No podemos ir por buen camino si hoy seguimos teniendo
el mismo número de desnutridos que al comienzo de la última década del siglo
pasado
Miguel Angel Ciaurriz
De
un tiempo a esta parte, en realidad desde años, escucho con frecuencia decir,
en referencia a la situación actual que vive el mundo, y por supuesto también
Panamá, que “estamos mal, pero vamos bien”.
El
argumento no sirve, desde luego, para explicar lo que acontece realmente pero
sí parece que ayuda a contener, por lo menos hasta ahora, el enojo de los
sacrificados, es decir, de los que lo pasan mal y soportan la situación
creyendo que la vida mejorará dentro de poco.
Alguien ha señalado que el
sistema actual, liberalización del mercado y globalización, es lo más parecido
–junto con el fútbol, diría yo– a una religión que tiene su dios, sus mitos,
sus sacrificios, sus sacerdotes y sus escrituras y principios doctrinales
sagrados.
He recordado todas estas cosas al
conocer dos documentos, uno del Worldwatch Institute, sobre los Signos vitales del 2003, y el otro el
informe anual del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, dados a
conocer ambos el pasado 8 de julio, creo.
Lo que estos dos estudios dicen
es que estamos mal y que no vamos bien en absoluto. Todo lo contrario, vamos
peligrosamente por muy mal camino. Panamá, por ejemplo, de acuerdo con el
informe del PNUD, según reportaba el periódico La Prensa en su edición del
mismo 8 de julio, ha descendido dos puestos, del 57 al 59, en la lista que mide
el índice de desarrollo humano por países.
Para la institución independiente
estadounidense WI, la pobreza, la enfermedad y la degradación ambiental
constituyen una amenaza para la estabilidad mundial. Según el informe anual del
PNUD, la pobreza ha echado raíces en América Latina y, de mantenerse la actual
tendencia, la región no podrá cumplir el objetivo de reducirla a la mitad para
el 2015, que era una de las metas que la ONU se propuso al comienzo del nuevo
milenio.
Se está mal y se va por mal
camino cuando se constata que hoy hay 11 millones de niños que se han quedado
sin padres por culpa del sida, que 14 millones y medio de personas mueren
diariamente por enfermedades infecciosas y que en la actualidad hay 12 millones
de desplazados y refugiados por la violencia y los conflictos armados.
Se está mal y se va por mal
camino cuando 800 millones de personas, ubicadas principalmente en el sur de
Asia y del Africa subsahariana,
pasan hambre siempre, es decir, no comen decentemente nunca, mientras la mayor
parte de la producción de cereales no se vende ni se emplea para la
alimentación de personas, sino para el ganado.
El panorama en nuestra América
Latina no es más alentador. Según el PNUD, 57 millones de latinoamericanos
sobreviven con menos de un dólar diario. Es decir, nuestros pobres extremos
representan el 5% de los pobres extremos del mundo, en tanto, el número de
desnutridos alcanza la cifra de 55 millones, la misma cantidad que hace más de 10
años. No podemos ir por buen camino si hoy seguimos teniendo el mismo número de
desnutridos que al comienzo de la última década del siglo pasado.
En lo que al clima respecta,
tampoco podemos decir que vayamos bien. El pasado año fue el segundo más cálido
desde el siglo XIX y en la actualidad hay 50 millones de refugiados ambientales
por causa de la sequía, las inundaciones y la construcción de embalses.
Quienes mayormente son víctimas
de este empeoramiento climático son los países pobres, en tanto son los países
ricos quienes generan el desajuste. Estados Unidos, por ejemplo, de acuerdo con
el informe de Worldwatch Institute,
con tan solo un 5% de la población mundial, produce el 24% de las emisiones de
carbono que aceleran el cambio climático.
Los tímidos avances registrados
en el mapa de la pobreza, como el mayor acceso a los fármacos contra el sida
–el informe recoge que Panamá es junto con Brasil, Argentina y Costa Rica de
los países que ofrece tratamiento gratuito o subvencionado–, y a las nuevas tecnologías
–internet, telefonía móvil, que ha permitido romper
el aislamiento–, la creciente conciencia sobre la necesidad de condonar la
deuda externa, y las perspectivas de desarrollo de algunos países no nos
permiten hacernos ilusiones de que realmente, aunque estemos mal, vayamos bien.
Se está mal, pero se va bien
cuando menguan las señales de lo primero y aumentan las de lo segundo. Creo que
los superapóstoles de esta nueva religión tendrán que
explicarnos lo que acontece de otra manera.
El
autor es sacerdote y periodista
La Prensa
9.7.03