Continuación
La belleza es un arma, una moneda internacional, una trampa peligrosa, un poderoso veneno que frecuentemente ciega la razón de hombres y mujeres. Sin embargo, la consideramos un don y la buscamos porque es también la más refinada de las creaciones de la mente humana. La belleza está, después de todo, dondequiera que la queramos recrear. A veces podemos encontrar belleza en una noche callada, en las nerviosas alas de una mariposa o en la suave respiración de un bebe durmiendo. A pesar de ello, hay también una idea colectiva de belleza que cambia con el tiempo y la cultura. Aquella noche, Candy era sin lugar a dudas, un ejemplo perfecto de la idea occidental de belleza . . .aunque ella lo ignoraba, siempre preocupada por las pecas en su nariz, las cuales eran apenas unas cuantas manchitas color palo de rosa que le daban a su rostro especial carácter y encanto. Pero Candy no tenía la más ligera idea de que tenía en sus manos un poder semejante, y por lo tanto no sabía como utilizarlo.
El maquillaje era casi una novedad en aquellos tiempos, reservado a las actrices y mujeres fáciles. De hecho, no se pondría de moda hasta después de la guerra. Así que Candy no usó más que su acostumbrado polvo y perfume de rosas aquella noche. No obstante, la joven era una de esas raras bellezas nacidas para ser exhibidas “au naturel”. La más blanca piel de sus mejillas de porcelana, agraciada por un rubor natural y el delicado rosa de sus labios provocativos no necesitaban ningún artificio para seducir. Tampoco la luz de sus profundos ojos verdes que unían el brillo de las esmeraldas y las sombras de la malaquita.
Candy se había preguntado qué
vestido podría ser más apropiado para el baile, pero para sus dos amigas había
sólo un candidato.
El vestido verde que recibiste como regalo de cumpleaños, por supuesto – había sido la inmediata sugerencia de Julienne y Flammy había estado de acuerdo a pesar de su usual indiferencia hacia la moda y otros temas de interés femenino.
Así que aquella noche Candy se probó el vestido que había estado confinado en
un rincón de su closet desde que lo había recibido la primavera anterior. Con
gran horror la joven descubrió que el escote era realmente profundo y que además
dejaba los hombros al descubierto. Candy se miró en el espejo y la simple visión
la hizo sonrojarse. A los veinte años su cuerpo había madurado completamente y
aquel vestido, más allá de sus sedas verdes y encajes negros, no dejaba dudas
al respecto de los atributos de la joven.
¡No puedo usar esto! – se dijo ella en voz alta.¡Claro que puedes! – replicó Julienne mientras le arreglaba el cabello a Candy.
Pero...
Deja de ser tan ridículamente tímida, el vestido es simplemente magnífico, luces como un sueño ... y no te muevas – la regañó la morena – Sabes, creo que debemos dejar tu cabello suelto. Es tan increíblemente hermoso que merece que lo luzcas en toda su gloria... Solamente usaré un moño y unas horquillas aquí ¿Tú qué crees Flammy?
¡Ay Julie! De todas formas luciría bonita – comentó la otra morena quien estaba ocupada planchando sus uniformes.
Ustedes dicen eso porque son mis amigas, pero deberían ver a mi amiga Annie, ella sí que es una gran belleza – dijo Candy sonriendo.
No discutiré con una ciega – respondió Flammy sacando la lengua.
A las nueve de la noche Candy estaba lista. Julienne le había prestado una
gargantilla de perlas cultivadas con un dije de obsidiana y unos pendientes que
le hacían juego, únicas joyas valiosas que tenía la mujer. Un abanico de
encaje de Bruselas el cual había sido regalo de Flammy para la ocasión,
zapatillas de raso y guantes largos blancos completaban el atuendo. El largo
cabello ensortijado caía en caprichosos rizos sobre sus hombros y espalda,
brillando en chispitas doradas bajo las luces artificiales del cuarto.
Un golpe en la puerta les dijo
a las mujeres que la hora había llegado. Candy miró a sus amigas aún indecisa,
pero las dos la animaron con la mirada. Luego entonces, la rubia respiró hondo
y levantando su falda de seda para dar el paso se acercó a la puerta.
Buenas noches Yves – saludó Candy cuando abrió la puerta.
El joven se quedó estupefacto por un rato, asombrado al ver cómo el ángel se
había convertido en una diosa. Sus ojos y mente tuvieron que esforzarse para
enfocarse en la nada, en donde los encantos de Candy no turbaran su razón.
Buenas noches, Candy – logró decir después de unos segundos de lucha interna para controlarse - ¡Mon Dieu, estás deslumbrantemente hermosa esta noche! – comentó sin poder ocultar su admiración.Gracias, Yves, tú también luces muy bien esta noche- le dijo ella pagando el cumplido y no estaba mintiendo - ¿Nos vamos ya? – sugirió tratando de liberar su tensión.
Por supuesto, buenas noches, chicas- dijo Yves al tiempo que ofrecía su brazo a Candy quien tímidamente lo aceptó bajando la mirada.
¡En verdad es una belleza fuera de este mundo!- comentó Flammy cuando la pareja hubo partido cerrando la puerta y dejando a las dos morenas solas en el cuarto – Y siempre tan cariñosa y encantadora. Todo mundo la ama por dondequiera que ella va . . . No hay forma de que yo pudiese competir con eso – concluyó tristemente.
Ma chère Flammy – exclamó Julienne abrazando a su amiga, completamente consciente del terrible dolor en el corazón de la joven.
Mientras tanto, un joven muy orgulloso caminaba junto a una elegante dama a lo
largo de los corredores del hospital dirigiéndose a la entrada principal. Los
pasajes estaban virtualmente vacías y Candy rogaba a Dios para no encontrarse
con ninguno de sus conocidos en el camino. Pero sus plegarias no fueron
escuchadas en aquella ocasión. Cuando hubieron dado la vuelta en la última de
las esquinas una figura bien conocida por ambos se tropezó con la pareja.
Buenas noches, Sra. Kenwood – asintió Yves saludando a una anciana en uniforme de enfermeraBuenas noches Dr. Bonnot, Candy ¡Qué maravillosamente lucen esta noche! . . .¿A dónde se dirigen? – preguntó la Sra. Kenwood con una sonrisa de curiosidad.
Al baile de gala del Coronel Vouillard, señora, y la señorita Andley me está haciendo el honor de acompañarme – contestó Yves orgullosamente mientras Candy sentía que el piso debajo de sus pies desaparecía para tragársela.
Ya veo . . . ¡Diviértanse mucho, mis jóvenes amigos, y bailen toda la noche! – les deseó la anciana sinceramente mientras continuaba su camino, agitando la mano en un gesto amigable.
Candy continuó caminando al lado de Yves pero su mente empezó a dar vueltas
vertiginosamente. Laura Kenwood era la enfermera más vieja del hospital. Se
trataba de una dulce y amable viuda irlandesa con un gran corazón pero con un
solo defecto, usualmente hablaba demasiado y no tenía la menor idea de lo que
era el tacto . . . pero lo peor de todo era que la Sra. Kenwood era también la
enfermera de Terri en el turno de la noche. Sí, la Sra. Kenwood era “Mamá
Ganso”. Así que Candy empezó a temblar como una adolescente que teme ser
descubierta por su padre en una cita prohibida.
¿Te encuentras bien, Candy? – preguntó Yves mientras abría la portezuela para que la joven subiera al auto - ¡Palideciste!Yo. . . yo estoy bien . . .Debe ser el calor . . .Está muy calurosa la noche ¿No lo crees? – tartamudeó ella.
¡Así es! Agosto en Paris siempre es así – asintió el joven con una dulce sonrisa.
Era una noche quieta, cálida y
estrellada. La canción de un ruiseñor podía oírse en la lejanía mientras la
luna llena iluminaba el pabellón con rayos plateados. Por alguna razón que no
podía comprender, Terrence Grandchester estaba inquieto. Sin importar hacia dónde
se diese vueltas en la cama no podía conciliar el sueño. Se quitó la camisa
de noche y hasta el vendaje que cubría su herida en las costillas. Leyó por un
rato, caminó en círculos alrededor de la cama, miró por la ventana e
incluso, por primera vez en años, tuvo el deseo de tener un cigarrillo en la
boca. Entonces sacó de la valija a su vieja compañera metálica y empezó
a tocar una tonada. Pero nada parecía funcionar aquella noche.
¿Pero qué ha hecho Sr. Grandchester? – preguntó una grave voz femenina detrás de él – Se ha quitado los vendajes . . . ¡Debe estar loco! – le reconvino la anciana en uniforme blanco.
El joven volvió la cabeza para ver a la mujer y le regaló con una sonrisa para
disculparse.
Sra. Kenwood – replicó – La herida ya está cicatrizada, no tiene caso que use el vendaje por más tiempo. Además, hace demasiado calor esta noche.Nada de eso, jovencito – insistió la anciana amonestándolo – Aunque pueda parecer cicatrizada por fuera, por dentro los tejidos pueden estar aún débiles. Debe de dejarse puesto el vendaje hasta que el doctor le autorice dejar de usarlo. Ahora, sea un buen niño y déjeme ponerle las vendas otra vez – dijo Laura Kenwood en su habitual tono amable, la tiempo que sonreía.
Terri miró a la mujer un tanto fastidiado por su insistencia, pero no se quejó
y obedeció sumiso.
Es una linda noche ¿No es así? – comentó la mujer tratando de comenzar una conversación mientras vendaba al joven de nuevo – Veo que no puede dormir esta noche.Bueno, sí – admitió Terri aceptando la conversación como una buena alternativa para olvidar su desasosiego irracional de aquella noche.
¡Ay, esta guerra es totalmente estúpida! – continuó Laura - Hombres jóvenes y apuestos como usted deberían de estar divirtiéndose, cortejando a las muchachas, disfrutando de la vida, y no en el Frente matándose los unos a los otros, o aquí, caminando en círculos como leones enjaulados – sentenció con una risita sofocada.
Tiene razón señora Kenwood – aceptó Terri mirando a la anciana dama con simpatía.
Se es joven una sola vez, mi niño – comentó la mujer suspirando profundamente – Me preocupa mucho ver como su generación es abusada en esta lucha. Pero esta noche, al menos, sentí un alivio, ¿Sabe usted, hijito?
¿Y puedo saber por qué? – preguntó Terri tratando de mantener la conversación.
Bueno, vi al menos que un joven iba a pasar un buen rato esta noche, como debe de ser. Verá, cuando venía hacia acá me encontré al doctor Bonnot en los corredores. Estaba vestido formalmente, realmente deslumbrante con su uniforme de gala y todo, de camino al baile de gala del Coronel Vouillard. Por supuesto iba radiante con la joven que llevaba al brazo – sonrió la mujer soñadoramente – Y déjeme decirle que Candy era una verdadera visión de belleza esta noche . . . Ummm, creo que el vendaje está listo – comentó la mujer atropelladamente – Ahí tiene, no se lo vuelva a quitar, por favor, y trate de dormir, hijo – terminó diciendo en una confusa lluvia de palabras que Terri apenas si pudo comprender.
El joven aristócrata, quien había permanecido en shock por unos segundos,
finalmente logró organizar sus pensamientos y tratando de usar todo el
autocontrol que era capaz de fingir cuando estaba en el escenario, interrogó a
la anciana antes de que ella lo dejase para continuar con su trabajo.
Sra. Kenwood- preguntó– usted dijo que Candy se veía hermosa esta noche cuando iba con Yves Bonnot a la fiesta ¿Eso fue lo que dijo?¡Claro que sí! Debería de haberla visto, hijo. Se veía despampanante – contestó la mujer inocentemente.
Luces, risas y música inundaban el lujoso salón abarrotado con hombres en uniforme de gala y mujeres en elegantes trajes de noche. Guirnaldas verdes y grandes moños con los colores de la bandera francesa decoraban el lugar cuidadosamente iluminado por múltiples candelabros. Había una larga mesa de buffet cubierta con un mantel impecablemente bordado, y coronado con toda clase de bocadillos y bebidas. A lo largo del salón, meseros vestidos en librea servían champaña a los galantes caballeros que orgullosamente mostraban las medallas en sus pechos y a las damas que blandían sus abanicos con coquetería. La gente parecía disfrutar mucho a pesar de las tensiones vividas durante esos días en el Frente, olvidando en aquel mágico instante de la celebración que cientos de kilómetros al norte, los Aliados estaban luchando desesperadamente en la Quinta Batalla de Arras, para arrojar a los alemanes del territorio francés.
Un grupo de damas de mediana
edad interrumpieron su conversación por un momento cuando una joven pareja entró
en el salón causando la general admiración entre los invitados. Cada ojo
masculino en aquel lugar se deleitó ante la vista de la joven dama en el
gallardo vestido verde que caminaba graciosamente junto a un joven oficial.
Esa es la heroína americana – dijo una de las damas en el grupo.¿La joven que salvó al grupo que se quedó varado en la nieve? – inquirió una mujer rubia y alta – Ciertamente es muy hermosa, debo admitirlo.
¿Pero de dónde consigue un vestido así una simple enfermera como ella? Me pregunto – comentó una tercera dama de cabellos blancos arreglados en un rodete, mientras usaba sus impertinentes para examinar mejor al atuendo de la joven.
Bueno, mi esposo cree que ella viene de una rica familia americana – señaló la primera dama que era la esposa de Vouillard.
¿Y cómo sabe él eso? – preguntó la dama rubia.
Dice que su familia tiene conexiones con el Mariscal Foch – dijo la Sra. Vouillar contenta de ser la posesora de un chisme tan jugoso.
Muy impresionante ¿Y quién es el joven teniente que viene acompañándola? – preguntó la anciana de los cabellos blancos.
Uno de los médicos del hospital militar – apuntó la Sra. Vouillard - ¿Está mono, no?
¡Y no tiene mal gusto! – se rió la dama rubia y su comentario despertó las carcajadas generales en el grupo.
El corazón de Yves a penas si podía caber en su pecho. Observaba cómo la mayoría de los hombres en el baile le miraban con un dejo de envidia en sus ojos y él sabía que la deslumbrante dama cuya mano descansaba en su brazo era la causa de las codiciosas miradas masculinas. El joven notó también que Candy se desenvolvía con soltura y confianza en aquella atmósfera de la alta sociedad. Yves ignoraba que, aunque a ella le desagradaba el protocolo de la rígida élite, la joven estaba familiarizada con él. La maravilla del asunto era que la muchacha había logrado preservar su frescura y espontaneidad a pesar del acartonado mundo en el cual había vivido desde la edad de doce años.
La joven pareja se mezcló con
los otros invitados, bebió, comió y charló con el resto del personal médico
que había sido invitado, mayormente médicos y sus esposas o prometidas. Candy
hizo su mejor esfuerzo por aparentar calma y entusiasmo logrando cierto éxito
en su intento. Sin embargo, internamente se encontraba incómoda y no podía
sacarse de la cabeza a un par de ojos azules. Adicionalmente a sus constantes
pensamientos sobre el hombre en su corazón, la joven estaba también preocupada
por la conversación que sabía debía de enfrentar y las palabras que debía
decirle a Yves aquella noche.
¿Te gustaría bailar? – preguntó Yves sonriendo cuando la orquesta empezó a tocar el primer vals de la noche.
La joven asintió con la cabeza aceptando la invitación al tiempo que dejaba su
copa sobre la mesa y ponía su mano en el brazo que el joven le ofrecía. Yves
estaba desbordante de alegría al tener a la joven de sus sueños en sus brazos
durante el baile, pero también él buscaba desesperadamente una oportunidad
para hablar con ella en privado. A pesar de ello, se dijo a sí mismo que esa
conversación podía esperar para más tarde, así que simplemente se concentró
en disfrutar del momento mientras sus ojos devoraban cada línea en la primorosa
figura de Candy y su cuerpo se ensimismaba en el dulce placer de saborear la
cercanía con el cuerpo de la muchacha. Después del vals la pareja bailó
las cuadrillas, danza que la joven usualmente disfrutaba mucho y posteriormente
se unieron de nuevo a su grupo de colegas.
A la media noche Vouillard hizo uno de aquellos discursos que él siempre disfrutaba mucho pero que la audiencia sufría indeciblemente. No obstante, como él era el director del hospital y el anfitrión en esa ocasión, nadie se quejó. Aunque el hombre habló interminablemente, al final de su perorata todos lograron despertarse para recibir las últimas palabras de Vouillard con un aplauso.
- Gracias, damas y caballeros – dijo Vouillar sonriente – Ahora, quisiera agradecer a la persona que ha sido mi más grande apoyo durante casi toda mi vida, me refiero a mi esposa Christine. Querida Chris, me gustaría invitarte a bailar algo que yo sé que te gusta mucho.- dijo dirigiéndose a su esposa que tuvo la gracia de sonrojarse ligeramente ante los cumplidos de su marido.
Vouillar le hizo una señal a la orquesta y ayudando a su esposa a levantarse le tomó la mano y la llevó hasta el centro del salón. Poco a poco otras parejas comenzaron a unirse a los anfitriones.
Yves se volvió para mirar a la
joven a su lado y la invitó de nuevo a bailar.
Creo que estoy algo cansada – dijo Candy tratando de excusarse para evitar otro vals en el cual Yves tendría que tomarla en brazos.Pero si apenas si hemos bailado un poco, Candy – insistió él sonriendo afablemente – ¿Cómo puedes haberte cansado tan pronto al bailar, cuando puedes soportar horas de trabajo en cirugía?
Está bien – replicó ella admitiendo su derrota – Pero no te quejes si te piso – advirtió.
La joven pareja se puso de pie y caminó lentamente hasta el centro del salón.
La música tenía carácter pero era dulce al mismo tiempo. Era un gracioso y
elegante vals con una majestuosa línea melódica. Candy notó que Yves era
verdaderamente un bailarín consumado. Ella estaba, de hecho, empezando a
disfrutar el baile mientras la orquesta tocaba con aire vivaz, cuando de repente
sus ojos vedes fueron interceptados por un par de pupilas grises, y ella pudo
leer en ellas el profundo amor que el dueño de aquellos ojos sentía por ella.
La joven comprendió entonces que tenía que hablar pronto. La situación que
estaban viviendo no era justa para Yves. Siempre es mejor enfrentar la verdad,
sin importar cuán dolorosa pueda ser, que vivir una mentira.
Candy siguió el paso de Yves e
internamente decidió que esa era la última vez que bailaba con él en su vida.
Su noble corazón se entristeció con la perspectiva, sabiendo que estaba a
punto de perder a un amigo. Sus pies continuaron siguiendo la música hasta que
la última nota murió en los violines. Candy no vería otra vez en varios años
aquella abierta sonrisa en el rostro de Yves.
¿Sabes? Me gustaría salir a tomar un poco de aire fresco – pidió Candy cuando la orquesta comenzaba a tocar otra pieza. La muchacha estaba realmente buscando la ocasión para hablar en privado con el joven, ignorando que él también intentaba buscar la ocasión para decirle lo que había en su corazón.
Los jóvenes salieron del salón hacia el balcón. Afuera, la luz de las
estrellas se confundía con los faroles de la ciudad dormida, y una vez que Yves
hubo cerrado la puerta tras de sí, los ruidos de la fiesta se redujeron, dejándolos
solos con el silencio nocturno.
Ambos permanecieron callados
por un momento. Ninguno de los dos se sentía capaz de iniciar la conversación
que de alguna forma temían, aunque cada uno por diferentes razones.
Yves, quiero agradecerte por invitarme – logró ella decir, siendo la primera en hablar – Realmente me la estoy pasando muy bien – añadió sinceramente.Quien te debe agradecer por hacerme el honor de acompañarme, soy yo – replicó él mirándola con devoción.
Ella respondió con una tímida sonrisa y luego un bochornoso silencio reinó
entre ellos, pero Candy recordó el consejo de Julienne y una vez más ganó el
valor necesario para hablar.
Me gustaría decirte algo – ambos dijeron al unísono, sorprendiéndose el uno al otro con la coincidencia.
El hombre y la mujer se rieron del incidente por un breve instante antes de que
pudieran continuar con la conversación que quería comenzar.
Las damas primero ¿No es así? – dijo ella tratando de tomar la iniciativa.Eso es verdad – aceptó Yves – pero esta vez me gustaría cambiar los roles y ser el primero en hablar ¿Te molestaría?
Candy se quedó muda por un segundo interminable. En el fondo de su alma
tenía miedo de las intenciones de Yves y quería evitar una inútil confesión
amorosa que solamente terminaría por lastimarlos más. Sin embargo, los ojos
del joven rogaron con tan fuertes súplicas que ella no pudo negarse
a su petición.
Adelante – concedió ella.
El rostro del joven se iluminó bajo el destello de las estrellas mientras
trataba de reunir el arrojo necesario para abrir su corazón.
Candy – comenzó – Ha pasado casi un año desde nuestra última conversación en el parque. Entonces te prometí que sería tu amigo y esperaría pacientemente sin importar cuán fuertes fueran mis sentimientos hacia ti. He cumplido mi promesa todo este tiempo, pero ahora, ciertas circunstancias me están forzando a volver a tocar el tema. Creo que es el momento adecuado para definir nuestra relación.
Candy se quedó boquiabierta cuando se dio cuenta de que sus presentimientos no
habían estado equivocados. Por lo tanto, la muchacha tenía que detener aquella
confesión.
Precisamente – interrumpió ella con el tono más dulce que tenía mientras sus ojos se clavaban en el piso – Creo que es un buen momento para aclarar las cosas entre nosotros.Entonces parece que estamos empezando a coincidir – replicó él con una tímida sonrisa, buscando en la oscuridad la mano de la joven que descansaba sobre el barandal y tomándola entre sus manos con ternura.
Me temo que no es así – contestó Candy pausadamente , mientras retiraba su mano de las de Yves en un gesto instintivo – Yves, creo que ya se lo que vas a decirme y no hay necesidad de una confesión como esa.
Pero hay algo que ignoras, Candy – dijo él nerviosamente – He recibido órdenes de unirme al hospital ambulante en Arras, debo partir en un par de días más y antes de que me vaya me gustaría saber que a mi regreso una amorosa prometida me estará esperando. Por supuesto, espero que esa mujer no sea otra que tú. Eso me haría el más feliz de los hombre en este mundo.
Candy desvió sus ojos sin poder mirar directamente al rostro del joven. En toda
su vida, nunca había experimentado una situación similar. Recordó la vez que
Archie estuvo a punto de confesarle sus sentimientos en el Colegio San Pablo,
pero en aquella ocasión, ellos eran solamente una pareja de adolescentes y las
circunstancias jamás le permitieron al muchacho completar su confesión.
Algunos años después había sido Neil quien le declarara su amor por ella,
pero la profunda aversión que ella sentía hacia su enemigo de la infancia no
le permitió sentir nada más que conmiseración. La situación con Yves era
distinta, pensó ella, ahora era una mujer adulta escuchando la propuesta de
matrimonio de un querido y admirado amigo, y ella sabía que tendría que
rechazarlo y consecuentemente romper el corazón del joven y perder también su
amistad.
Yves, eres un hombre muy bueno – dijo ella con voz a penas audible –Te admiro y te aprecio pero me temo que mi corazón no puede corresponder a tus sentimientos – concluyó deseando que el piso se abriese bajo sus pies y la tragase por completo.Pero mi amor por ti es tan fuerte que podría suplir tu falta de pasión mientras aprendes a corresponderme – rogó él sintiendo cómo sus últimas esperanzas morían.
Candy levantó sus encantadores ojos que estaban ya llenos de lágrimas haciendo
que sus pupilas verdes brillasen bajo la luz de la luna.
No tiene caso, mi querido amigo – murmuró roncamente – Mi corazón ha estado cerrado con llave por cuatro años y esa llave está en las manos de alguien más. He tratado de abrirlo muchas veces pero no parece obedecer a mis órdenes.
Yves alzó la cara hacia el cielo, haciendo un gran esfuerzo por ocultar las lágrimas
que invadían sus ojos y la frustración que impregnaba cada una de sus
facciones. Candy pudo notar cómo un músculo en sus sienes se tensaba con la
ansiedad reprimida.
Es por Grandchester ¿No es así? – dijo él amargamente.Yves, por favor, no te lastimes más – suplicó Candy que no estaba dispuesta a dar mayores explicaciones.
Es él quien tiene la llave de tu corazón ¿Me equivoco, Candy? – preguntó otra vez casi gimiendo de dolor - ¡Por favor Candy, necesito saber la verdad!
La rubia bajó la cabeza de nuevo, volviendo la espalda para ocultar su rostro
afligido. Caminó unos cuantos pasos por el balcón. Luego, se detuvo y con los
brazos cruzados sobre el pecho confesó:
Sí, estoy enamorada de él – admitió – Lo he amado por largo tiempo. A veces creo que vine a Francia tratando de huir de su recuerdo, pero el destino insiste en ponérmelo en el camino – explicó – Desearía que las cosas fueran diferentes entre tú y yo, Yves. Desafortunadamente, no puedo controlar mis sentimientos por él- concluyó Candy melancólica.Él debe ser un hombre muy afortunado – murmuró Yves con voz temblorosa – Espero que pueda hacerte feliz como lo mereces, Candy.
Las lágrimas de la joven finalmente corrieron por sus lindas mejillas,
iluminadas por los rayos lunares. La situación se había vuelto extremadamente
dolorosa para ella.
No me malinterpretes, Yves – trató ella de aclarar – Amo a Terri, esa es la verdad, pero eso no significa que él corresponda mis sentimientos. Una vez él estuvo enamorado de mi, pero eso fue en el pasado. Ahora somos solamente amigos, y puede que así permanezcamos por el resto de nuestras vidas. Sin embargo, lo que él sienta o no por mi no cambiará mis sentimientos por él. Ahora sé que siempre le amaré hasta el último día de mi existencia – suspiró ella tristemente.No creo que le seas indiferente, Candy – dijo Yves con sinceridad – Como hombre de algún modo entiendo los sentimientos de Grandchester por ti, y aunque me encantaría decirte lo contrario, si quiero ser franco contigo y conmigo mismo, debo admitir que él ciertamente parece estar muy enamorado de ti. De alguna forma, lo sentí desde que lo vi por primera vez, la noche en que regresaste del Frente . . . De todas formas, el resultado siempre es el mismo para mi, parece que el amor me niega su gracia – concluyó él con oscuro tono.
El alma de Candy se encogió ante el comentario de Yves y su característico espíritu
noble luchó desesperadamente por encontrar alguna palabra de aliento para el
hombre cuyo corazón acaba de romper involuntariamente.
Yves, yo sé que todo lo que pueda decirte ahora podría sonar vacío y sin sentido – comenzó ella – Comprendo tu dolor porque he estado en situaciones similares antes, y sé lo que se siente tener el corazón roto. No obstante, el amor no siempre esconderá su rostro de ti . . . . Eres un hombre increíble y estoy segura de que muchas mujeres querrían ser amadas por ti y te corresponderían con ardor. Sólo es cuestión de tiempo.
El joven miró a Candy con una triste sonrisa. “No me importan todas esas
mujeres que dices tú Candy” - pensó – “Es solamente tú quien yo
desearía me correspondiera.”
Gracias amiga – dijo él luchando por contener las lágrimas – Ahora, supongo que te gustaría volver al hospital – sugirió sin mirar a los ojos de la joven.Creo que sería lo mejor – replicó ella.
La Sra. Kenwood hacía su ronda
cuando se dio cuenta de que una de las camas estaba vacía. No obstante, como
era la cama de Terri la anciana no se preocupó en lo más mínimo. El paciente
estaba, después de todo, prácticamente recuperado y una pequeña caminata
nocturna no le iba a hacer ningún daño. Además, no era la primera vez que él
hacía algo así y la mujer lo sabía.
¡Tan joven y sufriendo de insomnio! – pensó ella- ¡Ay, pobre niño!
Después de esta consideración la anciana continuó revisando el estado de los
otros pacientes.
¡Ya pasan de la media noche!- pensó él - ¿Qué diablos está ella tratando de probar?
El joven caminaba a lo largo de los oscuros corredores con pasos largos y firmes,
los cuales eran clara señal de su recuperación física, pero también daban
cuenta de su nerviosismo. Dejó atrás los pabellones y los quirófanos y
continuó caminando hasta llegar a los dormitorios del personal. Conocía bien
el lugar hacia donde se dirigía porque en los meses anteriores había recorrido
el mismo camino varias veces durante las horas de la madrugada. Solía vagar
hacia el cuarto de ella, reposar luego su frente en la puerta de madera de su
dormitorio e imaginar que podía seguir el ritmo de los latidos del corazón de
la muchacha mientras dormía. Se quedaba ahí en silencio por instantes sin
tiempo, percibiendo el perfume de la joven, su calor, su sabor y el sonido de su
respiración con los sentidos del alma.
Pero esa noche su expedición no era tan placentera como lo había sido otras veces. Con cada nueva zancada su cuerpo alcanzaba más alta temperatura y su mente lo envenenaba con oscuras ideas. Terrence Grandchester se odiaba a si mismo en ocasiones. Su mal carácter, su inseguridad disfrazada de arrogancia, las heridas internas aún sin sanar, su hostilidad y su apasionado corazón le habían traído siempre una buena cantidad de complicaciones, y aunque su oficio era controlar y fingir emociones, siempre que se trataba de Candice White, su auto-control se iba al traste y sus sentimientos tomaban posesión de sus actos en forma caótica.
Y ahí estaba él, caminando en
círculos a lo largo del corredor que llevaba al cuarto de Candy, mirando
insistentemente al reloj en la pared y viendo repetidamente a través de la
vidriera de la ventana para cerciorarse si un auto aparecía en la lejanía.
¿Qué estoy haciendo aquí?- se decía así mismo cuando el lado razonable de su yo salía a la superficie de su mente - ¿Tengo acaso el derecho de entrometerme en su vida personal? ¿Qué soy yo para ella? Solamente un amigo. Alguien que ella alguna vez amó pero que después la dejó para prometerle matrimonio a otra ¿Qué significo para ella ahora? Tal vez solamente un recuerdo de un tiempo ya en su pasado que no desea recordar. Entonces . . .¿Cómo me atrevo a estar aquí, esperándola como un marido engañado? – pero un segundo después su yo combativo protestaba - ¿Y qué hay con todas esas miradas? ¿Qué de todas las veces que tomé su mano durante estos meses y ella no la retiró? ¿Y la flor diaria en el vaso? ¿Los atardeceres que compartimos en el jardín?¿Su preocupación por mi relación con mi madre y mil otros detalles que han hecho nacer en mi la esperanza? ¡No! Ella no se va a salir con la suya con todos estos mensajes confusos que me ha mandado ¡Me debe una explicación!
Y así continuó caminando en círculos, debatiendo si debía quedarse o
marcharse y torturándose a sí mismo con especulaciones morbosas acerca de lo
que Candy e Yves podrían estar haciendo esa noche.
Una repentina ráfaga
cruzó la noche presagiando la inminente lluvia. El auto se detuvo en frente de
los dormitorios del personal. Una vez que el ruido del motor se hubo extinguido,
un nuevo y desagradable silencio se cernió sobre el joven médico y la rubia.
Ambos estaban conscientes de que la hora de su despedida había llegado y
ninguno de ellos sabía cómo enfrentar la penosa situación. Sin decir palabra
Yves abrió la portezuela y salió del auto, caminando alrededor del vehículo
para abrirle la puerta a Candy. La joven aceptó la mano que el hombre le ofreció,
pero una vez que se hubo apeado e intentó recuperar su mano se dio cuenta de
que el joven no la quería soltar.
¿Podrías reconsiderar tu decisión? – rogó en un último intento, mirando ardientemente a las lagunas verdes en los ojos de la joven.Por favor, Yves . Ya discutimos eso – replicó ella abrumada.
Entiendo. Discúlpame- murmuró él acremente - ¿Te veré de nuevo antes de mi partida?
No lo creo – respondió ella con los ojos fijos en el pavimento – Estaré trabajando en cirugía por dos días y supongo que tú vas a estar de licencia ¿No es así?
Así es. Puede que pase por el hospital para despedirme de mis pacientes y entregar un reporte, pero me imagino que tú vas a estar ocupada – insinuó tristemente, aún sin soltar la mano de la muchacha – Así que . . .creo que este es el adiós.
Sí.
Candy . . .quieres . . .- dudó él mientras su corazón luchaba entre su amor altruista por la joven y su pasión posesiva - ¿Quieres que hable con Grandchester, de hombre a hombre? Tal vez yo le pueda hacer ver que . . .
¡No, por favor! – interrumpió ella alarmada – Si hay algo que decir, es sólo entre Terri y yo . . . Tal vez, al final de todo, él se irá al igual que tú, y yo continuaré con mi vida como siempre lo hecho – dijo liberando finalmente su mano del fuerte apretón del joven.
La joven tomó la cola de su vestido y dando la espalda empezó a caminar, pero
un segundo más tarde detuvo sus pasos y regresó hacia donde estaba el joven.
Amigo mío – dijo ella conmovida – Siento muchísimo haberte lastimado de esta manera. Desearía que las cosas entre nosotros hubiesen sido diferentes. Yves . . .¿Podrías alguna vez perdonarme por el daño que te he causado?No hay nada que perdonar, Candy – replicó él sinceramente – Culpa al destino, a la suerte o a esta guerra sin sentido . . .Sé bien que nunca quisiste lastimarme.
Candy se quedó sin palabras por un instante.
Adiós amigo mío , y por favor, cuídate mucho cuando estés en el Frente – dijo ella ofreciéndole su mano.
El joven tomó la delicada mano femenina e inclinando su torso hacia la muchacha
depositó un beso en su mano enguantada, el cual hizo durar por unos segundos,
como el último contacto robado con la mujer que nunca sería suya. Un instante
después de que los labios del joven se hubieron separado de la mano de Candy,
ligeras gotas de una fina llovizna empezaron a caer.
Adiós, Candy. Rezaré por tu felicidad – dijo él dejando ir a la joven y siguiéndola con la mirada hasta que ella hubo desaparecido cerrando la puerta trasera del hospital. No la volvería a ver en años.
Las gotas de lluvia empezaron a caer más insistentemente e Yves permaneció
bajo el cálido chubasco veraniego dejando que el agua lavara sus penas. Después
de un rato, finalmente reaccionó y se metió al auto, el cual desapareció en
la distancia bajo la lluvia que incrementaba su fuerza a cada minuto.
Una vez que la joven hubo
entrado en el edificio, comprendió que de nuevo alguien querido para ella salía
de su vida. No estaba enamorada de Yves, pero era terriblemente doloroso perder
a un amigo. No pudo evitar derramar una lágrima que se apresuró a enjugar con
el pañuelo bordado que guardaba dentro de su guante. Afuera, el aguacero se hacía
cada vez más tupido.
Un par de iridiscentes ojos azules observaron con desesperación la escena de los adioses de Yves y Candy. Pero desde la distancia, sin saber las palabras que se estaban diciendo y con la mente nublada por los celos, el joven en el corredor percibió una versión muy diferente de la historia. El corazón de Terri se consumió en llamas contando los minutos que Yves sostuvo la mano de Candy, imaginando las ternezas que podría estarle diciendo y pensando que cada vez que la joven bajaba la cabeza era porque se sentía abrumada por los cumplidos del joven médico. Entonces, ella pareció despedirse y alejarse unos metros, solamente para regresar después hacia donde el hombre estaba aún de pie, junto al auto. Cuando el hombre inclinó su torso hacia la joven, la sangre azul de Terri alcanzó el punto de ebullición y sin tener el valor de presenciar cómo alguien que no era él mismo besaba a la mujer de su vida, volvió el rostro alejándose de la ventana mientras una lágrima solitaria le rodaba por la mejilla. El joven no vio cómo Yves simplemente besaba la mano de Candy y ella corría hacia el hospital después de eso.
Candy subió las escaleras lentamente, sus pies se sentían tan pesados como su corazón. Solamente podía pensar en llegar a su cuarto para liberarse del corsé, tomar una ducha fría y meterse a la cama con el fin de buscar en el sueño algún tipo de alivio para su desconsuelo. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que el deseado descanso no sería posible al descubrir con ojos asombrados la figura de Terri de pie en el corredor, esperándola.
El joven, que había
experimentado todas las pasiones de un corazón afligido en una sola noche,
perdió los últimos vestigios de cordura que le quedaban cuando finalmente vio
a la hermosa carcelera de su alma caminando hacia él. Recorrió con la mirada
la curvilínea figura envuelta en la seda verde de una falda recta con una breve
cola. Sus oídos pudieron percibir los suaves ruidos de sus enaguas almidonadas
con cada paso que ella daba hacia él, y conforme se acercaba, el joven
pudo distinguir el atrevido escote enfatizado por una banda drapeada de seda
verde oscuro que regalaba la vista de dos delicados y blancos hombros y un
seductor pecho que hizo que el pulso del hombre se acelerara. Interiormente
Terri maldijo a la costurera por jugar con sus ansiedades masculinas justo en el
momento que la última cosa que él quería, era derretirse ante la mujer que lo
había hecho sufrir en toda aquella noche. Luego, el joven pensó que el mismo
efecto que el revelador vestido tenía sobre él, debía haber sido sentido por
Yves y los demás hombres en la gala, y esta sólo reflexión fue suficiente
para ponerlo en el peor de sus humores.
¿Se divirtió la Srta. Andley? – preguntó sardónicamente - ¡Pero qué pregunta más estúpida de mi parte, seguramente sí lo hizo. Después de todo ya son las 2 de la mañana!
Candy miró al hombre con ojos pasmados ¿Qué estaba diciendo?¿Le estaba
reprochando la hora en que llegaba? ¿Estaba él ahí esperándola para regañarla
como si fuera su padre? ¡Eso era el colmo! Una pelea con Terri después de los
bochornosos momentos que había vivido al lado de Yves serían la gota necesaria
para derramar el vaso de una noche terrible.
Por favor, Terri – rogó ella tratando de evitar una nueva pelea con el joven – He tenido un día muy difícil y no quiero pelear contigo ahora – concluyó pasando de largo frente al joven.¿Y quién se está peleando, querida? – replicó él caminando tras de ella, sin estar dispuesto a dispensarla de su venganza – Yo solamente me preguntaba si te habías divertido bailando con ese maldito comedor de ranas ¿No piso tus piecesitos?
Ignoraré ese estúpido y grosero comentario – respondió ella altiva sin detener su paso.
Tal vez la dama debería de preocuparse por su reputación – continuó él mofándose– Salir sin chaperona no es el estilo americano, supongo. Me pregunto lo que tu conservadora familia diría si se enterara qué tan liberal te estás volviendo aquí en Francia.
¡Ja! – se rió Candy burlonamente - ¿No es irónico cómo un caballero puede presumir de sus habilidades para conquistar los afectos de muchas mujeres con vergonzosa promiscuidad, mientras que una dama debe permanecer pura e intocable, siempre resguardada por una vieja chaperona? ¡Por favor, Terri! ¡Déjame en paz! ¡Estamos en el siglo XX!
¡Ay, se me olvidaba que la dama es una feminista! – insistió él, sin estar dispuesto a renunciar – Pero no es tan radical como para rechazar la adulación cuando viene de una hombre ¿No es así? ¿No te dijo él mil veces cuán abrumadoramente bella luces esta noche? Seguramente eso complació tu ego en buena medida ¿Dime Candy, disfrutas haciendo que los hombre enloquezcan? ¿Te complace jugar con los sentimientos de ese ridículo médico francés?
La joven, que ya había llegado hasta la puerta de su cuarto, se detuvo en
silencio, visiblemente molesta con los comentarios agrios de Terri.
¿Cómo puedes, tú precisamente, atreverte a decir cosas tan horribles? – le reprochó con el fuego de la ira ardiendo en el fondo de sus ojos verdes – Me conoces muy bien y deberías ser capaz de comprender que yo jamás jugaría con los sentimientos de Yves- se defendió ella encarando al joven.¡Entonces estás jugando con los míos, mocosa malcriada! – respondió él mientras el demonio de los celos poseía su mente y cuerpo.
A este punto el joven ya no era dueño de sus reacciones. Controlado por la cólera
asió violentamente a la joven por los hombros, luchando furiosamente contra los
estremecimientos que le recorrían el cuerpo a causa del contacto con la suave
piel de aquella mujer, y empujándola hasta acorralarla contra el muro.
Terri colocó sus manos en la pared, una de cada lado de modo que la muchacha
quedó atrapada en una celda cuyos barrotes eran los brazos del joven.
Candy se quedó inmóvil, los
movimientos rápidos del hombre la habían tomado por sorpresa. Su proximidad le
estaba haciendo bajar la guardia en contra de su voluntad. Ahí estaba él, sus
atrayentes ojos encendidos en flamas verdes y azules, su agitada respiración
invadiéndole el olfato con esencia de canela, y para acabar de empeorar las
cosas, tal vez forzado por el calor de la noche, el hombre se había quitado la
camisa y ella podía admirar sus marcados hombros y pecho.
Estoy perdida – fue lo último pensamiento coherente que ella pudo coordinar enojándose consigo misma por su debilidad y deseando tener control de la situación justo como él parecía dominarla.
No obstante, nada podía estar más lejos de la realidad. Terri estaba tan
perdido como Candy, subyugado por los encantos de la joven que parecían más
tentadores vistos de tan cerca.
¿Es así, Candy? – preguntó él suavemente - ¿Estás jugando con mis sentimientos?Terri , yo . . . - masculló ella y el corazón le dio un vuelco cuando él uso su mano derecha para levantar la barbilla de la joven y así verle directo a los ojos.
El hombre inclinó su rostro y Candy reaccionó entrecerrando los ojos. Se sentía
bajo el influjo de una clase de encantamiento que no le permitía pensar. El
rumor de la lluvia afuera del edificio y la agitada respiración de ambos era lo
único que ellos podían escuchar.
Él, por su parte, miró
a los labios rosas de la joven evocando el sabor a fresas silvestres que una
sola vez había probado. Pero entonces, el recuerdo de la escena que había
visto desde la ventana un minuto antes le apuñaló de nuevo.
¡Ay, Candy! – dijo él con vehemencia – Quiero borrar de tus labios cada beso francés que recibiste esta noche, para siempre.
¡Acto seguido la visión del joven se oscureció! Un agudo dolor en su mejilla lo despertó del trance al tiempo que la joven le abofeteaba la cara. La muchacha, con los ojos llenos de lágrimas y el alma llena de indignación aprovechó la confusión del muchacho para liberarse de su prisión y entrar a su cuarto en un solo movimiento. Pronto, el joven estaba de nuevo solo en el corredor, frustrado con el abortado deseo de un beso que nunca nació y el corazón roto por un nuevo rechazo. Pero lo peor de todo era que él comprendía claramente que su enorme boca había arruinado su oportunidad.
Dentro del cuarto Candy corrió
a arrojarse en la cama donde derramó las más amargas lágrimas.
¿Cómo pudiste decir eso? – dijo ella entre sollozos -¡ Cuando tú has sido el único que he besado en toda mi vida. Hombre estúpido y arrogante!
El llanto de Candy se perdió en el barullo de la tormenta. El cielo vertió sus
torrentes sobre París por el resto de la noche.
El día siguiente era agosto 30. Terri no había conciliado el sueño ni por un instante en toda la noche y se sentía como el hombre más miserable en toda la Tierra. Sabía que no vería a Candy por dos días porque ella le había hecho saber con anticipación –antes de su pelea, por supuesto – que estaría trabajando en cirugía de tiempo completo. Por lo tanto, su desesperación era aún peor. Pensó en ir al cuarto de Candy durante la noche siguiente para disculparse, pero después cambió de opinión. Para él, era más que obvio que había perdido la batalla. Mientras Candy había tenido tiernos adioses con Yves la noche anterior, él solamente había conseguido una humillante bofetada ¿Podía acaso estar más claro que el doctor francés lo había derrotado finalmente?
Por otra parte, Yves Bonnot no se apareció en todo el día. El médico que lo substituyó no explicó qué había pasado con su colega y Terri no preguntó. Así que el día pasó lenta y penosamente. Nada podía ser peor que aquel silencio e incertidumbre, pensó el joven, pero la siguiente mañana se daría cuenta de que ciertamente había algo peor.
El día siguiente Terri recibió una carta con el sello del ejército de los Estados Unidos. El mensaje decía simplemente que se esperaba que se uniera a su pelotón en Verdún. La carta también incluía un boleto de tren para la mañana del 2 de septiembre, muy temprano. Al joven se le habían concedido dos días de licencia empezando el día 31 de agosto, en otras palabras, ese mismo día. Se suponía que abandonase el hospital de inmediato.
Así que, después de tres meses, su tiempo se había terminado y parecía que había malgastado la oportunidad de su vida lastimeramente. Con el peso de sus remordimientos sobre los hombros Terri recogió sus pertenencias y una vez que hubo retirado los vendajes de su torso, empezó a ponerse el uniforme lentamente. La enfermera de turno le trajo unos papeles que debía firmar antes de salir del hospital y él se atrevió a preguntarle acerca de Candy. La mujer solamente pudo decirle que la rubia estaba participando en una cirugía y como era un caso difícil seguramente estaría ocupada por largo rato.
El joven se despidió
brevemente de los otros pacientes y al fin, mirando a aquel lugar que había
sido su morada por tres meses y sintiendo los mismos dolores en el corazón
que había experimentado cuando abandonó el Colegio San Pablo, seis años
antes, dejó el pabellón. No obstante, cuando ya estaba en marcha, caminando
por los corredores, alcanzó a mirar en la distancia al jardín interior y el
cerezo. Se detuvo un instante y en su mente vio de nuevo los momentos que había
disfrutado en compañía de la mujer que amaba. Terri se dio cuenta de que en
todo el tiempo que había pasado en París, no había reunido el valor para
decirle a ella lo que sentía.
¡Eres un cobarde y un estúpido! – se dijo a sí mismo - ¿Te vas a ir así nada más? ¿La vas a dejar ir de nuevo, sin intentarlo, por lo menos una sola vez? – le reclamó su voz interior - ¿Tendría caso hacerlo, si es claro que ella lo prefirió a él? – se contestó a sí mismo – Dices eso por lo que viste . . . o creíste ver . . . pero nunca se lo preguntaste a ella directamente ¿O sí? – respondió la voz en un reproche - ¿No sería bueno que trataras de sincerarte con ella abriéndole tu corazón? ¿Qué puedes perder? – continuó la voz – Podría recibir una nueva humillación, y ya estoy cansado de sus rechazos – dijo él – Entonces huye y deja que tu orgullo sea tu eterna compañía – concluyó la voz.
Ese último pensamiento se hundió en la mente del joven haciendo un eco que
resonó una y otra vez ¿No era Candy la mujer que él amaba? . . .¿La única
que él había amado jamás? Terri tomó su bolsa y caminó firmemente hacia el
jardín.
Se sentó en la banca que había compartido con Candy varias veces y sacando su carpeta de piel comenzó a escribir una carta. La mano del hombre trabajó sostenidamente por un buen rato hasta que la página estuvo llena. Finalmente firmó la misiva y la puso en un sobre.
No fue difícil para Terri
encontrar a Julienne Boussenières. La mujer se sorprendió cuando vio al joven
vistiendo su uniforme y con una mochila al hombro.
Madame – dijo él – como usted puede ver, hoy dejo el hospital. He recibido mis órdenes.¿De ese modo? Quiero decir, tan inesperadamente – preguntó la mujer pasmada.
Bueno, todos sabíamos que esto podía pasar de un momento a otro, pero no me quiero ir sin hablar con Candy por última vez – dijo él – Imagino que usted comprende lo que quiero decir, Madame.
Sí, Sr. Grandchester, lo comprendo – asintió la mujer.
Entonces ¿Me haría el favor de entregarle esta carta? Es importante. De hecho, Madame, ahora toda mi vida depende de esta carta – rogó él entregando el sobre en manos de la mujer.
En ese caso, Sr. Grandchester- replicó ella- puede estar seguro que la dama recibirá sus líneas.
Gracias Madame – dijo él amablemente – Espero que su esposo vuelva pronto y le deseo lo mejor – añadió ofreciendo su mano a Julienne.
Lo mismo le deseo Sr. Grandchester – respondió ella con una sonrisa.
El hombre soltó la mano de la mujer y se alejó.
Yves Bonnot había
pensado mucho en hablar con Terrence. Sabía que Candy no lo aprobaría pero él
sentía que necesitaba ver a su rival por última vez antes de su partida para
Arras y decirle que aceptaba su derrota. Era casi una cuestión de honor. Yves
no quería partir cobardemente. Desafortunadamente, cuando él llegó al
hospital aquella tarde se enteró de que Grandchester había abandonado el lugar.
Yves se preguntó si el actor y Candy habían llegado a un entendimiento, pero
como no pudo ver a la joven rubia, tuvo que dejar la ciudad sin saber lo que había
pasado con ellos. Su tren dejó París a las 8 pm aquella misma noche.
Cuando Candy regresó a su habitación aquella noche el cuerpo le dolía horriblemente. Había estado trabajando sostenidamente por dos días sin mucha recompensa. Más de la mitad de los pacientes que habían sido intervenidos habían muerto en el quirófano ¡Su frustración era absoluta! Pero esa era una sola de las muchas cosas que ella tenía para lamentarse. Su última pelea con Terri, la noche del baile de gala, la había devastado moralmente. La muchacha no sabía si debía sentirse enojada o culpable.
Los celos de Terri habían sido tan obvios en esa ocasión que ahora la joven estaba segura de que él sentía algo por ella más allá de la amistad . . . pero sus comentarios habían sido tan ofensivos para la muchacha que aún guardaba resentimientos y, al mismo tiempo, se lamentaba por su violenta reacción. Sus sentimientos hacia Terrence jamás habían carecido de complejidad. Cuando ella llegó a su cuarto lo único que quería era dormir profundamente para olvidar sus problemas, al menos por una cuantas horas.
Candy no sabía que los eventos
la iban a forzar a enfrentar su destino en vez de evadirlo con el sueño. Encima
de su cama la joven encontró una carta con una letra que ella conocía muy bien.
Cuando reconoció las firmes líneas el corazón le dio un vuelco dentro del
pecho. Con dedos convulsos por los nervios rasgó el sobre y empezó a leer:
Agosto 31 de 1918Mi muy querida Candy:
Una carta no es el medio correcto para expresarte mi arrepentimiento por mi conducta. Te debo unas disculpas formales y espero seas tan amable de concederme la oportunidad de expresarlas personalmente, aunque sé bien que no lo merezco. Solamente me atrevo a pedirte esto porque estoy seguro de que tienes un corazón noble.
Como debes ya saber cuando leas esta carta, he sido dado de alta en el hospital. Esta mañana recibí órdenes de reunirme con mi pelotón en el Norte y partiré en un par de días, pero antes de irme me gustaría muchísimo volverte a ver, para decirte lo avergonzado que me siento por haberte tratado en forma tan grosera. Debo insistir que este tipo de cosas tienen que decirse en persona.
Sé que mañana tendrás un día libre como siempre sucede cuando trabajas doble turno en cirugía. Comprendo que es muy pretencioso de mi parte esperar que me dediques algo de tu tiempo durante tu día libre, pero siendo que parto pasado mañana no hay otro momento que pueda verte para hablar. Tengo tantas cosas que decirte, Candy , no solamente mis humildes disculpas, sino muchos otros asuntos que no pude confiarte en todos estos meses. Tal vez lo que pueda yo decirte sea obsoleto o fútil, pero tengo que hacerlo. Por favor, te ruego, dame la oportunidad de hablar contigo.
No obstante, si decides que ya has tenido suficiente de mí, entenderé y aceptaré que he perdido para siempre tu amistad. En ese caso, yo soy el único culpable en esta historia. De cualquier manera, siempre bendeciré a mi suerte por darme la gracia de haberte conocido y atesoraré tu memoria hasta el último de mis días.
Por el contrario, si aún crees que este viejo amigo tuyo merece una última oportunidad, por favor querida Candy, encuéntrame al medio día de mañana, en el Jardín de Luxemburgo. Te estaré esperando cerca de la fuente principal frente al palacio.
Si nunca acudes a la cita, respetaré tu decisión y jamás volveré a molestarte por el resto de mi vida. Tienes mi palabra.
Siempre tuyo.
Terrence G. Grandchester
Continuará...