15

LA SEXUALIDAD:

UN DON PARA DARSE

 

Objetivos

--Que los jóvenes conozcan el sentido cristiano de la sexualidad.

--Que los jóvenes vivan su sexualidad desde los valores cristianos.

Miramos nuestra realidad

Es posible que para nosotros sea un poco difícil hablar de sexualidad. Quizá porque no sabemos mucho, o porque sentimos miedo o vergüenza, o porque quizá se nos haya dicho que la sexualidad es algo malo. Pero si todo esto puede ser verdad, es bien cierto que, aunque entre nosotros no hablamos mucho de sexualidad, sí es un tema que interesa a los jóvenes, del que se tiene mucha curiosidad y del que de una manera o de otra se piensa.

Vamos a tratar sobre este tema tan importante para los jóvenes, del que muchas veces sólo se conoce por lo que se aprende en las calles con los amigos, o por la televisión, pero del que poco sabemos con verdad y con sentido. Para entrar en este tema primero vamos a mirar nuestra realidad, para ver cómo se entiende y se vive la sexualidad entre los jóvenes. Para eso vamos a leer el siguiente hecho de vida, dialogamos en grupo sobre las preguntas que se plantean y luego ponemos en común las respuestas.

Hecho de vida

Maylín era una joven de 15 años que estudiaba tercero básico en el instituto de su comunidad. Un día, al salir del instituto se encontró con Ricky, un joven de 16 que iba por el camino. Los dos se miraron, sintieron vergüenza y siguieron su camino sin decirse nada, pues no se conocían. Por la noche Ricky no dejaba de pensar en Maylín: se imaginaba que estaba con ella, que la acariciaba, que le tocaba sus pechos, que la abrazaba y la besaba. Al pensar se iba excitando y sentía placer. Ricky buscaba la manera de encontrarse con Maylín por el camino. Cuando la veía casi la desnudaba con la mirada, no podía dejar de pensar en sus labios, en sus pechos y en sus caderas. Nada más de verla se excitaba. Lo mismo le pasaba a Maylín, también deseaba a Ricky. Un día Ricky se decidió y le habló. La saludó y se presentaron. La acompañó a su casa, pero por el camino, ya oscuro, no aguantaron su deseo y tuvieron relaciones sexuales. Después de hacerlo Maylín sentía mucho miedo, pero como fue algo tan placentero, pronto se olvidó de su miedo y siguieron teniendo relaciones sexuales una y otra vez.

A las dos semanas Ricky conoció a otra joven por el camino y pasó lo mismo que con Maylín. Sin a penas conocerse, sintieron deseos y tuvieron relaciones sexuales. Lo mismo hizo Maylín con otro joven que se encontró por el camino. Y esta historia se repitió una y otra vez. Ricky y Maylín tenían relaciones sexuales con diferentes personas casi sin conocerse, solamente porque las relaciones sexuales les hacían sentir placer. Ricky no podía ver a una muchacha ni platicar con ella sin pensar en el sexo y desear tener relaciones sexuales con ella. Lo mismo le pasaba a Maylín.

Pasado un tiempo, Maylín empezó a pensar en lo que estaba haciendo. Se preguntaba si era correcto o no el tener relaciones sexuales. Tan preocupada estaba, que un día, platicando con sus amigas, con miedo y vergüenza, sacó el tema. Preguntó: ¿Qué dicen ustedes, será que es bueno o no tener relaciones sexuales? Sus amigas se sorprendieron, ya que nunca habían hablado de esos temas. Eva dijo: Claro que es bueno, uno se siente bien cuando lo está haciendo, da mucho placer. Sara dijo: Pero aunque dé placer no significa que sea correcto hacerlo. La relación sexual es algo muy especial que sólo se puede hacer con la pareja dentro de la vida matrimonial. Como Maylín estaba confundida, una noche se arriesgó a preguntarle a su mamá: Mamá, ¿será que es un pecado tener relaciones sexuales con un muchacho? Su mamá se puso roja de la sorpresa y no sabía qué decir, y exclamó: ¡Qué estás diciendo! ¡No hables de esas cosas! Maylín se asustó por la respuesta de su mamá, y ya no se atrevió a volverle a hablar del tema. Siguió con sus dudas y no encontraba quien se las aclarara, porque casi nadie platicaba sobre esos temas.

Dialogamos sobre las siguientes preguntas:

1.¿Entre los jóvenes pasa como a Maylín y a Ricky? Comentar algún caso.

2.¿Qué piensan los jóvenes sobre la sexualidad? ¿Como Eva o como Sara?

3.¿Se habla de la sexualidad entre los jóvenes o en la familia? ¿De qué manera?

4.Lo que sabemos sobre la sexualidad, ¿dónde y cómo lo hemos aprendido?

5.¿Qué nos dice nuestra fe sobre la sexualidad y sobre cómo vivirla?

Ahora ponemos en común las respuestas.

Iluminamos nuestra realidad

Cuando miramos nuestra realidad nos damos cuenta que realmente los jóvenes no tienen una educación sexual adecuada. En sus casas sus papás no les hablan de la sexualidad, y los jóvenes no se atreven a preguntar porque tienen miedo, quizá porque se les ha hecho ver que la sexualidad es algo malo o de lo que no es bueno platicar. Y aunque los jóvenes se atrevieran a preguntar a sus papás, la mayoría de nuestros papás no están preparados para educarnos bien sobre la sexualidad, porque tampoco a ellos les educaron.

Pero si los jóvenes no reciben una educación sexual adecuada en su familia o en otro lugar apropiado, la van a buscar en cualquier otro lado, porque la sexualidad es un tema que interesa a los jóvenes y les causa curiosidad. Entonces lo que pasa es que los jóvenes aprenden cosas sobre la sexualidad en la calle, con sus amigos, en la televisión o en revistas, y no aprenden el verdadero valor y el sentido de la sexualidad. No saben con seguridad lo que es correcto o no es correcto, si tal o cual acto tiene riesgos o no tiene riesgos.

Otra realidad es que para muchos jóvenes el tener relación sexual es como el comerse un helado de chocolate cada vez que uno siente ganas de comérselo. En esos casos el sexo se convierte en una simple actividad que da gusto y placer para saciar unos deseos e impulsos físicos, y de esa manera se le quita todo su sentido a la sexualidad.

Todos somos sexuales

Tenemos que ser realistas y reconocer que todos tenemos impulsos sexuales, nos sentimos atraídos por el sexo opuesto: el muchacho se siente físicamente atraído por la muchacha y la muchacha por el muchacho. Ante una muchacha que le atrae el muchacho se excita, sus órganos genitales se alteran, experimenta sensaciones agradables y siente deseos de experimentar el placer que produce el contacto sexual con la muchacha. Son impulsos naturales, así nos ha creado Dios. Pero debemos orientarlos correctamente.

Esos impulsos y deseos sexuales que todos experimentamos y que son parte de nuestra naturaleza humana, de nuestra sexualidad, tenemos que reconocerlos y aceptarlos como algo positivo, como un regalo de Dios que nos creo así. Pero no podemos dedicarnos a usar nuestra sexualidad como un juguete que nos divierte y nos da placer, no podemos dejarnos dominar por los deseos sexuales, sino que tenemos que dominar nuestros impulsos sexuales para vivir nuestra sexualidad de acuerdo a nuestros valores cristianos, a lo que nos enseña nuestra fe y nuestra madre Iglesia católica. De ese modo podremos vivir con sentido nuestra sexualidad para nuestro bien y felicidad.

¿Qué nos enseña la Biblia sobre la sexualidad?

 

Ya en el libro del Génesis se nos cuenta que cuando Dios creó al ser humano lo hizo hombre y mujer (Génesis 1, 27), es decir, diferentes en cuanto a sus características físicas, los hizo de diferente sexo: masculino y femenino. La diferencia de sexos (hombre y mujer) con sus correspondientes características como lo es la atracción física entre el hombre y la mujer es algo natural, propio de la persona que así fue creada por Dios. Es algo tan natural, que por eso dice el Génesis que aunque Adán y Eva estaban desnudos, no sentían vergüenza (Génesis 2, 25).

La sexualidad dentro del matrimonio

Pero el libro del Génesis nos orienta sobre el sentido de la sexualidad de acuerdo al plan de Dios. Dios manda al hombre y la mujer que sean fecundos, que tengan hijos para que se transmita la vida y se llene la tierra (Génesis 1, 28). Y cumplir ese mandato sólo es posible porque el hombre y la mujer han sido creados como personas sexuales, con características sexuales que permiten que de su unión nazca una nueva vida. Esto quiere indicar que la sexualidad está orientada a la fecundidad, a la procreación de los hijos. Y esta fecundidad se ha de realizar entre un hombre y una mujer que unen sus vidas para compartirlas para siempre (Génesis 2, 24; Mateo 19, 4-6).

El sexo, pues, no es un juguete, no es un acto que se practica sólo porque da placer, sino que tiene un sentido dentro del plan de Dios (1Cor 6, 12-13.18-20), y se ha de vivir en la unidad de vida del hombre y la mujer, dentro del matrimonio. Por eso la Biblia desde el Antiguo Testamento insiste tanto en que se respete la sexualidad y se viva de acuerdo a plan de Dios. En el Exodo, entre los mandamientos de la ley de Dios está que no se desee la esposa de otro ni se cometa adulterio (Exodo 20, 14-17). En el libro del Eclesiástico enseña que los deseos sexuales hay que dominarlos para guardar la fidelidad matrimonial, porque el adulterio es una ofensa a Dios (Eclesiástico 23, 16-23).

La sexualidad es más que la genitalidad

Cuando decimos “genitalidad” nos estamos refiriendo a los órganos genitales del hombre (el pene) y de la mujer (la vagina). En algunos textos de la Biblia se nos enseña que la relación entre el sexo masculino y el sexo femenino, no es sólo la unión de sus genitales, sino que es algo más. Cuando se habla de la relación entre hombre y mujer se utilizan palabras como “conocerse”, “unirse” (Génesis 4, 1; 1Samuel 1, 19; Lucas 1, 34). Esto nos quiere indicar que la unión sexual implica conocimiento, unidad entre las personas, que haya una entrega total del uno al otro, de toda su persona, mente y corazón, no sólo de su cuerpo por placer.

¿Qué nos enseña la Iglesia Católica sobre la sexualidad?

Nuestra Iglesia católica reconoce la sexualidad humana como algo bueno, pero que se debe entender y vivir desde los valores de fe. Para nuestra Iglesia la sexualidad abarca todos los aspectos de la vida de la persona, su cuerpo y su espíritu, no es sólo cuestión física. La sexualidad tiene que ver con las disposiciones humanas para establecer lazos de comunión, de manera especial la sexualidad tiene que ver con la afectividad, es decir, con los sentimientos, con la capacidad de amar y procrear.

La sexualidad es un impulso natural de la persona, pero como no somos animales sin pensamiento ni voluntad como puede ser un perro o un gato, estos impulsos naturales tenemos que comprenderlos desde nuestros valores humanos y cristianos y educarlos, para controlarlos, de manera que sea la persona la que domine y no la que se deje dominar por los instintos sexuales.

Para nuestra Iglesia la sexualidad humana tiene que entenderse como un complemento entre un hombre y una mujer. No se trata de que yo use a la otra persona para recibir placer físico, sino que es recibir a la otra persona entera, no sólo su cuerpo. Y sobre todo se trata de que yo me dé a la otra persona, todo yo, no sólo mi cuerpo. Es un intercambio, es un darse y un recibir. Es una expresión suprema del amor entre dos personas. Amor que no es egoísta y por eso no busca satisfacer sus deseos, sino que se hace entrega total de la persona como signo de la unidad en el verdadero amor.

Nuestra Iglesia católica sabe que el vivir la sexualidad con verdadero sentido desde la fe y los valores del Evangelio es algo exigente, que requiere en primer lugar un firme convencimiento de que vivirla de esa manera ayuda al crecimiento de la persona, a la libertad y a la felicidad, que exige esfuerzo de parte de las personas para controlar los impulsos naturales. Pero la Iglesia también sabe que la gracia de Dios nos ayuda.

Características de la sexualidad desde los valores cristianos

En primer lugar la sexualidad es “unitiva” y “comunicativa”. Esto quiere decir que la sexualidad es un darse y recibir entre dos personas, es complementarse. Es una manera especial de comunicarse un hombre y una mujer que se aman de verdad y se expresan este amor que les une.

En segundo lugar la sexualidad es “procreativa”. Esto quiere decir que la sexualidad está abierta a la vida, que por medio de la unión sexual entre un hombre y una mujer que se aman de verdad y como fruto de ese amor nace una nueva vida. Esto no quiere decir que entre una pareja la relación sexual tiene que ser únicamente para tener los hijos, pero tampoco se debe dar siempre cerrándose a la procreación.

En tercer lugar la sexualidad es “placentera”. Esto quiere decir que la sexualidad está abierta a satisfacer el placer de dos personas que se aman y que ese amor que les une les hace sentirse bien entregándose el uno al otro. El placer es una parte importante de la sexualidad humana, pero es bueno cuando está acompañado del amor entre las dos personas que se unen sexualmente. No se trata de buscar de manera egoísta el placer solamente por el placer sin más, usando el cuerpo de la otra persona para satisfacer un deseo. Se trata de la unión de dos personas unidas por el verdadero amor, y que se expresan este amor el uno al otro de una manera especial que de paso produce placer.

Estas tres características tienen que ir unidas, no se pueden separar. Pero para poder hacer un buen uso de la sexualidad la persona debe tener la adecuada madurez de su cuerpo, también la adecuada madurez en su afectividad (es decir en sus sentimientos), y madurez en su personalidad y en su fe.

La sexualidad no es un juego, sino que es una manera especial de comunicación entre un hombre y una mujer para expresarse el amor, para darse por entero y recibirse mutuamente. Para vivir la sexualidad en su verdadero sentido se necesita estar preparado y decidido para que la unión sexual sea algo importante en la vida de el hombre y la mujer, y sea una expresión del verdadero amor que les une.

Por eso nuestra Iglesia enseña que es el matrimonio el lugar propio para las relaciones sexuales. No es que rechace la sexualidad como algo malo. Quizá esa es la idea que tienen nuestros mayores, y por eso nos han enseñado a tener miedo a hablar de la sexualidad y a verla como pecado. Lo que la Iglesia quiere es que la miremos con naturalidad, como un don de Dios y la vivamos con su verdadero sentido y no la convirtamos en un juguete.

A manera de resumen

La sexualidad es una realidad humana que nos afecta a todos. Todos somos personas sexuales. La sexualidad es parte de nuestra naturaleza humana, así nos ha creado Dios. Por eso tenemos que mirar nuestra sexualidad con naturalidad, como algo bueno, pero a la vez como una dimensión de la persona que tiene que conocerse, aceptarse y vivirse desde su verdadero sentido.

En la realidad muchos jóvenes viven la sexualidad como un juguete, como un simple medio para experimentar placer. Tenemos que reconocer que las personas sentimos impulsos sexuales que son naturales, y muchos sienten el deseo de satisfacer esos impulsos por medio de la unión sexual, que les da placer. Se busca esa unión sexual por el placer que produce.

Pero la relación sexual entre un hombre y una mujer, desde la enseñanza de las Sagradas Escrituras y de nuestra Iglesia es mucho más que la sola búsqueda del placer que produce la unión sexual. Es una manera especial de comunicarse y expresarse el amor que une a un hombre y a una mujer. La persona tiene que estar preparada y madura para poder vivir la sexualidad.

El vivir la sexualidad con su verdadero sentido cristiano no es algo fácil, sino que exige esfuerzo para poder dominar los impulsos sexuales naturales. Exige que estemos convencidos de que es lo mejor para nosotros vivirla con su verdadero sentido y que merece la pena hacer el esfuerzo. Pero en ese esfuerzo no estamos solos, sino que el Espíritu Santo de Dios nos ayuda para que vivamos con sentido y responsabilidad nuestra sexualidad, para que no hagamos de ella un juguete o un simple medio de placer.

Para poner en práctica

Un buen compromiso puede ser que platiquemos entre nosotros con naturalidad y confianza sobre las dudas o curiosidades que tenemos sobre la sexualidad, que compartamos nuestras experiencias para ayudarnos y enriquecernos mutuamente. Sería bueno continuar profundizando sobre la sexualidad; aclarar nuestras dudas dialogando con personas que de verdad nos pueden orientar correctamente sobre la sexualidad. Pero el compromiso más serio que podemos hacer es no usar nuestra sexualidad como un juguete, como un simple medio para tener placer. Hacer el esfuerzo para dominar nuestros impulsos sexuales, resistir a la tentación para vivir con verdadero sentido cristiano nuestra sexualidad.