I

 

ESPIRITUALIDAD LAICAL

AGUSTINIANA

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Ser cristiano

no es ir a la conquista de Cristo,

sino en dejarse conquistar por él.

(In ps. 49, 10).

 

Un cristiano

es un hombre renacido por la fe

para comenzar a poseer en esperanza

lo que un día

ha de gozar en plenitud

por el amor

(Con. Faus. manich. 11, 8).

 

El amor

es como la andadura del espíritu.

Ten, por tanto, dos pies;

no cojees.

Ama a Dios y ama a tu prójimo

(In ps. 33, 2, 10).

 

 

 

 

 

 

1 – Espiritualidad

 

 

 

 

 

Algunos equívocos

Este es uno de los términos más usados en la literatura cristiana de todos los tiempos. Quizás ha tenido, por eso mismo, acepciones y aun significados diferentes. Porque han sido muchas y variadas las situaciones en que ha vivido el cristiano, diferentes y dispares los creyentes, múltiples y variadas también las experiencias de fe vividas por quienes han intentado e intentan seguir a Jesús y acoger su Evangelio.

De ahí que el término espiritualidad se haya utilizado en más una ocasión, en el lenguaje oral y escrito, de manera un tanto equívoca e imprecisa.

Para algunos, por ejemplo, se deriva de espíritu - así, con minúscula -, y espíritu se entiende como lo contrapuesto al cuerpo o la materia. Es lo interior de cada cual, lo que no se ve, el mundo de las vivencias íntimas, tu yo profundo y oculto a los otros. Todo ello impregnado, en mayor o menor grado, de un sentimiento religioso.

Para otros - espiritualistas más que espirituales -, es, más bien, el ámbito de lo privado, y desligado, por ejemplo, de las preocupaciones sociales y problemas del mundo. Mi compromiso, dicen, es con Dios, de donde viene o vendrá mi salvación, con quien me comunico en la oración, a quien pido perdón si le he ofendido y “a quien comulgo” con la frecuencia que puedo. Eso sí, tengo que rezar también por los pecadores - ¡pobres ovejas perdidas! - para que se conviertan y vuelvan al redil único.

Hay quienes la reducen a ciertos modos de ser, decir o estar: modestia en la vista, palabras "religiosas" vengan o no a cuento, actitudes recatadas, "resignación cristiana" ante lo inevitable y lo evitable. Todo esto acompañado de momentos de oración, a poder ser en el templo, actos de mortificación y penitencia, cumplimiento inquebrantable de todas la prácticas de rigor, etc.


No estarían mal del todo estas prácticas, si no quedaran al margen los hermanos y las cosas de la vida, que es por donde camina el Espíritu

 

Viene del Espíritu

La espiritualidad bien entendida - no porque lo diga yo, sino porque es el común decir de los entendidos y de la misma Iglesia - dimana del Espíritu. Con mayúscula. Y así podríamos decir que espiritualidad es la vida cristiana animada por el Espíritu.

Transcribo a continuación unas palabras del Papa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Vita Consecrata. Dice así:

“La vida espiritual, entendida como vida en Cristo, vida según el Espíritu, es como un itinerario de progresiva fidelidad, en la que la persona consagrada (y también la persona del creyente) es guiada por el Espíritu y conformada por Él a Cristo, en total comunión de amor y de servicio a la Iglesia” (n.93).

El Espíritu es la vida nueva que transcurre por los caminos de nuestra existencia, y que penetra y empapa todo nuestro ser de hombres creyentes en Jesús.

Él, el Espíritu, es fuerza y luz, fuego y brisa suave, "dulce huésped del alma", don espléndido, vida de nuestra vida, promesa y don al mismo tiempo, alma de la Iglesia, presencia amorosa de Dios en mí, en ti y en el hermano y en todos, para llenar sobradamente tantas ausencias que nos inventamos unos y otros.

Se hace presente y actúa en nosotros, a no ser que, con nuestra indiferencia o desinterés, por nuestra actitud de pecado permanente, levantáramos muros de contención o endurezcáramos nuestro corazón para que nada extraño pudiera penetrar en él. Y como el Espíritu, aunque sea Dios, nunca fuerza a nadie y suele pedir, además, permiso para entrar...

 

Vida en abundancia

Esta vida nueva que nos trae Jesús, que nos la regala por el don de su Espíritu, llega a nosotros abundantemente - "con derroche" dice Pablo en la Carta a los Efesios - en todo tiempo y lugar, al hombre entero, cuerpo y alma, a todo su ser y hacer, porque para el Espíritu no hay tiempos de sequía ni terrenos vedados (La sequía la ponemos tú y yo; y las señales de no pasar, también).

"He venido, dice Jesús, para que tengan vida, y la tengan en abundancia" (Jn. 10, 10).¿Por qué será, entonces, que hay tantos cadáveres por aquí y más allá, o espíritus enfermizos y enclenques - no importa su salud física a toda prueba -, y vidas apagadas y con criterios tan rastreros?

¿Y por qué será - y la respuesta es obvia - que hay tantas y tantos que viven o intentan vivir el Evangelio de Jesús a fondo y con gozo, y son testigos de su amor ahí donde están y trabajan, con coherencia y sin miedos, en verdad y con entera libertad, y se sienten y son hijos de Dios y están comprometidos en la construcción del Reino?

Esta vida nueva, acogida y vivida - valga la redundancia - por nosotros y compartida con los hermanos, constituye la verdadera espiritualidad. La auténtica y genuina. ¿Por qué? Pues porque "todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rom 8, 14).

El hijo es tal en cuanto ha recibido una vida de sus padres y la mantiene, guiado y animado por el amor. En nuestro caso, por el amor de Dios personificado en su Espíritu. "Y si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne". (Ga 5, 16). "Y vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu... y el Espíritu es vida" (Rom 8, 9-10).

Espiritualidad cristiana es, por tanto, vivir el Evangelio de Jesús según el Espíritu y guiados por Él. Y esto es válido para los creyentes de Africa, Latinoamérica o Europa. Para los creyentes del siglo I, de la Edad Media o del siglo XXI. Para el joven de una parroquia pujante o para la anciana del sector antiguo de la ciudad. Para ti, quienquiera que seas, y para mí.

 

Muchos estilos o maneras

Pero ocurre que cada cual es como es - verdad de perogrullo -, y cada época está marcada por unas coordenadas propias, y cada país o región geográfica es culturalmente diferente de las demás. Luego también tiene que ser diferente y plural la forma de vivir el Evangelio de Jesús.

De ahí que se pueda hablar de una espiritualidad cristiana pluriforme según las épocas, los hombres y los lugares; una espiritualidad con multiplicidad de tendencias y variantes. Todas igualmente válidas, si se atienen a la totalidad del Evangelio; y si son propuesta, nunca imposición, oferta de vida y camino para todos, y no coto cerrado para algunos privilegiados.

Dicho con otras palabras: esta vida en el Espíritu toma forma o se hace camino en cada hombre y mujer, en cada época y lugar, en un proyecto de vida personal o en una comunidad de creyentes en el que converge la fe de muchos.

Será, así, una espiritualidad con matices diversos, con abundancia de carismas, con profusión y riqueza de experiencias de fe personales y comunitarias, con multiplicidad de servicios. Si una o única es la vida en el Espíritu, muchos y variados pueden ser - tienen que ser - los estilos de vivir el Evangelio de Jesús. Muchas y variadas pueden ser las "espiritualidades" consiguientes.

Sé que lo entiendes bien y que sería innecesaria cualquier otra explicación. Pero me voy a permitir poner un ejemplo muy sencillo. Es este: Toda vivienda familiar es fundamentalmente la misma. Todas disponen, además de las cuatro paredes, techo y suelo, de varias habitaciones, cocina, sala y algún servicio. Pero se da, de hecho, una profusión muy rica y variada de estilos arquitectónicos y variedad de formas. Porque así lo piden las condiciones climatológicas del lugar, el gusto del arquitecto, los caprichos de sus moradores, la época en que se construye, el entorno medioambiental, etc. Pero tan casa es una como otra, aunque no sean necesariamente iguales. Todas cumplen la misma función, aunque sean diferentes.

Y otro: El deporte, en cuanto tal, es uno. "Ejercicio físico, por lo común al aire libre, practicado individualmente o por equipos..., siempre con sujeción a ciertas reglas". Así lo define el diccionario de la lengua española. Pero en el mundo se dan mil maneras de hacer deporte, según culturas, gustos y posibilidades. Hasta se habla de distintos deportes.

La diversidad no es empobrecimiento. Todo lo contrario. La variedad de colores, matices, rasgos y estilos hacen que un cuadro pueda ser una verdadera obra de arte. O que la naturaleza sea siempre bella. O que las instituciones sean más dinámicas y eficientes.

Te lo dice la misma Palabra: "A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común".  (1 Cor 12, 7). Y "todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad". (1 Cor 12, 11).

 

 

 

El Espíritu Santo “unge” al bautizado, le imprime su sello indeleble y lo constituye en templo espiritual; es decir, lo llena de la santa presencia de Dios gracias a la unión y conformación con Cristo

(Chritifideles Laici, 13)

 

 

 

 

 

Para recordar

q     Espiritualidad es vida cristiana animada por el Espíritu.

q     La vida cristiana es una sola, pero pueden ser muchas o variadas las formas o estilos de vivir el único Evangelio de Jesús. ¿Cuál es el tuyo?

q     Jesús vino para que tuviéramos vida, y vida en abundancia. ¿Por qué será, entonces, que la vida de muchos es enclenque y enfermiza?

q     La espiritualidad cristiana no es ensimismamiento, evasión, ni mucho menos indiferencia ante las realidades de este mundo. Todo lo contrario: es fermento, es luz, es dinamismo.

 

 

 

 

 

Para la reflexión y el diálogo

·         ¿Qué piensas acerca de lo expuesto en este apartado? ¿Qué es lo más te ha llamado la atención? ¿Qué echas en falta? ¿Qué añadirías?

·         A tu entender, ¿qué es lo más importante en tu vida de piedad? ¿Y en tu vida cristiana?

·         ¿Cómo percibes la presencia del Espíritu en tu vida? ¿Qué fruto está produciendo en ti? ¿En qué aspecto sigues oponiéndote a la acción del Espíritu en ti?

·         ¿Se puede vivir una espiritualidad cristiana al margen del hermano? ¿Por qué?

·         Si eres parte de un grupo de Iglesia o de una comunidad cristiana, ¿percibes en él o en ella la presencia y la acción del Espíritu? ¿En qué cosas o en qué sentido? ¿Qué echas en falta?

 

 

 

 

 

 

Para orar con Agustín

 

Qué bien me hace, Señor, unirme a ti!

Quiero servirte gratuitamente;

deseo servirte

lo mismo cuando me colmas de bienes

que cuando me los niegas;

nada temo tanto como verme privado de ti.

Quítame lo que quieras,

con tal de que no me prives de ti mismo.

(Serm. 32, 28).

Heredad tuya soy y heredad mía eres tú:

yo trabajo para ti y tú me trabajas a mí.

No te rebajas al trabajarme.

Yo trabajo dándote culto como a Dios que eres,

y tú me trabajas como a tu campo que soy.

Tú dijiste: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos

y mi Padre el labrador".

Luego tú me cultivas, y, si doy fruto,

preparas el granero. (Serm. 113, 6).

Sé tu, Señor, mi herencia,

porque tú eres el que me sustentas y conservas;

y que sea yo posesión tuya,

a fin de que me gobiernes y dirijas (In ps. 5, 1).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


2 - Laical

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En la base y los primeros

Colocamos ya el primer apellido al término "espiritualidad". Y es el primero por derecho propio, por su misma naturaleza. Como los hijos bien nacidos de matrimonio.

La espiritualidad cristiana es laical antes que cualquiera otra forma de espiritualidad. Antes, por ejemplo, que la sacerdotal o la religiosa de cualquier instituto de vida consagrada. Antes que la llamada espiritualidad matrimonial, o de la acción católica, comunidades cristianas de base, o cientos más.

Porque el Evangelio de Jesús es, primeramente, para todos, para el pueblo en general. Para el nuevo Pueblo de Dios. Luego llegarán las "vocaciones" específicas para vivir también el Evangelio y servir al mismo pueblo.

Y, ¿quiénes son los laicos? Seguro que lo sabes - porque lo eres tú -, pero te lo voy a recordar con palabras del mismo Concilio Vaticano II:

"Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido por la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo" (LG 31).

Ya lo ves: son laicos todos los cristianos, todos los que están incorporados a Cristo por el bautismo, todo el Pueblo de Dios. A excepción de los sacerdotes y religiosos. Aunque sólo fuera por la cantidad, sería ya lo más importante en la Iglesia.

Pero lo son también, y principalmente, porque fueron incorpora-dos a Cristo por el bautismo, condición primera y fundamental. Luego, en segundo lugar y también en el tiempo, llegará para algunos,


como una opción más, la ordenación sacerdotal o la profesión religiosa. La espiritualidad con otros apellidos.

 

Rasgos más importantes

El cristiano de a pie - y perdón por la expresión - es un seguidor de Jesús "con todas las de la ley". Y, en cuanto seguidor de Jesús, opta, en primerísimo lugar, por él, y renuncia, por tanto, a todo lo que pueda impedir o dificultar la realización de esta opción.

El laico, el buen laico, hace de su bautismo un camino sin paradas ni retornos, y no un momento perdido en el tiempo, y ni siquiera recogido y conservado sólo en su memoria. Vive el hoy de la Iglesia y camina con ella. Y en ella. Sabe que el otro, quienquiera que él sea, es siempre un hermano, y también camino para llegar a Cristo.

El laico cristiano sabe también que necesita de Dios porque se ve limitado en todo, y se entrega a la oración, personal y comunitaria, como medio para encontrarse con él. Escucha la Palabra, la guarda en su corazón, la vive y la comunica.

Su campo de trabajo es el mundo, un mundo que Dios, su creador, ha puesto en sus manos, para que lo vaya re-creando y lo trabaje para hacerlo más humano, y más justo, y más cristiano. Metido en las realidades de este mundo, encuentra en los otros, cualesquiera que ellos sean, semillas del Verbo y mociones del Espíritu. Y en los acontecimientos de la vida, y en la cultura en que está inserto, y en la marcha de la historia.

El laico vive su condición de tal como afirmación de la vida secular. "El mundo se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los laicos"  (Christifideles laici, 15). Centra su vida en el matrimonio y la familia, en su profesión o trabajo, en el estudio y la cultura, en el ocio, la política y la acción social, en las relaciones humanas y en mil actividades más.

El laico cristiano tiene el deber de vivir todo el evangelio de Jesús. Y lo asume. No encuentra en él unas páginas para los religiosos y sacerdotes, y otras para los demás. Todas son para todos, ningún bautizado queda excluido de algunos de sus párrafos. Esta es la vocación primera.

Todo laico tiene que ser pobre en el espíritu, casto por el Reino de los cielos, obediente a la voluntad del Padre, evangelizador y testigo de Jesús, solidario con todos los que sufren; debe "perder su vida" dándose del todo por causa del Evangelio; cargar cada día con la cruz.

Y esta cruz, además de las limitaciones y sufrimientos propios de la condición humana, es también su lucha y esfuerzo para vivir día a día su fidelidad al Señor y su compromiso con los hermanos, para ser coherente o consecuente con su bautismo.

 

Testigos del Evangelio

El laico es hijo de Dios, y vive como tal. Es hermano de todos lo que tienen a Dios como Padre, y los ama, y con ellos comparte angustias y esperanzas, alegrías y penas, lo que es y tiene.

No se contenta con cumplir los mandamientos - sería lo mínimo y suficiente -, sino que aspira siempre a algo más, porque seguir a Jesús exige caminar con él y como él, y, en lo posible pero necesariamente, con otros hermanos.

Porque sabe también que su fe tiene una dimensión necesariamente comunitaria. Y, al encontrarse con otros hermanos en la fe, forma comunidad con ellos. Y en esta comunidad se comparte todo; todo lo humanamente posible: lo que es y lo que tiene, la vida y el tiempo, el amor y la esperanza, hasta los sentimientos, puesto que son, deben ser, los mismos de Cristo (Fil 2, 5).

Ha recibido también el Espíritu Santo, que anima su vida cristiana y le empuja con fuerza a identificarse en todo con Cristo y ser testigo ante un mundo necesitado de amor, justicia y esperanza.

Todo esto, y mucho más, - habría que releer todas las páginas del Evangelio para recordarlo - constituye lo que es propio e irrenunciable de todo laico cristiano. La vivencia de todo ello constituiría la espiritualidad cristiana laical. ¿Puede haber riqueza mayor que ésta?

 

En las realidades temporales

Y esta espiritualidad la debe vivir en las realidades temporales. Así lo dice el Concilio. En la familia, en el trabajo y en ocio, en la política, en todo aquello en que haya presencia humana.

Su identificación con Cristo - a eso está llamado - le pide o le exige identificarse con la causa del Evangelio. Su tarea es ser testigo de Jesús. Es decir, asume la tarea de anunciar la Buena Nueva con su vida y sus palabras.

Y meterse o comprometerse, con generosidad y la fuerza que recibe del Espíritu, en la lucha por la justicia, en la promoción de los derechos humanos y la liberación de los más débiles y oprimidos, en la tarea de la evangelización. En una palabra, en la construcción del Reino.

Termino este apartado con unas palabras del P. Jesús Espeja en uno de sus libros titulado "Espiritualidad cristiana", que te recomiendo:

"La espiritualidad cristiana significará siempre realizar la existencia con el espíritu de Jesucristo, cuyo seguimiento implica no hacer sin más lo que Jesús hizo, sino re-crear en nuevas situaciones el espíritu - motivaciones, actitudes y conducta - del Mesías".

En una palabra: vivir y recrear hoy y aquí - dondequiera que estés - la vida y las palabras de Jesús.

 

 

 

 

 

Los fieles, y más precisamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana.

Por tanto ellos, ellos especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del jefe común, el Papa, y de los Obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia.

(Christifideles laici, 9)

 

 

 

 

 

Para recordar

q     Ser laico significa ser creyente en Jesús en medio de las realidades del mundo.

q     Es la vocación primera y fundamental de todo seguidor de Jesús, a la que se accede por el bautismo y se mantiene por una fe viva y dinámica.

q     El laico es testigo de Jesús ahí donde viva y trabaje. El mejor testimonio es el de la propia vida, pero también el de la palabra que pronuncia en nombre del Señor.

q     Por su bautismo, el laico se compromete a vivir, en la medida de sus posibilidades, la totalidad del Evangelio de Jesús, según un estilo de vida propio.

 

 

 

 

Para la reflexión y el diálogo

·  ¿Te consideras, por ser laico, un cristiano de segunda en la Iglesia? ¿Te tratan como a tal? ¿En qué o para qué cuentan contigo? ¿O será, más bien, que eres tú quien se resiste a asumir la condición laical?

·  ¿Es lo mismo trabajar en comunión con el párroco que ser obediente a él y colaborador en todo lo concerniente al trabajo pastoral?

·  En tu comunidad a parroquia, ¿cuál tu misión? ¿Presentas iniciativas, asumes responsabilidades, estás dispuesto a hacer todo lo que puedes hacer como laico?

·  De hecho, ¿qué funciones podrías desempeñar? ¿A qué te sientes llamado? ¿Estarías dispuesto a aceptar el envío o misión de parte de la Iglesia (párroco, comunidad, por ejemplo)?

·  ¿Qué entiendes por “realidades temporales” en cuanto campo propio para trabajar como laico? ¿Cómo podrías insertarte en alguna de ellas?

 

 

 

 

 

 

Para orar con Agustín

 

Señor Jesucristo, yo creo en ti,

pero haz que crea de tal modo

que también te ame.

La verdadera fe consiste en amarte.

No basta creer como los demonios,

que no amaban,

y, a pesar de que creían, clamaban:

"¿Qué tenemos nosotros que ver contigo,

oh Jesús, hijo de Dios?".

Haz, Señor, que yo crea de modo que,

creyendo, te ame, y no te diga:

"Qué tengo que ver contigo?",

sino más bien: "Tú me has redimido,

y yo quiero ser todo tuyo".(In ps. 130, 1).

Quiero invocarte, Dios mío;

ayúdame tú para que mi alabanza

no sea sólo ruido de voces y mudo de obras.

Clamaré a ti distribuyendo

y dando a los pobres.(Serm. 88, 12).

Uniré a mi fe recta una vida recta,

para alabarte confesando la verdad

con las palabras,

y llevando una vida buena con las obras.

(Serm. 183, 13).

 

 

 

 

 

 

 

 

 


3 - Agustiniana

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Una manera más de vivir la fe

Es el segundo apellido que aplicamos a la espiritualidad cristiana. Un apellido que proviene de padres legítimos y fecundos: el evangelio y la experiencia agustiniana.

Es también una primera precisión que engloba el anterior, el laical, y lo especifica. O si quieres, se trata de un talante o un estilo propio de vivir la fe común de todos los cristianos. Te lo explicaba un poco más arriba.

Ocurre que de vez en cuando han surgido creyentes que, por la fuerza de su experiencia de Dios, el momento histórico en que vivieron, la sabiduría de su doctrina y su capacidad de un sano contagio, han marcado una forma muy personal de vivir el evangelio y han influido en otros, creyentes también, y han creado escuela, o, al menos, un estilo determinado de vida cristiana.

Me refiero, en este caso, a los fundadores de los institutos religiosos o a los impulsores de distintos movimientos de espiritualidad.

Este es el origen de muchas de las llamadas espiritualidades. Muy válidas y legítimas. En ellas o con ellas se han santificado muchísimos cristianos a través de los tiempos y han contribuido a la edificación del Reino.

 

Para todos los gustos. O algunos ejemplos.

Tú, hombre o mujer, eres creyente en Jesús y te quema el deseo de seguir creciendo en todo lo que supone tu condición de bautizado y exige tu vida de fe; pero, dada tu condición humana débil y limitada, no puedes vivir la totalidad del Evangelio en toda su radicalidad. Entonces, te fijas en algún aspecto de la vida de Jesús que se acomoda mejor a tu temperamento o modo de ser, y lo haces tuyo. A la manera, quizás, como lo han vivido otros.

 


Así, por ejemplo, te atraerá la espiritualidad teresiana si te sientes inclinado a mantener una relación con Dios, personal y permanente, en un clima de recogimiento y contemplación, aunque, eso sí, no ausente de las realidades de este mundo.

Tirará de ti la espiritualidad franciscana, si sientes en ti una llamada interior para vivir en pobreza y sencillez, como signo de desprendimiento y apertura a Dios y a los hermanos.

Encontrarás apoyo y lugar en la espiritualidad de los Juaninos y Siervas de María, entre otros, si vives, como si fuera propio, el dolor de tantos enfermos y quieres encauzar toda la fuerza de tu amor acompañándolos y aliviando sus sufrimientos.

Y así, muchísimas más. Seguro que conoces algunas de ellas.

Pero si tu fe te lleva a compartir todo, lo que eres y tienes, tu tiempo y tu oración, y muchos aspectos de tu vida, y formar, en lo humanamente posible, una comunidad de fe y amor con otros hermanos, como los creyentes de la primera comunidad cristiana, y desde allí servir a la Iglesia, te sentirás atraído por la espiritualidad agustiniana.

De ella te quiero hablar. Es la que yo más conozco y la que intento vivir. En ella han encontrado muchísimos creyentes en los últimos dieciséis siglos - ¡que ya es decir! - un cauce o camino excelente para vivir todo el evangelio de Jesús, con su dimensión necesaria de vida fraterna y comunitaria, y de servicio a la Iglesia y al mundo.

 

Al estilo de Agustín

Te presentaré, primero, la experiencia vivida por Agustín. Porque él - como San Pablo - "primero vivió y, luego, habló". Y lo que habló, todo lo que dijo y escribió, arrancaba de unas vivencias fuertes de fe, que se traducían en un amor que lo desbordaba siempre y que abarcaba al hermano; y a todo hombre.

Su espiritualidad - lo veremos mejor en el capítulo siguiente - se sintetiza en dos palabras: búsqueda y encuentro. Búsqueda incansable de Dios por muchos caminos, particularmente por el de la interioridad, y encuentro con él, y, en él, con el hermano.

De ahí que la fe, su fe, era para compartirla; el amor, para convivirlo; la esperanza, también. Su oración, un común deseo de Dios; su vida, toda ella, junto con otros y en unidad.

Todo esto está en la misma raíz del Evangelio. La prueba es que así vivían o intentaban vivir los primeros creyentes de las primitivas comunidades cristianas. Los primeros testigos de Jesús.

No te asustes. Tú, en cuanto laico, no podrás vivir en comunidad como los monjes y religiosos. Obvio. Tienes familia, trabajo o desempeñas una profesión; vives en las realidades temporales de este mundo. Eran laicos también los primeros cristianos y, sin embargo, "todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común... y no tenían sino un solo corazón y una sola alma" (Hech 2, 44; 4, 32).

Este era el ideal de Agustín. Un ideal que marcó toda su vida y llenó las páginas de todos sus libros. Su conversión a la fe fue al mismo tiempo conversión a la vida fraterna en común. Primero, con un grupo de amigos. Todos ellos laicos. Después, con muchos otros.

Este ideal de vida no murió con él, sino que sigue vivo hoy también, porque parte del evangelio, y es fecundo como el amor.

Y este modo de vida o espiritualidad agustiniana incluye y exige - necesariamente - todos los valores del evangelio: pobreza y sencillez de vida, amor a los más débiles, comunicación constante con Dios por la oración, amor a la cruz y cargarla, castidad y obediencia a la voluntad del Padre. Todo lo que significó la vida de Jesús. Pero todo ello, en comunidad fraterna. Te repito, en lo que humanamente sea posible o factible.

Toda la vida de Agustín fue búsqueda y encuentro. Búsqueda de Dios y encuentro con él, para seguir buscándolo con más ahínco. Búsqueda del hermano y encuentro con él, para compartir juntos una misma fe en Dios y para Dios, en amor y en una misma esperanza.

¿Te animas a conocer mejor este tipo de vida, o espiritualidad agustiniana, y, ojalá, hacerla tuya? Pues..., pasa la página y acompá-ñame.

Te presentaré en primer lugar al "actor principal" de toda espiritualidad cristiana. Sin él, sin el Espíritu de Dios, todo intento de vivir la fe en Jesús sería en vano; todo esfuerzo, inútil.

 

 

 

 

Todos en la Iglesia, precisamente por ser miembros de ella, reciben y, por tanto, comparten la común vocación a la santidad. Los fieles laicos están llamados, a pleno título, a esta común vocación, sin ninguna diferencia respecto de los demás miembros de la Iglesia

(Christifideles laici, 16)

 

 

 

 

 

Para recordar

 

q     La espiritualidad agustiniana no añade contenidos nuevos a la vida cristiana, sino que es una forma o estilo nuevo. Es una manera de vivir el Evangelio de Jesús.

q     Se trata de vivir todo el Evangelio de Jesús, pero haciendo hincapié en la fraternidad o comunidad de vida. Como los primeros cristianos.

q     Más todavía: la fe en Jesús tiene necesariamente un sentido comunitario y una proyección fraterna. Es el estilo de Agustín.

 

 

 

 

 

Para la reflexión y el diálogo

·  ¿Conoces algunas formas, - “espiritualidades” - de vivir el evangelio de Jesús? ¿En qué coinciden y en qué se diferencian? ¿Qué tienen y  qué deben tener en común?

·  ¿Te identificas con alguna de ellas? ¿Por qué?

·  A primera vista, ¿qué opinas de la espiritualidad agustiniana? ¿Crees que con ella se puede vivir la totalidad del evangelio? ¿Por qué?

·  ¿Piensas que la vida de fe en comunidad de hermanos es un ingrediente necesario para ser verdaderamente cristiano? ¿Por qué?

·  ¿En tu opinión, ¿cómo podría ser y funcionar una vida de comunidad cristiana al modo laical?

 

 

 

 

 

 

Para orar con Agustín

 

¡Oh, qué agradable es la caridad

que hace vivir a los hermanos en la unidad!

Haz que en mí sea perfecta tu caridad,

y entonces seré amable, pacífico, humilde,

tolerante, y en vez de murmurar, oraré.

Tú bendices a los hermanos que viven en concordia,

y ellos te bendicen con este género de vida.

(In ps. 132, 12-13).

Muchos piensan en sus intereses,

aman las cosas terrenas,

ambicionan autoridad,

sólo les mueve el interés particular.

Yo, si quiero concederte un lugar en mi corazón,

debo gloriarme, no de mi interés particular,

sino del provecho común.

Yo deseo, Señor, tu amistad,

como tú deseas hospedarte en mí; ayúdame

a prepararte convenientemente mi corazón.

(In ps. 131, 3-6).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

4 - En el Espíritu

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"Más dentro de mí que mi misma interioridad"

En tu vida de fe, nada podrías ser o conseguir sin el poder de lo alto. Sería - valga la comparación - como si pretendieras cruzar de un salto el océano que te separa de otro continente. Y, créeme, no hay salto mayor que acceder a la vida nueva que nos ofrece Jesús. Y es su Espíritu quien nos aúpa y eleva - en sentido metafórico, se entiende - y nos acerca a la fuente de todo amor.

"Es la santidad de tu Espíritu - dice Agustín - que nos eleva más alto por amor de la seguridad, para que tengamos bien aupado nuestro corazón cerca de ti" (Conf. 13, 7, 8).

Es triste reconocer que el Espíritu Santo es el gran ausente en la consideración de muchos cristianos. Y por lo tanto, también en su oración y en el normal desenvolvimiento de su vida cristiana. Si se les preguntara si han recibido el Espíritu Santo al ser bautizados, responderían como los cristianos de Éfeso a Pablo: "Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que existía el Espíritu Santo".

Y, sin embargo, nadie tan presente como él., nadie ni nada más dentro de mí que él. "Más interior a mí que mi misma interioridad", confesaba Agustín. (Conf. 3, 6, 11).

Nada tan presente a ti que tu alma, aunque no la palpes ni la sientas. Nada tan fuerte en tu familia, si las cosas marchan bien, que el amor, aunque no lo veas ni puedas medir su tamaño ni pesarlo. O la mente, y la conciencia, y la voluntad... Todo tan intangible, tan inmaterial, tan impalpable, pero tan real. ¿Te imaginas una vida humana sin el espíritu que la anima?

Y aun la vida vegetal. El árbol, por muy sano que esté y por muy hermoso que sea a los ojos de todos, necesita estar plantado en tierra buena, junto a corrientes de agua y con clima apropiado, para que pueda dar el fruto que el campesino espera de él. Nadie ve la savia, pero viene a ser el alma del propio árbol.

Así, tú, hombre o mujer - salvadas las diferencias, que no son pocas ni pequeñas - que eres creyente y has sido llamado a vivir la vida de Jesús.

 

Un hogar nuevo

Tú, por la muerte y resurrección de Cristo y sin perder tu condición de humano, has sido trasplantado a una tierra que mana "leche y miel". Es un decir, ya lo sé, pero es que me recuerda la tierra prometida por Yahveh a los hijos de Israel al salir de Egipto, tierra de libertad y abundancia, y en la que podrá vivir el pueblo porque Dios estará muy cerca de él.

El bautismo que un día recibiste en nombre del Espíritu, significó para ti una auténtica liberación interior. Dios te sacó de una situación de lejanía y exilio, y te llevó al hogar donde se está bien, donde todos somos hijos de Dios, y hermanos, y coherededos con Cristo, y miembros de una familia nueva, y en camino siempre hacia la patria común y definitiva.

Ahí o así se dio el salto de que te hablaba al comenzar esta reflexión.

Si era necesario el Espíritu para dar este salto, no lo es menos para vivir en esta nueva realidad, en la que nada, absolutamente nada, puedes hacer o conseguir sin su ayuda. Por ejemplo, crecer y dar fruto, ser testigo de Jesús, convivir con los hermanos, evangelizar..., nada, absolutamente nada. Ni siquiera decir "Señor, Señor" si no te asistiera el Espíritu. Pero, con él, todo.

"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hech. 1, 8).

Y testigo, en lenguaje cristiano, es quien, por su fe en Jesús, habla de lo que vive, y vive lo que dice. O aquel que vive de tal manera, - o lo intenta, al menos - que los que lo ven o conocen se preguntan por la fuente de esa manera de ser y vivir. Hasta darse cuenta de que la fuente es el Espíritu que lo habita.

 

"Dulce huésped del alma"

Es riquísima y abundante la doctrina de San Agustín sobre el don de la inhabitación del Espíritu Santo en nosotros. Baste sólo una muestra: "El Espíritu de Dios habita en el alma y, por el alma, en el cuerpo, para que también nuestros cuerpos sean templos del Espíritu Santo, don que nos otorga Dios" (Serm. 161, 6).


¿Por qué el árbol es frondoso, lleno de vida y generoso en frutos abundantes? Porque desde la raíz más honda hasta la última de sus hojas corre la savia que lo vivifica y alimenta. Si le faltara esta corriente de vida, nada podría producir, nada podría ofrecer. Moriría.

Nuestra savia, en cuanto creyentes, es el Espíritu. No lo ves, no lo tocas, no lo oyes, no lo palpas, pero lo sientes lleno de vida, de fuerza y vigor. Y lo saboreas muy dentro de ti y lo gozas, porque invade todo tu ser.

San Agustín recoge en un breve párrafo varias afirmaciones que hace San Pablo sobre el Espíritu Santo: "Tu amor se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo que se nos ha dado, y que nos enseña las cosas espirituales, que nos muestra el camino encumbrado de la caridad, que dobla la rodilla por nosotros ante ti, para que conozcamos la ciencia del amor de Cristo" (Conf. 13, 7, 8).

Ya lo ves: nada podemos sin el Espíritu. El es fuerza y poder, empuje y dinamismo, fuente de todo amor, vida de nuestra vida. "Algo puedes hacer para nunca morir. Si temes la muerte, ama la vida. Tu vida es Dios, tu vida es Cristo, tu vida es el Espíritu Santo" (Serm. 161, 7).

Es el alma de este cuerpo vivo que es la Iglesia, el maestro que enseña el único camino y la forma de caminar por él, nuestro valedor - hasta "doblar la rodilla" - ante el Padre. Sin él, todo esfuerzo sería inútil, y toda lucha, en vano. Con él, todo es fecundo. En él hemos sido bautizados; y por él, confirmados en la fe recibida y asumida.

 

Memoria viva de Jesús

El Espíritu nos recuerda las palabras de Jesús, y sus hechos, y toda su vida. Y este recuerdo se vuelve vida hoy, para ti y para mi, porque nos hace presente a Jesús en cada uno de los momentos de nuestra existencia, en cada uno de nuestros hermanos, en cada gesto de amor, solidaridad y sacrificio generoso de cualquier hombre o mujer de buena voluntad. Y nos enseña lo que tenemos que vivir.

Es el maestro interior: ilumina a quien busca la luz; orienta y conduce a quien quiere caminar, que eso es educar; penetra en quien se abre a él, y le regala los dones de consejo, sabiduría, ciencia, entendimiento, fortaleza, piedad y temor de Dios..

El Espíritu es el don que hace Jesús a su Iglesia una vez muerto y resucitado. Cuando muere alguien a quien amamos por encima de todo - fuera de Dios, se entiende - permanece muy vivo, por un tiempo, su recuerdo, hasta sentirlo casi presente. Pero todo se va esfumando poco a poco con el tiempo. Por la única razón de que el que murió entró en el pasado; está condenado a seguir muriendo. El presente ya no le pertenece. Mucho menos, el futuro.

Pero en Jesús, no. Al morir, regresa al Padre y trasmite su Espíritu a la Iglesia. Así permanecerá siempre con nosotros: "Como el Padre me envió, así os envío yo. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo" (Jn. 20, 22).

 

La carne y el Espíritu

Él, el Espíritu, hace posible nuestra conversión y el perdón de los pecados, nos congrega y nos agrupa en torno a Jesús, mantiene la unión entre los hermanos de la comunidad, es la fuerza que lanza a la Iglesia naciente a la tarea de la evangelización de todos los pueblos y acompaña y guía la acción de los apóstoles.

Sin él, nuestra vida sería una experiencia de muerte, pero con él, la muerte se hace vida, y vida en abundancia, y los frutos de la carne - "fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, iras..., envidias, embriagueces.. " (Gal. 5, 19) dan paso a los frutos del Espíritu: "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí". (ib 5, 22).

Habita en nosotros, se une a nuestro espíritu, ora en nosotros y intercede por todos. ¡Qué inmensa riqueza ha depositado Dios en nuestras vidas! Una savia que nunca se agota. Un don siempre nuevo. Una fuente permanente de agua siempre viva.

"En este Don tuyo descansamos, en él te gozamos. Nuestro descanso es nuestro lugar. El amor nos encarama hacia allá, y tu Espíritu bueno realza nuestra humildad desde las puertas de la muerte" (Conf. 13, 9, 10).

 

Se nos da en la lucha

Pero él no lo es todo ni quiere hacerlo todo. Es decir, no quiere suplir la tarea que a cada cual compete en el crecimiento de la nueva vida que él mismo nos ha dado. En este mundo tenemos sólo - que es casi todo - las "primicias del Espíritu". Las arras, las llama también San Pablo. El resto, muy poco pero necesario, lo tenemos que poner nosotros. Algo así como la semilla llena de vida que necesita el cultivo constante para que pueda germinar, crecer y dar fruto. Pero la fuerza vital la lleva dentro.

Esta nueva vida, la del Espíritu, se nos da en la lucha, en el combate contra "las obras de la carne". Tienes que arrimar al hombro, y esforzarte, y luchar. Pero antes, y mientras tanto, es necesario que vivas la experiencia del Espíritu que viene siempre en ayuda de tu debilidad, y se hace tu fuerza, y vida de tu propia vida.

 

Con palabras de Agustín

Te presento a continuación unas cuantas afirmaciones de Agustín sobre el Espíritu Santo. Hay muchísimas a lo largo de todas sus obras, pero estas, aunque pocas, te darán una idea de la enorme riqueza que, en opinión del santo, es el Espíritu Santo para los que lo han recibido. No he creído necesario señalar las citas correspondientes. A ver qué te parecen:

- El Espíritu Santo es comunión entre el Padre y el Hijo.

- Si no fuera Dios, no tendría templo.

- Él es la promesa cumplida.

- Sólo lo tiene quien permanece en la unidad de Cristo

- Es necesario nacer de él y nutrirse de él.

- Se acerca por la humildad y se aleja por la soberbia.

- El Espíritu Santo es tu vida.

- Es buen huésped.

- Habita en el alma del creyente.

- No lo poseen quienes odian la gracia de la paz.

- Quien posee el Espíritu Santo puede perdonar.

- Es el alma del cuerpo de Cristo, La Iglesia..

- Descansa en el humilde.

- Nos introduce, por el bautismo, en la Iglesia.

- Donde hay Espíritu Santo hay santificación.

- Un mismo Espíritu anima a todos los cristianos.

- Por él amamos a Dios.

- Por él nos regeneramos y nacemos a una vida nueva.

- Es necesaria su ayuda para comprender la Sagrada Escritura.

- Nos guía y actúa en nosotros.

- Nos fortalece para poder tolerar los males presentes.

- Por él recibimos el perdón de los pecados, creemos en la resurrección de la carne y esperamos la vida eterna.

Ahora comprenderás mejor por qué no se puede dar una verdadera espiritualidad cristiana sin el Espíritu de Jesús, de quien dimana, por quien crece, cobra vigor y da fruto, y de quien somos hechos templos.

 

 

 

Los dones del Espíritu Santo exigen cuantos los han recibido, los ejerzan para el crecimiento de la Iglesia, como lo recuerda el Concilio. (Chritifideles laici, 24)

 

 

 

 

 

Para recordar

 

q     Sin la presencia y acción del Espíritu no es posible la vida cristiana. Como no es posible que el cuerpo tenga vida si le falta el alma.

q     Sin él, no podrás crecer en la fe, dar fruto, ser testigo de Jesús, convivir con los hermanos, evangelizar, ni siquiera formular la oración más sencilla y breve.

q     El Espíritu, en palabras de Agustín, está más íntimo a ti que tu misma intimidad. Es "dulce huésped del alma". Y, como está en todos los hermanos, nos une en un mismo amor.

q     Es también memoria viva de Jesús: Nos recuerda y enseña todo lo que Jesús hizo o dijo. Es el maestro interior, nos regala sus siete dones, acrecienta el amor, reaviva la fe y reanima nuestra esperanza.

 

 

 

 

Para la reflexión y el diálogo

·         ¿Qué experiencia tienes del Espíritu Santo en tu vida cristiana? ¿Cuentas con él en tus intentos para ser más y mejor cristiano?

·         ¿A qué se deberá en más de una ocasión el fracaso o el pobre resultado en tu esfuerzo por vivir mejor tu fe? ¿Crees que tu crecimiento en la fe o la mejoría que percibes en tu vida cristiana se debe más que todo a ti? ¿Por qué?

·         ¿Qué sientes en tu interior cuando experimentas la presencia del Espíritu en tu vida?

·         ¿A qué se deben tantos momentos de desánimo, desconsuelo y cansancio en tu vida? ¿Y los momentos de gozo, generosidad y paz interior?

·         Si el Espíritu es el motor de tu vida cristiana, ¿lo mantienes “encendido”? ¿Lo tienes apagado o lo apagas frecuentemente?

·         ¿En qué sentido tu cuerpo es templo del Espíritu Santo? ¿Cuándo y cómo lo expulsas de ti? ¿Cuándo y cómo vuelve a habitar dentro de ti?

 

 

 

 

Para orar con San Agustín

 

Oh Dios, ya sólo te amo a ti,

sólo te sigo a ti, sólo te busco a ti,

y solo a ti estoy dispuesto a servir.

Mándame lo que quieras, pero sáname antes

y abre mis oídos para que pueda oír tu voz.

Sana y abre mis ojos para que pueda ver

las indicaciones de tu voluntad;

aparta de mí la ignorancia, para que te conozca.

Dime adónde tengo que mirar para verte,

y confío en que cumpliré fielmente

todo lo que me mandes.

Siento necesidad de volver a ti; ábreme la puerta,

que estoy llamando;

enséñame cómo se puede llegar a ti.

Si te encuentran por la fe los que se refugian en ti,

dame la fe; si por la virtud, dame la virtud;

si por la ciencia, dame la ciencia.

Aumenta en mí la fe, afirma mi esperanza,

acrecienta mi caridad. Amén.

(Sol.         I, 1).