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Tristán e Isolda

Tercer Acto

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En Kareol, el castillo semiderruido de los antepasados de Tristán, Kurwenal abriga la esperanza de que su amo habrá de sanar, vana esperanza hasta ese momento. En arriesgada huida a través del mar logró llevarlo hasta Bretaña, su patria, de donde fue sacado o secuestrado cuando niño. Allí yace inconsciente, desde que Melot lo hiriera, cuidado y protegido por su fiel escudero Kurwenal. Su vida amenaza extinguirse sin remedio. En alguna parte, en el prado que desciende desde el castillo hasta el mar, un pastor toca en su chirimía un aire triste. Luego se asoma por encima del muro y pregunta si el enfermo no ha despertado aún. Kurwenal mueve la cabeza lentamente: si despertara, tal vez fuera sólo para caer en el sueño eterno. Sólo queda una salvación: Isolda. El escudero ha mandado a por ella. Ya lo salvó una vez, quizá pudiera hacerlo de nuevo. ¿Todavía no se ve nave alguna en el ancho y desierto mar? El pastor le contesta negativamente: si llegara el ansiado barco, tocará un aire alegre. Mientras tanto retorna a sus ovejas y toca, una y otra vez, su nostálgica melodía. De pronto, Tristán despierta, abre los ojos desconcertado pues no reconoce nada de lo que le rodea.

Con calma, Kurwenal trata de evocar en su memoria todo lo ocurrido, pero Tristán no logra coordinar lo que le cuenta su escudero. ¿Cornualles? ¡No, Kareol! Está en sus lares, "en sus propios prados, para su delicia, bajo los rayos de sol de antaño". A Tristán le cuesta comprender el significado de las palabras, su espíritu continúa allá lejos, en el nocturnal reino del "divino eterno olvido original". Ahora es Kurwenal quien no entiende: "¡Isolda, todavía en el reino del sol! ¡Isolda, todavía en medio del resplandor del día!" Pero intuye la ardiente añoranza de su amo y trata de apaciguarlo: "Cree en mi palabra, tú habrás de verla..." Tristán ha vuelto a ser presa del delirio: "Todavía no se apagó la luz, todavía no se ha hecho la noche en la casa..." Vive en él el doloroso recuerdo de aquella última noche estival junto a Isolda. Kurwenal no ceja en su empeño de traer su mente al presente. ¡Isolda vendrá, pronto estará allí! Tristán empieza a divagar, cree ver el barco que se acerca, manda a Kurwenal a vigilar desde la atalaya. Se debate en su lecho, pelea con el leal escudero que teme por su vida. Con ojos muy dilatados otea el horizonte: "¡Se aproxima! ¡Se aproxima raudo y osado! ¡Flamea, flamea su bandera en el mástil! ¡El barco! ¡El barco! ¡Ha encallado en el arrecife!... ¡Kurwenal! ¿No lo ves? Le contesta el aire triste del pastor: solitario y vacío está el mar. Tristán vuelve a caer en el lecho: "¿Debo entenderte así, vieja y grave canción con tu melodía quejumbrosa?" Despiertan en él remotos recuerdos: ¿No sonaba así cuando murió su padre al enterarse de la suerte de su esposa que falleció al darlo a luz? En ese momento se le antoja que la melodía señala su propio destino: "¡añorar... y morir!" Nuevamente, lo acosan confusas fantasmagorías, no deja de revivir la lucha del día con la noche, el instante en que bebió la poción, el tránsito de la espera de la muerte al frenesí del amor. Maldice el filtro, se maldice a sí mismo. Son vanos los esfuerzos de Kurwenal por cuidarlo. Tristán vuelve a sumergirse en la inconsciencia. Kurwenal pregunta: "¿Ya estás muerto? ¿Vives aún? ¿Te ha alcanzado la maldición?" Tristán despierta otra vez, Cree ver de nuevo el barco que enfila hacia tierra, a Isolda que le hace señales desde la cubierta con la copa en la mano para invitarlo a beber por la reconciliación: "¡Ay, Isolda! ¡Qué hermosa eres!" A duras penas, Kurwenal consigue retenerlo en el lecho. Resuena entonces una melodía alegre y festiva tocada por el pastor. Kurwenal se incorpora lanzando un grito de júbilo: "¡La nave! ¡La veo venir desde el norte!" exclama exultante. Sin aliento, atropelladamente, Tristán pregunta y pide a su amigo que le describa todos los pormenores. Por momentos, el barco se pierde detrás de un risco. Angustia y terrible pánico se apoderan de Tristán: ¿El oleaje le hará estrellarse contra las rocas? ¿No será el piloto un traidor, un cómplice de Melot? Kurwenal trata de calmar a su señor: "¡Confía en él como en mí!" Tristán se enfurece: ¿Tú también, un traidor? Se empina, arranca las vendas que cubren su herida. Súbitamente, vuelve a sonar la alegre chirimía. Kurwenal exclama: "¡Lo salvó! ¡Lo salvó con fortuna!" y Tristán pregunta lleno de gozo si alcanza a ver a Isolda. "¡Es ella! ¡Agita su mano!" responde.

Arrebata al moribundo un éxtasis imposible de dominar. Mientras Kurwenal baja a lo orilla a todo correr, se suelta del lecho, arranca las ligaduras que obstaculizan sus movimientos. Ya no las necesita: viene la que habrá de curarlo, estará a su lado y pronto lo sanará para siempre... Un grito jubiloso de Isolda, cerca ya del altozano: "¡Tristán! ¡Amado!" Presa de atroz excitación Tristán se arrastra hasta llegar a su encuentro y cae agonizante a sus pies. Solamente una palabra brota de su garganta: "¡Isolda...!" La princesa se desploma inconsciente sobre el cadáver.

Desde más allá de los muros llega rumor de voces, el pastor y el piloto corren hacia Kurwenal que contempla sumido en silencioso duelo a su amo muerto: "¡Escucha! ¡Otro barco!" Kurwenal se incorpora, reconoce a los hombres que suben deprisa la escarpa del castillo: Marke, Melot, soldados. Intenta una inútil defensa, se traba en lucha y abate a Melot, pero también resulta herido por la espada enemiga. Amenaza entonces al rey, Brangania lanza una exclamación, corre al lado de Isolda y trata de explicar la situación. Kurwenal se arrastra hasta los pies de Tristán donde se desploma y expira. Marke se acerca con expresión en extremo grave, se inclina sobre el cuerpo sin vida de Tristán y le dice conmovido: "Mi más querido amigo, ¿también hoy tuviste que traicionar al amigo? ¿Hoy que ha venido a confirmar la suprema lealtad? ¡Despierta! ¡Despierta! ¡Despierta! ¡Qué pena, la mía! ¡Tú, fidelísimo y desleal amigo!" Brangania y Marke se afanan para ayudar a Isolda que ha quedado como sumida en un trance. Pero nada de este mundo logra ya llegar a ella, ni la indulgencia del rey, que, enterado de las circunstancias por Brangania, ha venido a unir a los amantes para siempre, ni las cariñosas palabras de su amiga. Con la vista fija en el rostro de Tristán, iluminado por un último destello vespertino, el alma de Isolda se aleja más y más de su vida: '¡Cuán tierna y serena es su sonrisa, cómo abre los ojos benévolo!... Si tan sólo escucho esta melodía que de él emana y en mí penetra tan maravillosa y queda, que reclama goce, todo lo dice y benigna reconcilia, que vibra y escucho a mi alrededor con su dulce son. Supremo placer... ahogarse... sumergirse... inconsciente en el ondulante torrente, en el eco sonoro, en el aliente exhalado por el Universo...!" Las sombras han invadido el escenario y sustraen a la vista a todos los personajes. Sólo un reflejo del arrebol crepuscular incide sobre el rostro de Isolda. El ocaso cede paso a la noche, la noche que es su terruño, el de Tristán e Isolda. Lentamente, Isolda expira y, en los brazos de Brangania, cae sobre el cuerpo de su amado, unida a él para siempre en la piadosa noche eterna del amor supremo.

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