ORIGEN Y
PROPÓSITO DE LA ORDEN
¿QUIENES Y QUÉ SOMOS LOS AGUSTINOS
RECOLETOS?
NUESTRO CARISMA
(tomado de nuestras Constituciones)
El Espíritu Santo
provee a la Iglesia de diversos dones jerárquicos y carismáticos y con ellos
la dirige, con el vigor del evangelio la rejuvenece, la renueva sin cesar y
la conduce a la plena unión con su Esposo[1].
A este influjo carismático del Espíritu se
debe el nacimiento de las familias religiosas que, como fenómenos divinos,
surgen en la historia de la salvación. Porque el principio dinámico que hace
nacer y conserva a las familias religiosas es el clamor de Dios, la voz del
Espíritu Santo, a cuya llamada se movieron los hermanos que anhelaban vivir
unidos[2]. Desde la cabeza, Cristo, descendió
el Espíritu como desciende el ungüento, y engendró los monasterios en la
Iglesia[3].
2 El carisma original
de los fundadores se transmite a otros como experiencia del Espíritu para ser
vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente por aquellos
que, bajo la acción del mismo Espíritu, son llamados a ser partícipes de la
inspiración de los fundadores y continuadores de su misión eclesial.
3 Entre las diversas
familias religiosas se encuentra la orden de agustinos recoletos.
En el siglo XVI, algunos religiosos agustinos
de la provincia de Castilla, impulsados por un especial carisma colectivo,
deseaban vivir con renovado fervor y nuevas normas la forma de vida consagrada
que san Agustín fundó en la Iglesia, ilustró con su doctrina y ejemplo y
ordenó en su santa Regla.
4 Los padres vocales
del capítulo de Toledo (1588), conscientes de esa divina inspiración y no queriendo
oponerse al Espíritu Santo, determinaron que se destinaran o se fundaran
algunas casas en las que se observara la nueva forma de vida, según las normas
que daría el definitorio provincial[4] para <<esta reformación que
la piedad del Señor despierta en algunos enviando su Espíritu»[5].
5 La Iglesia ratificó
la autenticidad de este carisma aprobando las normas o Forma de vivir y las Constituciones, e inscribiendo finalmente a la
nueva familia entre las órdenes religiosas.
6 El propósito de la
orden de agustinos recoletos es el propio de una familia religiosa, suscitada
bajo el impulso del Espíritu Santo y aprobada por la autoridad de la Iglesia:
sus miembros, viviendo en comunidad de hermanos, desean seguir e imitar a
Cristo, casto, pobre y obediente; buscan la verdad y están al servicio de la
Iglesia; se esfuerzan por conseguir la perfección de la caridad según el
carisma de san Agustín y el espíritu de la primitiva legislación y, muy
especialmente, de la llamada Forma de
vivir.
El carisma agustiniano se resume en
el amor a Dios sin condición, que une las almas y los corazones en convivencia
comunitaria de hermanos, y que se difunde hacia todos los hombres para
ganarlos y unirlos en Cristo dentro de su Iglesia.
El espíritu de la primitiva legislación se
expresa en la definición 5a. del
capítulo de Toledo: «Porque hay entre nosotros, o al menos puede haber, algunos
tan amantes de la perfección monástica que desean seguir un plan de vida más
austero, cuyo legítimo deseo debemos favorecer para no poner obstáculos a la
obra del Espíritu Santo..., determinamos que en esta nuestra Provincia se
señalen o se funden de nuevo tres o más monasterios de varones..., en los que
se practique una forma de vida más estricta>>[6].
Este propósito fue el de los fundadores y ha
ido realizándose a lo largo de la historia de la orden.
7 La orden de
agustinos recoletos es, con pleno derecho, heredera de la familia religiosa
fundada por san Agustín[7]. Patrimonio espiritual de la orden
son la vida, la doctrina y la Regla de
san Agustín, como también los ejemplos de santidad y los desvelos por el reino
de Dios de tantos hombres ilustres que, a lo largo de los siglos, han dado
esplendor a la gran familia agustiniana.
ARTICULO 2
CARACTER CONTEMPLATIVO
DE LA ORDEN
8 Elemento primordial
del patrimonio de san Agustín y de la orden es la contemplación, que es vida
para Dios, vida con Dios, vida en Dios, vida de Dios mismo[8]; y, también, la entrega total e
incondicionada del hombre a Dios. El religioso agustino recoleto busca a Dios
y se entrega plenamente a él.
9 El agustino recoleto
se siente referido a Dios como a fin último y único. El conocimiento y el amor
de Dios, sine mercede, sin otra
recompensa que el mismo amor, constituyen el ejercicio del amor castus, de la contemplación, que es el principal negocio del
religioso en esta vida, y que se convertirá en felicidad perfecta en el reino
celestial[9].
10 El Dios a quien
busca el religioso agustino recoleto es el Dios revelado en la historia de la
salvación, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. La plenitud infinita y
eterna del Padre es, al mismo tiempo, fuente v término de la contemplación; por
ésta, la Verdad inmutable y el Bien
sumo se reflejan y se hacen presentes en la intimidad de la conciencia. Pero
sólo por Cristo, con él y en él, es posible la unión íntima y vital con Dios.
Cristo es la regla suprema y el camino que hay que seguir según el evangelio y
dentro de la Iglesia. En tanto se le sigue en cuanto se le imita[10].
11 La especial
vocación del agustino recoleto es la continua conversación con Cristo, y su
cuidado principal es atender a todo lo que más de cerca lo pueda encender en su
amor[11]. El hombre, por la soberbia se
aparta de Dios; cae en sí mismo y resbala hacia las criaturas[12], disipándose en la dispersión de
las cosas temporales. Sólo con la ayuda de Cristo, mediante la purificación
por la humildad, puede el hombre recogerse y entrar otra vez en sí mismo[13], donde comienza a buscar los
valores eternos, reencuentra a Cristo y reconoce a los hermanos. Esta es la
interiorización trascendida agustiniana, principio de toda piedad. Este es el
recogimiento o recolección de la Forma
de vivir camino que lleva derechamente a la contemplación, a la comunidad y
al apostolado.
12 Efectivamente,
recolección es un proceso activo y dinámico por el que el hombre disgregado y
desparramado por la herida del pecado, movido por la gracia, entra dentro de sí
mismo donde ya lo está esperando Dios e, iluminado por Cristo, maestro interior
sin el cual <<el Espíritu Santo no instruye ni ilumina a nadie»[14], se trasciende a sí mismo, se renueva
según la imagen del hombre nuevo que es Cristo y se pacifica en la
contemplación de la Verdad.
Es también espíritu y ejercicio de oración.
Es, finalmente, espíritu de penitencia y de continua conversión, que limpia
el corazón para ver a Dios, y es manifestación de ese mismo espíritu en las
obras externas por las que aparece lo que hay dentro[15].
13 La organización
externa de la orden debe favorecer la paz interior, el silencio del espíritu,
el estudio y la piedad; de modo que, en medio de las criaturas de las que usa
por necesidad transitoria, el religioso mantenga el coloquio con Dios, y todo
lo que haga brote de la íntima comunión con él. Para lo cual se requieren dos
cosas: «ánimo pronto y dispuesto y leyes bien ordenadas»[16]
ARTÍCULO 3
CARACTER COMUNITARIO
DE LA ORDEN
14 La contemplación,
negocio exclusivo del hombre con su Creador y relación íntima de la persona
con Dios, no convierte al religioso en un solitario. Al contrario, como cada
uno se siente referido y busca a Dios, todos se encuentran en el conocimiento y
en el amor de él.
Dios, Verdad universal y Bien común, une todos
los entendimientos y todas las voluntades en su conocimiento y amor[17]. Así, la contemplación tiene fuerza
de unión y es, de por sí, comunitaria: hace a los hombres amadores de la
Verdad, y reúne los corazones y las almas en Dios. Cristo, Verdad y Bien
encarnados, congrega a los dispersos y los hace ser hermanos por la comunión de
caridad.
El Espíritu Santo, que penetra hasta las
profundidades de Dios[18], introduce por el amor fraterno a
la comunidad en el conocimiento y en la verdad de Cristo, que se desarrollan
hasta la contemplación del Padre[19]. De ahí que la búsqueda y
contemplación pasan por la experiencia y adoración de Dios en los hermanos[20]. Dios, Verdad suprema, se revela
especialmente en el ejercicio del amor fraterno: Ama al hermano. Porque si
amas al hermano a quien ves, en él mismo verás también a Dios; ya que verás al
mismo amor, y dentro del amor habita Dios[21].
15 La comunidad, según
el propósito de san Agustín, se propone imitar a aquella primitiva comunidad
cristiana de Jerusalén[22]: «Se os va a leer un pasaje del
libro de los Hechos de los Apóstoles, para
que veáis dónde está descrita la forma de vida que deseamos plenamente vivir...
Ya sabéis lo que queremos: orad para que podamos ponerlo en práctica»[23]. Los hermanos viven entre sí unánimes
y concordes en el mismo Espíritu por el que son una sola alma y un solo corazón
en Dios y pata Dios: llegó el amor y con él la unidad de los hermanos[24].
16 La comunidad se
edifica en la Iglesia de Cristo sobre el fundamento de la caridad, como la
verdadera familia de los que tienen por padre a Dios, por hermano a Cristo y
por madre a la Iglesia[25].
Así, en la comunidad nadie tiene cosa alguna
propia sino que todo es común: la hacienda, el mismo Dios; la herencia, la
gloria celeste; la propia alma y las almas de todos los hermanos,
<<porque en realidad tu alma no es sólo tuya sino de todos los hermanos,
como sus almas son también tuyas; mejor dicho, sus almas juntamente con la
tuya no son varias almas sino una sola. la única de Cristo»[26].
17 Los hermanos en la
comunidad se aman como hijos de Dios y hermanos de Cristo, honrando recíprocamente
al Espíritu Santo, de quien son templos vivos; se entregan a sí mismos y todo
lo suyo al servicio del amor; se soportan y perdonan mutuamente; practican con
delicadeza la corrección fraterna y la reciben con humildad, y se ayudan unos a
otros con sus oraciones ante Dios.
18 Entre los miembros
de la comunidad reina una amistosa convivencia en Cristo: todos los hermanos
fomentan en diálogo abierto la confianza mutua, socorren a los enfermos,
consuelan a los desanimados, se alegran sinceramente de las cualidades y de
los triunfos de los demás como si fueran propios, se complementan y unen sus
esfuerzos en la tarea común y cada uno encuentra su plenitud en la entrega a
los demás[27].
En la práctica de la vida común todos se muestran
contentos de su vocación y de la compañía de los hermanos, de modo que de la
comunidad fluye por doquier el buen olor de Cristo.
19 La comunidad,
realización del misterio de la Iglesia, es como un sacramento por el que Cristo
se hace presente, se revela y se comunica en la concordia y unanimidad[28]. El Espíritu, por el amor derramado
en los corazones[29], crea la unidad en los hermanos
con el Padre y el Hijo mediante el vínculo de la paz.
20 La comunidad, en
virtud de su organización externa, da testimonio ante la Iglesia y ante los hombres
de que los hermanos son una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios; y
ordena lo externo, fiel trasunto de lo interior, al servicio del Espíritu de
Cristo, que la vivifica para el crecimiento de su cuerpo[30].
21 La paz y concordia
entre los hermanos son señal cierta de que el Espíritu Santo vive en ellos[31], y constituyen nuestro testimonio
en la Iglesia: testimonio siempre válido y necesario entre los hombres, cada
vez más conscientes de su mutua dependencia; válido y necesario aun ante
aquellos que ignoran o niegan a Dios, pues «a manifestar la presencia de Dios
contribuye en gran manera la caridad fraterna de los fieles que con espíritu
unánime colaboran en la fe del evangelio y se alzan como signo de unidad»[32].
22 La comunidad,
surgida como fruto del Espíritu Santo que renueva la Iglesia sin cesar, se
muestra dócil a la acción divina y, bajo el impulso del mismo Espíritu y la
guía de la Iglesia, es fiel al evangelio y a su propio carisma, acomodándose a
todos los tiempos y a todos los hombres.
ARTICULO 4
CARACTER APOSTOLICO DE
LA ORDEN
23 El amor
contemplativo, además de unir las almas y los corazones en comunidad, es en sí
mismo difusivo y apostólico.
El amor de Dios se difunde primariamente en
la comunidad de las tres divinas Personas; secundariamente, en la creación. El
hombre, cuanto más participa del conocimiento y del amor de Dios, con más
fuerza tiende a difundir entre sus semejantes ese conocimiento y ese amor.
El religioso contemplativo y comunitario es
apóstol generoso y eficaz, porque lleva dentro de sí el amor, cuya esencia es
dar y comunicar, cuyo impulso natural es extenderse entre los semejantes para
robarlos a todos para Dios, para Cristo[33]. El religioso, en virtud del amor diffusivus, obra y trabaja para que
todos amen a Dios con los hermanos[34] y está siempre dispuesto al
servicio de los hombres y de la Iglesia, según el carisma de la orden.
24 La vida de la
comunidad es contemplativa y activa, de modo que los dos aspectos se integran
armónicamente y se complementan, pues la contemplación y la acción son en la
Iglesia manifestaciones vitales de un mismo amor: «Nadie debe ser tan ocioso
que en el mismo ocio no piense en la utilidad del prójimo, ni tan activo que no
busque la contemplación de Dios...; como en ningún caso se ha de abandonar el
deleite de la verdad, no sea que desaparezca la suavidad de la contemplación y
nos oprima la necesidad de la acción>>[35].
Todos los miembros de la comunidad se ayudan
mutuamente, tanto en la acción como en la contemplación: «Que vosotros
negociéis en nosotros, y nosotros ociemos en vosotros>>[36].
25 La comunidad es
apostólica y su primer apostolado es la comunidad misma: dedicada a la oración
y a la práctica de las virtudes[37] y unida en el santo propósito de la
vida común, es ya una obra apostólica.
Y, así como la
contemplación reúne a los hermanos en la verdad y en el amor, igualmente los
debe «arrebatar en el servicio de la predicación evangélica»[38]. Por ello, la comunidad, atenta
siempre a las necesidades de la Iglesia, busca el lugar y el modo de ser más
útil al servicio de Dios[39].
26 Todos los miembros
de la Iglesia tienen derecho al servicio de los hermanos cuya caridad se extiende
a todos los hombres: «Somos siervos de la Iglesia del Señor y nos debemos
principalmente a los miembros más débiles, sea cual fuere nuestra condición
entre los miembros de este cuerpo>>[40]
27 La interiorización,
otium sanctum, elemento esencial en
nuestra tradición monástica agustiniana, incluye el apostolado de la búsqueda
concorde de la verdad y su expresión más plena al servicio de la Iglesia.
La comunidad debe organizarse de tal modo que
la actividad apostólica y las ocupaciones diarias dejen libre a los hermanos
el tiempo suficiente para dedicarse a la oración y al estudio de los libros
sagrados[41]: «Arrebata a los siervos de Dios la
sed de la verdad y de conocer y descubrir la voluntad de Dios en las sagradas
Escrituras»[42]
28 Como la Iglesia de
Cristo «avanza peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos
de Dios»[43] y busca y saborea los bienes celestiales,
así también la comunidad, entre las angustias y tentaciones de este siglo,
aspira a aquella futura Jerusalén, a aquella muy ordenada y concorde sociedad
en la que los hermanos gozarán de Dios y mutuamente se gozarán en él[44], y donde vivirán en compañía con el
Padre y con su Hijo Jesucristo[45] en el Espíritu Santo.
ARTICULO 5
LA VIRGEN MARIA, MADRE
Y MODELO DE LA ORDEN
29 El carisma de la
orden, constituido por el amor casto contemplativo, por el amor ordenado
comunitario y por el amor difusivo apostólico, adquiere una dimensión de
ternura y de calor humano en la devoción de la santísima Virgen, madre y
prototipo de la Iglesia, incorporada al misterio de Cristo y perfecto dechado
de la vida consagrada a Dios.
. Ella se entregó totalmente a la caridad.
Abrazó aquel género de vida virginal, pobre y obediente, del que Cristo fue
ejemplar principal. Es maestra de vida interior porque fue «más dichosa
aceptando la fe de Cristo que concibiendo la carne de Cristo»[46], y porque conservaba y meditaba en
su corazón las obras y la doctrina del Hijo. Formó parte de la comunidad
perfecta de la sagrada Familia. Es también maestra de la vida apostólica,
«porque cooperó con amor al nacimiento de los fieles en la Iglesia»[47] y los sigue con materna solicitud
hasta que Cristo se forme en ellos[48]
30 La comunidad
expresa la devoción a la bienaventurada Virgen María, madre de la orden, con
el título especial de la Consolación y la propone a los fieles «como signo de
esperanza cierta y de consuelo para el peregrinante pueblo de Dios»[49].
[1] Cf. LG 4.
[2] En. in
pl. 132, 2 PL 37, 1729.
[3] Cf. En. in.ps. 132, 9 PL37, 1734.
[4] Cf. Bull. 1, 15, 43.
[5] FV Proemio. El año 1629 se incorporó a esta nueva forma de
vida el movimiento de perfección que había surgido en El Desierto de la
Candelaria (Colombia), a principios del siglo XVII.
[6] Cf. Bull. 1, 15, 43‑44.
[7]
Cf. AAS 48 (1956) 2O9.
[8] Sermo 297, 5 PL 38,
1363. 9 Cf. En. in ps. 55, 17 PL 36, 658.
[9] Cf. En. in ps. 55, 17 PL 36, 658.
[10] Cf. De sancta virg. 27 PL 40. 411.
[11] Cf. FV 9 y 1.
[12] Cf. De Trin.10, 5, 7 PL 42, 977.
[13] Cf. Conf: 10, 40, 65 PL 32, 806‑807.
[14] Contra Jerm. arian. 32 PL 42, 7O5.
[15]
Cf. FV I y 13.
[16] Cf. FV Proemio.
[17] Cf De lib. arb. 2, 14 PL 32, 1261.
[18]1 Co 2,10.
[19] Cf. De mor. Ecc. Cath. 1, 17, 31 PL 32, 1324; In loan. ev. 37, 2 PL 35,
1671.
[20]Cf. Regla 1, 8 (Las citas de la Regla de san Agustín se ajustan a la traducción española que figura en este libro).
[21]21 Cf. In ep. Ioan. ad Parthos 5, 7 PL 35,
2O16; 8, 12 PL 35, 2O43
[22]Cf. Hch 4, 32‑35.
[23]Sermo 356, 1‑2 PL 39, l574‑l575.
[24]Cf. En. in ps. 132, 2 PL 37, 1729.
[25] Cf. Epist. 243, 4 PL 33, 1056.
[26]Epist. 243, 4 PL
33, 1056.
[27]Cf. GS 24.
[28]Cf. En. in ps. 132, 2, 9 y 13 PL 37, 1729, 1735‑1736.
[29]Cf. Rm 5, 5.
[30]Cf. LG 8 31 Cf.
FV 2. 32 GS 21.
[31] CF. FV 2.
[32] GS 21.
[33] Cf. Sermo 90, 10 PL 38, 566.
[34] Cf. En. in ps. 72, 34 PL 36,
929.
[35] De civ. Dei 19, 19 PL 41, 647‑648
[36] Epist.
48,
1 PL 33, 187.
[37] Cf. Epist. 48, 3 PL 33, 188‑189.
[38] Epist.
243,
G PL 33, 1057.
[39] Cf. Conf: 9, 8, 17 PL 32,
771.
[40] De op. monach. 29, 37 PL 40, 577.
[41] Cf. De op. monach. 29, 37 PL 40, 576.
[42] Epist.
243, 6 PL 33, 1057.
[43] De civ. Dei 18, 51, 2 PL 41, 614 .
[44] Cf. Ibid. 19, 13, 1 PL 41, 640.
[45] Cf. 1 Jn 1, 3.
[46] De sancta virg. 3,
3 PL 40, 398.
[47] Ibid.
G, G PL 40, 399.
[48] Cf.
Ibid. 5, 5 PL 40, 399.
[49] LG 68.