AGUSTINOS RECOLETOS
APORTES A LA
INDEPENDENCIA DE PANAMA
Todo país soberano requiere dotarse de instituciones,
políticas, sociales y culturales, para que verdaderamente se afiance su
independencia y el estado de derecho. La independencia y soberanía de Panamá
tienen en este año 2003 vida centenaria. Ello, sin duda, es resultado del
abnegado esfuerzo y empeño de muchos hombres y mujeres, panameños y no
panameños, profundamente patriotas que intervinieron en su momento de manera
directamente en la conformación de estas instituciones que han dado vida a
nuestro Panamá de hoy.
No son pocos, y justo es hacer memoria de ellos, los
hombres de Iglesia que ejercieron su ministerio sirviendo, a la vez que a la
Iglesia, a los mejores intereses de la Patria recién nacida. Es el caso del
religioso agustino recoleto Bernardino García, a quien, en su calidad de
capellán del batallón Colombia, correspondió asistir espiritualmente en sus
últimos momentos al líder cholo Victoriano Lorenzo y bendecir la primera
bandera panameña.
Por aquellos primeros años del siglo XX los agustinos
recoletos misionaban por el Darién y San Blas y en
Panamá atendían la Iglesia de San José, popularmente conocida como “Iglesia del
altar de oro”. El P. Bernardino García, nacido en la ciudad española de Tarazona, en 1862, y misionero por muchos años en las islas
Filipinas, formaba parte del grupo de agustinos recoletos que llegaron en 1899
a tierras americanas expulsados por la revolución que en aquellos mismos
tiempos se dio en el archipiélago asiático. Él quedó encargado de la Iglesia de
San José.
La historia de Panamá recuerda a este religioso
principalmente por haber asistido antes de su enjuiciamiento al líder
coclesano, Victoriano Lorenzo, el 15 de mayo de 1903, fecha de su
ajusticiamiento y por tener el honor de bendecir la primera bandera nacional el
20 de diciembre de ese mismo año.
Era una sacerdote muy querido, aunque también, al
parecer, muy criticado por su intervención en el primero de estos dos estos dos
sucesos de nuestra de nuestra historia panameña. Uno de los cronistas de la
orden de Agustinos Recoletos recoge una carta del P. Bernardino en la habla de
alguien, de quien no da su nombre, que le está haciendo mucho daño y que no
repara en utilizar la propia prensa para desprestigiarlo.
No hay forma de determinar si esta campaña contra el P. Bernadino tenía que ver con la asistencia espiritual dada a
Victoriano Lorenzo en los momentos anteriores a las treinta y seis descargas de
fusil con que lo ajusticiaron. Lo cierto es que el propio religioso, a quien
correspondía ofrecer tal servicio al reo por ser capellán del batallón
Colombia, tan solo cinco días después del fusilamiento publicó en el periódico
La Estrella de Panamá, su propio testimonio del hecho para salir al paso de
quienes decían que el ajusticiado llegó borracho al cadalso y que el propio
sacerdote tuvo que ver con su borrachera.
Ya, de entrada, dice el recoleto en su escrito que “desde el momento en que en el cumplimiento
de mi deber penetré en la celda de la prisión de Victoriano Lorenzo, a las
nueve y treinta de la mañana, nada recibió ni tomó el reo Victoriano” y que la
comunicación de la sentencia la recibió “con edificación y arrodillado
contestando con entereza y claridad a los diferentes requerimientos que le
dirigimos entonces sobre los misterios de nuestra Santa Religión... y quienes
en forma muy distinta pudieron escuchar cuando delante de la hostia consagrada,
pidió perdón a los que le había agravado”.
Lo de la bebida lo explica de la siguiente manera: “en atención al calor sofocante que en la
prisión se sentía, y con el objeto de que no decayera su ánimo, mandé traer
tres o cuatro tragos de brandy a los que agregamos agua helada pagando en cada
oportunidad cuatro reales por cada uno de ellos”. Estos tragos de brandy con
agua no perturbaron ni emborracharon a Victoriano Lorenzo que siguió
manteniendo “la misma serenidad de ánimo
que por la mañana tenía, como lo pude ver para las diferentes recomendaciones
que me hizo, ya para su legítima esposa, como para otras personas”. Y
recalca que “en ningún momento Victoriano
dio la impresión de que los tragos de brandy que había tomado por nuestra
indicación le habían afectado el entendimiento”.
El propósito del P. García al publicar este testimonio
parece no ser otro que el de defender el buen nombre del líder popular panameño
y su correcta actuación como sacerdote en el caso. En este sentido señala: “a pesar de los comentarios que se han hecho
posteriormente, yo habría sido cruel y criminal si hubiera permitido que
Victoriano Lorenzo hubiera llegado a un estado de embriaguez pues él en todo
momento se mostró completamente lúcido, sereno y coherente, con la suficiente
inteligencia, como para discurrir en forma correcta en cada uno de los momentos
que le quedaban antes de llegar al patíbulo para cumplir su sentencia”.
Termina su escrito el P. García formulando una
contundente protesta contra quienes quisieron hacer leña del árbol caído.
Escribe: “Yo no me separé de él en todo
el día. Yo que pude conocer a fondo la entereza de su carácter, la valentía de
su corazón, protesto de lo que se ha querido atribuir, y así mismo declaro que
hasta su último minuto estaba en perfecto conocimiento de sí mismo y de todo lo
que sucedía a su alrededor. Él murió como un verdadero cristiano. Creo, señor
director, que al dirigir a usted esta nota he cumplido con una obligación de mi
conciencia”.
El 20 de diciembre de 1903, unas semanas después de
proclamada la Independencia, al P. Bernardino correspondió llevar a acabo el
llamado “bautizo de la bandera”. Ideada por don Amador Guerrero y confeccionada
por María Ossa, la bandera panameña fue bendecida por
el religioso recoleto en un acto con abundante pompa militar. Dice Ernesto Castillero que el P. García acompañó la bendición con “una oración elocuente, como todas las suyas,
para explicar las trascendencias del acontecimiento y el significado del
juramento que se iba a tomar a la tropa y a los oficiales inmediatamente”.
El P. García salió de Panamá rumbo a España en 1910; allí
vivía cuando estalló la guerra civil española en 1936. Se refugio en la
embajada de Panamá y en esa delegación fue exquisitamente atendido por la
familia Lasso de Lavega hasta su muerte acaecida el
siete de enero de 1937. Unas líneas escritas poco antes de su fallecimiento,
dejan constancia de su amor por esta tierra y su apoyo a la gesta
independentista: “no me puedo quejar de
Panamá siendo colombiana y antes de independizarse; pero mucho menos cuando se
independizó y se proclamó república, que me trató mejor y me dio pruebas de
estima y consideración que no olvidaré jamás”.
Junto al P. Bernardino García debemos descatar
a los también religiosos agustinos recoletos Pedro Fabo, Rogelio Barasoain
y Alfonso Oficialdegui.
Nacido en la provincia española de Navarra, en 1873, el
P. Pedro Fabo llegó a Panamá en 1925 para restablecer su salud, permaneciendo tan solo
ocho meses aquí. Este tiempo fue suficiente para dejar fundada la Academia
Panameña de la Lengua, instalada el 19 de agosto. Él soñó esta institución, él mismo redactó
sus primeros estatutos, presidió sus primeras sesiones y la relacionó con la
Real Academia Española. Sus dotes literarias y oratorias fueron puestas al
servicio de Panamá con una intensa actividad periodística y con intervenciones
que alcanzaron resonancia nacional, como la conferencia dictada sobre
Hispanismo y Latinoamericanismo, o el discurso en la
solemne instalación del primer arzobispo de Panamá, discurso en el que abogó
por la armonía y colaboración entre las autoridades civiles y eclesiásticas y
en el que también llamó la atención
sobre el abandono en que se encontraba la población indígena en el país.
En la relación de difuntos de la orden de los agustinos
recoletos, de este religioso se dice textualmente: “Baste consignar que el P.
Fr. P. Fabo es el religioso que, a nuestro juicio, ha dado más gloria externa a
la Recolección Agustín.... San Agustín quizás no ha tenido en este siglo un
hijo de tan vastos conocimientos y de tan variada
producción científico-literaria”.
El P. Fabo falleció el 20 de septiembre de 1933. En
Panamá se pudo disfrutar por unos meses de sus excelencias.
En 1937 llegó a Panamá el P. Rogelio Barasoain,
de quien el historiador oficial de la orden dice que es “ el
recoleto que más huella dejó en la sociedad panameña de la época”. A él se debe
el surgimiento e impulso de las asociaciones y movimiento
católicos de Panamá, como las distintas ramas de Acción Católica.
Monseñor Maiztegui, arzobispo de Panamá, decretó que
todos los profesores de religión recibieran una hora de formación a la semana
sobre este nuevo movimiento laical de la Iglesia. Él fue el encargado de su
organización y a raíz de entonces fue nombrado “profesor especial de Acción
Católica en todos los colegios católicos entonces existentes”.
En 1940, y como parte del trabajo en Acción Católica, el
P. Barasoain fundó en 1940 el Estudiantado Católico,
asociación que reunió a estudiantes de todos los colegios católicos del país y
de varios centros públicos, como el Liceo de Señoritas, el Instituto Nacional y
la Escuela de Artes y Oficios. En 1949, en el Paraninfo de la Universidad de
Panamá organizó la primera Asamblea de las Juventudes Católicas.
A él se debe también que las leyes panameñas de educación
en sus planes de reforma en 1945 incluyeran la enseñanza de la religión al
aprobarse el artículo 35 de la Constitución que determinaba la enseñanza de
esta materia en las escuela públicas.
Rogelio Barasoain, fue también
el primer rector del colegio San Agustín, falleció en Panamá el 10 de febrero
de 1968.
El P. Alfonso Oficialdegui pasó casi toda su vida en
nuestro país. Se prodigó mucho en la prensa, de la que hizo un instrumento de
evangelización, tenía una columna semanal en la Estrella de Panamá.
En 1944 fundó en la iglesia de San José, la del altar de
oro, la Escuela Superior de catequistas, que en veinte años capacitó a más de
500 agentes de pastoral, casi todos ellos maestros nacionales. Formó parte de
la comisión que monseñor Beckman nombró para revisar
el catecismo de la arquidiócesis y compuso un pequeño y sencillo compendio de
la doctrina cristiana básica que tuvo varias ediciones. Colaboró también con el
arzobispo en la fundación de las Hermanas Misioneras Catequistas, a las que
acompañó hasta su muerte ocurrida en Panamá el 23 de julio de 1982.
En este año del centenario de Panamá recordamos a estos
tres religiosos agustinos recoletos que, venidos de fuera, aquí dieron razón de
su condición de consagrados y aquí vivieron una buena parte de sus vidas al
servicio de la Iglesia y de la nueva Panamá independiente.
P. Miguel Angel
Ciaurriz oar