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19/04/00
Historia de Tristán e Isolda
Franz Liszt
Otra posibilidad era que llegara a ser tan famoso y poderoso como había sido el aborrecido Meyerbeer para la Opera francesa, que pudiera contar con la representación de cada una de sus obras, aún las más difíciles, como una cosa lógica. Si no quería rendirse, jamás debía dejar de creer en esta posibilidad, sin embargo, era bastante realista como para admitir cuán lejana era semejante perspectiva.
De pronto, recibió una carta inesperada y muy curiosa. El Dr. Ernesto Ferreira-França, cónsul de Brasil en Dresde, se puso en contacto con él para invitarlo a crear una obra de fácil comprensión para un público no entendido en óperas, que pudiera ser dedicada a su emperador, el experto en materia de arte y melómano Dom Pedro II de Brasil. Como si no bastara con esta sugerencia, los honorarios por esta obra posiblemente no consistirían sólo en dinero contante y sonante, sino en una vinculación más estrecha de Wagner con el joven mundo musical de Río de Janeiro, donde le esperaba al compositor una vida brillante al lado del monarca. Si este ofrecimiento da testimonio de un gran desconocimiento de la personalidad de Wagner, su postura básica es muy notable. El músico, exiliado político, llevaba una existencia en verdad precaria, era todavía bastante desconocido en la esfera internacional y un artista cuya presencia difícilmente hubiera engalanado una corte imperial. Dom Pedro II - quien más tarde se contaría entre los más decididos promotores y asistentes a Bayreuth - sintió una auténtica inclinación por su música, quizás a través de su esposa de origen alemán. El emperador imaginó que Wagner podría crear una obra accesible al pueblo brasileño, más aún que se convertiría tal vez en una "ópera nacional" todavía inexistente. (Este honor habría de recaer en 1870, en la ópera O Guaraní del músico brasileño Carlos Gomes, quien se hizo famoso en Italia.)
Wagner parece no haber tomado muy en serio la carta del cónsul. Río de Janeiro estaba muy lejos para él en todo sentido. Tampoco se sabe si alguna vez habló con alguien sobre este ofrecimiento. Lo cierto es que siete años más tarde volvería a repetirse uno similar, pero en esta ocasión el compositor aceptó entusiasmado y marchó presuroso a Munich, a la corte del rey de Baviera, Luis II. ¿Qué hubiera sido de su vida y de su creación, cómo hubiera transcurrido la historia de la música si en 1857 hubiese aceptado la invitación a trasladarse al lejano Brasil?
Sin embargo, por pocas que fueran las consecuencias prácticas que diera como fruto esta carta, una de sus ideas quedó latente en el subconsciente de Wagner: la de una ópera sencilla, tal vez muy melodiosa, que llegara al grueso del público y sobre todo que pudiera representarse con los medios teatrales usuales. Cosa curiosa, Wagner admitió sin más ni más que lograría hacer tal obra y que no le causaría dificultades especiales. ¿Qué tema más propicio para esto que el que ya había empezado a analizar: Tristán e Isolda? ¿Una ópera de amor comprensible en todo el mundo y en cualquier idioma, con una acción sencilla que no requiriera conocimientos previos? Una obra impregnada de emotividad cuyos arrebatos se expresaran en melodías?
Y así leemos en una carta a Franz Liszt del 28 de junio de 1857 ...He proyectado realizar enseguida Tristán e Isolda en dimensiones más modestas que faciliten la representación..." Al conocedor actual de la ópera estas líneas habrán de parecerle realmente grotescas: ¡Tristán e Isolda una ópera fácil, accesible a cantantes regulares y a una orquesta de ópera común! Al parecer, Wagner no tenía la más remota idea de que ésta se convertiría en una de las piezas más largas y difíciles de toda la literatura operística. ¿Cómo un hombre práctico de teatro, experto como él, pudo equivocarse de tal modo? Seguramente, mientras trabajaba en ella, la obra fue adquiriendo proporciones que escaparon a su control, como le sucedió a Aladino cuando liberó de la lámpara al pequeño genio y luego lo vio crecer ante sus ojos hasta adquirir talla gigantesca y enorme poder, sin que pudiera hacer nada por contrarrestarlo. Si como veremos, Tristán e Isolda fue considerada por largo tiempo como "irrepresentable", la culpa no es atribuible tan sólo -¡tan sólo!- a la mala voluntad de sus enemigos. Realmente, era en muchos aspectos una ópera que escapaba a las posibilidades de aquella época.
Ignoramos cuánto tiempo necesitó Wagner para adquirir clara noción del verdadero carácter de su ópera y de las reales posibilidades o dificultades para la empresa teatral -. No encontramos manifestaciones al respecto, sino años más [arde: en abril de 1859 le escribe a Mathilde desde Lucerna: "¡Hija! ¡Este Tristán será algo terrible! ¡¡¡Este último acto!!! Temo que la ópera sea prohibida, si es que no resulta parodiada por malas representaciones. Sólo podrán salvarme representaciones medianas. Las buenas, perfectas, harán enloquecer a la gente. No puedo imaginarlo de otro modo..." En agosto de 1860 escribe la siguiente carta a la misma destinataria: "...¡Este Tristán es y será para mi un milagro! Cada vez me resulta más incomprensible que haya podido hacer algo así... pues no intentes ocultármelo... con esta ópera he transgredido en extremo todo lo que se encuentra en el campo de las posibilidades de nuestra labor..."
El 18 de junio de 1857 Wagner comenzó con el boceto orquestal del segundo acto de Sigfrido, pero al mismo tiempo añadió una peculiar acotación: "Tristán ya está concluido." Nueve días más tarde, el 27 de junio, deja en suspenso el Sigfrido. "Lo acompañé" (según le comunica a Liszt en una carta escrita de buen talante, al día siguiente) "a la soledad del bosque, lo dejé allí bajo un tilo y me despedí de él con sentidas lágrimas". Y dice a continuación que realizará Tristán e Isolda en aquellas "dimensiones más modestas que faciliten la representación" (según ya hemos comentado) y "de hoy a un año... la presentaré en Estrasburgo...".
De nuevo estamos en presencia del utópico Wagner. ¿Cuándo creó jamás una obra en un año y enseguida la presentó? Siempre cree lo que quiere creer: interrupción de El Anillo del Nibelungo por un año, en el ínterin una obra "fácil" que promete asimismo un éxito fácil que alcanzará rápida difusión, le traerá una posición brillante y lo capacitará para seguir adelante con sus difíciles planes respecto a El Anillo del Nibelungo, un plan magnifico. Se entiende casi per se que nada de eso es absolutamente practicable. Tal vez Wagner necesitaba de estas ilusiones, rayanas en el autoengaño para poder entregarse a su turno a un nuevo trabajo lleno de ímpetu y entusiasmo.
El 1º de julio, sólo tres días más tarde, el compositor recibió la visita de Edouard Devrient, el prominente actor de la corte y director de teatro de Karlsruhe. El huésped se sentó a la mesa del matrimonio junto con los Wesendonk, el poeta Georg Herwegh y el arquitecto Gottfried Semper. Por supuesto, se habló de Tristán e Isolda pues el nuevo plan absorbía por completo a Wagner, y Devrient se declaró dispuesto, también en nombre del Gran Duque de Baden, a pensar en la representación del nuevo drama, un "Opus absolutamente practicable" (como no se cansaba de asegurar su autor).