¿Controversial? Sin duda alguna. ¿Común? Hasta hace algunos años, no. ¿Inmoral? Tal vez. ¿Peligroso? Eso depende. Lo cierto es que, desde que en los últimos años, los comics y la animación han dejado de considerarse un entretenimiento exclusivo para niños, el tema del hentai (que abarca las producciones japonesas "sólo para adultos" en ambos géneros) se ha vuelto una cuestión frecuente en medios de comunicación, convenciones, puestos de revistas y establecimientos piratas. Ahora, con la proliferación de este tipo de material, se ha llegado a cometer el error, bastante común, de pensar que todo el comic japonés es pornográfico. Nada más lejos de la realidad.
Para empezar, ¿qué quiere decir hentai? La palabra tiene varios
matices de significado. Hentai, etchi o "h" puede significar desde
"anormal" o "pervertido" hasta "travieso" o "juguetón"
(en el campo sexual, por supuesto); o bien "erótico", en el
mejor sentido de la palabra. En Japón, se llama así a cualquier
manga, es decir, historieta, que tenga algún contenido sexual.
Continuemos con "pornografía". Según su etimología,
del griego pornee, prostituta, y graphos, palabra, vendría siendo cualquier
escrito sobre la prostitución. Una definición posterior del diccionario
de la lengua española de Martín Alonso dice "obra literaria
o artística de carácter obsceno". Si buscamos la palabra
obsceno en el mismo libro encontraremos "impúdico, torpe, ofensivo
al pudor". Y mejor aquí le dejamos.
¿Qué tipo de obra podría parecer ofensiva a una persona?
No podemos responder, en realidad, más que por nuestro propio punto de
vista, y el de nuestra cultura.
El manga, y por consiguiente el hentai, provienen de una sociedad totalmente
distinta a la nuestra. Cuando dos culturas que sostienen diferentes valores
y juicios entran en contacto, el choque cultural (es decir, conflicto entre
esos valores y juicios) es casi inevitable. Lo cual es normal, y no representa
ningún motivo de preocupación, a menos que el choque impida por
completo el entendimiento de ambas partes. Es muy posible que lo que sea considerado
material pornográfico en un lugar del mundo lo sea también en
el resto; sin embargo, lo que cambia es la actitud hacia ese tipo de material.
Y quién lo compra. Y para qué.
La historia del hentai ha pasado por muchísimas fases que van desde jugueteos,
borreguismo y restricciones, hasta crímenes y actitudes sexuales equivocadas.
Veamos qué podemos sacar de todo esto.
El arte de Japón, desde el período medieval, se ha caracterizado
siempre por ser muy gráfico en cuanto a sexo y violencia se refiere.
En pergaminos e ilustraciones de manuscritos puede observarse, con todo lujo
de detalles, desde un encuentro amoroso hasta decapitaciones y mutilaciones.
Sin embargo, contrario a lo que esto pudiera significar, no fueron los japoneses
los primeros en introducir el elemento sexual en sus historietas. Antes que
ellos lo hicieron los franceses (Jean Claude Forest), los italianos (Guido Crepax)
y los norteamericanos (Robert Crumb). La época del surgimiento de todos
fue la misma: los años sesenta, con su liberación de costumbres
y movimientos underground. Y con todo, si comparáramos las obras que
se producían en Europa y el resto del mundo con las que estaban saliendo
en Japón, estas últimas parecerían la cosa más inocente
del mundo.
El punto de partida podría ser el famoso creador de Mazzinger Z, Go Nagai,
y su serie Harenchi Gakuen (Escuela inmoral), publicada en la revista Shonen
Jump de 1968 a 1972. En ella, se mostraron los primeros jugueteos sexuales (que
en realidad no pasaban de enseñar ropa interior femenina, traseros y
pechos desnudos y todas las situaciones chuscas que se originaban a través
de ellos). Pese al escándalo que se armó con semejante obra, otros
autores siguieron a Nagai, y hacia principios de los años 70 casi todos
los tabúes de lo que apenas diez años atrás se consideraba
un medio "para niños" estaban rotos.
Así, comenzó la amistosa y enloquecida competencia que hasta hoy
rige la industria editorial: los autores tratan de ver qué tan lejos
pueden llegar, y las leyes de restricción... a ver qué tanto los
dejan.
Si bien el comic erótico era, hasta hace unos diez años, uno de
los más regulados en Japón, algo en la interpretación de
las leyes no estaba funcionando muy bien. Ahí tenemos el caso del Artículo
175 de las leyes japonesas sobre la obscenidad (todas, por cierto, muy vagas
y confusas). En el, se prohibía la exhibición de escenas sexuales
explícitas, vello púbico y genitales, salvo de niños. ¿Y
qué fue lo que hicieron con ello los autores? La salida más fácil:
presentar escenas erotizadas... con niñas, mejor dicho, adolescentes
que acababan de abandonar la infancia, y que, pese a no mostrar el menor signo
de vello púbico, tenían unos pechos exagerados. De esta forma,
se creó el género rorikon ("complejo Lolita", donde
los objetos sexuales eran menores de edad, y cuyo máximo representante
es el artista U-Jin) y un curioso fetichismo que continúa hasta la fecha:
si preguntáramos por una mujer como símbolo erótico en
occidente, tal vez nos muestren a una rubia en bikini de cuero negro, con maquillaje
exagerado, tacones de aguja, y, sin duda, adulta; el símbolo erótico
japonés sería una chica con uniforme de secundaria o preparatoria
(el típico traje de marinero) y un oso de peluche en la mano.
El artículo 175, por cierto, estuvo cambiándose constantemente
durante los años ochenta y en 1993 se disolvió por completo. Simplemente,
ya no era útil, y había actuado con el mismo efecto de intentar
apagar una fogata con un bote de gasolina.
Entre 1988 y 1989, Tsutomu Miyazaki, un joven de 27 años, asesinó
a tres niñas menores de seis años. Entregó el cadáver
de una de ellas a su familia con una nota firmada por "Yuko Imada",
su personaje de manga favorito. Tras el arresto de Miyazaki, se encontraron
en su departamento unos seis mil videos de tipo gore, y animación y revistas
del género rorikon. Peor aún, se descubrió que había
participado como artista en una publicación de aficionados (dojinshi).
Como al que mata un perro le dicen mataperros, la industria editorial se asustó
muchísimo. Miyazaki era, sin duda alguna, un perturbado, y habría
terminado por mostrarlo igualmente si hubiera sido expuesto al show de los Muppets
en lugar del manga rorikon; no obstante, representaba el temor secreto tanto
de editores profesionales como aficionados: un lector incapaz de distinguir
la realidad de la fantasía. Con la esperanza de acallar el escándalo
y prevenir que volvieran a pasar situaciones semejantes, los mismos editores
comenzaron a ponerse regulaciones sobre qué era publicable y qué
no. A estas reglas se les llamó jishuku.
Muchos autores consagrados protestaron, pues consideraron al jishuku un ataque
a la libertad de expresión. Y los editores de dojinshi, ocupados como
estaban en prevenir a sus contribuyentes sobre qué clase de material
podría causar problemas, hicieron la vista gorda ante nuevas y equívocas
reinterpretaciones de sus propias leyes.
En 1990, una ama de casa, Isako Nakao, inició un movimiento para retirar
el hentai del mercado. Vio un comic en una tienda y lo compró pensando,
por la portada simpática y en tonos pastel, que era para niños;
pero resultó ser de corte pornográfico. La señora Nakao
se preocupó mucho por la clase de material que al que podrían
estar expuestos los niños, y comenzó una campaña a la que
se unieron otras amas de casa, feministas, e inclusive políticos.
El movimiento de la señora Nakao hizo eco en toda la nación. Por
primera vez, se establecieron leyes verdaderamente severas en contra de la obscenidad.
Se arrestó a propietarios de tiendas que vendían hentai, hubo
amenazas en contra de los editores profesionales, y hasta quienes publicaban
dojinshi, que hasta entonces habían estado a salvo por su actividad no
lucrativa, tuvieron problemas: en 1995, cuarenta y cinco editores y artistas
aficionados fueron arrestados por intentar vender material pornográfico.
Uno de facetas más curiosas del movimiento fue colocar en las calles
botes de basura con letreros que decían "No los mires. No los leas.
Que nadie los lea" y que servían exclusivamente para que la gente
depositara en ellos revistas inmorales.
La solución de la industria editorial fue tan desconcertante como su
respuesta ante el artículo 175: hicieron desaparecer el jishuku y la
clasificación "para adultos" de las portadas de las publicaciones.
Más extraño aún fue que funcionara. En efecto, después
de algunos años, la gente pareció olvidarse de todo. Como menciona
Frederik Schodt, citando a un artista amigo suyo en su libro Dreamland Japan:
"Bueno, se hizo mucho escándalo al respecto, pero luego las cosas
volvieron a ser como siempre han sido".
¿Qué tan justificados eran los temores de la señora Nakao,
y qué tan real la posibilidad de algo parecido al incidente Miyazaki
pudiera ocurrir de nuevo, ya sea dentro o fuera de Japón? No es fácil
decirlo sin correr el riesgo de expresar una opinión parcial. Lo primero
que habría que hacer es tomar el cuadro general de las situaciones. Como
menciona Frederik Schodt, las escenas que se presentan en el manga no pueden
estar más lejos de la realidad. La sociedad japonesa es altamente reprimida,
y, salvo episodios aislados, no existe gran evidencia de violencia, sexual o
no. La gente es perfectamente capaz de distinguir la vida real de la violenta
y peligrosa que aparece en sus historietas. Sin embargo, tal vez para un lector
de otro país, en el que la violencia sea algo cotidiano, y haya la posibilidad
de imitar lo que se vive en las historietas, la franja entre la fantasía
y la realidad no sea tan grande.
La duda, sin embargo, queda en el aire: según las estadísticas,
en Japón el índice de violencia sexual es muy bajo... pero, ¿qué
tan confiables son en realidad las estadísticas? Recordemos que en ellas
se habla de violaciones denunciadas, y que Japón tiene una tradición
de machismo comparable a México. ¿Cuántos hechos de violencia
sexual llegan a denunciarse aquí? ¿Cuántas mujeres prefieren
callárselos antes que enfrentarse a una sociedad donde por mucho tiempo
los hombres han tenido el poder?
Un psiquiatra, Akira Fukishima, escribió un artículo en defensa
del manga, donde decía que la cantidad de información sexual que
una persona recibe es inversamente proporcional al número de crímenes
sexuales que se cometen en cualquier país. Lo cual, a juzgar por lo que
sucede en países donde la educación sexual está disponible
para el público desde edades muy tempranas, por ejemplo Suecia, es cierto.
Sin embargo, la declaración del doctor Fukishima implica, también,
que la lectura de material pornográfico reduciría el número
de crímenes sexuales en un país. La realidad, de nuevo basada
en estadísticas, es que ninguno de los dos hechos tiene relación.
Y si acaso la tuviera y pusiéramos a prueba la teoría de Fukishima,
¿qué clase de "información" podrían aprender
las personas de la lectura de manga erótico? Nada muy profesional, les
aseguro; únicamente clichés, que es lo que da lugar a las situaciones
cómicas que predominan en el hentai. He aquí una lista de los
más comunes:
1.El amor sexual no implica compromiso, y por lo tanto, puede hacerse sin ningún
temor a quedar lastimado (no física sino moralmente).
2.Los anticonceptivos no son necesarios; no habrá concepción a
menos que se trate de un demonio que va a destruir el universo o algo parecido.
Los anticonceptivos, por cierto, estuvieron prohibidos en Japón, principalmente
para proteger a la industria de los preservativos, hasta hace menos de un a-o.
3. La primera relación sexual de una mujer siempre es dolorosa.
4. Las parejas siempre alcanzan su clímax de manera simultánea.
5. Las mujeres no pueden tener la iniciativa en el terreno sexual, y si lo hacen,
es porque son ninfómanas, o, lo que es lo mismo, anormales. Este cliché,
curiosamente, se presenta sólo en manga escrito por hombres. Tal vez
sea un velado intento de venganza contra la muy reciente liberación sexual
de las japonesas.
6. Las mujeres tienen problemas para encontrar ropa de su medida; todo les queda
chico o corto.
7. Las mujeres parecen tener una marcada afición por mostrar su ropa
interior. Me pregunto cuántas en la vida real lo hacen de verdad... sin
que les paguen por ello.
8. Sólo las mujeres hermosas pueden tener una vida sexual activa.
9. Las mujeres, inconscientemente, desean ser violadas. Este cliché,
por fortuna, es poco común, pero existe, y es el único de todos
que consideraría peligroso, y que no me hace ninguna gracia.
10. Las mujeres son como máquinas; basta oprimir ciertos botones para
que todo funcione automáticamente.
No, el hentai no sería la mejor educación sexual a la que uno
podría aspirar para sus hijos. Pero ya que en eso estamos, ¿quiénes
son las personas que escriben el hentai, y quiénes las que lo leen?
Existen dos géneros dentro del manga que, aunque en un principio no eran
hentai, acabaron por considerarse así a fuerza de repeticiones: el dojinshi
y el ledikomi.
El dojinshi, que ya mencionamos anteriormente, es el manga hecho por aficionados
para aficionados. Tiene por costumbre hacer parodias, muchas veces de tipo sexual,
de personajes populares de anime y manga. Casi siempre en tono de comedia, se
nos muestra la vida sexual (en la versión más extravagante y absurda
posible) de los protagonistas de nuestras series favoritas.
Dentro del dojinshi existen cuatro subgéneros:
- Yaoi: Las siglas de "Yimanashi, Ochinashi, Iminashi"; literalmente
"sin clímax, sin historia, sin sentido". Suelen ser cartones
de una sola página, y no tienen otro propósito más que
hacer reír. "Ultimamente se les ha relacionado con homosexualismo
masculino, y eso los hace casi sinónimos del siguiente subgénero...
- Bhishonen: "Muchacho bonito", literalmente. Historias de amor entre
hombres, muchas veces escritas por mujeres. El reverso de la moneda sería...
- Bishojo: "Muchacha bonita". En este caso, historias de lesbianismo.
Y por último...
- Rorikon, que ya mencionamos también. Se presentan situaciones sexuales
entre adolescentes y hombres maduros.
Los ledikomi ("Ladies" comics), historietas hechas por mujeres y para
mujeres, han alcanzado un alto nivel de erotismo en los últimos años.
Son, por cierto, el único tipo de hentai donde se han tratado con seriedad
problemas relacionados con el sexo, como la maternidad, la menopausia, etc.
Y tienen entre sus lectoras mujeres mayores de treinta años, algo insólito
si lo comparamos con el panorama de años atrás.
Hasta hace poco, en Japón el mercado de lectores de hentai era casi exclusivamente
masculino, y comprendía a menores de veinte años que no habían
tenido experiencia alguna con las mujeres ("O si no", dijo un editor
una vez, "¿para qué comprarían esas revistas?").
Las mujeres comenzaron a acaparar terreno mucho más tarde, y en sus preferencias
entraba, además del ledikomi, el bishonen.
En el caso de México, muchos de quienes se dicen aficionados al hentai
son en realidad coleccionistas de imágenes, y están empezando
a tener contacto con videos a través de la piratería, y con la
lectura de comics por medio de publicaciones nacionales aparecidas recientemente.
Estas publicaciones, por cierto, se precian de tener bastantes lectoras en su
clientela, y es probable que tengan razón. Algo que llama mucho la atención
del hentai mexicano es una cierta vena romántica y moralista que no se
encuentra comúnmente en el japonés: aquí, en la mayoría
de las historias, los encuentros sexuales tienen su principio en el amor y su
fin en el matrimonio.
Vale la pena observar, así mismo, que entre los comics escritos por hombres
y por mujeres hay diferencias muy notables. En los manga de autores masculinos,
el sexo empieza por lo general en la tercera página; U-Jin ha aguantado
hasta la cuarta o la quinta, lo cual, imagino, debe tener su mérito.
En las historias de mujeres, por el contrario, tiene que haber complejidad de
argumento, profundidad en los personajes y un largo involucramiento antes del
sexo en sí. No importa, en este caso, si los implicados son parejas homosexuales
o heterosexuales.
¿Que si están los japoneses obsesionados con el sexo? Bueno, ¿y
quién no lo está? En la actualidad, si observamos los medios de
comunicación, hay mensajes sexuales por todos lados. Pero incluso con
una industria del sexo bastante pesada e historias muy tristes de prostitución,
en especial de jovencitas, en Japón las cosas parecen tener cierto orden.
Un buen ejemplo son las revistas de modas orientales y occidentales; es notable
el recato y la frescura en las modelos japonesas, mientras que en las occidentales,
por el contrario, predominan las poses provocativas y las expresiones faciales
que, por proyectar sensualidad, resultan hasta enfermizas.
¿Es el hentai pornografía? Bueno, algo bastante tranquilizador
es poder llamar a las cosas por su nombre. Salvo por el clásico dibujo
"bonito" japonés, lo que se puede encontrar en las historietas
hentai es lo mismo que hay en otras producciones de corte erótico, y
las colecciones de imágenes en internet son como las revistas de Playboy
y similares que han llenado por años los puestos de revistas. La única
diferencia entre la pornografía con dibujos y la pornografía fotográfica
representa un punto a favor para el hentai: en este último, al menos,
podemos tener la seguridad que no está implicada la humillación
y explotación de una persona real.
Y, entonces, ¿qué es lo que hace al hentai tan atractivo? Por
un lado, la belleza del dibujo. Por el otro, la explotación ilimitada
de las fantasías; ya sea en un cuento cotidiano, o de espada y brujería,
ciencia ficción o lo que sea, los lectores pueden ver representados sus
anhelos de aventura, locuras extravagantes, situaciones vergonzosas, e incluso
cariño y ternura.
De cualquier forma, hay muchos padres de familia preocupados por que sus hijos
vean este tipo de material. A estos padres les diría que, para empezar,
estuvieran tranquilos; las posibilidades de que surja otro Tsutomu Miyazaki
son extremadamente bajas, y un comic porno no sería su motivación
única. Es importante, sin embargo, mantener abierta la mente y los canales
de comunicación: estar bien informados sobre los pasatiempos de los hijos
para poder platicar a gusto y decidir entre todos si lo que se ve podría
ser perjudicial o no. Recordar (y de esto nos enseña mucho la historia
del hentai) que no se logra nada prohibiendo, pero tampoco fingiendo ignorancia.
Antes de tolerar o no algo, se le debe de juzgar, y analizar. No resulta muy
difícil que uno mismo se de cuenta, después de algún tiempo,
que tanto el hentai como cualquier otra clase de pornografía, es, en
su mayor parte, mediocre, repetitivo y bastante aburrido. A las cosas hay que
darles su justa medida: no perder el sueño por algo que ha existido toda
la vida, pero tampoco cerrar los ojos ante un posible problema. La mala influencia
de la pornografía sólo será tan fuerte en la medida que
lo permita nuestra información y educación; y su mayor peligro
es el mismo que tenían las historietas de Superman: que alguien llegue
a confundir tanto la fantasía con la realidad, que se ponga a hacer tonterías.
¿La solución? Hablemos.
Fitzmaurice Anaya, Fernando. Cartas a mi esposa sobre la pornografía,
Editorial Posada, México, 1972.
Schodt, Frederik L. Manga! Manga! The World of Japanese Comics, Kodansha Ed.,
Japón, 1986.
Schodt, Frederik L. Dreamland Japan, Stone Bridge Press, California, E.U.,1996.
Revista Marie Claire, abril de 1997, México.
Revista Newsweek, diciembre de 1996, E.U.
Revista With, septiembre de 1999, Japón.
Michel, Laura, "Amor... ¿se escribe con hache?" Conferencia
dictada en Comictlán 98, Guadalajara, Jalisco.