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EL ESPÍRITU SANTO:

VIDA DE DIOS CON NOSOTROS

 

Objetivos

--Que los jóvenes descubran en su vida la presencia del Espíritu Santo, que es la presencia viva y permanente de Dios con nosotros.

--Que los jóvenes se dejen animar y guiar por el Espíritu Santo que les quiere conducir por el camino de Jesús que lleva al Reino de Dios.

Miramos nuestra realidad

Continuamos los temas de formación religiosa con el tema del Espíritu Santo, del que hemos oído hablar mucho, pero que quizá no nos hemos detenido a pensar y reflexionar con seriedad y profundidad. No sabemos bien qué es eso del Espíritu Santo, quién es, dónde está que no lo vemos, y cómo sentir su presencia. En realidad nos resulta un poco difícil comprender bien y vivir de verdad la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida.

En este tema no pretendemos explicar a cabalidad al Espíritu Santo, ya que para nosotros sería imposible. Lo que sí pretendemos es señalar algunas ideas fundamentales que nos ayuden a descubrir y entender mejor la presencia y actuación del Espíritu Santo en nuestra vida. Parea entrar en el tema, nos acercamos para mirar un poco nuestra realidad ayudados por la palabra de Dios. Leemos los siguientes textos, dialogamos sobre las preguntas que se plantean y luego ponemos en común las respuestas.

Leemos Hechos 2, 1-13 y Gálatas 5, 22-23 y respondemos:

1.¿Cuál es el mensaje central del texto de los Hechos?

2.¿Cuáles signos del Espíritu Santo se manifestaron en los creyentes?

3.¿Qué signos del Espíritu Santo se manifiestan hoy en nuestra vida?

4.Según el texto de Gálatas, ¿cuáles son los frutos del Espíritu Santo?

5.¿Cuáles frutos del Espíritu Santo estamos produciendo en nuestra vida?

6.¿Qué significa “dejarnos guiar por el Espíritu”?

7.¿Cuándo podemos decir que de verdad “caminamos en el Espíritu”?

Ahora ponemos en común las respuestas.

Iluminamos nuestra realidad

Si miramos nuestra realidad nos damos cuenta de que muchas veces oímos hablar del Espíritu Santo, pero en verdad no llegamos a entender bien qué es eso del Espíritu Santo. Se nos dice que tenemos que dejarnos guiar por el Espíritu Santo, pero nos resulta difícil saber de qué manera el Espíritu Santo se nos hace presente y cómo descubrir lo que él nos quiere indicar para poder seguir su guía. Quizá esperamos oír una voz que nos diga claramente lo que tenemos que hacer, o sentir una fuerza interior extraordinaria que nos empuje a actuar. Si examinamos nuestras obras sí nos podemos dar cuenta cuándo nos dejamos guiar por el Espíritu y cuándo no.

Quién es el Espíritu Santo

Ya el Antiguo Testamento empleaba el nombre Espíritu Santo para significar el don de Dios, su fuerza creadora, su sabiduría. Las Sagradas Escrituras comparan el Espíritu Santo con el agua refrescante, con el fuego devorador, con el aliento de vida, con el viento. La tarde de Pascua Jesús sopla sobre los apóstoles y les da su Espíritu (Jn 20, 22); pero fue el día de Pentecostés cuando en forma de llamas de fuego los llenó del Espíritu Santo (Hechos 2, 1-4).

El Espíritu Santo es Dios, es la fuerza y el poder de Dios Padre y de su Hijo que el mismo Jesús ha dejado a su Iglesia. El está presente en el camino de la comunidad cristiana y en el de cada uno de los que siguen a Jesús. El inspira a cada uno de los cristianos, es abogado, acompaña fortaleciendo al pueblo de Dios y llenándolo del amor que viene del Padre.

Los frutos que da el Espíritu a quienes lo reciben son el amor, la alegría, la paz, la comprensión, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre, la templanza (Gálatas 5, 22-23). Los frutos del Espíritu son incontables, todo lo bueno proviene de él. Todo lo que es manifestación de la vida nueva de Cristo resucitado proviene del Espíritu, que nos quiere guiar por el camino de Jesús para que caminemos hacia el Padre Dios, hacia su Reino.

Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Esta promesa de Jesús es cumplida con la donación del Espíritu en Pentecostés. Jesús quiso permanecer con nosotros para siempre. Para ello nos dejó el Espíritu, que es su presencia permanente en nuestras vidas. Él será nuestro protector que permanecerá para siempre con nosotros (Jn 14, 16), nos mantendrá en fidelidad a la enseñanza de Jesús (Jn 14, 26), nos hará testigos de Jesús (Jn 15, 26s), y nos guiará en el camino de la verdad (Jn 16, 13). En definitiva, el Espíritu es el Dios-con-nosotros. El quiere vivir con nosotros, guiar nuestro caminar. A nosotros nos toca dejarnos guiar por él, caminar en el Espíritu para poder llegar al Reino.

Caminar en el Espíritu

El Señor Jesús ascendió al cielo, a la derecha del Padre. Pero no nos dejó solos, sino que nos envió el Espíritu Santo, tal como lo narra el libro de los Hechos de los Apóstoles (1, 6-11 y 2, 1-4). El día de Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua, la primera Iglesia representada en los Apóstoles recibió el Espíritu Santo. Los primeros en recibirlo fueron los Apóstoles, quienes junto con María, la madre de Jesús, estaban en oración. Y con su poder empezaron a dar testimonio de Jesús resucitado proclamando la buena noticia de salvación a todos los pueblos.

Después de ellos todos los que se han incorporado al cuerpo de Cristo, a la Iglesia por medio del bautismo, también lo han recibido; y de una manera especial lo reciben a través del sacramento de la confirmación. Y recibimos el Espíritu no para encerrarlo dentro de nuestro corazón, sino para dejarnos guiar por él y caminar en el Espíritu, dando testimonio de la vida que él nos da.

Caminar en el Espíritu es la misión de cada cristiano, dejando tras sus pasos las huellas del amor que el Padre comunicó a la humanidad por medio de Jesucristo. Quien camina en el Espíritu sigue su inspiración y es portador del mensaje de Jesús, da testimonio de su vida y se convierte en un templo en el que habita Dios. El Espíritu Santo va realizando en cada cristiano una continua conversión, un nacimiento permanente a la gracia para caminar cada día como criatura nueva.

El camino de la Iglesia está marcado con el sello de la esperanza, porque el Espíritu del Señor resucitado la orienta hacia la perfección del amor. Seguir a Cristo resucitado significa dejarse guiar por su Espíritu para vivir de acuerdo a la vida de Jesús, a su palabra y entregando la vida como el la entregó por la causa del Reino. La construcción del Reino de Dios, de una sociedad nueva en la que reine la justicia, la paz, la igualdad, la fraternidad y el amor., sólo será posible con la fuerza del Espíritu Santo, que es Dios-con-nosotros.

Signos de la presencia del Espíritu Santo

No olvidemos que el Espíritu Santo es la presencia permanente de Jesús entre nosotros, el que actualiza su vida en nuestra vida, lo cual se tiene que manifestar a través de los signos que damos en nuestra vida. El Espíritu Santo siempre nos conduce por el camino de la santidad; y cuando nos alejamos de los vicios, la fornicación, el adulterio, nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos conduce por el camino de la justicia; y cuando dejamos de ser injustos, denunciamos y trabajamos para que haya verdadera justicia para todos, nos estamos dejando guiar por el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo siempre nos conduce por el camino de la paz; y cuando rechazamos cualquier tipo de violencia y trabajamos para construir la verdadera paz, nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos conduce por el camino de la unidad; y cuando rechazamos toda división y construimos la unidad, nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos conduce por el camino del perdón; y cuando quitamos el odio y el rencor de nuestro corazón para buscar la reconciliación y el perdón, nos dejamos guiar por el Espíritu Santo.

Finalmente, el Espíritu Santo siempre nos conduce por el camino del compromiso y la entrega generosa por el Reino, lo mismo que a Jesús; por eso cuando nos comprometemos en la misión de Jesús, que se realiza hoy en la misión de nuestra Iglesia católica, cuando nos organizamos y nos formamos y participamos en la evangelización dentro de una pastoral o ministerio, entonces nos estamos dejando guiar por el Espíritu Santo.

Para poner en práctica

Al final de cada día podríamos examinar nuestra vida para ver si las obras que hemos hecho en el día son signo de que es el Espíritu el que nos ha guiado. Y antes de hacer algo pensamos bien para actuar de acuerdo con el Espíritu Santo. Además, vivimos con la confianza de que la fuerza del Espíritu no nos deja solos.