábrelo! – urgió Patty a su amiga.
La joven morena obedeció a las demandas de su amiga y con dedos nerviosos rasgó
el sobre para extraer la carta de su interior.
Al tiempo que Annie continuaba la lectura ambas jóvenes abrían sus ojos con asombro, jadeando e intercambiando miradas de pasmo con cada línea. Hasta entonces, Candy no le había confiado a nadie más que a Albert, la Srta. Pony y la Hermana María el hecho de que Terri estaba en Francia y que había estado hospitalizado durante tres meses en el mismo lugar que ella estaba trabajando. Así que, la carta que contaba toda la historia tomó a ambas mujeres por sorpresa.
Septiembre 20Querida Annie:
Espero que todo vaya bien para ti y tu familia cuando esta carta llegue a tus manos. Si me preguntas sobre mi, debo decirte que nunca he estado mejor. Si alguna vez creí que había conocido la felicidad, ahora reconozco que estaba equivocada. No tenía idea de lo que realmente significaba hasta hace unos días . . .
¡ Simplemente no puedo creer esta historia! – exclamó Patty cuando Annie terminó de leer la carta por la tercera ocasión - ¿No es asombroso? . . .Quiero decir, ellos se encontraron allá . . . ¿Tienes la más ligera idea de cuántas posibilidades tenían para reencontrarse? ¡¡¡Debió haber sido el destino!!! – exclamó la joven sirviéndose algo de agua para calmar su estupor.Comprendo, Patty – contestó Annie con un tono melancólico – Supongo que el amor de ellos estaba simplemente predestinado. Me alegro por ella.
¿Por qué entonces suenas tan triste? – preguntó Patty notando el tono lastimero de su amiga.
Annie se puso de pie y caminó hacia la ventana mientras sus ojos color de miel
seguían la caída de las hojas secas desde un fresno cercano.
¿No lo ves, Patty? – dijo la muchacha finalmente, después de un largo silencio. – Por años estuve tan cegada por mi amor hacia Archie y mi egoísmo, que no supe cómo ser una verdadera amiga para Candy.¿Pero qué estás diciendo Annie? Creo que ya hemos discutido este asunto antes ¿Por qué no acabas de entender que tú siempre has sido una excelente amiga para Candy y para mi? – reconvino Patty.
¿De verdad crees eso Patty?- preguntó Annie encarando a Patty y esta última pudo ver que el rostro de su amiga estaba ya bañado en lágrimas – ¿Si yo fui tan buena amiga cómo es que no me di cuenta de que Candy solamente fingía ser fuerte y feliz durante estos tres años?
¿Annie, a dónde quieres llegar? – se preguntó Patty frunciendo el ceño.
¡Esta carta, Patty! – gimió la morena dejando caer los papeles al piso. – Candy suena tan contenta en estas líneas como no lo había estado por largo tiempo, y yo, su mejor amiga, no me había dado cuenta de que ella estaba sufriendo al estar separada y lejos de Terri! ¡Yo pensé que ella había superado ese amor imposible! ¡Y ya la ves! ¡Se casó con él! Esto quiere decir que ella lo amó en silencio, sufrió y lloró en silencio por tres años y yo nunca estuve ahí para apoyarla! ¡Esa es la clase de mejor amiga que soy! – barbotó la joven estrujando las cortinas con manos temblorosas. El rostro de Annie reflejaba su frustración y desilusión.
¡Annie! No te culpes de manera tan amarga. No fuiste solamente tú quien fue engañada por el valor de Candy. Yo tampoco tenía idea de sus sentimientos – dijo Patty poniéndose de pie y acercándose a su amiga.
No, Patty, no se puede comparar tu situación con la mía – afirmó la chica sombríamente. – Tú sufriste pruebas tan difíciles que nadie puede condenarte por no haber estado al lado de Candy cuando ella lo necesitaba. Pero yo . . . – Annie no pudo terminar la frase porque sus sollozos no le permitían emitir palabra.
Annie – fue todo lo que Patty pudo decir limitándose a abrazar a su amiga.
Annie se aferró a los brazos de Patty y derramó sus lágrimas de
arrepentimiento por un rato. Su mente voló hacia los años de su infancia. Se
vio a sí misma escribiendo la última carta que envió a Candy cuando ambas tenían
seis años. Ella sabía entonces que aquellas líneas iban a lastimar a su
querida amiga hasta la médula, pero la pequeña Annie no tenía el valor ni
para confrontar a su madre adoptiva, ni para mantener contacto clandestino con
Candy.
¡Yo . . . siempre todo se reduce a mi misma! – pensó Annie avergonzada – Siempre he estado tan ocupada tratando de mantenerme sana y salva que rara vez he pensado en los demás.
Repentinamente Annie sintió que su alma alcanzaba el fondo de un oscuro túnel
donde ella había estado vagando durante los meses anteriores, desde que Archie
había roto con ella. La joven pensaba que no era posible vivir en una situación
peor que aquella que estaba soportando. Vio a su alrededor y se percató que aún
más que el rechazo de Archie, lo que realmente le estaba haciendo daño era que
ella se odiaba a sí misma. Annie suspiró preguntándose si algún día
encontraría el coraje necesario para emprender el interminable viaje que la
llevaría a encontrar la salida de la trampa de sus propios temores.
Patty – Annie susurró apartándose de los brazos de su amiga – gracias por tu comprensión . . . Yo . . . . yo aprecio tu apoyo.De nada, Annie. Para eso son las amigas. – replicó Patty con sincera simpatía reflejada en sus ojos café oscuro, pero incapaz de ayudar a su amiga en aquella batalla personal. Por su propia experiencia Patty sabía que la única persona capaz de salvar a Annie, era la misma Annie.
Había sido una noche muy
ocupada en el hospital. Candy había estado trabajando en el turno de la noche y
estaba a punto de terminar el vendaje de un paciente que le había pedido
dejarlo un tanto más flojo. El hombre, de un poco más de veinticinco años,
había inventado esa excusa para tener la atención de la joven por unos minutos
más. Candy lo sabía, pero pretendía ignorarlo, tan habituada estaba ya al
continuo coqueteo de sus pacientes.
Cuando eres la primera mujer que ellos ven después de semanas o meses de estar enterrados en un trinchera, no esperes que te traten como a su abuelita – solía ella pensar, pero aún así siempre se sentía un poco incómoda con toda esa atención masculina.¿Tiene usted novio, señorita Andley? – preguntó el hombre con una mirada traviesa mientras Candy pensaba lo que debía responder ante tal pregunta, sabiendo que su matrimonio debía mantenerse en secreto.
Si, tengo novio, Sr. McGregor – fue la respuesta final de Candy.
¿Y dónde está ese hombre afortunado? – insistió el hombre con una sonrisita socarrona.
Candy levantó los ojos del vendaje y miró al hombre con orgullo.
Esté en el Frente, sirviendo en el Ejército Americano – respondió ella.¿Y se le extraña? – preguntó McGregor. – Porque yo podría ofrecerme para consolarla mientras él está lejos, Señorita Andley.
Sí, le extraño con todo mi corazón. Su ofrecimiento es muy amable, Sr. McGregor, pero no gracias. Aunque usted debería estarle pidiendo a Dios que nadie le esté haciendo la misma oferta a su esposa allá en Inglaterra, –Candy regañó al hombre e iba a decir aún más para detener los avances atrevidos del soldado, pero una voz gritando en el corredor la interrumpió.
¡¡ Se acabó!! ¡¡Se acabó!! – gritó un joven médico británico que irrumpió en el pabellón impetuosamente.
¿Está usted loco Dr. Cameron? – repuso Candy. – Es aún muy temprano y muchos pacientes están durmiendo ¿Quiere acaso interrumpir su sueño?
¡Santo Cielos, Srta. Andley, todos tienen que estar despiertos ahora! – explicó el hombre sin aliento - ¡Se acabó, la guerra se acabó! Acaban de firmar el armisticio hace dos horas ¡Recién lo dijeron en la radio!
¿Lo dice en serio, doctor?- preguntó McGregor incrédulo.
Absolutamente ¡Nunca he dicho nada con más seriedad en toda mi vida!- contestó el médico y pronto el pabellón completo estaba de pie, desgañitándose y riendo de alegría.
Candy dejó a los pacientes y salió al corredor. Todos estaban ahí, celebrando
y felicitándose mutuamente mientras se abrazaban los unos a los otros porque la
lucha que había durado por más de cuatro años había finalmente concluido, y
con ella, el creciente número de pérdidas humanas a lo largo de la frontera
francesa. Algunas botellas de champaña habían aparecido de la nada y los
doctores, las enfermeras y aún los pacientes estaban ya brindando, sin poder
contener su alegría con el mismo gozo ingenuo con que los niños disfrutan la
mañana de Navidad
¡Vamos a casa, Srita Andley! – gritaba uno de los pacientes sostenido en unas muletas al lado de Candy.¡De regreso a casa! – Candy pensó feliz - ¡Ay Terri, vamos a casa!
El mismo día pero al otro lado
del Atlántico, el sol se estaba ya poniéndo y Albert acababa de terminar su
diaria cabalgata. El joven llevaba su caballo hacia los establos con pasos
macilentos, cuando uno de los caballerangos corrió a su encuentro agitando su
sombrero en el aire. Sus palabras se atropellaban unas con otras de modo que
Albert no pudo entenderle hasta que el hombre estuvo prácticamente en frente de
él.
¡Jesús, María y José, Sr. Andley! – dijo el hombre atropelladamente - ¡La guerra ha terminado!¿Estás seguro? – preguntó Albert asiendo al caballerango de la manga de su camisa con energía.
Sí, señor ¿Significa eso que la Srta. Andley estará pronto de regreso? – preguntó el hombre con interés, porque todos los sirvientes en la casa eran leales a la joven heredera que siempre había sido amable y afectuosa con ellos.
¡Por supuesto que sí!- replicó Albert riendo mientras sus ojos azules brillaban con la luz de la estrella de la tarde y en su interior se revolvía un pensamiento: “Mi día ha llegado!”
En París la celebración parecía no tener fin. La gente había salido a las calles, las iglesias habían hecho repicar sus campanas por horas y el vino corría libremente en todas las bocas. En el Hospital San Jacques Julienne lloraba mientras se abrazaba a Flammy con todas sus fuerzas. Aquellos pacientes que podían caminar estaban bailoteando y celebrando en los pasillos y corredores mientras gritaban a todo pulmón “¡A casa! ¡ A casa!” una y otra vez, cada uno en su lengua madre.
Irónicamente, Flammy, quien
estaba aún abrazando a su amiga, no se podía sentir identificada con la
algarabía general.
¿A casa? – se preguntaba - ¿Para qué?
En el interior de su recámara
con las luces apagadas y mirando por el balcón cómo el rosedal perdía sus pétalos
con la brisa otoñal, Archie, quien estaba pasando unos días en la mansión de
Lakewood, escuchaba las noticias en la radio, las cuales anunciaban el
armisticio.
La guerra ha terminado, – pensaba melancólicamente – pero este evento no me traerá lo que yo esperaba – se decía mientras bajaba los ojos, sin poder contener las lágrimas – Todo lo contrario, solamente significa que tendré que enfrentar la dolorosa experiencia de verla en los brazos de mi rival.
En Busunzy, la misma noche, un
joven caminaba a lo largo de los corredores del hospital del lugar, mirando a la
luna detrás de las nubes grises que surcaban el cielo y pensó que el satélite
nunca había estado más hermoso que aquella noche. El joven se despejó el
rostro de las hebras castañas que habían comenzado a crecer y le molestaban
la frente, al tiempo que su cuerpo se reclinaba en el muro. Se llevó la mano
izquierda al bolsillo y extrayendo un sobre rosa perfumando con el aroma de esas
mismas flores, lo besó con ternura.
Vamos a casa, mi amor – dijo Terri tratando de recordar el sabor de los labios de Candy.
Los días que siguieron a la partida de Patty fueron especialmente solitarios para Annie Britter. La joven se hundió en un estado depresivo que la hacía sentir que todos sus intereses más caros se habían tornado vanos e inútiles. Alarmada por la insistencia de la joven en quedarse en su cuarto por largas horas, la madre intentó forzar a Annie a salir y aún planeó organizar una tertulia, pero la joven morena le suplicó a su padre que la excusara de la innecesaria pena de asistir a esos eventos sociales, obteniendo finalmente el apoyo del buen hombre. El Sr. Britter comprendía que su hija estaba a punto de alcanzar un punto en su vida que le exigiría cambiar de ruta y pensó que era mejor darle tiempo, a fin de que ella pudiese descubrir sus propias soluciones para los problemas que estaba enfrentando.
Las hojas secas caían de los fresnos en la vasta propiedad de los Britter y Annie pasaba sus tardes tratando de aliviar sus penas con el crujido de las hojas muertas sobre el jardín. Daba largas caminatas durante horas a la orilla del lago, buscando dentro de su corazón, confrontando aquellas líneas oscuras que no le gustaban en el retrato de su alma y muchas veces se comparaba a sí misma a aquellas hojas secas que el viento arrastraba. Habían crecido lozanas, verdes y lustrosas durante el verano anterior, pero una vez que los días fríos de otoño hicieron su aparición, esas mismas hojas habían volado sin rumbo, hacia un futuro incierto, lejos, muy lejos del robusto árbol que solía protegerlos.
Candy había sido su árbol fuerte durante todo el verano de su infancia y adolescencia, pero cuando Annie había tenido que enfrentar las frías bofetadas de la vida, la joven se había convertido en una simple hoja seca y fea. Annie no se gustaba a sí misma, y aún si su reflejo en el espejo era hermoso y joven, ella sabía que el interior no correspondía a su apariencia física. Annie aceptó que la imagen deslumbrante de su amiga de la infancia siempre palidecía frente a la belleza de su alma, porque, al contrario de ella, Candy no había confiado en el dinero para forjarse la vida. Eso era lo que hacía a Candy la mujer fuerte y auténtica que era. Esa era la razón que la había hecho inolvidable en el corazón de Terri.
Conforme pasaban los días y Annie continuaba con estas reflexiones, poco a poco llegó a una conclusión. Era tiempo de que ella comenzara a cambiar aquellas cosas que no le gustaban en sí misma. Tiempo de empezar a pensar en los demás y ya no tanto en su persona, tiempo de darle la espalda a los ídolos que había adorado en el pasado e iniciar la jornada que la llevaría al reencuentro consigo misma.
Cierta tarde durante una de
esas caminatas, Annie se detuvo en seco, miró al paisaje dorado y en ese
momento decidió que su día había llegado. Regresó a su cuarto y ahí,
ayudada por la tímida luz de una vela, escribió una carta a una mujer que
nunca había visto en toda su vida, pero quien sería un personaje importante en
el capítulo de su historia personal que la joven estaba a punto de comenzar.
Annie estrujó el pedazo
de papel en su bolsillo. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no iba a ser
nada fácil y se detuvo en silencio por unos segundos, justo frente a la puerta
de la recámara de su madre, sintiéndose aún renuente a llamar. Alzó su
rostro hacia el techo y cerrando los párpados pensó en Candy por la centésima
vez aquella noche.
Nunca imaginé que esto podría ser tan difícil, Candy – se dijo a sí misma - ¿Cómo has logrado salir adelante tu sola durante tanto tiempo? ¡Oh Dios mío, ayúdame a hacer esto!- dijo en un susurro mientras se persignaba y finalmente tocaba a la puerta.Adelante, – llamó una voz femenina desde el interior de la recámara.
Annie entró en la cámara delicadamente decorada y vio a su madre sentada ante
su secreter, vestida con una bata de seda azul que acentuaba su piel blanca y
cabellos dorados.
¡Annie, querida! – llamó la mujer a su hija dulcemente. – Pensé que estabas tocando el piano en el salón rosa, – comentó ella casualmente.Eso hacía, madre, pero . . .- la muchacha dudó sintiendo que sus temores comenzaba a apoderarse de su corazón. – Necesitaba hablar contigo . . .
Está bien, querida – replicó la mujer dejando la silla frente a su escritorio y sentándose en un sofá cercano - ¿Qué es lo que tienes que decirme?
Verás, mamá – Annie comenzó sentándose cerca de su madre – He estado pensando en comenzar a hacer nuevos planes, siendo que . . . siendo que no me voy a casar como esperábamos.
La mujer miró a su hija mientras una sonrisa compresiva se dibujaba en su
rostro aún bello.
¡Mi niña! – dijo la Sra. Britter. – Eso es justamente lo que yo quería oír de ti. Ya basta de llanto. Yo ya tengo algunas ideas fabulosas para esta temporada . . . Iremos a la ópera, al teatro y a cada gala y tertulia. Debes ser vista en todas partes . . .Mamá . . . – Annie interrumpió a la Sra. Britter quien estaba ya dejándose llevar por su entusiasmo.
Los planes que tengo son diferentes, – dijo la joven tímidamente.
Tonterías, Annie – replicó la mujer mayor enfáticamente. – Yo sé lo que tienes que hacer ahora. Es necesario que todos vean que no te estás muriendo por ese hombre que no vale la pena. Todo lo contrario, tienes que ser la dama más hermosa esta primavera, amada y admirada por cada hombre y blanco de la envidia de todas las mujeres. Sólo déjalo en mis manos.
Annie bajó la cabeza apretando sus manos una contra otra mientras su madre
hablaba. Clavó la vista sobre sus delicados zapatos de raso adornados con
diminutas violetas y un gracioso moño, como si el valor para hablar estuviese
escondido en algún lugar de la superficie lila de su calzado.
Madre, siento mucho defraudarte en esta ocasión, – la tímida joven se atrevió a decir mirando a su madre con tristeza reflejada en sus ojos, – pero no tengo planes de permanecer en Chicago. Creo que es tiempo para que yo comience a hacer cosas más útiles que pasar mis noches de fiesta en fiesta.¿Y que piensas hacer en lugar de eso? – preguntó la Sra. Britter pasmada con la reacción de su hija.
Annie sacó el papel del bolsillo de su falda y lo mostró a su madre con tímido
gesto. La mujer leyó el artículo de periódico que su hija le había entregado
y cuando lo hubo terminado de leer, levantó los ojos del papel con una mirada
inquisitiva.
No entiendo, Annie ¿Qué tienes tú que ver con esta mujer en Italia? – preguntó confudida la Sra. Britter.Estoy interesada en su trabajo con niños que sufren retraso mental, – afirmó la joven comenzando a sentir que una sensación cálida cubría sus mejillas. – A mi . . . a mi me gustaría ir a Italia para estudiar con ella.
Pero . . . ¿Para qué? – cuestionó la madre de Annie incapaz de comprender las intenciones de su hija.
Quiero aprender cómo trabajar con ese tipo de niños y después regresar a América para abrir una escuela, como las que ella tiene en su país. Aquí tratamos a esos niños como si no fueran capaces de aprender nada. Pero el trabajo de esta mujer prueba que pueden hacer grandes progresos – explicó Annie y su voz se tornó repentinamente vehemente.
¿Quieres decir que quieres estudiar para . . . para trabajar? ¿Quieres decir tener un empleo? – preguntó la Sra. Britter estupefacta.
Sí, madre. No creo que mi vida sea de utilidad alguna por el momento . . . . Otras mujeres están marcando la diferencia demostrando que pueden . . .
¡Ya he escuchado ese ridículo discurso antes! – la dama se puso de pie visiblemente molesta ante las palabras de su hija – ¡Y no es otra sino Candice que te ha metido esas ideas en la cabeza! ¡Siempre supe que su amistad no te iba traer nada bueno! ¡Ahí lo tienes, estás hablando como una sufragista desquiciada! ¡No mi hija, Annie . . . no una Britter! – barbotó la mujer con vehemencia pero aún guardando la compostura.
¡Madre! – la joven exclamó sin saber qué más responder.
Esta discusión concluye aquí, Annie, – afirmó la Sra. Britter con frialdad. – Mañana veremos a la modista para que puedas ordenar tu guardarropa para la siguiente primavera. Tienes que encontrar marido este año ¿Me entendiste?
Hasta ese momento la joven había permanecido callada, sentada sobre el sofá y
apretando el artículo de periódico que su madre había tirado al suelo. Annie
resintió cómo su madre había culpado a Candy tan fácilmente. Repentinamente,
la joven se dio cuenta una vez más, que la vida la estaba forzando a
decidir entre seguir el ejemplo de su mejor amiga para así convertirse en una
mujer que pudiera sentirse orgullosa de si misma, u obedecer a los deseos de su
madre como siempre había hecho en el pasado.
Annie amaba a su madre y sentía la necesidad de recibir su aprobación para los nuevos proyectos que quería realizar. Por otra parte, también temía la inminente confrontación con la testaruda mujer que era su madre. Por un segundo, ella pensó que tal vez todas esas cosas que había planeado no eran muy razonables después de todo. Tal vez era mejor idea obedecer a su madre y olvidarse de los cambios que quería hacer en su vida. Sin embargo, el recuerdo de Candy siendo humillada en la casa de los Leagan, aquella tarde, cuando la niña rubia la había salvado de las maliciosas travesuras de Neil y Eliza, echándose toda la culpa estoicamente, vino a la mente de Annie.
La muchacha alzó lentamente su
cabeza oscura como el ala de un cuervo, al tiempo que sus ojos color de miel
enfocaban la elegante figura de su madre. En las profundidades acuosas de sus
pupilas una creciente flama de determinación comenzaba a brillar con fuerza
desconocida.
Madre, les amo a ti y a papá con todo el corazón. – comenzó calmadamente. – Siempre te he obedecido y seguido tus consejos, pero me temo que esta vez no será posible para mi llenar tus expectativas. Mi decisión está ya hecha y no voy a ceder.
La Sra. Britter se volvió para mirar a su hija directamente a los ojos, aún
sin creer las palabras que Annie acababa de pronunciar.
¿Qué estás diciendo? – preguntó la mujer con voz cascada.Digo que ya he hecho arreglos para estudiar en Italia con la Sra. Montessori. Le escribí y ella me ha aceptado como su alumna para el próximo año. No voy a buscar marido como tú quieres porque siento que aún no estoy lista para una nueva relación. Por ahora quiero estudiar, y si piensas que Candy tiene algo que ver con esta decisión mía estás en lo cierto, pero no en el modo que tú crees.
¡Por supuesto! ¡A quién más se podría culpar! – gritó la Sra. Britter perdiendo el control por la primera vez -¡Esa mujercita indecente! ¡Escapándose del colegio!¡Viviendo sola en un departamento! ¡Trabajando como si realmente necesitara el empleo! ¡Marchando a un país extranjero sin el consentimiento de su familia! ¡Arriesgando la vida y el honor de su familia! ¡Y ahora se casó, tomando la decisión por ella misma, sin siquiera pedir permiso de su tutor! ¡Sólo Dios sabe si realmente ese hombre se casó con ella! Tal vez termine deshonrando a su familia teniendo un hijo sin padre.
¡Ya basta, madre! – gritó Annie. La ira y la indignación brillaban en su cara sonrojada - ¡Dices que Candy es inmoral sólo porque siempre ha seguido los llamados de su corazón!¡ Se escapó del colegio porque tuvo el valor de darse cuenta de que la educación que recibía ahí no le era útil! ¡Vivía sola en un departamento porque es independiente y no necesita a su familia para sobrevivir! ¡ Tiene un empleo porque quiere ayudar a los otros! ¡Se fue a Francia porque quería servir a su país y si tú la condenas porque se casó tomando la decisión por su cuenta, es porque estás ciega al amor verdadero! Ella es una mujer maravillosa que yo admiro y no tiene nada de qué avergonzarse. Y en lo referente a mi decisión, tengo que reconocer que Candy es quien me inspiró con su buen ejemplo, pero no tiene ni la menor idea de mis planes – Annie se detuvo por un segundo, sus manos estaban temblando y las lágrimas corrían por sus mejillas, pero su expresión era sorprendentemente segura – ¡Si estás buscando a alguien a quien culpar, entonces cúlpate a ti misma, madre! – dijo ella en un reproche.
¿Qué quieres decir? – preguntó la Sra. Britter aún conmocionada por la explosión inusual de Annie.
Quiero decir que me diste amor, una educación, todo lo que el dinero puede comprar y aprecio todo eso, pero nunca, nunca, me ayudaste a encontrar mi propio camino. Me hiciste creer que solamente tendría valor casándome con un hombre rico, que mi éxito estaba supeditado al éxito del que fuese mi marido, que todo el sentido de mi vida debía ser definido por un hombre y no por mi misma ¡ Me hiciste darle la espalda a la mejor amiga que Dios me dio! ¡Me hiciste mentir sobre mi origen como si fuese un pecado haber nacido pobre y sin padres! ¡Yo siempre fui débil y nunca me enseñaste a conquistar mis miedos y ser fuerte! Cuando Archie rompió conmigo tú me dijiste que siempre habías sabido que él no me amaba de verdad . . . . ¿Entonces por qué no me hiciste enfrentar la realidad? ¡Dices que Candy es inmoral, pero nosotros no somos mejores que eso viviendo siempre en la mentira!
¡Mocosa malagradecida! – vociferó la Sra. Britter levantando la mano para abofetear a su hija, pero fue detenida en el aire por otra mano más fuerte.
No hagas algo que lamentes después, – dijo el Sr. Britter quien había entrado al cuarto alarmado por las voz encolerizada de su esposa, pero cuya presencia no había sido notada por las dos mujeres que estaban demasiado abrumadas por el peso de las palabras que se estaban diciendo la una a la otra.
¡No tienes idea de las cosas que Annie me ha dicho! – se quejó la mujer en medio de las lágrimas.
Si te refieres a los planes de Annie, estoy al tanto de todo, – contestó el Sr. Britter tanquilamente.
¡¡Lo sabías!! ¡Lo sabías y no me dijiste palabra! – reclamó la madre de Annie incrédula.
Pensé que este era un asunto que Annie tenía que hacer por sí misma, – apuntó el hombre soltando la mano de su esposa.
Pero debiste haberle dicho que toda esta idea de Italia no es un plan coherente, – insistió la Sra. Britter.
Todo lo contrario, querida, yo seré el primero en apoyarla.
Pero . . .- la mujer tartamudeó sintiendo que todo su mundo comenzaba a colapsarse.
Annie, cariño, – el Sr. Britter se dirigió a su hija con su tono más dulce - ¿Podrías dejarnos solos a tu madre y a mi? Necesitamos hablar en privado por un rato.
Sí, papá – la joven asintió caminando hacia la entrada de la recámara, pero antes de cerrar la puerta tras de sí, la joven miró a su madre con ojos llorosos – Perdóname madre, pero no puedo renunciar a este sueño ahora. Es la única cosa mía que realmente tengo – dijo finalmente, dejando solos a sus padres.
Mientras Annie Britter caminaba a lo largo del corredor, aún sentía el acre
sabor de la discusión que había tenido con su madre, pero con cada nuevo paso
que daba, su corazón se sentía más ligero y libre. Levantó la cabeza
sabiendo que era tiempo de extender sus alas.
Después de las victorias de Argona y Flandes fue solamente cuestión de tiempo para que los diplomáticos alemanes comprendiesen que no podían esperar más para firmar el armisticio. Cuando las hostilidades cesaron el 11 de noviembre los aliados estaban avanzando hacia Montmédy sobre la frontera francesa y durante el resto del mes las tropas solamente esperaron sus órdenes para entrar al territorio alemán.
Aunque la guerra había prácticamente terminado, los Aliados no habían concluido con su trabajo. Las tropas triunfantes tendrían que ocupar los países vencidos y aún los elementos voluntarios tenían que permanecer en el viejo continente hasta que los Aliados hubiesen establecido sus cuarteles en Alemania, Turquía, Austria y el Norte de África. Sin embargo, la vida tenía otros planes para Terrence Grandchester.
Cuando el armisticio fue firmado en noviembre 11, Terri había estado en Buzuncy durante una semana, recuperándose de la herida en su brazo. Dos días después del evento histórico, el joven recibió una carta con el sello de los Estados Unidos en la cual el gobierno de su país le felicitaba por el valor demostrado en batalla y le notificaba que había sido dado de baja del Ejército Norteamericano. La carta incluía una serie de boletos de tren y barco para su retorno a América.
El joven sostuvo los papeles en sus manos abrumado por la noticia, aún sin poder digerir que toda aquella pesadilla había terminado y que estaba libre para continuar su vida. Repentinamente se dio cuenta de que tenía que comenzar a tomar una larga serie de decisiones con respecto a su futuro inmediato y que había que hacerlo tan pronto como fuese posible. Así pues, descuidadamente se quitó el cabestrillo que le sostenían el brazo deshaciéndose de él para comenzar a escribir el texto de varios telegramas que planeaba enviar de inmediato.
Un par de días después, Terri llegó a París esperando ver a Candy en el Hospital San Jacques. Sabía que las posibilidades de encontrarla ahí no eran mucha siendo que la guerra había terminado. Ella podía haber sido enviada a América o a cualquier otra área de Francia antes de su regreso, porque aún se requería de ayuda médica en todo el país. No obstante, él esperaba verla de nuevo, aunque fuese sólo por unas horas antes de su partida a Inglaterra.
Al tiempo que el carruaje que lo llevaba a lo largo de las calles parisinas avanzaba en su camino, el joven sentía que su corazón se aceleraba con la perspectiva de tener a Candy de nuevo entre sus brazos. Trató de imaginarse las palabras que podría decirle, pero terminó riéndose de sí mismo, sabiendo perfectamente que en semejantes momentos las palabras nunca salen del modo que las planeamos y la mayor parte de las veces no son suficientes para expresar los sentimientos del corazón.
Desafortunadamente, las sospechas de Terri no estaban erradas y cuando llegó al hospital se enteró por Julienne y Flammy que Candy estaba en Arras y que probablemente tendría que quedarse ahí por cierto tiempo. Las damas cumplieron su promesa de no decirle a Terri que Candy había estado trabajando en el hospital ambulante, pero animaron al joven a continuar con su viaje, asegurándole que su esposa se reuniría con él en América muy pronto.
Esa misma noche Terri tomó el
tren y luego el barco hacia Dover donde Marin Stewart, su administrador, le
estaba ya esperando.