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LOS JÓVENES
CONSTRUCTORES
DE LA PAZ
Objetivos
--Que los jóvenes sean conscientes de los hechos de violencia que se producen en nuestro país, en nuestro pueblo, en nuestras comunidades y también en nuestras propias familias.
--Que los jóvenes se comprometan, desde la fe, a rechazar toda violencia, y ser constructores de la verdadera paz con su actitud en la familia, en sus comunidades y en sus ambientes.
Miramos nuestra realidad
En este tema hablaremos sobre el compromiso de los jóvenes con la construcción de la paz. En Guatemala llevamos ya algunos años desde la firma de los Acuerdos de Paz. Cabe hacernos la pregunta: ¿disfrutamos ya en Guatemala de la paz firme y duradera? La mejor respuesta a esta pregunta es la propia realidad. Por eso comenzamos mirando nuestra realidad. Veamos las situaciones de violencia que aún vivimos en Guatemala y hasta qué punto se hacen los esfuerzos necesarios para que haya verdadera paz. Y para mirar la realidad realizamos el ejercicio que proponemos a continuación.
Por grupos revisamos periódicos, y vamos sacando los hechos de violencia que en ellos aparecen. Luego, hacemos un mural en el que se describa la realidad de violencia en Guatemala: violencia familiar, en las comunidades, violencia social de todo tipo, violencia estructural e institucional. Cada grupo expone y explica su mural. Una vez presentado el mural, dialogamos sobre las siguientes preguntas:
1.¿Por qué se dan estas situaciones de violencia en Guatemala?
2.¿También se dan estas situaciones en Toto? ¿Por qué? Mencione algunas.
3.¿Qué violencias se dan en nuestras familias?
4. Y nosotros, ¿Qué actitudes violentas tenemos?
Iluminamos
nuestra realidad
Urge la verdadera paz.
Toda esta situación de violencia que vivimos en Guatemala: violencia familiar, linchamientos, secuestros, torturas y maltratos, la estructura de injusticia, marginación y discriminación que constituye otro tipo de violencia que mata la dignidad de la persona humana, etc, etc, son un clamor, un grito que pide un cambio real, ¡que haya paz! Ese grito tiene que ser escuchado por todos, ya que todos somos responsables y debemos colaborar para construir la verdadera paz.
Tenemos que partir de la firme convicción de que la paz es posible. Pero, ¿qué es la paz? Resulta difícil dar una definición, pero sí podemos describir lo que implica la paz. La verdadera paz no es sólo ausencia de guerra o de acciones violentas; no es sólo la tranquilidad interior o del espíritu; es mucho más que el bienestar económico de las personas y los pueblos. La paz que debemos construir no es la paz fruto del dominio de unos sobre otros, impuesta por la fuerza, o fruto de la resignación ante situaciones de injusticia que parece que no podemos cambiar.
La verdadera paz es fruto de la justicia, la solidaridad, el desarrollo integral de las personas, y se apoya en la verdad, la reconciliación, el respeto de los derechos fundamentales de las personas, la promoción de los valores de las distintas culturas, y en la participación corresponsable de todos en lo que tiene que ver con el bien común.
El mensaje cristiano sobre la paz
La paz debe ser nuestra preocupación por el solo hecho de que somos personas humanas, que vivimos en común, en sociedad, y esta convivencia demanda un clima de paz. Pero además, por el hecho de ser cristianos, nuestra preocupación debe ser mayor y más profunda, porque nace de nuestra fe, es una exigencia del Reino de Dios que debemos construir en nuestro mundo.
Ya en el Antiguo Testamento, cuando se anuncia la futura venida del Mesías que va a establecer el Reino de Dios, se dice que se llamará príncipe de la paz, porque instaurará la verdadera paz que no acabará, apoyada en la justicia (Is 9, 1-6). Y esta promesa se cumple en Jesús, que se ha encarnado para guiarnos por el camino de la paz (Lc 1, 79). Y este camino para construir la paz es exigente. La ley del ojo por ojo y diente por diente, es cambiada por Jesús; él nos dice que evitemos responder con violencia (Mt 5, 38-41).
El trabajo por la paz es exigente
El camino de la paz nos exige amar a los enemigos (Lucas 6, 27-35). Es fácil amar a quien nos ama, pero amar a quien nos ha hecho daño, ya no es tan fácil. Ante quien nos hace mal lo primero que sentimos es deseos de responderle de la misma manera. Pero las exigencias de Jesús necesitan de conversión, cambiar nuestra manera común de pensar y actuar, y buscar en nosotros el camino de la reconciliación y el perdón, que traen las verdadera paz.
Con razón llama Jesús bienaventurados a los que trabajan por la verdadera paz, porque esos son en verdad los hijos de Dios (Mateo 5, 9). Y si nosotros nos consideramos hijos de Dios, discípulos y seguidores de Jesús, nuestro empeño tiene que ser trabajar por construir la verdadera paz en nosotros mismos, en nuestras familias, en nuestras comunidades y en los ambientes en donde nos movemos.
El ejemplo de las primeras comunidades
cristianas
La primera comunidad cristiana comprendió bien pronto esta urgencia de construir la paz. Por eso Santiago en su carta critica los pleitos y las violencias que se producen entre los miembros de su comunidad (Santiago 4, 1-3). Y denuncia duramente la actitud de los poderosos, que oprimen y maltratan violentamente a sus trabajadores pobres (Santiago 5, 1-6). San Pablo, en su carta a la comunidad de Efeso, manifiesta que ya el odio que existe entre Judíos y no Judíos debe terminar, porque Cristo ha traído la reconciliación y la paz entre ellos, pues en él los dos pueblos son un solo pueblo, llamados por igual a la salvación (Efesios 2, 14-18).
Jóvenes constructores de la paz
Los seguidores de Jesús tenemos que continuar extendiendo la paz que él nos dejó; somos enviados como mensajeros de la paz (Lucas 10, 2-6). Esa paz que debemos construir, no es como la que muchas personas quieren, que es fruto del dominio o de la resignación ante situaciones de violencia o injusticias que pensamos que no podemos cambiar, sino que la verdadera paz que Jesús nos manda construir nace del amor y la justicia (Juan 14, 27; ver Isaías 32, 17).
Por eso, el Reino que Jesús vino a instaurar y por el que entregó su vida, y cuya construcción dejó en nuestras manos para que lo continuáramos, es en verdad un Reino de paz, y se distingue por los siguientes signos:
--el perdón de las ofensas (Lucas 7, 48-50; 11, 4)
--el recibir y acoger a todos fraternalmente (Mateo 9, 10-13)
--la solidaridad y el servicio a todos los necesitados (Lucas 10, 29-37)
--el amor a todos, incluso a los enemigos (Lucas 6, 27-35)
--la búsqueda de la reconciliación (Mateo 5, 23-24)
Si de verdad nos sentimos enviados por Jesús para ser constructores de su paz, estos son los signos que nosotros tenemos que hacer presentes en nuestras familias y comunidades con nuestra actitud de rechazo de cualquier tipo de violencia, tanto personal como familiar y social.
Para poner en práctica
Como compromiso, podemos preocuparnos por estar informados de los hechos de violencia que pasan en nuestro país, en nuestro pueblo de Toto y en nuestras comunidades. En nuestras familias debemos tener una actitud de personas de paz, dialogando y resolviendo los problemas sin tener que insultar, ofender o maltratar a los demás. Buscar siempre la reconciliación cuando nos hemos ofendido con alguien. En nuestras comunidades debemos evitar siempre los conflictos y las peleas entre vecinos o compañeros de estudio o trabajo; saber responder de buen modo y evitar contestar a las provocaciones y violencias de los demás. Aunque nos hagan daño, nos ofendan y maltraten, debemos responder siempre como cristianos, y dar ejemplo de nuestro compromiso con la construcción de la verdadera paz. Como algo bien práctico, cada uno se puede comprometer a reconciliarse con alguna persona con quien esté peleada; con alguien a quien haya maltratado, o con alguien que le haya maltratado a él.