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LA
RECONCILIACIÓN:
VOLVER A LA
CASA DEL PADRE
Objetivos
--Que los jóvenes tomen conciencia de que todos somos pecadores, y que los pecados nos alejan de Dios.
--Que los jóvenes valoren el sacramento de la reconciliación como una experiencia de conversión, del cambio de vida, de vuelta a Dios.
--Que los jóvenes descubran en el sacramento de la reconciliación una exigencia para vivir la reconciliación cada día con los demás.
Miramos nuestra realidad
Continuamos hablando de los sacramentos. Ahora vamos a hablar del sacramento de la reconciliación. Quizá es el sacramentos que memos practican los jóvenes, por miedo, por vergüenza, o porque quizá no tienen conciencia de los pecados que cometen, o porque piensan que no es necesario confesarlos ante el sacerdote. Pero antes de entrar de lleno a hablar sobre el sacramento de la reconciliación vamos a mirar nuestra realidad, para ver cómo entiende la gente el sacramento de la reconciliación y cómo lo vive. Leemos el siguiente hecho de vida y en grupos dialogamos sobre las preguntan que se plantean.
Hecho de vida
Mario vivía en el paraje Chuibulux y participaba en el grupo juvenil. Le gustaba mucho dialogar sobre los temas de formación que recibía, y participar en los encuentros juveniles. Un domingo el equipo coordinador de la Pastoral Juvenil de su comunidad organizaron un acto penitencial, para que todos los jóvenes reconocieran sus pecados, se confesaran y así se reconciliaran con Dios y también para que se comprometieran a reconciliarse con las personas a quienes habían maltratado u ofendido y a cambiar, para nunca más volver a tratarlas mal ni cometer más pecados. Pero Mario no asistió a la celebración. Al día siguiente Azucena lo fue a visitar para preguntarle que por qué no había participado en la celebración. Mario, un poco molesto, le respondió: ¿Y para qué tengo yo que decirle lo que hago al padre? Además, yo casi no hago nada malo. No tengo de qué confesarme. Y cuando tenga que hacerlo, se lo digo a Dios y no al padre. Entonces Azucena, un poco sorprendida por la respuesta de Mario, dijo: ¡Cómo que no tienes de qué confesarte! ¿Acaso eres santo? Todos tenemos pecados, y tenemos que confesarlos ante el padre, porque Jesús les ha encomendado a ellos la misión de perdonarnos los pecados en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Dialogamos sobre las siguientes preguntas:
1.¿Pasan cosas como la que cuenta el hecho de vida? Comentar alguna.
2.¿Quién de los dos tiene razón, Mario o Azucena? ¿Por qué?
3.¿Cómo piensa nuestra gente, como Mario o como Azucena?
4.¿Qué dificultades hay para que los jóvenes participen en la reconciliación?
Ponemos en común las respuestas.
Iluminamos nuestra realidad
Si miramos nuestra realidad nos damos cuenta de que a muchas personas, sobre todos a los jóvenes, les resulta difícil participar en el sacramento de la reconciliación, les cuesta confesarse. Es posible que casi no se confiesen por vergüenza a contar sus pecados al sacerdote, o porque piensen que no hace falta decirles los pecados al sacerdote, que es suficiente con contárselo a Dios directamente y ya está. Pero también puede ser que los jóvenes estén perdiendo la conciencia de pecado, que piensen que no cometen pecados graves o que no es pecado lo que otros piensan que sí lo es. Sea por lo que sea, la realidad es que los jóvenes cada vez se confiesan menos.
Todos somos pecadores
Para hablar del sacramento de la reconciliación hay que comenzar hablando del pecado. Todas las personas tenemos en común que somos pecadores. En aquél pasaje del Evangelio en que Jesús evitó que una mujer pecadora fuera apedreada (Juan 8, 3-11), se nos hace ver que ninguno podemos considerarnos santos, libres de pecado. El pecado es ofender a Dios y a las demás personas, y esto todos o hacemos muchísimas veces y de diferentes maneras; por ejemplo cuando desobedecemos los mandamientos de que Dios nos ha dado para que seamos felices, o cuando insultamos, maltratamos, pegamos o hacemos algún otro daño a las personas.
También tenemos que señalar que existe un pecado del que muchas veces nos olvidamos y que, seguramente es el que más cometemos. Se trata de los pecados de omisión. Pecado de omisión significa no hacer algo bueno que podemos hacer, y no lo hacemos. Muchas veces podemos ayudar a alguien que nos necesita, y no lo hacemos. Quizá no hacemos grandes males, pero tampoco hacemos el bien que podemos hacer. Tenemos, pues, que tomar conciencia de que somos pecadores y de que necesitamos reconciliarnos con Dios y con los demás. Si de verdad nos sentimos hijos de Dios, nos tiene que doler ofenderle. Y si nos sentimos hermanos de los demás, también nos tiene que doler hacerles daño.
Necesidad del sacramento de la reconciliación
Tenemos que reconocer que a nadie le resulta muy agradable confesarse, que como hemos dicho antes hay dificultades para hacerlo. Pero tenemos que ir venciendo esos obstáculos y participar con naturalidad y confianza al sacramento de la reconciliación. El mismo Jesús estableció el sacramento de la reconciliación para que a través de él se experimentara el perdón de Dios, y se lo encomendó a sus apóstoles para que fueran verdaderos mediadores de la reconciliación (Juan 20, 21-23).
El sacerdote en el sacramento de la reconciliación no actúa por su propia cuenta sino en nombre de la Iglesia, que es la mediadora de la reconciliación. El sacerdote es un signo visible y personal que certifica la reconciliación con Dios. A pesar de las dificultades de confesarse, hay que reconocer en el sacerdote no un juez a quien tener miedo, sino hay que ver en él un ministro de Cristo y de la Iglesia, que actúa como padre misericordioso, como buen pastor preocupado de sus ovejas heridas por el pecado, un médico que cura. Su función no es juzgar sino ayudar a la persona a reconocer sus pecados, a ver la necesidad de la conversión y a experimentar la alegría del perdón de Dios.
El sacramento de la reconciliación, signo de conversión
Las actitudes de la persona que quiere reconciliarse son importantes, como muestra de que de verdad está dispuesto a la reconciliación. De ahí que se exija la conversión como actitud fundamental que dé sentido al sacramento. El sacramento tiene que ser un signo de que de verdad estamos en el camino de la verdadera conversión. La verdadera conversión es el cambio radical e íntimo de la persona, que se manifiesta en la manera de relacionarse con Dios y con las demás personas. Implica un rechazo del pecado que se manifieste por medio de las obras, el compromiso con el proyecto de vida de Jesús, y la lucha permanente contra el pecado y sus consecuencias. Dios nunca niega su perdón a quienes le aman, pero no puede perdonar a quienes no se arrepienten de verdad y se disponen a vivir la conversión. Donde hay verdadera conversión allí hay perdón y reconciliación.
Vivir la reconciliación
Después que hemos participado en el sacramento de la reconciliación tenemos que demostrar nuestra conversión, que de verdad nos hemos reconciliado. Por eso la reconciliación no termina en el sacramento, sino que se continúa en la vida de cada día, dando testimonio de conversión y teniendo una actitud permanente de reconciliación, con Dios y con los demás. Si yo me confieso de maltratar a mi hermano, y después lo sigo maltratando, donde está la conversión. Si me he peleado con alguien y le he ofendido, pero no me reconcilio con él, cómo puedo decir que estoy reconciliado con Dios.
Para poner en práctica
Reconocernos pecadores, y participar más frecuentemente en el sacramento de la reconciliación, como signo de nuestro camino de conversión Reconciliarnos con aquellas personas con quienes nos hemos ofendido o tratado mal, pidiéndoles perdón y perdonándoles de corazón.